II Vísperas – Domingo VI de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo

La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.

Antes del día.
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.

La fe velando,
para verte de noche
resucitando.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nostoros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hobmres.

Los muertos ya no alaban al SEñor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: 2Ts 2, 13-14

Debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida.
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Dichosos vosotros, cuando proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosos vosotros, cuando proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

PRECES

Demos gloria y honra a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que, por medio de él, se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder a favor nuestro, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate de tu pueblo, Señor.

  • Señor Jesús, Sol de justicia que ilumina nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche, te pedimos por todos los hombres; 
    — que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz, que no conoce el ocaso.
  • Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre,
    — y santifica a tu Iglesia, para que sea siempre inmaculada y santa.
  • Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
    — y que tú elegiste como morada de tu gloria.
  • Que los que están en camino tengan un viaje feliz 
    — y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Acoge, Señor, las almas de los difuntos
    — y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que te complaces en habitar en los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Domingo VI de Tiempo Ordinario

Es notable que, en los evangelios, hay dos redacciones de las bienaventuranzas: las de Mateo (5, 1-12) y estas de Lucas. No parece exagerado decir que las de Lucas son más radicales. Además, Lucas añade a las bienaventuranzas, las maldiciones. Y también hay que indicar que, por lo general, cuando se habla de «bienaventuranzas, son las de Mateo las que se tienen en cuenta. Las de Lucas se han marginado, «tanto en la Iglesia como en la teología». Pero, si nos atenemos a la redacción más antigua, la de la fuente Q, las más originales son las de Lucas.

¿Nos creemos, los cristianos, las «bienaventuranzas» y las «maldiciones» que pronunció Jesús, según este evangelio? Hay que hacerse esta pregunta cada día. Porque, con demasiada frecuencia, coincidimos más con las maldiciones que con las bienaventuranzas.Seguramente, esto es así porque pensamos y sentimos más «en singular» (en mí) que «en plural» (en nosotros). Y casi nunca «en universal», en la felicidad o desgracia de tantos millones de seres humanos cuya vida, por motivos económicos, políticos o de relaciones humanas, se encuentra al límite de lo que se puede aguantar.

Las bienaventuranzas están pensadas y dichas «para los discípulos». Es decir, para los que se sienten vinculados a Jesús y que, por tanto, tienen alguna forma de fe en Jesús. Pero, como es lógico, si se ponen nuestras creencias y convicciones, en un maestro o profeta que ve la vida como queda expresada en las bienaventuranzas, sobre todo las de Lucas, nuestra conducta y nuestra forma de tratar a los demás especialmente sería muy distinta de lo que normalmente suele ser. Aquí, y en esto, está la clave del cristianismo y de la Iglesia. Si en el mundo, llamado cristiano, hay la desigualdad que sabemos y sufrimos, es que no creemos en el Evangelio. A no ser que pongamos la fe en la observancia de unas prácticas religiosas, que poco o nada tienen que ver con el Evangelio de Jesús.

José María Castillo

¿Ateo o idólatra?

Así dice el Señor: Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor… Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza… (Jer 17,5-8).

Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que decía alguno que los muertos no resucitan?… (1 Cor 15,12.16-20).

…Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios… Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!… (Lc 6,17.20-26).

Para muchos, la diferencia entre creyente e incrédulo pasa a través de una «lista de dogmas» que se aceptan o se rechazan. Algo así como «creo que» o «no creo que».

En realidad, la línea de separación no afecta, en primer lugar, a verdades en que se cree o no se cree, sino a una elección existencial, la orientación fundamental de la propia vida.

Lo subraya incisivamente Jeremías en su neta alternativa: «Maldito quien confía en el hombre… bendito quien confía en el Señor».

Se trata de la fe en su postura radical de confianza: agarrarse a alguien, encontrar apoyo, solidez en alguien, dirigir todo hacia alguien.

Por lo que el creyente es aquel que se apoya en Dios. Mientras el increyente es quien confía únicamente en sí mismo.

Tanto el creyente como el ateo tienen fe: uno se adhiere a Dios, el otro cree en sí mismo, o en el dinero, o en la propia inteligencia. Según el lenguaje de la Biblia, nadie es realmente ateo.

La oposición no está tanto entre fe y no-fe, cuanto entre fe e idolatría.

O uno se fía de Dios, o se apoya en los ídolos.

Para indicar la suerte distinta, Jeremías adopta un simbolismo vegetal.

En el caso de la confianza en Dios está la imagen del «árbol plantado junto al agua»: para indicar vida, fecundidad, frescura.

La opción de quien confía en sí mismo hace que el individuo se parezca a «un cardo en la estepa»: muerte, aridez, aislamiento.

La alternativa entre fe-confianza en Dios y autosuficiencia idolátrica encuentra su paralelo en la página del evangelio que contiene bienaventuranzas y relativas malaventuranzas («ay de vosotros…»).

La contraposición, aquí, se establece entre aquellos que se encuentran en situaciones de indigencia, sufrimiento, llanto, persecución, marginación, y quien vive en la abundancia y despreocupación.

Pero no es la situación en sí misma lo que cuenta, sino la actitud interior que ésta determina.

Por una parte, tenemos la pobreza-apertura.

Por otra, la riqueza-cerrazón.

Pobreza que se traduce en dependencia de Dios.

Bienestar que se expresa en saciedad, satisfacción, seguridad.

La palabra «pobres», en la Biblia, se acuñó en tiempos del Deuteroisaías, durante y después del exilio babilónico.

Por un lado, se destaca un estrato social elevado, que engloba la nobleza sacerdotal, embebido de cultura pagano-helenista.

Por otro, tenemos a los «fieles», los «piadosos», observantes de la ley de Dios, que pertenecen casi exclusivamente al estrato social más bajo. Gente de poca monta.

Piadoso, justo, temeroso de Dios = pobre, humilde, bajo.

Es necesario subrayar la actitud de fondo característica de gente que espera todo de Dios.

Perseguidos y escarnecidos, tratados injustamente, son los «silenciosos del pueblo» (Sal 35, 20).

Este grupo de pequeños y humildes existe también en tiempos de Jesús.

Se pueden comparar a los fariseos por su observancia de la ley, pero se diferencian de ellos porque les falta la seguridad, la orgullosa presunción típica de los fariseos.

Ellos «están a la expectativa».

Bienaventurados, no porque tienen, sino porque no tienen. Mejor, porque se reconocen necesitados y esperan todo de Dios, pero sin alegar derecho alguno.

Filológicamente la palabra «pobres» designa la actitud del mendicante, de quien está encorvado, se hace pequeño.

Lo que caracteriza la pobreza «beatificada» por Cristo no es tanto el componente material, sino la actitud de confianza, esperanza, abandono en Dios.

Las cuatro bienaventuranzas de Lucas, contenidas en el «sermón de la llanura», se pueden reducir al único común denominador de la pobreza.

Como subraya J. Dupont (el más prestigioso especialista en esta materia) las bienaventuranzas dependen de un acontecimiento decisivo: Jesús inaugura, con su venida, el reino de Dios.

Por lo que se podría traducir: «Bienaventurados vosotros, pobres, porque Dios está cansado de veros sufrir, porque Dios ha decidido mostraros que os ama».

En esta perspectiva del reino presente, las bienaventuranzas, ante todo, nos ofrecen la imagen de un Dios que se coloca de parte de los pequeños y de los humildes. Cristo es el rey que «pone su poder al servicio de los desheredados», se preocupa de los excluidos, privilegia a los que no cuentan, toma a pecho la suerte de quien es marginado y rechazado.

Los pobres son felices porque Dios está de su parte, se hace su protector y defensor.

«Para los pobres se abre una esperanza maravillosa. Esto no significa que sean mejores que los demás, más piadosos, más virtuosos. La afirmación de Jesús se funda en una idea precisa que él tiene de Dios en cuanto rey. En cuanto rey, Dios mismo tiene el deber de actuar con su justicia para ventaja de los pobres, de los pequeños, de los débiles, de los que son explotados y oprimidos.

No hace falta dar una interpretación moralizante de las bienaventuranzas. El mensaje cristiano no tiene como fin principal recordar a los hombres los principios morales, ya que pueden conocerlos a través de otras fuentes. El cristianismo no es sólo un soporte ulterior en favor del orden moral sobre el que descansa la sociedad.

El cristianismo es esencialmente, y sobre todo, la buena noticia.

El evangelio no se desinteresa de la moral, pero primordialmente se interesa por una conducta de vida que no obedece simplemente a la moral natural y a sus criterios.

En realidad, frente a la moral natural, el evangelio es un poco peligroso: es un explosivo, un algo revolucionario. Corre el riesgo de llevarnos mucho más allá de las reglas de una moral muy sabia». «Aquí no están en juego las disposiciones espirituales„de los pobres, su psicología, sino las disposiciones reales de Dios. En realidad está en juego la idea misma que nos hacemos de Dios».

Consiguientemente, tenemos, por una parte, al pobre que pone su confianza en Dios. Por otra, Dios que, en una postura real, se inclina, solícito, hacia el pobre, hacia el que está encorvado.

A una postura distinta interior (dependencia o autosuficiencia) corresponde un diverso uso de las manos.

Las manos del pobre se abren, desnudas, para recibir.

Las del rico se cierran para tener, para defender su dinero.

Personalmente prefiero traducir el «¡ay de vosotros, los ricos!» por «infelices vosotros».

Más que una maldición, es una compasión.

El rico, a pesar de las apariencias, es un desdichado, porque:

—Es miope, o incluso ciego. Los bienes hipnotizan su mirada. No ve otra cosa y no ve… a los demás. Parece no cuidar más que de sus intereses. En realidad, teniendo una escala de valores falsa, no cae en la cuenta de cuáles son sus verdaderos intereses. Todas sus operaciones están limitadas al horizonte terrestre. Pueden incluso tener éxito en una óptica inmediata, pero resultan una bancarrota en una perspectiva más amplia.

—Es prisionero. Emparedado en el propio egoísmo, condenado a pensar sólo en sí mismo.

—Es un esclavo infeliz. Ha permitido a la riqueza que se instale en su corazón y que sea su dueña. El dinero ocupa el lugar que toca a Dios, y se convierte en ídolo ante el que se sacrifica todo.

San Pab
Como quiera que sea, Pablo indica cómo la ligazón fe-confianza que nos une a Cristo no se agota en la parábola terrena: «Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados…».

El pobre, pues, es alguien que se fía de Dios y no acepta que la muerte corte este vínculo vital.

El pobre, en una palabra, rechaza la desilusión.

El rico, por el contrario, que amarra la presa de los ahorros, tiene una vocación irresistible por la ilusión.

A. Pronzato

Comentario del 17 de febrero

El deseo de felicidad es quizá la aspiración más honda y persistente del ser humano. Ningún hombre se sustrae a él. Todos nuestros pensamientos, deseos y acciones están impregnados de este anhelo. Por eso encentran resonancia en nuestro corazón palabras como las que hemos escuchado: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor o dichosos vosotros los que ahora tenéis hambre…, o cuando os excluyan. Por eso somos tan fácilmente engañables; porque cualquier oferta (aún aparente o irreal) de felicidad nos atrae y nos seduce. Por eso sufrimos tantas decepciones en la vida. ¡Y cuántas ofertas de felicidad en esta sociedad de consumo! Pero la mayoría de las veces son «ofertas de placer», no de felicidad; porque con frecuencia se confunde la felicidad con el placer. El placer sacia momentáneamente al hombre, pero acrecienta su apetito y provoca una sensación de infelicidad que puede acabar produciendo hastío, el sentimiento del sin-sentido, la náusea de la que hablaron nuestros filósofos existencialistas.

En realidad, tras el apetito sensible (visual, gustativo, táctil) se esconde un apetito de trascendencia (de vida, de amor) que nada de lo que vemos, gustamos, oímos o tocamos puede saciar por sí mismo.

La oferta de felicidad que hace Jesús es de otro género. Es compatible con las carencias que implican la pobreza, el hambre, el llanto y la exclusión. Vive del presenteque otorga la confianza en Dios; pero se sustenta en el futuro al que nos abre la promesa del Señor y del que se espera la saciedad, la posesión incomparable del Reino, el consuelo, la recompensa celeste.

Las bienaventuranzas de Jesús (en parte, realidad dichosa; en parte promesa de dicha; porque si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos tan desgraciados como los demás hombres), ya habían sido anticipadas en cierto modo en Jeremías, por ejemplo, cuando dice: Bendito (=dichoso) quien confía en el Señor… será como un árbol plantado junto al agua… en año de sequía no deja de dar fruto; pues la confianza en el Señor le mantendrá fructífero. Y su contrario: Maldito quien confía en el hombre… apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa… habitará la aridez del desierto.

Jesús proclamaba: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los pobres, dichosos incluso en vuestra carencia de pan, de techo, de vestido, de cultura, de salud, etc., porque el Reino ha comenzado a ser vuestro (vuestros, los dones de Dios en el que habéis puesto vuestra confianza) y un día será enteramente vuestro. Es la gran recompensa del cielo que esperan a los odiados, excluidos, proscritos por causa del Hijo del hombre. Por eso, porque les espera esta recompensa deben alegrarse y saltar de gozo ese día, a saber, el día de la exclusión o de la persecución.

El que espera vive ya, en el presente, un anticipo de la realidad futura, esto es, de la libertad, de la felicidad, de la vida que se espera. Por eso, dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Pero ¡ay de vosotros, los que estáis saciados, o los que ahora reís, porque tendréis hambre y porque lloraréis! Tras esta imprecación se esconde una promesa de infelicidad (o malaventuranza) que tendría que generar alarma si somos sensibles a las palabras de Jesús. A nosotros, los saciados de pan se nos encomienda la tarea de saciar el hambre de muchos hambrientos, anticipando así en el presente la bienaventuranza de Jesús: porque quedaréis saciados. A los pobres les podemos negar el dinero, amparándonos en el mal uso que pudieran hacer de él; lo que no podemos es negarles el pan (la comida) que a nosotros nos sobra.

Hoy se celebra la jornada mundial contra el hambre de Manos Unidas: Contra el hambre, defiende la tierra: esa tierra que Dios ha puesto en nuestras manos para sacar de ella nuestro sustento: fruto de la tierra y del trabajo del hombre. La unión de estos dos elementos, tierra cultivable y trabajo cultivador, hacen posible el milagro de la fructificación y del desarrollo. Ofrecer tierra y medios para el cultivo es un camino más duradero y eficaz para hacer frente al problema del hambre. Por eso, esta opción por ofrecer medios, más que frutos, parece la más adecuada, siempre que la urgencia de la situación no obligue a proporcionar el sustento, sin el cual no es posible el trabajo de la tierra.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Título II

La comunidad académica y su gobierno

Artículo 11. § 1. La Universidad o la Facultad es una comunidad de estudio, de investigación y de formación que obra institucionalmente para alcanzar los fines primarios contemplados en el art. 3, en conformidad con los principios de la misión evangelizadora de la Iglesia.

§ 2. En la comunidad académica, todas las personas, tanto singularmente como reunidas en consejos, son corresponsables del bien común y cooperan en el ámbito de sus respectivas competencias para alcanzar los fines de la misma comunidad.

§ 3. Consiguientemente se han de determinar cuidadosamente en los Estatutos cuáles son sus derechos y deberes en el ámbito de la comunidad académica, a fin de que se ejerzan convenientemente dentro de los límites legítimamente definidos.

Lectio Divina – 17 de febrero

Lectio: Domingo, 17 Febrero, 2019

“¡Dichosos vosotros, los pobres! ¡Ay de vosotros los ricos!”
La luz del Evangelio cambia la mirada
Lucas 6,17.20-26

1. ORACIÓN INICIAL

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. LECTURA

a) Clave de lectura:

En el Evangelio de este domingo Jesús llama dichosos a los pobres, a aquellos que lloran, a los que tienen hambre y a los que son perseguidos. Y declara destinados a la infelicidad a los ricos, a los que ríen, a los que están saciados o a los que son alabados por todos. ¿En qué consiste la felicidad que Jesús atribuye a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran, a los que son perseguidos? ¿Es felicidad? Las palabras de Jesús contrastan con la experiencia diaria que tenemos de la vida. El ideal común de la felicidad es bien diverso de la felicidad de la que habla Jesús. Y tú, en tu corazón, ¿piensas que una persona pobre y hambrienta es realmente feliz?
Teniendo en cuenta estas preguntas, que brotan de nuestra experiencia de cada día, lee el texto del evangelio de este domingo. Léelo atentamente. No intentes entenderlo todo. Deja que las palabras de Jesús entren en ti. Haz silencio. En el curso de la lectura trata de poner atención a dos cosas: (i) a las categorías sociales, tanto de las personas que se llaman felices, como las amenazadas por la infelicidad; (ii) a las personas que tú conoces y que forman parte del círculo de tus amistades y que pueden catalogarse en una o en otra categoría social.
El texto del evangelio de este domingo omite los versículos 18 y 19. Nos tomamos la libertad de incluirlos en el breve comentario que sigue, porque explican un poco mejor el público, el destinatario de las palabras de Jesús.

b) Una división del texto para ayudarnos en su lectura

Lucas 6,17: Coloca la acción de Jesús en el tiempo
Lucas 6,18-19: La gente que busca a Jesús
Lucas: 6,20-23: Las cuatro bienaventuranzas
Lucas: 6,24-26: Las cuatro amenazas

c) Texto:

17 Bajó con ellos y se detuvo en un paraje llano; había un gran número de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, 18 que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. 19 Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
20 Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
21 Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.
22 Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre. 23 Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.

3. UN MOMENTO DE SILENCIO ORANTE

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. ALGUNAS PREGUNTAS

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a)  ¿Cuál es el punto que más te ha gustado o que más ha llamado tu atención? ¿Por qué?
b)  ¿Por quién estaba constituida la gran muchedumbre en torno a Jesús?¿De dónde venían o qué buscaban?
c)  ¿Cuáles son las categorías sociales de las personas que son llamadas felices (Lc 6,20-23)? ¿Cuál es la promesa que cada una recibe de Jesús? ¿Cómo entender estas promesas?
d)  Al decir “Dichosos los pobres” ¿piensas que Jesús intenta decir que los pobres deben continuar viviendo en su pobreza?
e)  ¿Cuáles son las categorías sociales de las personas que son amenazadas de infelicidad (Lc 6,24-26)?¿Cuáles son las amenazas para cada una?¿Cómo entender estas amenazas?
f)  ¿Verdaderamente miro yo la vida y la persona con la misma mirada de Jesús?

5. PARA AQUÉLLOS QUE DESEAN PROFUNDIZAR EN EL TEMA

a)  Contexto de entonces y de hoy:

Lucas presenta la enseñanza de Jesús en una revelación progresiva. Primero, hasta el versículo 6,16, Lucas dice muchas veces que Jesús enseñaba, pero no dice nada sobre el contenido de su enseñanza (Lc 4,15.31-32.44; 5,1.3.15.17; 6,6). Ahora, después de haber informado que Jesús vio una multitud deseosa de abrirse a la palabra de Dios, Lucas coloca el primer discurso. El discurso no es largo, pero sí muy significativo. Quien lo lee desprevenido, tiene casi miedo. ¡Parece una terapia de robo! La primera parte del discurso (Lc 6,20-38) comienza con un provocante contraste: “¡Dichosos vosotros los pobres!” “¡Ay de vosotros los ricos!” (Lc 6,20-26); Jesús ordena amar a los enemigos (Lc 6, 27-35); pide imitar a Dios en su misericordia (Lc 6,36-38). La segunda parte (Lc 6,39-49) dice que ninguno puede considerarse superior a los demás (Lc 6,39-42); el árbol bueno da frutos buenos, el árbol malo da frutos malos (Lc 6,43-45); no ayuda a la persona el esconderse bajo bellas palabras u oraciones, lo que importa es poner en práctica la palabra (Lc 6,46-49).

b)  Comentario del texto:

Lucas 6,17: Coloca la acción de Jesús en el tiempo y en el espacio
Jesús ha pasado la noche en oración (Lc 6,12) y ha escogido a los doce, a los que ha dado el nombre de apóstoles (Lc 6,13-16). Ahora Él desciende de la montaña junto con los doce. Una vez que ha llegado a la llanura encuentra a dos clases de personas: un grupo numerosos de discípulos y una inmensa multitud de personas que han llegado de toda la Judea , de Jerusalén, de Tiro y de Sidón.

Lucas 6,18-19: La muchedumbre que busca a Jesús
La muchedumbre se siente desorientada y abandonada y busca a Jesús por dos motivos: quiere escuchar su palabra y quiere ser curada de sus males. Fue curada mucha gente, poseídas de espíritus inmundos. La gente trata de tocar a Jesús, porque se da cuenta de que en Él hay una fuerza que hace bien y cura a las personas. Jesús acoge a todos los que lo buscan. Entre la muchedumbre hay judíos y extranjeros. ¡Este es uno de los temas preferidos de Lucas!

Lucas 6,20-23: Las cuatro bienaventuranzas

* Lucas 6,20: ¡Dichosos vosotros los pobres!
“Levantando los ojos sobre los discípulos”, Jesús declara: “¡Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios!” Esta primera bienaventuranza identifica la categoría social de los discípulos de Jesús. Ellos son ¡los pobres! Y Jesús les garantiza: “¡Vuestro es el Reino de los cielos!”. No es una promesa que mira al futuro. El verbo está en presente. ¡El Reino está ya en ellos! Aun siendo pobres, ellos son ya felices. El Reino no es un bien futuro. Existe ya en medio de los pobres.

En el Evangelio de Mateo, Jesús explica el sentido y dice: “¡ Dichosos los pobres en “el Espíritu!” (Mt 5,3). Son los pobres que tienen el Espíritu de Jesús. Porque hay pobres que tienen el espíritu y la mentalidad de los ricos. Los discípulos de Jesús son pobres y tienen la mentalidad de pobres. También ellos como Jesús, no quieren acumular, sino que asumen la pobreza y , como Jesús, luchan por una convivencia más justa, donde exista la fraternidad y el compartir de bienes, sin discriminación.

* Lucas 6, 21: ¡Dichosos vosotros los que ahora tenéis hambre, dichosos vosotros los que ahora lloráis!
En la segunda y tercera bienaventuranza Jesús dice: “¡Dichosos vosotros los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados! ¡Dichosos vosotros los que ahora lloráis porque reiréis!” La primera parte de estas frases está en presente, la segunda en futuro. Lo que ahora vivamos y suframos no es definitivo. Lo que es definitivo será el Reino que estamos construyendo hoy con la fuerza del Espíritu de Jesús. Construir el reino supone sufrimiento y persecución, pero una cosa es cierta: el Reino llegará y “¡vosotros seréis saciados y reiréis!” El Reino es a la vez una realidad presente y futura. La segunda bienaventuranza evoca el cántico de María: “Colmó de bienes a los hambrientos” (Lc 1,53). La tercera evoca al profeta Ezequiel que habla de las personas que “suspiran y lloran por todas los abominaciones” realizadas en la ciudad de Jerusalén (Ez 9,4; cf Sl 119,136).

* Lucas 6,23: ¡Dichosos vosotros, cuando los hombres os odien…!
La cuarta bienaventuranza se refiere al futuro: “¡Dichosos vosotros cuando los hombres os odien y os metan en prisión por causa del Hijo del Hombre! Alegraos aquel día y gozaos porque grande será vuestra recompensa, porque así fueron tratados los profetas!”. Con estas palabras de Jesús, Lucas indica que el futuro anunciado por Jesús está por llegar. Y estas personas están en el buen camino.

Lucas 6,24-26: Las cuatro amenazas
Después de las cuatro bienaventuranzas a favor de los pobres y marginados, siguen cuatro amenazas contra los ricos, los que están saciados, los que ríen, los que son alabados por todos. Las cuatro amenazas tienen la misma forma literaria que las cuatro bienaventuranzas. La primera está en presente. La segunda y la tercera tienen una parte en presente y otra en futuro. La cuarta se refiere totalmente al futuro. Estas cuatro amenazas se encuentran en el Evangelio de Lucas y no en el de Mateo. Lucas es más radical en denunciar la injusticia.

* Lucas 6,24: ¡Ay de vosotros los ricos!
Delante de Jesús, en aquella llanura, hay sólo gente pobre y enferma, venida de todos los lados (Lc 6,17-19). Pero delante de ellos Jesús dice: “¡Ay de vosotros los ricos!”. Al transmitir estas palabras de Jesús, Lucas está pensando en las comunidades de su tiempo, hacia fines del primer siglo. Había ricos y pobres, había discriminación contra los pobres por parte de los ricos, discriminación que marcaba también la estructura del Imperio Romano (cf. Snt 2,1-9; 5,1-6; Ap 3,15-17). Jesús critica duramente y directamente a los ricos: “¡Vosotros ricos, ya tenéis vuestro consuelo!” Es bueno recordar lo que Jesús dice en otro momento respecto a los ricos. No creen mucho en la conversión (Lc 18,24-25). Pero cuando los discípulos se asustan, Él dice que nada es imposible para Dios (Lc 18,26-27).

* Lucas 6,25: ¡Ay de vosotros los que ahora reís!
“Ay de vosotros los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque seréis afligidos y lloraréis!” Estas dos amenazas indican que para Jesús la pobreza no es una fatalidad, ni mucho menos el fruto de prejuicios, sino el fruto de un enriquecimiento injusto por parte de los otros. También aquí es bueno recordar las palabras del cántico de María: “Despidió a los ricos vacíos” (Lc 1,53)

* Lucas 6,26: ¡Ay de vosotros cuando todos los hombres digan bien de vosotros!
“¡Ay de vosotros cuando todos los hombres digan bien de vosotros, del mismo modo hacían sus padres con los falsos profetas!” Esta cuarta amenaza se refiere a los judíos, o sea, a los hijos de aquéllos que en el pasado elogiaban a los falsos profetas. Citando estas palabras de Jesús, Lucas piensa en algunos judíos convertidos de su tiempo que se servían de su prestigio y de su autoridad para criticar la apertura hacia los paganos. (cf Act 15,1.5)

c)  Ampliando informaciones:

Las bienaventuranzas de Lucas

Las dos afirmaciones “¡Dichosos vosotros los pobres¡” y “¡Ay de vosotros los ricos!” mueven a los que escuchan a hacer una elección, una opción a favor de los pobres. En el Antiguo Testamento, diversas veces Dios pone al pueblo delante de una elección de bendición o maldición. Al pueblo se le dará la libertad de escoger: “Yo te he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, por tanto, la vida para que viva tú y tu descendencia “ (Dt 30,19). No es Dios quien condena. Es el pueblo mismo quien escoge la vida o la muerte, depende de su posición delante de Dios y de los otros. Estos momentos de elección son momentos de visita de Dios a su pueblo (Gén 21,1; 50,24-25; Éx 3,16; 32,34; Jr 29,10; SL 59,6; Sl 65,10; Sl 80,15; Sl 106,4). Lucas es el único evangelista que se sirve de esta imagen de la visita de Dio (Lc 1,68.78; 7,16; 19,44). Para Lucas Jesús es la visita de Dios que pone a la multitud ante una elección de bendición o maldición “¡Dichosos vosotros, los pobres!” y “¡Ay de vosotros, los ricos!”. Pero la gente no reconoce la visita de Dios (Lc 19,44).

El mensaje de Lucas para los paganos convertidos

Las bienaventuranzas y las amenazas forman parte de un discurso. La primera parte del discurso está dirigido a los discípulos (Lc 6,20). La segunda parte está dirigida a “ vosotros los que me escucháis” (Lc 1,27), o sea, a aquella multitud inmensa de pobres y enfermos, llegada de todas partes (Lc 6,17-19). La palabras que Jesús dirige a esta muchedumbre son exigentes y difíciles: “amad a vuestros enemigos” (Lc 6,27), “bendecid a aquéllos que os maldicen” (Lc 6,28), “a quien te hiera en la mejilla ofrécele la otra” Lc6,29) “a quien te quite el manto, no le impidas tomar la túnica” (Lc 6,29). Tomadas literalmente, estas palabras pueden favorecer a los ricos, porque lo peor es siempre para el pobre Y estas palabras parecen decir lo contrario del mensaje de las bienaventuranzas y de las amenazas que Jesús había comunicado antes a sus discípulos.

Pero no pueden tomarse literalmente, ni siquiera lo ha hecho Jesús: Cuando el soldado le hiere en su rostro, no ofrece su mejilla, sino que reacciona con firmeza: “Si he hablado mal , demuéstrame en qué; pero si no, ¿por qué me hieres?” (Jn 18,22-23). Entonces ¿cómo entender estas palabras? Dos frases ayudan a entender lo que estas palabras quieren enseñar. La primera frase: “¡Lo que queráis que os hagan los hombres, hacedlo vosotros a ellos!” (Lc 6,31) La segunda frase: “¡Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre!” Jesús no pretende cambiar simplemente algo, porque nada cambiaría. Él quiere cambiar el sistema. La novedad que Jesús quiere construir viene de la nueva experiencia que tiene de Dios, Padre lleno de ternura que acoge a todos. Las palabras de amenazas contra los ricos no pueden ser ocasión de venganza por parte de los pobres. Jesús ordena el tener una conducta contraria: “¡Amad a vuestros enemigos!” El verdadero amor no puede depender de lo que recibo del otro. El amor debe querer el bien del otro independientemente de lo que el otro haga por mí. Porque así es el amor de Dios para con nosotros.

El discurso de la montaña, el discurso de la llanura

En el Evangelio de Lucas, Jesús desciende de la montaña y se para en una llanura para hacer el discurso (Lc 6,17). Por esto algunos lo llaman el “sermón de la llanura”. En el Evangelio de Mateo, este mismo discurso se hace sobre la montaña (Mt 5,1) y es llamado “el sermón de la montaña”. Porqué Mateo intenta presentar a Jesús como el nuevo legislador, el nuevo Moisés. Fue sobre la montaña donde Moisés recibió la ley (Éx 19,3-6; 31,18; 34,1-2). Y es sobre la montaña donde recibimos la nueva ley de Jesús

6. ORACIÓN DEL SALMO 34 (33)

“Gratitud nacida de una mirada diferente”

Bendeciré en todo tiempo a Yahvé,
sin cesar en mi boca su alabanza;
en Yahvé se gloría mi ser,
¡que lo oigan los humildes y se alegren!
Ensalzad conmigo a Yahvé,
exaltemos juntos su nombre.
Consulté a Yahvé y me respondió:
me libró de todos mis temores.

Los que lo miran quedarán radiantes,
no habrá sonrojo en sus semblantes.
Si grita el pobre, Yahvé lo escucha,
y lo salva de todas sus angustias.
El ángel de Yahvé pone su tienda
en torno a sus adeptos y los libra.
Gustad y ved lo bueno que es Yahvé,
dichoso el hombre que se acoge a él.

Respetad a Yahvé, santos suyos,
que a quienes le temen nada les falta.
Los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan a Yahvé de ningún bien carecen.
Venid, hijos, escuchadme,
os enseñaré el temor de Yahvé.

¿A qué hombre no le gusta la vida,
no anhela días para gozar de bienes?
Guarda del mal tu lengua,
tus labios de la mentira;

huye del mal y obra el bien,
busca la paz y anda tras ella.
Los ojos de Yahvé sobre los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;

el rostro de Yahvé hacia los bandidos,
para raer de la tierra su recuerdo.
Cuando gritan, Yahvé los oye
y los libra de sus angustias;

Yahvé está cerca de los desanimados,
él salva a los espíritus hundidos.
Muchas son las desgracias del justo,
pero de todas le libra Yahvé;

cuida de todos sus huesos,
ni uno solo se romperá.
Da muerte al malvado la maldad,
los que odian al justo lo pagarán.

Rescata Yahvé la vida de sus siervos,
nada habrán de pagar los que a él se acogen.

7. ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Felicidad en clave paradójica

1. La dicha esperanzada de los pobres. La palabra bíblica de este domingo es un mensaje de felicidad en clave paradójica, y nos muestra el mejor camino para la dicha que el hombre busca infatigablemente. La ruta, que no es la habitual, sigue el itinerario de las bienaventuranzas de Jesús. Hoy se proclaman según la versión de Lucas. Las bienaventuranzas son «evangelio», alegre noticia dirigida a los pobres de Dios para alentar su esperanza, y suponen el vuelco radical que pregona también el canto de María la Madre del Señor. Los pobres son los preferidos de Dios en toda la revelación bíblica y los primeros destinatarios de la buena nueva del reino de Dios que anuncia Jesús. Por eso todas las bienaventuranzas se resumen en la primera de ellas, la pobreza, como un común denominador que recorre las demás.

Las bienaventuranzas constituyen un género bíblico de tradición profética. Hay otro evangelista que también nos transmite las bienaventuranzas: Mateo. Como es sabido, las de Mateo son ocho; las de Lucas son cuatro, pero seguidas de otras cuatro imprecaciones o amenazas, casi maldiciones, que contrastan con las bendiciones precedentes. Combinando bendiciones y maldiciones, las bienaventuranzas según Lucas mencionan ocho categorías de personas, emparejadas de dos en dos por contraste: los pobres que suspiran por la liberación y los ricos que ya tienen su consuelo, los que pasan hambre y los que están hartos, los que lloran y los que ríen, los que son perseguidos y los aplaudidos por todos.

De esta forma, las bienaventuranzas están en la línea bíblica de una tradición profética que cultiva el esquema bipartito; por eso contienen el anuncio profético de una bendición que genera alegría, junto con una imprecación inquietante que invita a la conversión.

Igualmente la primera lectura, tomada del profeta Jeremías. contrapone dos clases de personas: el que .confía totalmente ea Dios y el que se fía solamente de los hombres, apartando su corazón del Señor.El primero es árbol fecundo, plantado junto al agua, y el segundo un cardo árido en la estepa.

2. La página más revolucionaria del evangelio. Las bienaventuranzas constituyen la página más revolucionaria del evangelio porque en ellas establece Jesús una inversión total de los criterios humanos respecto de la felicidad. Es un hecho de experiencia que todo ser humano quiere ser feliz. En consecuencia busca la manera de conseguirlo, conforme a lo que cada uno entiende por felicidad:riqueza y dinero, éxito y posición social, seguridad y amor, poder y dominio, sexo y placer, etc. Jesús conocía bien el corazón humano. Con sus bienaventuranzas propone al hombre un camino seguro de felicidad, aunque nuevo y paradójico.

Él declara dichosos, porque poseen el reino de Dios ya ahora y no sólo en la otra vida, a cuantos el mundo tiene por infelices: los pobres y los que tienen hambre, los que lloran y los que sufren, los misericordiosos que saben perdonar, los honrados y limpios de corazón, los que trabajan por la paz desde la no violencia, los perseguidos a causa de su fidelidad a Dios. Y, por el contrario, proclama desdichados, dignos de lástima y amenazados de maldición a los que son ricos, están saciados, ríen y son aplaudidos por todos.

Antes de Cristo, nadie había hecho semejantes afirmaciones. Tan paradójicas son las bienaventuranzas que solamente las entiende quien las vive y las practica, como hizo Jesús. Cristo mismo —su persona, vida y conducta—, constituye la mejor clave de interpretación de las bienaventuranzas; una clave de lectura universalmente válida, para todo tiempo y lugar. Él fue pobre y lloró, sufrió y trabajó por la paz y la reconciliación, fue perseguido y perdió la vida por servir al bien y a la justicia.

3: Compendio de las actitudes evangélicas. Las bienaventuranzas son un resumen del evangelio de Jesús; son el anuncio profético del reino de Dios, presente e inaugurado en la persona de Cristo; son la proclamación de las actitudes básicas para ser discípulo de Jesús y una contraseña de identificación segura del mismo; son toda una declaración de principios y la carta magna o constitucional para la ciudadanía evangélica; son el programa de vida y el cuestionario de examen al que constantemente hemos de remitirnos para calificarnos como cristianos. Un suspenso en esta prueba sería francamente alarmante.

Debido a la radical novedad de las bienaventuranzas de Jesús, hay quienes las acusan de utopía y sin la más elemental lógica; para otros son un mero ideal espiritualista, sublime pero inalcanzable. Y sin embargo Jesús las pronunció consciente de su significado; y las propuso y propone a todo hombre y mujer que quieran recorrer su mismo camino, porque son las actitudes básicas para ser su discípulo, asimilar el espíritu del reino de Dios y alcanzar la felicidad en plenitud.

Las bienaventuranzas no tienen nada que ver con un espiritualismo desencarnado, una pasividad alienante o una resignación fatalista. Jesús no las pronunció para justificar o perpetuar una sociedad de hombres y mujeres disminuidos, resignados con una esperanza futura. Conllevan un compromiso personal y efectivo con la pobreza y el sufrimiento humano en cualquiera de sus manifestaciones: desprendimiento y coparticipación, opción por la honradez y la justicia aun a riesgo de la persecución, compromiso con la paz y la no violencia, amor, fraternidad y solidaridad entre los hombres.

Un proceder evangélico, acorde con el espíritu de las bienaventuranzas, necesariamente desentona de los criterios del mundo y suscita la enemistad de éste. «Todo el que se proponga vivir como, buen cristiano será perseguido», avisaba san Pablo a su discípulo Timoteo. Es la oposición que resalta el cuarto evangelio entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el mundo enemigo de Dios, entre fe e incredulidad, entre amor y egoísmo.

 

Gracias, Señor Jesús, porque, proclamándolos dichosos, asignas el reino de Dios y devuelves la dignidad y la esperanza a todos los que el mundo tiene por últimos e infelices:

Los pobres y los humildes, los que lloran y los que sufren, los que tienen hambre y sed inagotables de fidelidad a Dios, los misericordiosos que saben perdonar a quienes les ofenden, los que proceden con un corazón limpio, noble y sincero, los que fomentan la paz en torno y desechan la violencia, los que son perseguidos por servir a Dios y al evangelio.

Tú fuiste, Señor Jesús, el primero en realizar tal programa.

Tú eres nuestro ejemplo y nuestra fuerza.

¡Bendito seas, Señor!

B. Caballero

Cristo ha resucitado

Criticando a los curas y a los obispos, una persona afirmó: “Se inventan un «amigo», en el que ni ellos mismos creen, para aprovecharse de la credulidad de la gente”. Como señala el Catecismo Católico para Adultos de la Conferencia Episcopal Alemana, desde los comienzos de la Iglesia ha habido quien ha puesto en duda lo que afirma la fe cristiana, viéndola como una simple proyección de deseos y anhelos, como ofrecer un simple consuelo u “opio” del pueblo para no afrontar la dura realidad de la existencia y la presencia del mal y el dolor, o como un instrumento de control y dominación al servicio del poder político, con el que la Iglesia se alía buscando su propio interés.

La Palabra de Dios en este domingo nos invita a reflexionar acerca de nuestra fe cristiana, porque también los cristianos a veces dudamos de lo que afirma la fe de la Iglesia. Unas veces, la experiencia del dolor propio o ajeno o el “silencio” de Dios ante nuestras oraciones provoca que vivamos amargados, sin esperanza, que “seamos cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua” (EG 6). Otras veces, el mero hecho de dejarnos llevar por los criterios y valores dominantes hacen que, bajo una apariencia religiosa, en la práctica vivamos como si Dios no existiera. Con estas actitudes, desmentimos la afirmación central de nuestra fe: que Cristo ha resucitado, y que este hecho da sentido y configura la totalidad de nuestra existencia, abriéndola a la vida eterna.

Pero como ha afirmado San Pablo en la 2ª lectura: si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Si en la práctica no creemos la afirmación de la Resurrección de Cristo, o esta afirmación no tiene incidencia real sobre nosotros, ¿para qué orar? ¿Para qué esforzarnos en llevar una vida según el Evangelio? Si sólo vemos en Jesús a una buena persona que dijo cosas bonitas pero que murió hace 2.000 años, nos ocurrirá lo que también dice San Pablo: Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados, porque la fe en Cristo queda como un simple sueño.

¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos, nos recuerda con fuerza San Pablo. ¿Por qué creemos esto? El Nuevo Testamento no describe el hecho mismo de la resurrección, ni afirma que alguna persona viera ese momento: ¿De dónde sacamos esta certeza? De los testimonios de los discípulos, mujeres y hombres, a quienes Cristo Resucitado se apareció.

Estas experiencias de encuentro con el Resucitado, narradas de diferentes formas, y la reacción de los discípulos, sólo resultan comprensibles si realmente reconocieron en el Resucitado al mismo Jesús que habían conocido en carne mortal, aunque ahora se les muestra revestido de gloria. Y por esa experiencia real no dudaron en anunciar la Buena Noticia, dando testimonio de la misma incluso hasta aceptar su propia muerte por afirmar que Cristo ha resucitado

Apoyándonos en estos y otros testimonios, cada cristiano está llamado vivir su propia experiencia de encuentro con el Resucitado para que su fe resulte creíble. Y la fe cristiana conlleva un proceso, como el que vivieron los discípulos, dispuestos a salir de nuestros esquemas “cerrados” en lo tangible y material; y la fe cristiana también supone un cambio de criterios y modos de conducta, como el que ellos vivieron, asumiendo el proyecto de vida de las Bienaventuranzas, que abarca todas las dimensiones de nuestra existencia como discípulos y apóstoles, viviéndolo en santidad.

¿Sé responder cuando alguien dice que la religión es el “opio del pueblo”, o un instrumento de poder, o cuestionan la resurrección de Jesucristo? ¿Soy de esos cristianos de “Cuaresma sin Pascua”? ¿Por qué creo en la Resurrección de Jesús? ¿He tenido experiencia de encuentro con Él?

No debemos escondernos ante aquéllos que cuestionan nuestra fe, ni ante los acontecimientos y circunstancias que parecen desmentir lo que afirma el Evangelio. Debemos verlos como retos para profundizar y robustecer nuestra fe. Mostraremos que “no nos hemos inventado a un amigo imaginario” ni estamos buscando un modo de consolarnos si, aun contemplando o sufriendo la pobreza, el hambre, el llanto, el odio, la exclusión… nos mantenemos como “árboles plantados junto al agua” (1ª lectura), sin perder la esperanza, no por nuestra fuerza interior, sino porque verdaderamente Cristo ha resucitado.

Felicidad

Uno puede leer y escuchar cada vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y la recuperación progresiva de la economía.

Se nos dice que estamos asistiendo ya a un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién? Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está sucediendo.

La recuperación económica que está en marcha va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada «sociedad dual». Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.

De hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.

La parábola del hombre rico «que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día» y del pobre Lázaro que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban de la mesa del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.

Entre nosotros existen esos «mecanismos económicos, financieros y sociales» denunciados por Juan Pablo II, «los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionaban de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros».

Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que es la Sollicitudo rei socialis, tan poco escuchada, incluso por los que lo vitoreaban constantemente, Juan Pablo II descubrió en la raíz de esta situación algo que solo tiene un nombre: pecado.

Podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.

En sus bienaventuranzas, Jesús advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios.

Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión intensa de la justicia de Dios que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.

Han pasado veinte siglos, pero la palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres. Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, sigue viva y nos interpela a todos.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 17 de febrero

¡Benditos y malditos!

      A veces conviene exagerar para que se entienda bien lo que se quiere decir. Así hace la primera lectura. Plantea dos formas de vida muy opuestas. Son tan opuestas las dos que en realidad no se dan en la vida real. Es de dudar que existen los que confían sólo y exclusivamente en sí mismos. Y también es de dudar que nosotros seamos de los que confiamos única y exclusivamente en Dios. Pero la oposición nos sirve para comprender por donde deberíamos orientar nuestra vida. Porque con cada uno de los extremos se relacionan en la lectura unas ideas. Los que “confían en el hombre” se parecen a un “desierto”, que es lugar de muerte, estéril y vacío de Dios. Los que “confían en el Señor” son como árboles plantados en agua que siempre dan fruto. Es como si vivieran en un oasis, lugar de vida en medio de la muerte que es el desierto.

      Algo parecido nos plantea Jesús en el evangelio de Lucas. En esta versión de las bienaventuranzas, diferente de la de Mateo, las bendiciones se presentan en paralelo con unas maldiciones. Las maldiciones recogen prácticamente las mismas ideas que hemos comentado de la primera lectura. Los que confían en sí mismos, en el hombre, no tienen mucho futuro. Parece que están condenados al sufrimiento y a la muerte. Confían en sí mismos porque son ricos, porque comen en abundancia, porque gozan y porque todos hablan bien de ellos. En el lado opuesto están los que son declarados “bienaventurados” o “felices” por Jesús. 

      Pero hay un hecho importante a resaltar en este lado de la oposición. Si en la primera lectura se declaraba “bendito” al que confiaba en el Señor, en el Evangelio se declara “bienaventurado” no al que confía en el Señor sino simplemente a los que en este mundo les ha tocado la peor parte. Jesús no dice “dichos los pobres que confían en Dios”. Dice simplemente “Dichosos los pobres” y “los que tienen hambre” y “los que lloran”. Sin más. No es necesario ningún título más para merecer ser declarados “bienaventurados” por Jesús y recibir la promesa de reino. Sólo la última de las bienaventuranzas se refiere a los discípulos de Jesús, a los que serán perseguidos por causa de su nombre. Esos también son “bienaventurados”. 

      El amor y la misericordia de Dios son para todos los hombres y mujeres. Precisamente por eso se manifiesta, en primer lugar, a aquellos que no tienen nada, a los que les ha tocado la peor parte en este mundo. A ellos se dirige preferentemente el amor Dios. A ellos les tenemos que amar preferentemente los cristianos porque son los “bienaventurados” de Dios. Porque son nuestros hermanos pobres y abandonados. Nosotros confiamos en que en el reino nos encontraremos todos, ellos y nosotros, compartiendo la mesa de la “bienaventuranza”. 

Para la reflexión

      ¿Quiénes son, cerca de nosotros, los pobres, los que pasan hambre, los que lloran? ¿Qué hacemos en nuestra comunidad para que se sientan los amados y preferidos de Dios? ¿O preferimos mirar sólo por nuestro bien y confiar en nosotros mismos? ¿Qué podríamos hacer?

Fernando Torres, cmf