Hoy es 31 de marzo, domingo IV de Cuaresma.
¿Quién no se ha sentido alguna vez frágil, equivocado, pecador? ¿Quién no ha metido la pata hasta el fondo con alguien que quería? ¿Quién no ha sido incapaz de comprender la fragilidad ajena? Hoy el Señor nos convoca a todos los que alguna vez nos hemos sentido pecadores, para aprender lo que significa misericordia y encontrar la fuerza para enderezar el camino. Haz silencio, adéntrate en la historia como si la escucharas por primera vez y contempla.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 15, 1-3; 11-32):
Los publicanos y los pecadores solían acercarse a Jesús a escucharle. Y los escribas murmuraban entre ellos: “Ése acoge a los pecadores y come con ellos”.
Entonces Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la fortuna’. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
También yo en ocasiones me dejo guiar por mis apetitos, mis deseos, mis conveniencias, sin tener en cuenta que tal vez mis actos provocan mal a otros. Contemplo por un momento el contraste entre la diversión del hijo menor y la añoranza del padre y el hermano que lejos se han quedado tan solos.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros’.
Se puso en camino adonde estaba su padre;
Contemplo ahora a ese muchacho que ha fracasado. Me imagino sus distintos estados de ánimo. La sorpresa cuando descubre que está arruinado, dándose cuenta ahora de que ha metido la pata. El dolor y la vergüenza cuando va tocando fondo y no encuentra salida. Pero también el resquicio de esperanza que se enciende al acordarse del hogar lejano. Dios es siempre esa memoria que ayuda a esperar.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre dijo a sus criados: ‘Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado’.
Y empezaron el banquete.
Me fijo ahora en el padre. En su tristeza cuando el hijo se va. En su dolor por no saber nada de él, en su paciencia, siempre esperando y en su alegría impetuosa cuando al fin lo ve lejos por el camino. El padre, que es Dios, siempre está dispuesto a abrirme la puerta de casa y también a mí me dice, pasa, vuelve a casa y celebremos el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contesto: ‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud’.
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre: ‘Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado’.
El padre le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porqueeste hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado’.”
Pienso por último en el hermano mayor. Sería fácil acusarlo de egoísta, pero es necesario ver también su dolor, su sensación de injusticia y de abandono. Su equivocación al no darse cuenta del amor del padre. Sólo el amor puede devolverle la alegría. Eso es lo que sabe el padre, que por eso le dice, y me dice también hoy, hijo mío, hija mía, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo, alégrate por ti y por tus hermanos.
Hijo, tú siempre estás conmigo
Todo lo mío es tuyo.
Padre, dame mi parte
quiero marcharme
Voy a dejarte.
Hijo, tú siempre estás conmigo
Todo lo mío es tuyo.
Solo, estoy tan solo
lo he vivido todo
Hijo, tú siempre estás conmigo
Todo lo mío es tuyo.
Padre, vienes corriendo
eres Padre de abrazos,
Padre de besos.
Hijo, tú siempre estás conmigo
Todo lo mío es tuyo.
Risas, música y danzas
a mi hermano una fiesta,
Para mí nunca nada.
Hijo, tu hermano estaba muerto,
Ha vuelto a la vida, alegrémonos.
Hijo, tú siempre estás conmigo
Todo lo mío es tuyo.
Hijo, tú siempre estás conmigo
Todo lo mío es tuyo.
Hijos, mis amados hijos.
Hijos interpretado por Colegio Mayor Kentenich, «Como un niño»
Perdón sin condiciones
Tú nos regalas el perdón.
No nos pides negociarlo contigo
a base de castigos y contratos.
“Tu pecado está perdonado.
No peques más.
Vete y vive sin temor.
Y no cargues el cadáver de ayer
sobre tu espalda libre”.
No nos pides sanear
la deuda impagable
de habernos vuelto contra ti.
Nos ofreces una vida nueva
sin tener que trabajar
abrumados por la angustia,
pagando los intereses
de una cuenta infinita.
Perdonas siempre.
Setenta veces siete
saltas al camino
para acoger nuestro regreso,
sin cerrarnos el rostro
ni racionarnos la palabra,
por nuestras fugas repetidas.
Te pedimos en el Padrenuestro:
“Perdónanos como perdonamos”.
Hoy te pedimos más todavía:
enséñanos a perdonar a los demás
y a nosotros mismos
como tú nos perdonas a nosotros.
(Benjamín González Buelta sj)
Que esta enseñanza te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez esa promesa, tú siempre estás conmigo…; tú siempre estás conmigo…