II Vísperas – Domingo V de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Quédate con nosotros,
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 2Co 1, 3-4

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibidos de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». «No temas, Simón Pedro, desde ahora serás pescador de hombres.»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». «No temas, Simón Pedro, desde ahora serás pescador de hombres.»

PRECES

Adoremos a Cristo, Señor nuestro y cabeza de la Iglesia, y digámosle confiadamente:

Venga a nosotros tu reino, Señor.

  • Señor, haz de tu Iglesia instrumento de concordia y de unidad entre los hombres
    — y signo de salvación para todos los pueblos.
  • Protege, con tu brazo poderoso, al papa y a todos los obispos
    — y concédeles trabajar en unidad, amor y paz.
  • A los cristianos concédenos vivir íntimamente unidos a ti, nuestra cabeza,
    — y que demos testimonio en nuestras vidas de la llegada de tu reino.
  • Concede, Señor, al mundo el don de la paz
    — y haz que en todos los pueblos reine la justicia y el bienestar.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Otorga a los que han muerto una resurrección gloriosa
    — y haz que gocemos un día, con ellos, de las felicidad eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Historia progresiva hacia Dios

La historia del encuentro de cada hombre con Dios es una historia progresiva, es decir, nuestra fe es un camino que pasa por distintas etapas. Y es necesario pasar por cada una de estas etapas para poder vivir en plenitud nuestra vida cristiana. En las lecturas que la liturgia de la palabra nos ofrece hoy, encontramos tres ejemplos: la vocación del profeta Isaías en la primera lectura, san Pablo nos cuenta su experiencia como apóstol en la segunda lectura, y finalmente el encuentro de san Pedro con Jesús en el lago de Genesaret en el Evangelio. Veamos tres de los pasos de este camino de la fe en cada uno de estos tres ejemplos.

1. Nos vemos pequeños y pecadores ante la grandeza de Dios. Para poder conocer a Dios es necesario en primer lugar descubrirnos pequeños ante Él. Dios es siempre más grande incluso de lo que podemos imaginar. Por eso, ante Dios, nos descubrimos pequeños, insignificantes, a causa de nuestro pecado y de nuestras limitaciones. Así, por ejemplo, Isaías, que se encuentra en el templo, en una visión ve la orla del manto de Dios. Tras esta visión, el profeta se reconoce como un “hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros”. Ante la grandeza de Dios, Isaías se reconoce pecador. Del mismo modo, san Pablo, al contarle su experiencia de fe a los Corintios, en la segunda lectura, afirma de sí mismo: “yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios”. Finalmente, san Pedro, tras la pesca milagrosa, al ver las maravillas que Dios hace al sacar la red repleta de peces, se arroja a los pies del Señor y exclama: “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Todo ello nos muestra que el primer paso que hemos de dar para poder conocer a Dios y descubrir su amor es descubrirnos pequeños ante su grandeza y reconocernos pecadores ante Él. No podríamos comprender el amor de Dios hacia nosotros si primero no nos confesamos pecadores. Éste es el primer paso.

2. Pero Dios nos purifica y salva. El segundo paso es experimentar el perdón de Dios. Él nos libra de nuestros pecados, nos limpia, sobre todo con su muerte en cruz y con su sangre. El profeta Isaías, en su visión, ve cómo uno de los serafines vuela hacia él con un ascua en la mano que había cogido del altar y la acerca a sus labios purificándolos, y el serafín le dice: “Mira, esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Por su parte, san Pablo, al recordar el Kerigma, el núcleo de nuestra fe recuerda que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, y más adelante añade que ha sido la gracia de Dios la que le ha hecho apóstol, a pesar de ser un perseguidor, y asegura que su gracia no se ha frustrado en él. Finalmente, san Pedro, al reconocerse pecador ante Jesús en la barca, escucha cómo el Señor le dice: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres”. Dios no se fija tanto en nuestro pecado, sino que lo borra y lo hace desaparecer cuando nos postramos arrepentidos ante Él y nos reconocemos pecadores. Ya no nos purifica con un ascua tomada del altar del templo, sino con su propia sangre, con su muerte y resurrección que cada día celebramos en el altar de la Eucaristía. Él derrama abundantemente su gracia sobre nosotros, y no debemos dejar que esta gracia se frustre en nosotros. Que nuestra vida, por tanto, sea coherente con lo que celebramos cada domingo, para que al acudir nuevamente a la Eucaristía podamos recibir con fruto la gracia que Él nos da.

3. Y purificados y salvados, Dios nos envía para una misión. Pero la historia no termina aquí. La fe no es algo privado, sólo para nuestro provecho. No basta con que cada uno de nosotros son salvemos, sino que el Señor nos envía para que seamos profetas, como escuchábamos el pasado domingo, para que anunciemos su salvación a todos los pueblos, para que su gracia llegue a todos los hombres. El profeta Isaías, después de haber sido purificado por el ascua del altar, escucha la voz del Señor: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”. Y el profeta responde sin vacilación: “Aquí estoy, mándame”. La fe verdadera nos saca de nosotros mismos y nos manda para que vayamos donde Él nos envíe. San Pablo, que había perseguido a la Iglesia, se siente perdonado, se convierte, y el que antes había sido perseguidor de Cristo se convierte ahora en su apóstol y mensajero, que predica sin descanso el Evangelio de la salvación. Y san Pedro, en la barca, escucha cómo Jesús le dice: “Rema mar adentro”, y después de la pesca milagrosa Jesús le nombra pescador de hombres. Ni san Pedro, ni san Pablo, ni el profeta Isaías, ni nadie que se haya encontrado de verdad con el amor inmenso de Dios se queda parado en la comodidad, sino que sale fuera, rema mar adentro, corre a anunciar lo que ha vivido, el Evangelio de la salvación.

Cada uno de nosotros, al celebrar esta Eucaristía, celebramos y experimentamos en nosotros el amor de Dios. Hemos comenzado la celebración reconociéndonos pecadores, que es el primer paso. En esta celebración Cristo nos da su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, derrama su gracia sobre nosotros y nos purifica. Cuerpo entregado y sangre derramada para el perdón de los pecados. No dejemos que se frustre esta gracia de Dios en nosotros y salgamos de esta Eucaristía como verdaderos apóstoles, enviados por el Señor a remar mar adentro, sin miedo, para anunciar su Evangelio.

Francisco Javier Colomina Campos

Domingo V de Tiempo Ordinario

Toda la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, nos ofrece la historia de testigos vivos que dan testimonio de lo que han visto y oído, pero también de su propia experiencia espiritual. Vocación ésta de testigo que fue la de todo el Pueblo de Israel, llamado a ofrecer en presencia de las Naciones su testimonio de que Yahwe es el único Dios. En el seno del pueblo de Israel fue la vocación de Moisés, la de David y muy en especial la de los grandes profetas llamados a dar testimonio de su experiencia del Dios vivo, tanto en su propia vida como en la del pueblo.

Confrontado con semejante misión, reacciona cada uno de manera diferente, conforme a su carácter. Isaías, como acabamos de escucharlo en la primera lectura, se pone a disposición, al menos una vez que han sido purificados sus labios por el carbón ardiente: “Envíame”, es lo que él dice. Jeremías opone objeciones: “No soy más que un niño…” Moisés tiene necesidad de signos que prueben al pueblo, que es Yahwe quien en verdad lo ha enviado, y tratar de esquivar esa misión. En una palabra, todos obedecen y aceptan la misión que les ha sido encomendada: incluso Jonás, aun cuando para ello haya de dar un rodeo en el vientre de la ballena.

Jesús fue el testigo fiel, que dio testimonio a la humanidad de lo que había visto y oído en el Padre, y que dio asimismo testimonio del amor que el Padre le profesaba y nos profesa a todos nosotros. Y cuando les confió a los Doce su misión, los estableció simplemente como testigos de lo que habían visto y oído.

En el Evangelio que hemos escuchado hoy, Jesús se dirige a la multitud, y como ésta le apretuja, sube a una barca y se dirige a los que le están escuchando desde una cierta distancia. Tras de lo cual llama a Pedro a que sea su testigo. El día de Pentecostés, dirigiéndose a la multitud dirá Pedro: “Ese Jesús… del que somos nosotros testigos” Y cuando Pablo, a su vez, describe su misión, dice: “He recibido del Señor el ministerio de dar testimonio de la Buena Nueva”

Todos los ministerios que han ido desarrollándose en la Iglesia en el correr de los siglos, como respuesta a necesidades varias y cambiantes, son, de una u otra manera, ministerios de la Palabra. En un comienzo no eran más que los Doce que actuaban como testigos de la Resurrección, y como animadores del amor fraterno entre los fieles del Cristo. Más tarde, cuando brotaron tensiones entre los Helenistas y los Hebreos, instituyeron los Apóstoles a los diáconos para el servicio de las mesas, pero inmediatamente se pusieron éstos a anunciar la Palabra. Tras la primera persecución y la dispersión de los Cristianos. Marchó Felipe a predicar la Palabra en Samaria y posteriormente en Antioquía. Los Apóstoles enviaron a Pedro y Juan a Samaria y a Bernabé a Antioquia, de donde lo trajo Pablo, el Apóstol por excelencia, el testigo de la Palabra que había sido enviado no para bautizar, sino para predicar. Con posterioridad se desarrollaron los ministerios de sacerdotes y obispos, que son ante todo ministerios de la Palabra.

En el curso de las primeras generaciones cristianas fue desarrollándose otro ministerio de la Palabra de un género diferente: la vida monástica. Hombres y mujeres se retiraron a la soledad para ponerse a la escucha de la palabra de Dios. Y más tarde por centenas y millares se llegaron a ellos discípulos que les decían: “Abba, dame una palabra”. Posteriormente fueron apareciendo nuevas formas de vida religiosa, como por ejemplo las de Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, que liberaban la Palabra.

En nuestros días, la Palabra sigue teniendo necesidad de testigos que puedan rendir cuenta de su esperanza y que sepan proclamar por sus palabras y sus vidas, o sencillamente por sus vidas, el mensaje central del Evangelio – el mensaje eterno de amor, de esperanza y de gozo. La Palabra necesita hombres y mujeres que sean dar testimonio de su encuentro personal con Dios, que sepan gritar con alegría e incluso con exuberancia: “He visto al Dios vivo, y vivo”

A. Veilleux

Comentario del 10 de febrero

Hoy la palabra de Dios nos propone diversas experiencias vocacionales. Todas ellas pasan por una llamadaaudición, una conciencia de indignidad y una repuesta generosa que supera incertidumbres, miedos y cobardías.

Isaías, el profeta, se siente perdido ante la presencia de Dios, que se le manifiesta, porque se sabe hombre de labios impuros (como impuro es el pueblo en el que habita). Su sensación de impureza, su conciencia de culpa, le hacen temblar al percibir la cercanía del Dios puro. La presencia de la pureza hace que la impureza se aprecie con más virulencia o se sienta con más viveza. Pero alguien toca sus labios con fuego purificador y le hace sentir que su culpa ha desaparecido, que le han perdonado su pecado. Y, puesto que ha dejado se ser hombre de labios impuros, ya puede hablar de la pureza que han contemplado sus ojos y que ha purificado sus labios; ya está en condiciones de ser enviado. Por eso, a la voz de Dios que pide un apóstol (¿a quién mandaré?) y un representante (¿quién irá por mí?), el hombre de labios impuros ya purificado responde: Aquí estoy, mándame: respuesta confiada, valiente, generosa. Aquí estoy, y no simplemente «aquí tienes», sino «aquí metienes». Mándame: donde quieras, cuando quieras, a quienes quieras, para lo que quieras. Esta es su disponibilidad a la llamada del Señor. Así pasó a ser profeta en medio de un pueblo de labios impuros.

La experiencia de Simón Pedro fue similar: está en presencia de Jesús, el Hijo de Dios encarnado. A la propuesta o mandato de Jesús: Echad las redes, Simón se remite a una constatación empírica: Hemos estado trabajando toda la noche y no hemos cogido nada. La experiencia reciente desaconsejaba, por tanto, esta acción. Pero, en atención a su maestro, echa las redes, aunque no parece que con demasiada convicción. Entonces sucede lo inesperado: las redes se llenan de peces hasta reventar. En ese preciso instante, Simón Pedro experimenta una fuerte sensación de indignidad: apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Pedro se siente pecador porque ha desconfiado de la palabra, de la competencia y del poder de su Maestro y Señor. Lo grandioso de la acción de Jesús le ha hecho sentir más vivamente su pequeñez y su pecado. Por eso se siente indigno de estar junto a él, de ser su discípulo, de tenerle por amigo. Y mucho más indigno se sentiría ante la idea de tener que representarle. Es precisamente éste el momento en que Jesús le dice: No temas, desde ahora serás pescador de hombres. Y le ofrece la oportunidad de sumarse a su misión con un nuevo oficio que será prolongación del suyo: el oficio de predicar, de rescatar, de salvar: el oficio sacerdotal. Y a la oferta, Pedro respondió con prontitud, decisión y radicalidad; pues dejándolo todo, lo siguieron. Ese todo implicaba posesiones, pero también lazos familiares y afectivos.

El caso de Pablo es distinto; pero también el de un vocacionado en el que ha actuado con fuerza transformante la gracia de Dios. Él habla ya desde su condición de apóstol (o enviado) que ha proclamado un evangelio que ha encontrado aceptación en muchos; no por eso deja de sentirse el menor de los apóstoles, hasta el punto –dice- de no merecer llamarse apóstol. Y tenía sus razones: no ha compartido con Jesús experiencias vitales como otros; se ha incorporado al apostolado en un segundo momento; ha sido incluso adversario de ese Evangelio que ahora proclama y de ese Credo que ahora profeta y transmite… Tenía, pues, motivos para sentirse indigno apóstol de Cristo. Pero eso no le hace renunciar a su misión. Sabe que si ahora es apóstol es porque Dios lo ha llamadodesde su propia indignidad, haciéndole ver dónde está la verdad que debe ser anunciada, y él ha sabido responder trabajando más que nadie –dice con orgullo-, aunque en esta tarea no ha estado solo. Siempre le ha acompañado la gracia (=fuerza) de Dios. Por eso puede decir que es lo que es por la gracia de Dios.

Todos, como cristianos, hemos sido llamados a realizar una tarea determinada en la vida. Sea la que sea, siempre hemos de ejecutarla como llamados por Dios para eso. Tengamos presente esta llamada y la gracia que la acompaña.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lectio Divina – 10 de febrero

Lectio: Domingo, 10 Febrero, 2019

La fe en la palabra de Jesús y la pesca milagrosa.
La llamada de los primeros discípulos.
Lucas 5, 1-11

1. Oración inicial

¡Padre mío! ¡Ahora tu Palabra está aquí! Se ha levantado como un sol después de obscura noche, vacía y solitaria: cuando ella falta, sucede siempre así, lo sé. Te ruego, soples desde el mar el dulce viento del Espíritu Santo que me recoja y me lleve a Cristo, tu Palabra viviente: Quiero escucharle. No me alejaré de esta playa, donde Él amaestra y habla, sino que permaneceré aquí, hasta que me tengas consigo; entonces lo seguiré y caminaré con Él, a donde me lleve.

2. Lectura

a) Para colocar el pasaje en su contexto:

Este relato, rico de una gran intensidad teológica, se pone como el centro de un recorrido de fe y de encuentro con el Señor Jesús, que nos conduce desde la sordera a la capacidad plena de escucha, de la enfermedad más paralizante a la curación salvífica, que nos vuelve capaces de ayudar a los hermanos a renacer con nosotros. Jesús ha inaugurado su predicación en la sinagoga de Nazaret, haciendo legibles y luminosas las letras del volumen de la Torah (4, 16 ss.), ha vencido el pecado (4, 31-37) y la enfermedad (4,38-41), alejándolo del corazón del hombre y ha anunciado aquella fuerza misteriosa que lo ha enviado a nosotros y por la cual Él debe moverse, correr como gigante, que llega a todos los ángulos de la tierra. Es aquí, en este momento, donde emerge la respuesta y comienza el seguimiento, la obediencia de la fe; es aquí donde nace ya la Iglesia y el nuevo pueblo, capaz de oír y de decir sí.

b) Para ayudar en la lectura del pasaje:

vv. 1-3: Jesús se encuentra en la orilla del mar de Genesaret y delante de Él está una gran muchedumbre, deseosa de escuchar la Palabra de Dios. Él sube sobre una barca y se aleja de tierra; como un maestro y como un valiente, Él se sienta sobre las aguas y las domina y desde allí ofrece su salvación, que nace de la Palabra, escuchada y acogida.
vv. 4-6: Jesús invita a pescar y Pedro se fía, cree en la Palabra del Maestro. Por fe, se adentra en el mar y echa sus redes; por esta misma fe la pesca es abundante, es milagrosa.
v.7: El encuentro con Jesús no está nunca cerrado, sino que por el contrario empuja a la comunicación, a la participación: el don, de hecho, es demasiado grande e incontenible para uno solo. Pedro llama a los compañeros de la otra barca y el don se duplica, continuamente crece.
vv. 8-11: Delante de Jesús, Pedro se arrodilla, adora y reconoce su pecado, su incapacidad, pero Él lo llama, con el mismo tono con el que ha removido las aguas de tantos mares, a lo largo de toda la Escritura: “¡No temáis!”. Dios se revela y se hace compañero del hombre. Pedro acepta la misión de sacar fuera del mar del mundo y del pecado a los hombres, sus hermanos, así como ha sido sacado fuera él; deja la barca, las redes, los peces y sigue a Jesús, junto a sus compañeros.

c) El texto:

Lucas 5, 1-111 Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios, 2 cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes. 3 Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.
4 Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.» 5 Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» 6 Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. 7 Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.
8 Al verlo, Simón Pedro cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.» 9 Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. 10 Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.» 11 Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.

3. Un momento de silencio orante

En este espacio de silencio y soledad que se me ha concedido para vivir con Él, me alejo un poco de la tierra, me adentro y, fiándome del Señor, lanzo la red hasta las profundidades y así espero…

4. Algunas preguntas

a) “Sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre” Jesús baja, se sienta, mora en medio de nosotros, se abaja hasta tocar nuestra tierra y desde esta pequeñez nos ofrece su enseñanza, su Palabra de salvación. Jesús me ofrece tiempo, espacio, disponibilidad plena para encontrarlo y conocerlo, pero ¿Sé quedarme, permanecer, radicarme en Él, delante de Él?

b) “Le rogó se alejara un poco de tierra” . La petición del Señor es progresiva. Después de separarse de tierra, Él pide que se adentre en el mar. “¡Aléjate de tierra! ¡Boga mar adentro!” Invitaciones dirigidas a todas las barcas de todos los hombres y mujeres. ¿Tengo fe, tengo confianza, confío en Él y por eso me dejo llevar, abandono la pesca? Me miro dentro con sinceridad y seriedad: ¿Dónde están plantados los anclajes de mi vida?

c) “Echaré las redes”. Pedro nos ofrece un ejemplo luminoso de fe en la Palabra del Señor. En este pasaje el verbo “echar” aparece en dos ocasiones: la primera está referido a las redes y la segunda a la misma persona de Pedro. El significado es fuerte y claro: delante del Señor podemos echar todo nuestro ser. Nosotros echamos, pero Él recoge. Siempre, con una fidelidad absoluta e infalible. ¿Me siento dispuesto a tomar mi vida tal como es hoy y arrojarla a los pies de Jesús, para que Él, una vez más, me recoja, me sane, me salve, haciendo de mí un hombre nuevo?

d) “Hicieron señas a los compañeros de la otra barca”. Pedro, de nuevo, me sirve de guía para mi camino y me indica la vía de apertura a los otros, de la participación, porque en la Iglesia no es posible estar aislados y cerrados. Todos somos enviados: “Ve a mis hermanos y diles” (Jn 20, 17) ¿Pero sé yo acercar mi barca a la de los demás? ¿Sé verter en la existencia de los otros hermanos y hermanas los dones y las riquezas, que el Señor ha querido confiarme en depósito?

5. Una clave de lectura

* El mar y el tema del éxodo:
Jesús está en pié, junto a la orilla del mar, está de pié no importa las obscuridades amenazadoras e ignoradas de las olas del mar y de la vida. Se pone de frente a este pueblo reunido, listo para la escucha y para el éxodo, Él , el buen pastor, con el cayado de su Palabra. Quiere conducirlo a través de los mares y de los océanos de este mundo, en un viaje de salvación que nos lleva siempre más cerca del Padre. El Señor habla y las aguas se separan delante de Él, como ya aconteció en el Mar Rojo (Ex 14, 21-23) y junto al río Jordán (Jos. 3, 14-17). También el mar de arena del desierto queda vencido por la fuerza de su Palabra y se abre, convirtiéndose en un jardín, una senda llana y enderezada (Is 43, 16-21) para cuantos deciden el viaje de retorno a Dios y por Él se dejan guiar. En estos pocos versículos del Evangelio, el Señor Jesús prepara, una vez más, para nosotros el gran milagro del éxodo, de la salida de las tinieblas de muerte por la travesía salvadora hacia pastos frescos de la amistad con Él, de la escucha de su voz. Todo está preparado: nuestro nombre ha sido pronunciado con infinito amor por el buen pastor, que nos conoce de siempre y nos guía por toda la eternidad, sin dejarnos abandonados nunca de su mano.

* La escucha de la fe que nos conduce a la obediencia:
Es el segundo tramo del glorioso camino que el Señor Jesús nos ofrece a través de este pasaje de Lucas. La muchedumbre se apiña en torno a Jesús, llevada del deseo íntimo de “escuchar la Palabra de Dios”; es la respuesta a la invitación perenne del Padre, que invade toda la Escritura: “¡Escucha Israel!” (Dt. 6,4) y “¡Si mi pueblo me escuchase!” (Sal 80, 14). Es como si la muchedumbre dijese: “¡Sí, escucharé qué cosa dice Dios, el Señor!” (Sal 85, 9). Pero la escucha que se nos pide y sugiere es completa no superficial; es viva y vivificante, no muerta; es escucha de la fe, no de la incredulidad y de la dureza de corazón. Es la escucha que dice: Sí, Señor, sobre tu palabra echaré mi red”. La llamada que el Señor nos está dirigiendo en este momento es ante todo la llamada a la fe, a fiarse de Él y de toda palabra que sale de su boca, seguros y ciertos que todo esto que Él dice se realiza. Como Dios dijo a Abrahán: “¿Hay alguna cosa imposible para el Señor?” (Gen 18, 14) o en Jeremías: “¿Existe algo imposible para mí?” (Jer 32, 27); cfr. también Zac 8, 6. O como se le dijo a María: “ Nada hay imposible para Dios” (Lc 1, 37) y entonces Ella dijo: “Hágase en mí como has dicho”. Aquí es a donde debíamos llegar; como María, como Pedro. No podemos ser solamente oyentes, porque nos engañaremos a nosotros mismos, como dice Santiago (1, 19-25), quedaremos engañados por la poca memoria y nos perderemos. La palabra debe realizarse, cumplirse, puesta en práctica. Es una gran ruina para el que escucha, si no pone en práctica la Palabra; se necesita excavar profundamente y poner el fundamento sobre la roca, que es la fe operativa (cfr. Lc 6, 46-49).

* La pesca como misión de la Iglesia:
La adhesión a la fe lleva a la misión, esto es, a entrar en la comunidad instituida por Jesús para la difusión del Reino. Parece que Lucas quiere ya, en este pasaje, presentar la Iglesia que vive la experiencia post-pascual del encuentro con Jesús resucitado; conocido es, de hecho, las muchas llamadas al pasaje de Juan 21, 1-8. Jesús escoge una barca y escoge a Pedro y, desde la barca, llama a hombres y mujeres, hijos e hijas, a continuar su misión. Conocido es también que el verbo “boga mar adentro” está en singular, referido a Pedro que recibe el encargo de guía, pero la acción de la pesca es en plural: “¡Hechad las redes!”, referida a todos aquéllos, que quieran adherirse para participar en la misión. ¡Es bella y luminosa, es gozosa esta única misión y fatiga para todos! Es la misión apostólica, que empieza ahora, en obediencia a la Palabra del Señor y que llegará bogando por el mar a todos los rincones de la tierra (cfr. Mt 28, 19; Act 1, 8; Mc 16, 15; 13, 10; Lc 24, 45-48).

Es interesante notar que el vocablo usado por Lucas para indicar la misión que Jesús confía Pedro y con él a todos nosotros , cuando le dice: “ No temas… tu serás pescador de hombres”. Aquí no se usa el mismo término que encontramos ya en Mt. 4, 18 ss., en Mc 1, 16 o también en este pasaje al vers. 2, simplemente pescador; aquí hay una palabra nueva, que aparece sólo dos veces en todo el Nuevo Testamento y que deriva del verbo “capturar”, en el sentido de “prender vivo y mantener con vida”. Los pescadores del Señor, en efecto, echan las redes en el mar del mundo para ofrecer a los hombres la Vida, para sacarlos de los abismos y hacerlos volver a la verdadera vida. Pedro y los otros, nosotros y nuestros compañeros de navegación en este mundo, podemos continuar, si queremos, en cualquier estado en que nos encontremos, aquella misma hermosa misión suya de enviados del Padre “a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10).

6. Un momento de oración: Salmo 66

Canto de alabanza al Señor,
que ha abierto nuestro corazón a la fe.

Estr. Mi fuerza y mi canto es el Señor. ¡Él me ha salvado!

Aclama a Dios, tierra entera,
cantad a su nombre glorioso,
dadle honor con alabanzas,
decid a Dios: ¡Qué admirables tus obras!

La tierra entera se postra ante ti
y canta para ti, canta en tu honor.
Venid y ved las obras de Dios,
sus hazañas en favor del hombre:
convirtió el mar en tierra firme
y cruzaron el río a pie.
¡Alegrémonos en él por aquello!

Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced que se oiga su alabanza;
él nos devuelve a la vida,
no deja que vacilen nuestros pies.
Tú nos probaste, oh Dios,
nos purgaste igual que a la plata;
tú nos condujiste a la trampa,
pusiste una correa a nuestros lomos,
cabalgadura de hombres nos hiciste;
pasamos por el fuego y el agua,
pero luego nos sacaste a la abundancia.

Entraré con víctimas en tu Casa,
cumpliré mis promesas,
las que hicieron mis labios
y en la angustia pronunció mi boca.

Venid, escuchad y os contaré,
vosotros, los que estáis por Dios,
todo lo que ha hecho por mí.
Mi boca lo invocó,
mi lengua lo ensalzó.
Pero Dios me ha escuchado,
atento a la voz de mi oración.
¡Bendito sea Dios,
que no ha rechazado mi oración
ni me ha retirado su amor!

7. Oración final

Señor, Tú has abierto el mar y has venido hasta mí; Tú has desvelado la noche y has inaugurado para mí un día nuevo. Tú me has dirigido tu Palabra y me has tocado el corazón: me has hecho subir contigo en la barca y me has llevado mar adentro. Señor, ¡Tú has hecho cosas grandes! Te alabo, te bendigo, de doy gracias, en tu Palabra, en tu Hijo Jesús, en el Espíritu Santo. Llévame siempre a bogar contigo, dentro de ti y Tú en mí, para echar las redes, las redes del amor, de la amistad, del compartir, de la búsqueda juntos de tu rostro y de tu reino ya en esta tierra. Señor, ¡soy pecador, lo sé! Pero también por esto te doy gracias, porque Tú no has venido a llamar a los justos, sino a los pecadores y yo escucho tu voz y te sigo. Mírame, Padre, lo dejo todo y me voy contigo…..

Domingo V de Tiempo Ordinario

Desde el punto de vista del evangelista Lucas, lo más importante que se relata en este episodio es la reacción de Pedro y sus compañeros ante la inexplicable abundancia de aquella pesca precisamente en un sitio (a la orilla de la playa) donde los pescadores sabían que aquello no era posible. La reacción de aquellos hombres consistió en el asombro que se apoderó de ellos. El texto habla de este asombro como el profundo estupor que se apodera de una persona, cuando asiste a una revelación divina. Esto indica la conmoción que vivieron aquellos discípulos. ¿Qué ocurrió allí?

Lo que allí se produjo fue lo que, en la historia de las religiones, se denomina una «teofanía». O sea una «manifestación de Dios». Pero lo curioso es que, en este caso, Dios no se reveló en «lo sagrado» (el templo, el espacio santo…), sino en «lo profano» (en el trabajo de la pesca). Y, sobre todo, Dios no se reveló en el reposo del templo, sino en la tarea del trabajo. Jesús desplazó la religión: la sacó del templo y del culto; y la puso en las tareas de la vida y en los afanes de la productividad, que necesitamos en este mundo para poder vivir con dignidad.

Seguramente, lo elocuente que se relata aquí es que, como queda patente en el relato, Jesús asocia la «presencia de Dios» con la «abundancia». El Dios de Jesús no quiere la escasez, la falta de recursos. Así se reveló el Dios de Jesús en los relatos de la multiplicación de los panes (Mc 6, 43; 8, 8; Mt 14, 20; 15, 37; Lc 9, 17; Jn 6, 13), en el buen vino de la boda de Caná (Jn 2, 1-11), en la pesca milagrosa del Resucitado (Jn 21, 6-11). La religión de Jesús no quiere que nuestro trabajo se haga con vistas a la ‘ganancia», sino a la «productividad», que genera «abundancia». Y todo el relato termina con la afirmación clave: «dejándolo todo, le siguieron».

El centro de todo el relato es esta afirmación final: el «seguimiento» de Jesús. La religión, el trabajo, los afanes de la vida se han de centrar en «seguir» a Jesús.

José María Castillo

Valen nuestras excusas

Una persona de mediana edad me dijo hace tiempo: “Cuando ya esté jubilada, entonces me acercaré a la parroquia y colaboraré”. Pero esta persona falleció antes de jubilarse, con lo cual nunca se comprometió en su parroquia. Muchas veces posponemos nuestro compromiso cristiano hasta que se cumplan una serie de condiciones: “Cuando me toque la lotería daré más para Cáritas”; “Cuando tenga a mis hijos criados seré catequista”; “Cuando termine los estudios me uniré a algún grupo”… En muchos casos, estos argumentos no son sino excusas porque en realidad no queremos comprometernos. Otras veces apelamos a supuestas o reales carencias: “Es que no sé… Es que no me atrevo… Soy muy torpe… ¿Quién soy yo para dirigirme a otros…?” Y el tiempo va pasando y nunca damos un paso adelante para asumir nuestro compromiso cristiano.

Lo de poner excusas a Dios no es nuevo; así lo hemos escuchado en la 1ª lectura: Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros… y también en el Evangelio, cuando Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

Pero ante la llamada de Dios no valen nuestras excusas, reales o supuestas. Frente a lo que Isaías alegaba, voló uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar… la aplicó a mi boca y me dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado». El pecado de Isaías es purificado y perdonado por Dios. Y frente a las palabras de Pedro, Jesús le responde: No temas: desde ahora serás pescador de hombres. No se niega el propio pecado, la propia debilidad, las propias carencias… pero nada de eso es obstáculo para Dios, que quiere contar con nosotros y, para eso, Él mismo perdona nuestros pecados y suple nuestras carencias capacitándonos para la misión.

Ésta fue la experiencia de san Pablo, que hoy nos conviene meditar: soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pablo es consciente de lo que ha hecho; humanamente no es digno de hablar del Señor y su Evangelio. Pero contando con esa conciencia de su pasado, se sabe llamado y enviado por el mismo Señor: Por la gracia de Dios soy lo que soy. Precisamente porque conoce sus carencias y su pecado es por lo que Pablo es capaz de reconocer que su acción como Apóstol se debe a la gracia de Dios y no a sus méritos personales.

El ejemplo de Pablo es una llamada a reconocer nuestra propia realidad, sea la que sea, pero sabiéndonos amados y llamados por Dios, que como a Isaías nos pregunta: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? y como a Pedro nos dice: No temas: desde ahora serás pescador de hombres.

Y entonces no daríamos largas a Dios, ni le pondríamos excusas, sino que nuestra respuesta sería también: Aquí estoy, mándame… Y dejándolo todo, le siguieron… He trabajado más que todos ellos… Pero no con presunción sino con la misma humildad de San Pablo, reconociendo que Por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí. Es Dios quien nos hace capaces de llevar a cabo la misión.

Ante la invitación a comprometerme en la parroquia, en un Equipo de Vida, en alguna de las tareas pastorales… ¿he pospuesto dicho compromiso alegando alguna de las excusas que indicábamos al comienzo? Si me fijo en Isaías o Pedro, ¿me siento “impuro”, pecador? ¿Experimento que Dios realmente ha perdonado mi pecado y sigue contando conmigo? ¿Sería capaz de afirmar con humildad pero con convencimiento, como san Pablo, por la gracia de Dios soy lo que soy? ¿De qué modos puedo frustrar en mí esa gracia de Dios? ¿Qué estoy dispuesto a dejar para seguir a Jesús?

Ante la llamada de Dios no valen nuestras excusas, reales o fingidas. Para responderle sin miedo, tengamos presentes las palabras del Papa Francisco en Gaudete et Exsultate: “El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada” (1). “A cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4) (2). Déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu, y así tu preciosa misión no se malogrará. El Señor la cumplirá también en medio de tus errores y malos momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a su acción sobrenatural que purifica e ilumina” (24). “No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia” (34).

La fuerza del evangelio

El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio.

El relato comienza con una escena insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y «la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios». No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios.

No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.

También la escena de la pesca es insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de día, echan las redes confiando solo en la Palabra de Jesús que orienta su trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.

En el trasfondo de los datos que hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros, hay un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de modo imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años.

Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.

Ha llegado el momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos «haciendo cosas» desde un Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?

¿No hemos de poner el Evangelio en el primer plano de todo? Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús.

Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas sino que puedan entrar en contacto con él.

La fe cristiana solo se despierta cuando las personas descubren el fuego de Jesús.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 10 de febrero

Dios nos salva y nos hace colaboradores suyos

      Seguro que todos hemos visitado alguna de esas iglesias antiguas en las que en el ábside, pintado o en un mosaico, encima del altar, se ve la figura enorme de un Cristo. No está crucificado sino sentado en un trono. Tiene en sus manos los signos de la realeza. Y le rodean los apóstoles, los ángeles y los santos. Es una representación de la corte celestial. Cristo en todo su poder. Esa representación se llama “Pantocrátor”. Quería comunicar a los que la veían la solemnidad, la majestad y la eternidad de Dios. Ante esa imagen, la respuesta del hombre es la que da Isaías en la primera lectura: “¡Ay de mí, estoy perdido!” La majestad y el poder de Dios es tan grande que nos sentimos totalmente anulados ante él. 

      Pero el Evangelio nos cuenta otra historia. Nos cuenta una historia real. Algo que ha sucedido en nuestro mundo. Aquel Dios, que estaba representado en todo su poder y majestad, se ha bajado de su trono, se ha acercado a nosotros, se ha hecho uno de nosotros. Ha caminado por nuestras calles y habla nuestro idioma. Ha sentido el frío y el calor. Ha llorado y ha reído con nosotros. En Jesús Dios se hace carne, se encarna. Ésa es la historia, la gran historia, que nos cuenta el Evangelio. 

      El Evangelio de hoy nos acerca a un momento de la vida de Jesús. Está hablando de Dios a la gente, cerca del lago. El gentío es grande y pide a Pedro que le deje subir a su barca para hablar desde ahí. Cuando termina, le invita a remar mar adentro para echar las redes. Ahí se produce la confusión. Ya habían estado toda la noche trabajando y no habían pescado nada. Pero en su nombre vuelven a echar las redes. Se produce el milagro. Y, curiosamente la reacción de Pedro es parecida a la del profeta Isaías en la primera lectura: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Pedro se da cuenta de que Jesús es algo más que un predicador, que un profeta. Jesús es Dios mismo. No es el Dios en poder de la primera lectura, pero es Dios. Es Dios cercano, hecho hombre, amable, lleno de compasión y misericordia. 

      Curiosamente también, Dios actúa del mismo modo tanto en la primera lectura como en Evangelio: salva, purifica, perdona y envía. El profeta se sentía perdido e impuro, Pedro se sentía pecador. A los dos, Dios les recoge, les levanta y les hace colaboradores de su plan de salvación. “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Para Isaías y para Pedro, y también para nosotros que escuchamos hoy estas lecturas, se abre un nuevo futuro más allá de nuestras limitaciones, de nuestros pecados. Dios nos llama a colaborar con él, a ser mensajeros y testigos de su amor y de su misericordia para todos los hombres y mujeres. Y todo eso por pura gracia y amor de Dios (segunda lectura). 

Para la reflexión

Cuando entro en la Iglesia y me pongo en la presencia de Dios, ¿me siento perdido como Isaías o pecador como Pedro? ¿O experimento que Dios me perdona, me levanta y me hace colaborador suyo? ¿Qué significa en mi vida concreta ser mensajero del amor y la misericordia de Dios?

Fernando Torres, cmf