II Vísperas – Domingo VIII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Cuando la muerte sea vencida
y estemos libres en el reino,
cuando la nueva tierra nazca
en la gloria del nuevo cielo,
cuando tengamos la alegría
con un seguro entendimiento
y el aire sea como un luz
para las almas y los cuerpos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando veamos cara a cara
lo que hemos visto en un espejo
y sepamos que la bondad
y la belleza están de acuerdo,
cuando, al mirar lo que quisimos,
lo vamos claro y perfecto
y sepamos que ha de durar,
sin pasión sin aburrimiento,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando vivamos en la plena
satisfacción de los deseos,
cuando el Rey nos ame y nos mire,
para que nosotros le amemos,
y podamos hablar con él
sin palabras, cuando gocemos
de la compañía feliz
de los que aquí tuvimos lejos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando un suspiro de alegría
nos llene, sin cesar, el pecho,
entonces —siempre, siempre—, entonces
seremos bien lo que seremos.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo, que es su Verbo,
gloria al Espíritu divino,
gloria en la tierra y en el cielo. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

SALMO 111: FELICIDAD DEL JUSTO

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: Hb 12, 22-24

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Querían matar a Jesús, pero él se abrió paso entre ellos y se alejaba.

PRECES

Alegrándonos en el Señor, de quien viene todo don, digámosle:

Escucha, Señor, nuestra oración.

  • Padre y Señor de todos, que enviaste a tu Hijo al mundo para que tu nombre fuese glorificado, desde donde sale el sol hasta el ocaso,
    — fortalece el testimonio de tu Iglesia entre los pueblos.
  • Haznos dóciles a la predicación de los apóstoles,
    — y sumisos a la verdad de nuestra fe.
  • Tú que amas a los justos,
    — haz justicia a los oprimidos.
  • Liberta a los cautivos, abre los ojos a los ciegos,
    — endereza a los que ya se doblan, guarda a los peregrinos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Haz que los que duermen ya el sueño de la paz
    — lleguen, por tu Hijo, a la santa resurrección.

Unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros, dirijamos al Padre nuestra súplica confiada:
Padre nuestro…

ORACION

Concédenos tu ayuda, Señor, para que el mundo progrese, según tus designios, gocen las naciones de una paz estable y tu Iglesia se alegre de poder servirte con una entrega confiada y pacífica. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lo externo manifiesta lo interno

La Palabra de Dios que recoge la liturgia de hoy incide en la idea que nos hacemos de los demás y de la que estamos transmitiendo de nosotros mismos. El resumen del que podemos partir es que nuestras palabras y acciones externas son manifestación de nuestro interior, y que esto mismo es aplicable a los demás.

La sabiduría de Ben Sira nos muestra en la primera lectura que vale más que seamos tardos en hacer alabanza del otro hasta esperar a conocerlo. ¿Y cómo conocerlo?: fijándonos en sus palabras y en sus razonamientos. Para el autor sapiencial, el razonamiento es la medida de la autenticidad o falsedad de la persona. Cuando nuestras palabras expresan lo que pensamos, lo que sentimos, nos estamos dando a conocer a los demás, que podrán hacerse una idea acertada de quiénes somos.

El pasaje del evangelio de Lucas recoge parte de un discurso que Jesús dirige a los discípulos acerca de temas diversos y que sucede a la proclamación de las bienaventuranzas y malaventuranzas. Los versículos anteriores adonde la liturgia hace el corte hablan de la conveniencia de no juzgar a los demás. Ahora, sigue con la guía del ciego, el discípulo con respecto al maestro, el defecto propio en comparación con el defecto ajeno, el árbol y los frutos, el mal y el bien que anidan en nuestro corazón… Podemos desgranar si queremos cada una de estas sentencias o enseñanzas, pero también podemos verlas interrelacionadas entre sí formando un grupo en el que Jesús nos manifiesta cómo debemos enjuiciar a los demás mirando antes nuestro propio defecto; así, el juicio que nos haremos del otro será más veraz y, sobre todo, más misericordioso. Jesús quiere evitar en nosotros la hipocresía, pero también la falta de piedad con el otro. Para ello, nos exhorta a que seamos sinceros con nosotros mismos y que nuestra propia realidad sea el punto de partida para mirar la realidad de los otros.

Lo que hacemos y decimos no son cuestiones para frivolizar; nada menos que traslucen lo que realmente somos. Es cierto que es más importante el fondo que la forma, pero eso no debe ser pretexto para descuidar las formas y menos aún para hacer desprecio de ellas. Según dice Jesús en este pasaje del evangelio de San Lucas, nuestro lenguaje trasluce lo que hay en nuestro corazón. Y si viendo el lenguaje y los frutos de los demás podemos hacernos la idea de cómo son ellos, tendremos que examinar igualmente nuestro lenguaje y nuestras obras para conocernos a nosotros mismos. Podemos ser insinceros, engañarnos, fallar en nuestro diagnóstico… pero conviene que seamos honestos en un grado máximo, puesto que sabemos que a Dios no podemos engañado.

Juan Segura

Hay gente buena en la vida

«La persona que es buena, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien…». Sí, hay personas así. A menudo, las noticias, con su énfasis en las tragedias y los dramas, no lo recogen. Pasan desapercibidas, procuran no hacerse notar. Pero lo que tocan lo transforman. Sin grandes aspavientos. Sin buscar reconocimiento ni aplauso. Por el gusto de hacer las cosas, o por la satisfacción de dar alegría al prójimo.

Seguro que todas y todos conocemos personas así. Ahí están. Sin teorías, sin demasiado bombo. No se dan importancia ni se colocan medallas. Hay gente buena en la vida. Personas sencillas que se han acostumbrado a pensar en la otra, en las otras, y han optado por dedicar su tiempo, sus energías, su corazón, a sembrar bienestar, a compartir alegría, a desvivirse un poco por los demás.

Quizá esta forma de ser ni siquiera la vivan de manera consciente. Sencillamente, han aprendido a mirar el mundo de otra manera, con otra perspectiva. Si nos paramos a pensarlo, en tu vida y en la mía, también nos hemos encontrado con gente así.

No piden recompensa, ni aplauso, ni elogio, aunque todo ello lo merecen. No se dan importancia, no hacen un drama enorme de lo que no funciona, ni están constantemente diciendo a los demás cuanto hacen. Se ríen, seguramente, un poco de sí mismas y otro poco de las tonterías de este mundo. No juzgan ni comparan. Son admirablemente capaces de ponerse en el lugar de otras. Y, por eso, cuando estás con ellas, te hacen sentir que tu vida puede ser mejor y que tu vida importa.

Claro está, tienen también sus flaquezas, sus límites y sus debilidades. Aman con diferentes intensidades, como hacemos todas. Las hay alegres y las hay refunfuñonas. Las hay viejas y jóvenes, hombres y, sobre todo, mujeres. Todas ellas son reales como la vida misma. No tienen nada en común ni con los viejos mitos ni con los nuevos relatos virtuales. No son héroes ni poseen poderes fantásticos. Son mujeres y hombres de carne y hueso, vulnerables, como todo lo humano. Son las personas a las que no dudamos en acudir porque siempre tienen un «sí» en los labios.

Esa gente es bendición y tesoro de este mundo nuestro. Posiblemente no subirán a los altares, pero desde la fe, son santas. Las santas cotidianas. Las santas de todos los días. Son vidas que reflejan esa Vida de Dios que ama sin artificio ni publicidad. Gente anónima de historias admirables. Con su bondad nos enseñan la auténtica espiritualidad: vivir en la vida cotidiana, seducidas, movidas y consoladas por el Espíritu de Jesús.

La luz de estas personas desvela algo latente en todos los corazones humanos, a saber, el deseo profundo de bondad, el anhelo de ser buenas como Dios es bueno, aunque no lo consigamos plenamente. Estas historias contemporáneas de sabor evangélico son memoria viva y actual de Jesús. Con sus vidas sencillas, hacen correr rumores o noticias del Dios de la Vida por nuestro mundo, nos evocan la voz de Dios que habla y canta en el barullo de la noche, desprenden el seductor perfume del Evangelio y contagian el talante humano de Jesús. Por eso, nos permiten recuperar la esperanza en los seres humanos.

Estas gentes buenas indefensas son -como suele repetir Jon Sobrino- una convocatoria pública a hacer el bien, practicar la justicia y caminar humildemente con Dios (cf. Miq 6,8), abriendo espacios reales a la fraternidad de la familia humana en nuestro mundo. Y ante ellas y por ellas, solo podemos dar gracias e inclinar la cabeza con respeto y reverencia porque en sus rostros asoma Dios.

Mari Carmen Martín

Comentario del 3 de marzo

El pasaje evangélico de este día reúne un conjunto de sentencias de carácter proverbial, al estilo de esos proverbios que recogen los libros sapienciales del Antiguo Testamento y que con toda seguridad utilizó Jesús en su predicación. Ya el libro del Eclesiástico usaba este género de enseñanza tan ligado a la sabiduría popular: Se agita la criba y queda el desecho, así el desperdicio del hombre cuando ex examinado. Todos pasamos por diversos exámenes a lo largo de la vida: el examen repetido de nuestros padres en la infancia, el de nuestros maestros y profesores en la escuela y en el instituto, el de nuestro confesor; exámenes de conducta, académicos, test de inteligencia, pruebas de acceso a la universidad o a un puesto de trabajo en una empresa, exámenes de oposición; el profesor examina a sus alumnos, pero también los alumnos examinan al profesor; y nos examinamos cuando damos cuenta de nuestro saber, valía, competencia, capacidad intelectual, madurez. También Dios nos pedirá cuenta de la gestión de los talentos recibidos; también prueba nuestra capacidad de aguante, nuestra firmeza, nuestra paciencia, etc.

El hombre –sentencia el Eclesiástico- se prueba en su razonar; el fruto muestra el cultivo de un árbol, la palabra la mentalidad del hombre; no alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la prueba del hombre. Lo propio del hombre, a diferencia de los animales, es su capacidad para razonar. Y el cauce del razonamiento es la palabra: en ella se nos ofrece la razón del que habla. Por sus frutos se conoce la naturaleza y calidad del árbol y el fruto del razonar humano se sirve en la palabra; por eso la palabra nos muestra la mentalidad del que la profiere y por su palabra podremos conocer la naturaleza y calidad del hombre que hace uso de ella. El razonar de esa persona nos mostrará si es sensata o insensata, si es razonable y juiciosa o irracional, frívola o insustancial, si es prudente o temeraria, si es bondadosa o cruel, si es generosa o mezquina. Es verdad que las palabras pueden ocultar la mentira, pero también las obras pueden esconder hipocresía. También los árboles ofrecen frutos aparentemente sanos, pero dañados por dentro.

Todo en esta vida está expuesto a la mentira o mostrar una apariencia engañosa de verdad. Cualquier examinador puede ser engañado, salvo el que ve y lee el corazón y penetra los pensamientos. Y ése es únicamente Dios, el Juez supremo y último, Aquel al que hemos de dar cuentas en nuestro examen final. Y éste versará sobre lo que hayamos dicho (palabras) y hecho (obras); porque tan benéficas o dañinas pueden ser nuestras palabras como nuestras obras: hablando mal, también hacemos mal; pero lo que decimos o hacemos no es sino el fruto de lo que somos, porque la boca habla lo que rebosa del corazón y el que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien.

Si el corazón de un hombre está lleno de amargura, las palabras que salgan de su boca serán amargas; si está lleno de entusiasmo o de esperanza, las palabras que broten de él llevarán su marca, serán entusiastas y esperanzadas. ¿Qué otra cosa que bien puede sacar de su corazón el que es bueno? Si esto es así, a lo primero que debemos prestar atención es a la propia interioridad, examinando lo que estamos almacenando en ella, porque podemos almacenar amor u odio, fe o desconfianza, esperanza o amargura y porque no podremos sacar al exterior más que lo que hemos atesorado dentro: si bondad, el bien; si maldad, el mal.

No obstante, nosotros no solemos ser ni enteramente buenos, sin ninguna mezcla de maldad, ni enteramente malos, sin ninguna capacidad para el bien. Eso significa que, aun siendo buenos, no dejamos de ser sujetos de reprensión o de corrección. De ahí la advertencia de Jesús: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame que te saque la mota del ojo», sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

Antes de intentar corregir el defecto (la mota) del hermano, hemos de volver nuestra mira examinadora a nosotros mismos para corregir nuestro pecado (la viga de nuestro ojo), porque éste (impureza, soberbia, rencor, antipatía, envidia) nos incapacita para ver con objetividad y claridad lo que debe corregirse en el hermano. Sólo tras la purificación de intenciones, sentimientos, juicios, estaremos debidamente equipados para proceder a la corrección fraterna.

Y esto es aplicable a todos los campos de la vida. Mejorar el mundo, el pequeño mundo que nos rodea, el de nuestra familia, comunidad, vecindad, laboralidad, supone una mirada previa (juicio) que nos permita conocer el mal que hay que corregir o sanar; pero esa mirada debe ser limpia, purificada de elementos distorsionantes que enturbien, deformen o impidan la visión real de las cosas: una mirada comprensiva y compasiva, que no persiga otra cosa que hacer mejores. Sólo así podremos empeñarnos con eficacia en su transformación. Pero con frecuencia sufrimos el espejismo de creer ver motas en todos los ojos ajenos, motas que nos parecen vigas, como a D. Quijote le parecían gigantes los molinos de viento de la Mancha, mientras que nuestras vigas nos parecen motas, cosas insignificantes, faltas que no merecen siquiera consideración. De ahí que tengamos que tener sumo cuidado para no engañarnos a nosotros mismos.

Pero al final, si superamos el examen, obtendremos la recompensa. San Pablo nos lo recuerda, y nosotros debemos acudir a este recuerdo sobre todo cuando veamos flaquear nuestras fuerzas: Trabajad siempre –decía él- por el Señor sin reservas, convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa nuestra fatiga. Dios, que nos sacó de la nada, no permitirá nuestra vuelta a la nada.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 26. § 1. Todos los profesores de cualquier grado deben distinguirse siempre por su honestidad de vida, su integridad doctrinal y su diligencia en el cumplimiento del deber, de manera que puedan contribuir eficazmente a conseguir los fines de una institución académica eclesiástica. Si llegara a faltar cualquiera de estos requisitos, los profesores deberán ser removidos de su encargo, observando el procedimiento previsto[76].

§ 2. Los que enseñan materias concernientes a la fe y costumbres, deben ser conscientes de que tienen que cumplir esta misión en plena comunión con el Magisterio de la Iglesia, en primer lugar con el del Romano Pontífice[77].


[76] Cf. cann. 810 § 1 y 818 CIC.

[77] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 25, 21 de noviembre de 1965: AAS 57 [1965] 29-31; Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la Vocación eclesial del Teólogo, Donum veritatis, 24 de mayo de 1990: AAS 82 [1990] págs.1550-1570.

Lectio Divina – 3 de marzo

Una parábola que llama a la conversión
El árbol se reconoce por su fruto
Lucas 6,39-45

1. Oración inicial

Oh Espíritu Santo, ayuda mi debilidad y enséñame a orar. Sin ti, Espíritu del Padre, no sé qué pedir, ni cómo pedirlo. Pero tú mismo vienes a mi rescate y oras al Padre por mí, con suspiros que ninguna palabra puede expresar. Oh Espíritu de Dios, tú conoces mi corazón: ora en mí como quiere el Padre. Oh Espíritu Santo, ayuda mi debilidad y enséñame a orar. Amén.                      (cf. Rm 8,26-27)

2. Lectura

  1. Clave de lectura

El Evangelio de hoy nos trae algunos pasajes del discurso que Jesús pronuncia en la montaña después de haber pasado la noche en oración (Lucas 6,12) y después de haber llamado a los Doce para que fueran sus apóstoles (Lucas 6,13-14). La mayoría de las frases que encontramos en este discurso, ya se han pronunciado en otras ocasiones, pero Lucas, imitando a Mateo, las reúne aquí en este Discurso de la montaña.

  1. Una división del texto para ayudar la lectura

Lc 6,39: La parábola del ciego que guía a otro ciego.

Lc 6,40: Discípulo – Maestro.

Lc 6,41-42: La paja en el ojo del hermano.

Lc 6,43-45: La parábola del árbol que da buenos frutos.

  1. El texto: Lucas 6,39-45

En ese momento, Jesús les dijo a sus discípulos una parábola: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.

No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestras vidas.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

  • ¿Has estado alguna vez en la situación de un ciego? ¿Qué sentimientos tuviste?
  • La paja y la viga en el ojo. ¿Cómo son mis relaciones con los demás en casa y en la familia, en el trabajo y con los colegas, en la comunidad y con los hermanos y hermanas?
  • Maestro y discípulo. ¿Cómo soy discípulo/a de Jesús?
  • ¿Cuál es la cualidad de mi corazón?

5. Para los que desean profundizar en el texto

Lc 6,39: La parábola del ciego que guía a otro ciego.

Jesús les cuenta una parábola a los discípulos: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un agujero?». Una parábola de una línea, muy similar a las advertencias que, en el Evangelio de Mateo, están dirigidas a los fariseos: «¡Ay de ustedes, guías ciegos!» (Mt 23,16.17.19.24.26). Aquí, en el contexto del Evangelio de Lucas, esta parábola está dirigida a los animadores de las comunidades que se consideran maestros de la verdad, superiores a los demás. Por eso son guías ciegos.

Lc 6,40: Discípulo – Maestro.

«El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.» Jesús es el Maestro. No el profesor. El profesor en el aula imparte diferentes asignaturas, pero no convive con los alumnos. El maestro no da clases, vive con los alumnos. Su tema es él mismo, su testimonio de vida, su forma de vivir las cosas que enseña. La convivencia con el maestro asume tres aspectos: (a) El maestro es el modelo o ejemplo a imitar (cf. Jn 13,13-15); (b) El discípulo no sólo contempla e imita, sino que también se compromete con el destino del maestro, con sus tentaciones (Lucas 22,28), con su persecución (Mt 10,24-25), con su muerte (Jn. 11,16); (c) Él no sólo imita al modelo, no sólo asume el compromiso, sino que se identifica con él: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gálatas 2,20). Este tercer aspecto es la dimensión mística del seguimiento de Jesús, fruto de la acción del Espíritu.

Lc 6,41: La paja en el ojo del hermano.

«¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.” En el Sermón del Monte, Mateo trata el mismo tema y explica un poco mejor la parábola de la paja en el ojo. Jesús pide una actitud creativa que nos permita encontrarnos con el otro sin juzgarlo, sin ideas preconcebidas y racionalizaciones, aceptándolo como su hermano (Mt 7,1-5). Esta apertura total hacia el otro considerado como hermano/hermana sólo surgirá en nosotros cuando podamos relacionarnos con Dios con la total confianza de los hijos (Mt 7,7-11).

Lc 6,43-45: La parábola del árbol que da buenos frutos.

«No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.» La carta del apóstol Santiago sirve como un comentario sobre esta palabra de Jesús: “¿Acaso brota el agua dulce y la amarga de una misma fuente? ¿Acaso, hermanos, una higuera puede producir aceitunas, o higos una vid? Tampoco el mar puede producir agua dulce. (Gc 3,11-12)”. Una persona bien formada en la tradición de la vida comunitaria produce una buena naturaleza dentro de sí misma que lo lleva a practicar la bondad. «Saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón«, pero la persona que no presta atención a su educación tendrá dificultades para producir cosas buenas. Por el contrario, «El malo saca el mal de maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.» Con respecto al «buen tesoro del corazón«, vale la pena recordar lo que dice el libro del Sirácides sobre el corazón, fuente de buenos consejos: «Déjate llevar por lo que te dicta el corazón, porque nadie te será más fiel que él: el alma de un hombre suele advertir a menudo mejor que siete vigías apostados sobre una altura. Y por encima de todo ruego al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad» (Sir 37,13-15).

6. ORACIÓN – Salmo 16 (15)

Protégeme, oh Dios: que me refugio en ti.
Le dije a Dios: «Tú eres mi Señor,
No tengo ningún bien sin ti».
Por los santos que están en la tierra.
hombres nobles, es todo mi amor.

Que otros se apresuren a construir ídolos:
yo no difundiré sus libaciones de sangre.
ni pronunciaré sus nombres con mis labios.

El Señor es la herencia que me toca y mi copa.
en tus manos está mi vida.
Para mí el destino ha caído en lugares deliciosos,
Mi legado es magnífico.

Bendigo al Señor que me aconseja;
incluso en la noche mi corazón me instruye.
Siempre pongo al Señor delante de mí,
está a mi derecha, no puedo vacilar.

Mi corazón se regocija en esto,
mi alma se regocija;
mi cuerpo también descansa a salvo,
porque no abandonarás mi vida en el sepulcro,
ni dejarás que tu santo vea la corrupción.

Me mostrarás el camino de la vida,
plena alegría en tu presencia,
dulzura sin fin a tu derecha.

7. Oración final

Dios de amor, eres un Dios de paz y unidad.
Tú eres el único que puede dispensar armonía.
El nuevo mandamiento que nos diste.
a través de tu Unigénito Hijo
para amarnos como tú nos has amado,
Nos duele el corazón y nos molesta.
De hecho, conocemos las duras resistencias de nuestro orgullo.
y nuestras infidelidades.
Pero tú nos diste a tu muy amado Hijo.
por nuestra vida y para nuestra salvación.
Te rogamos, Padre,
dales a tus siervos un espíritu humilde,
ajeno a toda mala voluntad,
una conciencia pura y pensamientos y sentimientos sinceros.
Danos un corazón capaz de amar a todos los hermanos.
Para intercambiar un ósculo santo de amor y de paz.
Siguiendo el ejemplo de tus santos apóstoles y discípulos,
haz que nos encontremos con sinceridad en tu santo Espíritu.
por la gracia de Jesucristo,
cordero sin mancha,
quien nos redimió con su sangre
y nos hizo un pueblo santo
para manifestar la gloria de tu nombre.
A ti la bendición por los siglos de los siglos. Amén.
(De la liturgia copta de San Cirilo)

Domingo VIII de Tiempo Ordinario

Dos diagnósticos: «El hombre está perdido»

«El hombre está salvado»

!El fruto muestra el cultivo de una palabra la mentalidad del hombre… (Eclo 27,5-8).

iDemos gracias a Dios que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (1 Cor 15,54-58).

Porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca… (Lc 6,39-45).

Un olvido sospechoso

Si las pruebas del leccionario actual hubiesen sido corregidas por el Autor, seguramente hubiera protestado porque se han saltado una frase decisiva (¿censura inconsciente o descuido banal por parte de los compiladores?).

El «sermón de la llanura», cuya segunda parte ocupa el texto del evangelio de hoy, termina con un reproche inquietante: «¿Por qué me invocáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?» (Lc 6,46).

La frase no está en contradicción con lo que ha afirmado antes —como subrayaremos más adelante— acerca de la importancia de las palabras.

Hay palabra y palabra.

Palabra con un timbre de autenticidad, y palabras desentonadas (aunque parezcan melodiosas).

Palabras de conveniencia, de ceremonia, de halago, y palabras de compromiso.

Palabras ligeras y palabras que tienen peso.

La única palabra aceptable, para Cristo, es la palabra obediencia, o sea, una palabra que denuncia una voluntad precisa de «hacer» según sus indicaciones.

Tenemos derecho a llamarlo «Señor», solamente si nuestras invocaciones resultan inseparables de la disponibilidad a tomar en serio sus exigencias.

También para Dios las palabras tienen una importancia fundamental. Pero, tratándose de él, el hombre no puede hacerse la ilusión de que se las va a arreglar con cualquier palabra, por muy sagrada que sea.

Nuestra palabra, en la oración, sé hace «aceptable» por parte del destinatario, únicamente cuando logra probar que hemos. «aceptado» sus palabras.

Dos miradas diminutas sobre el hombre

Después de haber remediado ese sorprendente olvido, podemos subrayar cómo las lecturas de este domingo permiten una doble mirada sobre el hombre. Una que legitima el optimismo. Otra que autoriza un cierto pesimismo.

Pablo (segunda lectura) se inclina sobre el hombre y hace de él un diagnóstico favorable. Sus controles dan un resultado positivo. Es verdad que en aquel cuerpo hay signos inequívocos de corrupción, de Muerte, de pecado. Las derrotas dejan huellas imborrables. A pesar de ello en (este mismo cuerpo se han introducido gérmenes de incorruptibilidad y de inmortalidad. Esto no se debe al trabajo del hombre sino a Dios que cumple, en Cristo, su promesa: «La muerte ha sido absorbida en la victoria».

A través de la inserción en el misterio de la resurrección de Cristo se cambia la realidad profunda del hombre. Por tanto existe una manera distinta de examinar tal realidad: una mirada que descubre una cosecha de incorruptibilidad en el terreno de la corrupción, una victoria que nace de la derrota, la vida que germina de la muerte.

De esta visión de Pablo podemos concluir: donde está el hombre hay algo divino.

¡Qué mal parado ha quedado el hombre!

Pero tampoco podemos olvidar el otro tipo de mirada — más bien severa— lanzada sobre el hombre por el Eclesiástico y en parte también por Cristo en el «sermón de la llanura».

Aquí el diagnóstico no es precisamente halagüeño. Basta seguir el Eclesiástico en su análisis lúcido, penetrante, desencantado. O también concentrarse en las dos escenas propuestas por el evangelio: el ciego que pretende guiar a otro ciego para exponerse a caer, juntos, en un hoyo… Y el «juez» inexorable, habilísimo para denunciar la presencia de una mota en el ojo del hermano y no reparar en la viga enorme que tiene en su propio ojo escrutador…

Dan ganas de concluir: el hombre ha quedado mal parado. O, incluso: el hombre está perdido.

Parando la atención en esta segunda visión, la conclusión se da por descontada: donde está el hombre, hay algo de pobre hombre.

Los dos diagnósticos no son contradictorios

Sin embargo, más allá de la apariencias, los dos diagnósticos no se contradicen entre sí.

Si el hombre se deja ayudar por la Sabiduría, que ha presidido su creación, puede descubrir la propia vocación auténtica y rechazar la imagen deformada.

Si se confía a Cristo para dejarse sugerir cómo debe ser el hombre del futuro, cómo debe ser el hijo del Reino, entonces la realidad actual, aunque engañosa, puede ser superada por el descubrimiento de una realidad distinta.

Pero es fundamental, como punto de partida, un control esmerado de boca, corazón, ojos.

Sólo cuando el corazón, la boca y la mirada componen una realidad armónica, el hombre conoce la plenitud de su humanidad y la amplitud de su vocación divina.


Corazón

El corazón es el hombre.

No tanto el corazón como sede de los sentimientos, o de las emociones. Sino como centro vital de la persona.

Lugar secreto del «recogimiento», donde convergen y se recomponen en unidad las líneas, con frecuencia dispersivas, que sacan al hombre fuera de sí mismo.

En este centro en que uno —como advierte el Eclesiástico— criba, a través de la reflexión, el propio ser y el propio hacer y emergen los «desechos» y se señalan los defectos (los míos, no los de los demás).

Lo que cuenta es lo que se guarda en el corazón. Allí puede esconderse un tesoro precioso o las barreduras. «El que es bueno de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo de la maldad saca el mal…».

«Porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».

Entonces, la palabra verdadera no nace de los labios, sino de un corazón «lleno». Podríamos traducir: «De la abundancia del corazón habla la boca».

Un corazón vacío crea una boca muda, aunque machaque palabras sin parar.

Como advirtiéndonos: cuando te falta la palabra, controla inmediatamente si falta algo en el corazón.

Boca

Las sentencias del Eclesiástico hay que meditarlas una a una para un examen oportuno de nuestra boca. Porque, queramos o no, la boca «dice» lo que somos, la palabra nos «traiciona» (o sea, nos «entrega» a los otros).
«No alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la prueba del hombre».

Y también: «El hombre se prueba en su razonar».

Bastan a veces dos palabras «desentonadas» para descubrir una vida «desentonada».

Cuando las palabras defraudan, quiere decir que el ser es decepcionante.

El hombre que falta a las propias palabras es un hombre fallido.

Tanto la primera lectura como el evangelio insisten en la imagen del árbol que debe «dar» fruto: y el fruto, antes que las «obras buenas», son las palabras. Mejor: la primera obra buena es la palabra.

Ojo


Finalmente la mirada.

El ojo ofuscado por la seguridad, por la presunción, está prácticamente apagado, y el propietario se convierte en un ciego que guía a otro ciego hacia el fatídico hoyo.

La mirada indagadora, sospechosa, implacable frente a los defectos ajenos, el ojo donde centellea la cólera y la condena frente al hermano es una mirada «mala» que no permite ver.

Solamente el ojo en el que se trasparenta la humildad, la mansedumbre, la comprensión, la conciencia de las propias miserias, es un «ojo bueno», que permite ver bien, y del que los otros pueden fiarse.

Quien está entrenado en quitar de la propia mirada las vigas obstaculizadoras de las propias culpas, tendrá la delicadeza suficiente para librar el ojo del hermano de la mota fastidiosa.

El misterio

Así pues, corazón, boca, ojo deben estar en perfecto acuerdo.

Pero, a través de las amonestaciones de Cristo, se puede captar, corno sugiere A. Quilici, el misterio del Dios Único en tres personas.

«… Tres personas que son entre sí como el corazón, la boca y el ojo. El corazón es el Padre de quien todo procede. Se manifiesta en su palabra que es el Hijo y casi su boca, que dice fielmente «todo lo que ha aprendido del Padre». Y el Espíritu Santo es como el ojo de este Dios único. El alumbra el mundo y nos ilumina. Nos manifiesta la misericordia que está en el corazón de Dios y nos reconcilia con él y entre nosotros».

A. Pronzato

Descubrir la verdad

Hay dos conceptos que han irrumpido en nuestra vida: uno es el de la “Posverdad”, que como indica el Diccionario es la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales; el otro concepto, derivado de éste, es el conocido como “fake news”, las “noticias falsas”, que son informaciones infundadas, basadas en datos inexistentes o distorsionados. En ambos casos, la finalidad es engañar o manipular para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas. La difusión de estos fenómenos hace que la verdad quede oscurecida, hasta el punto que ya no sabemos en quién podemos confiar, o en qué basarnos para tomar una decisión social o política.

El Papa Francisco, en su mensaje de 2018 con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, reflexionaba sobre esta cuestión: La eficacia de las fake news [noticias falsas] se debe, en primer lugar, a su capacidad de aparecer como plausibles. En segundo lugar, estas noticias, falsas pero verosímiles, se apoyan en emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración.

Precisamente porque son muy fáciles de creer, y porque conectan con esas emociones primarias buscando dar satisfacción al que las recibe, las noticias falsas se difunden con mucha rapidez, y como dice el Papa, de este modo, los contenidos, a pesar de carecer de fundamento, obtienen una visibilidad tal que incluso los desmentidos oficiales difícilmente consiguen contener los daños que producen.

Porque movernos en un ambiente de “posverdad” en el que proliferan las noticias falsas tiene unas consecuencias: ninguna desinformación es inocua; por el contrario, fiarse de lo que es falso produce consecuencias nefastas. Incluso una distorsión de la verdad aparentemente leve puede tener efectos peligrosos, porque se crea un sentimiento generalizado de que no es posible conocer “la verdad”, incluso que ésta no existe, y se cae en el relativismo tanto en las relaciones humanas como en lo político, social y económico.

Una de las causas de que la posverdad y las noticias falsas vayan en aumento es la falta de sentido crítico de muchas personas, que normalmente no se preocupan de realizar una comparación con otras fuentes de información, y aceptan sin discusión todo lo que reciben y lo difunden, siendo entonces fácilmente manipulables. Por eso, la Palabra de Dios en este domingo nos ofrece algunas pistas para desarrollar nuestro sentido crítico y llegar a descubrir la verdad, tanto en las personas como en las noticias y corrientes de pensamiento.

En la 1ª lectura escuchábamos: el hombre se prueba en su razonar… la palabra muestra la mentalidad del hombre; no alabes a nadie antes de que razone. Un primer paso para no quedar atrapados en la posverdad o las noticias falsas es escuchar los razonamientos, los argumentos que alguien expone sobre un determinado tema, para ver si están fundamentados, si son coherentes y, como indica el Papa, si favorece la comunión y promueve el bien, o por el contrario, tiende a aislar, dividir y contraponer.

Y en el Evangelio, Jesús ha dicho: Cada árbol se conoce por su fruto. Para encontrar la verdad, Jesús nos pide estar atentos al actuar de las personas, y a las consecuencias que provoca, o puede provocar, una determinada información o corriente de pensamiento. El Papa lo afirma: Por sus frutos podemos distinguir la verdad de los enunciados: si suscitan polémica, fomentan divisiones, infunden resignación; o si, por el contrario, llevan a la reflexión consciente y madura, al diálogo constructivo, a una laboriosidad provechosa. Y teniendo presentes esos frutos, nos acercaremos a la verdad, y podremos tomar la decisión de confiar o no confiar en una persona determinada, o decidir aceptar o rechazar una información recibida.

¿Había oído hablar de la “posverdad” o las “fake news”? ¿Conozco algún caso al respecto? ¿Tengo sentido crítico, o acepto sin discusión todo lo que me llega? ¿Creo que la verdad existe y es posible conocerla? ¿Me fijo en los “frutos” de las personas o ideologías, para tomar mis propias decisiones?

La proliferación de la posverdad y las noticias falsas es una llamada y un reto para que seamos veraces y crezcamos en coherencia, porque como ha dicho Jesús: lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. Que nuestro corazón esté rebosante de Cristo, para que, en este ambiente de posverdad, noticias falsas y relativismo, nos mantengamos firmes en la fe y demos frutos de su Verdad.

Detenerse

Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. Es difícil liberarse del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.

Ni siquiera en el propio hogar, escenario de múltiples tensiones e invadido por la televisión, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para descansar gozosamente ante Dios.

Pues bien, paradójicamente, en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes hemos abandonado nuestras iglesias y templos, y sólo acudimos a ellos en las Eucaristías del domingo.

Se nos ha olvidado lo que es detenemos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberamos por unos momentos de nuestras tensiones y dejamos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.

Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.

Acostumbrados al ruido y a las palabras, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad a la persona aquello que es capaz de escuchar en lo más hondo de su ser.

Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como hombres y como creyentes. Según Jesús, el hombre «saca el bien de la bondad que atesora en su corazón». El bien no brota de nosotros espontáneamente. Lo hemos de cultivar y hacer crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su alma.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 3 de marzo

De la abundancia del corazón habla la boca

      Antiguamente, y también hoy en día, en los pueblos pequeños había que tener mucho cuidado con lo que se hacía y con las apariencias. Era importante que todos te viesen comportarte adecuadamente. En caso contrario, las comidillas y los comentarios comenzaban a circular con facilidad. Todo el mundo se sentía con la autoridad necesaria para entender el caso, desechar los argumentos de la defensa y dictar sentencia, generalmente condenatoria. En definitiva, todo el mundo se sentía con capacidad de ser juez. Y eso a veces a partir de datos mínimos, de hechos accidentales, que en realidad nada tenían que ver con lo que la persona era o vivía. 

      En la actualidad hacemos eso también con los conocidos, los amigos, los políticos, las estrellas del cine o, en general, con cualquier personaje público. Muchos hablan y parecen saber perfectamente lo que menganito o zutanito debería hacer o dejar de hacer. Muchos se atreven a dar consejos con una clarividencia tan absoluta que no entendemos cómo no han conseguido mayores triunfos en su propia vida. Sucede lo que dice el refrán: “Consejos vendo, que para mí no tengo”. Los refranes no son otra cosa que el reflejo de la sabiduría popular. En el fondo la primera lectura de este domingo no es más que una acumulación de refranes o dichos. “Si se zarandea la criba, queda la cascarilla” es el comienzo del texto de hoy. Luego nos explica que en las palabras del hombre descubrimos su corazón y lo que hay en él. Es decir, que todas esas críticas y comentarios de que hemos hablado más arriba dicen más de la persona que hace el comentario que de la persona sobre la que se hace el comentario.

      Jesús insiste en parecidas ideas. Jesús usa mucho el sentido común. No es extraño porque esa sabiduría popular tiene mucho de experiencia humana profunda. Y esa profundidad no puede estar anclada más que en Dios, que es nuestro creador. En ella Jesús encuentra las raíces de la sabiduría y de la relación del hombre con Dios. 

      La persona que señala y denuncia con tanta claridad la mota en el ojo ajeno y su disponibilidad (¿hipócrita quizá?) para ayudar a eliminarla, no hace más que poner al descubierto las pobrezas humanas de su propio corazón. Lo suyo, como dice Jesús, no es una mota sino una viga. Deberíamos aprender a ser muy prudentes a la hora de denunciar o condenar las acciones de nuestros hermanos. ¡Tenemos el tejado de cristal! Pero además deberíamos tener el valor de mirar dentro de nuestro corazón sin miedo y tratar de remover sinceramente la viga que seguramente tenemos. Así estaremos más ligeros para seguir a Jesús y amar a nuestros hermanos y hermanas. 

Para la reflexión

      ¿Me he dedicado en estos últimos días alguna vez a la crítica y la murmuración contra otras personas? ¿He conseguido algún bien con ello? ¿No sería mejor hablar de sus valores y cualidades? ¿Tengo valor para mirar a la viga que tengo en mi ojo?

Fernando Torres, cmd