Hoy es 4 de febrero.
Llega ese momento del día en el que puedo apartarme y reservar un poco de mi tiempo para encontrarme contigo, Señor. Ante ti traigo un buen número de sentimientos, de vivencias, deseos o preocupaciones. Pero ahora prefiero dejarme llevar por tu presencia. Forzar un momento de silencio que me ayude a ser más consciente de este diálogo que juntos comenzamos. Gracias, Señor por acercarte un día más a mi realidad.
Se de quien me he fiado
Confío Señor en Ti.
Y aunque a veces parezca de piedra.
Confío Señor en Ti.
Y Aunque el corazón se pegue a la tierra
Confío en Ti Confío en TI
Mi Señoor
Mi Señoor. (Bis)
Confío interpretado por Ixcís, «Confio»
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 5, 1-20):
Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes.» Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.» Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?» Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos.» Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: «Déjanos ir y meternos en los cerdos.» Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago. Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en los cortijos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país.
Mientras se embarcaba, el endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia.» El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.
En ocasiones me he preguntado qué margen de actuación te dejo en mi vida, Señor. Pienso que a veces no soy consciente de tu capacidad para llegar y desembarcar en las zonas y situaciones más difíciles. Tú te acercas a esas orillas donde falta vida, donde abundan las heridas. Hoy quiero sentir tu presencia liberadora, que es más fuerte que las cadenas y cepos.
¿Puede alguien habituarse a vivir en un cementerio? Puede alguien percibirte como una amenaza para su vida? ¿Alguna vez te he podido decir déjame en paz, no me compliques la vida? Reconozco que alguna vez me he instalado en dinámicas, rutinas y comodidades que me hacen daño. Me disminuyen y esclavizan. Casi he pactado con ellas y te he pedido dejar las cosas como están. Me he dicho y te he dicho: yo soy así, las cosas son así.
Pero tú me invitas a poner nombre a lo que sucede, no aceptas mi retirada. Tienes poder sobre toda amenaza. Me invitas a poner en juego mi capacidad de decidir, de optar y me ayudas a liberarme, a tomar opciones concretas en mi vida. Yo quiero responderte, tú Señor, una vez más orientas mi respuesta. Vete a casa con los tuyos. Y anuncia con tu vida la buena noticia del evangelio. En lo cotidiano, con quienes quiero, en mis estudios, trabajo…
Ahora, me detengo en cómo se describe el estado de esta persona. También en el diálogo que mantiene con Jesús. Puedo imaginar situaciones parecidas hoy. Dejo resonar tus palabras Señor, espíritu inmundo, sal.
Imagina un hombre atormentado por sus miedos, sus demonios, sus batallas perdidas, la memoria de las equivocaciones, las heridas que ha causado a otros. Todo eso le remueve y le lleva a vivir en un estado constante de desazón y rabia. Entonces, Jesús llega donde él: Espíritu inmundo, sal de este hombre. ¿Qué tienes tú que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios? Déjame en paz y no me atormentes. ¿Cómo te llamas? Me llamo legión porque somos muchos. Soy envidia y rencor, soy venganza y abuso, soy condena y muerte, soy lujuria y robo, pero déjame en paz. Espíritu inmundo, sal de este hombre y vete a donde no puedas hacer daño.
Imagina ahora la liberación de este hombre. Cómo la sensación de agobio, de invasión, de vacío, se ve ahora reemplazada por un sentimiento de paz, de sentido y de propósito y cómo vuelve a ser el que una vez fue, un hombre capaz de amar, de construir y de tomar las riendas de su vida. Jesús, quiero ir contigo, ser de los tuyos, seguir en tu compañía. Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que he hecho contigo por misericordia. Y así lo hace, se marcha y comienza a proclamar por todas partes lo que Jesús ha hecho con él.
Termino este rato de encuentro dialogando contigo. Recordando alguna de las veces que te he sentido presente en momentos difíciles, de esos que paralizan, de cómo has sido capaz de ir venciendo mis resistencias. Me ofrezco un día más, para colaborar contigo en algún ámbito concreto de mi vida.
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.