Lc 4, 1-13
Hoy, Jesús, te veo en pleno desierto. Y te veo ahí para aprender a vencer todo el mal, las tentaciones que pueden dominar al hombre y que me pueden dominar en cualquier momento. Y veo cómo eres tentado y veo cómo el diablo se mete en tu desierto, en tu oración, en tu camino, y te tienta en lo que más necesitas: en el hambre. Tienes hambre… Te dice que hagas el milagro de convertir las piedras del desierto en pan. Aprendo de tu gran respuesta: “No sólo de pan vive el hombre”. Cuántas veces, Jesús, también me gusta a mí lo extraordinario, el milagro, que se me concedan tantas cosas… Esa ambición, esa tentación de querer todo como yo pienso, como yo quiero. Y Tú que dices: “No sólo de pan vive el hombre”. Con eso no voy a poder ir hacia ti, con eso no voy a ser feliz. Jesús, dices que no es lo humano, que es otro tipo de alimento el que tengo que tener. Ese no.
Y veo cómo a continuación todavía el diablo te lleva a un lugar elevado y te muestra todos los reinos y te dice: “Si me adoras, todo será tuyo”. Y cómo contestas, Jesús: “Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás”. ¡Cómo me ayuda esta tentación! Cuántos ídolos tengo en mi vida, cuántos centros que no son Tú, y Tú eres el verdadero eje de mi vida y el verdadero centro, y a ti es al que tengo que darte culto, alabanza, adoración. Cuando pierdo de vista este enfoque, camino en el vacío. ¡Qué tentación! ¡Cómo me ayudas! ¡Cuántos ídolos! A Él sólo darás culto…
Por último te lleva al pináculo del Templo y allí te dice que si te tiras, sus ángeles te cogerán. Pero Tú respondes: “No tentarás al Señor tu Dios”. La tentación de la fama, la tentación del poder. ¡Qué enseñanza, Jesús! Tú quieres lo ordinario, quieres lo normal y quieres que aprenda a darme cuenta de cómo el mal se mete en todo y se mete en mi vida sin enterarme. Y me admira porque este mal, al ver que Tú no le haces caso y que Tú puedes sobre él, dice el texto que el diablo se alejó. Ayúdame, Jesús, también a vencer las tentaciones, a no querer suplantarte a ti por el poder, por la fama, por el orgullo. Y que vea que todas las ocasiones son buenas para que el mal se meta, pero que tengo que aprender a vencerlas yendo al desierto. Y allí, en el desierto, contigo, en el desierto de mi corazón, donde Tú estás y en el silencio, aprenderé a vencer todo lo que me cuesta.
Hoy, Jesús, te pido mucho que me des luces para darme cuenta de qué tentaciones me dominan. Que aprenda también a comprender que el diablo se mete sagazmente en cualquier rincón de mi corazón y que utiliza todos los medios necesarios para apoderarse del hombre. Ayúdame, Jesús, líbranos del mal… ¡líbranos del mal! Y ayúdanos a vencer la tentación. Hoy te repito: no me dejes caer en la tentación.
Y se lo pido a tu Madre, que me ayude, que me dé luces, que me despierte a todo lo que puede meterse de mal en mí, en mi vida, en mi trabajo, en mis pensamientos, en mis acciones. Líbranos del mal y no nos dejes caer en la tentación. Hoy, Jesús, en este encuentro me quedo contigo en ese desierto, viendo las tentaciones, el mal que se me mete. Dónde, cuándo, cómo y de qué manera entra sagazmente en mi vida. Y te lo pido a ti para que nos ayudes a vencer el mal. Sabes que somos humanos y caemos… “Y no nos dejes caer en la tentación”. Me quedo contigo en plena oración…
Éstas son las tentaciones del hombre.
Francisca Gómez Sierra