Hoy es 26 de marzo, martes III de Cuaresma.
Hoy, Señor, vengo ante ti, bajo tu mirada, a descansar. Durante esta Cuaresma quiero poner la mirada en ti con mayor atención, para así poder dejar a un lado todo lo que no es importante y enfocarme en aquello que vale realmente la pena. Condúceme Señor, hacia lo más profundo para encontrarte habitándolo todo.
Miserere mei, Deus,
secundum magnam misericordiam tuam
et secundum multitudinem miserationum tuarum
dele iniquitatem meam.
Miserere mei, Deus.
Amplius lava me ab iniquitate mea
et a peccato meo munda me.
Miserere mei, Deus.
Quoniam iniquitatem meam ego cognosco,
et peccatum meum contra me est semper.
Misererede Allegri interpretado por The Choir of King´s college, «Best Sacred 100»
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 18, 21-35):
Pedro se adelantó y preguntó a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”
Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: ‘Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo’. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: ‘Págame lo que me debes’. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: ‘Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré’. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’ Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
El amor es una cadena, nos comunica a todos, se transmite como un flujo que alcanza lugares lejanos. Sin embargo puede detenerse, quedar estancado y morir. Jesús describe una situación en que eso sucede, un hombre que detiene el flujo de amor y compasión que ha recibido. Lo corta, atrayendo hacia sí, la desdicha. ¿Dejo yo fluir el amor por mi cuerpo, por mi vida y mis decisiones? ¿Me siento amado y llamado a dejar fluir ese amor a través de mí?
Perdonar setenta veces siete, es hacer que la cadena del amor no se detenga, que su flujo no se quede empantanado. Creo tener muchas razones para devolver mal por mal y detener el movimiento del amor. Heridas, mala intención, negligencia, pero se me llama a dejarme llevar por algo mayor, a no permitir que en el mundo la venganza y la revancha derroten a la confianza, a la esperanza y a la compasión. ¿Me dejo llevar por el amor? ¿Me rindo ante su fuerza?
Ten paciencia conmigo, le ruega el deudor a su compañero. La paciencia es algo difícil de vivir, pero es clave. A través de ella permito que Dios actúe, le doy espacio, le doy lugar. Cuando soy paciente y espero a otro, dejo a Dios aparecer. ¿Estoy dispuesto a esperar a los demás? ¿Hago lugar para que Dios aparezca?
Vuelvo a leer este fragmento del evangelio de Mateo. Me dejo llevar por el flujo del amor que perdona y rehace lo roto, que restaña lo herido.
Termino mi oración alabándote, Señor, que eres bueno y paciente. Por eso me atrevo a pedir tu gracia usando estas palabras prestadas.
Oración
Concédeme un poco menos
con cada amanecer:
colores, un hálito de viento,
la perfección de las sombras,
hasta que solo encuentre,
lo que ya estaba allí:
el oro en los surcos de mis manos
y la luz de la noche, que arde.
(John Burnside)
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p style=»text-align:justify;»>Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.