PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
<<Pilato dijo: “No encuentro en él ningún motivo de condena”. No obstante, hizo flagelar a Jesús y lo entregó para que lo crucificarán>> (Lc 23,4).
Entregarse o no entregarse. Darse o replegarse. Abrirse o cerrarse. Amar o amarse. ¿Con cuál de estas dos opciones te quedas? ¿Por qué apuestas?
En cierta ocasión el Cardenal Weisman discutía con un inglés pragmático sobre la existencia de Dios. A todo argumento de este cardenal, que nació en Sevilla pero acabó siendo Arzobispo en Inglaterra, el contertulio le respondía: “No lo veo, no lo veo”.
Entonces, el Cardenal tuvo una ocurrencia ingeniosa. Escribió en un papel la Palabra “Dios” y colocó sobre ella una moneda. Entonces le preguntó: ¿Qué ves? ¡Una moneda! (exclamó el inglés) ¿Nada más? Muy tranquilo, el Cardenal quitó la moneda, y le preguntó de nuevo: ¿Y ahora qué ves? ¡Veo a Dios! Entonces ¿qué es lo que te impide ver a Dios?
Cuántas de nuestras entregas están mediatizadas por el entorno. Salir al encuentro de los demás, en muchas ocasiones, exige olvidarnos de nosotros mismos y –a menudo- quitar aquellas monedas que son las ideas o los prejuicios que debilitan y paralizan nuestra vida espiritual.
San Francisco de Asís al volver de un viaje de Oriente se sintió como un fracasado al encontrar su Orden en un estado lamentable. Sólo, cuando vio a Dios en todo lo que hacía y tocaba, le llevó a decir constantemente en su obra de renovación: “Francisco, Dios existe y eso basta”. Y la paz y la alegría volvieron a su alma. Supo que toda entrega, aun con pruebas y fracasos aparentes, siempre están iluminadas y garantizadas por el responsable principal que es Dios.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
V/Te adoramos o Cristo y te bendecimos
R/Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo
“Los judíos cogieron a Jesús. Y, llevando él mismo la cruz, salió hacia el lugar llamado “cráneo” que en hebreo se dice Gólgota”” (Jn 19,16-17)
¿Quien de los que estamos en este víacrucis no hemos visto la película del Titanic?
En la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 se hundió el Titanic y nació la leyenda, pero también la historia de sufrimiento y de misericordia donde en varias escenas se aprecia la labor espiritual de un sacerdote cuando el barco comienza a hundirse de proa y ya sólo queda dar ánimos a los supervivientes y rezar con ellos esperando el final inevitable.
En aquel barco hubo tres sacerdotes católicos, de diferentes países, que no se conocían entre sí, que estaban en el trasatlántico por razones muy distintas, pero que hicieron honor a sus órdenes sagradas observando un comportamiento heroico: antepusieron la vida de los demás a la suya propia.
Héroes con sotana y en segunda
Jouzas Montvila, de 27 años, lituano, se subió a bordo con un billete de segunda clase. Se dirigía a Estados Unidos para atender la pujante comunidad de compatriotas en Norteamérica. Había sido expulsado de Lituania por los rusos, que la dominaban, al descubrirse su apostolado entre los ucranianos católicos.
El benedictino Benedikt Peruschitz, de 41 años, alemán, también viajaba en segunda. Su destino era la Abadía de San Juan donde se incorporaría como profesor. Sus últimos momentos de vida los pasó guiando el Rosario a un grupo de viajeros, a pesar de que otros, quizá todavía incrédulos de lo que iba a pasar, se reían de ellos.
Thomas Roussel, de 42 años se hizo anglicano pero convertido al catolicismo, viajaba en segunda clase. Le esperaban en Nueva York para casar a su hermano. Celebró misa dos veces el día del hundimiento, una para los pasajeros de segunda y otra para los de tercera. Cuando se supo que el buque había chocado con un iceberg, dejó su segunda clase y se bajó a tercera, donde escuchó algunas confesiones antes de ser todos evacuados a cubierta.
Los testigos que sobrevivieron a la tragedia recordaron luego que a los tres sacerdotes, que estaban animando y rezando con los pasajeros en distintas cubiertas del barco, se les ofreció un puesto en los botes salvavidas, y los tres rehusaron. Se hundieron con el Titanic, y los cuerpos jamás fueron rescatados.
Las obras valen más que las palabras y qué grande es, cuando en la vida nos hundimos por diversas circunstancias, que alguien ponga una palabra de esperanza y que, incluso en nombre del Señor, te acompañe cuando la cruz es grande o pesa demasiado.
R/.Señor pequé, ten piedad y misericordia de mi
Padrenuestro…
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
<<Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes>> (Is 53,4-6)
Humanidad caída. Familias resquebrajadas. Sociedades rotas. Fronteras que claman justicia. Cristianos perseguidos con el aplauso del silencio de aquellos que saben y no quieren hablar, de los que pueden y no quieren hacer. Derechos doblegados, enterrados y pisoteados en numerosos lugares de nuestro mundo. ¡Caídas! ¡Caídas! ¡Caídas y más caídas!
De San Francisco de Asís cuentan de él y de la comunidad en la que vivía, que en Cuaresma realizaban tremendos ayunos. Una noche, cuando todos los frailes se encontraban retirados en las celdas del convento, escuchó los gemidos de un hermano; se levantó y fue donde estaba el hermano que lloraba. Se acercó y le preguntó:
– Hermano, ¿qué te pasa? El fraile respondió:
– Lloro porque me muero de hambre
Francisco despertó a todos los hermanos y les explicó que el ayuno está muy bien, pero que no pueden dejar que un hermano se muera de hambre. Pero como no está bien que dejen al hermano comer solo, para que éste no pase vergüenza, todos deben acompañarle. Así que los hizo levantarse a todos y se dirigieron al comedor. Y la comida se convirtió en una fiesta. Es verdad que en la mesa no había más que un pan pero había alegría para compartir. La alegría que, a veces, las caídas frecuentes nos alejan de nuestra mano.
¿Que con nuestra solidaridad no vamos a poder hacer frente a tantas caídas que se dan en el mundo? Nos quedará la satisfacción de haberlo intentado.
¿Que, a veces, algunas caídas son maniobras vacías y disfrazadas por el engaño? También Jesús, a pesar del engaño y de la traición, consintió sentarse en la misma mesa a Judas y Pedro.
San Francisco Javier, en su inmenso periplo hacia las indias, tuvo clara una cosa: la caridad no tenía rostro ni excusas. Mejor dicho, sí que lo tenía: supo ver en todos los abatidos por galeones, hospitales y pueblos el rostro del mismo Cristo.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón. (Lc 2,34-35.51)
Carina Soto, una joven madre de 27 años, fallecía el pasado 16 de enero en una clínica de Buenos Aires en la que hicieron todo lo imposible por salvar su vida.
Ella, esta madre, salió al paso no de la cruz de un hijo, sino de tres. Días antes de su muerte, cuando se encontraba en casa con sus tres hijos (el menor de 11 meses), se inició un violento incendio en la calefacción de la casa.
Carina, sin dudarlo, se lanzó sobre los tres hijos y, uno a uno, empezando por el mayor y acabando por el menor, los puso a través de las peligrosas llamas y espeso humo en la puerta de la calle. Al regresar a por el más pequeño, el que se encontraba en la cuna, lo abrazó protegiéndolo del incendio que le supuso el 80% de quemaduras graves en su cuerpo. Entraba en la clínica exclamando: “He salvado a mis hijos, he salvado a mis hijos”. Después de cinco días y en la Unidad de quemados, esta buena madre, era llamada por Dios a su presencia para darle el galardón de su gran obra realizada. Supo anteponer la vida de los demás, a la suya.
Junto a los grandes hombres de la historia está una mujer que entregó todo lo que tenía: cariño, tiempo, talento. Fueron mujeres fuera de serie que engendraron hijos con amor y desde el amor. Junto a los hijos e hijas están sus madres que han hecho que los sueños fueran una realidad.
San Agustín, contó con una madre que acudió siempre al encuentro de sus miserias. Su conversión, lo dice él, se debe al empeño constante de su madre Santa Mónica. San Francisco Javier, desde su infancia, fue alentado en su fe y alertado del cómo vivir según Dios en los brazos de su madre, María.
Hay miradas que, sin hablar, lo dicen todo. Y, la misericordia de las madres, no son precisamente palabras huecas: se expresan desde el amor, creen desde el amor, ayudan desde el amor y salen en cada esquina –a pesar de nuestras traiciones y olvidos- para salvarnos de numerosos incendios que sacuden nuestro camino de felicidad.
Desde hace muchos años, muchos siglos, Dios nos dejó a una Madre al pie de la cruz. No existen los grandes problemas, ni las noches cerradas y oscuras cuando no olvidamos una máxima: siempre nos acompaña María Virgen. Siempre.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». (Mt 27,32;16,24)
No faltan cruces ni, tampoco, personas cuando esas cruces son arrastradas mal que bien por los caminos. Pero, en determinados momentos, si que se echan en falta “manos constantes” que, además de acompañar un trayecto, se comprometan en hacerlo por más tiempo. La crisis de determinadas vocaciones al ministerio sacerdotal o incluso la vida religiosa, depende en gran medida de eso: asusta, por sistema, lo definitivo, “el para siempre”. Dar con personas que se brinden para unas horas, para un mes o para un año para una causa es relativamente fácil. Contar con braceros “para siempre” es difícil. Simón de Cirene fue la excepción entre los cientos de personas que contemplaban el cortejo de la cruz al calvario.
No hace todavía dos años, en Madrid, un niño de cinco años se arrojó por el balcón de un quinto piso. Un hombre que regresaba de dar un paseo, como el Cirineo, pudo cogerlo en sus brazos sin graves daños para ninguno de los dos. Precisamente ese hombre se llamaba Salvador.
Francisco José, fue un enfermo terminal de cáncer, con unas ganas de vivir que le infundían sus padres.
Miguel, después de salvar a un matrimonio en el mar, ahora es voluntario.
Claudia, joven parapléjica en Galicia, quiere ser consejera juvenil para ayudar a otros jóvenes a descubrir lo importante de la vida.
¿Eres tú héroe en algún momento? No olvidemos, en este Año de la Misericordia, que lejos de enseñar a amar, hay que aprender a amar de verdad. O dicho de otra forma: desde que nacemos, podemos ser un regalo para los demás o, sin quererlo, un obsequio para nosotros mismos. La grandeza del Cirineo fue que la casualidad le convirtió en un protagonista del amor. Ojalá, mirando a un lado y a otro, podamos descubrir cruces llenas de carne y hueso pero que reclaman nuestra atención.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
<<No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado>> (Is 53,2-3).
¿Cuál es el rostro de Jesús? ¿Cómo es el semblante de Cristo? El arte, la pintura, la música, la poesía o la arquitectura lo han plasmado como un Jesús atractivo, dulce y evitando lo escandaloso y antiestético. La Verónica, por el contrario, nos empuja a descubrir el aspecto más genuino y auténtico del Señor.
Madre Teresa de Calcuta será elevada a los altares el próximo mes de septiembre. Ella, testimonio de la santidad más contemporánea de nuestros tiempos, se convierte en un icono que nos interpela de una manera radical a cuidar, besar y acariciar el rostro de Cristo en los pobres de solemnidad.
Un día le dijo un señor a la Madre Teresa de Calcuta: – El trabajo que tú haces, yo no lo haría ni por todo el oro del mundo”. A lo que Teresa de Calcuta le respondió: “ –Yo tampoco: tomamos fuerza de la adoración a Jesús Sacramentado”. Esta anécdota se cuenta tanto de la Madre como de algunas de sus religiosas, y expresa un hecho: la entrega desde Cristo, contemplando y adorando su rostro, ofrece el valor y la conversión necesaria para cumplir con la locura y la razón de ser de Teresa de Calcuta: los más pobres.
Teresa de Calcuta era feliz desgastándose hasta el final aunque, aparentemente, no se diesen los resultados que pretendiera a simple vista. Lo esencial, para ella y para toda la congregación, era ser fiel al Señor. Se ponía a su servicio y, mirando a la cruz, rezaba con frecuencia: “Yo soy un lápiz en las manos de Dios. Un trozo de lápiz con el que, Dios, escribe lo que quiere y cuando quiere”. “Dios no pretende de mí que tenga éxito sino que sea fiel”. «En el momento de la muerte, no se nos juzgará por la cantidad de trabajo que hayamos hecho, sino por el peso de amor que hayamos puesto en nuestro trabajo. Este amor debe resultar del sacrificio de sí mismos y ha de sentirse hasta que haga daño.»
¿Qué es salir y descubrir el rostro de Cristo? Responder con alegría a tanto cristo roto que abunda en nuestra vida. Los cristos de carne y hueso.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
<<Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza>> (Lam 3,1-2.9.16)
El camino de la misericordia, también la vía que conduce hasta el calvario, no está exenta de caídas. Caídas fueron las del Señor en Getsemaní: “Pasa de mí este cáliz”. Caída la de Pedro cuando, en su ser orgulloso, aseguró no desplomarse en la negación. Y también nosotros, en ese deseo de salir al encuentro de los que nos rodean, de ofrecer el perdón, de sonreír aún en medio de la dificultad… nos lleva muchas veces al efecto contrario: lejanía, rencor o tristeza. Caer no es malo ni mucho menos. Lo grave es confundir la caída con la alzada. Pensar que estamos en lo cierto cuando nos hemos diluido en la falsedad o quejarnos cuando, el amor que es renuncia, nos exige un paso más.
“Mi amor es mi peso”, decía San Agustín. “Por él soy llevado a donde quiera que voy”. ¿Cuánto fue el peso de la cruz? ¿Tan grande como pregona la tradición? Posiblemente para Cristo, la cruz, no fue excesivamente grandiosa. El amor lo podía todo. En esa cruz íbamos todos y cada uno de nosotros con nombre y apellidos, con aventuras y desventuras, con pecados y debilidades.
Un niño de ocho años traía sobre sus hombros a otro más pequeño que tendría tres o cuatro. Se le veía cansado, deteniéndose en su camino pero a la vez feliz de llevar su carga adelante. Le preguntó un peregrino: “Qué tal amigo, ¿pesa mucho?” Y el niño con inefable expresión, con fuerza y decisión contestó: “No pesa casi nada, es mi hermano”. Sonriendo y saludando se marcho feliz con una carga que no era carga, su hermano, que le daba alas su misma vida.
Cristo en su tercera caída nos enseña eso: somos sus hermanos. Él es el hermano mayor y, sobre sus hombros, nos sostiene a cada uno de nosotros. Sale al encuentro de nuestras malas andanzas, tropiezos, caídas disimuladas y fe excesivamente endulzada o interesada pero, como decía recientemente el Papa Francisco, “nunca se cansa de perdonar”.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco? (Lc,28-31)
La preocupación del mundo es la ocupación de Dios. “No lloréis por mí, llorad por vosotros”.
DEn 1996 en Argelia, eran brutalmente asesinados siete monjes trapenses del monasterio de Nuestra Señora del Atlas. Eran franceses y se dedicaban a la oración y al trabajo en los campos. Habían rehusado a colaborar con los guerrilleros islamistas a los que llamaban “los hermanos de la montaña” y habían organizado en la zona un grupo de oración y diálogo entre cristianos y musulmanes, apodado “Vínculo de paz”.
Cuando los grupos extremistas de la guerrilla exigieron que todos los extranjeros salieran del país, ellos se negaron por fidelidad a la gente del lugar, que los apreciaba y los quería. La casi totalidad de las misioneras y misioneros extranjeros presentes en Argelia hicieron lo mismo. Los monjes de trapenses fueron los chivos expiatorios. El más joven de los monjes tenía 45 años y el más anciano 82; fueron secuestrados el 27 de marzo de 1996. Exactamente dos meses después del secuestro, se supo la terrible noticia: los monjes del Atlas habían sido decapitados el 30 de mayo por los guerrilleros fundamentalistas.
En su testamento espiritual, antes de ser martirizado, el padre superior, escribe: “Al llegar el momento, querría poder tener ese instante de lucidez que me permita pedir perdón a Dios y a mis hermanos en la humanidad, perdonando al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiere golpeado. Ojala quien lea estas letras sepa asociar mi muerte a muchas otras, igualmente violentas, abandonadas a la indiferencia y el anonimato. Mi vida no vale más que otra. Tampoco vale menos. De todos modos, no tengo la inocencia de la infancia. He vivido lo suficiente como para saber que soy cómplice del mal que ¡desgraciadamente! parece prevalecer en el mundo y también del que podría golpearme a ciegas. Por ti, que ahora lees mis letras, por ti quiero decir este gracias y este a-Dios en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos. Amén.
Testimonio de héroes, de misericordia, de verdad y de entrega radical sin más palabras que la sangre del martirio. Sólo se salvó 1 pero, todos, se encuentran salvados en la mano de Dios.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
<<Si, haciendo el bien, tenéis que padecer, eso es meritorio ante Dios. Cristo mismo soportó mucho por vosotros, dándoos ejemplo para que sigáis sus huellas>> (1Pe 2,20-21)
No hay día en el que, además de saludarnos el sol, no salgan a nuestro paso las pequeñas centellas de nuestros desmoronamientos personales o comunitarios. Caemos en la debilidad, cuando no somos fuertes en la fe. Nos desplomamos en la tibieza, cuando nos alejamos de la exigencia. Nos abandonamos, cuando prescindimos de Dios y nos centramos demasiado en nosotros mismos.
El Papa Francisco, en un viaje apostólico por África, se acercó a Kampala. Es el lugar donde, en 1885, 22 mártires ugandeses encontraron la gloria por no venirse abajo en sus convicciones religiosas, en su amor a Dios, en su adoración al Padre.
El rey, después de secuestrarlos, les preguntó: “¿Estáis dispuestos a dejar vuestra fe? “ Y, ellos, a una sola voz afirmaron: “Nosotros estamos dispuestos a seguir siendo cristianos”. El monarca ordenó su ejecución. Uno de los mártires, hijo de uno de los verdugos, tuvo la oportunidad de escapar. Quiso seguir la misma suerte de sus compañeros.
Después de un breve cautiverio en condiciones inhumanas fueron conducidos a una hoguera donde dieron testimonio de su fe, proclamando el nombre de Jesús y diciendo: “Podéis quemar nuestros cuerpos pero no podéis dañar nuestras almas.”
Es seductor renunciar cuando, de frente, se nos presenta una realidad caprichosa. ¡Son tantos los reyes que nos preguntan “¿estás dispuesto a seguirme a mí?” Las terceras caídas, las definitivas, las más peligrosas son las que más nos aproximan a la crueldad del duro suelo: filosofías sin Dios, conciencia sin Evangelio, vida pública sin referencia cristiana. Marionetas en manos de nadie y, a la vez, en los hilos de muchos.
Romper una estructura social, cultural y cristiana es fácil y es cuestión de poco tiempo. Levantar de nuevo una sociedad, atemorizada, sin horizonte y sin más futuro que la supervivencia, requiere siglos. No permitamos, desde nuestro convencimiento más profundo, caer en el simple buenísmo, arrojarnos en el derrotismo o pensar que Dios nos ha soltado de su mano. Los mártires de Uganda sellaron con sus labios una impresionante profesión de fe: “Un cristiano que entrega su vida por Dios no tiene miedo a morir.” Levantémonos y pidamos al cielo fuerza para caminar, creer y perseverar en la tierra.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
<<Los soldados se repartieron la ropa de Jesús, echando a suertes. La túnica no tenía costura, sino que estaba tejida de arriba abajo, y se dijeron: No la dividamos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca>> (Mt 27,34-35)
Jesús, despojado de su fama y de sus vestidos. Jesús, despojado de los suyos y de sus amigos. Jesús, desposeído de su mar de Galilea y de sus enfermos, de su amigo Lázaro y de sus cientos de convertidos. ¿Dónde están? ¿Dónde se encuentran aquellos que se refugiaron en su mano siempre a punto para la misericordia, el perdón, la acogida, el amor, el afecto o la escucha?
Lo dice el viejo proverbio: “Un amigo verdadero se nota cuando llegan las horas amargas.” Acompañar a una persona cuando la suerte brilla en su vida, es cómodo. Pero, los crisoles de una buena amistad, se manifiestan cuando el otro se encuentra humillado, desnudo de ideas o de trabajo, exento de medios o de alegría, de vivienda o de su derecho a la dignidad humana.
¡Refugiados! Son los nuevos despojados de nuestros tiempos. Los que, por diversas circunstancias, son empujados a mudar de cultura, familia, sensibilidad o de país.
Y, en medio de toda esta situación, nosotros. Preocupados por estas nuevas situaciones que, aparentemente de despojo, crean muchos interrogantes. Y, en medio de todo, la Iglesia. “No tengamos miedo a abrir las puertas a los que llaman a ellas.” (Lo decía el Papa Francisco).
Jesús, en la soledad de la noche de Belén, sólo halló refugio en una insólita y fría gruta. Tampoco, más tarde, dio con abrigo en los corazones obstinados. Su “ser refugiado” se limitó a pocas personas y a muy pocos confidentes. Sólo los humildes y los más pobres fueron capaces de captar lo que aquel ser nazareno refugiado en medio de los odios y temores de su tiempo, venía a ofrecernos: la puerta que llevaba al amor de Dios, al amor divino.
Con Santa Teresa de Jesús, rezamos: Cristo no tiene otro cuerpo en la tierra que el tuyo.
No tiene otras manos que las tuyas. No tiene otros pies que los tuyos. Tuyos son los ojos a través de los que derrama Su amor sobre el mundo. Tuyos son los pies de los que se sirve para hacer el bien. Y tuyas son las manos con las que ahora nos Bendice.
Nuestros labios pueden ser palabras que acogen y nuestros corazones una casa cálida y revestida por el traje de la misericordia. Ante el “el nuevo Jesús despojado” que nunca nos agotemos de buscar fórmulas para llegar hasta tanto rostro desnudo.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
“Cuando llegaron al sitio llamado Gólgota lo crucificaron, lo mismo que a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda” (Lc 23.33).
Manos abiertas, cuando tantas en el mundo hostil a la fe se cierran. Palabras de misericordia: perdónalos porque no saben lo que hacen; hoy estarás conmigo en el Paraíso; he ahí a tu Madre…frente a tantas expresiones de rencor, cuentas pendientes o diferencias insalvables por la cerrazón de la mente humana.
Un costado abierto, en la cruz, cuando tanto nos gusta cerrarnos en el cuerpo de nuestros propios problemas. Unas manos clavadas frente a aquellas otras que prefieren antes clavar que ser clavadas, ser servidas que servir, llevar cuentas del mal antes que olvidar aunque sea por higiene espiritual.
Una joven católica de la antigua Yugoslavia fue violada. Se propuso hacer lo imposible para romper la cadena de odio que destruía su país. “Al hijo que espero, decía, le enseñaré solamente a amar. Mi hijo, nacido de la violencia, será testigo de que la única grandeza que honra a la persona es la del perdón”.
La espiral de la violencia, de las rencillas del ayer, producen distanciamiento. Amar a Dios no resta fuerzas para dedicarnos a los demás. Cuanto más bebemos del manantial del amor, más podemos avanzar en el camino de nuestro vivir derramando generosidad, alegría, paz, fraternidad, perdón.
¿Dónde bebes? ¿En el odio o en el amor? ¿En la misericordia o en el egoísmo? ¿En la fuente del bien o en el lodo del mal?
En la cruz, llena de Cristo, se exhiben dos amores clavados: el amor de Dios y el amor al prójimo. Nunca, el amor de Dios, estuvo tan próximo en Belén y, nunca, el amor ensangrentado estuvo tan localmente enamorado de la humanidad como en la cruz.
¿Dónde se ilumina nuestra vida? ¿En la cruz o sólo en la luz artificial del mundo?
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
<<Jesús gritó: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. E, inclinando la cabeza, expiró>> (Lc 23,46; Jn 19,30)
He aquí el monumento al amor: el amor clavado. He aquí el mayor sello, contradicción para muchos, del amor sin límites: el amor ensangrentado. Así lo entendieron, creyeron y llevaron a su propia vida gente como San Francisco Javier (enamorado de la cruz); San Juan de Ávila (maestro ante la cruz); San Juan María Vianney (reconfortado ante el silencio de la cruz); Santa Teresa de Jesús (todo en la cruz).
He aquí un monumento, la cruz, que no necesita ser iluminado desde fuera. Quien muere en ella, Jesús, enciende los dos maderos con su obediencia y entrega con todas las consecuencias. Nunca, tan toscos leños, soportaron tanto amor divino.
Son perseguidos y mueren los cristianos, a millares, con el silencio cómplice de muchos gobiernos del mundo. El Arzobispo de Mosul es uno de los 100.000 cristianos de Iraq que se han convertido en refugiados por el avance bárbaro del Estado Islámico. Sus palabras no nos dejan indiferentes. Nos alerta del futuro que aguarda a unas sociedades que miran hacia otra parte. Como si, hoy y para siempre, solamente fueran a morir los que hoy sufren esta masacre.
Siempre resulta menos preocupante mirar hacia el suelo que hacia la cruz. Hacer un poco lo de la avestruz: cuando hay peligro esconde la cabeza y, así, piensa que el peligro irá hacia otra parte. Luego, ese mismo peligro, la devora.
Todos recordamos aún el testimonio de la niña de Siria: “¿Por qué me matáis si mi Dios os ama?” O la profesión de fe de una patriarca cristiana en Irán: “Quitadme la vida pero la fe sólo me la puede arrebatar el Señor”.
Sólo, desde el amor y la comunión radical con Cristo, pueden escucharse estas palabras heroicas que dejan en entredicho nuestra fe oportunista, cómoda y a veces adornada por mil excusas.
Aquel que murió en la cruz, Cristo, sigue siendo la razón y la esperanza de miles de personas que por el hecho de ser cristianos son perseguidos, decapitados o sometidos a mil pruebas de fe. Mientras aquellos, son fuertes y mueren dichosos de lo que son “cristianos”, nosotros vivimos vendiendo a Dios, en muchas ocasiones, por poco y por nada. Dos traiciones tienen los cristianos perseguidos en el mundo: los que miran a otro lado y los que no vivimos nuestra fe con más garra, fuerza y compasión.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
<<Después de esto, José de Arimatea..se presentó a Pilato para pedir que le dejara retirar el cuerpo de Jesús. Pilato lo concedió. Y él bajó de la cruz el cuerpo de Jesús>> (Jn 19,38).
Qué lejos ha quedado Nazaret. Se apagaron los ecos de aquellas melodías celestiales, cuando Dios bajaba al encuentro del hombre en Navidad. No quedan pastores ni reyes, no suenan campanas de gloria ni los ríos juegan con las piedras de Belén. Pero, al Dios que desciende desde la cruz, le aguardan los mismos brazos de Madre que le esperaron a los pies del pesebre: María. Nunca, Belén y el Calvario, estuvieron tan cerca: de madera el pesebre y de madera la cruz. Al lado del pesebre, María y junto a la cruz la Madre de Dios. En Belén, desvalido Jesús Niño, custodiado por la humilde nazarena. En el Gólgota, derrotado por la muerte, abrazado por la Soledad de María. En Belén y en el Calvario el silencio hizo de las suyas. El silencio lo dijo todo: amor y sólo amor. En los dos amor de Dios y, en los dos, amor de Madre.
A Raul Folleau (laico de principios del siglo XX en Francia) visitando una leprosería en una isla del Pacífico le sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que hubiera conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaba con un “gracias” cuando le ofrecían algo. Entre tanta miseria y soledad sólo aquella persona, un anciano, era capaz de decir “gracias” cuando alguien se le acercaba. Le preguntó qué era lo que mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida. El leproso le respondió: mi luz viene todas las mañanas. Y es que, cuando apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio y tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Luego el rostro de mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente. Era – le explicaría después el leproso – su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor.”Al verla cada día- comentaba el leproso – sé que todavía vivo”.
Que María, la mujer que todos los días se asoma por tantos muros de nuestro vivir, nos alcance un poco de esperanza para seguir adelante. Ilusión para no echarnos atrás y amor a Dios para no dejar de lado la fe en un Dios que muere por salvarnos. Que Ella, la Virgen acuda siempre con sus brazos abiertos cuando las decepciones, soledades, traiciones y vidas falsas caen de tantos árboles que el mundo planta como buenos, nobles y auténticos.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
<<Envolvieron el cuerpo de Jesús en un lienzo y lo depositaron en un sepulcro excavado en la roca, en el que nadie había sido puesto antes>> (Lc 23,52-53)
Qué grande es tener para dar y, qué grande es, sentirse un pequeño grano de trigo para saber morir, nacer y florecer.
La vida, lo decía Juan XXIII “es un pequeño paseo que Dios nos hace dar para, luego, volver a su regazo”. Y mientras vamos avanzando, que importante es, además de ser semilla, ir sembrando lo mejor de nosotros mismos. Alguien, con cierta razón, ha dicho: “un camposanto es un huerto de vida, es un jardín con semillas de resurrección”. Frente a la amenaza de la muerte, Jesús desde la suya, la dinamita y la convierte en algo pasajero. Le quita la última palabra. Mientras tanto, en nuestro viacrucis personal, es bueno pensar y saber que nada se pierde, que a nadie Dios olvida y que tampoco es bueno que nosotros dejemos de lado a los que más nos necesitan.
Años atrás, en unas competencias del las Olimpiadas Especiales celebradas en Seattle (Estados Unidos) nueve luchadores, todos con deficiencias físicas o mentales, se alistaron en el punto de arranque para la carrera de los 100 metros. Al sonido de la pistola, todos empezaron, aunque no muy precipitadamente, pero con ganas de correr hasta el final y ganar. Todos excepto un niño que tropezó, se revolcó varias veces, y comenzó a llorar al ver cómo sus compañeros iban recorriendo los 100 metros de recorrido.
Los otros ocho compañeros, al oír llorar al niño, detuvieron el paso y miraron hacia atrás. Fue entonces, para la sorpresa de los espectadores, cuando todos regresaron al punto de su caída para asistirle.
Una niña con el Síndrome Down se agachó y besándole le dijo: “Esto te hará sentir bien. Ven con nosotros” Entonces los nueve enlazaron sus brazos y caminaron todos juntos hasta la línea final.
Todos en el estadio se pusieron en pie y aplaudieron efusivamente por largo tiempo. Nunca había habido unas olimpiadas tan emocionantes y tan reveladoras de las más altas capacidades humanas. Las personas que estuvieron allí todavía cuentan lo sucedido.
¡Cuánto, en clave de misericordia, nos enseñan los sencillos! No hay peor fracaso que cerrar los ojos a este mundo con la sensación de no habernos detenido lo suficientemente ante los dolores, sufrimientos o carencias humanas. No hay peor “síndrome de autosuficiencia” que pensar que, el hacer el bien, es cosa de los demás, de gente muy especial y no del día a día de nuestra vida cristiana. Y es que cuando uno muere por algo y por alguien, Dios le da fuerza y vida. El camposanto puede ser el lugar de sueños realizados o un rincón de almas que corazones que nunca se estrenaron.
R/. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro….
Javier Leoz
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