I Vísperas – Domingo de Ramos

I VÍSPERAS

DOMINGO DE RAMOS

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¿Quién es este que viene,
recién atardecido,
cubierto con su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su Elegido.

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis; ahora, flagelado, me lleváis para ser crucificado.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis; ahora, flagelado, me lleváis para ser crucificado.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

LECTURA: 1P 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

RESPONSORIO BREVE

R/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/ Porque con tu cruz has redimido al mundo.
V/ Y te bendecimos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Salve, Rey nuestro, Hijo de David, Redentor del mundo; ya los profetas te anunciaron como el Salvador que había de venir.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Salve, Rey nuestro, Hijo de David, Redentor del mundo; ya los profetas te anunciaron como el Salvador que había de venir.

PRECES
Adoremos a Cristo, quien, próximo ya a su pasión, al contemplar a Jerusalén, lloró por ella, porque no había aceptado el tiempo de gracia; arrepintiéndonos, pues, de nuestros pecados, supliquémosle, diciendo:

Ten piedad de tu pueblo, Señor.

  • Tú que quisiste reunir a los hijos de Jerusalén, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas,
    — enséñanos a reconocer el tiempo de gracia.
  • No abandones a los fieles que te abandonaron,
    — antes concédenos la gracia de la conversión, y volveremos a ti, Señor, Dios nuestro.
  • Tú que, por tu pasión, has dado con largueza la gracia al mundo,
    — concédenos que, fieles a nuestro bautismo, vivamos constantemente de tu Espíritu.
  • Que tu pasión nos estimule a vivir renunciando al pecado,
    — para que, libres de toda esclavitud, podamos celebrar santamente tu resurrección.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Tú que reinas en la gloria del Padre,
    — acuérdate de los que hoy han muerto.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 13 de abril

Tiempo de Cuaresma 

1) Oración inicial 

Señor, tú que nunca dejas de procurar nuestra salvación y en estos días de Cuaresma nos otorgas gracias más abundantes, mira con amor a esta familia tuya y concede tu auxilio protector a quienes se preparan para el bautismo y a quienes hemos renacido ya a una vida nueva. Por nuestro Señor Jesucristo… 

2) Lectura 

Del Evangelio según Juan 11,45-56
Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.» Pero uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación.» Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación – y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Desde este día, decidieron darle muerte. Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí residía con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua de los judíos, y muchos del país habían subido a Jerusalén, antes de la Pascua para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros estando en el Templo: «¿Qué os parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?» Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que, si alguno sabía dónde estaba, lo notificara para detenerle. 

3) Reflexión 

• El evangelio de hoy nos relata la parte final del largo episodio de la resurrección de Lázaro en Betania, en la casa de Marta y María (Juan 11,1-56). La resurrección de Lázaro es la séptima señal (milagro) de Jesús en el evangelio de Juan y es también el punto álgido y decisivo de la revelación que viene haciendo de Dios y de si mismo.
• La pequeña comunidad de Betania, en la que a Jesús le gustaba hospedarse, refleja la situación y el estilo de vida de las pequeñas comunidades del Discípulo Amado al final del primer siglo en Asia Menor. Betania quiere decir «Casa de los pobres». Eran comunidades pobres, de gente pobre. Marta quiere decir «Señora» (coordenadora): una mujer coordinaba la comunidad. Lázaro significa «Dios ayuda»: la comunidad pobre esperaba todo de Dios. María significa «amada de Javé»: era la discípula amada, imagen de la comunidad. El episodio de la resurrección de Lázaro comunicaba esta certeza: Jesús trae vida para la comunidad de los pobres. Jesús es fuente de vida para todos los que creen en él.
• Juan 11,45-46: La repercusión de la séptima Señal en medio del pueblo. Después de la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44), viene la descripción de la repercusión de esta señal en medio de la gente. La gente estaba dividida. “Muchos judíos, que habían ido a casa de María y que vieron lo que Jesús hizo, creyeron en él”. Pero otros “fueron donde los fariseos y contaron lo que Jesús había hecho.” Estos últimos le denunciaron. Para poder entender esta reacción negativa de una parte de la población, es preciso tener en cuenta que la mitad de la población de Jerusalén dependía en todo del Templo para poder vivir y sobrevivir. Por ello, difícilmente irían a apoyar a un desconocido profeta de Galilea que criticaba el Templo y las autoridades. Esto también explica el que algunos se prestaran para informar a las autoridades.
• Juan 11,47-53: La repercusión de la séptima Señal en medio de las autoridades. La noticia de la resurrección de Lázaro hizo crecer la popularidad de Jesús. Por esto, los líderes religiosos convocan el consejo, el sinedrio, la máxima autoridad, para discernir qué hacer. Pues, “ este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.” Ellos temían a los romanos. De hecho, el pasado, desde la invasión romana en el 64 antes de Cristo hasta la época de Jesús, había ya mostrado varias veces que los romanos reprimían con toda la violencia cualquier intento de rebelión popular (cf Hechos 5,35-37). En el caso de Jesús, la reacción romana podía llevar a la pérdida de todo, inclusive del Templo y de la posición privilegiada de los sacerdotes. Por eso, Caifás, el sumo sacerdote, decide: “Es mejor que un solo hombre muera por el pueblo, y no que la nación entera perezca”. Y el evangelista hace un lindo comentario: “Caifás no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación – y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.” Así, a partir de este momento, los líderes, preocupados por el crecimiento de la lideranza de Jesús, y motivados por el miedo a los romanos, deciden matar a Jesús.
• Juan 11,54-56: La repercusión de la séptima señal en la vida de Jesús. El resultado final es que Jesús tenía que vivir como un clandestino. “Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí residía con sus discípulos”.
La pascua estaba cerca. En esa época del año, la población de Jerusalén se triplicaba por causa del gran número de peregrinos y romeros. Todos conversaban sobre Jesús: «¿Qué piensa hacer? Será que no va para la fiesta?» Asimismo, en la época en que fue escrito el evangelio, al final del primer siglo, época de la persecución del emperador Domiciano (81 a 96), las comunidades cristianas se veían obligadas a vivir en la clandestinidad.
• Una llave para entender la séptima señal de Lázaro. Lázaro estaba enfermo. Las hermanas Marta y María mandaron a llamar a Jesús: «¡Aquel a quien tú quieres está enfermo!» (Jn 11,3.5). Jesús atiende la petición y explica a los discípulos: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” (Jn 11,4) En el evangelio de Juan, la glorificación de Jesús acontece a través de su muerte (Jn 12,23; 17,1). Una de las causas de su condena a muerte va a ser la resurrección de Lázaro (Jn 11,50; 12,10). Muchos judíos estaban en la casa de Marta y María para consolarlas de la pérdida del hermano. Los judíos, representantes de la Antigua Alianza, sólo saben consolar. No saben traer vida nueva. Jesús es aquel que trae vida nueva. Así, por un lado, la amenaza de muerte contra Jesús y, por otro, ¡Jesús que llega para vencer la muerte! Y es en este contexto de conflicto entre vida y muerte que se realiza la séptima señal de la resurrección de Lázaro.
Marta dice que cree en la resurrección. Los fariseos y la mayoría de la gente creen en la Resurrección (Hechos 23,6-10; Mc 12,18). Creían, pero no la revelaban. Era una fe en la resurrección al final de los tiempos y no en una resurrección presente en la historia, aquí y ahora. Esta fe antigua no renovaba la vida. Pues no basta creer en la resurrección que va a acontecer al final de los tiempos, sino que hay que creer que la Resurrección que ya está presente aquí y ahora en la persona de Jesús y en aquellos que creen en Jesús. Sobre éstos la muerte ya no tiene ningún poder, porque Jesús es la «resurrección y la vida». Sin ver la señal concreta de la resurrección de Lázaro, Marta confiesa su fe: «Yo creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (Jn 11,27).
Jesús ordena quitar la piedra. Marta reacciona: «Señor, ya huele, ¡es el cuarto día!»(Jn 11,39). De nuevo, Jesús la desafía haciendo referencia a la fe en la resurrección, aquí y ahora, como una señal de la gloria de Dios: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» (Jn 11,40). Retiraron la piedra. Ante el sepulcro abierto y ante la incredulidad de las personas, Jesús se dirige al Padre. En su oración, primero pronuncia una acción de gracias: ««Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas» (Jn 11,41-42). Jesús conoce al Padre y confía en él. Pero ahora pide una señal a causa de la multitud que le rodea, para que pueda creer que él, Jesús, es el enviado del Padre. Luego grita en alto, grito creador: «Lázaro, ¡sal a fuera!» Y Lázaro sale a fuera (Jn 11,43-44). Es el triunfo de la vida sobre la muerte, de la fe sobre la incredulidad! Un agricultor comentó: «¡A nosotros nos toca retirar la piedra! Y Dios resucita la comunidad. Hay gente a la que no le gusta quitar la piedra, y por eso su comunidad no tiene vida».

4) Para la reflexión personal

• ¿Qué significa para mí, bien concretamente, creer en la resurrección?
• Parte de la gente aceptaba a Jesús, parte no. Hoy, parte de la gente acepta la renovación de la Iglesia, y parte no. ¿Y yo?

5) Oración final

Pues tú eres mi esperanza, Señor,
mi confianza desde joven, Yahvé.
En ti busco apoyo desde el vientre,
eres mi fuerza desde el seno materno.
¡A ti dirijo siempre mi alabanza! (Sal 71,5-6)

La grandeza se hace pobreza

Al celebrar el Domingo de Ramos, se entrecruzan dos sentimientos bien diferentes. Por un lado la alegría de recibir y aclamar a Jesús en el pórtico de la Semana Santa y, por otro lado, la visión que tenemos de que, la pasión, es lo que al final le espera.

1.- Pero la Pasión de Jesús, no será un muro infranqueable. Lo recibimos con palmas los mismos que, en Viernes Santo, gritaremos ¡crucifícale! ¡crucifícale!

La vida está sembrada de contradicciones. Envuelta en adhesiones y deserciones. Probada por fidelidades e infidelidades. Y, nosotros, en el Domingo de Ramos, manifestamos que ciertamente, la Pasión, sólo la puede retar alguien como Jesucristo. Alguien que, como El,  esté dispuesto a perdonar, olvidar ofensas, cobardías y falsos juicios.

El Domingo de Ramos, es el ascenso hacia la Pascua. Aquel que viene en el nombre del Señor, incita muchos sentimientos en aquellos que le acompañamos con ramos y palmas en esta mañana.

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

 

2.- La Semana Santa, si algo tiene, es que sigue cristalizando los deseos de un Dios que en Jesús, quiere acercarse y donarse por los hombres. La riqueza, en Navidad, se hizo pobreza y, en este pórtico de Semana Santa, la grandeza cabalga sobre la humildad y la pobreza de un pollino.

¡Pero qué ingenuo! (Pensarían algunos de los que contemplaron el auténtico cortejo que se dio en la Jerusalén de entonces). ¿Un rey en pollino? Así es Dios. Nos desconcierta. Habla y cabalga por el camino de la sencillez.

Interviene Dios, en el Domingo de Ramos, desde la alegría que nos debe de producir un Jesús que sabe lo que le aguarda, a la vuelta de la esquina,  por haber apostado por la salvación del hombre.

Habla Dios, en el Domingo de Ramos, para los que tenemos fragilidad e incoherencia: hoy decimos que sí, pero mañana diremos que no.

Se hace presente Dios, en el Domingo de Ramos, como lo hizo desde el mismo nacimiento de Jesús en Belén: con pobreza y sin miedo al ridículo. Fue adorado por los pobres en la gruta de Belén, y es aclamado por el pueblo sencillo y llano, en su entrada a Jerusalén.

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

3.- tercer milenio, en ciudades y conciencias, porque sabe que viene y habla en el nombre del Señor. Su sola presencia a unos dejará indiferentes, en otros acarreará aplausos y en otros…enojo. Y lo haremos con la cruz, como dijo el Papa Francisco en el primer día de su pontificado, porque sin la cruz… todo el edificio espiritual de nuestra Iglesia y de nosotros mismos se tambalea y cae abajo. Hace aguas.

En el Domingo de Ramos, la iglesia debe de recuperar la fuerza por seguir caminando con ilusión, convencimiento y fortaleza hacia la mañana de resurrección. Siendo consciente de que, por medio, está la cruz, la persecución, las traiciones desde dentro de casa, la blandura de algunos de sus miembros y la incomprensión de otros tantos que… tan pronto le aplauden como la apedrean.

Y es que, la vida cristiana, en algunos momentos puede ser así: un encantador viaje con un triste final. Eso sí, la última Palabra por ser de Dios, pondrá a esa tristeza un choque: la resurrección de Cristo. Y, eso, ya no es final triste. Es una traca con destellos de eternidad y de felicidad eterna.

Javier Leoz

Comentario del 13 de abril

San Juan sitúa a Jesús en Betania, localidad cercana a Jerusalén, y estando ya muy próxima la Pascua judía. El evangelista nos informa que muchos judíos que habían acudido a casa de María, la hermana de Lázaro, al ver lo que había hecho Jesús con éste, rescatándolo del sepulcro y devolviéndole la vida, creyeron en él. Éste hecho de la resurrección de Lázaro era un signo demasiado evidente del poder de Jesús sobre la muerte que se había adueñado de un ser vivo; signo, por tanto, de su poder vivificante, un poder equivalente al creador.

Jesús había sido acusado de «hacerse Dios» siendo un simple hombre; pero con tales acciones demostraba tener el poder de Dios. Si no me creéis a mí –había dicho también-, creed al menos las obras que yo hago. En razón de esta obra extraordinaria –la resurrección de un muerto que llevaba cuatro días enterrado-, muchos judíos creyeron en él. Otros, sin embargo, amigos de los fariseos, acudieron a estos para contarles lo sucedido. E inmediatamente se pusieron en movimiento. Convocaron el sanedrín y se pusieron a deliberar: Este hombre hace muchos milagros –dan por hecho, por tanto, que hay obras extraordinarias-. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación. Su temor parecen ponerlo en la intervención de los romanos, que acabarían destruyendo el templo y la nación, a consecuencia de la nueva fe en Jesús y del movimiento generado por sus acciones ‘mesiánicas’. Lo que temen en realidad es quedar privados de su autoridad y poder religiosos ante el gran empuje representado por este rabino heterodoxo que era para ellos Jesús de Nazaret, cuya fuerza de persuasión resultaba imparable. Este era su miedo: si le dejamos seguir, todos creerán en él. El que era sumo sacerdote aquel año, Caifás, dijo alarmado: Vosotros no entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y no que perezca la nación entera.

San Juan entiende que en estas palabras había una profecía, pues Dios también se sirve de los indignos para anunciar cosas que tendrán cumplimiento en el futuro. Y Caifás, aún indigno, no dejaba de ser sumo sacerdote. Seguramente que el purpurado no veía más allá de un corto horizonte histórico, presagiando un próximo desastre nacional del pueblo judío si no cortaban de raíz el vertiginoso movimiento iniciado por Jesús. El sumo sacerdote expone la ‘conveniencia’ de una muerte, la del Maestro de Nazaret, por la ‘salud nacional’. Y aquí se encerraba la profecía. Se estaba anunciando que Jesús habría de morir por la nación; y no sólo por la nación –como había declarado Caifás-, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Su muerte será una muerte por y para: por o en lugar de la nación (para que la nación no sea destruida) y para reunir a los hijos de Dios (los futuros creyentes) dispersos por todas las naciones. La congregación de los hijos era un propósito divino muy antiguo como puede apreciarse en textos como el del profeta Ezequiel: Esto dice el Señor Dios: Voy a recoger a los israelitas de las naciones a las que marcharon; voy a congregarlos de todas partes… Los haré un solo pueblo en su tierra… Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios(17, 21-24). La muerte de Jesús habría de tener un profundo alcance y una honda significación. Será una muerte vicaria y benéfica para muchos: para todos los congregados por la fe en el nuevo pueblo de Dios. Jesús morirá en lugar de los pecadores y para la salud de los creyentes que se congregarán en torno a él. En el momento mismo en que se dicta sentencia de muerte contra él, ésta adquiere ya trazas de muerte redentora, con un poder de convocación inimaginable.

Y como aquel mismo día las autoridades judías habían tomado la firme decisión de darle muerte, Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a una pequeña localidad de la región vecina y poco poblada, llamada Efraín. Alli pasaba el tiempo en compañía de sus discípulos y a la espera de los tiempos de la consumación. Porque Jesús no se había retirado para morir sin sobresaltos y olvidado de todos en su camastro y a una edad longeva. Jesús se había retirado de la escena pública sólo momentáneamente, esperando el momento propicio para su reaparición, que habría de coincidir con la próxima Pascua, y más en concreto con el sacrificio del Cordero Pascual, haciendo realidad las palabras, también proféticas, de Juan el Bautista: He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esperar el momento propicio era esperar a la horamarcada por el Padre para el sacrificio.

Pero la hora del sacrificio era también la hora de la consumación de la misión y la hora de la plena manifestación del amor o de la entrega: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su propio Hijo. Jesús se estaba preparando, y quizá también preparando a sus discípulos, para la hora suprema del martirio. Toda su vida había sido un testimonio del amor de Dios por el hombre, y llegaba el momento de sellar este testimonio con la propia sangre. El momento de la rúbrica o del sello es siempre el momento solemne en el que se refrenda el compromiso o el acuerdo. Si ese sello se plasma con la propia sangre, y con toda la sangre, entonces el compromiso es máximo y el testimonio insuperable. Así rubricó Jesús su testimonio mesiánico.

Los judíos que habían subido a Jerusalén antes de la Pascua para purificarse, se preguntaban si Jesús, el sentenciado a muerte, acudiría a la fiesta a pesar de la sentencia dictada contra él. ¿Cómo no iba a acudir a su fiesta, a su Pascua, a la Pascua en la que él mismo sería Cordero pascual y Sacerdote oferente? Todos los datos históricos nos hablan de que Jesús fue muy consciente de lo que le esperaba en Jerusalén. Por eso acudirá a la fiesta y lo preparará todo con detalle. Es su hora suprema. Ha venido para esto, llega a decir. Aquí se completará su misión. Pero esta misión completada en él y por él, tendrá que completarse aún en cada uno de los hijos de Dios congregados de la dispersión, es decir, en cada uno de nosotros.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 67. Cuando una Universidad o una Facultad eclesiástica no esté cumpliendo las condiciones que fueron requeridas para su erección o aprobación, compete a la Congregación para la Educación Católica, notificado previamente al Gran Canciller, y al Rector o Presidente según las circunstancias, y luego de tener el parecer del Obispo diocesano o eparquial y de la Conferencia Episcopal, tomar la decisión sobre la suspensión de los derechos académicos, sobre la revocación de la aprobación como Universidad o Facultad eclesiástica o sobre la supresión definitiva de la institución.

Y al ver la ciudad de Jerusalén, lloró sobre ella

Dicho esto, caminaba delante de ellos subiendo a Jerusalén. Cuando ya estaba cerca de Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos discípulos diciendo: “Id a la aldea de enfrente. Al entrar, encontraréis un borriquillo atado sobre el que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Si alguno os pregunta por qué lo desatáis, le diréis así: «El Señor lo necesita»”. Los enviados fueron y lo encontraron tal como les había dicho. Mientras desataban el borriquillo, sus dueños les dijeron: “¿Por qué desatáis al borriquillo?”. Ellos replicaron: “El Señor lo necesita”. Y lo llevaron a Jesús. Y echando sus mantos sobre el borriquillo, montaron a Jesús. Mientras Él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todos los prodigios que habían visto, exclamando: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y gloria en las alturas!”. Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: “¡Maestro, reprende a tus discípulos!”. Él respondió: “Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras”. Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella diciendo: “Si supieras también tú en este día lo que te lleva a la paz… Pero ahora está oculto a tus ojos”.

Lc 19, 28-40

Hoy, Jesús, comienza tu gran Semana, la gran Semana de prepararte para tu Pasión. Y me impacta cómo lo quieres hacer, cómo vas camino de Jerusalén y cómo lloras sobre esta ciudad. Al verla…, dice el texto que “al ver esta ciudad lloró sobre ella diciendo: «Si supieras tú también en este día lo que te lleva a la paz… Pero ahora está oculto a tus ojos»”.

¿Cómo comprendes que esta multitud que ahora te alaba el Domingo de Ramos, el viernes te aclama: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”? ¡Cómo te duele este “Bendito el que viene en nombre del Señor, bendito el Rey que viene”! Que ahora te aclamen como Rey y que después te crucifiquen. Has hecho tantas cosas en esta ciudad, has hecho tantos milagros, has dado todo ese mensaje de paz, de liberación y de amor y no lo han reconocido. “Si tú supieras lo que en este día te lleva a la paz…”

Me impresiona tu llanto, Jesús, y esta Jerusalén se identifica con mi vida. ¡Cuántas gracias, cuántos dones has hecho sobre mi vida, sobre esta historia tan bonita de amor! ¡Cuántas veces has pasado por ella y te has hecho el encontradizo y la has curado y le has hecho verdaderos milagros! Pero esta ciudad, este pobre corazón mío no se da cuenta de tu paso, y al verme, al ver mi vida, lloras. ¿Será así ahora en realidad? ¿Será así, Jesús? Yo no quiero que sea así, yo no quiero…

Veo tu amor tan grande, tu aceptación de mi historia, de mi vida, de todo lo que yo hago, y la poca correspondencia… Hoy te quiero aclamar: “¡Bendito el que viene a mi vida!”. Pero mira, no quiero estar en el Viernes Santo, no quiero aclamarte como toda esta multitud. Te doy gracias de todo corazón. Tú eres mi único Rey. Yo quiero acompañarte a todos los misterios: a Getsemaní, al Cenáculo, al Calvario… Y quiero aclamarte así. Pero también te pido que, al verme, no tengas que llorar sobre mi vida y no tengas que pasar esos ratos de dolor al ver mi propia historia. Quiero vitorearte siempre, pero con amor, con alabanza, con sinceridad.

¿En qué puedes llorar sobre mi historia? ¿En qué? ¿En qué cosas puedes tener ese llanto tan duro que te hace tan triste? ¿Me daré cuenta yo de tu llanto? Sólo te pido que sea consciente de tu mirada y de tu amor y que te pueda proclamar Rey, ¡Rey! Y cuando mires a Jerusalén y mires mi vida, yo despierte y te diga: “¡Bendito eres, Señor, el que viene a mi propia historia y a mi debilidad! ¡Hosanna, hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.

Y me quedo pensando en qué, dónde y cómo Tú puedes llorar sobre mi vida. Y te aclamaré todos los momentos de hoy: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Pero que —se lo pido a tu Madre— no puedas, al verme, oír esto: “Y al ver la ciudad de Jerusalén, lloró sobre ella”; y al ver mi propia vida, mi propio pensamiento, mis propias acciones, mis propias palabras, llores. No, Señor. ¡Hosanna! ¡Bendito el que eres, el que estás en mi vida, porque Tú eres mi Señor y Tú eres el Rey de mi vida!

Y al ver la ciudad de Jerusalén, Jesús lloró sobre ella.

Que así sea

Francisca Sierra Gómez

Introducción a la Pasión

La lectura de la Pasión es tan extraordinariamente rica en contenido que  puede ofrecernos materia suficiente para alimentar espiritualmente toda nuestra  vida.

En “La Pasión”  se hacen evidentes “muchas cosas”

El amor de Jesús hacia nosotros, su enorme fortaleza ante el dolor y el sufrimiento, la absoluta fidelidad a la tarea encomendada por el Padre, su entrega total al servicio de una  humanidad desorientada.  El centurión supo proclamar solemnemente la enorme grandiosidad de Jesús: “Verdaderamente, este era Hijo de Dios”.

Pero igualmente,  como advertencia para todos nosotros,    queda  patente   toda la enorme  ruindad  de quienes la tramaron y ejecutaron dominados por  tremendas pasiones.

A Jesús le mataron “varios” hombres concretos pero que representaban la existencia de enormes fuerzas de pecado. Herodes   dominado por el hedonismo más abyecto, los sumos sacerdotes  poseídos por la soberbia.  El gobernador Pilato, egoísta que solo pensaba en sus problemas con Roma. Judas, traidor a la confianza que Jesús había depositado en él.  El pueblo sediento de espectáculos sin conciencia moral alguna. Los soldados embrutecidos por el frecuente derramamiento de sangre en sus crueles  conquistas.

A Jesús le mataron los pecados que dominaban a aquellos siniestros personajes que intervinieron en su ejecución.

Es importante esta reflexión porque esos mismos pecados siguen vivos en nuestro siglo XXI y siguen provocando los mismos tremendos acontecimientos que sus antepasados. Entonces se vendió y escarneció a Jesús, hoy se vende al amigo, se sigue actuando  por interés, se valora según el placer, se evitan las complicaciones que puedan producir las preocupaciones por los demás, se pisa a quien sea si resulta necesario para triunfar, se miente, se calumnia. Parece valer todo cuando se trata de autoafirmarse uno; da lo mismo lo que pase a los demás.

Hoy se sigue crucificando a mucha gente porque siguen  vigentes aquellas mismas actitudes pecaminosas que costaron la vida a Jesús.

Los cristianos, reflexionando sobre todo esto,   debemos sacar al menos cuatro serios compromisos:

Uno: Luchar para que esos instrumentos de dolor sean erradicados de la tierra. No podemos cruzarnos de brazos lamentándonos sin hacer nada por eliminarlos. Jesús nos convoca a la lucha por el bien.

Dos. Tenemos que ser como otro cirineo que les ayude a llevar esas tremendas cruces que el mal pone sobre sus hombros.

Tres. No reproducir en nuestra vida  ninguno de los vicios  que causaron tal monstruosidad.  Que nadie pueda decirnos que representamos en su vida uno de esos trágicos personajes que les está destrozando su paz, su felicidad, su vida.

Cuatro. Salvar a Jesús. Aquella gente prefirió salvar a barrabás.  Si me lo preguntaran  a mi ¿A cuál  de los dos salvaría o estoy salvando yo hoy?

A Jesús que representa el Bien o a Barrabás que personaliza el mal.

Pedro Sáez

 

Sin dolor no se ama

Al mundo lo podemos contemplar como un escenario donde se libra una batalla entre dos tendencias: la del bien y la del mal. Un ejemplo de esta realidad nos ofrece la Semana Santa, que iniciamos hoy, domingo de Ramos. Una semana que Jesús la llamó “su hora”, ya que en ella vivió los acontecimientos más tensos. Es conocida la leyenda del lobo. En su corazón, en su interior, luchan dos tendencias: una negativa, alimentada por la rabia, por la envidia, por la avaricia, por la arrogancia, por la mentira, por la falsedad. La segunda tendencia es buena; mantenida por la alegría, por la paz, por la armonía, por la esperanza, por la serenidad, por la bondad, por la verdad. Pero la lucha no se ciñe solo a lo individual, se amplía a lo social, a lo general. Las dos tendencias están marcadas perfectamente por la Semana Santa. Aparecen los sentimientos de valentía y cobardía, de cinismo y de fidelidad, de miedo y de honradez, de verdad y de mentira. Aparecen Pedro que traiciona y el Cirineo que ayuda, la verónica que defiende y otros- otras que se esconden, la masa que es manipulada y el grupo de mujeres que se mantienen en pie.

La primera parte de la Semana Santa gira en torno al sufrimiento: somos simultáneamente Adán y Cristo; ángeles y demonios, simbólicos y diabólicos. Nos será saludable una mirada (o varias miradas) a la cruz, que está ahí, a las cruces que están ahí. Ignacio Ellakuria, jesuita, se hacía tres preguntas: Hay muchos crucificados, ¿qué hacemos ente sus cruces?, ¿qué vamos a hacer para bajarlos de la cruz?, ¿qué hemos hecho (o dejado de hacer) para que estos hombres permanezcan crucificados?. En la Semana Santa Jesús se nos muestra más divino y más humano que en cualquier otra circunstancia. ¿Jesús nos demuestra que sin amor no se vive?. En Semana Santa se nos llama a la vida, a la Pascua siguiendo el consejo de San Pablo: “Aspirad a los bienes de arriba, no a los de abajo”.

Josetxu Canibe

¿Qué hace Dios en una cruz?

Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.

Las preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios?

Un «Dios crucificado» constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo.

El «Dios crucificado» no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.

Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de nuestro mundo.

Este «Dios crucificado» no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.

Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el «Dios crucificado». Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el «Dios crucificado» y se abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 13 de abril

“¿Vendrá a la fiesta?” La gente se encuentra dividida con respecto a Jesús. A unos les ha abierto los ojos, han visto sus signos, y no entienden cómo puede ser todo ese bien obra de un pecador. Otros no acaban de ver bien que se cambien cosas, que no se respete el sábado, viven con los ojos vendados, sin querer ver.

Las autoridades lo tienen claro. Así no se puede seguir. Si continúa haciendo milagros, ciertamente la muchedumbre, que ya había querido proclamarlo rey, lo declarará libertador de la nación, suscitando el furor de los romanos. Consiguientemente el templo podría ser destruido. Hay que evitar de cualquier modo este peligro.

La decisión muestra la ceguera total de los jefes respecto a Jesús. Desde el comienzo de su predicación Jesús había anunciado ser el nuevo templo, pero no entendieron sus palabras. Intervino Caifás con su propia autoridad. Ya no le acusa de blasfemia, ni la ilegalidad de los actos de Jesús constituye el tema de su discurso; de su boca salen palabras dichas por «razón de Estado», dictadas por interés político. El individuo debe ser sacrificado «por» el bien común. Y con estas palabras, sin querer, se convierte en profeta.

A lo largo de este tiempo de pasión tendremos ocasión de enfrentarnos al misterio de la cruz. Cristo ha venido para hacernos partícipes de la promesa maravillosa de que Dios es todo en todos. Para realizarlo, no ha suprimido los conflictos ni nos ofrece una paz barata. Él mismo se ha adentrado en el centro del conflicto que divide el corazón humano y nos ha conseguido la victoria del amor. Se trata de una victoria lograda mediante la locura de la cruz y el sacrificio de la obediencia, que coincide cabalmente con la gloria eterna.

A través de este camino, también nosotros podemos entrar en la gloria, que comienza ya aquí. Ésa es la tarea de nuestra vida, el compromiso de este día. Rechazar la lucha – seguir lo que el instinto nos dice – es como permitir que la división arraigue en nosotros y en el mundo es como ponerse al lado de los enemigos de Cristo. Aceptar generosamente la lucha, contando con la gracia de Dios, pedida en la oración, significa participar en la victoria definitiva del amor y poseer ya el gozo de Dios.

Eso es, quizá, lo que tenemos que pedirle a Dios. Que nos ayude a mantenernos al lado de Cristo, fieles en la lucha, todos los días de nuestra vida. Y formar parte de ese pueblo unido, del que nos habla la primera lectura.

Alejandro, C.M.F.