Vísperas – Lunes VIII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES VIII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Y dijo el Señor Dios en el principio:
«¡Que sea la luz!» Y fue la luz primera.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que exista el firmamento!»
Y el cielo abrió su bóveda perfecta.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que existan los océanos,
y emerjan los cimientos de la tierra!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Qué brote hierba verde,
y el campo dé semillas y cosechas!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que el cielo ilumine,
y nazca el sol, la luna y las estrellas.»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que bulla el mar de peces;
de pájaros, el aire del planeta!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Hagamos hoy al hombre,
a semejanza nuestra, a imagen nuestra!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y descansó el Señor el día séptimo.
y el hombre continúa su tarea.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

SALMO 135: HIMNO PASCUAL

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

SALMO 135

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación, se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 3, 12-13

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Llenos de confianza en Jesús, que no abandona nunca a los que se acogen a él, invoquémoslo, diciendo:

Escúchanos, Dios nuestro.

  • Señor Jesucristo, tú que eres nuestra luz, ilumina a tu Iglesia,
    — para que predique a los paganos el gran misterio que veneramos, manifestado en la carne.
  • Guarda a los sacerdotes y ministros de la Iglesia,
    — y haz que, después de predicar a los otros, sean hallados fieles, ellos también, en tu servicio.
  • Tú que, por tu sangre, diste la paz al mundo.
    — aparta de nosotros el pecado de discordia y el azote de la guerra.
  • Ayuda, Señor, a los que uniste con la gracia del matrimonio,
    — para que su unión sea efectivamente signo del misterio de la Iglesia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Concede, por tu misericordia, a todos los difuntos el perdón de sus faltas,
    — para que sean contados entre tus santos.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque atardece; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza; así, nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en las Escrituras y en la fracción del pan. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 4 de marzo

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Concédenos tu ayuda, Señor, para que el mundo progrese, según tus designios; gocen las naciones de una paz estable y tu Iglesia se alegre de poder servirte con una entrega confiada y pacífica. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Marcos 10,17-27
Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y, arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.» Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.» Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.» Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!» Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios.» Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se podrá salvar?» Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy narra dos cosas: (a) cuenta la historia del hombre rico que pregunta por el camino de la vida eterna (Mc 10,17-22), y (b) Jesús llama la atención sobre el peligro de las riquezas (Mc 10,23-27). El hombre rico no aceptó la propuesta de Jesús, pues era muy rico. Una persona rica está protegida por la seguridad que la riqueza le da. Tiene dificultad en abrir la mano y dejar escapar esta seguridad. Agarrada a las ventajas de sus bienes vive defendiendo sus propios intereses. Una persona pobre no acostumbra tener esta preocupación. Pero puede que tenga una cabeza de rico. Entonces, el deseo de riqueza crea en ella una dependencia y hace que esta persona se vuelva esclava del consumismo. Hay gente que tiene tantas actividades que ya no tiene tiempo para dedicarse al servicio del prójimo. Con esta problemática en la cabeza, tanto de las personas como de los países, vamos a meditar el texto del hombre rico.
• Marcos 10,17-19: La observancia de los mandamientos y la vida eterna. Alguien llega cerca de Jesús y le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?” El evangelio de Mateo informa que se trata de un joven (Mt 19,20.22). Jesús responde bruscamente: “¿Por qué me llamas bueno? ¡Nadie es bueno, sino sólo Dios!” Jesús aleja la atención sobre si mismo y apunta hacia Dios, pues lo que importa es hacer la voluntad de Dios, revelar el Proyecto del Padre. En seguida, Jesús afirma: “Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre”. Es importante mirar bien la respuesta de Jesús. El joven había preguntado por la vida eterna. ¡Quería vivir cerca de Dios! Pero Jesús no menciona los tres primeros mandamientos que definen nuestra relación con Dios. Recuerda los mandamientos que hablan del respeto a la vida ¡cerca del prójimo! Para Jesús, sólo conseguimos estar bien con Dios, si estamos bien con el prójimo. No sirve de nada engañarse. La puerta para llegar a Dios es el prójimo.
• Marcos 10,20: Observar los mandamientos, ¿para qué sirve? El hombre responde diciendo que ya observaba los mandamientos desde su juventud. Lo que es curioso es lo siguiente. El había preguntado por el camino de la vida. Ahora, el camino de la vida era y sigue siendo: hacer la voluntad de Dios expresada en los mandamientos. Quiere decir que él observaba los mandamientos sin saber a qué servían. De lo contrario, no hubiera hecho la pregunta. Es como lo que ocurre a muchos católicos de hoy: no saben decir para qué sirve ser católico. ”Nací en un país católico, ¡por esto soy católico!” ¡Cosa de costumbre!
• Marcos 10,21-22: Compartir los bienes con los pobres y seguir a Jesús. Oyendo la respuesta del joven: “Jesús fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.» La observancia de los mandamientos es apenas el primer grado de una escalera que va más allá y más alto. ¡Jesús pide más! La observancia de los mandamientos prepara a la persona para que pueda llegar a la entrega total de sí a favor del prójimo. Jesús pide mucho, pero lo pide con mucho amor. El joven no aceptó la propuesta de Jesús y se fue “porque tenía muchos bienes”.
• Marcos 10,23-27: El camello y el ojo de la aguja. Después de que el joven se fuera, Jesús comentó su decisión: ¡Qué difícil es que los que tenga riquezas entren en el Reino de los Cielos! Los discípulos quedaron asombrados. Jesús repite la misma frase y añade: ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios.» La expresión “entrar en el Reino” indica no sólo y en primer lugar la entrada en el cielo después de la muerte, sino también y sobre todo la entrada en comunidad alrededor de Jesús. La comunidad es y debe ser una muestra del Reino. La alusión a la imposibilidad de que un camello pase por el ojo de la aguja viene de un proverbio popular de la época usado por el pueblo para decir que una cosa era humanamente imposible. Los discípulos quedaron desconcertados ante la afirmación de Jesús y se preguntaban unos a otros: «¿Y quién se podrá salvar?» Señal de que no habían entendido la respuesta de Jesús al joven rico: “Va, vende todos sus bienes y dalos a los pobres, luego ven y ¡sígueme!” El joven había observado los mandamientos desde su juventud, pero sin entender el porqué de la observancia. Algo semejante estaba aconteciendo con los discípulos. Ellos habían abandonado ya todos los bienes según había pedido Jesús al joven rico, pero ¡sin entender el porqué del abandono! Si lo hubiesen entendido no se hubiesen quedado asombrados ante la exigencia de Jesús. Cuando la riqueza o el deseo de la riqueza ocupan el corazón y la mirada, la persona deja de percibir el sentido del evangelio. ¡Sólo Dios puede ayudar! Jesús mira a los discípulos y dice: «Para los hombres, imposible, pero no para Dios. ¡Porque todo es posible para Dios!»

4) Para la reflexión personal

• Una persona que vive preocupada con su riqueza o que vive adquiriendo las cosas de la propaganda de la tele, ¿puede liberarse de todo para seguir a Jesús y vivir en paz en una comunidad cristiana? ¿Es posible? ¿Qué piensas tú? ¿Cómo lo haces tú?
• ¿Conoces a alguien que consiguió dejarlo todo por el Reino? ¿Qué significa hoy para nosotros: “Va, vende todo, dalo a los pobres”? ¿Cómo entender y practicar hoy a los consejos que Jesús dio al joven rico?

5) Oración final

Doy gracias a Yahvé de todo corazón,
en la reunión de los justos y en la comunidad.
Grandes son las obras de Yahvé,
meditadas por todos que las aman. (Sal 111,1-2)

Recursos Domingo I de Cuaresma

1. La liturgia meditada a lo largo de la semana.

A lo largo de la semana anterior a este domingo segundo de Cuaresma, intenta meditar la Palabra de Dios. Medítala personalmente, un lectura cada día, por ejemplo. Elige un día de la semana para la meditación comunitaria de la Palabra: en un grupo de la parroquia, en un grupo de padres, en un grupo de un movimiento eclesial, en una comunidad religiosa.

2. Pan y tentación, palabras clave.

El evangelio haba de pan y de tentación. Estas dos palabras aparecen en la oración del Padre Nuestro: “El pan nuestro de cada día dánosle hoy… no nos dejes caer en la tentación”.
Una pista para la homilía podría ser el relacionar pan y tentación: si no se alimenta con el pan de la Palabra, el cristiano no tendrá fuerzas para resistir, cuando llegue la prueba de la tentación.

Estamos invitados a releer el Padrenuestro a la luz del Evangelio de este domingo: ¡danos tu pan para este día, ayúdanos a superar la tentación!

3. Oración en la lectio divina.

En la meditación de la Palabra de Dios (lectio divina), se puede prolongar el momento de la acogida de las lecturas con una oración.

Al final de la primera lectura: Dios, Padre de tu Pueblo, la Iglesia, te da gracias. Por el bautismo y la confirmación, nos libraste de las ataduras de la muerte para introducirnos en la nueva Tierra prometida, la Eucaristía. En este inicio de la Cuaresma, te encomendamos a los candidatos al bautismo que entran en la última etapa de su preparación.

Al final de la segunda lectura: Padre, nosotros te damos gracias por la fe que nos ofreces: confesamos que Jesús es Señor, creemos de todo corazón que lo resucitaste de entre los muertos. Nosotros te pedimos por nuestros hermanos y hermanas que dudan y por nosotros mismos: por tu Espíritu Santo, sustenta nuestra fe, que tu Palabra habite en nuestros corazones.

Al finalizar el Evangelio: Dios fiel, te damos gracias porque nos enviaste a tu Hijo Jesús. Él nos invita a seguirle por los caminos de la humanidad y a comprometernos en el camino de la Pascua. Te pedimos: llénanos de tu Espíritu, a imagen de tu Hijo Jesús, para que podamos progresar en la fidelidad a tu Palabra.

4. Plegaria Eucarística.

La Plegaria Eucarística “Para circunstancias particulares”, en la intercesión 1, se sitúa en una tonalidad de conversión.

5. Palabra para el camino.

Jesús no elige ir al desierto. Es llevado por el Espíritu Santo. Y ahí, es confrontado con el espíritu del mal. Tampoco nosotros elegimos vivir en el corazón de este mundo en el que Dios se ha convertido en algo poco interesante para muchos.
Desierto para nuestras vidas de creyentes; con todas las tentaciones ligadas a nuestras faltas: cansancio, pérdida de coraje, deseo de retirarnos de una Iglesia que nos desconcierta y de abandonar a Dios… A través de Jesús sabemos que la travesía del desierto es posible. Su Espíritu nos acompaña y apoya nuestras elecciones creyentes. “Cree en tu corazón…”, nos dice Pablo en la Carta a los Romanos.

La Cuaresma, travesía del desierto…
¡La Cuaresma, invitación a reavivar nuestra esperanza!

Comentario del 4 de marzo

En cierta ocasión, nos dice el evangelista, se acercó a Jesús uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? La formulación de la pregunta denota estima y respeto. Su palabra es, para él, tan digna de aprecio que la espera como una enseñanza aplicable de inmediato a la propia vida, pues se sitúa en el nivel del hacer: ¿Qué tengo que hacer para alcanzar esa meta u obtener esa herencia? Lo que aquel interlocutor espera es una directriz práctica, una doctrina moral. Jesús así lo entiende también, pues le responde: Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. El Maestro le indica, por tanto, el camino de esos mandamientos que integran la Ley de Dios. Los que aquí se enuncian hacen referencia al prójimo, al respeto que debe merecernos la vida, los bienes, la mujer, la fama del prójimo, incluyendo al padre y a la madre y la honra que se les debe. Tales mandamientos son voluntad de Dios, y el que los cumple, cumple la voluntad de Dios y se hace merecedor de la herencia eterna.

Aquel muchacho le respondió: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Si era realmente así, no había más que añadir: se había hecho merecedor de la herencia prometida a los cumplidores. Pero Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme. Le muestra, por tanto, un camino complementario, un camino hacia la perfección. Cumplir los mandamientos no lo es todo. Hay una conducta superior al hecho de no matar, no robar o no adulterar; y es entregar lo que uno tiene en bien de los demás, vender las propias posesiones y con el dinero obtenido socorrer a los pobres; al tiempo que les hacemos un bien a ellos, nos liberamos nosotros y nos hacemos más aptos para el seguimiento de Jesús. Pero la acción de desprenderseno es fácil cuando uno está atado o apegado a esos bienes en los que pone su «siempre insegura» seguridad. Y, al parecer, ésta era la situación anímica de aquel joven rico, porque, a las palabras de Jesús, el muchacho frunció el ceño y se marchó pesaroso. Y es que era muy rico, y además no estaba dispuesto a renunciar a sus riquezas, es decir, a su bienestar y a sus seguridades.

La experiencia de aquel encuentro le sirvió a Jesús para extraer una enseñanza moral muy útil para sus discípulos: Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios –les dijo-. Los discípulos se extrañaron de estas palabras que parecían si no cerrar sí al menos dificultar enormemente la entrada en el reino de los cielos a los ricos. Y precisa aún más: Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios. La comparación les sorprende todavía más, y provoca su espanto, y comentan: Entonces, ¿quién puede salvarse?

El interrogante es pertinente: si la exigencia es ésta, ¿quién puede salvarse o entrar en el reino de los cielos? ¿Qué rico puede salvarse? ¿El que no ponga su confianza en el dinero? Pero ¿es posible ser rico, tener dinero, y no poner la confianza en él? Quizá esto sea imposible para los hombres, pero no para Dios; Dios lo puede todo; Dios puede hacer que un rico deje de poner su confianza en el dinero. Basta con hacerle pasar por una experiencia de ruina, de crisis o de enfermedad mortal para hacerle tomar conciencia de que en semejantes circunstancias el dinero no sirve para nada o para casi nada –quizá para unos cuidados paliativos o poco más-. Pero nos podemos hacer todavía una pregunta: ¿Por qué esta incompatibilidad entre el dinero, o la confianza en él, y el reino de Dios? Probablemente porque tras el afán por el dinero hay una idolatría que resulta incompatible con el verdadero culto a Dios.

Es eso que dice Jesús en otro pasaje del evangelio: No podéis servir a Dios y al dinero. Y es que el dinero se convierte fácilmente en un pequeño reyezuelo, un amo que reclama servicio, atención, culto y adoración. Deja de ser un medio de adquisición de ciertos productos más o menos indispensables para la vida para convertirse en un ídoloque absorbe todas nuestras energías y por el que uno arriesga y sacrifica aspectos muy importantes de la vida como la amistad, la armonía familiar, la paz social, la estabilidad personal. Sucede con frecuencia que el que pone su confianza en el dinero deja de ponerla en los demás; más aún, deja de ponerla en Dios. Y este es el gran peligro del dinero: que somete a esclavitud, que despierta la codicia generando una espiral de efectos imprevisibles, porque nunca se ve saciada, que nos aparta de Dios provocando la engañosa imaginación de que nos aporta una base más segura (para la vida) que la del mismo Dios. La dificultad que Jesús ve en el dinero está en su poder encadenante, en su capacidad para atar, hasta el punto de encadenar nuestra voluntad, de no dejarnos libertad para actuar conforme al dictado de nuestra recta conciencia. Esto es lo que le sucedió a aquel joven rico: sus posesiones le tenían tan aprisionado que le impedían seguir a Jesús, cuando éste parecía ser su verdadero deseo.

Ante semejante panorama ¿qué queda sino pedir al Señor que nos libere de nuestras posesiones reales o imaginarias o al menos de ese falso espejismo que nos lleva a creer que son una base firme en la que poner nuestra seguridad?

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 27. § 1. Los que enseñan materias concernientes a la fe y costumbres, deben recibir la misión canónica del Gran Canciller o de su delegado, después de haber hecho la profesión de fe[78], ya que no enseñan con autoridad propia sino en virtud de la misión recibida de la Iglesia. Los demás profesores deben recibir el permiso para enseñar del Gran Canciller o de su delegado.

§ 2. Todos los profesores, antes de recibir un encargo estable o antes de ser promovidos al supremo orden didáctico, o en ambos casos, según lo definan los estatutos, necesitan la declaración nihil obstat de la Santa Sede.


[78] Cf. can. 833, n. 7.

Homilía – Domingo I de Cuaresma

TENTADOS Y TENTADORES

LA VOZ DE ALERTA

Con qué énfasis los padres y los hermanos mayores tratan de abrir los ojos a los hijos y hermanos menores sobre el efecto que les están causando o les pueden causar las malas compañías, los malos ambientes… Ellos no se dan cuenta, están inmersos en la atmósfera, y todo les parece natural. Si lo hacen todos, ¿por qué ellos no? Eso es lo que, sin darnos cuenta, puede ocurrimos a nosotros, envueltos en un ambiente de contaminación y contaminados nosotros también. Pero somos afortunados: Jesús es el hermano mayor que nos alerta, nos abre los ojos.

Todos los comentaristas bíblicos están de acuerdo en que el relato sobre las tentaciones es una escenificación de las tentaciones que Jesús sufrió a lo largo de toda su vida. No hubieran podido ser filmadas porque sus personas y escenas eran imaginarias; pero el hecho de que las tentaciones de Jesús no fueran localizables no quiere decir que no fueran reales. Los evangelistas las ponen en paralelo a las tentaciones que sufrió el pueblo elegido en su marcha a la tierra de promisión y las que sufre y sufrirá el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, cada uno de los cristianos y, en definitiva, toda persona. El relato presenta a Jesús como el hombre que «venció al mal con el bien» (Rm 12,21) y que nos incita a optar con sensatez como él lo hizo.

A veces las tentaciones y los tentadores son muy concretos, tienen rostro; pero, generalmente, son los modos mundanos y antievangélicos de vida que percibimos a diario los que nos tientan. Se trata de modos equivocados de reafirmarse, de realizarse, de querer ser feliz, con los que nos familiarizamos y connaturalizamos porque es la atmósfera que respiramos.

Estas tentaciones nos llegan desde la familia, desde los compañeros de trabajo, desde el ambiente vecinal y de amigos, desde los medios de comunicación social que presentan como algo natural modos frívolos de vida y canonizan diversas formas de egoísmo. Y porque son difusas y nos envuelven, son más peligrosas, porque ni siquiera las reconocemos como tentaciones ni como formas perjudiciales de vida. El mensaje evangélico nos recuerda que a quien hemos de seguir es a Jesús, aunque sea a contrapelo de la sociedad.

 

VALORES CONFESADOS, PERO NO VIVIDOS

El hecho de que nuestra sociedad se tenga por cristiana por el hecho de verificar determinados gestos religiosos y proclamar teóricamente los valores cristianos hace que fácilmente nos identifiquemos con su estilo de vida sin presentar resistencias. Eso es lo que los psicólogos y sociólogos llaman «valores confesados pero no vividos». Es una forma pagana de vivir pero con envoltorio religioso. Por ejemplo, el 83% se confiesa cristiano, pero, ¿cuántos viven el cristianismo? Un gran porcentaje de ciudadanos apostata del consumismo, lo critica, pero casi todos incurren en él. Para los españoles la familia es el primer valor (teórico), porque en la práctica ya sabemos lo que pasa. Se aceptan teóricamente las bienaventuranzas, se confiesa a Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, el Maestro insuperable de todos los tiempos, se le reconoce (teóricamente) como «el Señor», pero después se sirve a otros señores: dinero, sexo, éxito social (Mt 6,24) y se viven las «bienaventuranzas del mundo». Todos sabemos cuál es la jerarquía de valores que, de hecho, gobierna nuestra sociedad.

Esta atmósfera que se respira de forma insensible constituye una gran tentación difusa y muy peligrosa. Esto lleva al cristiano a legitimar fácilmente sus comportamientos con las pautas sociales del entorno: «Esto es lo que hace todo el mundo; no vas a ser el raro». En muchos enfoques y actitudes que no son evangélicos los cristianos hemos de ser unos «herejes sociales», como lo fue Jesús de Nazaret. Él fue tentado como nosotros a aclimatarse a los esquemas y expectativas de la sociedad en que vivía; sintió la presión de su entorno a adoptar un mesianismo fácil, eficacista, espectacular. Pero no se dejó seducir (Hb 4,15). Nosotros, en mayor o menor medida, estamos enganchados a los ídolos. Y eso a pesar de nuestra fe y de nuestra vivencia cristiana. Por eso, no sólo hemos de abrir los ojos para no dejarnos seducir, sino que hemos de someternos a un proceso de liberación y de rehabilitación.

 

NUESTRAS TENTACIONES

Jesús, con el amor apasionado de amigo y hermano, nos lanza el grito de alerta ante las graves equivocaciones que siempre nos acechan. Con todo ello únicamente pretende que cada día seamos más humanos.

La primera equivocación es la de considerar la satisfacción de las necesidades materiales como el objetivo último y absoluto: «Di que estas piedras se conviertan en pan». Es la tentación de pensar que la felicidad última del hombre se encuentra en la posesión y el disfrute de los bienes. Es el afán enfebrecido de vivir para «tener», para consumir, en lugar de buscar tener simplemente para vivir y «ser». Según Jesús, esa satisfacción de las necesidades materiales, con ser muy importante, no es suficiente. El hombre se va haciendo humano cuando aprende a escuchar la palabra del Padre que le llama a vivir como hermano. Entonces descubre que ser hombre es compartir y no poseer, dar y no acaparar, crear vida y no explotar al hermano.

La segunda equivocación es la de buscar el poder, el éxito y el triunfo personal por encima de todo y a cualquier precio, cayendo esclavo de las idolatrías más ridículas. Según Jesús, el hombre acierta, no cuando busca su propio prestigio y poder en competencia y rivalidad con los demás, sino cuando es capaz de vivir en servicio generoso y desinteresado.

La tercera equivocación es la de tratar de resolver el problema último de la vida sin riesgos, luchas ni esfuerzos, utilizando interesadamente a Dios de manera mágica y egoísta. Según Jesús, entender así la religión es destruirla. La verdadera fe no conduce a la pasividad ni a la evasión; al contrario, quien ha entendido un poco lo que es ser fiel a Dios, se arriesga cada día más en la lucha por lograr una sociedad de hombres libres y hermanos.

 

«¡AYUDADME A SER HOMBRE!»

Hay que decir que dejarse arrastrar por la corriente de la sociedad, por una filosofía naturalista de la vida, por una felicidad fácil y barata, lleva a una vida sin calidad. Los habitantes del Primer Mundo teniéndolo todo, son infelices, están tristes. Evidentemente, su calidad de vida no corresponde a su nivel económico.

«¡Ayudadme a ser hombre, no me dejéis ser bestia!», clamaba Miguel Hernández. Es lo que dicen todos los padres a sus hijos: «Júntate con buenos amigos que te ayuden a ser mejor». Me decía un matrimonio amigo: «Si no fuera por el oxígeno que respiramos en el grupo cristiano, seríamos unos alejados, agnósticos o cristianos indecentes».

Pablo VI se quejaba de que los cristianos se dejan paganizar, en vez de cristianizar ellos: «Los paganos paganizan a los cristianos, en vez de cristianizar los cristianos a los paganos». Estamos llamados a regenerar el ambiente, a provocar el bien, la paz, la justicia, la ternura; a ser ventiladores que regeneren el ambiente. «Vence al mal con el bien» (Rm 12,21) era la consigna de Pablo.

Toda la vida, pero especialmente la Cuaresma, es tiempo para desintoxicarnos a fin de que el día de Pascua nos sintamos nuevos. Los evangelistas afirman que Jesús, después de las tentaciones, fue servido por los ángeles, del mismo modo que lo fue el pueblo de Israel en el desierto: recibieron provisiones «milagrosas». Jesús recibe también la visita del ángel consolador en el huerto de Getsemaní. «Quien se ufana de estar de pie, cuidado con caerse. Ninguna prueba os ha sobrevenido que salga de lo ordinario: fiel es Dios, y no permitirá que la prueba supere vuestras fuerzas. Ante la prueba Dios os dará fuerza para resistir» (1Co 10,12-13).

Un cristiano convertido de los ídolos a Jesús confiesa: «Yo era antes como un mendigo que me alimentaba de desperdicios; cuando el Señor me ha convertido, me veo sentado en un gran banquete que ni siquiera se imaginan los que, como yo antes, viven un cristianismo de trámite. Yo no me canso de invitar a todos: ‘Vengan, entren; no se pierdan el banquetazo. No sean insensatos'». Todos los que le conocen, comentan: «Desde que se ha convertido en un entusiasta de la religión, está feliz». Ante el hecho de que tantos abandonan la vivencia cristiana yendo tras los ídolos, Jesús nos pregunta como a los apóstoles ante el abandono masivo a causa del discurso eucarístico de Cafarnaún: «¿También vosotros queréis marcharos?». Contestemos resueltamente como Pedro: «Señor, ¿a quien vamos a acudir si sólo tú tienes palabras de vida eterna?» (Jn 6, 68-69).

Atilano Alaiz

Lc 4, 1-13 (Evangelio Domingo I de Cuaresma)

Estamos en el comienzo de la actividad pública de Jesús.

Después de haber sido bautizado por Juan Bautista recibió el Espíritu para la misión (cf. Lc 3,21-22).

Ahora, se enfrenta a una propuesta de actuación mesiánica que pretende trastocar los planes del Padre.

No estamos aquí ante un reportaje de carácter histórico, realizado por un periodista que presenció el duelo entre Jesús y el diablo, en algún lugar del desierto. Estamos, sí, ante una página de catequesis, cuyo objetivo es enseñarnos que Jesús, como nosotros, sintió la mordedura de la tentación.

Él también sintió la tentación que le animaba a prescindir de Dios y a seguir un camino humano de éxitos, de aplausos, de poder y de riqueza; no obstante, el sabe decir no a todas esas propuestas que le quieren apartar del plan del Padre.

Lucas (como ya lo había hecho Mateo) va a presentar la catequesis sobre las opciones de Jesús, en tres episodios o “parábolas”.

El relato se construye en torno a un diálogo en el que tanto el diablo como Jesús citan la Escritura para apoyar su opinión.

La primera “parábola” sugiere que Jesús podría haber optado por un camino de facilidad y de riqueza, utilizando su divinidad para resolver cualquier necesidad material.

Sin embargo, Jesús sabía que “no sólo de pan vive en hombre” y que el camino del Padre no pasa por la acumulación egoísta de bienes.

La respuesta de Jesús cita a Dt 8,3, sugiriendo que su alimento, su prioridad, es la Palabra del Padre.

La segunda “parábola” sugiere que Jesús podría haber escogido un camino de poder, de dominio, de prepotencia, a ejemplo de los grandes de la tierra.

Sin embargo, Jesús sabe que esos esquemas son diabólicos y que no entran en los planes del Padre.

Jesús, citando Dt 6,13, dice que sólo el Padre es su “absoluto” y que no se debe adorar a nadie más: adorar al poder que corrompe y esclaviza no tiene nada que ver con el proyecto de Dios.

La tercera “parábola” sugiere que Jesús podría haber recorrido un camino de éxito fácil, mostrando su poder a través de gestos espectaculares y siendo admirado y aclamado por las multitudes (siempre dispuestas a dejarse fascinar por el “show” mediático de los super-héroes).

Jesús responde a esta propuesta citando Dt 6,16, que manda “no tentar” al Señor Dios: aquí “tentar” significa “no utilizar los dones de Dios, o la bondad de Dios, con una finalidad egoísta e interesada”.

Se presentan, por tanto, delante de Jesús, dos caminos.

De un lado está la propuesta del diablo: que Jesús realice su papel en la historia de la salvación como un mesías triunfante, a ejemplo de los hombres; de otro está la elección de Jesús: un camino de obediencia al Padre y de servicio a los hombres, que elimina cualquier concepción del mesianismo como poder.

Reflexionad sobre las siguientes coordenadas:

Frente a frente están hoy la lógica de Dios y la lógica de los hombres. La catequesis que el Evangelio nos presenta en este primer domingo de Cuaresma enseña que Jesús decidió cada una de sus elecciones con la lógica de Dios.
¿Y nosotros, cristianos, seguidores de Jesús?

¿Esa es nuestra lógica, también?

¿Dejarse llevar por la tentación de los bienes materiales, del acumular más y más, del mirar únicamente hacia la propia comodidad, de cerrarse al compartir y a las necesidades de los otros, es seguir el camino de Jesús?
¿Pagar salarios de miseria a los obreros y malgastar fortunas en juergas o en cosas superfluas (mientras los hermanos, al lado, gimen en su miseria), es seguir el camino de Jesús?

Dentro de cada persona existe el impulso de dominar, de tener autoridad, de someter a los otros. Por eso hay veces que, incluso en la Iglesia, los pobres, los débiles, los humildes tienen que soportar actitudes de prepotencia, de autoritarismo, de intolerancia, de abuso.

La catequesis de hoy enseña que ese “camino” es diabólico y no tiene nada que ver con el servicio sencillo y humilde que Jesús propone en sus palabras y gestos.

Podemos, también, ceder a la tentación de utilizar a Dios o a los dones de Dios para brillar, para dar espectáculo, para hacer que los otros nos admiren y nos aplaudan.
A esto Jesús responde de una forma concreta: no utilizarás a Dios en provecho de tu vanidad y de tu éxito personal.

Rom 10, 8-13 (2ª lectura Domingo I de Cuaresma)

La Carta a los Romanos es considerada, por algunos exegetas, la “carta de la reconciliación”.

Estamos en los años 57-58; la convivencia entre judío-cristianos y pagano- cristianos presenta algunas dificultades, dadas las diferencias sociales, culturales y religiosas subyacentes a los dos grupos.

La comunidad cristiana corre el riesgo de radicalizar las incompatibilidades y de dividirse.

En esta situación, Pablo escribe para subrayar aquello que a todos une. El centro de la carta sería, de acuerdo con esta perspectiva, 15,7: “Acogeos, pues, unos a los otros, como Cristo os acogió, para gloria de Dios”.

El texto de la segunda lectura pertenece a la primera parte de la carta (Rm 1-11); el título de esta parte podría ser: el evangelio de Jesús es la fuerza que congrega y que salva a todo creyente (judío y pagano).

Después de demostrar que todos los hombres viven sumergidos en un ambiente de pecado (Rm 1,18-3,20), pero que las “justicia de Dios” da vida a todos sin distinción (Rm 3,21-5,11) y que es en Jesús como esa vida se comunica (Rm 5,12-8,39), Pablo reflexiona sobre el designio de Dios al respecto de Israel (Rm 9,1-11,36).

En este texto, en concreto, Pablo pone de relieve aquello que une a judíos y griegos: la misma fe en Jesucristo y en la propuesta de salvación que él trae.

En los versículos anteriores (cf. Rm 9,30-10,4), Pablo había criticado el orgullo y la autosuficiencia de los judíos, que pensaban llegar a la salvación por medio de las obras que realizaban: si cumpliesen las obras de la Ley, a Dios no le quedaría otra solución que salvarlos.

Ahora, en la perspectiva de Pablo, la salvación no es una conquista humana, sino un don gratuito de Dios que, en su bondad, “justifica” al hombre.

Esa autosuficiencia de los judíos les llevó a despreciar la salvación de Dios, ofrecida gratuitamente en Jesucristo. Los paganos, al contrario, con sencillez y humildad, acogieron la propuesta salvadora que Jesús trajo.

Entonces, ¿todo estará perdido para los judíos? No. Les basta con acoger a Jesús como “el Señor” y aceptar su condición de resucitado: eso significa aceptar que él vino de Dios y que la propuesta de salvación por él presentada tiene el sello de Dios.

De esa forma nacerá un pueblo unido, sin distinciones de raza, color o estatus social. Lo decisivo es acoger la propuesta de salvación que Dios hace a través de Jesús y adherirse a esa comunidad de hermanos, “justificados” por la bondad y por el amor de Dios.

Considerad, en la reflexión y actualización de la Palabra, las siguientes cuestiones:

El orgullo y la autosuficiencia aparecen siempre como algo que cierra a los hombres el camino de Dios. Llevan al hombre a encerrarse en sí mismo y a prescindir de Dios y de los otros.

Los orgullosos y autosuficientes corresponden a los “ricos” de las bienaventuranzas: son los que están instalados en sus certezas, en su comodidad, en su egoísmo y no están dispuestos a dejarse retar por Dios y a acoger, en todo momento, la novedad y el amor de Dios. Por eso, son “malditos”: si no están dispuestos a abrir su corazón a Dios, rechazan la salvación que Dios les ofrece.

¿Cómo nos situamos frente a esto?
¿Nuestra religión es un cumplir escrupulosamente las reglas para asegurarnos un “lugar en el cielo”, o es un adherirse en la fe a la persona de Jesús y a la propuesta gratuita de salvación que, a través de él, nos hace Dios?

¿Cuando nos reunimos en asamblea y proclamamos a Jesús como nuestro “Señor”, somos una verdadera comunidad de hermanos, o continuamos siendo una comunidad dividida, con amigos y enemigos, ricos y pobres, negros y blancos, santos y pecadores, superiores e inferiores?

Dt 26, 4-10 (1ª lectura Domingo I de Cuaresma)

El libro del Deuteronomio, del cual está sacada la primera lectura de hoy, es aquel “libro de la Ley” o “libro de la Alianza” descubierto en el Tempo de Jerusalén el año 18 del reinado de Josías (622 antes de Cristo) (cf. 2 Re 22).

En ese libro los teólogos deuteronomistas, (originarios del norte pero, sin embargo, refugiados en el sur, en Jerusalén, tras las derrotas de los reyes del norte –Israel- frente a los asirios), presentan los elementos fundamentales de su teología: hay un sólo Dios, que debe ser adorado por todo el Pueblo en un único lugar de culto (Jerusalén); ese Dios amó y eligió a Israel e hizo con él una alianza eterna; y el Pueblo de Dios debe ser un único pueblo, unido, la heredad personal de Yahvé (por tanto, no tienen ningún sentido las divisiones históricas que llevaron al Pueblo de Dios a la división política y religiosa, tras la muerte del rey Salomón).

El libro se presenta, literariamente, como un conjunto de discursos de Moisés pronunciados en las llanuras de Moab: antes de entrar en la Tierra Prometida, Moisés recuerda al Pueblo sus compromisos con Dios e invita a los israelitas a renovar su alianza con Yahvé.

En concreto, el texto que hoy se nos presenta forma parte del bloque (cf. Dt 12- 26) que presenta las “leyes y las costumbres” que el Pueblo de la alianza debía poner en práctica en esa tierra que iba a tomar posesión en breve.

Una de esas leyes pedía que fuesen ofrecidos al Señor los primeros frutos de la tierra y que el israelita fiel proclamase, en ese contexto, su “confesión de fe”.

Probablemente, la costumbre es de inspiración cananea: cada año, con ocasión de la cosecha, el cananeo celebraba una fiesta en honor de Baal, divinidad de la fecundidad y de la vegetación, agradeciéndole los dones de la tierra.

Israel, sin embargo, sabía que no era a Baal sino a Yahvé a quien debía agradecer todo: su confesión de fe se centraba, entonces, en la acción de Dios en favor de su Pueblo, subrayando sobre todo la liberación de Egipto, los acontecimientos de su marcha por el desierto, la elección y la donación de la Tierra.

El gesto de ofrecer los primeros productos de la tierra estaba, por tanto, acompañado de una “confesión de fe”. En el fondo, todo ese “credo” que recapitula las antiguas intervenciones del Señor en favor de su Pueblo (elección de los patriarcas, éxodo, donación de la tierra), tienen como objetivo último afirmar y reconocer que esa “Tierra Buena” donde Israel construyó su existencia es un regalo de Dios; y no sólo la tierra, sino todo lo que crece en ella, es producto del amor de Dios en favor de su Pueblo.

Eso es lo que significaban las primicias que el israelita depositaba sobre el altar, por medio del sacerdote.

Estas profesiones de fe, que los israelitas estaban obligados a pronunciar periódicamente en la liturgia, formaban parte de la pedagogía divina que quería prevenir al Pueblo contra la tentación de la idolatría.

Por un lado, Israel era invitado a reconocer quién era su Señor y que todo era un regalo del amor de Yahvé, no de otros dioses; por otro lado, Israel era invitado a liberarse del orgullo, del egoísmo, de la autosuficiencia y a reconocer que todo lo que era y todo lo que tenía no era fruto de sus conquistas humanas, sino que provenía de Yahvé.

Israel estaba, así, invitado a reconocer que sólo en el amor y en la acción de Dios encontraba la vida y la felicidad.

Para la reflexión, considerad los siguientes puntos:

Una de las tentaciones frecuentes en la vida del hombre moderno es situar su vida, su esperanza y su seguridad en manos de falsos dioses: el dinero, el poder, el éxito social o profesional, la ciencia o la técnica, los partidos, los líderes y las ideologías que ocupan con frecuencia en nuestras vidas el lugar de Dios.

¿Cuáles son los dioses delante de los cuales el mundo se arrodilla?
¿Cuáles son los dioses que, tantas veces, impiden que Dios ocupe, en mi vida, el primer lugar?

El orgullo, el egoísmo, la autosuficiencia también llevan al hombre a prescindir de Dios. Los éxitos y las realizaciones son atribuidos exclusivamente al esfuerzo y al genio humano, como si el hombre se bastase a sí mismo. Dios llega incluso a ser visto, no como la referencia última de nuestra historia y de nuestra vida, sino como un estorbo que le impide al hombre ser libre y seguir su camino de búsqueda de la felicidad.

¿Dónde nos lleva un mundo que prescinde de Dios? ¿Los caminos que el hombre construye lejos de Dios son caminos donde encuentra más humanidad, más alegría, más amor, más libertad, más respeto por la justicia y por la dignidad del hombre? ¿Por qué?

Todo lo que recibimos es de Dios y no nuestro. Somos únicamente administradores de los dones que Dios puso a disposición de toda la humanidad. Nuestra relación con los bienes, incluso con los más indispensables, no puede, pues, ser una relación cerrada y egoísta: todo pertenece a Dios, el padre de todos los hombres y debe, por tanto, ser compartido.

¿Cómo nos situamos ante esto? ¿Los bienes que Dios ha puesto a nuestra disposición sirven únicamente para nuestro beneficio, o son vistos como dones de Dios para todos?

Comentario al evangelio – 4 de marzo

En la primera lectura de hoy el autor del libro del Eclesiástico nos invita a vivir dos actitudes vitales: el arrepentimiento y el perdón. Para ello, nos hace una llamada a la conversión. Como podemos ver en el texto, el sentido bíblico de la palabra conversión implica un movimiento de retorno, se trata de dejar el camino equivocado para orientarse de nuevo al camino del Señor y restablecer con Él una relación armónica.

Este “volver al Señor”, convertirse, es lo que genera consuelo en el corazón del creyente que ha perdido la esperanza. El autor sagrado describe este retorno al Señor con una serie de acciones: abandonar el pecado, rezar ante su rostro, eliminar los obstáculos, apartarse de la injusticia. Esto nos habla del carácter procesual de la conversión que nace cuando tomamos conciencia de que nos hemos equivocado de camino. Para el Eclesiástico, el pecador es como un muerto que está en el lugar de la no-vida donde no se puede alabar a Dios. De ahí, el imperativo: «Retorna al Señor y abandona el pecado» (v. 25). El que vive este retorno experimenta que la misericordia y el perdón del Señor son grandes.

El pasaje del Evangelio de Marcos se nos presenta un relato sorprendente. Un hombre rico se acerca a Jesús por el camino para preguntarle sobre la vida eterna. Desde la perspectiva judía es un hombre correcto porque observa todo lo que manda la ley desde su juventud. Sin embargo, este hombre tiene sed de algo mas, siente que no le basta eso. Aquí se da un salto de novedad: «Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme» (v. 21).

Jesús lo llamó para una vida en plenitud, pero aquel hombre se marchó entristecido. Es de los pocos personajes en el Evangelio que se marcha triste después de encontrarse con Jesús. Esta radicalidad de la llamada de Jesús sigue teniendo la misma vigencia para nosotros hoy, no ha perdido su frescura después de dos mil años. Lo que define nuestra vida cristiana es el seguimiento de Jesús. No se trata solamente de observar unas normas o de mantener una conducta ética intachable. Se trata de encontrarnos con Jesús que nos mira con amor y nos invita a seguirlo. Esto suscita un nuevo estilo de vida, libre de ataduras, que nos hace entrar en el Reino de Dios donde lo que parece imposible se vuelve un don. ¿Qué me esta impidiendo volver al Señor? ¿Vivo mi vida cristiana como seguimiento de Jesús o como un cumplimiento?

Edgardo Guzmán, cmf.