Comentario del 14 de febrero

Después de haber elegido de entre sus discípulos a Doce para que estuvieran con él, ahora designa a setenta y dos para enviarlos por delante a esos lugares y pueblos adonde pensaba ir él. Luego les envía para que preparen de algún modo su llegada a tales lugares. Y les envía como obreros: pocos para una mies tan abundante; y con una petición a quien es Dueño de todo, incluida la mies: que mande obreros a su mies, puesto que el envío de tales obreros depende esencialmente de Él, aunque también de quienes han de estar dispuestos a poner sus manos, su boca y su inteligencia al servicio de esta misión. En cuanto obreros, merecerán su salario, pero éste no rebasa los límites de la subsistencia diaria: la comida y la bebida que tengan en la casa que les haya acogido. No se hace referencia a otro tipo de salario que el que da para el sustento diario.

Y al tiempo que les envía: ¡Poneos en camino!, les da ciertas instrucciones: Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Han de ir con la conciencia de ser sólo corderos, aunque se hallen en medio de lobos y sientan las garras y fauces de esos lobos muy cerca de ellos. Nunca deben perder la mansedumbre propia de los corderos, por muy hostil que se les presente el ambiente que les rodee. El cordero ha de estar dispuesto a ser llevado al matadero. Pero han de saber que en los lugares a que son enviados se encontrarán con lobos que les enseñarán los dientes. No por eso deben detenerse ni dejar de anunciar que el Reino de los cielos está cerca.

Jesús entiende que la misión de tales discípulos no requiere de otros medios: ni talega, ni alforja, ni sandalias de repuesto. Todo eso acabaría estorbándolos. ¿Para qué quieren talega o alforja si la casa que les acoja les proporcionará lo necesario para ese día: techo y comida? Les prohíbe incluso que se detengan a saludar a nadie por el camino. El anuncio del Reino no permite «detenciones» ni distracciones en su ejercicio. Su único objetivo debe ser llegar cuanto antes a esos lugares que se les ha asignado para la misión. No debe haber otras paradas con otros objetivos que les desviarían de esta finalidad: anunciar la cercanía del Reino.

Nada más llegar a su destino han de dar (y, por tanto, también desear) la paz, y esa paz o conjunto de bienes mesiánicos, descansará sobre todos los hombres y mujeres de paz que habiten en esa casa o lugar. Sólo la gente de paz recibirá la paz que ellos portan. Si allí no hubiera gente de paz, se produciría un efecto-rechazo y la paz que ellos intentaban darles volvería a sus donantes. En el pueblo en que sean bien recibidos, han de aceptar con gratitud la comida que les ofrezcan (porque el obrero merece su salario), pero sin olvidar aquello para lo que han llegado a ese lugar: para anunciar que el Reino de los cielos está cerca y para significarlo en la curación de los enfermos que haya. Pero cuando no los reciban deberán hacer un acto público de desagravio. Saldrán a la plaza y dirán: Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros, como haciendo ver que no quieren nada con aquellos ingratos que han rechazado el don de Dios que les llega por su medio. Pero deben saber, a pesar de su persistente sordera, que, lo quieran o no lo quieran admitir, el Reino de Dios está cerca. Semejante rechazo no quedará sin consecuencias: aquel día le será más llevadero a Sodoma que a ese pueblo. Y todos sabían lo que le había ocurrido al pueblo de Sodoma.

¿Por qué concede Jesús tanta importancia a este anuncio que tiene el tono de un pregón? ¿Por qué deben saber esos pueblos que el Reino de Dios está cerca? ¿Qué puede significar para sus vidas la aceptación de semejante noticia? La cercanía del Reino no puede desconectarse de la actividad mesiánica del mismo Jesús en medio de su pueblo. La implantación del Reino no es otra cosa que la presencia benéfica (salvífica) del Salvador que hace sentir su efecto salvífico ya en el mundo. La cercanía del Reino de Dios es la cercanía del mismo Dios en su Hijo encarnado, la cercanía de Dios en la humanidad de Jesucristo. Acoger este anuncio es acogerle a él y acoger su mensaje, su perdón y su salvación. Y acoger el don salvífico de Dios que se hace presente en su humanidad es muy importante. Ese don transformará al hombre, le convertirá en habitante del Reino y le hará vivir en la paz, el amor, la justicia, la misericordia, la fraternidad y el gozo que imperan en ese Reino.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística