De la misma manera que el domingo pasado, la presencia de los magos escenificaba la universalidad de la venida de Jesús al mundo, el cuadro que nos acaba de presentar el evangelista San Lucas, en la tercera lectura, nos muestra con toda claridad la continuidad de la Revelación del Antiguo Testamento con la del Nuevo, iniciada por Jesús.
Evidentemente, Jesús no tiene que acudir al Jordán para ser bautizado por San Juan, porque en él no hay pecado alguno. No podemos interpretarlo tampoco como una pura ficción. Solo queda que lo representado por el cuadro descrito nos manifieste una verdad profunda, que es la que hemos indicado: Jesús es el continuador de la Revelación iniciada en el pueblo judío.
Esta es la razón de poner esa voz con la que Dios, el gran Revelador, sale garante de lo que a partir de ese momento anuncie Jesús. “Escuchadle”, es su expresa voluntad. (3ª Lec. Lc. 3, 15-16, 21-22)
Sobre esta garantía por parte de Dios, de la persona de Jesús, volveremos, Dios mediante, dentro de quince días ( tercer domingo del tiempo ordinario) . Hoy nos centraremos sobre una doble pregunta que se formula por sí misma: Escucharle,¿Para qué? ¿Para qué quiere el Padre que escuchemos a Jesús? Y ¿Dónde podemos escuchar a Jesús, ahora, a dos mil años de distancia?
Dejaremos la segunda de las cuestiones para el próximo domingo, Dios mediante. Hoy nos centraremos en la primera: ¿para qué quiere Dios que escuchemos a Jesús? ¿Para qué?
Ciertamente no para ser superficialmente informados de un mensaje aleatorio que puede interesarnos como cualquier otro asunto que aparezca en los medios de comunicación. Es decir, para tener una cierta información de algo que se dice por ahí.
Menos aún, para esgrimir algunas expresiones sacadas de contexto y empleadas torticeramente para apabullar a otros en discusiones de tipo religioso. Son expresiones muy manidas estas: también Jesús dijo, o no te acuerdas de tal frase. Es convertir algunas expresiones aisladas y fuera de contexto en armas arrojadizas al enemigo dialéctico en las ocasiones en las que alguien se quiere salir con la suya, independientemente del sentido autentico y contextuado de la cita a la que se recurre.
Tampoco para considerarlo como un bello programa, bien trabado y orientado, pero sin valor operativo, al modo como puedo conocer la Odisea o la Ilíada de Homero o la Eneida de Virgilio. Son poemas muy bonitos capaces de deleitarnos con su lectura, pero nada más. Narran aventuras de otros tiempos, otros países y otras gentes. Nada más.
Tampoco sería una actitud correcta conocer las Escrituras, la Revelación, para saber estar correctamente en conversaciones, reuniones, asambleas en las que se traten temas religiosos evitando así ser tenido como un ignorante en “temas piadosos”.
Para nada de eso está empeñado Dios en que escuchemos a Jesús.
Si queremos saber con exactitud para qué hemos de escuchar a Jesús no nos queda otro remedio que acudir a la misma Revelación.
En la primera de las lecturas, tomada del Profeta Isaías, (42, 1-4, 6-7) además de salir garante Dios de la misión del “siervo a quien protege” -está anunciando a Jesús- le asigna estas misiones: traer la justicia a las naciones, no apagar la mecha humeante, y ser luz de las naciones.
San Pedro, testigo de la vida y enseñanzas de Jesús, le presenta como alguien al que “ungió Dios con el Espíritu Santo llenándolo de poder y que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio” (2ªlec. Hch. 10, 34-38).
¿Para qué quiere Dios que escuchemos a Jesús?
Para dejarnos empapar del espíritu de justicia que nos ofrece Jesús, para ayudarle a llevar ese mismo espíritu a la vida de las gentes y de los pueblos, para no apagar la mecha humeante de nuestras propias inquietudes y ayudar a eso mismo a los demás, a mantenerse en pie firme ante las adversidades, para dejarnos iluminar por la luz de sus enseñanzas y proyectar esa misma luz sobre el mundo que nos rodea. Para todo eso quiere Dios que escuchemos a Jesús. Para convertirnos en militantes de una campaña de transformación del mundo en aquellos pequeños peri-mundos en los que nos desenvolvemos cada uno de nosotros.
Jesús ha venido para enseñarnos y ofertarnos un programa de vida capaz de llenar las más grandes aspiraciones del ser humano en su dimensión individual y social.
Precisamente por eso es por lo que se despidió de sus más íntimos colaboradores, los Apóstoles, encargándolos que fueran por todo el mundo enseñando lo que Él les había comunicado.
Dios quiere que escuchemos a Jesús para llevar acabo la gran transformación del mundo que, como hemos recordado en el adviento, camina como barco sin brújula o, como ya dijo Jesús, como ovejas sin pastor.
Oigámosle. Y oigámosle penetrando profundamente en la riqueza enorme del contenido de su mensaje. No por las ramas y con cuatro tópicos sino como quien ha digerido plenamente las enseñanzas de Jesús, su Evangelio, y lo ha convertido en su estilo de vida.
Así es como habremos cumplido la voluntad del padre de que escuchemos a Jesús. AMÉN
Pedro Sáez