Hoy es 24 de enero.
Me dispongo para iniciar este tiempo de oración haciendo silencio y así encuentro la presencia de Dios en mi vida. Experimento que yo soy un todo delante de él. Le presento mis sentimientos, mis pensamientos, mis acciones y deseos. Me concentro en lo que está dando vida en mi interior. Me hago consciente del amor que Dios me está entregando. En estos momentos quiero encontrarme con Cristo para conocerlo y así poder amarlo más. Y que este amor pueda llegar también a mi prójimo.
Quien quiera ser grande,
quien quiera ser el primero,
sea el esclavo de todos,
sea el más pequeño.
No he venido a ser servido,
que he venido a servir
y a dar la vida por todos
para que todos puedan vivir (2)
en plenitud (2).
He venido a Servir interpretado por Ain Karem, «A todos los pueblos»
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 3, 7-12):
Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío.
Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
A Jesús lo seguía mucha gente de Galilea y acudían a él hombres y mujeres de distintas naciones. Muchos lo buscaban porque aliviaba dolores y sufrimientos y restauraba la vida. El deseo de Jesús es que todos los que se sienten enfermos, abatidos o humillados, puedan experimentar la salud como signo de un Dios cercano que quiere vida y salvación para todos. Y a mí, ¿cuánto me afectan y preocupan los dolores y sufrimientos ajenos?
Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Jesús, en su ministerio, penetró el mundo del dolor, de la enfermedad y la soledad. Jesús quiere el bien de todo ser humano. Ayudó a seres débiles y frágiles, a los atormentados de miedo. Jesús sana a quien está enfermo, poseídos, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos. En esta oración, ¿a qué personas quiero presentarle a Jesús para que los sane, los alivie y los restaure? Los pongo en sus manos.
Los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: tú eres el hijo de Dios. Jesús sanaba, así se podía reconocer su poder. Su intención de fondo fue curar, aliviar sufrimientos, restaurar la vida. De él emana el poder salvador de Dios. Y Jesús no realizaba sus curaciones de manera arbitraria o para ser reconocido por otros. Lo que buscaba era el bien y la salud de las personas que lo necesitaban y se acercaban a él con fe. Y yo, ¿de qué quiero hoy que Jesús me restaure?
- ¿Quién eres Tú, que llegas, de repente,
incendias e iluminas, mi corazón;
despiertas melodías, dormidas y olvidadas,
que yo nunca supe escuchar.
Tu mano acaricia los sentidos, cobija mi ser,
sana las heridas, y bendice mi vida en su silencio.
- Quién eres Tú, caminas a mi lado,
corres te detienes, sin avisar;
recorre tu mirada, mi miseria que se esconde,
y no quiere ante tu vista aparecer.
Tu sangre recorre mis mejillas, lava mi alma,
aflige mis entrañas, y conduce, mis pasos a la cruz.
- Es tuyo acaso el fuego que me enciende,
el alma y da calor a cada miembro.
Y despierta la vida dormida.
Eres Tú, el pobre Hijo ofrecido, en la cruz.
Quién eres tú interpretado por Colegio Mayor Kentenich, «Quiero construirte una casa, Señor »
Puedo aprender mucho de Jesús, sobre cómo vivir. Los seres humanos estamos hechos para hacer el bien, para ayudar y dar vida a los demás. Así vivió Jesús y así él quiere que todos sus discípulos vivamos. Dando vida, regalando esperanza, ofreciendo ayuda y consuelo, estando cerca de quien sufre. Vuelvo a leer el texto del evangelio del día de hoy para aprender más de Jesús.
¿A quiénes amar?
¿A quiénes amar?:
A todos mis hermanos de humanidad.
Sufrir con sus fracasos, con sus miserias, con la opresión de que son víctimas.
Alegrarme de sus alegrías.
Encerrarlos en mi corazón, todos a la vez. Cada uno en su sitio.
Ser plenamente consciente de mi inmenso tesoro y con ofrecimiento vigoroso y generoso, ofrecerlos a Dios.
Hacer en Cristo la unidad de mis amores: riqueza inmensa de almas plenamente en la luz.
Todo esto en mí como una ofrenda, como un don que revienta el pecho:
movimiento de Cristo en mi interior que despierta y aviva caridad,
movimiento de la humanidad, por mí hacia Cristo.
(Extracto de una oración de San Alberto Hurtado sj)
Al terminar mi oración hago mi ofrecimiento al Señor. Le doy gracias por todo lo que me enseña cada día y me ofrezco a vivir como él me enseña.
Tomad Señor y recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a vos Señor os lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.