II Vísperas – Domingo VII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Gallos vigilantes
que la noche alertan,
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya. +

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memoriables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 1P 1, 3-5

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza vida, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «No juzguéis, y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros», dice el Señor.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «No juzguéis, y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros», dice el Señor.

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó al mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle con alegría:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

  • Te damos gracias, Señor, porque, a través del mundo, nos has revelado tu poder y tu gloria;
    — haz que sepamos ver tu providencia en los avatares del mundo.
  • Tú que, por la victoria de tu Hijo en la cruz, anunciaste la paz al mundo,
    — líbranos de toda desesperación y de todo temor.
  • A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
    — concédeles que cooperen, con sinceridad y concordia, en la edificación de un mundo mejor.
  • Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos, fortalece a los débiles,
    — para que en todo se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Tú, que al tercer día, resucitaste gloriosamente a tu Hijo del sepulcro,
    — haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, concede a tu pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Amor gratuito

1.- Amor y perdón. Son dos palabras claves que se repiten en las lecturas de este domingo. Fáciles de pronunciar, pero difíciles de practicar. Amar a los que nos aman puede ser interesado. El mérito está en amar a aquél que no nos lo puede devolver, e incluso a aquél que nos odia. Eso hizo David cuando perdonó la vida a su perseguidor, el rey Saúl. Es lo que hizo Jesús en la Cruz cuando perdonó a los que le maltrataban: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

2.- Perdonar a nuestros enemigos. Porque Dios es el primero que nos perdona a nosotros, porque como proclamamos en el salmo “el Señor es compasivo y misericordioso”. Él no nos trata como merecen nuestros pecados y derrama raudales de misericordia con nosotros. A mi mente viene aquella anécdota en la que un niño, intrigado por las palabras de su catequista que le decía que Dios con su providencia infinita está siempre despierto velando por nosotros, le preguntó a Dios si no se aburría teniendo que estar todo el tiempo despierto. Dios le contestó al niño con estas palabras: “no me aburro, me paso el día perdonando”. Contrasta la “ternura” de Dios con esa imagen de Dios “eternamente enojado”, que me parece muy poco acorde con el Evangelio.

3.- La cadena de la violencia sólo se rompe amando. Es la mirada de amor la que puede transformar el corazón de piedra del agresor. No cabe duda de que la violencia engendra violencia y esta rueda sólo se puede parar con la fuerza del amor. Hay un lado “provocador” en las palabras de Jesús en el Sermón del Monte: poned la otra mejilla, bendecid a los que nos maldicen, amad al enemigo, no juzguéis y no seréis juzgados. El amor puede hacer que el enemigo deje de ser enemigo y se convierta en un hermano, que reconozca su mal y trate de repararlo, que cambie de forma de pensar y de actuar. Seamos sinceros al decir en el padrenuestro “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Seamos comprensivos y compasivos como lo es Dios con nosotros. Si nos es difícil vivirlo pidamos, al menos, que nos ayude…. a perdonar como Él nos perdona.

4.- Amar de forma gratuita. La existencia de muchas personas cambiaría y adquiriría otro color y otra vida si aprendieran a amar gratis a alguien. El ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad escuchar las palabras de Jesús: “Haced el bien… sin esperar nada”. Puede ser el secreto de la vida, lo que puede devolvernos la alegría de vivir. Ágape, amor gratuito, es el nombre del amor cristiano. Así nos ama siempre Dios, aunque nosotros no seamos capaces de corresponderle.

José María Martín OSA

Domingo VII de Tiempo Ordinario

Es evidente que lo más claro y lo más patente, que cualquiera encuentra en este texto del evangelio de Lucas, tan genial como radical, es que lo más básico y elemental, en la vida de cualquier cristiano, tiene que ser la bondad sin límites. Una bondad con todos y en todo momento o situación, por muy dura que resulte, se viva o sea. Amar siempre, perdonar siempre, derrochar generosidad siempre, aunque se trate del peor enemigo, del más indigno y miserable de los seres humanos. Y quede claro que, en este capítulo, no cabe excepción alguna.

El centro y el eje de nuestra vida de creyentes en Jesús, tiene que ser siempre la bondad, la generosidad, la caridad, el amor fraterno. Todo lo que no sea eso, es salirse del cristianismo. Y conste que esta manera de ver la vida y de vivirla, supera nuestra capacidad humana. Nuestra limitada condición, no da de sí para llegar hasta el exceso de la demasiada ternura. Y esto, siempre, pase lo que pase. Y sea con quien sea. Es verdad que esta postura (global y permanente) tiene siempre el peligro de ser acusada de «buenismo». Ahora bien, ir por la vida renunciando siempre a los propios derechos, para ponerlos al servicio de la bondad, es un proyecto de vida que plantea dos preguntas:

1a) ¿Es eso posible, para lo que da de sí el ser humano?

2a) Y sobre todo, ¿el «buenismo» arregla el mundo?

Vivir del amor, la bondad y la caridad de los demás es una de las cosas más humillantes y hasta degradantes que hay en la vida. Lo que dignifica a un ser humano es vivir de sus propios derechos.Por eso, la traducción actual, que debería tener este discurso de Jesús, debería ser nuestra lucha por la igualdad de derechos de todos. Más aún, lo que debería imperar en la vida es «la ley del más débil».

José María Castillo

Comentario del 24 de febrero

Hoy la palabra de Dios nos invita a la imitación de aquel a cuya imagen hemos sido conformados, especialmente en nuestro bautismo: Cristo Jesús. Toda imagen reproduce los rasgos de su modelo; y el hijo es también reproducción, al menos aproximada, de su progenitor. Sólo así tienen sentido frases como: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. En el comparativo (el como) radica la semejanza que hace posible la imitación. Es más, lo propio de los hijos es asemejarse a su padre. Por eso se dice: Amad a vuestros enemigos… y seréis hijos del Altísimo. ¿Por qué? Porque estaréis reproduciendo en vuestras vidas el amor del mismo Dios, que es bueno no solo con los que son buenos y agradecidos con él, sino con los malvados y desagradecidos.

Esta es la cualidad específica del amor de Dios y ésta es la cualidad que debe resplandecer en sus hijos, que no pueden limitarse a amar como aman los pecadores, es decir, los que no son sus hijos. Se está dando por supuesto que los pecadores también aman y hacen el bien; pero su modo de amar no es sin más el de los hijos de este Dios que es bueno con los malvados y desagradecidos. Los pecadores aman a los que los aman y hacen el bien a quienes les hacen el bien y prestan a aquellos de quienes esperan cobrar. Amar a quienes nos aman es tan natural que hasta los pecadores pueden hacerlo. Lo inconcebible, lo antinatural es, por ejemplo, que un hijo desprecie a su padre, ese padre de quien sólo ha recibido bienes, o que una madre odie a su hijo y desee su desgracia. Lo natural es que besemos las manos en señal de gratitud de nuestros bienhechores, protectores o sanadores.

Pero lo natural en un cristiano no es que se comporte simplemente de modo natural, como cualquier no-cristiano. La naturaleza de un cristiano ya no es simple naturaleza, sino naturaleza elevada a la dignidad de hijo de Dios, naturaleza capacitada por el Espíritu recibido para reproducir en su vida los rasgos de Aquel de quien es hijo. Luego lo natural en un cristiano es que se comporte como lo que es, como hijo de Dios, imitando (=reproduciendo) a su Padre, que es compasivo y misericordioso, amando a los enemigos, haciendo el bien a los que le odian, bendiciendo a los que le maldicen, orando por los que le injurian, presentando la otra mejilla al que le abofetea, dando al que le pide, no reclamando lo que le sustraen. Este es el rasgo distintivo de la conducta cristiana, porque ésta es la nota peculiar del amor de nuestro Dios y porque esto fue lo que caracterizó la conducta de Jesús –el Hijo por excelencia- desde el principio hasta el final de sus días. Así murió, orando por quienes lo injuriaban: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.

El amor a los enemigos, en sus diferentes formas y formulaciones, es por tanto el rasgo de nuestra conducta que debe distinguirnos como cristianos, es decir, como seguidores de Jesús y como hijos de Dios. Este ha sido quizá el rasgo más sobresaliente y llamativo en la vida de los santos, que son los que mejor han reproducido la imagen del Hijo. Todos ellos han tenido enemigos (el mismo Cristo los tuvo; por eso murió en la cruz), y los han tenido sin estar en situación de guerra, sin haber tomado las armas, sin haber militado en un partido político, sin haberse enemistado con nadie. Y es que a la bondad, y al que la refleja, siempre le salen enemigos: esos malvados con quienes el Padre se muestra compasivo. Por tanto, no digamos con tanta ligereza que nosotros no tenemos enemigos o que quiénes son esos enemigos a quienes hemos de amar. Puede suceder que no seamos suficientemente buenos para tener enemigos: ¡Ay, si todo el mundo habla bien de vosotros; eso es lo que hicieron con los falsos profetas! Para tener enemigos basta muchas veces con ser y sobre todo con ser buenos; porque la bondad plasmada en obras suele resultar de ordinario molesta, incómoda para muchos que no la soportan porque pone al descubierto, por contraste, su maldad o mezquindad. Y la maldad es enemiga irreconciliable de la bondad.

Pero tener enemigos no significa siempre tener personas que son objeto de nuestro odio o de nuestro desprecio, personas a quienes deseamos el mal o nos resultan antipáticas; tener enemigos significa simplemente tener opositores, bien porque se oponen a nuestras acciones o porque nos odian u odian lo que representamos, nos maldicen o injurian, nos persiguen, desean nuestro daño o ejercen violencia contra nosotros. Esos son los enemigos que tuvo Jesús; esos son los que tuvieron los santos de todas la épocas. Y a esos es a quienes debemos amar respondiendo al mal con que nos obsequian con el bien, y a su maldición con la bendición, y a su injuria con la oración. Alguno puede pensar que esto es tremendamente difícil; pero más difícil aún, difícil e ingrato, es soportar una vida en el odio, vivir injuriando, maldiciendo, agrediendo, robando, matando. Y poner la otra mejilla no es necesariamente más difícil que responder con otra bofetada, sobre todo si se tiene el espíritu de mansedumbre de los hijos de Dios o del Hijo de Dios, que es manso y humilde de corazón. Esto tendría que ser lo natural entre cristianos, es decir, lo que surge espontáneamente de los que son tales porque poseen el Espíritu de Cristo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 18. El nombramiento o al menos la confirmación de los titulares de los siguientes oficios compete a la Congregación para la Educación Católica:

          El Rector de una Universidad eclesiástica;

          El Presidente de una Facultad eclesiástica sui iuris;

          El Decano de una Facultad eclesiástica y el presidente serán nombrados o al menos confirmados por la Congregación para la Educación Católica.

Lectio Divina – 24 de febrero

Lectio: Domingo, 24 Febrero, 2019

Imitar la misericordia del Padre del cielo
Lucas 6,27-38

1. ORACIÓN INICIAL

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. LECTURA

a) Clave de lectura:

Lucas nos narra (Lc 6,17-19), que descendiendo de la montaña con los Doce, Jesús encuentra a una gran muchedumbre que quería escuchar su palabra y tocarlo, porque de Él salía una fuerza que sanaba a todos. Jesús acoge a las gentes y les dirige la palabra. El texto de la Liturgia de este domingo nos pone a consideración una parte del discurso que Jesús pronunció en aquella ocasión. En el evangelio de Lucas, los destinatarios de este discurso son “los discípulos“ y “aquella gran multitud de pueblo venido de toda la Judea, de Jerusalén y del litoral de Tiro y de Sidón (Lc 6,17), o sea, se trata de judíos (Judea y Jerusalén) y de paganos (litoral de Tiro y de Sidón). En el Evangelio de Mateo, este mismo discurso se presenta como la Nueva Ley de Dios, como la Antigua Ley, pronunciada desde lo alto de la Montaña. (Mt. 5,1).

b) Una división del texto para ayudarnos en la lectura:

Lucas 6,27-28: Consejos generales
Lucas 6,29-30: Ejemplos concretos de cómo practicar los consejos generales
Lucas 6, 31: Resumen central de la enseñanza de Jesús
Lucas 6,32-34: Quien quiera seguir a Jesús, debe superar la moral de los paganos
Lucas 6,35-36: La raíz de la nueva moral: imitar la misericordia de Dios Padre
Lucas 6,36-38: Ejemplos concretos de cómo imitar a Dios Padre

c) El texto:

27 «Pero a vosotros, los que me escucháis, yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, 28 bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. 29 Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. 30 A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. 31 Y tratad a los hombres como queréis que ellos os traten. 32 Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman.33 Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! 34 Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. 35 Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; entonces vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los perversos.
36 «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. 37 No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. 38 Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.»

3. UN MOMENTO DE SILENCIO ORANTE

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. ALGUNAS PREGUNTAS

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Qué parte del texto te ha gustado más o ha llamado más tu atención?
b) ¿Por qué Jesús dice este discurso? Observa bien las informaciones del texto y trata de sacar tus conclusiones.
c) Según tu parecer ¿cuál es el centro o raíz de la enseñanza de Jesús?
d) ¿Cómo cumplir hoy, en nuestra sociedad consumística e individualista, la moral propuesta por Jesús? ¿Qué quiere decir “ser misericordioso como es misericordioso el Padre del cielo?”
e) ¿Has encontrado en el texto alguna frase que te sea motivo de esperanza y de ánimo?

5. UNA CLAVE DE LECTURA

para los que quisieran profundizar más en el tema

i) El contexto del discurso de Jesús:

Lucas presenta la enseñanza de Jesús como una revelación en forma progresiva. Varias veces, desde el comienzo de su evangelio hasta el capítulo 6,16, Lucas hace saber a sus lectores que Jesús enseñaba a la gente, pero nunca dice sobre el contenido de esta enseñanza (Lc 4,15.31.32.44; 5,1.3.15.17; 6,6). Pero ahora, después de haber dicho que Jesús vio a la multitud deseosa de escuchar la palabra de Dios, traza el primer gran discurso que se inicia con las exclamaciones “¡Bienaventurados vosotros, los pobres!” (Lc 6,20), pero “¡Ay de vosotros los ricos!” (Lc 6,24).
Algunos llaman a este discurso el “Sermón de la Llanura”, porque según Lucas, Jesús desciende de la montaña y se quedó en un rellano, donde dijo el discurso (Lc 6,17). En el evangelio de Mateo, este mismo discurso se dice desde la montaña (Mt 5,1) y es llamado “El Sermón de la Montaña”. En Mateo, se dan en el sermón nueve bienaventuranzas, que trazan un programa de vida para la comunidad cristiana de origen judaica. En Lucas, el sermón es más breve y radical. El sermón enuncia cuatro bienaventuranzas y cuatro maldiciones, dirigidas a la comunidad helenística, constituida por ricos y pobres. Los versículos del Evangelio de este domingo séptimo del Tiempo Ordinario contienen el núcleo central de la enseñanza de Jesús de cómo deben comportarse los que quieren ser sus discípulos.

ii) Comentario del texto:

Lucas 6,27ª: Jesús habla para todos
Desde el principio del discurso hasta ahora, Jesús había hablado para sus “discípulos” (Lc 6,20). Aquí, en el texto de Lucas 6,27ª, su auditorio aumenta y Él se dirige a “vosotros que queréis escuchar”, o sea, a los discípulos, a aquella gran multitud de pobres y enfermos, llegados de todas partes (Lc 6,17-19) y ¡a nosotros, vosotros y yo, que en este momento “escuchamos” la palabra de Jesús!

Lucas 6,27b-28: Consejos generales que delinean la nueva enseñanza
Las palabras que Jesús dirige a aquella muchedumbre pobre y necesitada son exigencias difíciles: “Amar a los enemigos, hacer el bien a los que os odian, bendecir a los que os maldicen, rezar por los que os calumnian”. Estos consejos de Jesús superan en mucho las exigencias que, en aquella época, la gente aprendía desde la infancia de los escribas y fariseos en las reuniones semanales que se realizaban en la sinagoga, esto es, “amar al prójimo y odiar al enemigo” (Mt 5,43). La nueva exigencia de Jesús supera esta moral determinada y tan frecuente, incluso hoy, y revela un aspecto de “justicia mayor” que Jesús exige de aquéllos que quieren seguirlo (Mt 5,20).

Lucas 6, 29-30: Ejemplos concretos de cómo practicar la nueva enseñanza de Jesús
Jesús pide que se ofrezca la mejilla a quien te hiera en la otra, y pide que no se reclame cuando alguien me quita lo que es mío. ¿Cómo entender estas palabras? Entonces, ¿debe el pobre resignarse cuando el rico le golpea, le roba y le engaña? Si tomásemos estas palabras literalmente, estos consejos favorecerían a los ricos. Pero ni siquiera Jesús las observó literalmente. Cuando el soldado le golpeó en el rostro, no puso la otra mejilla, sino que reaccionó con firmeza. “Si he hablado mal, demuéstrame en qué; pero si no, ¿por qué me pegas? (Jn 18,22-23). Esta práctica de Jesús nos amonesta a no tomar literalmente estas sus palabras. Además, las palabras que siguen en el mismo discurso, nos ayudan a entender lo que Jesús quiere enseñar (Lc 6,31)

Lucas 6,31: Resumen central de la enseñanza de Jesús
Jesús pronuncia esta frase revolucionaria: “Lo que queráis que os hagan los hombres, hacedlo vosotros a ellos”. El mejor comentario de esta enseñanza son algunas frases recogidas de algunas religiones: el islamismo: “Ninguno puede ser creyente hasta que no ame a su hermano como a sí mismo”. El budismo: “De cinco modos un jefe debe tratar a sus amigos y dependientes: con generosidad, cortesía, indulgencia, dándoles los que esperan recibir y siendo fieles a su palabra”. El taíismo: “Considera el buen éxito de tu vecino, como tuyo propio, y su mal como si fuese el tuyo”. El hinduísmo: No hagas a los otros lo que a ti te produciría dolor si te lo hiciesen”. En su enseñanza, Jesús, muchas veces, verbaliza el deseo más profundo y universal del corazón humano, el deseo de fraternidad, nacida de la voluntad de querer bien a los otros en total gratuidad, sin pretender obtener beneficios, méritos o recompensas. Es en la fraternidad sincera, bien vivida, donde se revela el rostro de Dios.

Lucas 6, 32-34. Quien quiera seguir a Jesús debe superar la moral de los paganos
¿Qué pensar de aquéllos que sólo aman a los que los aman? ¿Y de los que hacen el bien solamente a los que les hacen el bien? ¿Prestar solamente a aquéllos que sabemos ciertamente que nos lo restituirán? O sea, en todas las sociedades, sean cuales sean, las personas de una misma familia tratan de ayudarse mutuamente. Jesús afirma que esta práctica es universal: “También los pecadores obran así”. Pero esta práctica universal no basta para los que quieren ser seguidores de Jesús. Jesús es muy claro sobre este punto. ¡No basta! Es necesario dar un paso adelante. ¿Cuál es este paso? La respuesta se halla en lo que sigue.

Lucas 6, 35-36: La raíz de la nueva moral: imitar la misericordia de Dios Padre
Mediante su predicación, Jesús trata de cambiar y convertir a las personas. El cambio que Él desea, no se limita a una simple inversión de la situación, de modo que aquéllos que están abajo sean puestos arriba y los de arriba abajo. Porque de este modo nada cambiaría y el sistema seguiría funcionando de la misma forma inalterable. Jesús quiere cambiar el modo de vida. Quiere que sus seguidores tengan una forma de comportarse contraria: “¡Amad a vuestros enemigos!”. La Novedad que quiere construir viene de la nueva experiencia de Dios, Padre de amor. El amor de Dios por nosotros es totalmente gratuito. No depende de lo que nosotros hagamos. De aquí que el verdadero amor quiere el bien del otro independientemente de que él o ella han hecho por mí. Así imitamos la misericordia de Dios Padre y seremos “hijos del Altísimo, que es bueno con los ingratos y con los malvados”. Seremos “misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Estas últimas palabras de Jesús evocan la experiencia de la misericordia de Dios que Moisés tuvo en el Monte Sinaí: “¡El Señor, el Señor! Dios misericordioso y piadoso, lento a la ira y rico de gracia y fidelidad” (Ex 34,6).

Lucas 6,36-38: Ejemplos concretos de cómo imitar a Dios Padre
¡No juzgar, no condenar, perdonar, dar sin medida! Estos son los consejos de Jesús para aquéllos que aquel día lo escuchaban. Estos ejemplos convierten explícitas y concretas las enseñanzas de Jesús en el versículo precedente sobre el amor misericordioso a los enemigos y sobre el comportamiento como hijos del Altísimo. Es la misericordia que se manifiesta en las palabras del Buen Samaritano, del Hijo pródigo y que se revela en la vida de Jesús: “¡ Quien me ve, ve al Padre!”

iii) Más informaciones para poder entender mejor el texto:

a) Bendecir a los que nos maldicen:

Las dos afirmaciones del mismo discurso: “¡Dichosos vosotros los pobres!” (Lc 6,20) y “¡Ay de vosotros los ricos!” (Lc 6,24) obligan a los oyentes a escoger, a hacer opciones a favor de los pobres. En el Antiguo Testamento, Dios coloca a la gente delante de posibilidades de escoger entre la bendición y la maldición. A la gente se le concede la posibilidad de poder escoger: “Yo te he puesto delante la vida y la muerte; la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia (Dt 30,19). No es Dios quien condena. Es el mismo pueblo el que escogerá la vida o la muerte, según su conducta delante de Dios y de los demás. Estos momentos de elección son momentos de la visita de Dios a su pueblo (Gen 21,1; 50,24-25; Ex 3,16; 32,34; Ger 29,10; Sal 59,6; Sal 65,10; Sal 80,15; Sal 106,4). Lucas es el único evangelista que se sirve de esta imagen de la visita de Dios (Lc 1,68.78; 7,16; 19,44; Act 15,16). Para Lucas, Jesús es la visita de Dios que pone al pueblo de frente a escoger o la bendición o la maldición: “¡Dichosos vosotros, los pobres!” y “¡Ay de vosotros, los ricos!” Pero el pueblo no reconoce la visita de Dios (Lc 19,44). Y hoy en nuestro mundo, cuya mayor producción es la pobreza de tantos, ¿somos capaces de reconocer la visita de Dios?

b) Los destinatarios del discurso de Jesús:

Jesús comienza su discurso usando la segunda persona del plural: “¡Bienaventurados vosotros, los pobres!” – “¡Ay de vosotros los ricos!” Pero delante de Jesús, en aquella extensa llanura, no había ricos. Sólo había gente pobre y enferma, venida de todas partes (Lc 6, 17-19). Pero el texto dice: “¡Ay de vosotros, los ricos!”, Lucas, cuando transmite las palabras de Jesús estaba pensando también en las comunidades helenísticas de Grecia y Asia menor de los años 80, cincuenta años después de Jesús. En ellas existía discriminación de los pobres por parte de los ricos (cf. Ap 3,15-17; Sant 2,1-4; 5,1-6; 1Cor 11,20-21), la misma discriminación típica del Imperio Romano. Jesús critica dura y directamente a los ricos: “¡Vosotros, ricos, tenéis ya vuestro consolación! ¡Ay de vosotros los que ahora estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡ Ay los que ahora reís, porque seréis afligidos y lloraréis!”. Esto indica que para Jesús la pobreza no es una fatalidad, sino el fruto de un enriquecimiento injusto de los otros. Dígase lo mismo para la frase: “¡Ay, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros. Lo mismo hacían vuestros padres con los falsos profetas!” Esta cuarta amenaza se refiere a los judíos, o sea, a los hijos de aquéllos que en el pasado elogiaban a los falsos profetas. Citando estas palabras de Jesús, Lucas piensa en los judíos convertidos de su tiempo que se servían de su prestigio y de su autoridad para criticar la apertura hacia los paganos.

6. SALMO 34 (33)

“Gratitud que nace de una mirada distinta”

Bendeciré en todo tiempo a Yahvé,
sin cesar en mi boca su alabanza;
en Yahvé se gloría mi ser,
¡que lo oigan los humildes y se alegren!
Ensalzad conmigo a Yahvé,
exaltemos juntos su nombre.

Consulté a Yahvé y me respondió:
me libró de todos mis temores.
Los que lo miran quedarán radiantes,
no habrá sonrojo en sus semblantes.
Si grita el pobre, Yahvé lo escucha,
y lo salva de todas sus angustias.

El ángel de Yahvé pone su tienda
en torno a sus adeptos y los libra.

Gustad y ved lo bueno que es Yahvé,
dichoso el hombre que se acoge a él.
Respetad a Yahvé, santos suyos,
que a quienes le temen nada les falta.
Los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan a Yahvé de ningún bien carecen.

Venid, hijos, escuchadme,
os enseñaré el temor de Yahvé.
¿A qué hombre no le gusta la vida,
no anhela días para gozar de bienes?

Guarda del mal tu lengua,
tus labios de la mentira;
huye del mal y obra el bien,
busca la paz y anda tras ella.

Los ojos de Yahvé sobre los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
el rostro de Yahvé hacia los bandidos,
para raer de la tierra su recuerdo.

Cuando gritan, Yahvé los oye
y los libra de sus angustias;
Yahvé está cerca de los desanimados,
él salva a los espíritus hundidos.

Muchas son las desgracias del justo,
pero de todas le libra Yahvé;
cuida de todos sus huesos,
ni uno solo se romperá.

Da muerte al malvado la maldad,
los que odian al justo lo pagarán.
Rescata Yahvé la vida de sus siervos,
nada habrán de pagar los que a él se acogen.

7. ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

El peligro de rodar hacia arriba…

… Pero David replicó: No le mates… (1 Sam 26,2.7-9. 12-13. 22-23).

El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo. El último Adán en espíritu que da vida… (1 Cor 15,45-49).

…Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos… (Lc 6,27-38).

¿Qué se pretende de nosotros?

Los dos Adán. Un cuerpo mortal y un cuerpo espiritual. El hombre hecho de tierra y el hombre «celestial».

La reflexión de Pablo (segunda lectura) parece hecha a propósito para desanimar.

Para nosotros es más fácil caer en la cuenta de la parentela con el Adán «hecho de tierra» que con aquel que «es del cielo». Llevamos con mucha mayor desenvoltura «la imagen del hombre terreno» que la del «hombre celestial».

Y, como si esto no bastase, he ahí el «nudo» imposible de desatar del evangelio de hoy: «sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».

Y es el momento de preguntarnos: ¿qué se pretende de nosotros? Al final, llegamos a aceptar la máxima: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten». Quizás traduciendo y minimizando: «No hagáis mal a nadie».

Así puede entrar en nuestro horizonte el gesto magnánimo de David -buscado, fugitivo, obligado a la clandestinidad- que, cuando se encuentra con su enemigo Saúl dormido, estando la tropa igualmente abatida por el sueño, renuncia a dejarlo cosido a la tierra con la misma lanza del rey que estaba allí clavada en el suelo, a su cabecera, y que podía haberla usado impunemente (primera lectura).

David, de parecer contrario al de Abisaí: «Dios te pone al enemigo en la mano», elige respetar «al ungido del Señor» y prefiere confiar la solución del conflicto a Dios que «recompensará a cada uno su justicia y su lealtad».

Es interesante la alternativa, en cuyos extremos hay un principio teológico: ¿Dios es el que te pone el enemigo en las manos para matarlo, o más bien el que te pide que lo perdones?

Tenemos dos maneras distintas de leer en la historia los signos de Dios y de interpretar su voluntad: ¿su gloria pasa a través del exterminio de los enemigos o a través del respeto de la vida de cualquier persona?

David lee correctamente la voluntad de Dios -anticipando así con su comportamiento, uno de los puntos esenciales del mensaje de Jesús- porque comprende que Dios le ha puesto en las manos al rey Saúl para que en él descubra el signo divino de su «intocabilidad», y consiguientemente de la sacralidad de la persona (también la de un súbdito «cualquiera», también la del enemigo).

Uno no es cristiano porque no haga mal a nadie

Así pues, el camino recorrido por David, aunque difícil, no resulta intransitable para nosotros.

Lo malo es que, ateniéndonos al evangelio, no se trata sólo de perdonar al enemigo, de no hacerle daño, sino de amarlo. Ciertas precisiones no dejan escapatoria: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra…».

Nos consideramos un ejemplo, e incluso virtuosos, cuando llegamos a «no querer saber nada con quien nos odia» (lo dejo pasar, no pretendo la venganza). Pero aquí se trata de encontrarlo y hacerle el bien.

Nos tenemos casi como héroes cuando respondemos a las maledicencias, a las calumnias, a las maldades, con el silencio. Cristo, por el contrario, pretende que vayamos por ahí «hablando bien» de los que se obstinan en murmurar de nosotros.

Algunas personas se consideran muy piadosas cuando recuerdan en la oración a sus bienhechores. Jesús exige además que roguemos por aquellos que, no sólo nos rechazan las ofertas, sino que nos «maltratan». Como sugiriendo: «Dad gracias» por aquellos que os hacen la vida difícil, sin olvidar pedir a Dios un trato de favor precisamente para quien os hace tragar bocados amargos.

En cuanto al presentar la «otra mejilla», nos parece decididamente una perspectiva exagerada. Buenos sí, pero el diploma de estúpidos no resulta agradable. No nos abajamos al nivel de ciertos energúmenos.

Nos alejamos con un silencio digno. Aquí, por el contrario, es cuestión de prestarse a ser blanco de los golpes, sin reaccionar (y hay golpes que dejan una señal más fuerte que la de las bofetadas. Y entonces la otra mejilla resulta hasta providencial. Ya no tenemos otra de repuesto… Sin embargo, llegamos a sospechar que es necesario ir más
allá de la «otra mejilla». Hay que aceptar serenamente «perder la cara», al menos según una valoración humana).

Así pues, cristiano no es el que «no hace mal a nadie». Es quien hace bien a quienes no lo merecen, hace favores a «los malvados y desagradecidos».

¿Discurso de la llanura?

.. Y además lo llamamos «discurso de la llanura». Tengo la impresión de que Cristo nos pide escalar una pared que evidentemente supera las posibilidades humanas.

Por eso, me llaman la atención esos cristianos que, después de haber escuchado proposiciones tan locas, cuando salen de la iglesia intercambian sonrisas complacientes, se enredan en temas de una ligereza mortificante, se dan citas para ritos distensivos.

… Como si nada ocurriese. Ni siquiera han caído en la cuenta de que todo aquello eran solicitaciones locas para hacerles salir de la monotonía de su existencia desvaída, para obligarles a interrumpir la serie de gestos gastados en su repetición y a producir acciones imprevisibles, no contempladas en el guión que determina la representación de cada día en la escena del mundo.

Han «encajado» paradojas capaces de aturdir a un búfalo sin dejar traslucir la mínima emoción, sin advertir el más minúsculo remordimiento -al menos un velo de rubor, si no sobre el rostro, sí sobre la piel de la conciencia-, es más, con el semblante de quien ha tomado una saludable bocanada de aire en el parque protegido de la práctica religiosa.

Hay algo peor que negarse a escalar una montaña. Y es la ilusión de que Dios te acompañe y te proteja en la «gira premio» a través del paisaje de llanura que te es tan familiar.

Sí, también el evangelio habla de premio («… tendréis un gran premio»). Pero está destinado a aquellos que se empeñan en amar a los enemigos, en hacer bien y prestar «sin esperar nada». Quiero decir a aquellos que, aun considerándose incapaces de escalar aquella pared vertiginosa, al menos se van a dar contra ella y les vienen encima y les entran dentro las consiguientes, sacrosantas magulladuras.

¿Qué premio? ¿Un monumento al héroe del evangelio? ¿Una medalla al cristiano excepcional? No, simplemente el derecho a ser tenidos por «hijos del Altísimo». O sea, hijos que no se avergüenzan de tener un tal Padre que pide cosas imposibles, y que esperan que el Padre no se avergüence mucho de ellos.
 

¿Cosas del otro mundo?

Así ahora estamos en disposición de simplificar el complejo discurso de Pablo.

Entre el hombre de tierra y el hombre celestial, hay un camino que supera la distancia, que enlaza los dos mundos.

Ese camino pasa a través del abandono de un programa razonable (amar a los que nos aman, hacer el bien a los que nos hacen el bien, conceder préstamos a los que nos dan suficientes garantías de restitución) y la adopción de un programa irrazonable, cuyos puntos cualificativos y por lo mismo irrenunciables son: amor a los enemigos, perdón, no juzgar, no condenar, dar sin cálculo, misericordia sin límites…

El hombre permanecerá siempre, inevitablemente, un poco terreno. Pero, hiriéndose los pies por ese camino imposible, alcanzará el cielo llevando encima un cierto peso «terrestre».

Y llegamos a sospechar que ese camino, no señalado en los itinerarios normales, lleve a «hacer descender» sobre la tierra un trozo de cielo.

Entonces Saúl no tendrá necesidad de enviar a alguien a recuperar el jarro de agua que David se ha limitado a llevarse, sino que lo volverá a encontrar, al despertarse, lleno de agua fresquísima.

«…David se detuvo… a buena distancia de Saúl», precisa el primer libro de Samuel. «Buena distancia» entre el hombre y su enemigo. «Buena distancia» entre los dos Adán. O sea, entre la tierra y el cielo.

Las dos «buenas distancias» dependen una de la otra y, consiguientemente, se pueden reducir solamente «juntándolas». Por ello el hombre que no se junta, prudentemente, como David, que «se detuvo en lo alto de la montaña», sino que desciende hacia el enemigo, corre el riesgo de… rodar hacia arriba.

¿Cosas del otro mundo? Puede ser. Pero, cuando las cosas del otro mundo entran a formar parte de este mundo, entonces, y sólo entonces, nos sentimos seguros en nuestra casa.

A. Pronzato

Nuestro modelo de identificación

A lo largo de nuestra vida, las personas tenemos, y necesitamos, lo que se conoce como “modelos de identificación”: personas que, por diferentes motivos, son para nosotros puntos de referencia a la hora de orientar nuestro crecimiento y desarrollo. De ellos copiamos, en mayor o menor grado, valores, actitudes, opiniones, peinados y modos de vestir… Estos modelos de identificación, cuando se asumen de modo positivo, ayudan a configurar y fortalecer nuestra personalidad. Nuestros modelos de identificación terrenos son temporales, mientras vamos creciendo y madurando, para llegar a conformar nuestra personalidad en la edad adulta.

En la 2ª lectura, san Pablo ha dicho: Igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. El hombre celestial es Cristo, y san Pablo nos lo propone como “modelo de identificación”, porque estamos llamados a ser imágenes suyas, y no debemos conformarnos con ser “terrenos”.

Si decimos que somos cristianos, nuestro “modelo de identificación” ha de ser Cristo, pero en el Evangelio hemos escuchado cómo es y actúa Él. ¿Estamos de verdad dispuestos a que sea nuestro modelo, a hacer nuestros sus criterios, actitudes y comportamientos? No es nada fácil, pero las palabras de Jesús no admiten paliativos y debemos confrontarnos con ellas con toda sinceridad:

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian. ¿Qué siento hacia quienes considero “mis enemigos” o hacia quienes “me odian”? ¿Estaría dispuesto a hacerles el bien, si tuviera ocasión?
Bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian: ¿Respondo a los insultos con insultos? ¿Recuerdo en la oración a quienes de cualquier manera me ofenden o critican?
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra. ¿Soy vengativo? ¿Recurro a la violencia verbal o física?
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten: ¿Tengo esto presente hasta en los detalles mínimos de la vida cotidiana, ya sea familiar, laboral o social? ¿Soy educado y respetuoso con todos?
Si amáis sólo a los que os aman… si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?: ¿Sólo pienso en mi círculo de familia y amigos y me desentiendo del resto de la gente y sus problemas?
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo: ¿Me afecta el sufrimiento de los demás?
No juzguéis y no seréis juzgados: Aunque no justifique su comportamiento, ¿comprendo las limitaciones o circunstancias que afectan a otras personas?
Perdonad y seréis perdonados: ¿Qué me parece “imperdonable”? ¿A quién no puedo perdonar?
Dad y se os dará: ¿Soy una persona egoísta o soy generoso, sobre todo con mi tiempo y capacidades?

¿Qué modelos de identificación he tenido a lo largo de mi vida? ¿Qué me han aportado, cómo me han ayudado en mi desarrollo personal? ¿Qué características del “hombre terreno” descubro en mí? ¿Deseo de verdad llegar a ser imagen del “hombre celestial”? ¿Qué dificultades tengo para identificarme con Cristo? ¿Qué actitudes evangélicas considero fuera de mis posibilidades?

Hoy es uno de esos días en que lo que Cristo nos propone nos parece inalcanzable para el común de los mortales, algo que sólo está destinado a gente muy santa. Pero el Papa Francisco, en “Gaudete et Exsultate”, la exhortación apostólica sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, nos recuerda que (1) “el Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”, o, como dice san Pablo, una existencia meramente “terrena”. Pero (11) “no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables (…) Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él”.

Estamos llamados a ser “santos”, a ser imagen del hombre celestial, que es Cristo, nuestro modelo de identificación, y Él mismo nos indica por dónde empezar: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Concretemos esto en nuestra vida cotidiana familiar, laboral, de vecindad, social, amistades… y desde ahí seguiremos creciendo hasta metas más altas. Esto sí está a nuestro alcance porque (14) “todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”.

Sin esperar nada

¿Por qué tanta gente vive secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida monótona, trivial, insípida? ¿Por qué se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?
Quizás, la existencia de muchos cambiaría y adquiriría otro color y otra vida sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien. Lo quiera o no, el ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad escuchar las palabras de Jesús:«Haced el bien… sin esperar nada». Puede ser el secreto de la vida. Lo que puede devolvernos la alegría de vivir.

Es fácil terminar sin amar a nadie de manera verdaderamente gratuita. No hago daño a nadie. No me meto en los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida. Ya tengo bastante con preocuparme de mí y de mis cosas.

Pero eso, ¿es vida? ¿Vivir despreocupado de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, impermeable a los problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mi «campana de cristal”?

Vivimos en una sociedad en donde es difícil aprender a amar gratuitamente. Casi siempre preguntamos: ¿Para qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos. Nos hemos hecho a la idea de que todo se obtiene «comprando»: alimentos, vestido, vivienda, transporte, diversión… Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras relaciones en puro intercambio de servicios.

Pero, el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la confianza, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior… no se obtienen con dinero. Son algo gratuito, que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del otro.

Los primeros cristianos, al hablar del amor utilizaban la palabra ágape, precisamente para subrayar más esta dimensión de gratuidad, en contraposición al amor entendido sólo como eros y que tenía para muchos una resonancia de interés y egoísmo.

Entre nosotros hay personas que sólo pueden recibir un amor gratuito, pues apenas tienen nada que poder devolver a quien se les quiera acercar. Personas solas, maltratadas por la vida, incomprendidas por casi todos, empobrecidas por la sociedad, sin apenas salida en la vida.

Aquel gran profeta que fue Hélder Câmara nos recuerda la invitación de Jesús con estas palabras: «Para liberarte de ti mismo lanza un puente más allá del abismo que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a algún otro, y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti solo».

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 24 de febrero

Amar sin medida y sin condiciones

      En un día como éste hay que centrarse en el Evangelio. En él Jesús habla del amor. En nuestra sociedad se habla también mucho de amor. Pero el amor parece casi como un instrumento que usamos para sentirnos mejor. Tanto nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad de consumo, en la que todo se compra para sentirnos mejor, para hacer nuestra vida más cómoda y más confortable, que el amor y las relaciones humanas también se piensan desde la misma perspectiva. La persona y su bienestar se han colocado de tal manera en el centro de la existencia que todo lo demás, incluidas las otras personas, giran a su alrededor. Todo se contempla desde una perspectiva egoísta. La persona mira continuamente por sus derechos. Y los otros se ponen al servicio de mis necesidades y deseos. Cuánto más placer, comodidad y bienestar consigue la persona, más valiosa será su vida. En la medida en que no consigo un buen coche, una buena casa, un buen salario y/o una persona que me ame, mi vida pierde valor. Ese es el planteamiento actual. 

      Jesús hace un planteamiento tan radicalmente diferente que no se puede decir siquiera que sea opuesto. Es, sencillamente, otra cosa. Entenderlo es entrar en una sabiduría diferente. Vivirlo es tener la posibilidad de alcanzar la felicidad y la dicha más honda. Jesús, de entrada, invita a amar a los enemigos, a que hagamos el bien a los que nos odian. Ahí es donde se nos rompen los esquemas. Ni entendemos ni queremos entender. ¿Cómo voy a hacer el bien al que me hace daño? ¿Voy a hacer un regalo al terrorista que me puso una bomba? ¿Perdono la vida al delincuente que me amenazó con su cuchillo? Esas ideas suenan a imposibles. Después Jesús habla del mérito. Nos dice que, si queremos tener algún mérito, tenemos que hacer precisamente eso porque amar a los que nos aman es demasiado fácil. En el fondo, se ríe de todos los que se pasan la vida haciendo cosas para conseguir otras. Esos tampoco se han enterado de nada. 

      Jesús hace una propuesta clara: amen y háganlo sin esperar nada a cambio. Sin esperar siquiera que Dios los ame y recompense por ello. Ahí está el gran misterio del amor. Y sólo entonces se recibirá la recompensa de la vida y la dicha. Cuando la persona se entrega, sin límites, al amor. Cuando se agota en ese amor. Sin medida. Sin condiciones. Entonces y sólo entonces experimentaremos el amor de Dios que nos envuelve y nos llena. A eso es a lo que Jesús nos invita a todos los cristianos. 

Para la reflexión

      ¿He justificado alguna vez el odio y la venganza? ¿Ayudan a construir un mundo mejor esas actitudes? ¿Sería posible vivir el amor sin condiciones que Jesús nos propone? ¿Qué consecuencias tendría para nuestra vida?

Fernando Torres, cmf