Hoy es 8 de febrero.
Me acerco a ti, Señor, con la confianza que me da el saber que me acoges. Es verdad que no todo lo que hago te agrada, pero pase lo que pase, tú siempre tienes los brazos abiertos. Hoy quiero hacer este rato de oración, con un corazón sincero y honesto. Un corazón libre, capaz de reconocerte, escucharte y seguirte. Para ello me sereno. Dejo que la alegría y la tranquilidad de saberme contigo, vayan adueñándose de mí y me preparo para escuchar tu palabra.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 6, 14-29):
Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: “Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él”. Otros decían: “Es Elías”. Otros: “Es un profeta como los antiguos”. Herodes, al oírlo, decía: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”. Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano.
Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo atendía con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: “Pídeme lo que quieras, que te lo doy”. Y le juró: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”. Ella salió a preguntarle a su madre: “¿Qué le pido?” La madre le contestó: “La cabeza de Juan, el Bautista”. Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: “Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista”. El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. Enseguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Herodes tiene miedo. Tiene miedo ahora porque sabe que actuó mal con Juan el Bautista y también tuvo miedo cuando decidió ejecutarlo. El miedo es el dueño del corazón y la cabeza de Herodes. También yo siento miedo en muchas ocasiones, pero ¿a qué? ¿Cómo es ese miedo? ¿Condiciona mis decisiones? ¿Es un miedo que me aleja cada vez más de Dios, que me lleva a la desconfianza?
El rey David también cometió un pecado grave. Pero cuando el profeta Natam le mostró su pecado, David lo reconoció. El evangelio de hoy nos muestra como ni Herodes ni Herodías están dispuestos a reconocer que actuaron mal. Al contrario, siguen haciendo el mal puesto que persiguen, encarcelan y matan a todo aquel que les señale su error. No es fácil reconocer los errores, ¿lo hago yo? ¿cómo reacciono cuando alguien señala un fallo mío? ¿ataco o acojo?
Herodes no es libre. Ofrece la mistad de su reino y decide el destino de Juan, pero en realidad no vive ni puede actuar en libertad. Es rehén del poder, de los otros, del qué dirán, del pecado. Y yo, ¿soy libre? ¿Qué hay que so cabe mi libertad?
Ahora que vuelves a leer el evangelio, fíjate en que Herodes, dominado por el miedo lo hace todo deprisa. Aunque es capaz de reconocer en Juan el Bautista a un hombre honrado y justo, la presión, el miedo, el no saber detenerse cuando es consciente de que se equivoca, la llevan a precipitarse primero y lamentarse después.
Que vuelvan los profetas,
Que anuncien al pueblo,
Que el reino ha llegado.
Anuncia y denuncia el profeta del amor
Anuncia y denuncia el profeta del amor
Anuncia y denuncia el profeta del amor
Anuncia y denuncia el profeta del amor
Denuncian de muchos que mueren
Que otros mueren en guerras sinfín
Un dolor ha invadido la tierra
Que olvidamos lo que es el vivir
Un dolor ha invadido la tierra
Que olvidamos lo que es el vivir
Anuncia y denuncia el profeta del amor
Anuncia y denuncia el profeta del amor
Anuncia y denuncia el profeta del amor
Anuncia y denuncia el profeta del amor
La paz es posible en la tierra
Si pensamos en como unirla
El amor, la justicia y la vida
Solo el fruto de nuestra verdad
El amor, la justicia y la vida
Solo el fruto de nuestra verdad
Que vuelvan los profetas interpretado por Jesuitas Colombia, «Vamos caminando»
¿Cómo señalar los errores de otros sin herir? Dedica este último rato de la oración a dialogar con Jesús, a aprender de él no sólo como ser un profeta valiente sino también un reflejo de la bondad y el perdón del Padre. Repasa con Jesús alguno de tus rostros cotidianos. Alguna de las situaciones que te parece que no están bien, y tratando de amar al Señor, piensa en cómo señalar aquello que no es lícito.
Alma de Cristo, santifícame,
Cuerpo de Cristo, sálvame,
Sangre de Cristo, embriágame,
Agua del costado de Cristo, lávame,
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme,
no permitas que me aparte de ti,
del maligno enemigo, defiéndeme.
y en la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos.
Amén.