Vísperas – Lunes IV de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES IV TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Y dijo el Señor Dios en el principio:
«¡Que sea la luz!» Y fue la luz primera.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que exista el firmamento!»
Y el cielo abrió su bóveda perfecta.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que existan los océanos,
y emerjan los cimientos de la tierra!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Qué brote hierba verde,
y el campo dé semillas y cosechas!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que el cielo ilumine,
y nazca el sol, la luna y las estrellas.»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que bulla el mar de peces;
de pájaros, el aire del planeta!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Hagamos hoy al hombre,
a semejanza nuestra, a imagen nuestra!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y descansó el Señor el día séptimo.
y el hombre continúa su tarea.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

SALMO 135: HIMNO PASCUAL

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

SALMO 135

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación, se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 3, 12-13

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Llenos de confianza en Jesús, que no abandona nunca a los que se acogen a él, invoquémoslo, diciendo:

Escúchanos, Dios nuestro.

  • Señor Jesucristo, tú que eres nuestra luz, ilumina a tu Iglesia,
    — para que predique a los paganos el gran misterio que veneramos, manifestado en la carne.
  • Guarda a los sacerdotes y ministros de la Iglesia,
    — y haz que, después de predicar a los otros, sean hallados fieles, ellos también, en tu servicio.
  • Tú que, por tu sangre, diste la paz al mundo.
    — aparta de nosotros el pecado de discordia y el azote de la guerra.
  • Ayuda, Señor, a los que uniste con la gracia del matrimonio,
    — para que su unión sea efectivamente signo del misterio de la Iglesia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Concede, por tu misericordia, a todos los difuntos el perdón de sus faltas,
    — para que sean contados entre tus santos.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque atardece; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza; así, nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en las Escrituras y en la fracción del pan. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 4 de febrero

Lectio: Lunes, 4 Febrero, 2019

Tiempo ordinario

1) Oración inicial

Señor: concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda, también, a todos los hombres. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Marcos 5,1-20
Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con fuerte voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.» Es que él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.» Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos.» Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.» Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan junto a Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.» Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.

3) Reflexión

• En el Evangelio de hoy, vamos a meditar un largo texto sobre la expulsión de un demonio que se llamaba Legión y que oprimía y maltrataba a una persona. Hoy, hay mucha gente que se sirve de estos textos del evangelio sobre la expulsión de los demonios, para dar miedo a la gente. ¡Es una lástima! Marco hace lo contrario. Como veremos, Marcos asocia la acción del poder del mal a cuatro cosas: a) al cementerio, o lugar de los muertos. ¡La muerte que mata la vida! b) Al puerco, que era considerado un animal impuro. ¡La impureza que separa de Dios! c) al mar, que era visto como símbolo del caos de antes de la creación. El caos que destruye la naturaleza. d) A la palabra Legión, nombre de los ejércitos del imperio romano. El imperio que oprime y explora a la gente. Y ahora Jesús vence el poder del mal en estos cuatro puntos. La victoria de Jesús tiene un enorme alcance para las comunidades de los años setenta, época en la que Marcos escribe su evangelio. ¡Las comunidades vivían perseguidas por las legiones romanas, cuya ideología manipulaba las creencias populares relativas a los demonios para dar miedo a la gente y conseguir la sumisión!
El poder del mal oprime, maltrata y aliena a las personas. Los versos iniciales describen la situación de la gente antes de la llegada de Jesús. Marcos describe el comportamiento del endemoniado, y asocia el poder del mal al cementerio y a la muerte. Es un poder sin rumbo, amenazador, descontrolado y destructor, que da miedo a todos. Priva a la persona de conciencia, de autocontrol y de autonomía.
Ante la simple presencia de Jesús el poder del mal se desmorona y se desintegra. En la manera de describir el primer contacto entre Jesús y el hombre poseído, Marcos acentúa ¡la desproporción total! El poder, que antes parecía tan fuerte, se derrite y se derrumbe ante Jesús. El hombre se cae de rodillas, pide que no se le expulse de la región y entrega hasta su nombre Legión. A través de este nombre, Marcos asocia el poder del mal al poder político y militar del imperio romano que dominaba el mundo a través de sus Legiones.
El poder del mal es impuro y no tiene autonomía ni consistencia. El demonio no tiene poder sobre sus propios movimientos. Sólo consigue ir dentro de los puercos con el permiso de Jesús. Una vez dentro de los puercos, éstos se precipitan a la mar. ¡Eran 2000 puercos! Según la opinión de la gente, el puerco era símbolo de impureza que impedía al ser humano relacionarse con Dios y sentirse acogido por El. El mar era símbolo del caos que existía antes de la creación y que, según la creencia de la época, amenazaba la vida. Este episodio de los cerdos que se precipitaban al mar es extraño y difícil de entender. Pero el mensaje es muy claro: ante Jesús, el poder del mal no tiene autonomía ni consistencia. ¡Quien cree en Jesús ya venció el poder del mal y no precisa tener miedo!
La reacción de la gente del lugar. Alertada por los porqueros que se ocupaban de los puercos, la gente del lugar acudió y vio al hombre libre del poder del mal “en su sano juicio”. ¡Pero entraron en los puercos! Por esto piden a Jesús que se aleje. Para ellos, los puercos son más importantes que el ser humano que acababa de recobrar su sano juicio. Lo mismo ocurre hoy: el sistema neoliberal se interesa muy poco en las personas. ¡Lo que importa es el lucro!
Anunciar la Buena Nueva es anunciar “¡lo que el Señor ha hecho para ti!” El hombre liberado quiere “seguir a Jesús”, pero Jesús le dice: “Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.” Esta frase de Jesús, Marcos la dirige a las comunidades y a todos nosotros. Para la mayoría de nosotros “seguir a Jesús” significa: “¡Ve a tu casa y anuncia a los tuyos lo que el Señor te hizo!”

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuál es el punto de este texto que más te ha gustado o que más te ha llamado la atención? ¿Por qué?
• El hombre curado quiere seguir a Jesús. Pero tiene que quedarse en casa y contar a todo el mundo lo que Jesús le hizo. ¿Té cuentas a los demás lo que el Señor hizo y hace por ti?

5) Oración final

¡Qué grande es tu bondad, Yahvé!
La reservas para tus adeptos,
se la das a los que a ti se acogen
a la vista de todos los hombres. (Sal 31,20)

Lectio: 

Lunes, 4 Febrero, 2019

Tiempo ordinario

1) Oración inicial

Señor: concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda, también, a todos los hombres. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Marcos 5,1-20
Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con fuerte voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.» Es que él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.» Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos.» Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.» Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan junto a Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.» Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.

3) Reflexión

• En el Evangelio de hoy, vamos a meditar un largo texto sobre la expulsión de un demonio que se llamaba Legión y que oprimía y maltrataba a una persona. Hoy, hay mucha gente que se sirve de estos textos del evangelio sobre la expulsión de los demonios, para dar miedo a la gente. ¡Es una lástima! Marco hace lo contrario. Como veremos, Marcos asocia la acción del poder del mal a cuatro cosas: a) al cementerio, o lugar de los muertos. ¡La muerte que mata la vida! b) Al puerco, que era considerado un animal impuro. ¡La impureza que separa de Dios! c) al mar, que era visto como símbolo del caos de antes de la creación. El caos que destruye la naturaleza. d) A la palabra Legión, nombre de los ejércitos del imperio romano. El imperio que oprime y explora a la gente. Y ahora Jesús vence el poder del mal en estos cuatro puntos. La victoria de Jesús tiene un enorme alcance para las comunidades de los años setenta, época en la que Marcos escribe su evangelio. ¡Las comunidades vivían perseguidas por las legiones romanas, cuya ideología manipulaba las creencias populares relativas a los demonios para dar miedo a la gente y conseguir la sumisión!
El poder del mal oprime, maltrata y aliena a las personas. Los versos iniciales describen la situación de la gente antes de la llegada de Jesús. Marcos describe el comportamiento del endemoniado, y asocia el poder del mal al cementerio y a la muerte. Es un poder sin rumbo, amenazador, descontrolado y destructor, que da miedo a todos. Priva a la persona de conciencia, de autocontrol y de autonomía.
Ante la simple presencia de Jesús el poder del mal se desmorona y se desintegra. En la manera de describir el primer contacto entre Jesús y el hombre poseído, Marcos acentúa ¡la desproporción total! El poder, que antes parecía tan fuerte, se derrite y se derrumbe ante Jesús. El hombre se cae de rodillas, pide que no se le expulse de la región y entrega hasta su nombre Legión. A través de este nombre, Marcos asocia el poder del mal al poder político y militar del imperio romano que dominaba el mundo a través de sus Legiones.
El poder del mal es impuro y no tiene autonomía ni consistencia. El demonio no tiene poder sobre sus propios movimientos. Sólo consigue ir dentro de los puercos con el permiso de Jesús. Una vez dentro de los puercos, éstos se precipitan a la mar. ¡Eran 2000 puercos! Según la opinión de la gente, el puerco era símbolo de impureza que impedía al ser humano relacionarse con Dios y sentirse acogido por El. El mar era símbolo del caos que existía antes de la creación y que, según la creencia de la época, amenazaba la vida. Este episodio de los cerdos que se precipitaban al mar es extraño y difícil de entender. Pero el mensaje es muy claro: ante Jesús, el poder del mal no tiene autonomía ni consistencia. ¡Quien cree en Jesús ya venció el poder del mal y no precisa tener miedo!
La reacción de la gente del lugar. Alertada por los porqueros que se ocupaban de los puercos, la gente del lugar acudió y vio al hombre libre del poder del mal “en su sano juicio”. ¡Pero entraron en los puercos! Por esto piden a Jesús que se aleje. Para ellos, los puercos son más importantes que el ser humano que acababa de recobrar su sano juicio. Lo mismo ocurre hoy: el sistema neoliberal se interesa muy poco en las personas. ¡Lo que importa es el lucro!
Anunciar la Buena Nueva es anunciar “¡lo que el Señor ha hecho para ti!” El hombre liberado quiere “seguir a Jesús”, pero Jesús le dice: “Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.” Esta frase de Jesús, Marcos la dirige a las comunidades y a todos nosotros. Para la mayoría de nosotros “seguir a Jesús” significa: “¡Ve a tu casa y anuncia a los tuyos lo que el Señor te hizo!”

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuál es el punto de este texto que más te ha gustado o que más te ha llamado la atención? ¿Por qué?
• El hombre curado quiere seguir a Jesús. Pero tiene que quedarse en casa y contar a todo el mundo lo que Jesús le hizo. ¿Té cuentas a los demás lo que el Señor hizo y hace por ti?

5) Oración final

¡Qué grande es tu bondad, Yahvé!
La reservas para tus adeptos,
se la das a los que a ti se acogen
a la vista de todos los hombres. (Sal 31,20)

Sugerencias prácticas – Domingo V de Tiempo Ordinario

1. La liturgia meditada a lo largo de la semana.

A lo largo de la semana anterior a este domingo, procura meditar la Palabra de Dios que se nos ofrece. Medítala personalmente, una lectura cada día, por ejemplo. Elige un día de la semana para la meditación comunitaria de la Palabra: en un grupo de la parroquia, en un grupo de padres, en un grupo de un movimiento eclesial, en una comunidad religiosa.

2. De la Palabra a la Eucaristía.

Las palabras del Santo proceden de la primera lectura de este domingo. Si el Santo programado para este día tuviera un estribillo, este último podría ser utilizado como antífona del salmo responsorial. Será un modo sencillo de valorar la ligación entre las dos mesas, la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía.

3. Oración en la lectio divina.

En la meditación de la Palabra de Dios (lectio divina), se puede prolongar la acogida de las lecturas con una oración.

Al terminar la primera lectura: “Dios Altísimo, Rey y Señor del universo, nos unimos a la inmensa multitud celeste de tus criaturas para aclamarte: ¡Santo, Santo, Santo, Señor Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria! Padre, que tanto deseas estar cercano a nosotros y que te conozcamos, te pedimos: envía mensajeros por el mundo, que tu Nombre sea santificado en toda la tierra”.

Después de la segunda lectura: “Padre, te damos gracias por la Buena Nueva de Jesús resucitado, Él que fue manifestado a los Apóstoles y revelado a todos aquellos que te buscan con fe. Bendito seas por el testimonio apostólico transmitido de generación en generación. Jesús, Hijo de Dios vivo, sálvanos por tu resurrección, acoge a todos nuestros hermanos difuntos en tu comunión, en la luz de tu Pascua eterna”.

Al finalizar el Evangelio: “Jesús, Maestro y Señor, bendito seas por las llamadas que nos diriges en cada día, invitándonos a seguirte. Maestro, te confiamos nuestros desánimos, porque también nosotros sufrimos para avanzar por tu camino. Pero tu Palabra es como el soplo del Espíritu, y así retomaremos el camino”.

4. Oración Eucarística.

Se puede escoger la Oración Eucarística I, que recuerda el nombre de los apóstoles de los que se habla en el Evangelio y en la Carta de Pablo. Las palabras “que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo” evocan, en cierto modo, el clima de la primera lectura.

5. Palabra para el camino.

La últimas palabra del sacerdote en la misa son palabras de paz: “¡Id en paz y que el Señor os acompañe!”

Somos enviados en medio de los hombres, nuestros hermanos, como Isaías, como Simón, como Pablo…

Y, como ellos, no nos sentimos dignos de cumplir la misión que Dios nos confía en cada Eucaristía.

Pero, como a Isaías, a Simón, a Pablo, se nos dice a cada uno una palabra fuerte: “No tengas miedo…”

Vayamos, como Pablo… sabiendo que “!no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo!”

Comentario 4 de febrero

El relato de Marcos nos cuenta la curación de un hombre poseído por el demonio, porque también se puede hablar de enfermedad en relación con la posesión diabólica y del exorcismo como curación. En su relato, el evangelista nos ofrece todo lujo de detalles, como recreándose en la descripción del hábitat en que se produce el exorcismo. Se trata de un endemoniado que les sale al encuentro apenas desembarcados en la región de los gerasenos. Vivía en el cementerio, en medio de las tumbas. Se comportaba como un loco peligroso, a quien había que sujetar con cepos y cadenas, pero su fuerza desenfrenada era superior a las cadenas con las que pretendían controlarlo. Se pasaba los días y las noches gritando e hiriéndose con piedras. Un personaje así sólo podía infundir temor y lástima, porque su situación era realmente lastimosa.

El endemoniado, nada más ver a Jesús, lo reconoce y hace ante él un curioso acto de fe y de adoración, como admitiendo su autoridad. Al tiempo que se postra ante él, grita: ¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes. Resulta curioso ver al demonio reconociendo en Jesús al Hijo del Altísimo e invocando a Dios, pues quien habla por boca del endemoniado es el mismo demonio que lo posee. En efecto, nada tenía que ver con el posesor, pero sí con el poseído que, al fin y al cabo, era una víctima del diablo y, por lo mismo, objeto de la misericordia divina.

Jesús había iniciado ya, interiormente, el proceso de liberación de ese hombre injustamente dominado por el espíritu del mal, pues le está ordenando: Espíritu inmundo, sal de ese hombre. Era un mandato de expulsión de un territorio ilegítimamente ocupado por el demonio. Y este decreto constituía un tormento para el que estaba sólida y confortablemente establecido en ese lugar. A la pregunta por su identidad, el demonio responde por boca del endemoniado: Me llamo Legión, porque somos muchos. Y le rogaba con insistencia que no les expulsara de la comarca.

Jesús aparece siempre investido de un poder capaz de someter a otros poderes como el de la naturaleza (calma de la tempestad), el de la enfermedad, el de la muerte y hasta el de los mismos demonios. De ahí los ruegos de estos para no ser expulsados. El exorcista parece acoger parcialmente tales ruegos, pues les permite meterse en los cerdos; pero semejante ocupación no les resultó demasiado útil, ya que los cerdos se abalanzaron acantilado abajo y se ahogaron. Aquel incidente asustó a los porquerizos y provocó la alarma de los paisanos del lugar. No es extraño que le rogaran que se marchase del país a pesar de ver ahora al poseído sentado, vestido y en su juicio, es decir, liberado de la insana posesión que le tenía enajenado. Cuanto éste, probablemente agradecido por el beneficio con el que había sido agraciado, le pide a Jesús, su benefactor, que le admita en su compañía, es rechazado o, para decirlo en términos más suaves, no es admitido.

Sólo son admitidos a esta compañía los que han sido llamados. Aquí no caben los intrusos. Y esa llamada depende siempre del que llama en su seguimiento. Es probable que aquel liberado del demonio se sintiera vocacionado a seguir a Jesús, pero esto era una falsa impresión. En realidad, Jesús no le llamaba a estar con él para enviarlo en su momento al mundo como apóstol. No obstante, le encomienda otra misión, también apostólica: Vete a tu casa –le dice- con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia. Aquel hombre así lo hizo y su proclamación provocó la admiración de todos los que lo oían. Y ya sabemos que la admiración es la antesala de la fe o de la adhesión.

Todo cristiano, también liberado del domino del demonio, está en condiciones de anunciar en su casa, entre los suyos, lo que el Señor en su gran misericordia ha hecho con él. Bastará este anuncio hecho con sinceridad para despertar la admiración de muchos y provocar la fe de otros muchos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis Gaudium – Francisco I

4. En este horizonte amplio e inédito que se abre ante nosotros, ¿cuáles deben ser los criterios fundamentales con vistas a una renovación y a un relanzamiento de la aportación de los estudios eclesiásticos a una Iglesia en salida misionera? Podemos enunciar aquí al menos cuatro, siguiendo la enseñanza del Vaticano II y la experiencia que la Iglesia ha adquirido en estos decenios de aprendizaje, escuchando al Espíritu Santo y las necesidades más profundas y los interrogantes más agudos de la familia humana.

a) En primer lugar, el criterio prioritario y permanente es la contemplación y la introducción espiritual, intelectual y existencial en el corazón del kerygma, es decir, la siempre nueva y fascinante buena noticia del Evangelio de Jesús[29], «que se va haciendo carne cada vez más y mejor»[30] en la vida de la Iglesia y de la humanidad. Este es el misterio de la salvación del que la Iglesia es en Cristo signo e instrumento en medio de los hombres[31]: «Un misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador, lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión institucional […] que tiene su fundamento último en la libre y gratuita iniciativa de Dios»[32].

Desde esta concentración vital y gozosa del rostro de Dios, que ha sido revelado como Padre rico de misericordia en Jesucristo (cf. Ef 2,4)[33], desciende la experiencia liberadora y responsable que consiste en la «mística de vivir juntos»[34] como Iglesia, que se hace levadura de aquella fraternidad universal «que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno»[35]. De ahí que el imperativo de escuchar en el corazón y de hacer resonar en la mente el grito de los pobres y de la tierra[36], concretice la «dimensión social de la evangelización»[37], como parte integral de la misión de la Iglesia; porque «Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres»[38]. Es cierto que «la belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha»[39]. Esta opción debe impregnar la presentación y la profundización de la verdad cristiana.

De aquí que, en la formación de una cultura cristianamente inspirada, el acento principal esté en descubrir la huella trinitaria en la creación, pues hace que el cosmos en el que vivimos sea «una trama de relaciones», y en el que «es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa», favoreciendo «una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad»[40].

b) Un segundo criterio inspirador, que está íntimamente relacionado con el anterior y que es fruto de ese, es el diálogo a todos los niveles, no como una mera actitud táctica, sino como una exigencia intrínseca para experimentar comunitariamente la alegría de la Verdad y para profundizar su significado y sus implicaciones prácticas. El Evangelio y la doctrina de la Iglesia están llamados hoy a promover una verdadera cultura del encuentro[41], en una sinergia generosa y abierta hacia todas las instancias positivas que hacen crecer la conciencia humana universal; es más, una cultura —podríamos afirmar— del encuentro entre todas las culturas auténticas y vitales, gracias al intercambio recíproco de sus propios dones en el espacio de luz que ha sido abierto por el amor de Dios para todas sus criaturas.

Como subrayó el Papa Benedicto XVI, «la verdad es “lógos” que crea “diá-logos” y, por tanto, comunicación y comunión»[42]. En esta luz, la Sapientia christiana, remitiéndose a la Gaudium et spes, deseaba que se favoreciera el diálogo con los cristianos pertenecientes a otras Iglesias y comunidades eclesiales, así como con los que tienen otras convicciones religiosas o humanísticas, y que también se mantuviera una relación «con los que cultivan otras disciplinas, creyentes o no creyentes», tratando de «valorar e interpretar sus afirmaciones y juzgarlas a la luz de la verdad revelada»[43].

De esto deriva que se revise, desde esta óptica y desde este espíritu, la conveniencia necesaria y urgente de la composición y la metodología dinámica del currículo de estudios que ha sido propuesto por el sistema de los estudios eclesiásticos, en su fundamento teológico, en sus principios inspiradores y en sus diversos niveles de articulación disciplinar, pedagógica y didáctica. Esta conveniencia se concreta en un compromiso exigente pero altamente productivo: repensar y actualizar la intencionalidad y la organización de las disciplinas y las enseñanzas impartidas en los estudios eclesiásticos con esta lógica concreta y según esta intencionalidad específica. Hoy, en efecto, «se impone una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que suscite los valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas»[44].

c) De aquí el tercer criterio fundamental que quiero recordar: la inter- y la trans-disciplinariedad ejercidas con sabiduría y creatividad a la luz de la Revelación. El principio vital e intelectual de la unidad del saber en la diversidad y en el respeto de sus expresiones múltiples, conexas y convergentes es lo que califica la propuesta académica, formativa y de investigación del sistema de los estudios eclesiásticos, ya sea en cuanto al contenido como en el método.

Se trata de ofrecer, a través de los distintos itinerarios propuestos por los estudios eclesiásticos, una pluralidad de saberes que correspondan a la riqueza multiforme de lo verdadero, a la luz proveniente del acontecimiento de la Revelación, que sea al mismo tiempo recogida armónica y dinámicamente en la unidad de su fuente trascendente y de su intencionalidad histórica y metahistórica, desplegada escatológicamente en Cristo Jesús: «En Él —escribe el apóstol Pablo—, están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col 2,3). Este principio teológico y antropológico, existencial y epistémico, tiene un significado especial y está llamado a mostrar toda su eficacia no sólo dentro del sistema de los estudios eclesiásticos, garantizándole cohesión y flexibilidad, organicidad y dinamismo, sino también en relación con el panorama actual, fragmentado y no pocas veces desintegrado, de los estudios universitarios y con el pluralismo ambiguo, conflictivo o relativista de las convicciones y de las opciones culturales.

Hoy —como afirmó Benedicto XVI en la Caritas in veritate, profundizando el mensaje cultural de la Populorum progressio de Pablo VI— hay «una falta de sabiduría, de reflexión, de pensamiento capaz de elaborar una síntesis orientadora»[45]. Aquí está en juego, en concreto, la misión que se le ha confiado al sistema de estudios eclesiásticos. Esta orientadora y precisa hoja de ruta no sólo expresa el significado intrínseco de verdades del sistema de los estudios eclesiásticos, sino que también resalta, sobre todo hoy, su efectiva importancia humana y cultural. En este sentido, es sin duda positivo y prometedor el redescubrimiento actual del principio de la interdisciplinariedad[46]: No sólo en su forma «débil», de simple multidisciplinariedad, como planteamiento que favorece una mejor comprensión de un objeto de estudio, contemplándolo desde varios puntos de vista; sino también en su forma «fuerte», de transdisciplinariedad, como ubicación y maduración de todo el saber en el espacio de Luz y de Vida ofrecido por la Sabiduría que brota de la Revelación de Dios.

De tal manera que, quien se forme en el marco de las instituciones promovidas por el sistema de los estudios eclesiásticos —como deseaba el beato J. H. Newman— sepa «dónde colocar a sí mismo y la propia ciencia, a la que llega, por así decirlo, desde una cumbre, después de haber tenido una visión global de todo el saber»[47]. También el beato Antonio Rosmini, entorno al año 1800, invitaba a una reforma seria en el ámbito de la educación cristiana, restableciendo los cuatro firmes pilares sobre los que se apoyaba durante los primeros siglos de la era cristiana: «La unicidad de la ciencia, la comunicación de santidad, la costumbre de vida, la reciprocidad de amor». Lo esencial —sostenía él— es devolver la unidad de contenido, de perspectiva, de objetivo, a la ciencia que se imparte desde la Palabra de Dios y desde su culmen en Cristo Jesús, Verbo de Dios hecho carne. Si no existe este centro vivo, la ciencia no tiene «ni raíz ni unidad» y sigue siendo simplemente «atacada y, por así decir, entregada a la memoria juvenil». Sólo de este modo será posible superar la «nefasta separación entre teoría y práctica», porque en la unidad entre ciencia y santidad «consiste propiamente la índole verdadera de la doctrina destinada a salvar el mundo», cuyo «adiestramiento [en los tiempos antiguos] no terminaba en una breve lección diaria, sino que consistía en una continua conversación que tenían los discípulos con los maestros»[48].

d) Un cuarto y último criterio se refiere a la necesidad urgente de «crear redes» entre las distintas instituciones que, en cualquier parte del mundo, cultiven y promuevan los estudios eclesiásticos, y activar con decisión las oportunas sinergias también con las instituciones académicas de los distintos países y con las que se inspiran en las diferentes tradiciones culturales y religiosas; al mismo tiempo, establecer centros especializados de investigación que promuevan el estudio de los problemas de alcance histórico que repercuten en la humanidad de hoy, y propongan pistas de resolución apropiadas y objetivas.

Como señalé en la Laudato si’, «desde mediados del siglo pasado, y superando muchas dificultades, se ha ido afirmando la tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de todos»[49]. La toma de conciencia de esta interdependencia «nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común»[50]. La Iglesia, en particular —en sintonía convencida y profética con el impulso que le ha dado el Vaticano II hacia su presencia renovada y su misión en la historia—, está llamada a experimentar cómo la catolicidad, que la califica como fermento de unidad en la diversidad y de comunión en la libertad, exige para sí misma y propicia «esa polaridad tensional entre lo particular y lo universal, entre lo uno y lo múltiple, entre lo simple y lo complejo. Aniquilar esta tensión va contra la vida del Espíritu»[51]. Se trata, pues, de practicar una forma de conocimiento y de interpretación de la realidad a la luz del «pensamiento de Cristo» (cf. 1 Co 2,16), en el que el modelo de referencia y de resolución de problemas «no es la esfera […] donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros», sino «el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad»[52].

En realidad, «como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que, “permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado”[53]. En los diferentes pueblos que experimentan el don de Dios según la propia cultura, la Iglesia manifiesta su genuina catolicidad y muestra “la belleza de este rostro pluriforme”[54]. En las manifestaciones cristianas de un pueblo evangelizado, el Espíritu Santo embellece a la Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo rostro»[55].

Esta perspectiva —evidentemente— traza una tarea exigente para la Teología, así como para las demás disciplinas contempladas en los estudios eclesiásticos según sus específicas competencias. Benedicto XVI, refiriéndose con una bella imagen a la Tradición de la Iglesia, afirmó que «no es transmisión de cosas o de palabras, una colección de cosas muertas. La Tradición es el río vivo que se remonta a los orígenes, el río vivo en el que los orígenes están siempre presentes»[56]. «Este río va regando diversas tierras, va alimentando diversas geografías, haciendo germinar lo mejor de esa tierra, lo mejor de esa cultura. De esta manera, el Evangelio se sigue encarnando en todos los rincones del mundo de manera siempre nueva»[57]. No hay duda de que la Teología debe estar enraizada y basada en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva, pero precisamente por eso debe acompañar simultáneamente los procesos culturales y sociales, de modo particular las transiciones difíciles. Es más, «en este tiempo, la teología también debe hacerse cargo de los conflictos: no sólo de los que experimentamos dentro de la Iglesia, sino también de los que afectan a todo el mundo»[58]. Se trata de «aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso», adquiriendo «un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna»[59].


[30] Ibíd., n. 165.

[31] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 1.

[32] Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 111.

[33] Cf. Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Misericordiae Vultus (11 abril 2015).

[34] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, nn. 87 y 272.

[35] Ibíd., n. 92.

[36] Cf. Carta encíclica Laudato si’, n. 49.

[37] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, cap. 4.

[38] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 52; cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 178.

[39] Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 195.

[40] Cf. Carta Encíclica Laudato si’, n. 240.

[41] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 239.

[42] Carta Encíclica Caritas in veritate, n. 4.

[43] Proemio, III; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 62.

[44] Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 74.

[45] n. 31.

[46] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 134.

[47] L’Idea di Università, Vita e Pensiero, Milano (1976), pág. 201.

[48] Cf. Delle cinque piaghe della Santa Chiesa, en Opere di Antonio Rosmini, vol. 56, ed. Ciudad Nueva, Roma (19982), cap. II, Passim.

[49] Laudato si’, n. 164.

[50] Ibíd.

[51] Videomensaje al Congreso Internacional de Teología organizado por la Pontificia Universidad Católica Argentina «Santa María de los Buenos Aires», 1-3 de septiembre de 2015.

[52] Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 236.

[53] Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio ineunte, 6 de enero de 2001, n. 40.

[54] Ibíd.

[55] Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 116.

[56] Catequesis, 26 de abril de 2006.

[57] Videomensaje al Congreso Internacional de Teología organizado por la Pontificia Universidad Católica Argentina «Santa María de los Buenos Aires», 1-3 de septiembre de 2015, en referencia a la Evangelii gaudium, n. 115.

[58] Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el Centenario de la Facultad de Teología, 3 de marzo de 2015.

[59] Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, nn. 227-228.

Homilía – Domingo V de Tiempo Ordinario

DEL ENCUENTRO A LA MISIÓN

CONTEXTO ECLESIAL

Para comprender el sentido y el mensaje de este relato simbólico es necesario situarse en la perspectiva del evangelista Lucas y su intención al ofrecerlo. Cuando escribe este pasaje está pensando, sin lugar a duda, en la gran pesca de la Iglesia primitiva: aceptando el anuncio de Pedro, Pablo y demás mensajeros, son muchos, sobre todo paganos, los que se han integrado en las comunidades eclesiales; son las «redes repletas», las «barcas a punto de hundirse» a que alude el relato. Pero no se rompe la unidad de la Iglesia a pesar del número de miembros que la componen y de la diversidad de sus culturas. Y esto a pesar de que las aguas parecían estériles y de la experiencia negativa de la noche inútil.

Estamos, pues, ante un relato vocacional, escrito a la luz de la Pascua y en cuyo trasfondo están los relatos vocacionales de los profetas, en los cuales siempre se destaca un encuentro deslumbrador con Dios. El encuentro es siempre un envío. Junto con el envío ofrece la garantía de su presencia confortadora durante la misión («no temas»).- Por eso, a pesar de parecer una misión imposible (aguas infecundas), resulta una «pesca milagrosa», porque se han echado las redes «en nombre» del Señor.

En el relato, y por razones literarias, primero está la pesca y después la vocación y el seguimiento; en el orden real, sabemos que fue al revés: primero fue la vocación, el envío, y después la cosecha apostólica. Lucas termina diciendo: «Ellos, dejándolo todo, le siguieron». Es la respuesta fiel a la llamada.

No hemos de olvidar que estamos ante un relato simbólico. Jesús, como buen pedagogo, partió de la realidad humana de los apóstoles galileos, casi todos ellos pescadores o que conocían bien el trabajo de la pesca. Vertió sus ideas y mensajes en los moldes de la cultura popular de su época. Pero

esto no significa que hayamos de apurar el símbolo hasta encontrar en sus mínimos detalles pautas de conducta. El símbolo sólo es válido en la medida en que responde al mensaje que se quiere comunicar con él. ¿Quién no cae en la cuenta de lo peligroso que es llevar a sus últimas consecuencias el paralelismo del rebaño y el pastor? Ni los cristianos somos pescadores ni los no-cristianos son peces; de la misma forma que los sacerdotes no son pastores ni los cristianos ovejas. Como señalé a propósito de la imagen neotestamentaria de Jesús, el Buen Pastor, es preciso tener presentes otras imágenes, símbolos y parábolas para entender en su integridad el Evangelio. Se completan entre sí. Ni siquiera la suma de todas ellas es capaz de contener todo lo que quiso decir Jesús.

 

LA FE ES UN COMPROMISO MISIONERO

Los cristianos, tradicionalmente, entendían este relato como referido a la jerarquía eclesial y a los llamados ministerialmente a la evangelización. Pero no es así. En este caso, Pedro y sus compañeros no encarnan sólo a los guías de la Iglesia sino a todo el pueblo de Dios que asume, por envío de Jesús, la tarea de continuar su misión evangelizadora.

Tenemos, entre otros muchos testimonios conciliares y eclesiales, el de Pablo VI en su valiosa y valorada exhortación apostólica Evangelización del mundo contemporáneo (EN 13). La orden dada a los Doce: «Id y proclamad la Buena Noticia» vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Todo encuentro con el Señor comporta un envío. Lo pone de manifiesto el Señor con sus discípulos, a los que llama para enviarles. Sus encuentros pospascuales son envíos. Es lo que ocurrió con las vocaciones proféticas y con

Pablo. Éste expresa la corresponsabilidad con la atrevida alegoría del cuerpo humano. No se entiende ningún miembro pasivo u ocioso. Cada uno tiene su misión para bien del cuerpo. Lo mismo ocurre con los miembros de la comunidad. Cada uno tiene su carisma para el servicio de la comunidad y para su misión entre los hombres.

Desgraciadamente, la praxis está muy lejos de esta exigencia de la fe. Sabemos que uno de los grandes males endémicos de la Iglesia en los últimos siglos ha sido precisamente su división en una pequeña clase activa que asumió toda la responsabilidad, la jerarquía, y una inmensa y mayoritaria clase pasiva que se contentó con recibir el bautismo y vivir cumpliendo de alguna manera con una tradición cristiana. Nuestras comunidades todavía se resienten del clericalismo de unos y de la inoperancia de otros. La mayoría de los cristianos se siente Iglesia solamente por referencia a la jerarquía sacerdotal. Baste el detalle de que cuando decimos la palabra «Iglesia», automáticamente pensamos en los obispos y sacerdotes.

Si esto sucede en el plano universal, exactamente lo mismo sucede con las comunidades parroquiales. En ellas, unos son los padres, que piensan y deciden por todos, y otros los hijos pequeños, que maman del pecho de mamá y esperan las órdenes de papá. Unos han pecado de absorbentes y otros de pasivos. Hoy urge salir de este círculo vicioso. Al fin y al cabo, el que dirige la pesca es Jesucristo y actuamos en su nombre.

CONDICIONES PARA LA MISIÓN

«Sois pescadores de hombres», nos dice también el Señor. Nos invita a echar las redes, a anunciar la Buena Noticia, a proponer el Evangelio como camino de vida. Pero, tal vez, nos viene a la boca el reparo desengañado de los apóstoles: «Ya lo he intentado muchas veces; ya les he invitado a incorporarse a nuestro grupo cristiano, a retornar a la práctica religiosa… pero todo inútil». Quizás no hemos sabido dar la Buena Noticia. El primer intento de pesca por parte de los apóstoles les resultó fallido. A veces se encontraron con el fracaso. La razón es que no habían puesto las condiciones necesarias para la eficacia de la misión. Estas condiciones son:

Encuentro fascinante con el Señor. Experiencia de liberación, de plenitud de vida, gracias a la comunión con él.

Amor apasionado al hombre. Compartir el amor ardiente de Jesús por las personas. Si las queremos de verdad, hemos de invitarles a hacer la experiencia de adhesión a Jesucristo, que da sentido a la vida y colma de dicha.

Ir en nombre del Señor. Discernir la voluntad de Dios para saber dónde quiere y cómo quiere que actuemos. Dijo Pedro: «En tu nombre echaremos las redes». Y el éxito fue increíble.

Actuar desde el amor y el espíritu de servicio. Sin buscar protagonismo. Nuestro orgullo, que genera con frecuencia conflictos, echa a perder la obra de Dios. Si el enviado, más que buscar el Reino de Dios, se busca a sí mismo en la tarea, el fracaso está asegurado, aunque deslumbre con éxitos momentáneos.

Derrochar entusiasmo. Los apóstoles hablan con un entusiasmo que enciende (porque están encendidos), hasta el punto de que algunos comentan: «Éstos están bebidos» (Hch 2,13). Sólo el entusiasmo y el calor contagian.

Con optimismo. Por un doble motivo: Porque los manjares del banquete del Reino al que queremos invitar son de primera calidad, preparados a la medida de las exigencias del hombre. Por eso afirmaba Tertuliano: «Todo hombre es naturalmente cristiano». Es, digamos, cristiano de deseo. Optimismo también porque contamos con la presencia del Espíritu del que somos mediación suya en la tarea misionera. «En tu nombre», responde Pedro a la invitación. Marcos deja constancia de que el Señor confirmaba con señales sus mensajes (Me 16,20).

Organizadamente. El pasaje evangélico hace referencia a la colaboración de las barcas que salieron a faenar: «Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían». Con este gesto señala el evangelista que es necesaria la colaboración organizativa en la tarea de la evangelización y en las acciones para mejorar la sociedad.

Con el lenguaje contundente del testimonio. Todo anuncio profético o misionero que no esté avalado por el testimonio personal y comunitario deviene en palabrería fastidiosa e inútil. Pablo VI lo afirma reiteradamente en su exhortación

Atilano Alaiz

Lc 5, 1-11 (Evangelio Domingo V de Tiempo Ordinario)

Estamos en Galilea, en el inicio del ministerio de Jesús. Hace algún tiempo, presentó su programa en la sinagoga de Nazaret como anuncio de la Buena Noticia a los pobres y como proposición de la liberación para los encadenados… Ahora comienzan a notarse los primeros resultados de la su actividad: a su alrededor comienza a formarse el grupo de los que fueron sensibles a esa propuesta de salvación y que le seguirán.

El texto que se nos propone como evangelio es una catequesis que intenta presentar las coordenadas fundamentales de la identidad cristiana: ¿qué es ser cristiano?, ¿cómo se sigue a Jesús?, ¿qué es lo que implica seguir a Jesús?

Ser cristiano es, en primer lugar, estar con Jesús “en la misma barca” (v. 3). Y desde esa barca (la comunidad cristiana), es desde donde la Palabra de Jesús es dirigida al mundo, proponiendo a todos la liberación (“Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente”).

Ser cristiano es, en segundo lugar, escuchar la propuesta de Jesús, hacer lo que él dice, cumplir sus indicaciones, lanzar las redes al mar (v. 4-5). A veces, las propuestas de Jesús pueden parecer ilógicas, incoherentes, ridículas (y cuántas veces lo parecen, comparándolas con los esquemas del mundo); pero es necesario confiar incondicionalmente, ponerse en sus manos y cumplir a rajatabla sus indicaciones (“por tu palabra, echaré las redes”, v. 5).

Ser cristiano es, en tercer lugar, reconocer a Jesús como “el Señor” (v. 8): es lo que hace Pedro, al ver que la propuesta de Jesús genera vida y fecundidad para todos. El título “Señor” (en griego “kyrios”), es el título que la comunidad cristiana primitiva da a Jesús resucitado, reconociendo en él al “Señor” que preside el mundo y la historia.

Ser cristiano es, en cuarto lugar, aceptar la misión que Jesús propone: ser pescador de hombres (v. 10) Para que entendamos el verdadero significado de la expresión, tenemos que recordar lo que significaba el “mar” en el ideario judío: era el lugar de los monstruos, donde residían los espíritus y las fuerzas demoníacas que intentaban robar la vida y la felicidad al hombre. Decir que sus discípulos van a ser “pescadores de hombres” significa que la misión del cristiano es continuar la obra libertadora de Jesús en favor del hombre, procurando liberar al hombre de todo aquello que le roba la vida y la felicidad. Se trata de salvar al hombre de morir ahogado en el mar de la opresión, del egoísmo, del sufrimiento, del miedo, de las fuerzas demoníacas que impiden su felicidad.

Ser cristiano es, finalmente, dejarlo todo para seguir a Jesús (v. 11). Esta alusión al desprendimiento del discípulo es típica de Lucas (cf. Lc 5,28;12,33;18,22): Lucas expresa, de esta forma, que la generosidad y la entrega total deben ser los signos distintivos de las comunidades y de los creyentes que siguen a Jesús.

Una palabra, todavía, sobre el papel preeminente que Pedro desempeña aquí: la comunidad lucana es una comunidad estructurada, que reconoce en Pedro al “portavoz” de todos y el principal animador de la comunidad de Jesús que navega por los mares de la historia.

La reflexión de este texto debe poner en paralelo el “camino cristiano”, tal como Lucas lo describe aquí, con ese otro, a veces no tan cristiano, que vamos recorriendo todos los días. Considerad las siguientes cuestiones:

¿Nuestro camino se hace en la barca de Jesús, o, a veces, embarcamos en otros proyectos donde Jesús no está y hacemos de ellos el objetivo de nuestra vida? Por otro lado, ¿dejamos que Jesús viaje con nosotros o, a veces, le obligamos a desembarcar y continuamos el viaje sin él?

A lo largo del viaje, ¿somos sensibles a las palabras y propuestas de Jesús? ¿Sus indicaciones son para nosotros direcciones obligatorias a seguir, o tienen más sentido para nosotros los valores y la lógica del mundo?

¿Reconocemos, de hecho, que Jesús es el “Señor” que preside nuestra historia y nuestra vida?
¿Él es el centro alrededor del cual construimos nuestra existencia, o dejamos que otros “señores” nos manipulen y dominen?

Llamados a ser “pescadores de hombres”, tenemos por misión combatir el mal, la injusticia, el egoísmo, la miseria, todo lo que impide a los hombres, nuestros hermanos, vivir con dignidad y ser felices.
¿Es esa nuestra lucha?

¿Sentimos que continuamos, de esa forma, el proyecto libertador de Jesús?

¿Nuestra entrega es total, o parcial y calculada?
¿Dejamos todo en la playa para seguir a Jesús, para que su proyecto se convierta en prioridad de nuestra vida?

1Cor 15, 1-11 (2ª lectura – Domingo V de Tiempo Ordinario)

La llegada del cristianismo al mundo griego provocó un choque de mentalidades y de perspectivas culturales. Eso quedó bien claro en la dificultad de los corintios para aceptar la resurrección de los muertos.

La resurrección de los muertos era relativamente bien aceptada en el judaísmo, habituado a ver al hombre como unidad; pero constituía un problema serio para la mentalidad griega. ¿Por qué? Porque en la cultura griega, fuertemente influenciada por filosofías dualistas (como la filosofía de Platón, en ese momento en boga ) que veían el cuerpo como una realidad negativa y el alma como una realidad ideal y noble, se rechazaba el aceptar la resurrección del hombre integral. ¿Cómo podría el cuerpo, esa realidad material, carnal, sensual, que tenía presa al alma y le impedía subir al mundo ideal, en opinión de los filósofos griegos, seguir al alma?

A esta cuestión apuntada por los corintios es a la que Pablo va a responder en este texto.

La argumentación de Pablo es sencilla y contundente: nosotros, los cristianos, resucitaremos un día, porque Cristo ya resucitó.

El texto comienza con la evocación de una fórmula de la catequesis primitiva sobre la cuestión. Pablo no es su inventor: está transcribiendo con absoluta fidelidad la catequesis que recibió.

La fórmula paulina, que es al mismo tiempo reflejo y modelo de la primitiva predicación cristiana acerca de la resurrección, se estructura en tres tiempos: afirmación del hecho (muerte-resurrección), testimonio de la Sagrada Escritura, comprobación experimental del mismo (sepultura-apariciones). La comprobación del hecho es consecuencia de los otros dos elementos.

En lo que dice respecto del testimonio de las escrituras, Pablo no cita directamente ningún texto de la Sagrada Escritura en favor de su tesis; pero podemos pensar que Pablo está refiriéndose a Is 53,8-12 (el cuarto poema del Siervo de Yahvé) y a Os 6,2.

En lo que indica respecto a los testigos de la resurrección de Jesús, Pablo cita seis manifestaciones de Jesús resucitado: a Pedro, a los Doce, a más de quinientos hermanos, a Santiago, a los otros apóstoles y, finalmente, al propio Pablo.

Notemos que los apóstoles (Pablo incluido) no fueron testigos del momento de la resurrección, sino que tuvieron la experiencia de un Jesús que continuó vivo después de la muerte. El resucitado se hace presente en la vida de estos hombres y, como tal, se convirtió en objeto de predicación y de fe. Por tanto, al hablar de la resurrección de Jesús no estamos hablando de un “hecho histórico”, entendiendo por “hecho histórico” aquel del que cualquier persona puede relatar los pormenores. La resurrección de Cristo es un hecho real, pero al mismo tiempo sobrenatural y meta-histórico, que supera completamente las categorías humanas de espacio y de tiempo, para entrar en la órbita de la fe. Es algo que la ciencia histórica no puede demostrar, porque corresponde a una experiencia de fe. Lo que, históricamente, podemos comprobar, es la increíble transformación de los discípulos que, de ser personas llenas de miedo, de frustración y de cobardía, pasaron a ser heraldos valerosos del Jesús, vivo y resucitado.

La resurrección es un hecho que ocurrió y que continúa ocurriendo; un hecho que continúa teniendo su misma eficacia primitiva, continúa siendo capaz de convertir en hombres nuevos a cuantos aceptan a Jesús por la fe. La comunidad cristiana está invitada a realizar este descubrimiento, a partir de la Escritura, del Espíritu y de la propia vida nueva que continuamente va naciendo en los cristianos.

2.3. Actualización

En la reflexión de este texto, considerad las siguientes cuestiones:

La resurrección de Jesús es un dato adquirido para cualquier cristiano. No obstante, ¿esa resurrección es, para nosotros, una verdad abstracta que afirmamos en el credo, o es algo vivo y dinámico que todos los días continúa realizándose en nuestra vida y en nuestra historia, generando vida nueva, libertad, amor, en una continua manifestación de la Primavera para nosotros y para el mundo?

La resurrección de Cristo nos garantiza que no hay muerte para quien acepta hacer de su vida una lucha por la justicia, por la verdad, por el proyecto de Dios. ¿Tenemos conciencia de eso? ¿La certeza de la resurrección nos anima a luchar, sin la paralización que procede del miedo, por un mundo más justo, más fraterno, más humano?

Is 6, 1-2a. 38 (1ª lectura – Domingo V de Tiempo Ordinario)

Estamos en Jerusalén, alrededor del 740/739 antes de Cristo, Isaías tenía, entonces, unos veinte años. Estando en el Templo en oración, siente que Dios le llama para ser profeta. El texto nos relata ese descubrimiento y la respuesta de Isaías. No obstante, este relato no debe ser visto como un reportaje periodístico de los acontecimientos, sino como una presentación teológica de una experiencia interior de vocación.

Los pormenores anecdóticos, el trono alto y sublime en el que el Señor se sienta, o el manto que cubre el Templo, los “serafines” con seis alas que vuelan sin cesar alrededor y que cubren su cara y sus pies, el oscilar de las puertas en sus goznes, el humo, son elementos simbólicos con los que el profeta describe la grandeza, la omnipotencia y la magnificencia de Dios. Esa es la perspectiva que el profeta tiene del Dios que le ha llamado.

En esta catequesis sobre la experiencia de vocación, señalamos varias etapas. Vamos a analizarlas brevemente.

En primer lugar (vv. 1-5), Isaías deja claro que su vocación es obra de Yahvé, el Dios majestuoso y santo, infinitamente más grande que el mundo y muy alejado de la realidad pecadora en la que los hombres viven hundidos. Los elementos literarios típicos de las teofanías (el temor, la voz tonante, el humo) definen el escenario típico de las manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento: fue ese Dios el que se manifestó a Isaías y que lo llamó a su servicio.

En segundo lugar (vv. 6-7), tenemos la objeción y la purificación. La objeción del profeta es un elemento típico de los relatos de la vocación (cf. Ex 3,11, en la llamada de Moisés). Manifiesta el sentimiento de un hombre que, llamado por Dios, tiene conciencia de sus límites y de su indignidad. La “purificación” sugiere que la indignidad y la limitación no son impedimentos para la misión: la elección divina da al profeta autoridad, a pesar de sus limitaciones humanas.

En tercer lugar, tenemos la aceptación de la misión por parte del profeta. Conviene, a propósito, notar lo siguiente: Isaías se ofrece sin saber aún cuál es la misión que le va a ser confiada; manifiesta, de esa forma, su disponibilidad absoluta para el servicio de Dios.

Hemos descrito aquí el camino de la verdadera vocación.

En esta reflexión sobre la “vocación”, considerad las siguientes cuestiones:

Cada uno de nosotros tiene su historia de vocación: de muchas formas Dios entra en nuestra vida, desafiándonos para la misión, y pide una respuesta positiva a su propuesta.
¿Tenemos conciencia de que Dios nos llama, a veces de formas muy banales? ¿Estamos atentos a los signos que él disemina por nuestra vida a través de los cuales nos dice, día a día, lo que quiere de nosotros?

La misión que Dios propone está, frecuentemente, asociada a dificultades, a sufrimientos, a conflictos, a enfrentamientos… Por eso, es un camino de cruz que, muchas veces, intentamos evitar.
¿Consigo vencer la comodidad y la pereza que me impiden realizar la misión?

Es preciso tener conciencia, también, que mis limitaciones y defectos, tan humanos, no pueden servir de disculpa para no realizar la misión que Dios quiere confiarme: si él me pide un servicio, me dará la fuerza para superar mis limitaciones y para cumplir lo que me solicita.

Isaías acepta el envío, incluso antes de saber, en concreto, cual es la misión. Es ejemplo de quien arriesga todo y se pone, de forma absoluta, al servicio de Dios. No obstante es difícil arriesgarlo todo, sin cálculos ni garantías: porque significa el abandono de nuestros proyectos y esquemas para confiar únicamente en Dios, de forma que él pueda hacer de nosotros lo que quiera. ¿Cuál es mi actitud en relación con esto?

Comentario al evangelio – 4 de febrero

El Evangelio de hoy nos sitúa con Jesús y sus discípulos al otro lado de la orilla, es decir, un ambiente ajeno, con personas totalmente esclavizadas por las fuerzas del mal, poseídas por espíritus inmundos.

La situación del hombre poseído que vino al encuentro de Jesús era de total marginación, como es posible imaginar a partir de los datos que el Evangelista nos presenta: «ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras» (Mt 5,3-4). Él ya no tenía dominio sobre su conciencia, por eso su actitud de extrema agresividad.

La praxis de Jesús ha sido siempre de acogida hacia personas que vivían en situaciones de marginación y de condenación a los espíritus malignos que robaban la libertad de las personas. No podría ser diferente con este hombre acongojado por las fuerzas del mal. Jesús le restituyó la dignidad humana, liberándolo de las fuerzas del mal.

La actitud de Jesús nos lleva a contemplar un Dios que nos quiere libres, sin comprometimientos con «espíritus impuros», sino comprometidos con su Reino. Cristo nos invita a ir a otras orillas de nuestro tiempo y, sin miedo, adentrar en las regiones donde impera la muerte, sea por las adicciones, la violencia, la trata de personas, el trabajo esclavo u otras situaciones, expulsando los males que ningunean y matan la vida.

Eguione Nogueira, cmf