II Vísperas – Domingo IV de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Cuando la muerte sea vencida
y estemos libres en el reino,
cuando la nueva tierra nazca
en la gloria del nuevo cielo,
cuando tengamos la alegría
con un seguro entendimiento
y el aire sea como un luz
para las almas y los cuerpos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando veamos cara a cara
lo que hemos visto en un espejo
y sepamos que la bondad
y la belleza están de acuerdo,
cuando, al mirar lo que quisimos,
lo vamos claro y perfecto
y sepamos que ha de durar,
sin pasión sin aburrimiento,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando vivamos en la plena
satisfacción de los deseos,
cuando el Rey nos ame y nos mire,
para que nosotros le amemos,
y podamos hablar con él
sin palabras, cuando gocemos
de la compañía feliz
de los que aquí tuvimos lejos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando un suspiro de alegría
nos llene, sin cesar, el pecho,
entonces —siempre, siempre—, entonces
seremos bien lo que seremos.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo, que es su Verbo,
gloria al Espíritu divino,
gloria en la tierra y en el cielo. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

SALMO 111: FELICIDAD DEL JUSTO

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: Hb 12, 22-24

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Querían matar a Jesús, pero él se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Querían matar a Jesús, pero él se abrió paso entre ellos y se alejaba.

PRECES

Alegrándonos en el Señor, de quien viene todo don, digámosle:

Escucha, Señor, nuestra oración.

  • Padre y Señor de todos, que enviaste a tu Hijo al mundo para que tu nombre fuese glorificado, desde donde sale el sol hasta el ocaso,
    — fortalece el testimonio de tu Iglesia entre los pueblos.
  • Haznos dóciles a la predicación de los apóstoles,
    — y sumisos a la verdad de nuestra fe.
  • Tú que amas a los justos,
    — haz justicia a los oprimidos.
  • Liberta a los cautivos, abre los ojos a los ciegos,
    — endereza a los que ya se doblan, guarda a los peregrinos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Haz que los que duermen ya el sueño de la paz
    — lleguen, por tu Hijo, a la santa resurrección.

Unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros, dirijamos al Padre nuestra súplica confiada:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda también a todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Y se alejó… porque no le quisieron recibir

Todos en la Sinagoga tenían sus ojos puestos en Él, y comenzó a decirles:“Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”. Todos asentían y seadmiraban de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: “¿No es éste el hijo de José?”. Él entonces les dijo: “Seguramente me aplicaréis aquelproverbio: «Médico, cúrate a ti mismo». Cuanto hemos oído que hiciste en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria”. Y añadió: “Os lo aseguro, ningúnprofeta es bien recibido en su tierra. Os digo en verdad que muchas viudas había en Israel en tiempos de Elías cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en toda la tierra y a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Muchos leprosos había también en Israel entiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado sino Nahamán, el Sirio”.Al oír estas cosas, todos los que estaban en la Sinagoga se llenaron de ira y levantándose le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle, pero Él, pasando por medio de ellos, seguía su camino.

Lc 4, 21-30

He escuchado esta narración, Jesús, y me pregunto: ¿qué es lo que me quieres decir con todo lo que te ocurrió en tu tierra, en Nazaret? ¿Qué mensaje me quieres dar? Realmente cuando oigo, pienso y reflexiono este hecho y esta continuación del texto del Evangelio del domingo anterior y que Tú estás en laSinagoga y dices: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Y todos asienten y te admiran, pero cuando se dan cuenta de que eres el hijo de José, yano te quieren recibir. Y Tú te das cuenta y dices: “Seguramente me diréis: «Médico, cúrate a ti mismo». Cuanto hemos visto en Cafarnaún hazlo también en tu patria”.Y Él dirá muy triste: “Ningún profeta es bien recibido en su patria”.

Cuando oigo todo esto pienso también en mi situación referente a ti. Cuando veo las personas extrañas, no de familia, no cercanas, que me hablan, que me aconsejan, me admiro, asiento, recibo bien sus palabras. Pero cuando me doy cuenta de que son de mi propia familia, cuando me doy cuenta de que son de los míos, ya no lo valoro tanto, ya no, ya desconfío, ya digo en mi interior:“Mira lo que está diciendo” —cuando vemos que su actitud, sus formas no son las que está diciendo—.

¡Qué mensaje tan profundo: admirarme, extrañarme, asombrarme ante cualquier persona, ante cualquier situación, ante cualquier palabra! Y mirar más allá, que detrás de esa persona estás Tú, Jesús, y que te tengo que acoger, te tengo que recibir y que no tenga yo que oír eso tan triste que Tú decías y que dijiste: “Os lo aseguro, ningún profeta es bien recibido en su patria”.

Y aunque pones esas dos comparaciones de Elías —esa mujer de Sarepta— y de esos leprosos, tampoco me vale. Quiero quitarte de en medio y quiero que desaparezcas, porque solo me creo yo en mi verdad y lo que Tú dices no me dice nada, lo veo natural, lo veo normal, pues me extraño, ¿qué me va a decir Éste?… ¡Cómo me urge este encuentro, Jesús, a recibirte, a verte detrás de las personas, a oír ese mensaje que me quieres decir en cada cosa, en cada acontecimiento!

¡Y cómo me llamas a tener fe! Sabes, Jesús, que me falta fe y que me falta fe para anunciarte, para admirarte, para acogerte. ¡Qué pobre soy, Jesús! Ayúdame en mi interior a saber escuchar lo que me estás diciendo, a saber acogerte, a confiar en ti. Y con pena me pregunto muchas veces, Jesús: ¿haré yo como tus conciudadanos? ¿Intentaré despeñarte? ¿Cómo? Pues rebajándote, no dando importancia…, pasando de lo que dices a través de tantas personas que Tú me envías y que son profetas en mi vida. Hoy, Jesús, quiero pedirte eso: fe, acogida, amor. Y que… “vino a los suyos y no le recibieron”, “vine a ti y no me acogiste”. No quiero ser como estos conciudadanos. ¡Ayúdame, Señor!

Le pido ayuda a tu Madre para que sepa acoger todo, para que sepa sorprenderme, para que sepa oír y admirar, y sobre todo ACEPTAR, ASENTIR a esas palabras de gracias que Tú me das, tanto en mi interior como en tantas personas, en tantos símbolos y en tantas situaciones donde Tú me hablas y eres un profeta para mí. Que no pases de mí, que no te vayas de mi casa, de mi vida: Jesús, te lo pido.

Madre mía, ayúdame siempre a acogerte, a quererte. Ayúdame, ayúdame a también no acogerte sólo a ti sino a tu Hijo en todo. Y que oiga esaqueja con pena: “Os lo aseguro, ningún profeta es bien recibido en su patria”. Mequedo contigo, Jesús, pidiéndote ayuda, pidiéndote fuerza, pidiéndote ilusión, pidiéndote admiración, pidiéndote otra cosa: ¡estrenar lo que Tú me das! Me quedo contigo.

“Y se alejó… porque no le querían recibir”

¡Que así sea!

Francisca Sierra Gómez

Domingo IV de Tiempo Ordinario

Este Evangelio es continuación del que escuchamos el Domingo pasado. En la Sinagoga de Nazaret había leído Jesús el texto del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mi…me ha enviado a anunciar la Buena Noticia…”, pero había omitido la mención de la venganza divina que el Mesías había de llevar a cabo contra los paganos y contra todos los enemigos de Israel conforme a esta profecía. Y había concluido con estas palabras: “Hoy se ha cumplido esta palabra de la Escritura”, con lo que se declaraba Mesías, pero un Mesías diferente del que el pueblo esperaba.

Par poder entender la continuación de este texto nos es preciso resolver un problema de traducción. La traducción francesa de nuestro Leccionario (lo mismo, por otra parte, que de la TOB [y de la Biblia de Jerusalén]) es la siguiente: “Todos daban testimonio de él”

Ahora bien, la expresión utilizada por Lucas (emartyroun auto) es ambivalente y puede igualmente traducirse por “Todos se pronunciaron contra él” (como lo ha entendido la excelente traducción española de Juan Alonso Schökel y de Juan Mateos, así como el Leccionario litúrgico español). Traducción ésta que me parece más coherente con lo que sigue. Si todo el pueblo “se asombraba del mensaje de gracia” que brotaba de la boca de Jesús, es que no esperaban precisamente un mensaje de gracia sino un mensaje de venganza. El Mesías que ellos esperaban había de recobrar el poder en Jerusalén, expulsar de la tierra de Israel a sus ocupantes y exterminara los paganos. Cuando dicen : “¿Pues no es éste el hijo de José?”, no expresan su sorpresa de que hable tan bien uno de los suyos, sino más bien el asombro de que haya uno entre ellos que no espere al Mesías que todos esperan.

De una manera viva en extremo, anticipa ya Lucas, en este comienzo del ministerio de Jesús el fin mismo. Jesús quedará condenado a muerte, no por sus acciones, sino por sus palabras. Todas sus parábola nos transmitirán una imagen del Padre de los cielos totalmente diferente del que transmitía la religión tradicional de Israel. Anunciará la salvación ofrecida a todas las naciones con independencia de su raza y de su religión. Se presentará como el Mesías, pero como un Mesías totalmente diferente del esperado. Es el conjunto de su mensaje lo que será rechazado, no sólo por los Fariseos, los Saduceos y los sacerdotes, sino asimismo por el conjunto del pueblo, con excepción de algunos discípulos.

Jesús ha recomendado a sus discípulos que se cuiden de los falsos profetas que pretenderán venir en su nombre. Esos falsos profetas son quienes, para justificar sus actos, pretenden tener una “misión mesiánica”. Este tipo de Mesianismo es en general devastador – bien se trate de la Iglesia o de la vida civil. El verdadero profeta es el servidor de la Palabra – de la palabra de Dios que recibe de continuo y que aplica a los acontecimientos. Es la Palabra la que juzga, no él. Cuando es condenado a muerte, se debe ello a que la palabra que transmite crea desasosiego. Verdadero mártir es quien es condenado a muerte por quienes quieren hacer acallar la Palabra que le daba ánimo y que él proclamaba.

Y es menester ante todo tener en cuenta que el lenguaje del verdadero profeta no es nunca un lenguaje de exclusivismo y de rechazo, sino un lenguaje de apertura universal, como el lenguaje de Jeremías que ha sido constituido en “un profeta para todos los pueblos”. Es un lenguaje de amor, tan admirablemente descrito por Pablo en su Carta a los Cristianos de Corinto y que, lo mismo que las palabras de Jesús, es un “mensaje de gracia”. Sin el amor, todo lo demás, incluso los más maravillosos y más sorprendentes carismas, nada es. Todo lo demás pasará, el amor permanecerá.

Ése es el mensaje que nos dirige la Palabra en el Evangelio de hoy, a través de las palabras del Profeta enviado a esos paganos que somos nosotros.

A. Veilleux

Comentario 3 de enero

El evangelio de hoy se inicia con la frase que cerraba la lectura evangélica del domingo anterior, una frase con la que Jesús se presentaba ante sus paisanos de Nazaret como aquel en el que hallaban cabal cumplimiento las palabras proféticas de Isaías: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír: Yo soy aquel de quien habla Isaías; yo soy el que trae la buena noticia a los pobres.

El pasaje evangélico de este día se detiene a describir la reacción que aquella proclamación mesiánica (auto-proclamación) provocó en los oyentes de Jesús. La primera reacción fue de aprobación expresa y de admiración –una mezcla de extrañeza y asombro que puede desembocar en la incredulidad o en la adhesión ferviente-. La razón de semejante admiración eran las palabras de gracia que salían de sus labios, los labios del hijo de José, el hijo del carpintero. ¿Cómo esperar de él lo que ahora oían? ¿Cómo aceptar que el hijo de José fuera nada más y nada menos que el mencionado por el profeta Isaías, el portador de la buena noticia para los pobres? El que hasta entonces no había dado muestras de nada singular no podía ser lo que ahora decía ser. Y la admiración contenida fue dando paso a la incredulidad. Mucho tendría que demostrar para que creyeran en él.

De ahí que Jesús diga: Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm, es decir, demuéstranos con hechos que eres realmente lo que dices de ti mismo; haz aquí lo que has hecho en otros lugares. Es una exigencia que brota de la desconfianza. Y Jesús les echa en cara esta desconfianza recurriendo a un dicho popular: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. E ilustra la frase con unos ejemplos tomados de su tradición: Habiendo tantas viudas en Israel en tiempos de Elías, éste sólo fue enviado a una viuda extranjera, en el territorio de Sidón; y, habiendo en Israel tantos leprosos en tiempos de Eliseo, éste sólo curó a un leproso extranjero, Naamán el sirio. ¿Por qué? Porque ningún profeta es estimado en su tierra, y esta falta de estima acaba siendo un impedimento para su tarea.

Jesús se equipara a esos grandes profetas de la antigüedad y censura en sus paisanos la incredulidad que también encontraron aquellos grandes profetas en su entorno. Bastó esta simple comparación para despertar la furia de aquellos nazarenos que, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo para despeñarlo por un barranco. Pero no llevaron a cabo sus propósitos asesinos, porque aún no había llegado su hora: Jesús no había cumplido aún su misión.

Aquí concluye el hecho histórico. Pero la historia evangélica esconde siempre una intención teológica; más aún, salvífica. La historia nos está diciendo: no seáis como aquellos paisanos de Jesús que se opusieron tan ferozmente a sus palabras, no seáis como ellos si no queréis veros privados, por falta de fe, del don que el vino a traer de parte del Padre.

La incredulidad de los habitantes de Nazaret nos habla de que hay conocimientos que pueden convertirse fácilmente en un gran obstáculo para el verdadero conocimiento de una persona: prejuicios que dificultan el juicio acertado, conocimientos provisionales, parciales o imperfectos que acaban siendo una barrera para un conocimiento más completo. Eso sucede cuando al saber parcial se le da rango de saber total; y cuando uno cree saberlo todo de alguien no deja lugar para la sorpresa, ni para el aprendizaje.

El mismo Pablo, después de haber conocido a Cristo mucho mejor que aquellos que creían conocerle por ser su paisano, dice de su conocimiento que es inmaduro, como su predicación. Sólo cuando llegue la madurez, podrá conocer a Dios como él le conoce. Pero, hasta entonces, tendrá que reconocer con humildad y soportar su inmadurez. Sólo queda aspirar a los carismas mejores, esto es, los carismas sustentados (fecundados, alimentados, justificados) en el amor, porque es el amor lo que da valor a una acción, lo que hace de esa acción algo meritorio ante Dios; pues la obra más heroica, hecha sin amor, carece de valor. Oigamos a san Pablo: Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.

Luego lenguas, conocimiento, saber, fe, limosnas, entrega heroica…, sin amor, carecen de valor. ¿Qué tendrá esta realidad que confiere tanto valor a las cosas y sin la cual lo más grande se ve reducido a nada? ¿Qué es eso que estando presente hace de las cosas pequeñas grandes y estando ausente reduce las cosas más grandes a la pequeñez más insignificante? ¿Qué es el amor? Algo difícilmente definible; algo que sólo se puede describir, como hace el mismo Pablo: Amor es comprensión; pero no sólo eso; es también servicialidad; y sobre todo no es envidia, ni presunción, ni engreimiento, ni egoísmo, ni irritación, ni falsedad, ni provisionalidad… No es rencoroso, ni injusto; además es amigo de la verdad y carece de límites; el amor es desmesurado en el disculpar, en el creer, en el esperar, en el aguantar. El amor no pasa nunca; y si pasa es porque no lo hubo o porque no había alcanzado la madurez requerida para merecer tal nombre. El amor es lo más grande porque es lo que hace más grande, lo que más nos aproxima a Dios, que es amor.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis Gaudium – Francisco I

3. Ha llegado el momento en el que los estudios eclesiásticos reciban esa renovación sabia y valiente que se requiere para una transformación misionera de una Iglesia «en salida» desde ese rico patrimonio de profundización y orientación, que ha sido confrontado y enriquecido —por así decir— «sobre el terreno» del esfuerzo perseverante de la mediación cultural y social del Evangelio, que ha sido realizada a su vez por el Pueblo de Dios en los distintos continentes y en diálogo con las diversas culturas.

En efecto, la tarea urgente en nuestro tiempo consiste en que todo el Pueblo de Dios se prepare a emprender «con espíritu»[19] una nueva etapa de la evangelización. Esto requiere «un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma»[20]. Y, dentro de ese proceso, la renovación adecuada del sistema de los estudios eclesiásticos está llamada a jugar un papel estratégico. De hecho, estos estudios no deben sólo ofrecer lugares e itinerarios para la formación cualificada de los presbíteros, de las personas consagradas y de laicos comprometidos, sino que constituyen una especie de laboratorio cultural providencial, en el que la Iglesia se ejercita en la interpretación de la performance de la realidad que brota del acontecimiento de Jesucristo y que se alimenta de los dones de Sabiduría y de Ciencia, con los que el Espíritu Santo enriquece en diversas formas a todo el Pueblo de Dios: desde el sensus fidei fidelium hasta el magisterio de los Pastores, desde el carisma de los profetas hasta el de los doctores y teólogos.

Y esto tiene un valor indispensable para una Iglesia «en salida», puesto que hoy no vivimos sólo una época de cambios sino un verdadero cambio de época[21], que está marcado por una «crisis antropológica»[22] y «socio-ambiental»[23] de ámbito global, en la que encontramos cada día más «síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras»[24]. Se trata, en definitiva, de «cambiar el modelo de desarrollo global» y «redefinir el progreso»[25]: «El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos»[26].

Esta enorme e impostergable tarea requiere, en el ámbito cultural de la formación académica y de la investigación científica, el compromiso generoso y convergente que lleve hacia un cambio radical de paradigma, más aún —me atrevo a decir— hacia «una valiente revolución cultural»[27]. En este empeño, la red mundial de las Universidades y Facultades eclesiásticas está llamada a llevar la aportación decisiva de la levadura, de la sal y de la luz del Evangelio de Jesucristo y de la Tradición viva de la Iglesia, que está siempre abierta a nuevos escenarios y a nuevas propuestas.

Cada día es más evidente la «necesidad de una auténtica hermenéutica evangélica para comprender mejor la vida, el mundo, los hombres, no de una síntesis sino de una atmósfera espiritual de búsqueda y certeza basada en las verdades de razón y de fe. La filosofía y la teología permiten adquirir las convicciones que estructuran y fortalecen la inteligencia e iluminan la voluntad… pero todo esto es fecundo sólo si se hace con la mente abierta y de rodillas. El teólogo que se complace en su pensamiento completo y acabado es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento abierto, es decir, incompleto, siempre abierto al maiusde Dios y de la verdad, siempre en desarrollo, según la ley que san Vicente de Lerins describe así: “annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate” (Commonitorium primum, 23: PL 50,668)»[28].


[19] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, cap. 5.

[20] Ibíd., n. 30.

[21] Cf. Discurso al V Convenio nacional de la Iglesia italiana, Florencia, 10 de noviembre de 2015.

[22] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 55.

[23] Cf. Carta Encíclica Laudato si’, n. 139.

[24] Ibíd., n. 61.

[25] Cf. ibíd., n. 194.

[26] Ibíd., n. 53; cf. n. 105.

[27] Ibíd., 114.

[28] Discurso a la Comunidad de la Pontificia Universidad Gregoriana y a los miembros de los asociados Pontificio Instituto Bíblico y Pontificio Instituto Oriental, 10 de abril de 2014,: AAS 106 (2014), pág. 374.

Lectio Divina – 3 de febrero

Lectio: Domingo, 3 Febrero, 2019

Jesús une la Biblia con la vida
Jesús no agrada a la gente de Nazaret, y lo expulsan
Lucas 4,21-30

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura

a) Clave de lectura:

En este 4˚ Domingo del Tiempo Ordinario, la Liturgia nos pone delante el conflicto surgido entre Jesús y la gente de Nazaret. Sucedió un sábado, durante la celebración de la Palabra en la sala de la comunidad, tras la lectura que Jesús hizo de un texto del profeta Isaías. Jesús cita al profeta Isaías para presentar su plan de acción e, inmediatamente, añade un brevísimo comentario. En un primer momento, todos quedaron admirados y contentos. Pero, cuando se dieron cuenta del alcance y del significado del programa de Jesús respecto a sus vidas, se rebelan y quieren matarlo. Conflictos de este tipo se dan, incluso, hoy. Aceptamos al otro en la medida en que se comporta de acuerdo con nuestras ideas, pero, cuando el otro decide admitir en comunidad a personas que nosotros excluimos, surge el conflicto. Es lo que sucedió en Nazaret.
El Evangelio de este domingo comienza en el versículo 21, con un breve comentario de Jesús. Nos tomamos la libertad de incluir en el comentario los versículos precedentes, del 16 al 20. Esto nos permite tomar conciencia del texto de Isaías citado por Jesús y entender mejor el conflicto. Durante el curso de la lectura es bueno tener en cuenta dos cosas: “¿De qué modo actualiza Jesús el texto de Isaías? ¿Qué reacción produce entre la gente esta actualización del texto?”

b) Una división del texto para ayudar en la lectura del mismo:

Lucas 4,16: Jesús llega a Nazaret y participa en la reunión de la comunidad
Lucas 4,17-19: Jesús hace la lectura del Profeta Isaías
Lucas 4,20-21: Ante un público atento, Jesús une la Biblia con la vida de la gente
Lucas 4,22: Reacción contradictoria del público
Lucas 4,23-24: Jesús critica la reacción de la gente
Lucas 4,25-27: Iluminación bíblica por parte de Jesús, citando a Elías y a Eliseo
Lucas 4,28-30: Reacción furiosa por parte de la gente que quiere matar a Jesús

b) Texto:

Lucas 4,21-3016 Vino a Nazará, donde se había criado, entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. 17 Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito:
18 El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
19 y proclamar un año de gracia del Señor.
20 Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. 21 Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy.» 22 Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca.
Y decían: «¿Acaso no es éste el hijo de José?» 23 Él les dijo: «Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria.» 24 Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.»
25 «Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país; 26 y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. 27 Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio.»
28 Al oír estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira 29 y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle. 30 Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Qué punto del texto te ha gustado más y te ha llamado la atención mayormente? ¿Por qué?
b) ¿Qué día, en qué lugar, por medio de quién y cómo Jesús presenta su programa?
c) ¿Cuál es el contenido del programa de Jesús? ¿Quiénes son los excluidos que él desea acoger?
d) ¿Cómo actualiza Jesús el texto de Isaías?
e) ¿Cuáles son las reacciones de la gente? ¿Por qué?
f) ¿Será que el programa de Jesús es también nuestro programa? ¿Quiénes son los excluidos que hoy deberíamos acoger en nuestra comunidad?

5. Para aquéllos que quisieran profundizar mayormente este texto

a) Contexto de entonces para situar el texto:

En el antiguo Israel, la gran familia, o clan, o la comunidad, era la base de la convivencia social. La protección de la familia y de las personas era la garantía para poseer la tierra, el vehículo principal de la tradición y la defensa de la identidad de la gente. Era un modo concreto de encarnar el amor de Dios en el amor del prójimo. Defender el clan, la comunidad, era lo mismo que defender la Alianza con Dios.
En tiempo de Jesús, una doble esclavitud marcaba la vida de la gente y estaba contribuyendo a la desintegración del clan, de la comunidad: (i) la esclavitud de la política del gobierno de Herodes Antipa (4 aC a 39 dC) y (ii) la esclavitud de la religión oficial. A causa del sistema de explotación y de represión de la política de Herodes Antipa, política apoyada por el Imperio Romano, muchas personas no tenían morada fija, excluidas del resto y sin trabajo (Lc 14,21; Mt 20,3.5-6). El clan, la comunidad, estaba debilitada por ello. Las familias y las personas estaban sin ayuda, sin defensa. La religión oficial, mantenida por las autoridades religiosas de la época, en vez de reforzar la comunidad, de modo que pudiera acoger a los excluidos, aumentaba aún más esta esclavitud. La Ley de Dios se usaba para legitimar la exclusión y la marginación de muchas personas: mujeres, niños, samaritanos, extranjeros, leprosos, poseídos por el demonio, publícanos, enfermos, mutilados, parapléjicos. ¡Todo esto era lo contrario de la fraternidad que Dios soñó para todos! Así, ya fuera por la situación política y económica, como incluso por la ideología religiosa, todo conspiraba para debilitar la comunidad local e impedir la manifestación del Reino de Dios.
Jesús reacciona ante esta situación de su pueblo y presenta un programa para cambiar la situación. La experiencia que Jesús posee de Dios como Padre de amor, le da la posibilidad de valorar y de percibir lo que estaba equivocado en la vida de su pueblo.

b) Comentario del texto:

Lucas 4,16: Jesús llega a Nazaret y participa en la reunión de la comunidad
Impulsado por el Espíritu Santo, Jesús fue hasta Galilea y comienza a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios (Lc 4,14). Andando por los pueblos y enseñando en las sinagogas, llega a Nazaret. Vuelve a la comunidad en la que, de pequeño, había participado durante treinta años en las reuniones semanales. El sábado siguiente a su llegada, según la costumbre, Jesús fue a la sinagoga para participar en la celebración y se levanta para leer.

Lucas 4,17-19: Jesús lee un pasaje del Profeta Isaías
En aquel tiempo eran dos las lecturas en las celebraciones del sábado. La primera se tomaba de la Ley de Dios, del Pentateuco, y era fija. La segunda se tomaba de los libros históricos o profetas, y era elegida por el lector. El lector podía elegir. Jesús eligió el texto del profeta Isaías que presenta un resumen de la misión del Siervo de Dios, y que reflejaba la situación del pueblo de Galilea en tiempo de Jesús. En nombre de Dios, Jesús toma posición para defender la vida de su pueblo, asume como suya la misión del Siervo de Dios, y usando las palabras de Isaías, declara, delante de todos: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar año de gracia del Señor” (Is 61,1-2). Tomando de nuevo la antigua tradición de los profetas, proclama “un año de gracia del Señor”. Esta última expresión era lo mismo que proclamar un año jubilar. O sea, Jesús invita al pueblo de su ciudad a comenzar de nuevo, a rehacer la historia, desde las raíces (Dt 15,1-11; Lev 25,8-17).

Lucas 4,20-21: Ante un público atento, Jesús une la Biblia con la vida de la gente
Terminada la lectura, Jesús devuelve el libro al servidor y se sienta. Jesús no es aún el coordinador de la comunidad, es laico, y como tal, participa en la celebración, como todos los demás. Había estado ausente de la comunidad durante varias semanas, luego se había unido al movimiento de Juan Bautista y se había hecho bautizar por él en el Jordán (Lc 3,21-22). Además, transcurrió más de cuarenta días en el desierto reflexionando sobre su misión (Lc 4, 1-2). Aquel sábado, tras su vuelta a la comunidad, Jesús es invitado a leer. Todos están atentos y curiosos: “¿Qué dirá?” El comentario de Jesús es muy breve, más aún, brevísimo. Actualiza el texto, lo une a la vida de la gente, diciendo: “Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy”.

Lucas 4,22: Reacción contradictoria del público
Por parte de la gente la reacción es doble. En primer lugar, una actitud atenta de admiración y de aclamación. Luego, inmediatamente, una reacción de desconfianza. Dicen: “¿Acaso no es éste el hijo de José?” ¿Por qué están escandalizados? Jesús habla de acoger a los pobres, a los ciegos, a los prisioneros, a los oprimidos. Pero ellos no aceptan su propuesta. Y así, en el mismo momento en que Jesús presenta su proyecto: acoger a los excluidos, ¡él mismo es excluido!

Pero el motivo también es otro. Es importante notar los detalles en las citas que el Evangelio de Lucas hace del Antiguo Testamento. En el segundo domingo de Adviento, al comentar Lucas 3,4-6, Lucas presenta un cita más larga de Isaías para poder mostrar que las apertura a los paganos estaba ya prevista por los profetas. Aquí sucede algo semejante. Jesús cita el texto de Isaías hasta donde dice: «y proclamar año de gracia del Señor«, y corta el resto de la frase, que dice “y un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a todos los afligidos» (Is 62,2b). La gente de Nazaret contesta el hecho de que haya omitido la frase sobre la venganza contra los opresores del pueblo. Ellos querían que el Día de la venida del reino fuese un día de venganza contra los opresores del pueblo. Los afligidos habrían visto así restablecidos sus derechos. Pero en este caso, el advenimiento, la venida del Reino no habría traído una cambio real del sistema injusto. Jesús no acepta este modo de pensar, no acepta la venganza. Su experiencia de Dios, Padre, le ayudaba mejor a entender el significado exacto de las profecías. Su reacción, contraria a la de la gente de Nazaret, nos hace ver que la antigua imagen de Dios, como juez severo y vengativo, era más fuerte que la Buena Noticia de Dios, Padre amoroso que acoge a los excluidos.

Lucas 4,23-24: Jesús critica la reacción de la gente
Jesús interpreta la reacción de la gente y la considera una forma de envidia: “Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, ¡hazlo también aquí en tu patria!” Jesús era conocido en toda la Galilea (Lc 4,14) y a la gente de Nazaret no le gustaba el hecho de que Jesús, un hijo de su tierra, hiciera cosas buenas en la tierra de los otros y no en su propia tierra. Pero, la reacción tiene una causa más profunda. Incluso si Jesús hubiera hecho las mismas cosas que en Cafarnaún, la gente no habría creído en él. Ellos conocían a Jesús: “¿Quién es éste para enseñarnos? ¿No es el hijo de José?” (Lc 4,22). “¿No es él el carpintero?” (cfr Mc 6,3-4) Hasta hoy, tantas veces lo mismo: cuando un laico o una laica predican en la iglesia, muchos no aceptan, salen y dicen: “Él es como nosotros: ¡no sabe nada!” No pueden creer que Dios pueda hablar mediante personas más comunes. Marcos añade que Jesús quedó extrañado de la incredulidad de su pueblo (Mc 3,6).

Lucas 4,25-27: Iluminación bíblica por parte de Jesús, citando a Elías y a Eliseo
Para confirmar que su misión era verdaderamente la de acoger a los excluidos, Jesús se sirve de dos pasajes de la Biblia muy conocidos, la historia de Elías y la de Eliseo. Ambos ponen de relieve la cerrazón mental de la gente de Nazaret, y son una crítica de la misma. En tiempos de Elías eran muchas las viudas en Israel, pero Elías fue enviado a una vida extranjera de Sarepta (1 Re 17,7-16). En tiempos de Eliseo eran muchos los leprosos en Israel, más Eliseo fue enviado a ocuparse de un extranjero de Siria (2 Re 5,14). De nuevo, he aquí que aparece en todo esto la preocupación de Lucas que desea mostrar que la apertura hacia los paganos viene de Jesús mismo. Jesús tuvo las mismas dificultades que tenían las comunidades en tiempos de Lucas.

Lucas 4,28-30: Reacción furiosa por parte de la gente que quiere matar a Jesús
El uso de estos dos pasajes de la Biblia produce entre la gente todavía más rabia. La comunidad de Nazaret llega hasta el punto de querer matar a Jesús. Pero él mantiene la calma. La rabia de los otros no consigue desviarlo de su camino. Lucas indica cómo es difícil superar la mentalidad de privilegio y de cerrazón hacia los otros. Hoy sucede lo mismo. Muchos de nosotros, católicos, crecemos con la mentalidad que nos impulsa a creer que somos mejores que los otros y que para alcanzar la salvación deben ser como nosotros. Jesús no pensaba así.

c) Ampliando las informaciones:

El significado del año jubilar

En el año 2000, el Papa Juan Pablo II invitó a los católicos a celebrar el jubileo. La celebración de fechas importantes forman parte de la vida. Hace descubrir el entusiasmo del comienzo, lo reaviva. En la Biblia, “el Año Jubilar” era una ley importante. Al comienzo, cada siete años se decretaba que las tierras vendidas o hipotecadas volvieran al clan de sus orígenes. Cada uno debía poder volver a su propiedad. Así se impedía la formación de latifundios y a las familias se les garantizaba la supervivencia. Existía la obligación de vender la tierra, de rescatar a los esclavos y de perdonar las deudas (cf. Dt 15,1-18). No era fácil celebrar el año jubilar cada siete años (cf Jeremías 34,8-16). Después del exilio se comenzó a celebrar cada setenta veces siete años, es decir, cada cincuenta años (Lev 25,8-17). El objetivo del Año Jubilar era, y continua siendo: restablecer los derechos de los pobres, acoger a los excluidos y reintegrarlos en la convivencia. El jubileo era un instrumento legal para volver al sentido profundo de la Ley de Dios. Era una ocasión para revisar el camino recorrido, para descubrir y corregir errores y volver a comenzar todo de nuevo. Jesús comienza su predicación proclamando un nuevo jubileo, un “Año de Gracia de parte del Señor”.

6. Oración del Salmo 72 (71)

“¡Él librará al pobre que clama!”

Confía, oh Dios, tu juicio al rey,
al hijo de rey tu justicia:
que gobierne rectamente a tu pueblo,
a tus humildes con equidad.

Produzcan los montes abundancia,
justicia para el pueblo los collados.
Defenderá a los humildes del pueblo,
salvará a la gente pobre
y aplastará al opresor.
Durará tanto como el sol,
como la luna de edad en edad;
caerá como lluvia en los retoños,
como rocío que humedece la tierra.

Florecerá en sus días la justicia,
prosperidad hasta que no haya luna;
dominará de mar a mar,
desde el Río al confín de la tierra.

Ante él se doblará la Bestia,
sus enemigos morderán el polvo;
los reyes de Tarsis y las islas
traerán consigo tributo.
Los reyes de Sabá y de Seba
todos pagarán impuestos;
ante él se postrarán los reyes,
le servirán todas las naciones.

Pues librará al pobre suplicante,
al desdichado y al que nadie ampara;
se apiadará del débil y del pobre,
salvará la vida de los pobres.
La rescatará de la opresión y la violencia,
considerará su sangre valiosa;
que viva y le den el oro de Sabá.
Sin cesar rogarán por él,
todo el día lo bendecirán.

La tierra dará trigo abundante,
que ondeará en la cima de los montes;
sus frutos florecerán como el Líbano,
sus espigas como la hierba del campo.
¡Que su fama sea perpetua,
que dure tanto como el sol!
¡Que sirva de bendición a las naciones,
y todas lo proclamen dichoso!
¡Bendito Yahvé, Dios de Israel,
el único que hace maravillas!

¡Bendito su nombre glorioso por siempre,
la tierra toda se llene de su gloria!
¡Amén! ¡Amén!

7. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Domingo IV de Tiempo Ordinario

Este relato es la continuación y el desenlace del suceso de la sinagoga de Nazaret, que ya se empezó a recordar (Lc 4, 14-21) el domingo anterior. Jesús leyó el comienzo del capítulo 61 del profeta Isaías. Pero fue el mismo Jesús el que suprimió, en el versículo segundo, el final, que termina hablando de desquite de nuestro Dios. Los israelitas, oprimidos y humillados en Babilonia, querían y esperaban que Dios se desquitara (se vengara) de los opresores del pueblo. El nacionalismo lleva a la venganza y al odio, si se ve oprimido.

Pero Jesús no quería ni venganzas, ni desquites. Jesús no quiere «nacionalismos», que llevan inevitablemente a crear tensiones, divisiones y enfrentamientos. Así, no se arreglan las cosas. Ni con esos procedimientos se hace más soportable la vida. Ni con eso mejoran nuestras vidas. Ni la política es más digna. Ni la economía se fortalece.

Cuando la religión y la política nacionalista se funden y confunden, el resultado es el fanatismo intolerante y violento. Una violencia que antepone el nacionalismo fanático a lo más elemental de la religión, que es el respeto y el amor a los demás, sea cual sea su nacionalidad, su origen o sus creencias. Jesús no es patrimonio de ninguna cultura, raza o religión. Jesús es patrimonio de toda la humanidad por igual. Por esto es por lo que Jesús llegó a provocar, con los ejemplos que puso sobre las preferencias de Dios con los extranjeros, el conflicto violento, que llevó a los vecinos de Nazaret a intentar el asesinato de Jesús. No invoquemos argumentos de libertad, democracia o derecho, para imponer nuestros fanatismos (que los tenemos todos) a los que no piensan como nosotros.

José María Castillo

Ama y haz lo que quieras

En el año 2006, la “Escuela de escritores”, integrada por escritores hispanohablantes del mundo entero, invitó a los internautas a buscar la palabra más bonita del idioma español, y la palabra “amor” fue el término elegido. Más o menos todos tenemos una idea de qué es el amor, pero es una de esas realidades que damos por supuestas, y no caemos en la cuenta de todo su sentido y profundidad. Y sin embargo, el amor forma parte esencial de nuestra vida, y son muchas las cosas que hacemos o dejamos de hacer simplemente por amor.

En primer lugar, el amor es la base y la razón de nuestra existencia. Como escribió San Juan: Dios es amor (1Jn 4, 8), comunidad de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y por amor Dios creó el universo, por amor Dios creó a su imagen al hombre y a la mujer; por amor no dejó al ser humano abandonado a su suerte por el pecado, sino que convirtió la Historia humana en Historia de Salvación; por amor eligió a su pueblo, no por ser más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño (cfr. Dt. 7, 7); por amor permaneció fiel a su pueblo, a pesar de las múltiples infidelidades de éste; por amor el Hijo de Dios se hizo hombre y anunció el Evangelio, como hemos escuchado: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír; de palabra y obra, Jesús fue el rostro visible del amor de Dios, sobre todo hacia los humildes, los pecadores, los excluidos, los que no cuentan; por amor Jesús padeció, murió y resucitó para nuestra salvación; y como nos recuerda san Pablo, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5, 5).

El amor es la base y la razón de nuestra existencia, pero no cualquier “amor”, sino el amor de Dios, el Amor que es Dios y que se nos ha manifestado en Jesús. Y san Juan indica: si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. (1Jn 4, 11).

Ser conscientes de la presencia del amor de Dios en nosotros supone una llamada a hacer también del amor la base y la razón de nuestras acciones y decisiones. Así nos lo ha recordado san Pablo en la 2ª lectura, una Palabra de Dios que, de tanto escucharla sobre todo en las bodas, quizá no nos damos cuenta de lo que realmente nos está pidiendo.

Hacer del amor la base y la razón de nuestra vida no significa sólo “hacer cosas buenas”, porque ya podría yo hablar las lenguas… tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber… repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo… Todo eso, si no tengo amor, de nada me sirve.

Será verdad que el amor es la base y la razón de nuestras acciones y decisiones si en nuestros actos y en nuestra relación con los demás somos comprensivos, serviciales, no tenemos envida, no somos presumidos ni engreídos, ni maleducados ni egoístas; si no nos irritamos, si no llevamos cuentas del mal, si no nos alegramos de la injusticia sino que gozamos con la verdad. Si estamos dispuestos a disculpar sin límites, a creer sin límites, a esperar sin límites, a aguantar sin límites.

Estas cualidades son propias del verdadero amor porque reflejan el ser y actuar de Dios y su amor hacia nosotros. Por eso las debemos hacer presentes en los hechos y personas que conforman nuestra vida, aun a costa de no ser “profetas en nuestra tierra” como le ocurrió a Jesús, para que el “amor” no sea sólo una palabra bonita, sino una realidad que los otros pueden notar.

Para caer en la cuenta de cómo estamos viviendo el amor y desde el amor, pensemos en situaciones y personas concretas de nuestra vida cotidiana: ¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo lo estoy haciendo? ¿Están presentes en mis actos y sentimientos esas cualidades del verdadero amor?

El amor es más que una palabra bonita. Nuestra vida, nuestras acciones y decisiones, pueden tener el verdadero amor como base y razón porque como recordó el Papa Benedicto XVI: “Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos” (La alegría de la fe). Desde esa conciencia del amor de Dios en nuestra vida, tengamos presentes estas palabras de San Agustín: “Ama, y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; ten dentro la raíz del amor, de la cual no puede brotar sino el bien” (Comentario a la 1ª Carta de San Juan 7, 4p8).

Privados de espíritu evangélico

Sabemos que históricamente la oposición a Jesús se fue gestando poco a poco: el recelo de los escribas, la irritación de los maestros de la ley y el rechazo de los dirigentes del templo fueron creciendo hasta acabar en su ejecución en la cruz.

También lo sabe el evangelista Lucas. Pero, intencionadamente, forzando incluso su propio relato, habla del rechazo frontal a Jesús en la primera actuación pública que describe. Desde el principio han de tomar conciencia los lectores de que el rechazo es la primera reacción que encuentra Jesús entre los suyos al presentarse como Profeta.

Lo sucedido en Nazaret no es un hecho aislado. Algo que sucedió en el pasado. El rechazo a Jesús cuando se presenta como Profeta de los pobres, liberador de los oprimidos y perdonador de los pecadores, se puede ir produciendo entre los suyos a lo largo de los siglos.

A los seguidores de Jesús nos cuesta aceptar su dimensión profética. Olvidamos casi por completo algo que tiene su importancia. Dios no se ha encarnado en un sacerdote, consagrado a cuidar la religión del templo. Tampoco en un letrado ocupado en defender el orden establecido por la ley.

Se ha encarnado y revelado en un Profeta enviado por el Espíritu a anunciar a los pobres la Buena Noticia y a los oprimidos la liberación. Olvidamos que la religión cristiana no es una religión más, nacida para proporcionar a los seguidores de Jesús las creencias, ritos y preceptos adecuados para vivir su relación con Dios. Es una religión profética, impulsada por el Profeta Jesús para promover un mundo más humano, orientado hacia su salvación definitiva en Dios.

Los cristianos tenemos el riesgo de descuidar una y otra vez la dimensión profética que nos ha de animar a los seguidores de Jesús. A pesar de las grandes manifestaciones proféticas que se han ido dando en la historia cristiana, no deja de ser verdad lo que afirma el reconocido teólogo H. von Balthasar: A finales del siglo segundo «cae sobre el espíritu (profético) de la Iglesia una escarcha que no ha vuelto a quitarse del todo».

Hoy, de nuevo, preocupados por restaurar «lo religioso» frente a la secularización moderna, los cristianos corremos el peligro de caminar hacia el futuro privados de espíritu profético. Si es así, nos puede suceder lo que a los vecinos de Nazaret: Jesús se abrirá paso entre nosotros y «se alejará» para proseguir su camino. Nada le impedirá seguir su tarea liberadora. Otros, venidos de fuera, reconocerán su fuerza profética y acogerán su acción salvadora.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 3 de febrero

Un profeta positivo

      De entrada parece que todos los profetas lo son siempre de desgracias. Nos anuncian un futuro incierto y entre las sombras que vislumbran nos hablan de amenazas, cataclismos, guerras, epidemias y no sé cuantas otras cosas. Todas malas. Todas negativas. Sus palabras se convierten en amenazas que llegan hasta dentro y rompen la poquita armonía y paz que, quizá, habíamos conseguido establecer en nuestra vida. 

      Jesús, está claro, es un profeta. Pero no es de esos a lo que estamos acostumbrados. Es muy diferente. No hace ruido. No entra en nuestra vida con grandes gritos ni aspavientos. Apenas unas palabras sencillas. En el Evangelio, continuación del del domingo pasado, hace una de las homilías más breves de la historia. No hace más que recoger lo que ha leído en un texto del profeta Isaías y decir que todo eso se ha cumplido ya. Era un texto que hablaba de liberación para los oprimidos, de consolación para los afligidos, de salud para los enfermos, de libertad para todos. Era el anuncio de la buena nueva de Dios para todos. 

      En la segunda lectura, Pablo explica también el núcleo del mensaje de Jesús. Es un texto ya conocido pero que vale la pena volver a leerlo y releerlo. Muchas veces. Y llevarlo en la cartera. Y en la mente y en el corazón. Dice que la mejor forma de vivir en cristiano es amar. Ése es el carisma mejor. Explica lo que es amar. Es un amar como el de Jesús, que da la vida por todos, sin medida, sin condiciones. Es el mismo amor de Dios. Porque el cristiano está llamado a vivir el amor de Dios. Pablo explica lo que es y lo que no es el amor. Nos recuerda que sin ese amor nada tiene sentido. Podemos trabajar mucho, dar mucho dinero a los pobres, rezar horas y horas, ayudar en la parroquia y muchas otras cosas. Si todo eso se hace sin amor, no vale nada. Es pura pérdida de tiempo. 

      Ése es el centro del mensaje del profeta Jesús. Como se ve, no contiene amenazas sino una invitación a vivir en el amor. No habla de un futuro tenebroso sino de un presente lleno de luz y de sentido. En el amor descubrimos la presencia de Dios cerca de nosotros. En el amor se nos hace transparente que los que nos rodean son nuestros hermanos y hermanas, aunque a veces nos parezca que actúan como si no lo fueran. En el amor, la vida se nos hace más vivible y somos más felices. Lo curioso es que la reacción ante el mensaje de Jesús fue de total oposición. Si les hubiese amenazado con el diluvio final, posiblemente le hubiesen escuchado más. Pero el mensaje de Jesús descolocaba a sus oyentes, les invitaba demasiado a cambiar de vida. Nosotros somos hoy a la vez oyentes del mensaje de Jesús y portavoces para el mundo. Con nuestra vida demostraremos que vivir el amor abre un futuro mejor para la humanidad y para el mundo. 

Para la reflexión

      ¿Somos los cristianos profetas en nuestra sociedad? ¿Cuál es el contenido de nuestra profecía? ¿Qué mensaje ofrecemos con nuestra vida? ¿Y con nuestras palabras? ¿Cuál es el más valioso?

Fernando Torres, cmf