I Vísperas – Domingo IV de Cuaresma

I VÍSPERAS

DOMINGO IV CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¿Para qué los timbres de sangre y nobleza?
Nunca los blasones
fueron lenitivo para la tristeza
de nuestras pasiones.
¡No me des cooronas, Señor, de grandeza!

¿Altivez? ¿Honores? Torres ilusorias 
que el tiempo derrumba.
Es coronamiento de todas las glorias
un rincón de tumba.
¡No me des siquiera coronas mortuorias!

No pido el laurel que nimba el talento,
ni las voluptuosas
guirnaldas de lujo y alborozamiento.
¡Ni mirtos ni rosas!
¡No me des coronas que se lleva el viento!

Yo quiero la joya de penas divinas
que rasga las sienes.
Es para las almas que tú predestinas.
Sólo tú la tienes.
¡Si me das coronas, dámelas de espinas! Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Vamos alegres a la casa del Señor.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Vamos alegres a la casa del Señor.

SALMO 129: DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a al voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Dios, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo.

LECTURA: 2Co 6, 1-4a

Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vino en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es tiempo de salvación. Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrairo, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cristo ha reconciliado al mundo con Dios; el que es de Cristo es una criatura nueva.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cristo ha reconciliado al mundo con Dios; el que es de Cristo es una criatura nueva.

PRECES
Bendigamos a Dios, solícito y providente para con todos los hombres, e invoquémosle, diciendo:

Salva, Señor, a los que has redimido.

  • Oh Dios, fuente de todo bien y origen de toda verdad, llena con tus dones al Colegio de los obispos,
    — y haz que aquellos que les han sido confiados se mantengan fieles a la doctrin de los apóstoles.
  • Infunde tu amor en aquellos que se nutren con el mismo pan de vida,
    — para que todos sean uno en el cuerpo de tu Hijo.
  • Que nos despejemos de nuestra vieja condición humana y de sus obras,
    — y nos renovemos a imagen de Cristo, tu Hijo.
  • Concede a tu pueblo que, por la penitencia, obtenga el Perdón de sus pecados
    — y tenga parte en los méritos de Jesucristo.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Haz que nuestros hermanos difuntos puedan alabarte eternamente en el cielo,
    — y que nosotros esperemos confiadamente uninos a ellos en tu reino.

Con la misma confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, que reconcilias contigo a los hombres por tu Palabra hecha carne, haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar la próximas fiestas pascuales. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 30 de marzo

Tiempo de Cuaresma

1) Oración inicial

Llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales y sentir en nosotros el gozo de su eficacia. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Lucas 18,9-14

A algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.’ En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’ Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado.»

3) Reflexión

• En el Evangelio de hoy, Jesús cuenta la parábola del fariseo y del publicano para enseñarnos a rezar. Jesús tiene una manera distinta de ver las cosas. Ve algo positivo en el publicano, aunque todo el mundo decía de él: “¡No sabe rezar!” Jesús vivía tan unido al Padre por la oración que todo se convertía para él en expresión de oración.

• La manera de presentar la parábola es muy didáctica. Lucas presenta una breve introducción que sirve de clave de lectura. Luego Jesús cuenta la parábola y al final Jesús aplica la parábola a la vida.

• Lucas 18,9: La introducción. La parábola es presentada por la siguiente frase: «A algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola.” La frase es de Lucas. Se refiere al tiempo de Jesús, pero se refiere también a nuestro tiempo. Hay siempre personas y grupos de personas que se consideran justas y fieles y que desprecian a los demás, considerándolos ignorantes e infieles.

• Lucas 18,10-13: La parábola. Dos hombres van al templo a rezar: un fariseo y un publicano. Según la opinión de la gente de entonces, los publicanos no eran considerados para nada y no podían dirigirse a Dios, porque eran personas impuras. En la parábola, el fariseo agradece a Dios el ser mejor que los demás. Su oración no es que un elogio de sí mismo, una exaltación de sus buenas cualidades y un desprecio para los demás y para el publicano. El publicano ni siquiera levanta los ojos, pero se golpea el pecho diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador!» Se pone en su lugar ante Dios.

• Lucas 18,14: La aplicación. Si Jesús hubiera dejado opinar a la gente y decir quién de los dos volvió justificado a su casa, todos hubieran contestado: «¡El fariseo!» Ya que era ésta la opinión común en aquel tiempo. Jesús piensa de manera distinta. Según él, aquel que vuelve a casa justificado, en buenas relaciones con Dios, no es el fariseo, sino el publicano. Jesús da la vuelta al revés. A las autoridades religiosas de la época ciertamente no les gustó la aplicación que él hace de esta parábola.

• Jesús reza. Sobretodo Lucas nos informa de la vida de oración de Jesús. Presenta a Jesús en constante oración. He aquí una lista de textos del evangelio de Lucas, en los que Jesús aparece en oración: Lc 2,46-50; 3,21: 4,1-12; 4,16; 5,16; 6,12; 9,16.18.28; 10,21; 11,1; 22,32; 22,7-14; 22,40-46; 23,34; 23,46; 24,30. Leyendo el evangelio de Lucas, es posible encontrar otros textos que hablan de la oración de Jesús. Jesús vivía en contacto con el Padre. La respiración de su vida era hacer la voluntad del Padre (Jn 5,19). Jesús rezaba mucho e insistía, para que la gente y sus discípulos hiciesen lo mismo, ya que en el contacto con Dios nace la verdad y la persona se encuentra consigo misma, en toda su realidad y humildad. En Jesús, la oración está íntimamente enlazada con los hechos concretos de la vida y con las decisiones que tenía que tomar. Para poder ser fiel al proyecto del Padre, trataba de permanecer a solas con El para escucharle. Jesús rezaba los Salmos. Como cualquier otro judío piadoso, los conocía de memoria. Jesús compuso su propio salmo. Es el Padre Nuestro. Su vida era una oración permanente: «¡Yo no puedo hacer nada por mi cuenta!» (Jn 5,19.30). Se aplica a él lo que dice el Salmo: «¡Me acusan, mientras yo rezo!» (Sal 109,4).

4) Para la reflexión personal

• Mirando de cerca esta parábola, ¿yo soy como el fariseo o como el publicano?
• Hay personas que dicen que no saben rezar, pero hablan todo el tiempo con Dios. ¿Conoces a personas así?

5) Oración final

Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu inmensa ternura borra mi delito,
lávame a fondo de mi culpa,
purifícame de mi pecado. (Sal 51)

El perdón de Dios

1. A la luz de la Biblia, el pecado es ruptura con Dios, con el hermano necesitado y con uno mismo. Pecar equivale a romper la alianza, traicionar la caridad y alejarse de la comunión con los hermanos. Para Jesús, peca quien no vive la alianza o las exigencias del reino de Dios. En última instancia, pecado es lo contrario del amor. Es un mal, una relación negativa con Dios (oposición al reino) y con el hermano (corrupción de la persona). El pecado anida en la raíz del comportamiento, en el núcleo central de la persona, en lo que la Biblia llama «corazón».

2. Lucas manifiesta en sus «parábolas de la misericordia» que el pecado tiene una naturaleza religiosa, aparte de una dimensión moral. No es mera falta contra la propia conciencia o contra la ley. Es deuda en relación a las exigencias de Dios, Padre de todos. Es infidelidad o injusticia, rechazo de Dios que es amor, ruptura de solidaridad fraternal y autodestrucción personal. Por eso, el centro de la parábola es Dios. Debiera titularse «parábola del padre misericordioso». También podría llamarse «parábola del hermano endurecido», que se tiene por justo cuando está lleno de envidia, de rencor y de muerte.

3. El pecado del mundo reside en la hostilidad a Dios: mentira en lugar de verdad, homicidio en lugar de vida; tinieblas en lugar de luz. En la sociedad actual se está produciendo un desplazamiento del pecado, más que una pérdida de su sentido, a causa de la evolución de las costumbres, la secularización de la sociedad, la importancia que hoy se da a las estructuras sociales, la difusión de los datos psicológicos, la influencia de los medios de comunicación, que todo lo relativizan, y el descrédito de ciertas prácticas religiosas rituales. Vivimos en una sociedad permisiva. Pero, al mismo tiempo, esta situación contribuye a rechazar un falso concepto de pecado e incluso a redescubrirlo con un nuevo sentido, a partir de una perspectiva personalista y social, bautismal y eclesial. Con frecuencia hemos situado el pecado en una esfera legalista o moral (no religiosa), en un plano individual (no comunitario), en un contexto sexual (no social), bajo una moral de actos negativos (no de actitudes positivas).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Nos reconocemos pecadores delante de Dios?

¿Por qué motivos deseamos reconciliarnos?

Casiano Floristán

Domingo IV de Cuaresma

La primera lectura, tomada de Josué (5, 9a , 10-12) nos muestra la alegría del pueblo judío por verse reconciliado con Dios.

San Pablo, segunda lectura (2ª Cor. 5, 17-21) nos recuerda que toda reconciliación se ha conseguido por medio de Jesús.

Jesús en el Evangelio, (Lc.15, 1-, 11-32) nos garantiza, mediante una parábola, la firme voluntad de Dios de aceptar nuestra conversión.

El domingo pasado reflexionamos sobre la conversión “perfectiva”, es decir, aquella que nos lleva a unos comportamientos cada vez más parecidos a los que tenía Jesús, que es lo mismo que decir, aquellos que nos hacen avanzar hacia la perfección que, en lenguaje religioso, se denomina santidad.

Esta mañana Jesús nos habla de otro tipo de conversión y nos la presenta como el gran recurso para aquellos casos en los que la debilidad humana no ralentiza el progreso hacia la perfección sino que nos aparta radicalmente de su camino.

Tal conversión la expuso Jesús en la parábola del hijo pródigo. En ella podemos distinguir dos partes: una que nos anima al reencuentro con Dios, cuando nos hemos comportado con Él como aquel hijo rebelde, y otra, que nos orienta sobre nuestro comportamiento con aquellos que lo han hecho con nosotros.

Comenzamos con la primera de las enseñanzas: La que hace referencia a nuestros desplantes a Dios.

Esta parte es extraordinariamente consoladora al mostrarnos a Dios en actitud paternal, llena de compasión y misericordia.

La figura del padre en la parábola es gigantesca tanto en su comportamiento con el hijo infiel como con el fiel.

Con el infiel, el que se marchó de casa dejándole con el corazón destrozado:

No le elimina de sus preocupaciones de padre. Por eso salía a ver si volvía.

No le deshereda. Cuando vuelve le considera con todas las prerrogativas propias de un hijo.

No le castiga, ni siquiera le da tiempo para excusarse. Le recibe con los brazos abiertos y le prepara un festín.

Se muestra alegre no porque le ha recuperado para la familia sino porque estaba perdido, él, el hijo malo, y ahora estaba otra vez a salvo. El buen padre no piensa en él, piensa solo en la felicidad de su hijo.

Con el hijo fiel. El que se ha quedado en casa junto a su padre y trabajando por la hacienda.

También sale a buscarlo para hacerle reflexionar sobre lo bueno que es que su hermano, que se había convertido en un desgraciado, hubiera vuelto a casa, volviera a ser feliz en un hogar.

Ante su queja de no haber tenido un cordero para una celebración con sus amigos, cariñosamente le dice: es que tú estabas en casa y todo lo mío era ya tuyo, no es el caso de tu pobre hermano que no tenía donde caerse muerto.

Es un padre fenomenal que despierta toda nuestra admiración. Se olvida de todo para poder dedicarse a consolar y tranquilizar al hijo que le había hecho daño con su marcha y al que se lo estaba haciendo ahora con sus críticas y quejas.

Antes de pasar a la reflexión sobre las enseñanzas para nosotros cuando seamos los ofendidos, parece oportuno reconocer que una pequeña parte de verdad le asistía al hijo bueno. De alguna manera tenía razón en quejarse. Su padre le garantiza que todo lo de la casa era de él. SÍ, es verdad, pero parece ser que su padre nunca se lo había dicho. Es un defecto muy común este de no saber agradecer, de no manifestar nuestro parabién a la gente buena, a la que cumple con su deber.

Debemos mostrar nuestro agradecimiento a todas aquellas personas que hacen algo en favor nuestro, aun cuando eso que nos hacen nos sea debido. Sobre todo, hemos de tener esto muy presente dentro del ámbito familiar, en el que, demasiadas veces, damos por supuesto que agradecemos lo que nos hacen pero sin manifestarlo abiertamente. Eso duele. Cuanto más íntima es la relación, cuanto más lógica nos parece la actitud del otro miembro de la familia porque es mi padre, mi madre, mis esposo o esposa o mis hijos, tanto más, hemos de manifestar clara y frecuentemente nuestro agradecimiento. Nunca debemos darlo por hecho. De bien nacidos es ser agradecidos y MANIFESTARLO.

La segunda idea contenida en la parábola es la referente a nuestro comportamiento con los hijos pródigos, con aquellas personas que nos han hecho sufrir.

Si queremos parecernos a nuestro Padre Celestial, que es a lo que nos invitaba Jesús el domingo pasado, no nos queda más remedio que actuar nosotros de una manera semejante a la del buen padre de la parábola.

No cortar afectivamente dejando al ofensor abandonado. Esperarle, salirle al encuentro si es necesario y luego perdonarle con signos claros de aceptación de su arrepentimiento. Es lo que hizo el padre del hijo pródigo. Si así lo hacemos iremos volando tan alto que daremos a la caza alcance, que nos decía el domingo pasado S. Juan de la Cruz. Iremos haciendo posible lo de acercarnos a la perfección del Padre Celestial que, a primera vista, nos parece tan lejano.

Como en otras ocasiones, no para amenazarnos sino para “animarnos” a realizar el bien, Jesús nos recuerda que con la misma medida que midamos seremos medidos y que muy frecuentemente le pedimos que nos perdone, ¡ojo con lo que decimos! COMO nosotros perdonamos. No nos pongamos nosotros mismos el lazo en el cuello.

Por supuesto que la confianza en la misericordia de Dios no debe facilitar nuestras caídas. Sería una tremenda falta de lealtad, que pondría de manifiesto uno de nuestros peores lados morales: abusar de la bondad del otro.

Lo que ha pretendido Jesús con la parábola no es dar pie al abuso de la misericordia de Dios sino despertar en nosotros una gran confianza en un Dios que sobre todo quiere manifestarse con nosotros como un padre comprensivo que nos perdona y que nos pide, que también nosotros hagamos lo mismo con los demás.

Otra vez vuelve a aparecer la revelación como una orientación que no solo nos conduce al Cielo sino también nos anima y ayuda a vivir dignamente y con elegancia nuestro paso por la tierra siendo hombres y mujeres bondadosos, creadores de paz. Que así sea.

Pedro Sáez

Comentario del 30 de marzo

Como en otras ocasiones, san Lucas señala el ‘motivo’ de la parábola de Jesús: por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás. Esta revelación nos permite orientar en la buena dirección –la del autor- la interpretación de la misma. Antes de escuchar la narración conocemos ya el motivo que la inspira. Jesús alude a dos hombres que suben al templo a orar. Su finalidad, por tanto, es hacer oración; y ambos la hacen, pero cada uno a su manera. El fariseo –no es necesario diseñar sus perfiles-, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.

No tenemos por qué desconfiar de la sinceridad de su oración. Se trata de una oración interior. Sólo Dios lo escucha. No tiene que aparentar nada ante nadie. Quizá su postura corporal –erguido– pudiera delatar su actitud farisaica, la seguridad en sí mismo y en sus propias acciones. Porque eso es lo que pone de manifiesto su oración, una aparente acción de gracias que no hace otra cosa que pasar revista a sus propios méritos. En su oración el fariseo da gracias a Dios porque no es ni ladrón, ni injusto, ni adúltero, como otros muchos de sus contemporáneos; tampoco es como ese publicano al que puede ver en la parte trasera del templo sin atreverse a levantar los ojos al cielo. Además, cumple religiosamente todos los preceptos de la ley: la observancia del ayuno, dos veces por semana, y el pago del diezmo. Este hombre se siente realmente justo: ¿Qué más le puede pedir Dios?

Y aunque ‘mentalmente’ da gracias a Dios por las virtudes con que le ha adornado, en realidad le está presentando un catálogo de sus múltiples méritos. Tanto es así que no puede dejar de compararse con los que no son como él para despreciarlos como indignos de la presencia de Dios como aquel publicano que comparte con él espacio en el templo. No tiene nada que reprocharse. No encuentra en sí mismo el más leve rasgo de injusticia. Dios no puede tener para él más que palabras de elogio y de gratitud. Es Dios en realidad el que tendría que darle gracias a él por ser como es, por tener a un siervo tan fiel y cumplidor. Su aparente acción de gracias se ha convertido casi al instante en un alegato en su favor promovido por la vanidad, ese sentirse seguro de sí mismo con el consiguiente desprecio de los demás.

La oración se ha transformado en su mente en un acto de autoenaltecimiento. Pero todo el que se enaltece será humillado. Esta es la ley que rige en la entraña del cristianismo. Por eso, el fariseo no pudo salir justificado del templo. El que se acerca a Dios con la actitud del justo que no espera otra cosa que la confirmación de su propia justicia por parte del Juez supremo, no saldrá justificado de su presencia. ¿Qué necesidad tiene de ser justificado el que ya es –o al menos se siente- justo? Pero nadie puede sentirse justo ni santo ante la suprema Justicia. Aquel fariseo había perdido el sentido de la realidad. Su concepción legalista de la religión le había llevado probablemente a confeccionar una idea equivocada de sí mismo, una imagen de perfección que distaba mucho de la verdadera perfección.

La imagen que el publicano tenía de sí mismo era, en cambio, la de un pecador. Se lo recordaban a diario los fariseos. La sociedad entera le señalaba como un pecador que merecía el desprecio de un pagano. Por eso no extraña su actitud en el templo: apenas se atreve a entrar, porque se siente realmente indigno de pisar ese espacio sagrado; se queda en la parte posterior del templo y sin osar levantar los ojos del suelo. Sólo acierta a golpearse el pecho, diciendo de manera casi compulsiva: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.

No se trata de una pose. Si lo fuera, si la cabeza inclinada y los golpes de pecho fueran una pose sin verdadero acompañamiento interior, perdería todo su significado el detalle de la parábola. En el publicano hay auténtica contrición. Se sabe realmente pecador y por eso pide compasión. Su oración es una súplica sincera, y como tal es escuchada, porque la oración es esencialmente ‘escucha’ de una palabra que merece ser oída, la palabra de nuestro Dios. Y si a lo largo de nuestra vida hemos capitalizado algunos méritos, no hace falta que los relatemos al que ya los conoce, porque Él mismo está detrás de ellos haciéndolos posible. Es su gracia la que promueve y corona nuestros méritos. Además, una auténtica acción de gracias contempla por encima de todo los dones que proceden de Dios –no las obras que emanan de nuestras facultades- y no va teñida en ningún caso de desprecio hacia los «pecadores».

Pues bien, si la oración del fariseo no fue acepta a Dios, la del publicano que imploraba compasión sí. Éste pudo bajar a su casa justificado (a los ojos de Dios), mientras que aquél no pudo. Y la razón la da no sólo el proemio de la parábola, sino también la conclusión: Porque todo el que se enaltece, será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Es Dios el que enaltece elevándonos a la altura a la que nos destina. También es Él el que justifica o hace justos. Los demás enaltecimientos o autoenaltecimientos son vanos e inconsistentes. No hay egolatría o culto a la personalidad que resista el paso del tiempo. Al concepto de perfección cristiana pertenece el de humildad. No hay perfección cristiana sin humildad; y la humildad declara y soporta la humillación. Pero el que se humilla será enaltecido por el que enaltece a los humildes.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Título VIII

Cuestiones didácticas

Artículo 53. Para la consecución de los propios fines específicos, y en particular para llevar a cabo la investigación científica, en cada Universidad o Facultad habrá una biblioteca adecuada, que responda a las necesidades de los profesores y alumnos, convenientemente ordenada y dotada de oportunos catálogos.

El amor entrañable del Padre

Se acercaban a Él todos los publicanos y pecadores para oírle, pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Éste recibe a los pecadores y come con ellos». Entonces les propuso esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos. El más joven dijo a su padre: “Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde”. Y les repartió la hacienda. A los pocos días, el hijo menor, reuniéndolo todo, se marchó a un país lejano, donde malgastó su fortuna viviendo con desenfreno. Cuando lo hubo gastado todo se declaró un hambre extrema en aquella región y comenzó a pasar necesidad. Fue y se ajustó con un hombre de aquel país que le mandó a su hacienda a guardar cerdos. Deseaba saciar su hambre con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Recapacitó y se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, iré a mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”.

Se levantó y fue hacia su padre. Cuando todavía estaba lejos, lo vio su padre, y lleno de compasión corrió a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Le explicó el hijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “¡Sacad enseguida el mejor vestido y ponédselo! Ponedle un anillo en su mano y sandalias en sus pies. Traed el ternero cebado y matadlo. Comamos y celebremos fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron a festejarlo. El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercaba a la casa, oyó la música y los cánticos, y llamando a uno de los criados le preguntó qué pasaba. Éste le dijo: “Ha llegado tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano”. Se enfadó y no quería entrar, pero su padre salió y trató de convencerlo. Él contestó a su padre: “Ya ves cuántos años que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya y nunca me has dado un cabrito para festejarlo con mis amigos, y ahora que ha llegado ese hijo tuyo que disipó tu fortuna con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. Pero él respondió: “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Convenía festejarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”».

Lc 15, 1-3.11-32

Cuando contemplo esta escena y esta parábola del amor entrañable del Padre, de la forma de actuar de los hijos, tanto de uno como de otro, me lleno de ternura, de cariño y de amor. No puedo menos de quedarme asombrada de ese amor tan grande que tienes y que lo haces a través de esta parábola. Tú eres ese Padre y yo soy ese hijo pródigo o ese otro hermano también envidioso. Así eres Tú, Jesús: Tú eres un amor infinito, Tú tienes siempre un amor de Padre entrañable, tienes un amor paternal. Y cómo nos amas, cómo y con qué ternura, con qué paciencia, con qué aguante… Muchas veces mi vida es como la del hijo pródigo: quiero salir del hogar de tu corazón, quiero dejar todo, una vida mejor —según mis criterios—, y me voy de tu corazón. Y qué vida… Siento tristeza, soledad… No comprendo una vida sin ti. Y cuando estoy en lo profundo de mi miseria, en lo profundo de mis vacíos, dejo todo y camino a los brazos tuyos… y allí estás Tú, esperándome, saliendo a mi encuentro.

Cómo me emocionan los verbos de la parábola: su padre “lo vio” y “se conmovió” y echando a “correr” se le “echó al cuello” y se puso a “besarlo”. Así eres Tú: corres a encontrarte conmigo, corres a darme todo tu amor ante esta pobreza y esta forma de ser. Él es el que corre y está loco de amor por mí. Así eres… Y cómo oigo: “Vestidlo. Ponedle el mejor traje. Ponedle un anillo en la mano”. Nos invita a participar de su banquete, de su amor. Me emociono con esta actitud tuya, Jesús, me emociono… ¡Qué importante es el amor!

Ese hijo también mayor que le dice: “¿Pero por qué te pones así? Todo lo mío es tuyo”. Una parábola para llenarnos de ternura y para darme todo el amor que Tú tienes. Y pienso tanto, tanto en mi forma de actuar… Pienso en que me esperas, aunque venga descarriada. ¿Y qué me empuja a volver? Como el hijo pródigo: el hambre de ti, el deseo de estar en tu casa. ¿Y por qué te he abandonado de esta manera? Por querer llevar mi propia vida. Pero ¿cómo? Aprovechándome de lo tuyo, de tu herencia.

Gracias, Jesús, por este encuentro y gracias por esos momentos… Y Tú me dices que tenga misericordia, que todo lo tuyo es mío. No condenas a ninguno. ¡Qué impacto! ¡Qué impresión de parábola! A uno lo amas como viene… y al otro lo amas como viene. Éste es el amor, éste es el cariño, ésta es la ilusión de un Padre que ama hasta el extremo, hasta el límite, hasta dar la vida. Se queda sin nada. Amor, misericordia, perdón… Gracias, Jesús. Perdona mis faltas de amor, perdona mis alejamientos de ti, perdona el aprovechamiento de tus dones, pero correré, iré, volaré hacia ti y caeré en tus brazos para aprender lo que es el verdadero amor.

Jesús, quiero releer muy despacito esta parábola, quiero leer y ver cómo actúas Tú en todos los momentos, cómo actúa este hijo pródigo, y cómo actúa este otro hijo, que siente esa envidia y ese malestar porque hacen fiesta por su hermano que ha venido. Y me quedo ahí, reconociendo tu bondad, tu misericordia, tu perdón. Que aprenda a amar, que aprenda a perdonar, que aprenda a reconocer mis faltas, mis alejamientos de ti. Y me quedo con estos verbos que me impactan tanto: su padre lo vio… y se conmovió… y echando a correr… se le echó al cuello… y se puso a besarlo… Ponedle el traje… ponedle el anillo en la mano…

Le pido a la Virgen que me ayude a reconocerme como este hijo pródigo, que me dé esa hambre de ti para que vuelva a casa, que entre en el banquete de tu corazón y que me deje limpiar, vestir y ponerme el traje de la alegría y de la fiesta porque estoy disfrutando del amor de tu corazón. Y termino pensando:

El amor entrañable del Padre.

Francisca Sierra Gómez

Domingo IV de Cuaresma

Como ya hemos podido ver, esta parábola nos quiere enseñar hasta qué extremo la bondad de Dios no tiene límites. Pero, además, la parábola es también la crítica que Jesús le hace al «Dios de los fariseos». Y también al fariseísmo. Porque hay dos maneras de entender a Dios y de relacionarse con Dios. El «Dios de los fariseos» y el «Dios de los perdidos». El Dios de los fariseos es el «Dios-patrono». El Dios de los perdidos es el «Dios-acogedor». El Dios-patrono está representado en el padre, tal como lo sentía el hijo mayor, el cumplidor, el obediente. El Dios-acogedor está representado en el padre, tal como lo sintió el hijo menor, el perdido, el fracasado, el arruinado.

Si uno ve a Dios como un «patrono», se relaciona con Dios con la mentalidad del que vive cumpliendo un contrato con su patrono, lo que se traduce en la «obediencia» perfecta. Es la mentalidad del que se somete al patrono para sacarle la debida recompensa. Esto es lo que el hijo mayor (el fariseo) le echa en cara al padre cuando ve que el hijo perdido es recibido con abrazos, fiesta y banquete, después de las muchas desvergüenzas que ha cometido.

Hay gente que «cree» en Dios para «sacarle» a ese Dios lo que puede. Es la gente que «se somete» a Dios para que Dios le ayude en esta vida (cuando eso sea necesario) y para tener siempre la esperanza de que la muerte se vea como algo soportable. De un Dios así, brota un perfecto fariseo: observante y hasta ejemplar, pero sin entrañas de bondad. Esto explica por qué hay tantos cristianos tan observantes de normas y ritos sagrados, pero con tan malas entrañas ante el sufrimiento de los demás.

José María Castillo

El Padre bondadoso

La cuaresma no puede hacer olvidar que toda fiesta cristiana está marcada por la alegría. Y por el perdón también.

De la muerte a la vida

Como siempre fariseos y escribas están al acecho. Censuran la acogida que Jesús da a los considerados pecadores públicos y, en consecuencia, marginados y despreciados por ellos (cf. Lc 15, 1). Esto da lugar a que Lucas nos transmita tres bellas parábolas que expresan la razón de la actitud del Señor. Las dos últimas son propias de este evangelio. La que se lee este domingo es la tercera. Conocida tradicionalmente como la parábola del hijo pródigo, podría ser llamada mejor la del padre bondadoso.

En efecto, en ella el personaje central es el padre. El hijo menor se arrepiente de su comportamiento, y habiendo dilapidado su herencia se encuentra reducido a la miseria; conociendo a su padre sabe que puede ir a pedirle perdón (cf. v. 11-19). Por experiencia conoce el amor de su padre, es importante subrayarlo. Pero la reacción de éste lo abrumará. Había preparado mentalmente su fórmula de arrepentimiento. El padre no le deja hablar, es él quien corre al encuentro del hijo, él toma la iniciativa de abrazarlo. El hijo recita la frase largamente meditada, pero ante el amor del padre ella se convierte en una formalidad (cf. v. 20-21). Más que del pecador arrepentido el perdón es cosa de quien acoge. Perdonar es dar vida.

Amar y festejar

La alegría del padre, como toda verdadera alegría, busca comunicarse, no queda en él. Por eso organiza una fiesta para que otros también se alegren de la amistad rehecha (cf. v. 21-24). El hijo mayor, el que siempre se había portado bien, no entiende lo que sucede. Es más, se irrita con el padre y reclama lo que considera sus derechos (cf. v. 25-30). Su actitud recuerda aquella que Mateo relata en la parábola de los trabajadores de la hora undécima (cf. 20, 1-16). Aquellos que habían estado laborando desde el comienzo del día no aceptan que a los recién llegados se les pague lo mismo que a ellos. Jesús les dirá que tienen «ojo malo»; es decir, que son incapaces de entender la gratuidad del amor. Eso pasa con el hijo mayor. El gozo del padre se debe a que el hijo que ha regresado a casa ha vuelto a la vida.

No percibir la gratuidad del amor es no entender el evangelio. Convirtiéndolo en un simple conjunto de obligaciones, de reglas exteriores, o en aval de autoridades sin solvencia moral, hacemos una caricatura de él. Sólo la gratuidad del amor garantiza su capacidad creadora de caminos para expresarse y que, por consiguiente, podamos decir: «Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado» (2 Cor 5, 17). La novedad viene del amor permanente de Dios que hace siempre nuevo nuestro amor por los demás (cf. v. 18-19). Somos «enviados» de esa novedad que nos revela Cristo Jesús (cf. v. 20)

Gustavo Gutiérrez

Parábola del hijo pródigo

Notas introductorias:

Esta parábola solamente aparece en Lucas.

Es considerada por los críticos como la más extraordinaria de las que han quedado recogidas en la tradición evangélica. No se advierten en ella manipulaciones ni intervenciones de la comunidad. Por consiguiente es una de las típicas parábolas en las que se ve la mano original de Jesús: Por mucho que se la analice no se descubre en ella añadidos ni interpolaciones.

Es un relato sencillo, una narración extraordinaria y muy del estilo de Jesús.

Esta parábola, por otra parte, ha sido muy mal predicada, pues se acentúan aspectos que no son los más importantes. El verdadero protagonista no es el hijo pródigo sino el padre que trata con amor al hijo mayor y al hijo menor. El hijo mayor tiene también una importancia enorme. La parábola se debería titular: “La parábola del amor de un padre no comprendido por sus hijos”. Este es el verdadero tema de la narración.

Veamos esta diferencia: en la parábola de la viña, Dios aparece bajo la figura del dueño generoso: ésta Dios es presentado bajo la figura del Padre que sabe hacer fiestas, sabe gozar perdonando a sus hijos.

La parábola tiene dos partes:

1ª: (11-24) En ella se describe la actitud del hijo menor y sobre todo la alegría del padre al volver a encontrar a su hijo que lo creía muerto.

2ª: (24-34) En ella se narra la actitud del hijo mayor y en esta parte está la verdadera enseñanza de la parábola: el hijo que está todo el tiempo en casa, al final es el que se queda fuera de ella. Es el que no comprende la actuación del padre: él que creía que todo lo hacía bien: “jamás dejé de cumplir orden tuya”. Y esto… es muy triste, que después de no haber dejado de cumplir ninguna orden del padre, termine sin saber cómo es el padre.

Al final de la segunda descripción sobre el hijo mayor, se repite la actuación bondadosa del padre que comprende y abre una puerta a este hijo mayor.

Las dos partes terminan con el mismo estribillo: “este hijo mío estaba muerto y…”

Narración de la parábola

A) La actuación del hijo menor : Este comienza por perder la fe en su padre, y en esto estará su pecado: no creer que su padre le puede hacer feliz, que puede llenar su vida y entonces pide la herencia. Según el Deuteronomio, al hijo mayor le correspondía el doble que a los otros hijos. Por consiguiente siendo dos hermanos, al mayor le correspondía los 2/3 y 1/3 al segundo. El hijo menor pide lo que le corresponde en dinero y se marcha a una tierra lejana. Para un judío tierra lejana era igual a tierra pagana. En tiempo de Jesús había una emigración muy grande: en Palestina había más o menos medio millón de habitantes y en la diáspora unos 4.000.000 de judíos. Por eso, Jesús habla de algo muy real. El pecado del hijo no está en su entrega al libertinaje sino en que no se fía de su padre; prefiere una vida autosuficiente, independiente. Así más tarde tendrá precisamente esta impresión: “He pecado contra el cielo y contra tí.

B) A qué resultados llega: La parábola nos describe en breves trazos la miseria en que cae. Jesús es un gran narrador. Este hijo buscaba la liberación, la independencia de su padre y cae en la esclavitud de un pagano, de un extranjero y termina viviendo no gozosamente sino trabajando en un trabajo considerado maldito por los judíos: cuidar puercos, animales impuros, inmundos. El que cuidaba estos animales caía en un estado de impureza ritual total. Dice un dicho rabínico del tiempo de Jesús: “Maldito el hombre que cría cerdos”. Este hijo, que quería buscar el gozo, la felicidad, termina de hambre, sin poder alimentarse ni con el alimento de los animales impuros en una tierra pagana… Para una mentalidad judía está bien destacada la enorme distancia entre la primera situación del hijo que vivía en el hogar, junto a su padre que le quiere y esa situación de esclavitud a que llega.

C) Reacción del hijo menor: Sin embargo este hijo reacciona, reflexiona: “entró en sí mismo…” recordó la felicidad que tenía junto a su padre. Y no se queda en una reflexión teórica sino que reconoce su culpa, no se justifica, se da cuenta de que, una vez repartida la herencia, no tiene derecho a presentarse como hijo, no le corresponde nada en el hogar. Piensa, sin embargo, que podría ser aceptado como jornalero. Y se decide a volver y pone en práctica su decisión que es lo importante: “Se levantó y partió hacia su padre”.

D) La acogida del padre: El padre es el verdadero protagonista de la parábola.

La parábola lo presenta de una manera exagerada: “Estando todavía lejos, el padre echó a correr”. El echar a correr es poco digno para un oriental. Los orientales, con un poco de dignidad, nunca echan a correr y menos si son ancianos. Pero parece que a este padre no le importa nada… y echa a correr, lo besa, lo abraza efusivamente e interrumpe la confesión de su hijo y hace una serie de gestos que indican toda su alegría por el retorno de su hijo.

El padre pide a sus siervos le traigan:

El vestido: En Oriente y sobre todo en tiempo de Jesús no existían condecoraciones, se daba más importancia al vestido. Aquí hay que entender el vestido del hijo para que no se confunda con uno de los siervos.

El anillo: El anillo solo podían llevarlo el dueño y sus hijos y solía tener un sello.

Las sandalias: ya que los esclavos iban descalzos. El hijo viene descalzo como señal de esclavitud.

Organización de la fiesta: Matar un ternero cebado como signo de la alegría que tiene que reinar en la familia.

Toda la actuación del padre narrada por Jesús tiene la finalidad de destacar toda la felicidad, toda la alegría, todo el perdón de este padre que ha recuperado a este hijo al que creía muerto.

La actuación de este padre destaca más si pensamos en cómo podía haber reaccionado: podía haber rechazado al hijo que ya había perdido todos sus derechos y, en todo caso, podía haberlo recibido como jornalero; o también haberlo recogido como hijo pero en silencio, un poco avergonzado ante los vecinos por haberlo recibido. Pero… armar fiesta, armar todo ese tinglado… parece excesivo y como si el hijo mayor tuviese razón.

Esta es la primera parte de la parábola, que hubiera podido terminar aquí si Jesús hubiera querido decir solamente que Dios es bueno con el pecador que se arrepiente. Pero tiene otra intención más importante todavía. Por eso continúa con:

Actuación del hijo mayor: Llega éste a casa y se indigna ante la actuación del padre: le escandaliza el comportamiento paterno, no le puede comprender porque… y éste es un dato de los más importantes este hijo mayor no ha salido de casa, no ha pecado, ha cumplido todas las órdenes, está sirviendo en casa del padre y… no le conoce: se escandaliza del amor, del perdón y de la compasión de su padre. Movido como por un sentimiento de justicia, protesta porque cree que el amor del padre es exagerado. Es incapaz de comprender la inmensa alegría del padre y su perdón.

Concretando, veamos la postura que adopta:

a) Ante el padre, él se siente como el hijo fiel: “Jamás he dejado de cumplir una orden tuya”: es exactamente la postura del fariseo. Ante el padre se siente seguro e injustamente tratado.

b) Ante el hermano, adopta una postura de superioridad y desprecio. No quiere llamar hermano al menor: “ha venido este hijo tuyo”. Esta postura es totalmente la del fariseo: la de sentirse seguro ante Dios y despreciar a los que no son tan buenos.

Y de nuevo, la postura del padre: ama también al hijo mayor, ama a los dos. La respuesta al hijo mayor está llena de amor. Le llama hijo: “hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”.

Le quiere hacer ver que él no goza de menos afecto: que él lo tiene todo y que de hecho comparten juntos la felicidad del hogar y le vuelve a insistir: “el hijo que ha llegado es hermano tuyo” pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse porque este hermano tuyo estaba muerto…”

La enseñanza de la parábola

A) El amor paternal de Dios al pecador: es la parábola que con más fuerza destaca el amor paternal de Dios para con los hombres, para con los pecadores: para con los que buscan el hogar, es decir, a Dios y al hombre. Tiene un amor ilimitado para todo el que un día descubre que en la vida no se puede vivir solo, aislado, independiente: para esos Dios es perdón, es acogida, es el Dios de los hijos perdidos, el de los últimos… Dios es alguien que se alegra por el retorno de los hijos perdidos.

B) La actuación injusta de los fariseos: La parábola termina con la reacción del hijo mayor… y siempre las parábolas suelen tener la enseñanza principal al final.

El hijo mayor, prototipo de la incomprensión, representa la postura farisea: hace valer sus derechos ante el padre, se siente cumplidor perfecto de la ley: …como a veces nos sentimos nosotros: cumplimos la ley, lo normal, no hay en nuestra vida grandes fallos, grandes equivocaciones o errores… nos sentimos seguros ante Dios.

Por otra parte desprecia y no quiere llamar hermano al que realmente lo es aunque sea pecador.

Por eso Jesús nos quiere descubrir una vez más el enorme contraste que existe entre la postura farisea del hijo mayor y la postura bondadosa del padre. Mientras que Dios, es de un amor inmenso, de un amor paternal infinito, los fariseos son de una mentalidad estrecha e incapaces de entender todo el amor de Dios a los pecadores.

La parábola es una crítica a esa postura nuestra en la que vamos -quizás sin darnos cuenta- criticando a los demás, considerándonos con más derechos que ellos al amor de Dios. Pensamos que otros no saben la verdad, que no van por el buen camino, sin darnos cuenta de que esta gente que nos parece perdida puede estar siendo comprendida, llamada por Dios con un amor que ni podemos sospechar. Y puede ocurrir que, a pesar de sentirnos en casa y pasar toda la vida cumpliendo las órdenes del padre… al final, podemos “quedarnos fuera de casa” y no comprender ni a Dios ni a los hombres.

C) Jesús justifica su actuación con los pecadores: Si Jesús acoge a los pecadores es porque quiere ser como el Padre: porque el Padre es la misma bondad, Jesús no hace más que actualizar, encarnar a ese Dios que ama a los pecadores. Dirá continuamente: los fariseos se deberían alegrar y participar en la fiesta pero no lo hacen. Y viene con una Buena Nueva a acoger a los pecadores y ellos no quieren participar en la fiesta …y este es el problema.

Esta es la gran enseñanza de Jesús: los hombres deberíamos participar en esa gran alegría que es el Evangelio y saber que Dios es para los pecadores, los malos, los pobres, los últimos.

Jesús se defiende de la crítica de los grupos fariseos y se atreve a meter en su mismo grupo a un publicano: Leví, el hijo de Alfeo. Comía con publicanos y pecadores y perdía la fama… pero no le importaba. Lo único que decía era ésto: “No necesitan los sanos de médico sino los enfermos” “no he venido a llamar a justos sino a pecadores”. En la vida es muy peligroso sentirse justo y… en el fondo, sí que nos sentimos más o menos santos que los demás.

De todas formas, la parábola termina dejando una puerta abierta al hijo mayor pero no sabemos qué pudo hacer…

La enseñanza de la parábola HOY

Esta parábola ha sido utilizada para hablar de la confesión, la reconciliación, el pecado, etc.. También puede hablarse de eso. Pero ANTES hay que decir:

A) La parábola se presta a presentar a Dios como amor paternal: es decir, que de la manera de presentar la parábola tiene que surgir la idea, la vivencia de un Dios capaz de hacer fiesta por un pecador arrepentido, capaz de acogerle como hijo y un Dios que ofrece su hogar a todo el que lo busca.

B) Si Dios es tan bueno, nadie puede sentirse tratado injustamente y nadie, nadie puede adoptar la postura de incomprensión del hijo mayor ni escandalizarse ante la actuación de Dios porque los demás no merecen o merecen menos que nosotros: nadie puede protestar.

Todos nos tenemos que sentir amados infinitamente por Dios y nadie puede adoptar una postura crítica justificable ante Dios.

Por otra parte, si Dios es Padre de todos, incluso de los que van contra El, de los pecadores, nosotros no podemos adoptar una postura de rechazo ante nadie.

Si Dios es alguien que ofrece hogar a todo hombre, nosotros, de ninguna manera, por ninguna razón, podemos adoptar una postura de rechazo ante nadie, sea cual fuere su postura, diga lo que diga y tenga la mentalidad que tenga.

C) La comunidad primitiva, la comunidad elegida (como el hermano mayor), es decir, la Iglesia lo comparte todo con el Padre: vivir en la Iglesia es tener la gracia de conocer el Evangelio y poder estar dentro del hogar, poder tener gestos sacramentales de amor con Dios. Los creyentes tenemos que sentirnos invitados a compartir la alegría de Dios que acoge a los pecadores que están fuera del hogar.

La parábola es una invitación a la alegría y al optimismo por tantos hombres que quizás no estén en casa pero no importa. Miles, millones de hombres que no están dentro de la Iglesia pero que no están olvidados de Dios sino comprendidos y acogidos, quizás únicamente por El.

La parábola es una advertencia para todos aquellos que no se sienten hijos pródigos.

Al final de la parábola, es el hijo mayor el que es el que de hecho se queda fuera de casa, el que se queda lejos del padre y del hermano y el que no entra a la fiesta. Por lo tanto, se puede vivir toda la vida junto al padre, cumpliendo estrictamente todas sus órdenes y sin embargo se puede no conocer al padre y no comprender al hermano. Entonces, el estar lejos o cerca de Dios no depende solamente de permanecer en casa o fuera de ella sino de comprender el amor de Dios. Está cerca del Padre el hermano que comprende el amor del Padre y sabe adoptar una postura de amor, de perdón, de comprensión con los demás hermanos. Desde el momento que no adoptamos esta postura ante alguien, ya estamos fuera de casa, lejos del padre.

La parábola se presta a toda una enseñanza sobre el pecado y también es una descripción de la conversión.

Descripción del pecado:

A) Según la descripción de Jesús, el pecado del hijo pródigo consiste en una falta de fe: no cree en la felicidad que puede aportarle el hogar.

B) Este hijo se aleja del hogar del padre y del hermano.

C) La postura de este hombre es de autosuficiencia, independiente: querer independizarse de Dios, eso es pecar: bastarnos a nosotros mismos.

D) Su vida se concreta después en una vida inmoral y libertina.

E) El pecado le lleva a una situación de miseria, de esclavitud, de hambre. El que peca no es libre. En la medida en que en nuestra vida hay pecado, no puede haber libertad. Esta nos la pueden quitar desde fuera pero también nos la quitamos desde dentro: esclavitud, miseria…

Descripción de la conversión

A) Según la parábola, la conversión supone reflexión: hay que detenerse en la vida a pensar. Muy hábilmente somos capaces de pasar años sin enfrentarnos en serio a nosotros mismos. Es muy difícil entrar en uno mismo pero por ahí hay que empezar.

B) El hijo puede recordar la felicidad que tenía junto a su padre y esto es muy importante a medida que pasan los años: se nos olvida la felicidad que nos puede dar Dios. Llega un momento en que nos puede parecer que no nos quiere nadie, ni Dios: entonces se está en peligro de cualquier barbaridad.

C) Este hombre se decide a retornar junto al Padre.

D) Confiesa humildemente su pecado y pide perdón. No tiene ninguna justificación. Es que es muy peligroso ponerse a sacar argumentos y justificarnos ante Dios. Es mejor dejarlo.

E) Este hombre se levanta, pone en práctica su decisión y su conversión y tiene el abrazo reconciliador del padre. No es suficiente que levante: se requiere que el padre le salga al camino y le abrace.

La conversión termina en una aceptación del hijo, en una fiesta y en un banquete.

José Antonio Pagola