Vísperas – Lunes IV de Cuaresma

VÍSPERAS

LUNES IV CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 135: HIMNO PASCUAL

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

SALMO 135

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación, se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: Rm 12, 1-2

Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

RESPONSORIO BREVE

R/ Yo dije: Señor, ten misericordia.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

R/ Sáname, porque he pecado contra ti.
V/ Señor, ten misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El padre cayí en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo está curado.» Y creyó él con toda su familia.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El padre cayí en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo está curado.» Y creyó él con toda su familia.

PRECES

Bendigamos a Dios, nuestro Padre, que, por boca de su Hijo, prometió escuchar la oración de los que se reúnen en su nombre, y, confiados en esta promesa, supliquémosle, diciendo:

Escucha a tu pueblo, Señor.

  • Señor, tú que en la montaña del Sinaí diste a conocer tu ley por medio de Moisés y la perfeccionaste luego por Cristo,
    — haz que todos los hombres descubran que tienen inscrita esta ley en el corazón y que deben guardarla como una alianza.
  • Concede a los superiores fraternal solicitud hacia los que les han sido confiados,
    — y a los súbditos, espíritu de obedientes colaboración.
  • Fortalece el espíritu y el corazón de los misioneros
    — y suscita en todas partes colaboradores de su obra.
  • Que los niños crezcan en gracia y en edad,
    — y que los jóvenes se abran con sinceridad a tu amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Acuérdate de nuestros hermanos que ya duermen el sueño de la paz
    — y dales parte en la vida eterna.

Fieles a la recomendación dle Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que renuevas el mundo por medio de sacramentos divinos, concede a tu Iglesia la ayuda de estos auxilios del cielo sin que le falten los necesarios de la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 1 de abril

Tiempo de Cuaresma

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que renuevas el mundo por medio de sacramentos divinos: concede a tu Iglesia la ayuda de estos auxilios del cielo sin que le falten los necesarios de la tierra. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Juan 4,43-54

Pasados los dos días, partió de allí para Galilea. Pues Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.

Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaún. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque estaba a punto de morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis signos y prodigios, no creéis.» Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo.» Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive.» Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. Él les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre.» El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Tal fue, de nuevo, el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

3) Reflexión

Jesús salió de Galilea y pasó por la región de Judea, hasta Jerusalén en ocasión de la fiesta (Jn 4,45) y luego, por Samaría, volvió a Galilea (Jn 4,3-4). Los judíos observantes tenían prohibido pasar por Samaría, y no tenían costumbre de conversar con los samaritanos (Jn 4,9). A Jesús no le importan estas normas que impiden la amistad y el diálogo. Se queda diversos días en Samaría y mucha gente se convierte (Jn 4,40). Después de esto determina volver a Galilea.

Juan 4,43-46ª: La vuelta a Galilea. Sabiendo que la gente de Galilea le miraba con una cierta reserva, Jesús quiso volver a su tierra. Probablemente, Juan se refiere a la fea acogida que Jesús recibió en Nazaret de Galilea. Jesús mismo había dicho: “Un profeta no es acogido en su patria” (Lc 4,24). Pero ahora, ante la evidencia de las señales de Jesús en Jerusalén, los galileos cambiaron de opinión y le brindaron una buena acogida. Jesús volvió a Caná, donde había hecho la primera “señal” (Jn 2,11).

Juan 4,46b-47: La petición de un funcionario del rey. Se trata de un pagano. Poco antes, en Samaría, Jesús había conversado con una samaritana, persona hereje para los judíos, a quien Jesús revela su condición de mesías (Jn 4,26). Y ahora, en Galilea, recibe a un pagano, funcionario del Rey, quien buscaba ayuda para su hijo enfermo. Jesús no se encierra en su raza, ni en su religión. Es ecuménico y acoge a todos.

Juan 4,48: La respuesta de Jesús al funcionario. El funcionario quería que Jesús fuera con él hasta la casa para curar al hijo. Jesús contesta: “Si no veis signos y prodigios, no creéis”. Respuesta dura y extraña. ¿Por qué Jesús contesta de este modo? ¿Qué error comete el funcionario a la hora de presentar su petición? ¿Qué quiere enseñar Jesús con esta respuesta? Quiere enseñar como debe ser la fe. El funcionario del rey creería sólo si Jesús fuera con él, a su casa. El quiere ver a Jesús que cura. En el fondo, es la actitud normal de todos nosotros. No nos damos cuenta de que nos falta fe.

Juan 4,49-50: El funcionario vuelve a pedir de nuevo y Jesús repite la respuesta. A pesar de la respuesta dura de Jesús, el hombre no se rinde y repite lo mismo. “Baja antes que se muera mi hijo”. Jesús sigue firme en su propósito. No responde a la petición y no va con el hombre hasta su casa; repite la misma respuesta, pero formulada de otra forma: “Vete, que tu hijo vive.” Tanto en la primera como en la segunda respuesta, Jesús pide fe, mucha fe. Es posible que el funcionario crea que su hijo está curado ya. ¡Y el verdadero milagro se cumple! Sin ver ninguna señal, sin ver ningún prodigio, el hombre cree en la palabra de Jesús y vuelve a casa. No debe haber sido fácil. Este es el verdadero milagro de la fe: creer sin otra garantía que no sea la Palabra de Jesús. El ideal es creer en la Palabra de Jesús, aún sin ver (Cf. Jn 20,29).

Juan 4,51-53: El resultado de la fe en la palabra de Jesús. Cuando el hombre se iba hacia su casa, los empleados fueron a su encuentro para decirle que el hijo estaba curado. El pregunta la hora y descubre que aconteció exactamente en la hora en que Jesús había dicho: “Tu hijo vive.” Así que tuvo la confirmación de su fe.

Juan 4,54: Un resumen de parte de Juan, el evangelista. Juan termina diciendo: “Tal fue el segundo signo que hizo Jesús”. Juan prefiere hablar de signo y no de milagro. La palabra señal evoca algo que yo veo con mis ojos, pero cuyo sentido profundo me lo hace descubrir sólo la fe. La fe es como los rayos X: hace descubrir lo que el ojo no ve.

4) Para la reflexión personal

¿Cómo vives tu fe? ¿Confías en la palabra de Jesús o solamente crees en los milagros y en las experiencias sensibles?
• Jesús acoge a herejes y forasteros. Yo, ¿cómo me relaciono con las personas?

5) Oración final

Cantad para Yahvé los que lo amáis,
recordad su santidad con alabanzas.
Un instante dura su ira,
su favor toda una vida;
por la tarde visita de lágrimas,
por la mañana gritos de júbilo. (Sal 30)

Recursos Domingo V de Cuaresma

1. La liturgia meditada a lo largo de la semana.

A lo largo de los días de la semana anterior al 5o Domingo de Cuaresma, procurad meditar la Palabra de Dios de este domingo. Meditadla personalmente, una lectura cada día, por ejemplo. Elegid un día de la semana para la meditación comunitaria de la Palabra: en un grupo parroquia Palabra: en un grupo parroquial, en un grupo de padres, en un grupo eclesial, en una comunidad religiosa…

2. La llamada a ponernos de pié.

Después de la llamada a la paciencia (3o domingo) y la llamada a la misericordia (4o domingo), es, en este 5o domingo de Cuaresma, la llamada a ponernos de pie y a vivir de manera diferente: “Anda, y en adelante no peques más”. El momento penitencia puede realzar este dinamismo de conversión.

3. Oración en la lectio divina.

En la meditación de la Palabra de Dios (lectio divina), se puede prolongar el momento de la acogida de las lecturas con una oración.

Al final de la primera lectura: Dios, Padre de tu Pueblo, te damos gracias por tu obra creadora, renovada sin cesar, y por las semillas de un mundo nuevo y misterioso que la Pascua nos manifiesta. Te pedimos por los que van a ser bautizados, adultos, jóvenes y niños, y por las comunidades, los padrinos y madrinas y por los padres que se preparan.

Al final de la segunda lectura: Cristo Jesús, Tú que te diste a conocer al apóstol Pablo y lo agarraste hasta el punto de que te prefiriera antes que a todas las riquezas de la tierra y te reconociera como único equipaje para su vida, te bendecimos. Y te pedimos por los enfermos y por las víctimas de todas clase de sufrimientos. Que la revelación de tu Pasión les mantenga en la esperanza de la resurrección y de la vida del mundo que ha de venir.

Al final de la segunda lectura: Padre, bendito seas por el mensaje de perdón, la palabra de reconciliación y la llamada a la esperanza que nos permitiste escuchar enviándonos a tu Hijo. Te pedimos por todas nuestras comunidades que celebran la reconciliación en estos días. Que tu perdón nos renueve y nos reconcilie.

4. Plegaria Eucarística.

Se sugiere la Plegaria Eucarística I de la Reconciliación.

5. Palabra para el camino.

La mujer adúltera…
“Esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio”
“Aquella …
“Aquella …
“Aquella otra…
…y nuestras manos están llenas de piedras para lapidar.
Esta semana, la invitación de Jesús es para que comencemos por mirar dónde está nuestro pecado…
Después, en relación con todas estas mujeres de hoy condenadas sin apelación, abramos nuestro corazón a la comprensión… a la misericordia… y al apoyo en su angustia.

Comentario del 1 de abril

El evangelista sitúa a Jesús en Caná de Galilea, donde había comenzado a hacer sus «signos», concretamente la conversión del agua en vino. Estando allí, un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm fue a verle para que bajase a curar a su hijo moribundo. Jesús le recibe con un cierto desdén: Como no veáis signos y prodigios no creéis. Pero el funcionario insiste –al fin y al cabo está en juego la vida de su hijo-: Señor, baja antes de que se muera mi niño. Y Jesús, sin más dilación, le dice: Anda, tu hijo está curado. Y aquella palabra calmó la ansiedad del funcionario, que se dio por satisfecho e inició el camino de vuelta. Cuando iba bajando, vinieron a su encuentro sus criados para comunicarle la gozosa noticia de que su hijo se había curado. Al preguntar por la hora de la mejoría, le dijeron que a la una lo dejó la fiebre.

Esa era precisamente la hora en que Jesús la había dicho: «Tu hijo está curado». Y aquel funcionario creyó y con él toda su familia. Ya había creído en la palabra de Jesús cuando le dijo que su hijo estaba curado, puesto que dejó de insistirle. Se puede decir incluso que ya creía en él cuando decidió acudir a él en busca de auxilio. Pero esta fe inicial, apoyada en las noticias que le habían llegado del Maestro de Nazaret, se vio reforzada con la propia experiencia, esto es, con la constatación del poder curativo de Jesús hecho realidad en su propio hijo. El testimonio de aquel magistrado y la presencia con salud del enfermo hizo el resto y facilitó la fe de su entera familia. San Juan presenta este hecho como el «segundo signo» realizado por Jesús en su vuelta a Galilea.

La fe del funcionario y su familia a partir de la curación de aquel muchacho no resta seriedad a la primera frase de Jesús: Como no veías signos y prodigios no creéis. Parece como si los signos prodigiosos fueran consubstanciales a la fe, como si la fe necesitase de tales signos para actuarse. Y es que la fe, aunque ilumine la realidad, es oscura en sí misma. La fe es esa luz que, encendida, nos permite ver las cosas desde la óptica de Dios y, por tanto, en su verdad más profunda; pero supone un firme acto de confianza en el testimonio del mismo Dios a través de sus mediaciones; y este asentimiento del entendimiento no deja de ser un acto de fe hecho en la in-evidencia del Dios que crea y que habla. El milagro había confirmado la fe del funcionario en Jesús y en su poder taumatúrgico, es decir, le había demostrado que su fe en Jesús no había errado.

Pero ahí no acababa todo. Jesús pedirá a sus seguidores que lo reciban no sólo como a un enviado de Dios –como a uno de sus profetas-, sino como al mismo Hijo de Dios en carne mortal. Ello implica una concreta fe en Dios no sólo como Creador, sino como Padre de ese Hijo. Tal es la fe cristiana profesada en el bautismo: fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, fe en Dios Trinidad de personas. Esa es la fe a la que nos quiere llevar Jesucristo. Para eso se ha hecho hombre, de modo que todo en su vida terrena, sus palabras y sus obras, sean signos que nos orienten hacia esa fe y nos la faciliten.

Somos seres sensibles y racionales, que juzgamos en razón de lo que nos llega a través de los sentidos y tras una elaboración mental acorde con esas observaciones. Para otorgarle nuestra fe a alguien necesitamos que nos ofrezca signos de credibilidad. Pero si la exigencia de signos es excesiva, podemos no tener nunca signos suficientes para creer, podemos quedarnos sin fe y sin la luz que esa fe aporta. Tratándose de realidades que no se ven, no podemos guiarnos únicamente por evidencias; también tenemos que recurrir a razones y, finalmente, a actos de fe en ‘autoridades’ cuya credibilidad nos parece razonable. Jesús había dado muestras de poseer un poder extraordinario para curar, ganándose así el crédito que muchos depositaron en él. La muestra más extraordinaria del poder de Dios es este mundo que contemplan nuestros ojos, visto como obra suya, como creación.

La exigencia de una causa (necesaria) para este mundo contingente siempre se ha visto como una buena razón para creer. Pero ni siquiera esto resulta una evidencia. Y es que la fe, aun teniendo razones en su favor, no será nunca equiparable a una evidencia. Si lo fuera se difuminaría. Ya no viviríamos en el mundo de las opacidades y los enigmas, sino en el mundo de las transparencias. Pero este mundo no es el mundo en que vivimos, en que tantas cosas se nos ocultan y tantos misterios están por descubrir.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Homilía – Domingo V de Cuaresma

VERDADERA LIBERACIÓN DEL PECADO

DOS POSTURAS ANTE EL PROPIO PECADO

El relato evangélico pone en escena dos clases de personajes, dos clases de pecadores: por un lado los letrados y fariseos, pecadores ocultos, como hace patente Jesús; pecadores que quieren presumir de inocencia pidiendo justicia para una mujer sorprendida en adulterio; y por otro lado, la mujer, que reconoce públicamente su pecado y que confía en el perdón de Jesús de Nazaret. El texto evangélico contrapone una vez más dos espíritus y dos actitudes: lo viejo y lo nuevo, la ley y el amor o, como dice Pablo, «la justicia que viene de los hombres con la que viene de la fe en Cristo…».

Metámonos de lleno en la escena y gocemos de la inmensa ternura que la envuelve. Jesús se revela como el hermano mayor del pródigo que sale al encuentro de esta hija pródiga, a la que abraza, y ante la que se pone delante para atajar las piedras que los pecadores, con aires de santurrones, están dispuestos a arrojar contra ella. Este dar la cara por los desechados y constituirse en abogado de causas perdidas será lo que le cueste la vida y lo que le lleve a morir entre horribles torturas en la cruz. Jesús subraya fuertemente la actitud de sus discípulos ante los «pecadores»: condenación irremisible del pecado («en adelante no peques más») y misericordia con el

pecador («tampoco yo te condeno»). El sentimiento de culpa es como una úlcera abierta y dolorosa. Por eso todos tratamos de liberarnos de ella, unos acertadamente y otros desacertadamente cerrándola en falso.

 

VERDADEROS Y FALSOS CAMINOS DE LIBERACIÓN DE LA CULPA

Negando el pecado reconocer la culpa. Una forma falsa de liberarse del sentimiento de culpa es negar el pecado. Es la acusación que ya Pió XII dirigía a la sociedad moderna: «Se está perdiendo la conciencia de pecado». Cuando uno no vive como piensa, termina pensando como vive. Hay quienes no creen en el pecado y hay quienes no creen en «su» pecado. Uno no sale de su asombro cuando oye decir con la mayor naturalidad del mundo: «Yo no me arrepiento de nada», «yo no tengo nada de qué arrepentirme». «Los triunfos, afirmaba J. F. Kennedy, tienen muchos padres; los fracasos no tienen padre reconocido». ¡Qué ceguera, cuando los santos viven siempre tan contritos! El pecado existe y causa estragos en la persona y en su entorno. La adicción al pecado degrada, perturba y hace dolorosa la convivencia. Jesús lo toma muy en serio. Por eso es una insensatez ignorar el pecado. El pecado reconocido está medio vencido.

Liberarse de la angustia – obsesionarse por la culpa. La segunda postura falsa ante el pecado, la segunda forma equivocada de liberarse de él, es la actitud contraria: Obsesionarse por él, angustiarse por él, desesperarse por sentirse vencido en la lucha contra él, atormentarse con los escrúpulos, con el miedo a Dios y a su castigo eterno. Es lo que los psicólogos denominan la culpabilidad neurótica. Desgraciadamente, debido a una defectuosa formación religiosa, todavía hay demasiados cristianos piadosos que viven inútilmente atormentados. La peor forma de liberarse del pecado es obsesionarse con él. El amor de Dios es más grande que nuestro pecado. Tenemos un Abogado (Un 2,1). .

Proyectar o no el propio pecado en los demás. Hay otro extraño intento de liberarse del propio pecado y de la angustia que conlleva: proyectarlo en los demás. Es colgar los propios trapos sucios en el balcón del vecino. Se comportan de este modo los que no ven más que mal en los demás, los que atribuyen a los demás sus deficiencias y pecados. El refrán lo ha dicho muy atinadamente: «Piensa el ladrón que todos son de su condición». Generalmente el que acusa se excusa; el que presume de inocencia («yo no soy como ése», ora el fariseo -Lc 18,11-) pretende ocultar su propio pecado. Ésta es la actitud de los letrados y fariseos frente a la adúltera; tienen piedras en las manos para lanzarlas contra ella y piedras en las manos también para lanzarlas contra Jesús si es que, contraviniendo a la ley, la absolviere. Frente a esta falsa liberación, no hay otra postura mejor que el reconocimiento humilde del propio pecado, de las propias mezquindades. Se nos caerían inmediatamente de las manos las piedras de nuestros juicios severos y de nuestras condenas inapelables del prójimo.

Sinceridad, contrición y confianza. La única actitud verdaderamente liberadora del pecado es el reconocimiento humilde, sincero, contrito de la culpa y la confianza absoluta en la misericordia de Dios. Es lo que contemplamos en la reconciliación de la adúltera: «Yo no te condeno; vete en paz y no peques más» (Jn 8,11) y en otros muchos relatos evangélicos como el del hombre paralítico que sus amigos presentan delante de Jesús descolgándolo por el techado (Me 2,5) o el de Zaqueo: «Hoy ha entrado la salvación en esta casa» (Le 19,9)… Esta mujer pecadora, indultada por Jesús, es símbolo de las personas reconciliadas «por» Jesús y «con» Jesús.

 

TODO COOPERA PARA EL BIEN DE LOS ELEGIDOS

Pablo afirma: «Todo coopera para el bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28), incluso el pecado. Cuando un cristiano se sitúa positivamente ante esta realidad destructora, también a ella la reconvierte en camino de salvación, de tal modo que uno puede decir como san Agustín a propósito del pecado original: ¡Feliz culpa!, ya que, gracias a ella, nos ha venido tan gran Redentor. ¿No diría la adúltera: Bendito adulterio que me permitió encontrarme con Jesús a quien, tal vez, de otro modo, hubiera ignorado para siempre? La experiencia de pecado puede enseñarnos muchas cosas.

En primer lugar, humildad y conocimiento de uno mismo. Sólo a través del pecado somos capaces de conocer nuestra fragilidad y el egoísmo subterráneo que llevamos dentro. Pedro necesitó la traición al Maestro para darse cuenta de que ni su fidelidad ni su fortaleza eran tan grandes como lo que parecían revelar sus palabras orgullosas: «Aunque todos te traicionen, yo jamás te traicionaré» (Mt 26,33).

El pecado puede enseñar también comprensión y compasión hacia los demás. Me lo contaba un amigo, en otro tiempo puritano y rigorista como un fariseo, sobre todo con respecto a la moral sexual: «Necesité cometer un adulterio para aprender comprensión y compasión hacia los demás. Desde entonces dejé de ser juez severo de los otros». «Yo antes de vivir en una situación grave de pecado, confesaba un convertido, me pasaba la vida echando culpas a todo el mundo; ahora me dedico a pedir perdón». La experiencia de pecado nos hace palpar que estamos hechos del mismo barro que los demás y que, si no somos peores, es porque hemos sido unos privilegiados en la vida.

Pero, sobre todo, la experiencia de pecado nos puede conducir a una grandiosa experiencia de Dios como Padre misericordioso. Me confesaba una ex-toxicómana: «Cuando he comprobado la capacidad de perdón y de olvido por parte de mis padres, después de haberles hecho sufrir tanto con mi drogadicción, he llegado a conocer lo mucho que me quieren». Los padres, por su parte, testimoniaban lo cariñosa que era con ellos a partir de su rehabilitación. David, a partir del perdón, tiene una experiencia más intensa de Dios. El pródigo necesitó del abrazo acogedor del padre para conocer la hondura del amor. El reconocimiento del pecado y la contrición nos conducen a la reconciliación con nosotros mismos, con los demás y con Dios; y ello es fuente de paz, de gracia y de salvación.

Creo que el mejor modo de vencer al pecado no es enfrentarse directamente con él, sino seguir el consejo de Pablo: «Vence al mal con el bien» (Rm 12,21). ¿He perjudicado con actitudes negativas? Pues me desquitaré asumiendo actitudes positivas compensatorias. Desechable, maloliente es el estiércol, pero si se emplea para abonar hace crecer los trigales y las flores. Lo mismo el pecado; reconvertido por la fe, se transforma en un fecundo fertilizante de la vida.

Atilano Alaiz

Jn 8, 1-11 (Evangelio Domingo V de Cuaresma)

Esta pequeña unidad literaria no pertenecía, inicialmente, al Evangelio de Juan: rompe el contexto de Jn 7-8, no tiene las características del estilo de Juan y su contenido no encaja en este Evangelio (que no se interesa por problemas de este género). Además de eso, es omitida por la mayor parte de los manuscritos antiguos; y las referencias de los Padres de la Iglesia a este episodio son muy escasas.

Otros manuscritos lo sitúan dentro del Evangelio, pero en sitios diversos, por ejemplo, al final del mismo, como hacen algunas versiones modernas de la Biblia.

En una serie de manuscritos, la encontramos en el Evangelio de Lucas (después de Lc 21-38), que sería uno de los lugares más adecuados, dado el interés de Lucas por destacar la misericordia de Jesús. Se trata de una tradición independiente que, sin embargo, fue considerada por la Iglesia como inspirada por Dios: no hay duda de que debe ser vista como “Palabra de Dios”.

Sea como sea, el escenario de fondo nos sitúa frente a una mujer sorprendida cometiendo adulterio. De acuerdo con Lv 20,10 y Dt 22,22-24, la mujer debería ser ajusticiada. ¿La Ley debe ser aplicada? Este es el problema que se le platea a Jesús.

Tenemos, por tanto, ante Jesús a una mujer que, de acuerdo con la Ley, había cometido una falta que merecía la muerte.

Para los escribas y fariseos, se trata de una oportunidad de oro para testar la ortodoxia de Jesús y su fidelidad a las exigencias de la Ley; para Jesús, se trata de revelar la actitud de Dios frente al pecado y al pecador.

Presentada la cuestión, Jesús no intenta blanquear el pecado o perdonar el comportamiento de la mujer. Él sabe que el pecado no es un camino aceptable, pues genera infelicidad y quita la paz. Sin embargo, tampoco acepta pactar con una Ley que, en nombre de Dios, genera muerte. Porque los esquemas de Dios son diferentes de los esquemas de la Ley.

Jesús se queda en silencio durante unos momentos y escribe en el suelo, como si pretendiese dar tiempo a los participantes en la escena de comprender lo que estaba sucediendo.

Finalmente, invita a los acusadores a tomar conciencia de que el pecado es una consecuencia de nuestros límites y fragilidades y que Dios entiende eso: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Y continúa escribiendo en el suelo, esperando que los acusadores de la mujer interioricen la lógica de Dios, la lógica de la tolerancia y de la comprensión.

Cuando los escribas y fariseos se retiran, Jesús ni siquiera le pregunta a la mujer si está arrepentida: le invita, únicamente, a seguir un camino nuevo, de libertad y de paz: “Anda, y en adelante no peques más”.

La lógica de Dios no es una lógica de muerte, sino una lógica de vida; la propuesta que Dios hace a los hombres a través de Jesús, no pasa por la eliminación de los que yerran, sino por la invitación a una vida nueva, la conversión, la transformación, la liberación de todo aquello que oprime y esclaviza; y destruir o matar en nombre de Dios o en nombre de cualquier moral es una ofensa incalificable a ese Dios de la vida y del amor, que únicamente quiere la realización plena del hombre.

El episodio pone de relieve, por otro lado, la intransigencia y la hipocresía del hombre, siempre dispuesto a juzgar y a condenar a los otros.

Jesús denuncia, aquí, la lógica de aquellos que se sienten perfectos y autosuficientes, sin reconocer que todos estamos en camino y que, en cuanto caminantes, somos imperfectos y limitados.

Es preciso reconocer, con humildad y sencillez, que todos necesitamos de la ayuda del amor y de la misericordia de Dios para llegar a la vida plena del Hombre Nuevo.

La única actitud que tiene sentido, en este esquema, es asumir para con nuestros hermanos la tolerancia y la misericordia que Dios tiene para con todos los hombres.

En la actitud de Jesús, se hace particularmente evidente la misericordia de Dios para con todos aquellos que la teología oficial consideraba marginales.

Los pecadores públicos, los proscritos, los transgresores notorios de la Ley y de la moral encuentran en Jesús un signo del Dios que les ama y que les dice: “Tampoco yo te condeno”.

Sin excluir a nadie, Jesús promovió a los desclasados, les dio dignidad, les hizo personas, los liberó, les indicó el camino de la vida nueva, de la vida plena.

La dinámica de Dios es una dinámica de misericordia, pues sólo el amor transforma y permite la superación de los límites humanos. Esa es la realidad del Reino de Dios.

La reflexión puede hacerse a partir de las siguientes indicaciones:

Nuestro Dios, lo dice de forma clara el Evangelio de hoy, funciona con la lógica de la misericordia y no con la de la Ley.
Dios no quiere la muerte de aquel que erró, sino la liberación plena del hombre. Sólo la misericordia y el amor son capaces de mostrar el sin sentido de la esclavitud y de insuflar esperanza, ansias de superación, deseos de una vida nueva. La fuerza de Dios (esa fuerza que nos proyecta para la vida en plenitud), no se halla en el castigo, sino en el amor.

En nuestro mundo, el fundamentalismo y la intransigencia hablan frecuentemente más alto que el amor: se mata, se oprime, se esclaviza en nombre de Dios; se desacredita, se calumnia, en razón de prejuicios; se margina en nombre de la moral y de las buenas costumbres.

¿Esta lógica (muy lejos de la misericordia y del amor de Dios) nos conduce a algún lugar?
¿La intolerancia alguna vez ha producido alguna cosa, además de violencia, muerte, lágrimas, o sufrimiento?

Cuántas veces en nuestras comunidades cristianas (o religiosas) la absolutización de la ley causa marginación y sufrimiento.
Cuántas veces tiramos piedras a los otros, olvidando nuestros propios tejados de cristal.

Cuántas veces señalamos a los otros con el estigma de la culpa y condenamos a alguna persona en “juicios sumarios” sin concederle el derecho a defenderse. ¿Esta es la lógica de Dios?
¿Qué es lo que nos interesa: la liberación de nuestro hermano, o su hundimiento?

En este camino cuaresmal, hay dos cosas a considerar:
– Dios nos reta a superar todas las realidades que nos esclavizan acompañándolo con su amor y su misericordia;
– y nos invita a desnudarnos de la hipocresía y de la intolerancia, para vestirnos del amor.

Fil 3, 8-14 (2ª lectura Domingo V de Cuaresma)

La carta a los Filipenses es una carta “afectuosa y tierna” que Pablo escribe desde la prisión a sus amigos de Filipos. Los cristianos de esta ciudad, preocupados con la situación de Pablo, le enviaron dinero y un miembro de la comunidad (Epafrodito) que cuidó de él y le acompañó en la soledad de la cárcel.

Con el corazón lleno de afecto, Pablo da las gracias a sus queridos hijos de Filipos y, por otro lado, les avisa para que no se dejen llevar por los “perros”, por los “malos obreros” (Flp 3,2) que, en Filipos, como en otros lugares, siembran la duda y la confusión.

¿Quiénes son estos? Son otra vez esos “judaizantes”, “los de la mutilación” (Flp 3,2), que proclamaban la obligatoriedad de la circuncisión y de la obediencia la Ley de Moisés.

El texto que se nos propone se inserta en ese discurso de polémica contra los adversarios “judaizantes” (cf. Flp 3). Pablo pide a los Filipenses que no se dejen engañar por esos falsos predicadores que se presentan con títulos de gloria y que parecen olvidar que sólo Cristo es importante.

Al ejemplo y a la predicación de esos “judaizantes”, que alardean de títulos de gloria, Pablo contrapone su propio ejemplo. Él tiene más motivos que los otros para presentar títulos (él que fue circuncidado a los ocho días de nacer, que es hebreo por los cuatro costados, hijo de hebreos, de la tribu de Benjamín, que fue fariseo y que vivió irreprensiblemente como hijo de la Ley (cf. Flp 3,5-6); pero lo único que le interesa, porque es lo único que tiene eficacia salvadora, es conocer a Jesucristo.

Es claro que los términos conocer y conocimiento deben ser entendidos aquí en el más genuino sentido de la tradición bíblica; quiere esto decir, en el sentido de “entrar en comunión de vida y de sentido” con una persona.

Lo que él quiere hacer comprender es que lo fundamental es identificarse con Cristo, a fin de resucitar con él para la vida nueva.

Los Filipenses, y los creyentes de todas las épocas, hicieron bien en imitar a Pablo y olvidar todo lo demás (la circuncisión, los ritos de la Ley, los títulos de gloria son solamente “prejuicios” o “basura”, vv. 8).

Sólo la identificación con Cristo, la comunión de vida y de destino con Cristo es importante; sólo una vida vivida en entrega, en donación, en amor que se hace servicio a los otros, a la manera de Cristo, lleva a la resurrección, a la vida nueva.

Un dato importante: Pablo es consciente que compartir la vida y el destino de Cristo implica un esfuerzo diario, nunca concluido; es, también, posible el fracaso, pues nuestro orgullo y egoísmo están siempre al acecho y el camino de la entrega y de la donación de la vida es exigente. Pero es el único camino posible, el único que tiene sentido, para quien descubre la novedad de Cristo y se apasiona por ella. Quien quiera llegar a la vida nueva, a la resurrección, tiene que seguir ese camino.

Considerad, para la reflexión, las siguientes líneas:

En este tiempo favorable a la conversión, es importante que corrijamos aquello que da sentido a nuestra vida. Es posible que detectemos en el centro de nuestros intereses esa “basura” de la que Pablo habla (intereses materiales y egoístas, preocupaciones por honores o por títulos humanos, apuestas incondicionales en personas o ideologías…); sin embargo Pablo invita a dar prioridad a lo que es importante, a una vida de comunión con Cristo, que nos lleva a la identificación con su amor, con su servicio, con su entrega.

¿Cuál es la “basura” que me impide nacer, con Cristo, a una vida nueva?

Es necesario, igualmente, tener conciencia de que este camino de conversión a Cristo es un camino que está haciéndose permanentemente. El cristiano es consciente de que, mientras camina por este mundo, “corro hacia la meta”, la identificación con Cristo debe ser, pues, un desafío constante, que exige un compromiso diario, hasta que lleguemos a la meta del Hombre Nuevo.

Is 43, 16-21 (1ª Lectura Domingo V de Cuaresma)

El Deutero-Isaías (autor de este texto) es un profeta anónimo, de la escuela de Isaías, que cumplió su misión profética entre los exiliados. Estamos en el siglo VI a. de C., en Babilonia.

Los judíos exiliados están frustrados y desorientados, pues la liberación tarda y Dios parece haberse olvidado de su Pueblo. Sueñan con un nuevo éxodo, en el cual Yahvé se manifieste, otra vez, como el Dios liberador.

En la primera parte del “libro de la consolación” (Is 40-48), el profeta anuncia la inminencia de la liberación y compara la salida de Babilonia y la vuelta a la Tierra Prometida con el éxodo de Egipto.

En este contexto es donde debe ser encuadrada la primera lectura de hoy.

Este oráculo de salvación comienza por recordar a la “madre de todas las liberaciones” (la liberación de la esclavitud de Egipto).

Pero, evocar esa realidad no puede ser una huída nostálgica hacia el pasado, un curarse en salud, un refugiarse por miedo al presente (si así fuera, ese pasado oscurecería la visión del Pueblo, impidiéndole reconocer los signos que se manifiestan ya y que anuncian un futuro de libertad y de vida nueva).

El recuerdo del pasado es válido cuando alimenta la esperanza y prepara para un futuro nuevo. En la acción liberadora de Dios en favor del Pueblo oprimido por el faraón, el judío creyente descubre un modelo: el Dios que así actuó es el Dios que no tolera la opresión y que está del lado de los oprimidos; por eso, no dejará de manifestarse en circunstancias análogas, efectuando la salvación del Pueblo esclavizado.

De hecho, dice el profeta, el Dios libertador en quien creemos y en quien esperamos no retrasará su intervención.

Se acerca el día de un nuevo éxodo, de una nueva liberación. Sin embargo, ese nuevo éxodo será algo grandioso, que eclipsará al antiguo éxodo: el Pueblo liberado recorrerá un camino fácil de regreso a su Tierra y no conocerá el desierto de la sed y de la falta de alimento porque Yahvé va a hacer brotar ríos en el paisaje desolado del desierto.

La actuación de Dios manifestará, de forma clara, el amor y la solicitud de Dios por su Pueblo.

Ante la acción de Yahvé, el Pueblo tomará conciencia de que es el Pueblo elegido y dará una respuesta adecuada: alabará a su Dios por los dones recibidos.

Reflexionad a partir de las siguientes líneas:

Nuestro Dios es el Dios liberador, que no se conforma con ninguna esclavitud que robe la vida y la dignidad del hombre y que está, permanentemente, pidiéndonos que luchemos contra todas las formas de opresión.
¿Cuáles son las grandes formas de esclavitud que impiden, hoy, la libertad y la vida?

¿En este tiempo de transformación y de cambio, qué es lo que puedo yo hacer para que la esclavitud y la injusticia no destruyan la vida de los hombres mis hermanos?

La vida cristiana es un caminar permanente, rumbo a la Pascua, rumbo a la resurrección.
En este tiempo de Cuaresma, se nos invita a dejar definitivamente atrás el pasado y adherirnos a la vida nueva que Dios nos propone.

Cada Cuaresma es un terremoto que nos desinstala, que pone en entredicho nuestra comodidad, que nos invita a mirar hacia el futuro y a ir más allá de nosotros mismos, en busca del Hombre Nuevo.
¿Qué es lo que, en mi caminar por la vida, necesita ser transformado?

¿Qué es lo que todavía me mantiene alienado, prisionero y esclavo?
¿Qué es lo que me impide imprimir a mi vida un nuevo dinamismo, de forma que el Hombre Nuevo se manifieste en mí?

Comentario al evangelio – 1 de abril

“Regocijaos y alegraos” nos dice el profeta Isaías en la primera lectura. Y es que hemos comenzado la cuarta semana de Cuaresma, denominada “Laetare”, de la alegría, dada la proximidad de la Pascua. Ello nos recuerda que estamos cada vez más cerca de vivir el acontecimiento más importante del año cristiano: la muerte y resurrección del Señor. La meta está cerca y el final del tiempo de Cuaresma es la alegría, la renovación, el triunfo de la vida, que no se nos olvide.

Curiosamente “alegraos y regocijaos” es el título de una exhortación apostólica del Papa Francisco “Gaudete et exsultate” publicada hace un año, sobre la llamada a la santidad en el mundo actual; un recordatorio de cuál es nuestra meta, hacia donde debemos caminar. Si no has tenido ocasión de leerla, este es un buen tiempo para ello. Puedes leerla pinchando en este enlace: Gaudete et exsultate

Alegría y regocijo es lo que sintió el funcionario real cuando su hijo fue librado de la muerte segura gracias a la curación de Jesús: “Anda tu hijo vive”. El padre del niño creyó en la palabra del Señor, como nos cuenta el evangelista san Juan, y justo en la hora en la que aceptó la palabra de Jesús, su hijo fue sanado de la fiebre mortal: “la hora séptima”, nos dice el evangelista. Ocurrió en Cana de Galilea. Una vez más la eficacia y el poder sanador de la fe.

Señor Jesús, yo también quiero sentir la alegría que Tú das, ese don, esa gracia interior que nada ni nadie puede apagar, ningún acontecimiento, ningún revés de la vida. La alegría de sentirte cerca porque sé que caminas a mi lado; la alegría de que contigo lo tengo todo, de que Tú eres mi mayor tesoro. No permitas Señor que la tristeza y el pesimismo se apoderen de mi corazón. Ayúdame a transformar mi luto en danza.

Juan Lozano, cmf