I Vísperas – Domingo II de Cuaresma

I VÍSPERAS

DOMINGO II CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¿Para qué los timbres de sangre y nobleza?
Nunca los blasones
fueron lenitivo para la tristeza
de nuestras pasiones.
¡No me des cooronas, Señor, de grandeza!

¿Altivez? ¿Honores? Torres ilusorias 
que el tiempo derrumba.
Es coronamiento de todas las glorias
un rincón de tumba.
¡No me des siquiera coronas mortuorias!

No pido el laurel que nimba el talento,
ni las voluptuosas
guirnaldas de lujo y alborozamiento.
¡Ni mirtos ni rosas!
¡No me des coronas que se lleva el viento!

Yo quiero la joya de penas divinas
que rasga las sienes.
Es para las almas que tú predestinas.
Sólo tú la tienes.
¡Si me das coronas, dámelas de espinas! Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una morada alta y se transfiguró delante de ellos.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una morada alta y se transfiguró delante de ellos.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Moisés y Elías hablaban de su muerte, que iban a consumar en Jerusalén.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Moisés y Elías hablaban de su muerte, que iban a consumar en Jerusalén.

LECTURA: 2Co 6, 1-4a

Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vino en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es tiempo de salvación. Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrairo, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo.»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo.»

PRECES
Bendigamos a Dios, solícito y providente para con todos los hombres, e invoquémosle, diciendo:

Salva, Señor, a los que has redimido.

  • Oh Dios, fuente de todo bien y origen de toda verdad, llena con tus dones al Colegio de los obispos,
    — y haz que aquellos que les han sido confiados se mantengan fieles a la doctrin de los apóstoles.
  • Infunde tu amor en aquellos que se nutren con el mismo pan de vida,
    — para que todos sean uno en el cuerpo de tu Hijo.
  • Que nos despejemos de nuestra vieja condición humana y de sus obras,
    — y nos renovemos a imagen de Cristo, tu Hijo.
  • Concede a tu pueblo que, por la penitencia, obtenga el Perdón de sus pecados
    — y tenga parte en los méritos de Jesucristo.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Haz que nuestros hermanos difuntos puedan alabarte eternamente en el cielo,
    — y que nosotros esperemos confiadamente uninos a ellos en tu reino.

Con la misma confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 16 de marzo

Tiempo de Cuaresma

1) Oración inicial

Dios, Padre Eterno, vuelve hacia ti nuestros corazones, para que, consagrados a tu servicio, no busquemos sino a ti, lo único necesario, y nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Mateo 5,43-48

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

3) Reflexión

• En el evangelio de hoy vemos como Jesús interpreta el mandamiento “No matarás” para que su observancia lleve a la práctica del amor. Además de “No matarás” (Mt 5,21), Jesús cita otros cuatro mandamientos del antigua ley: no cometerás adulterio (Mt 5,27), no jurarás en falso (Mt 5,33), ojo por ojo, diente por diente (Mt 5,38) y, en el evangelio de hoy: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt 5,43). Así, por cinco veces en conjunto, Jesús critica y completa la manera antigua de observar estos mandamientos y apunta hacia un camino nuevo para alcanzar el objetivo de la ley que es la práctica del amor (Mt 5,22-26; 5, 28-32; 5,34-37; 5,39-42; 5,44-48).

• Amar a los enemigos. En el Evangelio de hoy, Jesús cita la antigua ley que decía: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Este texto no se encuentra tal cual en el Antiguo Testamento. Se trata más bien de una mentalidad reinante, segundo la cual la gente no veían ningún problema en que una persona odiara a su enemigo. Jesús no está de acuerdo y dice “Pero yo les digo Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”. Y expone la motivación: “Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? Los cobradores de impuestos ¿no hacen eso mismo? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.” Jesús nos lo muestra. En la hora de ser crucificado observó aquello que enseñó.

• Padre, ¡perdona! ¡Ellos no saben lo que hacen! Un soldado tomó la mano de Jesús en el brazo de la cruz, clavó un clavo y empezó a dar golpes. Varias veces. Salí sangre. El cuerpo de Jesús se contorcía de dolor. El soldado, un mercenario, ignorante, ajeno a lo que estaba haciendo y a lo que estaba ocurriendo alrededor, continuaba dando golpes como si fuera un trozo de pared de la casa y estuviera colgando un cuadro. En ese momento Jesús pidió por el soldado que lo torturaba y dirigió esta plegaria a su Padre: “¡Padre, perdona! No saben lo que hacen”. Amó al soldado que lo mataba. Por más que quisiesen, la falta de humanidad no logró apagar en Jesús la humanidad y el amor. Lo tomaron, escupieron en su rostro, le rieron a la cara, hicieron de él un rey payaso con una corona de espinas sobre la cabeza, lo torturaran, lo obligaron a ir por las calles como un criminal, tuvo que oír los insultos de las autoridades religiosas, en el calvario lo dejaron totalmente desnudo a la vista de todos y de todas. Pero el veneno de la falta de humanidad no consiguió alcanzar la fuente de amor y de humanidad que brotaba desde dentro de Jesús. El agua del amor que brotaba desde dentro era más fuerte que el veneno del odio que venía de fuera. Mirando a aquel soldado Jesús tuvo dolor y rezó por él y por todos: “¡Padre perdona!” Y hasta añadió una disculpa: “No saben lo que hacen”. Jesús se hizo solidario con aquellos que lo torturaban y maltrataban. Era como el hermano que va con sus hermanos ante en juez y él, víctima de sus hermanos, dice al juez: “Son mis hermanos, sabe usted, son unos ignorantes. Perdónelos. ¡Se mejorarán!” Amó al enemigo.

• Sed perfecto como el Padre del cielo es perfecto. Jesús no quiere solamente un cambio superficial, porque nada cambiaría. El quiere cambiar el sistema de la convivencia humana. La Novedad que quiere construir viene de la nueva experiencia que tiene de Dios como Padre lleno de ternura ¡que acoge a todos! Las palabras de amenazas contra los ricos no pueden ser para los pobres una ocasión de venganza. Jesús manda tener la actitud contraria: “¡Amad a vuestros enemigos!» El verdadero amor no puede depender de lo que yo recibo del otro. El amor debe querer el bien del otro independientemente do lo que él hace por mí. Pues así es el amor de Dios por nosotros.

4) Para una reflexión personal

• Amar a los enemigos. ¿Será que soy capaz de amar a mis enemigos?

5) Oración final

Dichosos los que caminan rectamente,
los que proceden en la ley de Yahvé.
Dichosos los que guardan sus preceptos,
los que lo buscan de todo corazón. (Sal 119,1-2)

Domingo II de Cuaresma

El domingo pasado reflexionamos sobre los sentimientos con los que hemos de acercarnos a la celebración del misterio de la Redención. Esos sentimientos eran: los de AGRADECIMIENTO por lo que supone la gesta de Jesús en favor nuestro, de FE, porque su personalidad y comportamiento es digno de crédito y los de SILENCIO-MEDITATIVO porque solo rumiando en un contexto de silencio el drama de Jesús experimentaremos todos sus frutos.

Hoy damos un paso más y nos acercamos a la comprensión de toda la grandeza que este misterio supone para todos y cada uno de nosotros.

Atendiendo a la síntesis que nos ofrecen los textos sagrados del día de hoy podemos entender el Misterio de la Redención como la realización de las viejas promesas hechas por Dios a Abrahám (primera lectura, Gen. 15, 5-12, 17-18) que culminarán con nuestra transformación a la medida de Cristo (segunda lectura, Flp. 3, 17/4,1) según su condición de Dios y hombre verdadero (tercera lectura, Lc. 9, 28b-36)

Comenzaremos analizando los términos en los que se enuncia.

Misterio, porque todo lo que afecta a la vida íntima de Dios, lo es para nosotros. Cómo Jesús es hijo de Dios y cómo Jesús es Dios y Hombre al mismo tiempo, es algo que desborda totalmente nuestra capacidad cognoscitiva. No podemos darle más vueltas.

Redención. El término redención hace referencia a que Jesús nos ha redimido, nos ha salvado. Nos ha salvado de qué, cómo y para qué.

La respuesta tradicional a estas preguntas es poco más o menos esta: Dios estaba enfadado con el hombre a causa del pecado cometido por Adán y Eva. El llamado pecado original. Jesús vino a este mundo para sacrificar su vida como cordero ofrecido al Padre para conseguir que nos perdonara. Según esta concepción las respuestas a los anteriores interrogantes sería: Jesús nos ha salvado del castigo divino, el modo hubiera sido el holocausto de su propia vida y el para qué, conseguir que los hombres quedáramos reconciliados con Dios.

Sin embargo, tal vez, debiéramos hacer un esfuerzo por entender todo esto más en conformidad con los datos que nos suministra la ciencia con la doctrina evolucionista sobre el origen del mundo y del hombre y por la mejor comprensión del contenido Revelado, alcanzado por su normal desvelamiento a lo largo de la historia.

En cuanto al primer punto. ¿De qué nos redimió? Nos redimió de vivir en el pecado, entendiendo por esto: vivir en el alejamiento del verdadero Dios. La humanidad se había inventado dioses falsos fabricados por el mismo hombre y/o había elevado a la categoría de dioses ideas como el poder, el dinero, el prestigio, etc. etc. Jesús vino a rectificar ese error hablándonos del verdadero Dios como de un Padre que nos ama. Hasta la Revelación, el Dios verdadero era el gran desconocido, como también lo eran sus orientaciones sobre cómo vivir la vida. Jesús vino a redimirnos, a salvarnos de la mundanidad pagana.

En cuanto al segundo punto ¿Cómo nos redimió? También esto exige una adecuada comprensión.

No podemos concebir que Dios, que es amor, calme su ira hacia nosotros destrozando físicamente a Jesús. Ningún padre que esté en sus cabales se satisface con el tormento y martirio de su hijo. San Pablo, presionado por su formación judía y su personalidad de ciudadano romano, fue incapaz de caer en la cuenta de la absurda contradicción de afirmar que tanto amó Dios al mundo que no perdonó a su propio Hijo. No se entiende que Dios nos ame a nosotros más que a su propio hijo. ¿Quién de vosotros sacrificaría a un hijo en medio de tremendos tormentos por salvar la vida de otras personas? No se ve lógico. ¡Amar más a otros que a tu propio hijo! ¿por qué?

La prudencia nos exige creer que hay ideas, verdades, que superan la capacidad humana pero no aceptar absurdas contradicciones. La fe es aceptar lo que no vemos, no luchar contra el sentido común.“Chesterton decía que la Iglesia nos pide al entrar en ella que nos quitemos el sombrero no la cabeza”

La muerte de Jesús no es la realización de un siniestro plan concebido por Dios para otorgarnos su perdón, sino la consecuencia de ser fiel a los principios que rigieron su vida. Creo que hoy le pasaría lo mismo si volviera. La participación de los pecados en la muerte de Jesús la veremos, Dios mediante, el domingo de Ramos.

Si espigamos textos evangélicos nos encontramos con que Jesús nos salvó presentándose como nuestro referente, nuestro ejemplo a seguir. Lo dijo clara y expresamente: “Ejemplo os he dado para que vosotros hagáis como yo he hecho” “Yo soy el camino, la verdad y la vida” para todos vosotros. Pero es que esto lo había dicho también el Padre: “Este es mi hijo, escuchadle”. La salvación nos viene por la aceptación de las enseñanzas de Jesús que nos llevan al Padre.

Esto nos aclara mucho más evangélicamente, en qué consiste la redención, nuestra salvación.

En cuanto al tercer punto ¿Para qué nos redimió?

Para que viviéramos la vida desde una perspectiva transcendente.

Jesús nos ha salvado de tres grandes merodeadores que inquietan y desazonan nuestra vida: la perplejidad existencial, – qué pinto yo en el mundo- el miedo a la muerte -qué será de mí, y la incertidumbre en el obrar -Qué debo hacer mientras estoy en el mundo-

De la perplejidad existencial nos ha salvado al descubrirnos el sentido de nuestra existencia. Gracias a Él sabemos por qué vivimos, por qué existimos. Nos ha garantizado que nos ha creado Dios. Existimos por el amor de Dios.

Del miedo a la muerte, porque nos ha afirmado que después de esta vida nos espera otra en el misterio de Dios , nuestro Padre.

De la incertidumbre en el obrar Porque a través de sus enseñanzas y ejemplo sabemos cómo portarnos en esta vida para vivirla en toda su grandeza y honestidad.

Jesús nos ha ofrecido la fe que nos alumbra, la esperanza que nos conforta y el amor que nos impulsa.

Esta es la gran salvación que nos ha traído Jesús de Nazaret: vivir la vida de otra manera: con fe, esperanza y amor.

Nos ha salvado de andar náufragos por la vida, caminar a tientas y quizás, en más de una ocasión, fuera de los caminos del bien.

Es un tema, que hemos de plantearlo no dentro de la venganza de Dios sobre el hombre pecador sino del amor entre Dios y el hombre, entre la grandeza de Dios y la debilidad humana. Tema que quedó pendiente el domingo IV del T.O. (3 de Febrero)

A entender todo esto está dedicado este santo tiempo de CUARESMA. Pediremos a Dios en esta Eucaristía y en las por venir, la fuerza y luz necesaria para ello, para entenderlo y para vivirlo. AMÉN.

Pedro Sáez

Comentario del 16 de marzo

El Sermón de la montaña que recoge el capítulo 5º del evangelio de san Mateo es quizá la expresión más original de la enseñanza de Jesús. En él al menos se contrapone lo dicho (es decir, lo enseñado, lo mandado, lo exigido) a los antiguos y lo dicho por Jesús: Habéis oído que se dijoYo, en cambio, os digo. Aquí hay, si no una rectificación, sí una superación. Aquí resplandece la plenitud de la Ley y los profetas. Aquí encontramos lo más genuinamente cristiano: lo que se pide al cristiano por el hecho de ser cristiano, más allá de comportamientos naturales, habituales o simplemente «humanos».

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y ‘aborrecerás a tu enemigo’. La segunda parte de este mandamiento no se encuentra en ningún lugar del AT; pero sí se encuentran textos como Ecl 12, 4-7 y otros textos del Qumrán donde se habla de detestar a los pecadores. Se trata, por tanto, de una interpretación de Jesús al mandamiento del «amor al prójimo» desde la perspectiva de la enseñanza veterotestamentaria, según la cual el concepto de «prójimo» no incluía a ciertas personas: los paganos, los extranjeros, los no correligionarios, los enemigos. Estos quedaban excluidos del mandamiento, porque no eran «prójimo».

El mandamiento del amor al prójimo quedaba así reducido a un grupo limitado de personas: los próximos por razón de consanguinidad, o de vecindad, o de religión (o circuncisión), o de raza, o de partido, o de pureza. Dejaba de ser un precepto con valor universal. Prójimo, en realidad, es todo hombre al que sea posible acercar o acercarse. Jesús salva este reduccionismo, característico del particularismo judío, invitando a amar incluso a los enemigos, puesto que ellos también son ‘prójimo’: Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

La contraposición entre el «aborrecerás a tu enemigo» y el «amad a vuestros enemigos» es notable. Pero Jesús no hace otra cosa que desplegar toda la potencia que se contiene en el antiguo mandamiento del amor al prójimo; porque el enemigo, el que nos aborrece, el que nos persigue y calumnia, también es prójimo y debe ser amado a pesar de su enemistad, de su odio y de su persecución. Siempre cabe decir: «no saben lo que hacen». Quizá el amor con que respondamos a su odio pueda curarles y transformarles de enemigos en amigos. Es el efecto milagroso del amor que tantas veces se ha hecho realidad en tiempos de persecución y de odio. Sólo obrando así nos estaremos mostrando como hijos de ese Padre que derrama sus dones –su sol y su lluvia- no sólo sobre los buenos, sino también sobre los malos. Sólo obrando así nos comportaremos como lo que somos: hijos de este Padre universal que a la hora de la beneficencia no distingue entre buenos y malos, entre los que lo merecen y los que no lo merecen, ya que los destinatarios de sus beneficios son todas sus criaturas sin exclusión (porque cualquier ser vivo se aprovecha de su sol y de su lluvia), especialmente las humanas.

Porque –continúa Jesús su argumentación-, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Jesús quiere entre sus seguidores una conducta que les distinga, sin pretenderlo, de los demás, paganos, publicanos, etc. Ciertamente, amar a los que nos aman no parece que sea muy meritorio. Es simplemente responder con la misma moneda: devolver el amor que se nos da. Aun así, muchas veces no somos capaces siquiera de esta respuesta, porque somos ingratos al amor recibido de otros. Pero esto de responder con amor al que nos ama es un sentimiento tan humano que lo encontramos en todo tipo de personas y muchas de ellas poco ejemplares en su conducta. Y si saludamos sólo al que nos saluda, o al hermano que permanece en buena hermandad, ¿qué hacemos de extraordinario? Nada, simplemente seguir una buena norma de educación. Pero a veces ni siquiera se observan estas elementales normas de educación o de higiene social.

Jesús quiere que sus seguidores se distingan en su conducta del común de los mortales, de modo que lo extraordinario entre los paganos sea ordinario entre los cristianos. ¿Y qué mayor distinción que la del amar a los enemigos, de modo que puedan decir de ellos no sólo «mirad cómo se aman», sino «mirad cómo aman a sus enemigos»?

Puede que esta exigencia nos parezca excesiva, porque se nos está invitando a imitar a nuestro Padre del cielo; pero Él es Dios y además está en el cielo, mientras que nosotros somos hombres, y además estamos en la tierra. ¿Cómo pretender ser pefectos como el Perfecto siento tan imperfectos? ¿No es una fatua pretensión querer imitar a Dios? ¿No estaríamos pretendiendo de nuevo ser como Dios? Es verdad que la consigna de Jesús pone como punto de referencia al Padre del cielo, pero no es necesario emprender la tarea de imitarle directamente a Él, tan infinitamente «distante» de nosotros por naturaleza. Tenemos un punto de referencia más cercano a nosotros, que nos traslada la conducta de Dios al espacio y al tiempo humanos, y ese es el mismo Jesús, Verbo encarnado; porque el que lo ve a él, ve al Padre.

Jesucristo nos enseña cómo llevar a la práctica este mandamiento que incluye el amor a los enemigos, especialmente en momentos tan dramáticos como el de su muerte en la cruz. Nos enseña cómo hacerlo y nos da la fuerza (su Espíritu de amor) para llevarlo a cabo. Y si nos seguimos cuestionando cómo funciona esto, preguntémosles a todos los mártires (y santos) de la historia que han sufrido persecución y muerte o han sido calumniados sin provocar en ellos otra respuesta que el amor en forma de favor, de oración o de perdón. Se han mostrado realmente –y sin afectación- hijos del Padre del cielo y cabales imitadores de Cristo en su amor al prójimo, incluidos los enemigos. Este amor ha dado lugar a muchas conversiones –como la de Saulo, testigo de la muerte de Esteban, el diácono protomártir- y ha acabado generando muchos hijos e imitadores del mismo Dios. Si este fermento se extendiera a todos los hombres, se produciría sin duda la transformación de toda la humanidad. Ya no habría que amar a los enemigos, porque ya no habría enemigos; aunque sí habría «prójimos» a quienes seguir amando en el Reino de Dios.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 39. En toda Facultad se ordene convenientemente el plan de estudios, a través de diversos grados o ciclos según las exigencias de la materia; de manera que generalmente:

a) se ofrezca en primer lugar una información general, mediante la exposición coordinada de todas las disciplinas, junto con la introducción al uso del método científico;

b) sucesivamente se aborde con mayor profundidad el estudio de un sector particular de las disciplinas y al mismo tiempo se ejercite más de lleno a los alumnos en el uso del método de investigación científica;

c) finalmente, se vaya llegando progresivamente a la madurez científica, en particular mediante la elaboración de un trabajo escrito, que contribuya efectivamente al adelanto de la ciencia.

La gloria de Dios

1. Según el Antiguo Testamento, la «gloria» es el peso de un ser y su renombre, su esplendor y su belleza. Fundamentalmente, es un atributo de Dios que refleja su poder y esplendor. La gloria humana no siempre es reflejo de la gloria de Dios. Dios manifiesta su gloria de dos modos: con sus maravillas y con sus epifanías. «Gloria» es, pues, sinónimo de salud, de salvación, de resurrección.

2. Todo el ministerio de Jesús es un camino hacia la gloria, que apareció por vez primera en la Navidad y que volvió a mostrarse en la Transfiguración, acaecida entre dos anuncios de la Pasión, cuando sus discípulos lo reconocen como Mesías. Los testigos de la transfiguración de Jesús son los mismos que los de su agonía. Los sinópticos sitúan la escena de la transfiguración de Jesús después de las tentaciones. Tras el desierto, la montaña; tras el oscurecimiento, la gloria; tras la soledad, la compañía; tras la noche oscura, la visión mística. La transfiguración de Jesús es, sencillamente, la manifestación de su gloria en el ministerio público. Es la contrapartida del desierto.

3. Transfigurarse es transformar gloriosamente la figura deformada. El Cristo desfigurado de la Pasión se llena de la gloria de la resurrección. Para manifestar este mensaje hay que entender «lo alto de una montaña» como lugar de retiro y de oración; los «vestidos blancos», como transformación personal; «Moisés y Elías», como las Escrituras proclamadas en comunidad; las «chozas», como signo de la presencia de Dios; la «nube», como la oscuridad de la vida; y la «voz», como la palabra de Dios.

4. En nuestra vida cristiana podemos entrever cuatro momentos, de acuerdo con la escena de la Transfiguración: la subida a la montaña (decisión a tomar), la manifestación de Dios (encuentro personal), la misión confiada (vocación aceptada) y el retorno a la tierra (misión en el mundo).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Tenemos experiencia de retiro y de oración?

¿Cómo relacionamos nuestra vocación cristiana con nuestra presencia en el mundo?

Casiano Floristán

Firmeza en el Señor

La cuaresma es un tiempo en el que nos disponemos para celebrar la resurrección. La escena de la Transfiguración parece ser un alto en el camino, pero ¿lo es en verdad?

Un éxodo

El contexto del pasaje en Lucas es el mismo que encontramos en Mateo y Marcos. Acompañan a Jesús aquellos que según san Pablo eran considerados «como columnas de la Iglesia» (cf. Gál 2, 9): Pedro, Juan y Santiago (cf. Lc 9, 28). Mateo y Marcos no nos indicaban el contenido de la conversación de Jesús con Moisés y Elías; Lucas, en cambio, nos refiere que hablaban de la «partida» de Jesús, de su muerte que tendrá lugar en Jerusalén (cf. v. 31). Significativamente Lucás emplea el término «éxodo» para hablar de la partida de Jesús. La palabra está cargada de sentido, es una salida que permite llegar a la vida, a la resurrección. Ese éxodo es la pascua, el paso, a la tierra prometida, signo del Reino. Llamar éxodo a la muerte quiere decir que ésta no es el fin del proyecto de Jesús; esa convicción debe sostener la esperanza de sus discípulos y la nuestra.

Como seguidores del Señor debemos anunciar un Reino de vida al que no escapa ningún rincón de la existencia humana. Pero ello supone también de nuestra parte un éxodo, una salida de todo aquello que no nos permite vivir plenamente en comunión con Dios y con los demás. En esa salida habrá aspectos dolorosos e inevitables, de ellos quiere escapar Pedro, fascinado por eI momento que vive (cf. v. 33).

Ciudadanos del cielo

Pedro se equivoca. No es posible detenerse en el camino de seguimiento de Jesús. No debemos buscar refugio en una tienda (cf. v. 33). De éxodo nos habla igualmente el texto del Génesis. El Señor pide a Abrahán que deje su mundo conocido y seguro. La fe que habita en el corazón de Abrahán hace que acepte la aventura. Pero se sale para entrar. Dios le promete ser padre de un pueblo numeroso (cf. v. 5) que vivirá en la tierra que él les dará (cf. v. 18).

Ser «ciudadanos del cielo» (Flp 3, 20) significa que debemos saber cuál es el criterio último de nuestro comportamiento cotidiano, terreno. San Pablo reprocha precisamente a sus amigos de Filipo que no vivan como él les enseñó (cf. v. 17-18), según el testimonio de Jesús y del mismo Pablo. Les pide por eso que se mantengan «firmes en el Señor» (4, 1).

El episodio de la transfiguración nos recuerda que nuestra condición de cristianos debe ser vivida en medio de los avatares y las dificultades de la historia. En ella acogemos el don del Reino y nos hacemos «ciudadanos del cielo», del Reino que llega desde ahora a nosotros.

Gustavo Gutiérrez

Tabores

El evangelio de este domingo nos describe la salida de Jesús al monte con los tres apóstoles más queridos: Pedro, Santiago y Juan. Según la tradición se trata del monte Tabor, situado en Galilea y con 800 metros de altitud. La experiencia, la iniciativa, resultó positiva. En la vida de Jesús nos encontramos con dos montes muy significativos: el Calvario y el de hoy, el Tabor. Una imagen de cómo se desarrolla nuestro vivir: Una mezcla acertada, equilibrada de dos materiales, de dos estados de ánimo. En la sobremesa de la Ultima Cena Jesús abrió su corazón y dijo a sus amigos-los apóstoles-: “Os aseguro que si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto”.

Aquel encuentro en la cumbre del Monte Tabor les impactó. Hasta tal punto que Pedro exclamó: “Maestro, ¡Qué bueno es que estemos aquí!. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Jesús sabe muy bien que la cruz forma parte de la vida humana amasada con éxitos y fracasos. En esta sociedad liquida, en la que manda lo inmediato, Jesús nos invita a “bajar al llano”, “a bajar del monte”, a mancharnos las manos donde se cuece la vida. Vivencia como las que sintieron los tres apóstoles en la cumbre del Tabor nos son necesarias en la vida. Tener cargado nuestro interior de esperanza, de ánimo, de entrega es garantía de que avanzamos por el buen camino.

Los montes Tabor y Calvario, de alguna manera se relacionan. Este -el Calvario- nos habla de dolor, de sufrimiento. Aquél -el Tabor- de esperanza, de gozo. Los dos representan la vida: la risa y el llanto, los dos materiales que resumen la vida. Jesús trata de preparar a sus discípulos -los apóstoles- para las horas amargas que vendrán después: las de su condena y la muerte en la cruz.

“Escuchadle”. Este es el consejo que nos llega de la nube que representa la presencia de Dios. Se trata de un consejo oportuno, pues nuestra sociedad está atravesando unos años de malestar. Mejor dicho, está superando una crisis profunda, que nos viene castigando aproximadamente desde hace 8 años. Es un privilegio, una suerte, una lotería el que nos sorprenda en el diario quehacer la presencia de “Tabores” en forma de personas o de acontecimientos. Pues estas experiencias nos transmiten esperanza, alegría, generosidad. Nos transmiten ganas de vivir y de luchar. Y que no nos olvidemos de ser nosotros “Tabores” para los demás, para los de nuestro entorno.

Josetxu Canibe

¿Dónde escuchar a Jesús?

Entre todos los métodos posibles de leer la Palabra de Dios se está revalorizando cada vez más en algunos sectores cristianos el método llamado lectio divina, muy apreciado en otros tiempos, sobre todo en los monasterios. Consiste en una lectura meditada de la Biblia, orientada directamente a suscitar el encuentro con Dios y la escucha de su Palabra en el fondo del corazón. Esta forma de leer el texto bíblico exige dar diversos pasos.

Lo primero es leer el texto tratando de captar su sentido original, para evitar cualquier interpretación arbitraria o subjetiva. No es legítimo hacerle decir a la Biblia cualquier cosa, tergiversando su sentido real. Hemos de comprender el texto empleando todas las ayudas que tengamos a mano: una buena traducción, las notas de la Biblia, algún comentario sencillo.

La meditación supone un paso más. Ahora se trata de acoger la Palabra de Dios meditándola en el fondo del corazón. Para ello se comienza por repetir despacio las palabras fundamentales del texto, tratando de asimilar su mensaje y hacerlo nuestro. Los antiguos decían que es necesario «masticar» o «rumiar» el texto bíblico para «hacerlo descender de la cabeza al corazón». Este momento pide recogimiento y silencio interior, fe en Dios, que me habla, apertura dócil a su voz.

El tercer momento es la oración. El lector pasa ahora de una actitud de escucha a una postura de respuesta. Esta oración es necesaria para que se establezca el diálogo entre el creyente y Dios. No hace falta hacer grandes esfuerzos de imaginación ni inventar hermosos discursos. Basta preguntarnos con sinceridad: «Señor, ¿qué me quieres decir a través de este texto?, ¿a qué me llamas en concreto?, ¿qué confianza quieres sembrar en mi corazón?».

Se puede pasar a un cuarto momento, que suele ser designado como contemplación o silencio ante Dios. El creyente descansa en Dios acallando otras voces. Es el momento de estar ante él escuchando solo su amor y su misericordia, sin ninguna otra preocupación o interés.

Por último, es necesario recordar que la verdadera lectura de la Biblia termina en la vida concreta, y que el criterio para verificar si hemos escuchado a Dios es nuestra conversión. Por eso es necesario pasar de la «Palabra escrita» a la «Palabra vivida». San Nilo, venerable Padre del desierto, decía: «Yo interpreto la Escritura con mi vida».

Según el relato de la escena del Tabor, los discípulos escuchan esta invitación: «Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo». Una forma de hacerlo es aprender a leer los evangelios de Jesús con este método. Descubriremos un estilo de vida que puede transformar para siempre nuestra existencia.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 16 de marzo

El lunes nos decía la Palabra de Dios. “Sed santos porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lev19, 1), y hoy Jesús nos dice: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).  En las lecturas del lunes la santidad era las obras de misericordia hacia el prójimo. Hoy Jesús nos propone algo más: el amor a los enemigos, a aquellos que nos quieren mal.

En la vida todos tenemos a alguien que no nos cae bien, que se nos hace pesado, casi insoportable. Quizá no lleguemos  al extremo de odiarlo o desearle algún mal, pero sí que preferimos actuar como si no existiera o huir para evitar encontrarnos con él, es decir no queremos tener ningún trato y actuamos con indiferencia ignorando a esa persona.

Jesús nos pide una caridad sin restricciones y una oración que abarque a todos, incluso a los que nos hacen sufrir. Y esto porque el Padre Dios nos quiere hijos semejantes a él en el obrar el bien, es decir así como su amor para con cada uno de nosotros es totalmente gratuito aunque nosotros seamos ingratos y pecadores, así debemos ser nosotros con los demás aunque nos ofendan.  La gratuidad del amor es la regla suprema de las relaciones humanas.

Si oramos por alguien que nos ha herido o que nos molesta le pondremos un rostro y un nombre, es decir que existe para nosotros. Si rogamos por él nos daremos cuenta que nuestra actitud hacia él –“el enemigo”- cambia y lo miraremos con más compasión, comprensión y misericordia. Y nuestro corazón recobrará poco a poco la paz perdida.

Leed esta historia: “¿Quién es el hombre más bueno del mundo?, preguntaba el catequista a su grupo. Mirad: Cuenta la historia que había un sacerdote  muy bueno, rezaba mucho. Y todo el mundo decía que era un ¡SANTO! Él no se lo creía, pero un día le dijo a Dios  -”Señor, ya ves lo que la gente dice de mí, que soy un SANTO. ¿ES CIERTO, SEÑOR? Y el Señor le contestó: – ¿Para qué quieres saberlo, amigo mío? -Si lo soy, para estar seguro. Y si no lo soy para ir junto al hombre que me puede enseñar a ser santo. Dios le dijo: Está bien. Ven, te mostraré al hombre verdaderamente santo, mi mejor amigo.

El Señor tomó al sacerdote de la mano y le fue guiando por la ciudad hasta llegar a la casa del carnicero. -Entra, le dijo Dios. ¿Dónde, Señor? -En la casa del carnicero. -No parece tan santo, Señor. Es un poco pesado este señor…

El cura  se acordó de lo que había pedido a Dios y entró. Estaba el carnicero terminando su tarea de la mañana. – ¡Bienvenido a mi casa! ¡Pase, pase!

El sacerdote  no salía de su asombro, pues no comprendía cómo un hombre tan normal y corriente podía ser modelo de santo. ¿Dónde estaría su santidad? – ¿Se quedará a almorzar con nosotros? El sacerdote  dudaba, pero al fin dijo: – Bueno, está bien. Una vez que vengo….

Y observó cómo el señor preparaba la mesa. Mientras su esposa y sus hijos se sentaban, él entró en un cuarto de al lado. El sacerdote le siguió con la mirada. En el cuarto había un hombre anciano acostado. El carnicero lo limpió, le dio de comer en la boca, le colocó con mucho cariño la ropa de la cama y volvió otra vez a la mesa.

– El abuelo, ¿es su padre?, preguntó el cura    – No, no. Yo soy huérfano de padre desde niño. – ¿Y quién es entonces el abuelo? – Es una historia muy larga, pero ya que me pregunta le voy a contar: Hace años él fue llegando a nuestra carnicería escapando de la justicia. Le perseguía la policía. Había matado a un hombre. Me pidió por misericordia que lo recibiera en casa. Yo le abrí. Después supe que él había matado a mi padre. Quise enseguida vengarme. Lo tenía en mi mano. Además él no sabía quién era yo. Un vecino me dijo que al menos lo denunciara a la policía o que lo hiciera salir de casa pues era un  peligro para toda la familia. Yo le dije a mi señora: He rezado mucho delante del Crucificado y escuché una voz que me decía: “Si perdonas de corazón a tu hermano, tu Padre que ve en lo escondido te recompensará”

Entonces el sacerdote  comprendió con toda claridad por qué el carnicero era un santo. HABÍA SABIDO AMAR A SU ENEMIGO.

José Luis Latorre, cmf