II Vísperas – Domingo III de Cuaresma

II VÍSPERAS

DOMINGO III CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memoriables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha.

CÁNTICO de PEDRO: LA PASIÓN VOLUNTARIA DE CRISTO, EL SIERVO DE DIOS

Ant. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

LECTURA: 1Co 9, 24-25

En el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

PRECES

Demos gloria y alabanza a Dios Padre que, por medio de su Hijo, la Palabra encarnada, nos hace renacer de un germen incorruptible y eterno, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de tu pueblo

  • Escucha, Dios de misericordia, la oración que te presentamos en favor de tu pueblo
    — y concede a tus fieles desear tu palabra más que el alimento del cuerpo.
  • Enséñanos a amar de verdad y sin discriminación a nuestros hermanos y a los hombres de todas las razas,
    — y a trabajar por su bien y por la concordia mutua.
  • Pon tus ojos en los catecúmenos que se preparan para el bautismo
    — y haz de ellos piedras vivas y templo espiritual en tu honor.
  • Tú que, por la predicación de Jonás, exhortaste a los ninivitas a la penitencia,
    — haz que tu palabra llame a los pecadores a la conversión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Haz que los moribundos esperen confiadamente el encuentro con Cristo, su juez,
    — y gocen eternamente de tu presencia.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que le mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Parábola de la higuera que no dio fruto

Llegaron en aquel momento unos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios, y en respuesta les dijo: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque sufrieron tales cosas? Os digo que no, y si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la Torre de Siloé y los mató, ¿creéis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no, y si no hacéis penitencia, pereceréis todos del mismo modo”. Y les propuso esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Hace ya tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo hallo». «¡Córtala! ¿Para qué hacer baldía la tierra?». Pero él le respondió: «Señor, déjala también este año mientras cavo a su alrededor y le echo estiércol por si en adelante da fruto. Si no es así, la cortas»”.
Lc 13, 1-9
Hoy en este domingo de Cuaresma, ya el tercero, sí me pregunto: Jesús, ¿y qué me quieres decir con esta parábola de la higuera que no dio fruto, la higuera estéril? ¿Qué es lo que me quieres decir? Cuando reflexiono contigo esta parábola y la oigo que me la dices a mí personalmente en mi corazón, me da pena… Y a veces siento tristeza, pero me lleno de confianza en ti porque sé que eres misericordioso y paciente. Cómo les pones a toda esta gente esa parábola de esta higuera que la planta el dueño con tanta espera de dar fruto y cuando fue a buscar fruto, no tenía nada, estaba vacía; muchas hojas y poco fruto.

Y también me emociona cómo Tú terminas esta parábola. El viñador dice: “La voy a cortar”. “No, déjala a ver si da fruto. Déjala a ver si cuando volvamos otra vez da fruto y si no, pues ya la cortas”. Jesús, Tú pasas por mi vida y hoy te pregunto, —que me contestes—: ¿ves Tú mi vida como esta viña, llena de hojas, llena de todo? ¿Ves Tú mi vida como esta higuera que, plantada, no da nada de fruto? ¿Qué ves en mí? ¡Cuánta paciencia tienes conmigo! ¡Cómo me esperas! “Déjala, a ver si da fruto”. Así eres Tú de bueno. Y esperas… y esperas… Tu gran paciencia, Jesús.

Tantas cosas me dices hoy: “Soy esa higuera plantada en tu viña”… “Tengo que dar fruto”… Esperas y confías en que al fin y al cabo daré algún fruto. Jesús, hoy te pido perdón por mis esterilidades, por esta vida vacía a veces. Esta vida que vas a verla, vas a tantearla y no tiene nada; todo humano, nada en ti, que eres el Fruto auténtico. Y me da pena…

Te digo: Perdón, Jesús, ten paciencia conmigo. Déjame… ayúdame… Que yo sepa recibir tu abono, tu agua, para que dé fruto, y que no me separe de ti. Y este fruto que no da es porque mi vida está apegada a tantas cosas, a tanto… Y sólo me tiene que liberar tu misericordia. Te pido que tengas paciencia con mi pobreza, pero que no me dejes así, que me urjas, que me impulses a que me llene de ti para que pueda dar fruto.

Hoy te pregunto, Jesús: ¿cómo está mi higuera? ¿Qué frutos quieres que dé? ¿En qué me tienes que liberar? ¿En qué me tienes que podar para que dé fruto? Qué bueno eres, Jesús: “Déjala, déjala a ver si ya da fruto, vamos a esperar”. No te cansas nunca. Me admira tu paciencia. Cualquier gesto lo acoges bien, cualquier reacción, cualquier todo… ¡Qué bueno eres! Te pido perdón, pero te pido fuerza y te pido luz para que sepa llenarme de ti, cargarme de vida, cargar de sentido mi vida y dar el fruto que deseas.

Se lo pido también a tu Madre para que ella interceda ante ti, interceda por mí para que Tú actúes en mi higuera y le hagas dar fruto. Esta es la hermosa parábola de la higuera que no dio fruto. Que nunca te acerques a mí y te vayas triste, defraudado, porque no he dado nada. Que acoja con amor esta parábola.

La parábola de la higuera que nunca dio fruto.

Francisca Sierra Gómez

Domingo III de Cuaresma

En la memoria colectiva del pueblo de Israel, la salida de Egipto y la travesía del desierto habían quedado como momentos privilegiados  de su relación con Dios, y la narración de esos sucesos había ido enriqueciéndose gradualmente con elementos maravillosos.

El pueblo había huido de Egipto atravesando el mar de una manera milagrosa. En el desierto habían sido guiados por una nube milagrosa que los protegía del sol durante el día y les daba luz durante la noche. Cuando se detenía esta nube plantaban ellos sus tiendas y cuando se desplazaba la nube se ponían ellos de nuevo en marcha. A lo largo de su caminar se habían visto alimentados del maná que caía del cielo y del agua que saltaba de una roca una vez que Moisés la golpeó con su vara.

 A todas estas cosas alude Pablo cuando dice en su Carta a los Corintios: “Nuestros antepasados han estado todos bajo la protección de la nube, y todos han atravesado el Mar Rojo…Todos se han alimentado del mismo alimento espiritual y bebido de la misma roca.. Y sin embargo la mayor parte de ellos no han hecho otra cosa que desagradar a Dios…”

 En todo ello nos encontramos con una seria advertencia. Todos hemos sido bautizados y confirmados y hemos recibido otros sacramentos. Recibimos de manera regular la Eucaristía y realizamos sin duda alguna la mayor parte de las cosas que se supone ha de llevar a cabo un buen cristiano o un buen monje. ¿Quiere ello decir que agradamos a Dios? – ¿Cómo responder a esta pregunta? – El Evangelio nos dice que agradamos a Dios si producimos frutos. Y, felizmente para nosotros, nos dice asimismo el Evangelio que Dios es paciente, que siempre está dispuesto a darnos más tiempo, pero que siempre espera frutos de nosotros.

 Toda esta historia de Israel, que es también nuestra historia, y que tuvo sus comienzos con Abraham, alcanza su cumbre espiritual excepcional en el encuentro entre Moisés y Dios, de que nos hablaba la primera lectura. Moisés había sido educado en la corte del Faraón. De Egipto, como un hijo suyo. Había  sido destinado a asumir las más altas responsabilidades en la administración del país. Y un día asumió el riesgo de defender a uno de sus hermanos, acto que le había de costar su carrera. Al poco se encontró de nuevo en el destierro, sin futuro, pero plenamente libre porque ya nada tenía que perder. Es entonces cuando sumergiéndose más a fondo en la soledad, se encuentra con Dios. Dios se le revela como un padre amoroso, que ha visto la miseria de su pueblo y quiere liberarle de ella. Se hace posible un diálogo entre Dios y Moisés, porque los dos tienen la misma preocupación. Dios quiere incluso dar a Moisés la misión de liberar a su pueblo. Y es entonces cuando plantea Moisés dos preguntas fundamentales: “¿Quién soy yo?” y “¿Quién eres Tú?” “¿Quién soy yo para que pueda emprender semejante aventura?” y ¿quién eres Tú, para que pueda decir quién me ha enviado?” A la primera pregunta responde Dios sencillamente: “Estaré contigo” y a la segunda, responde que es “Yo soy”.

 Es el mismo Dios paciente y lleno de misericordia que nos ha revelado Jesús en el Evangelio que esta mañana hemos escuchado. Sería estúpido, e incluso blasfemo, el pensar que los cataclismos que pueden hoy producirse, lo mismo que los que nos narra el Evangelio son castigos divinos. (¡Las revelaciones privadas que nos presentan los cataclismos naturales cual si fueran castigos divinos, muestran en su totalidad signos de falta de autenticidad!). Dios es un Dios paciente, que desea que produzcamos nuestros frutos, pero que sabe muy bien que los frutos tienen necesidad de tiempo para crecer y madurar. La Cuaresma nos es ofrecida para que  produzcamos el primero de esos frutos, el de la conversión, conversión que es ella misma un don con que Dios nos quiere regalar.

A. Veilleux

Comentario del 24 de marzo

Hemos proclamado que el Señor es compasivo y misericordioso. Y llegamos a la conclusión de que lo es porque ha dado muestras de serlo. Al menos el salmista que así lo proclama tiene conciencia de ello, a saber, de los muchos beneficios recibidos de Dios (algo que no conviene olvidar para no ser desagradecidos): del perdón que borra las culpas y cura enfermedades (perdón medicinal); de las acciones liberadoras a favor de los oprimidos de este mundo. En esta situación de esclavitud y opresión se encontraba el pueblo judío en Egipto. Para sacarle de esta situación suscitará un caudillo como Moisés. Él llevará a cabo esta empresa liberadora. Así se lo hace saber en el monte Horeb, cuando éste se hallaba ocupado en tareas más intrascendentes como la conducción de un rebaño trashumante: He visto la opresión de mi pueblo –le dice-, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a liberarlos.

Dios ve, Dios oye las quejas de los miserables; Dios se fija en sus sufrimientos: Dios se compadece y procura el remedio. Y se compadece porque es compasivo; y porque se compadece, procura el remedio, ya que dispone de él. El que es, el que tiene el ser en propiedad y en esencia, el Dios todopoderoso, es también misericordioso, no es indiferente a los sufrimientos de los miserables; al contrario, se fija en ellos para dispensarles el remedio. Fue esta experiencia liberadora –aunque no carente de sufrimientos, estrecheces, sobresaltos, luchas- la que les hizo ver que su Dios era un Dios compasivo y misericordioso, capaz de acudir en auxilio de los oprimidos de este mundo.

Conviene que no olvidemos esto ante sucesos tan sangrantes y dolorosos como los narrados por el evangelio o los que nos llegan a diario a través de los noticiarios de los medios de comunicación: una matanza de personas llevada a cabo por unos terroristas en Siria, o en Irak, o en Turquía, o en París; un incendio de grandes proporciones que ha originado no sé cuántas pérdidas humanas; un huracán acompañado de inundaciones que ha asolado un territorio causando muchas muertes; un accidente aéreo, o de tren, o de autobús, etc. Y conviene que no lo olvidemos para no culpabilizar a Dios de algo que él no ha hecho, aunque haya hecho o haya dejado hacer a los causantes o responsables del suceso luctuoso o desgraciado.

Lo que sí hace es invitar a un examen general a todos los que formamos parte de esta sociedad tantas veces intemperante, egoísta y desenfrenada que desoye la voz de Dios, es decir, que hace oídos sordos a sus advertencias, avisos y correcciones. Es lo que el evangelio llama conversión: Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Los judíos (como nosotros a veces también) pensaban que toda desgracia era el castigo merecido por una culpa. Luego detrás de toda desgracia había una culpa. Como cuando a uno, de repente, le sobreviene una enfermedad incurable y se pregunta: ¿por qué a mí? ¿Qué mal he hecho yo para merecer esta maldición? También nosotros tendemos a atribuir la desgracia a una culpa. Según esto, todos los desgraciados de este mundo serían culpables de su situación.

Pero, a juicio de Jesús, los galileos, cuya sangre había vertido Pilato con la de los sacrificios que ofrecían, no eran por eso más pecadores que los demás galileos; ni los aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén. Ambas eran desgracias, pero la primera tenía un causante muy definido. El responsable de aquellas ejecuciones sumarias era el gobernador romano de esa provincia. Se trataba de un acto de represión sangrienta por parte de una autoridad impuesta por un gobierno extranjero. La segunda era un accidente casual, el desplome de un edificio que aplastó a los que por allí pasaban en ese momento. También esta desgracia podía tener sus responsables, aunque sólo fuera por negligencia; pero resultaba más difícil delimitar responsabilidades.

En cualquier caso, los damnificados de tales sucesos no eran más pecadores o culpables que los demás. A juicio de Jesús no se podía sacar esta conclusión. Los daños ocasionados eran el resultado de ciertas acciones humanas, unas, criminales y abusivas, propias de un poder arbitrario o inmoderado, y otras, negligentes o defectuosas, propias de un poder imperfecto (un edificio mal construido o simplemente en mal estado de conservación). Son las consecuencias de lo que el hombre da de sí: de su abuso de poder, de su negligencia, de su incompetencia o ignorancia. Y en todo esto siempre hay culpabilidad. De ahí la llamada a la conversión que es llamada a la reflexión, al examen, a la consideración sobre el modo de vida que nos hemos impuesto, al retorno a Dios y al camino que él nos señala; una llamada que va acompañada de una advertencia: si no os convertís, todos pereceréis lo mismo: con un perecer mucho más tenebroso y sin posible salida.

Olvidarse de Dios no es algo inocuo y que carezca de consecuencias; no porque Dios estalle en un arrebato de ira y provoque incendios, huracanes e inundaciones, o violentos enfrentamientos humanos, sino porque acabamos perdiendo el juicio y la visión real de las cosas y precipitándonos en abismos infernales, víctimas de nuestras cegueras y obstinaciones erradas. No someter nuestra vida (y planteamientos) al juicio de Dios es deslizarnos por una pendiente de final incierto o catastrófico. Perder el sentido del pecado es perder cosas muy valiosas; es perder el sentido del respeto, de la justicia, de la honestidad, del sacrificio, del amor generoso u oblativo, de la solidaridad…, de la compasión. No somos autosuficientes, no carecemos de dueño. Somos como esa higuera plantada en el mundo para dar fruto. Jesús lo dice de muchas maneras: estamos aquí para dar fruto.

Pero algún día nos arrancarán del suelo vital. Y esta decisión depende del Dueño de la vida, que puede dar orden de cortarla o de mantenerla. Y aquí los juicios de Dios son inescrutables. A unos los mantiene porque espera de ellos, pacientemente, un fruto que no han dado, o porque quiere que sigan dando fruto incluso en la vejez; a otros los corta en una edad temprana porque ya han dado el fruto de santidad que cabría esperar de ellos o, porque sin tiempo para darlo, tendrán ocasión de fructificar en la eternidad. A otros les siega la mano criminal, pero Dios los recoge como oblación de suave olor o como fruto maduro de vida inmolada por el bien del mundo. Lo cierto es que a todos nos llegará ese momento en el que tengamos que responder de nuestro fruto. Y si éste es un fruto colmado de misericordia, tendremos mucho ganado, porque podremos compartir vida con el que es misericordioso.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 47. En los Estatutos de cada Facultad, los grados académicos pueden ser expresados con otras denominaciones, teniendo en cuenta la costumbre de las Universidades de la región, mientras se indique claramente su equivalencia con los grados académicos arriba mencionados y se salvaguarde la uniformidad entre las Facultades eclesiásticas de la misma región.

Lectio Divina – 24 de marzo

Lucas 13,1-9Jesús comenta los hechos del día
Cómo interpretar los signos de los tiempos
Lucas 13,1-9

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús.
Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura

a) Clave de lectura:

El texto del Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma nos presenta dos hechos diversos, ligados entre sí: un comentario de Jesús en relación a los hechos del día y una parábola. Lucas 13,1-5: a petición de la gente, Jesús comenta los hechos actuales: la masacre de los peregrinos decretado por Pilatos y la caída de la torre de Siloé, que mató a dieciocho personas. Lucas 13,6-9: Jesús pronuncia una parábola, la de la higuera que no daba fruto.
Durante la lectura es bueno prestar atención a dos cosas: (i) verificar cómo Jesús contradice la interpretación popular de lo que sucede; (ii) descubrir si existe un nexo entre la parábola y el comentario de lo que acaece.

b) Una división del texto para ayudarnos en su lectura:

Lucas 13,1: La gente da a Jesús la noticia de la masacre de los Galileos
Lucas 13,2-3: Jesús comenta la masacre y extrae una lección para la gente
Lucas 13,4-5: Para reforzar su pensamiento Jesús comenta otro hecho
Lucas 13,6-9: La parábola de la higuera que no daba fruto

c) Texto:

1 En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. 2 Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? 3 No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. 4 O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? 5 No, os lo aseguro; y  si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.»
6 Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. 7 Dijo entonces al viñador: `Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala; ¿Para qué ha de ocupar el terreno estérilmente?’ 8 Pero él le respondió: `Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, 9 por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.’»

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Cuál es el punto del texto que más te ha gustado o llamado tu atención? ¿Por qué?
b) ¿Cuál era la interpretación popular de estos dos hechos?
c) ¿Jesús no está de acuerdo con la interpretación popular de los hechos? ¿En qué modo?
d) ¿Cuál es el significado de esta parábola? ¿Hay conexión entre la parábola y el comentario de los hechos?
e) ¿Cuál es el mensaje de este texto para nosotros, que hoy debemos interpretar los signos de los tiempos?

5. Para aquéllos que desean profundizar más en el tema

a) Contexto literario e histórico de entonces y de hoy:

Lucas escribe su Evangelio alrededor del año 85 para los cristianos de la comunidad de Grecia. En general, sigue la narración de Marcos. Aquí y allá introduce pequeñas diferencias o cambia alguna parábola de modo que los ladrillos removidos de Marcos se adapten al nuevo diseño que él, Lucas, imagina para su libro. Además del Evangelio de Marcos, Lucas consulta también otros libros y tiene acceso a otras fuentes: testimonios oculares y ministros de la Palabra (Lc 1,2) Todo este material que no tiene un paralelo en Marcos, Lucas lo organiza de forma literaria: un largo viaje de Jesús desde la Galilea hasta Jerusalén. La descripción de este viaje la vemos en Lucas en los versículos 9,51 hasta 19,28 y ocupa casi dieciocho capítulos, ¡una tercera parte del Evangelio! A lo largo de estos capítulos, Lucas recuerda a los lectores, constantemente, que Jesús va de camino. Raramente dice dónde se encuentra Jesús, pero da a entender claramente que Jesús va de viaje y que el objetivo del viaje es Jerusalén, donde morirá según todo lo anunciado por los profetas (Lc 9,51.53.57; 10,1.38; 11,1; 13,22.33; 14,25; 17,11; 18,31.35; 19,1-11.28). Y también después de que Jesús está ya vecino a Jerusalén, Lucas continúa hablando de un camino hacia el centro (Lc 19,29.41.45; 20,1). Poco antes del comienzo del viaje, con ocasión de la Transfiguración junto a Moisés y Elías sobre la cima del Monte, el ir a Jerusalén es considerado como un éxodo de Jesús (Lc 9,31) y como su asunción o subida al cielo (Lc 9,51). En el Viejo Testamento, Moisés había guiado el primer éxodo liberando a la gente de la opresión del Faraón (Éx 3,10-12) y el profeta Elías había subido al cielo (2 Re 2,11). Jesús es el nuevo Moisés, que viene a liberar al pueblo de la opresión de la Ley. Es el nuevo Elías que viene a preparar la llegada del Reino.

La descripción del largo viaje de Jesús a Jerusalén no es sólo un elemento literario para introducir el material propio de Lucas. Refleja también el largo y doloroso viaje que las comunidades de la Grecia estaban haciendo en el tiempo de Lucas en el vivir cotidiano de sus vidas: pasar de un modo rural de la Palestina al mundo cosmopolita de la cultura griega en las periferias de las grandes ciudades de Asia y Europa. Este pasaje o inculturación estaba marcado por una fuerte tensión entre los cristianos venidos del Judaísmo y por los nuevos que llegaban de otras etnias o culturas. La descripción del largo viaje hacia Jerusalén refleja de hecho el doloroso proceso de conversión que las personas ligadas al Judaísmo debían hacer: salir del mundo de la observancia de la Ley que les acusaba y les condenaba por ir a otro mundo de gratuidad del amor de Dios entre todos los pueblos, por la certeza de que en Cristo todos los pueblos se funden en uno solo delante de Dios; salir del mundo cerrado de la raza hacia el territorio universal de la humanidad. Es también el camino de todos nosotros a lo largo de nuestra vida. ¿Somos capaces de transformar las cruces de la vida en éxodo de liberación?

b) Comentario del texto:

Lucas: La gente hace saber a Jesús la masacre de los Galileos
Como hoy, el pueblo comenta los hechos que suceden y quiere un comentario de aquéllos que pueden influir en la opinión pública. Y es así como algunas personas se acercan a Jesús y cuentan el hecho de la masacre de algunos Galileos, cuya sangre había mezclado Pilatos con las de sus víctimas. Probablemente se trata de un asesinato cometido sobre el Monte Garizín, que continuaba siendo un centro de peregrinación y donde la gente solía ofrecer sacrificios. El hecho confirma la ferocidad y estupidez de algunos gobernantes romanos en Palestina que provocaban la sensibilidad religiosa de los Judíos mediante acciones irracionales de este tipo.

Lucas 13,2-3: Jesús comenta la masacre y extrae una lección de ella para la gente
Constreñido a dar una opinión, Jesús pregunta: “¿Creéis que aquellos galileos fueron más pecadores que todos los galileos por haber tenido tal suerte?” La pregunta de Jesús refleja la interpretación popular común a la época: el sufrimiento y la muerte violenta son el castigo de Dios por cualquier pecado que haya cometido la persona. La reacción de Jesús es categórica: “¡Os digo que no!”Y niega la interpretación popular y transforma el hecho en un examen de conciencia: “¡Si no os convertís, pereceréis todos del mismo modo!” O sea, si no se verifica un verdadero y propio cambio, sucederá para todos la misma masacre. La historia posterior confirma la previsión de Jesús. El cambio no se ha producido. Ellos no se convirtieron y cuarenta años después, en el 70, Jerusalén fue destruida por los Romanos. Fueron masacradas mucha gente. Jesús percibía la gravedad de la situación política de su país. Por un lado, el dominio romano siempre más oneroso e insoportable. Por el otro la religión oficial, cada vez más alienada en entender el valor de la fe para la vida de la gente.

Lucas 13,4-5: Para reforzar su argumento Jesús comenta otro hecho
Jesús mismo toma la iniciativa de comentar otro hecho. Una tormenta hace que se desmorone la torre de Siloé y dieciocho personas mueren aplastadas por las piedras. El comentario de la gente: “¡Castigo de Dios!” Comentario de Jesús: “¡No, os lo aseguro, pero si no os convertís, pereceréis todos del mismo modo!”. Es la misma preocupación de interpretar los hechos de modo tal, que llegue a ellos transparente la llamada de Dios al cambio y a la conversión. Jesús es un místico, un contemplativo. Lee los hechos de un modo diverso. Sabe leer e interpretar los signos de los tiempos. Para Él, el mundo es transparente, revelador de la presencia y de las llamadas de Dios.

Lucas 13,6-9: La parábola de la higuera que no da fruto
Después Jesús pronuncia la parábola de la higuera que no da fruto. Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Durante tres años no había dado fruto. Por esto dice al viñador: “¡Córtala!”. Pero éste respondió: “ ¡Déjala todavía un año. Si no da frutos entonces la cortarás!” No sabemos si Jesús contó esta parábola inmediatamente después del comentario que hizo de la masacre y la caída de la torre de Siloé. Probablemente ha sido Lucas quien coloca en este lugar la parábola, porque él, Lucas, ve alguna relación entre el comentario de los hechos y la parábola de la higuera. Lucas no dice en qué consiste esta relación. Deja el deber de descubrirlo a nosotros ¿Qué significado nos propone Lucas? Oso decir una opinión. Quizás vosotros descubriréis otra. El Dueño de la viña y de la higuera es Dios. La higuera es el pueblo. Jesús es el viñador. El dueño de la viña se ha cansado de buscar frutos en la higuera sin encontrarlos. Decide talar el árbol. Así será reemplazado por un árbol que dé fruto. El pueblo escogido no estaba dando el fruto que Dios esperaba. Quiere dar la Buena Noticia a los paganos. Jesús, el viñador, pide que se deje a la higuera viva un poco más. Aumentará sus esfuerzos para obtener el cambio y la conversión. Más adelante en el Evangelio, Jesús reconoce que el duplicar los esfuerzos no ha dado resultado. Ellos no se convertirán. Jesús lamenta la falta de conversión y llora sobre la ciudad de Jerusalén (Lc 19,41-44).

c) Ampliando informaciones:

Una breve historia de la resistencia popular contra Roma en tiempos de Jesús

En el Evangelio de este Domingo, Lucas hace una clara alusión a la represión de las legiones romanas contra la resistencia popular de los galileos. Por esto, damos aquí una visión esquemática de la resistencia popular de los pueblos de la Judea contra el dominio romano y cómo, a lo largo de los años, esta resistencia se fue profundizando cada vez más hasta entrar en las raíces de la fe de la gente. He aquí un esquema en paralelo con las etapas de la vida de Jesús:

i) Del 63 al 37 antes de Cristo: Revuelta popular sin una dirección. En el 63 antes de Cristo, el imperio romano invade Palestina e impone un pesante tributo. Del 57 hasta el 37, en apenas 20 años, explotan seis revueltas en Galilea. La gente, sin meta, va detrás de cualquiera que promete liberarla del tributo romano.

ii) Del 37 al 4 antes de Cristo: Represión y desarticulación. Es el período del gobierno de Herodes, llamado el Grande, aquél que mató a los inocentes en Belén (Mt 2,16). La represión brutal impide toda manifestación popular. Herodes promovía así la llamada Pax Romana. Esta Paz otorga al imperio una cierta estabilidad económica, pero para los pueblos dominados es una paz de cementerio.

iii) Del 4 al 6 después de Cristo: Revueltas mesiánicas. Es el período del gobierno de Arquelao, en Judea. El día que asume el poder, masacra a 3.000 personas sobre la plaza del Templo. La rebelión explota en todo el país, pero no era sin jefes. Loslíderes populares de este período buscan motivaciones ligadas a las antiguas tradiciones y se presentaban como si fuesen reyes mesiánicos. La represión romana destruye Séforis, capital de la Galilea. La violencia marca la infancia de Jesús. En el curso de los diez años del gobierno de Arquelao, ve pasar a la Palestina por uno de los períodos más violentos de toda la historia.

iv) Del 6 al 27: Celo por la Ley: Tiempo de revisión. En el año 6, Rómulo depone a Arquelao y transforma la Galilea en una Provincia Romana, decretando un censo para actualizar el pago del tributo. El censo produce una fuerte reacción popular, inspirada en el Celo por la Ley. El Celo (de esta palabra viene el término celotes) empujaba a la gente a boicotear y no pagar el tributo. Era una nueva forma de resistencia, una especie de desobediencia civil, que crecía como el fuego escondido bajo las cenizas. Pero el Celo limitaba la visión. Los “Celotes” corrían el peligro de reducir la observancia de la Ley a la oposición a los romanos. Y justamente en este período madura en Jesús la conciencia de su misión.

v) Del 27 al 69: Reaparecen en la escena los profetas. Después de estos 20 años, del 6 al 26, la revisión de la meta del camino aparece en la predicación de los profetas que representan un paso adelante en el movimiento popular. Los profetas convocan al pueblo y lo invitan a la conversión y al cambio. Quieren rehacer la historia desde los orígenes. Convocan al pueblo en el desierto (Mc 1,4), para iniciar un nuevo éxodo, anunciado por Isaías (Is 43,16-11). El primero fue Juan el Bautista (Mt 11,9; 14,5; Lc 1,76), que atrae a mucha gente. (Mt 3,5-7). Después viene Jesús, que era considerado por la gente como un profeta (Mt 16,14, 21,11.46; Lc7,16). También Jesús, como Moisés, proclama la nueva ley sobre la Montaña (Mt 5,1) y alimenta al pueblo en el desierto (Mc 6,30-44). Como la caída del muro de Jericó hacia finales de los cuarenta años en el desierto (Is 6,20), Él anuncia la caída de los muros de Jerusalén (Lc 19,44; Mt 24,2). Como los profetas antiguos, Él anuncia la liberación de los opresos y el comienzo de un nuevo año jubilar (Lc 4,18-19) y pide el cambio en el modo de vivir (Mt 1,15; Lc 13,3-5).

Después de Jesús aparecen otros profetas. Por esto las revueltas, el mesianismo, el celo continúan existiendo al mismo tiempo. Las autoridades de la época, tanto los Romanos, como los Herodianos, los sacerdotes, los escribas y fariseos, todos ellos, preocupados solamente por la seguridad del Templo o de la Nación (Jn 11,48) o con la observancia de la Ley (Mt 23,1-23), no se dan cuenta de la diferencia existente entre profetas y líderes populares. Para ellos son todos la misma cosa. Confunden a Jesús con los reyes mesiánicos (Lc 23,2-5). Gamaliel, el gran doctor de la Ley, por ejemplo, compara a Jesús con Judas, jefe de los revoltosos (Act 5,35-37). El mismo Flavio Josefo el historiador, confunde los profetas con “ladrones e impostores”. ¡Hoy serían tachados todos de “charlatanes”!

6. Oración del Salmo 82 (81)

Dios repele a las autoridades humanas

Dios se alza en la asamblea divina,
para juzgar en medio de los dioses:

«¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente
y haréis acepción de los malvados? Pausa.
Defended al débil y al huérfano,
haced justicia al humilde y al pobre;
liberad al débil y al indigente,
arrancadle de la mano del malvado».

No saben ni entienden, caminan a oscuras,
vacilan los cimientos de la tierra.
Yo había dicho: «Vosotros sois dioses,
todos vosotros, hijos del Altísimo».
Pero ahora moriréis como el hombre,
caeréis como un príncipe cualquiera.

¡Alzate, oh Dios, juzga a la tierra,
pues tú eres el señor de las naciones!

7. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Domingo III de Cuaresma

Las dos desgracias, que se cuentan en este relato, no son necesariamente dos hechos históricos. Todo el relato compone una parábola, que nos enseña cómo debemos interpretar y buscar una explicación a las desgracias que ocurren en la vida. La tendencia natural y frecuente se concentra en buscar quién es el culpable y, por eso mismo, el responsable de que haya sucedido tal o cual desgracia. Por eso, cuando nos van mal las cosas en la vida, mucha gente se pregunta: ¿Qué habré hecho yo mal para que me pase esto? O quizá, algunos comentan: ¿Qué hemos hecho para que nos pase esto?

Jesús responde que el problema no está en buscar el «culpable». Las desgracias y los males, que nos suceden en la vida, no son castigo de Dios contra nadie. Dios no es, ni se comporta, como un policía que anda buscando culpables, para castigarlos, haciéndoles sufrir o procurando que les ocurran desastres, cosas o situaciones indeseables.

La solución de los males, que se nos vienen encima, no está en «aplacar» a Dios, presuntamente ofendido o irritado. No. Nada de eso. La solución está en la «conversión». Esta palabra traduce el término griego metanoia, que indica «cambio de mentalidad». Jesús nos dice: «tenéis que cambiar en vuestra manera de pensar». O sea, no culpéis a Dios, sino pensad en la responsabilidad que todos tenéis en que este mundo se vea tan desquiciado. Todos somos responsables de que las cosas vayan tan mal. Y entre todos, con más bondad, honradez y honestidad, es como tenemos que arreglar las cosas. Y hacer más soportable esta vida.

José María Castillo

Descálzate

En algunas zonas de parques y jardines es común encontrarse con la indicación: “Prohibido pisar el césped”. También en museos y edificios históricos hay algunas zonas acotadas que no se pueden pisar por haber mosaicos muy antiguos. En lugares con suelos de parqué para entrar hay que quitarse los zapatos de calle y ponerse otros más suaves. Estas precauciones son necesarias ya que a menudo pisamos sin fijarnos en dónde estamos, y podemos provocar daños graves. Y no sólo con los pies: muchas veces “pisoteamos” a otras personas o realidades, cuando de diferentes formas no los tratamos con el respeto debido, los humillamos o usamos violencia verbal, física o emocional.

En la 1ª lectura hemos escuchado que Dios advierte a Moisés: quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado. Moisés estaba pastoreando el rebaño, y no había caído en la cuenta que había llegado al Horeb, el monte de Dios; y ahí no se puede entrar de cualquier manera, hay que “descalzarse”. Quitarse el calzado es un signo de respeto, de reverencia, de no querer manchar ese lugar sagrado con la suciedad de los caminos.

Este tercer domingo de Cuaresma nos invita a reflexionar sobre los diferentes “terrenos sagrados” por los que se desarrolla nuestra vida cotidiana, y nuestro modo de estar en ellos. Porque quizá, como le ocurrió a Moisés, no somos conscientes de cuándo estamos en “terrenos sagrados” y “entramos” de cualquier modo en ellos, sin el respeto y consideración debidos. Y son terrenos sagrados porque son diferentes formas en las que Dios se hace presente en nuestra vida.

Un aspecto de la conversión cuaresmal consiste en aprender a identificar el paso de Dios por nuestra vida. Por eso, como decía el Señor en el Evangelio, si no os convertís, todos pereceréis… Si no cambiamos nuestra actitud, “pereceremos” porque no descubrimos al que es la Vida, y nos pasará como a esa higuera de la parábola, que estaremos ocupando terreno en balde, sin dar fruto:

El primer “terreno sagrado” es el templo: ¿Cómo valoro poder disponer de un templo para orar y celebrar la fe? Desde el instante en que entro, ¿guardo y ayudo a guardar el silencio y comportamiento que favorezcan el recogimiento? ¿Colaboro en su limpieza y mantenimiento?

También es “terreno sagrado” el Equipo de Vida, el grupo de formación: ¿Preparo la reunión con antelación y seriedad? ¿Participo de forma consciente y activa? ¿Qué aporto al Equipo?
Igualmente, el otro es “terreno sagrado”: ¿Cómo me comporto con mi familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos… sean o no creyentes? ¿Sé escuchar, acoger… o les “pisoteo” si no sirven a mis intereses? ¿Cómo es mi relación con los otros miembros de mi parroquia? ¿Qué hago para que seamos “comunidad, Iglesia”? ¿He asumido algún compromiso evangelizador para dar testimonio y acompañar en la fe a otros, o me desentiendo y voy a la mía?

Y la naturaleza es el gran “terreno sagrado”: ¿Tengo hábitos ecológicos? ¿Procuro separar los residuos y reciclar, aunque me cueste? ¿Consumo lo necesario, o despilfarro? ¿Miro las etiquetas?

La respuesta sincera a estas preguntas nos indicará nuestro grado de conciencia de los diferentes “terrenos sagrados” en los que habitualmente desarrollamos nuestra vida, y también veremos si “entramos con cuidado” en ellos, si nos “descalzamos”, o bien los pisoteamos de una manera más o menos intencionada.

Como decía san Pablo en la 2ª lectura: Estas cosas sucedieron en figura para nosotros. Contemplar hoy a Moisés descalzándose al saber que está en terreno sagrado nos ha de motivar para “descalzarnos” de nuestro individualismo y falta de compromiso, de nuestro orgullo, de nuestras supuestas seguridades, para no pisotear a nada ni a nadie y no seamos estériles como la higuera de la parábola.

La Cuaresma es el tiempo en que Jesús, como el viñador, dice de cada uno nosotros: déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Él nos ofrece su Palabra, su Cuerpo y su Sangre, para que no perezcamos. Aprovechemos la oportunidad “este año” de darnos cuenta de cuántos terrenos sagrados tenemos cerca de nosotros, para convertirnos y no pisotearlos más, sino “descalzarnos” y, con humildad y confianza, podamos dar los frutos que Dios espera de nosotros.

Antes que sea tarde

Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.

Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: «Convertíos y creed en esta Buena Noticia». Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.

Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada, como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al «Reino de Dios». Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.

En alguna ocasión cuenta una pequeña parábola. El propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año viene a buscar fruto en ella, y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando terreno inútilmente, lo más razonable es cortarla.

Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no quiere verla morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, para ver si da fruto.

El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, «el que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».

Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el «aggiornamento» o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un «corazón nuevo», una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del reino de Dios.

Hemos de reaccionar antes que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.

Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano II no han podido hasta hora consolidar en la Iglesia.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 24 de marzo

Un liberador para el pueblo

      La primera de las lecturas de este domingo nos trae a la memoria el gran relato de la liberación de Egipto. Allí los israelitas vivían en la esclavitud. Pero llega un momento en que el Señor ve la opresión del pueblo, escucha sus quejas y los libra de esa situación para llevarlos a la tierra prometida, una tierra que mana leche y miel. ¿Quién es ese liberador? ¿Cómo tiene que responder Moisés cuando su pueblo le pregunta quién lo envía? “Yo soy el que soy”. Dios es el que es y en su ser es el fundamento de nuestro propio ser, de nuestra libertad, de nuestra vida. Somos sus criaturas. Y él quiere la vida para nosotros, la vida en plenitud, la vida en libertad. Para el pueblo oprimido por la esclavitud se abrió un horizonte de esperanza. Dios, el Dios de sus padres, el Dios de la vida, se acercaba a ellos. Moisés era su profeta. Les ofrecía la libertad y un futuro nuevo en una tierra nueva.

      Pero, ¿qué hacemos con esa liberación que Dios nos ofrece? El hecho de que Dios nos libere no quiere decir que automáticamente alcancemos la libertad. Al preso no basta con abrirle la puerta de la cárcel. Tiene que levantarse y salir por su propio pie. Tiene que asumir su parte en su propia liberación. O dicho con las palabras de Jesús: “Si no os convertís, todos pereceréis”. Pero hay que poner esta palabra en conexión con la parábola final. En ella podemos comprender la inmensa misericordia de Dios que una y otra vez sigue tendiendo su mano salvadora, liberadora, hacia nosotros. El dueño llevaba ya tres años gastando tiempo y dinero en una viña que no daba fruto. Quiere cortarla, arrancarla y ocupar el terreno en otra cosa. Pero el viñador quiere seguir probando. Piensa que todavía es posible que dé fruto. Es cuestión de paciencia y trabajo. La misma paciencia que Dios sigue teniendo con nosotros. Hasta que seamos capaces de vivir como hombres y mujeres libres y responsables. 

      Cuaresma no es tiempo para sentirnos desesperanzados o desanimados. Es cierto que al mirar a nuestras vidas descubrimos que hemos desperdiciado la herencia preciosa que recibimos de nuestros padres, que no vivimos como debiéramos la fe cristiana que nos transmitieron. Quizá me dé cuenta de que en muchos aspectos mi vida deja mucho que desear. Pero no es menos cierto que tenemos un liberador que una y otra vez nos sigue tendiendo su mano. Para que salgamos de nuestra cárcel. Para que caminemos en libertad. Para que vivamos en plenitud. Las lecturas de este domingo son causa de esperanza. Nos confirman, una vez más, que Dios no abandona a su pueblo. Aunque a veces la vida se nos haga tan dura que así nos lo llegue a parecer. 

Para la reflexión

      Piensa en tu vida de familia, en el trabajo, con los amigos,¿qué situaciones o cosas me hacen sentirme esclavo? ¿De qué creo que me tendría que liberar? Sabiendo que tengo el apoyo de Jesús, ¿qué pasos concretos tendría que dar para alcanzar la liberación? No te hagas más que un propósito o dos, pero ¡cúmplelos!

Fernando Torres, cmf