Vísperas – Lunes Santo

VÍSPERAS

LUNES SANTO

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triundo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!»
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la palabra entrando por María
en el misetrio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Sin figura, sin belleza, lo vimos sin aspecto atrayente.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Sin figura, sin belleza, lo vimos sin aspecto atrayente.

SALMO 44:

Ant. Le daré una multitud como parte, porque expuso su vida a la muerte.

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Le daré una multitud como parte, porque expuso su vida a la muerte.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha concedido generosamente su gracia en su querido Hijo; por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha concedido generosamente su gracia en su querido Hijo; por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención.

LECTURA: Rom 5, 8-9

La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos del castigo!

RESPONSORIO BREVE

R/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/ Porque con tu cruz has redimido al mundo.
V/ Y te bendecimos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

PRECES

Atiende al Salvador de los hombres, que, muriendo, destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida, y digámosle humildemente:

Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

  • Redentor nuestro, concédenos que por la penitencia nos unamos más plenamente a tu pasión,
    — para que consigamos la gloria de la resurrección.
  • Concédenos la protección de tu Madre, consuelo de los afligidos,
    — para que podamos confortar a los que están atribulados, mediante el consuelo con que tú nos confortas.
  • Haz que tus fieles participen en tu pasión mediante los sufrimientos de su vida,
    —para que se manifiesten en ellos los frutos de tu salvación.
  • Tú que te humillaste, haciéndote obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz,
    —enseña a tus fieles a ser obedientes y a tener paciencia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Haz que los difuntos sean transformados a semejanza de tu cuerpo glorioso,
    — y a nosotros danos un día parte en su felicidad.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza, y levanta nuestra débil esperanza con la fuerza de la pasión de tu Hijo. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 15 de abril

Tiempo de Cuaresma 

1) Oración inicial

Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza y levanta nuestra débil esperanza con la fuerza de la pasión de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

2) Lectura

Del Evangelio según Juan 12,1-11
Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?» Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis.»
Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús. 

3) Reflexión

• Estamos entrando en la Semana Santa, en la semana de la pascua de Jesús, de su pasaje de este mundo al Padre (Jn 13,1). La liturgia de hoy coloca ante nosotros el comienzo del capítulo 12 del evangelio de Juan, que enlaza el Libro de las Señales (cc 1-11) y el Libro de la Glorificación (cc.13-21). Al final del «Libro de las Señales», aparece con claridad la tensión entre Jesús y las autoridades religiosas de la época (Jn 10,19-21.39) y el peligro que Jesús corre. Varias veces tratarán de matarle (Jn 10,31; 11,8.53; 12,10). Tanto es así que Jesús se ve obligado a llevar una vida clandestina, pues podían detenerle en cualquier momento (Jn 10,40; 11,54).
• Juan 12,1-2: Jesús, perseguido por los judíos, va a Betania. Seis días antes da pascua, Jesús va a Betania en casa de sus amigas Marta y María y de Lázaro. Betania significa Casa de la Pobreza. El estaba siendo perseguido por la policía (Jn 11,57). Quieren matarle (Jn 11,50). Pero aún sabiendo que la policía estaba detrás de Jesús, María, Marta y Lázaro reciben a Jesús en casa y le ofrecen comida. Acoger a una persona perseguida y ofrecerle comida era peligroso. Pero el amor hace superar el miedo.
• Juan 12,3: María unge a Jesús. Durante la comida, María unge los pies de Jesús con medio litro de perfume de nardo puro (cf. Lc 7,36-50). Era un perfume caro, muy caro, de trescientos denarios. Inmediatamente, seca los pies a Jesús con sus cabellos. La casa entera se llena de perfume. En todo este episodio, María no habla. Sólo actúa. El gesto lleno de simbolismo habla de por sí. Lavando los pies, María se convierte en servidora. Jesús repetirá ese mismo gesto en la última cena (Jn 13,5).
• Juan 12,4-6: Reacción de Judas. Judas critica el gesto de María. Afirma que es un desperdicio. ¡De hecho, trescientos denarios era el salario de trescientos días! ¡Así que el salario de casi un entero año fue gastado de una sola vez! Judas piensa que el dinero habría que darlo a los pobres. El evangelista comenta que Judas no tenía ninguna preocupación por los pobres, sino que era un ladrón. Tenía la bolsa común y robaba dinero. Juicio fuerte que condena a Judas. No condena la inquietud por los pobres, sino la hipocresía que usa a los pobres para promoverse y enriquecerse. Según sus intereses egoístas, Judas piensa sólo en el dinero. Por esto no percibe lo que estaba pasando en el corazón de María. Jesús conoce el corazón y defiende a María.
• Juan 12,7-8: Jesús defiende a la mujer. Judas mira el gasto y critica a la mujer. Jesús mira el gesto y defiende a la mujer: “¡Déjala! Que lo guarde para el día de mi sepultura.» Y Jesús añade después: «Porque pobres siempre tendréis entre vosotros.» ¿Quién de los dos vivía más cerca de Jesús: Judas o María? Como discípulo, Judas convivía con Jesús desde hacía casi tres años, veinte cuatro horas al día. Formaba parte del grupo. María se encontraba con él sólo una o dos veces al año, en ocasión de las fiestas, cuando Jesús iba a Jerusalén y la visitaba. Pero la convivencia sin amor no nos hace conocer. Impide ver. Judas era ciego. Mucha gente convive con Jesús y hasta lo alaba con el canto, pero no le conoce de verdad, ni le revela (cf. Mt 7,21). Dos afirmaciones de Jesús merecen un comentario detallado: (a) “Pobres siempre tendréis”, y (b) “Déjale que lo guarde para el día de mi sepultura”.
(a) “Pobres siempre tendréis” ¿Quiso Jesús decir que no debemos preocuparnos con los pobres, visto que va a haber siempre gente pobre? ¿La pobreza es un destino impuesto por Dios? ¿Cómo entender esta frase? En aquel tiempo, las personas conocían el Antiguo Testamento de memoria. Bastaba que Jesús citara el comienzo de una frase del AT, y las personas ya sabían lo demás. El comienzo de esta frase decía: “¡Los pobres los tendréis siempre con vosotros!” (Dt 15,11a). El resto de la frase que la gente ya conocía y que Jesús quiso recordar, era ésta: “¡Por esto, os ordeno: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra!” (Dt 15,11b). Según esta Ley, la comunidad debe acoger a los pobres y compartir con ellos sus bienes. Pero Judas, en vez de decir “abre la mano a favor del pobre” y comparte con ellos tus propios bienes, quería decir que se haga caridad con el dinero de los demás. Quería vender el perfume de María por trescientos denarios y usarlos para ayudar a los pobres. Jesús cita la Ley de Dios que enseñaba lo contrario. Quien, al igual que Judas, hace campaña con el dinero de la venta de los bienes de los demás, no incomoda. Pero aquel que, como Jesús, insiste en la obligación de acoger a los pobres y compartir con ellos sus bienes, éste incomoda y corre el peligro de ser condenado.
(b) «Que lo guarde para el día de mi sepultura». La muerte en la cruz era el castigo terrible y ejemplar, adoptado por los romanos para castigar a los subversivos que se oponían al imperio. Una persona condenada a muerte de cruz no recibía sepultura y no podía ser ungida, pues quedaba colgando de la cruz hasta que los animales se comían el cadáver, o recibía sepultura rasa de indigente. Además de esto, según la Ley del Antiguo Testamento, tenía que ser considerada como, «maldita por Dios» (Dt 21, 22-23). Jesús iba a ser condenado a muerte y muerte de cruz, consecuencia de su compromiso con los pobres y de su fidelidad al Proyecto del Padre. No iba a tener un entierro. Por eso, después de muerto, no iba a poder ser ungido. Sabiendo esto, María se anticipa y lo unge antes de ser crucificado. Con este gesto, indica que aceptaba a Jesús como mesías, aunque estuviera ¡crucificado! Jesús entiende el gesto de la mujer y lo aprueba.
• Juan 12,9-11: La multitud y las autoridades. Ser amigo de Jesús puede ser peligroso. Lázaro corre peligro de muerte por causa de la vida nueva que recibió de Jesús. Los judíos decidieron matarle. Lázaro vivo era la prueba viva de que Jesús era el Mesías. Por esto, la multitud lo buscaba, ya que la gente quería experimentar de cerca la prueba viva del poder de Jesús. Una comunidad viva corre peligro de vida porque es prueba viva de la Buena Nueva de Dios. 

4) Para la reflexión personal

• María fue maltratada por Judas. ¿Te has sentido maltratado/a alguna vez? ¿Cómo has reaccionado?
• ¿Qué nos enseña el gesto de María? ¿En qué tipo de alerta nos pone la reacción de Judas? 

5) Oración final

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mí vida,
¿quién me hará temblar? (Sal 26)

Comentario del 15 de abril

Seis días antes de la Pascua Jesús fue a visitar a sus amigos de Betania. Allí le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, la otra hermana, no se había hecho aún presente. Pero en el trascurso de la cena, se presentó, quizá de manera inesperada, con un perfume de nardo, se arrodilló ante Jesús, le ungió los pies con el perfume y se los enjugó con su cabellera. Enseguida surgieron las críticas. Pero el promotor de esta censura era la persona menos indicada para ello. No obstante, Judas, que era la persona en cuestión, eleva su voz difamadora: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?

En apariencia, Judas mostraba preocupación por los pobres; y esto parecía justificar el reproche de que se había hecho merecedora María por su acción. Tan justificada se presenta la crítica, que el evangelista se ve obligado a desmentir la verdad de lo expresado por Judas, a quien lo que en realidad importaba no eran los pobres, sino la bolsa con el dinero que la iba engordando. Pero Jesús no aprovecha para poner al descubierto las verdaderas intenciones del discípulo traidor, sino para justificar la acción de María: Déjala –le dice a Judas-: lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis.

Lo de María había sido realmente un derroche de dinero –se trataba de un perfume costoso; Judas calcula su valor monetario en trescientos denarios-, pero semejante derroche escondía un profundo e intenso amor. Al parecer, por lo que destapa Jesús, María lo tenía guardado para el día de su sepultura; pero quizá, no pudiendo esperar a ese día que sospecha ya próximo, decide anticiparse y hacer uso de él en esta ocasión. Jesús valora el gesto por lo que expresa, esto es, por el profundo amor que lo motiva. Y el amor que está en la raíz de este gesto, seguirá dando vida a todos los actos de generosidad que broten de las manos de esta mujer enamorada. Es cierto; a los pobres siempre los tendremos con nosotros para salir a su encuentro e intentar remediar sus carencias; pero a Jesucristo no le quedaba mucho tiempo de vida. Eran sus últimos días y él estaba dispuesto a agradecer todos los gestos de amor venidos de sus amigos. Desaparecido él, siempre seguirían quedando pobres para poder ejercer nuestra caridad.

Lo importante es ser generosos; porque las ocasiones para actuar la generosidad no faltarán, como tampoco faltarán las personas con las que ejercerla. María lo era, al menos con Jesús, a quien amaba. Por él estaría también dispuesta a serlo con todos esos pobres con los que el mismo Jesús se identifica, sobre todo cuando éste dejara de estar sensiblemente presente en este mundo; porque es entonces cuando puede hacer de los necesitados (hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, encarcelados) el sacramento (= signo sensible) de su presencia (espiritual). Ahora que Jesús no necesita ya de nuestras atenciones materiales es cuando se nos pide que nos ocupemos de esos pobres a los que podría socorrerse con los trescientos denarios del perfume de nardo. Porque pasarán las generaciones y aumentará la riqueza de los pueblos o la renta per capita; pero nunca dejará de haber pobres a los que socorrer; y si no lo son de dinero, lo serán de salud, o de afecto, o de compañía, o de cultura, o de honra, o de vínculos familiares, o de gracia divina; pobres, en suma.

Y a la decisión de dar muerte a Jesús, se une ahora la de dar muerte también a Lázaro, el resucitado de entre los muertos; porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús. El que deja penetrar en su corazón el deseo homicida, ya no repara en la cantidad. El número no parece contar demasiado. Es lo que nos suele suceder con el pecado y la acumulación de actos pecaminosos, que una vez emprendida una senda de maldad, de fraude o de injusticia, no parece importar mucho la repetición de actos que van pavimentando ese camino.

Jesús, como nosotros, no fue insensible a los gestos de amor de sus amigos; no lo seamos tampoco a las expresiones de amor que vemos a nuestro alrededor y que están justificadas por el mismo amor que las inspira. Ese amor, si es auténtico, no se detendrá en los amigos, ni en los familiares; alcanzará a otros muchos, porque el amor es difusivo de sí mismo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Título I

La Facultad de Teología

Artículo 69. La Facultad de Teología tiene como finalidad profundizar y estudiar sistemáticamente con su propio método la doctrina católica, sacada de la divina Revelación con máxima diligencia; y también el de buscar diligentemente las soluciones de los problemas humanos a la luz de la misma Revelación.

Homilía – Domingo de Pascua

JESÚS RESUCITADO, NUESTRA FIESTA

EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA

«Ésta es la fiesta de las fiestas». ¡Congratulémonos! Cristo resucitado enciende una fiesta continua en el corazón del hombre. La fe viva y experiencial en Jesús resucitado convierte toda la vida del cristiano en una auténtica fiesta.

La luz de la resurrección ilumina la vida entera y le da sentido. «Sin la fe en la resurrección de Jesús, testifica Pablo, lo nuestro es todo un cuento» (1Co 15,12-19). La resurrección de Jesús es como el mástil central de la tienda de la fe, de la vida de la Iglesia; si se quiebra, toda la tienda se viene abajo. No se trata de una mera noticia informativa que atañe únicamente a Jesús, sino que ilumina y da sentido a nuestra existencia personal y a la historia de la humanidad entera. Ella es la Palabra última y definitiva de Dios hecha acontecimiento en la persona de Jesús de Nazaret, cabeza de la humanidad.

Los relatos de los evangelistas sobre la resurrección están llenos de afirmaciones simbólicas que ponen de manifiesto que, a partir de la resurrección de Jesús, nace la era definitiva, acontece el final de los tiempos, se produce la plena revelación del proyecto de Dios. En esta afirmación: «el primer día de la semana…» (Mt 28,1) hay una referencia a la creación, a la nueva creación que supone la resurrección de Jesús. Por eso, sus discípulos pasan la celebración festiva semanal del sábado al domingo. «Al amanecer, cuando aún estaba oscuro…». Jesús trajo el día a la humanidad.

En los primeros tiempos los cristianos se reunían en vigilia toda la noche, en espera de la resurrección del Señor. Recordaban la muerte de Jesús, y al despuntar el alba celebraban su victoria sobre ella. La vigilia pascual lo era todo. Más tarde, desglosada y con el añadido de otros elementos, se constituyó poco a poco nuestra Semana Santa. Tan importante era la «Pascua» (el paso de la muerte a la vida) que así se llamó no sólo a la Resurrección, sino también a la Navidad, a la fiesta de Reyes e incluso a Pentecostés. Y de la misma manera que los judíos, en la celebración del sábado, evocaban y celebraban la liberación de la esclavitud de Egipto como la acción liberadora primordial de Dios, los cristianos celebraban (celebramos) la liberación de Jesús de la muerte y del sufrimiento como garantía de nuestra propia liberación definitiva. Pero el misterio pascual (por la muerte a la vida) no se reducía simplemente a la celebración, sino que inspiraba e impulsaba toda la espiritualidad personal y comunitaria, una espiritualidad jubilosa, esperanzada y martirial.

Desgraciadamente esto no tiene mucho que ver con la vivencia religiosa de la gran mayoría de los «cristianos» de hoy, para los que la resurrección de Jesús es un misterio más, entre quince o veinte, según el rosario ampliado. A nivel celebrativo, lo vemos en cada Semana Santa que despliega todas sus expresiones religiosas en torno a la pasión; la celebración de la resurrección no es nada más que un pobre apéndice en la Semana Santa, y la Vigilia Pascual una celebración litúrgica de minorías comprometidas en la vida de nuestras comunidades parroquiales.

Hay, sí, comunidades muy sensibilizadas que viven extensa e intensamente la vigilia pascual, que han recuperado el espíritu pascual de la Iglesia naciente, pero, con todo, la Pascua no significa ni mucho menos lo que debería significar. No es el espíritu pascual la tónica que domina entre los cristianos. Muchos están encarnados en los discípulos del cenáculo bajo cerrojos. Están de luto y con indecible miedo a la persecución de los judíos; viven como si no creyeran en la resurrección, como sí Jesús siguiera muerto. Nos falta recuperar el espíritu de los discípulos después de haberse encontrado con el Señor. En este sentido, hay que decir: El tiempo pascual dura unas semanas; el espíritu pascual ha de reinar todo el año.

Es preciso poner de relieve el doble aspecto del misterio pascual: la muerte y la resurrección. El resucitado es el crucificado. No hay resurrección sin muerte martirial, sin la inmolación del «hombre viejo», el hombre instintivo.

 

JESÚS RESUCITADO, LA RAZÓN DE NUESTRA ESPERANZA

Pablo apostrofa duramente a quienes, en la comunidad de Corinto, siembran dudas sobre la resurrección de Cristo y la nuestra. Sin ella, el Evangelio pierde credibilidad y se convierte en un descomunal embuste.

¿Por qué esta transcendencia de la resurrección? Porque la resurrección de Jesús no es un mero triunfo personal, sino que marca el destino de cada uno y de toda la humanidad. El destino de los miembros del cuerpo es el mismo destino de la cabeza. «Él, el primero; luego cada uno de nosotros hasta que sea aplastada la muerte» (1Co 15, 23-26). Jesús resucitado es la utopía realizada y la garantía absoluta de nuestra glorificación. Dios Padre da enteramente la razón a Jesús de Nazaret.

Las bienaventuranzas vividas y predicadas por él son un camino garantizado. Ellas encarnan toda la verdad. Ahora sabemos bien a dónde llevan. Merece la pena arrimar el hombro a la causa de Jesús, a la construcción del Reino. Pablo afirma categóricamente: «Si morimos con él, viviremos con él» (2Tm 2,11). «Si la esperanza que tenemos en Cristo es sólo para esta vida, somos los más desgraciados de los hombres» (1Co 15,19).

La fe en Jesús resucitado hace diferente al cristianismo. No somos discípulos de un muerto. Jesús no es simplemente un gran personaje que ha pasado a la historia; está en la historia, hace historia. Él no es como los demás maestros: deja una doctrina, marca un camino, y se va… Él está con nosotros en la construcción del Reino, acompaña a cada persona, a cada familia, a cada grupo y comunidad.

Por estar resucitado ha roto las categorías de tiempo y espacio, y nos es cercano a todos, contemporáneo de todos. Los discípulos, decenios después de su resurrección, lo sienten cercano y experimentan la luz y la fuerza que irradia su presencia: «Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes y el Señor cooperaba confirmando el mensaje con las señales que los acompañaban» (Me 16,20). Sus formas de presencia son diversas.

El Señor nos invita a tener la experiencia de su cercanía: «Vete y dile a mis discípulos que los espero en Galilea, que los espero en la escucha de la Palabra, en la reunión, en la Eucaristía. Desde esta cercanía nos dice como a sus contemporáneos: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Porque de poco nos serviría que hubiera resucitado y estuviera vivo si pareciera ausente; y de nada nos serviría que estuviera cercano si no tenemos experiencia de su cercanía.

LA RESURRECCIÓN, EXPLOSIÓN GLORIOSA DEL AMOR

«Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. No amar es quedarse en la muerte» (Un 3,14-15). He aquí una afirmación teológica genial y pregnante. El amor es la vida y la ausencia de amor es la muerte. La resurrección, la vida gloriosa, es la explosión del amor que uno lleva dentro. El amor es la semilla de la resurrección. Seremos transformados, glorificados, según la medida de nuestro amor. Porque Jesús fue «el-hombre-para-los-demás», por eso Dios le encumbró y le dio un título sobre todo título» (Flp 2,9).

Celebrar la resurrección de Cristo no es lo mismo que celebrar la exaltación de alguien a quien admiramos y queremos entrañablemente, sino que es celebrar que, gracias a su resurrección, está entre nosotros, actúa en nosotros, nos libera. Es celebrar anticipadamente nuestra propia plenitud gloriosa. Por eso, como dice acertadamente el eslogan de Taizé: Cristo resucitado enciende una fiesta continua en el corazón del hombre. La resurrección de Jesús infunde dinamismo y alegría en el vivir y en el quehacer, porque, en verdad, más vale morir por algo, como Jesús, que vivir para nada. Como él, por la muerte, llegaremos a la vida en plenitud.

Atilano Alaiz

Jn 20, 1-9 (Evangelio Domingo de Resurrección)

En la primera parte del Cuarto Evangelio (cf. Jn 4,1-19,42), Juan describe la actividad creadora y vivificadora del Mesías (el último paso de esa actividad destinada a hacer surgir el Hombre Nuevo es, precisamente, la muerte en la cruz: ahí Jesús imparte la última y definitiva lección, la lección del amor total, que no guarda nada para sí, sino que hace de su vida un don radical al Padre y a los hermanos.

En la segunda parte (cf. Jn 20,1-31), Juan presenta el resultado de la acción de Jesús: la comunidad de los Hombres Nuevos, recreados y vivificados por Jesús, que con él aprenderán a amar con radicalidad. Se trata de esa comunidad de hombres y mujeres que se convertirán y se unirán a Jesús y que, cada día, igual que ante el sepulcro vacío, son invitados a manifestar su fe en él.

El texto comienza con una indicación aparentemente cronológica, pero que debe ser entendida sobre todo en clave teológica: “el primer día de la semana”. Significa que comienza un nuevo ciclo, el de la nueva creación, el de la Pascua definitiva. Aquí comienza un nuevo tiempo, el tiempo del hombre nuevo, que surge a partir de la donación de Jesús.

El primer personaje de la escena, es María Magdalena: ella es la primera en dirigirse a la tumba de Jesús, cuando todavía el sol no había nacido, en la mañana del “primer día de la semana”.

María Magdalena representa a la nueva comunidad que nació de la acción creadora y vivificadora del Mesías; esa nueva comunidad, testigo de la cruz, cree en un principio, que la muerte ha triunfado y deposita a Jesús en el sepulcro: es una comunidad perdida, desorientada, insegura, desamparada, que no consigue descubrir que la muerte fue derrotada; pero, ante el sepulcro vacío, la nueva comunidad se da cuenta de que la muerte no ha vencido y que Jesús está vivo.

En esta secuencia, Juan nos presenta una catequesis sobre la doble actitud de los discípulos ante el misterio de la muerte y de la resurrección de Jesús.

Esa doble actitud se expresa en el comportamiento de los dos discípulos, que en la mañana de Pascua, corren hacia la tumba de Jesús: Simón Pedro y el “otro discípulo” no identificado (pero que parece ser el “discípulo amado”, presentado en el Cuarto Evangelio como modelo ideal del discípulo).

Juan coloca a estas dos figuras juntas en varias circunstancias (en la última cena, es el “discípulo amado”el que percibe quien está al lado de Jesús y quien lo va a traicionar, (cf Jn 13,23-25); en la pasión, él es el que consigue estar cerca de Jesús en el atrio del sumo sacerdote, cuando Pedro lo traiciona, (cf Jn 18,15-18.25-27); él es el que está junto a la cruz cuando Jesús muere, (cf Jn 19,25-27); es él quien reconoce a Jesús resucitado en esa sombra que se aparece a los discípulos en el lago de Tiberíades, (cf Jn 21,7).

En esas ocasiones, el “discípulo amado” llevó siempre ventaja sobre Pedro. Aquí, eso va a suceder otra vez: el “otro discípulo” corrió más y llegó a la tumba antes que Pedro (el hecho de decir que no entró, puede querer significar su deferencia y su amor, que surgen de su sintonía con Jesús); y, después de ver, “creyó” (no se dice lo mismo de Pedro).

Probablemente, el autor del Cuarto Evangelio quiso describir, a través de estas figuras, el impacto producido en los discípulos por la muerte de Jesús y las diferentes disposiciones existentes entre los miembros de la comunidad cristiana. En general Pedro representa en los Evangelios, al discípulo obstinado, para quien la muerte significa fracaso y que rehúsa aceptar que la vida nueva pase por la humillación de la cruz (Jn 13,6-8.36-38; 18,16.17.18.25-27; cfr. Mc 8,32-33; Mt 16,22-23).

Al contrario, el “otro discípulo” es el “discípulo amado”, que está siempre próximo a Jesús, que hace la experiencia de amor de Jesús; por eso, corre a su encuentro de forma más decidida y “percibe”, porque sólo quien ama mucho percibe las cosas ciertas que pasan desapercibidas a los otros, que la muerte no pone el punto final a la vida.

Ese “otro discípulo” es, por tanto, la imagen del discípulo ideal, que está en sintonía total con Jesús, que va a su encuentro con un empeño total, que comprende los signos y que descubre (porque el amor conduce a descubrir) que Jesús está vivo. Él es el paradigma del Hombre Nuevo, del hombre recreado por Jesús.

La reflexión puede iniciarse a partir de los siguientes datos:

La lógica humana va en la línea de la figura representada por Pedro: el amor dado hasta la muerte, los servicios simples y sin pretensiones, la entrega de la vida, solo conducen al fracaso; no es un camino sólido y consistente para llegar al éxito, al triunfo, a la gloria. De la cruz, del amor radical, de la donación de sí, no puede surgir realización, felicidad, vida plena.

Es verdad que es esta la perspectiva de la cultura dominante; es verdad que esta es la perspectiva de muchos cristianos (representados en la figura de Simón Pedro).
¿Cómo me sitúo frente a esto?

La resurrección de Jesús prueba, precisamente, que la vida plena, la vida total, la transfiguración total de nuestra realidad finita y de nuestras limitadas capacidades pasa por el amor que se da, con radicalidad, hasta las últimas consecuencias.

¿Tengo conciencia de eso? ¿Conduzco mi vida en esa dirección?

Por la fe, por la esperanza, por el seguimiento de Cristo y por los sacramentos, la semilla de la resurrección (el propio Jesús) es depositada en la realidad del hombre / cuerpo.

Revestidos de Cristo, somos criatura nueva: estamos, por tanto, llamados a resucitar, hasta alcanzar la plenitud, la maduración plena, la vida total (cuando sobrepasamos la barrera de la muerte física). Por lo tanto, aquí comienza la nueva humanidad.

La figura de Pedro puede también representar aquí esa vieja prudencia de los responsables institucionales de la Iglesia, que les impide caminar al frente de la peregrinación del Pueblo de Dios, de arriesgar, de aceptar los desafíos, de unirse a lo nuevo, a lo desconcertante, a lo incomprensible.

El Evangelio de hoy sugiere que es precisamente ahí donde tantas veces se revela el misterio de Dios y se encuentran ecos de la resurrección y de la vida nueva.

Col 3, 1-4 (2ª lectura Domingo de Resurrección)

Cuando Pablo escribió la Carta a los Colosenses estaba en prisión (¿en Roma?). Epafras, su amigo, le visitó y le habló de la “crisis” por la que atravesaba la Iglesia de Colosas.
Algunos doctores enseñaban doctrinas extrañas, que mezclaban especulaciones acerca de los ángeles (cf. Col. 2,18), prácticas ascéticas, rituales legalistas, prescripciones sobre los alimentos y la observancia de determinadas fiestas (cf. Col 2,16.21): todo esto debería (en opinión de estos “maestros”) completar la fe en Cristo, comunicar a los creyentes un conocimiento superior de Dios y de los misterios cristianos y posibilitar una vida religiosa más auténtica.

Contra este sincretismo religioso, Pablo afirma la absoluta suficiencia de Cristo.

El texto que se nos propone como segunda lectura es la introducción a la reflexión moral de la carta (cf. Col 3,1-4,6).
Después de presentar la centralidad de Cristo en el proyecto salvador de Dios (Col, 1,13-2,23), Pablo recuerda a los cristianos de Colosas que es preciso vivir de forma coherente y verdadera el compromiso asumido en Cristo.

En este texto, Pablo presenta, como punto de partida y base de la vida cristiana, la unión con Cristo resucitado, en la que el cristiano es introducido por el bautismo.
Al ser bautizado, el cristiano muere al pecado y renace a una vida nueva, que tendrá su manifestación gloriosa cuando sobrepasemos, por la muerte, la frontera de nuestra vida terrenal.

Mientras que caminamos al encuentro de ese objetivo último, nuestra vida tiene que tender a Cristo. Eso significa despojarnos del “hombre viejo”, por un proceso de conversión que nunca está acabado, y revestirnos, cada día más profundamente, de la imagen de Cristo, de forma que nos identifiquemos con él por el amor y por la entrega de la vida.

En el texto de Pablo está presente la idea de que tenemos que vivir con los pies en la tierra, pero con el corazón y la mente en el cielo: es allí donde están los bienes eternos y nuestra meta definitiva (“aficionaos a las cosas de arriba y no a las de la tierra”).

De aquí resultan un conjunto de exigencias prácticas que Pablo va a enumerar, de forma concreta, en los últimos versículos (cf. Col. 3,5-4,1).

Considerad en la reflexión las siguientes cuestiones:

El bautismo nos introduce en una dinámica de comunión con Cristo resucitado. ¿Tengo conciencia de que mi bautismo significó un compromiso con Cristo? Cuando, de alguna manera, tengo un papel activo en la preparación o en la celebración del sacramento del bautismo, ¿tengo conciencia, y procuro comunicar ese mensaje, de que el sacramento no es un acto tradicional o social, sino un compromiso serio y exigente con Cristo?

¿Mi vida está teniendo un caminar coherente con esta dinámica de vida nueva que comenzó el día en que fui bautizado?
¿Me esfuerzo realmente por despojarme del “hombre viejo”, egoísta y esclavo del pecado, y por revestirme del “hombre nuevo”, que se identifica con Cristo y que vive en el amor, en el servicio, en la donación a los hermanos?

Hch 10, 34a. 37-43 (1ª lectura Domingo de Resurrección)

La obra de Lucas (el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles) aparece entre los años 80 y 90 de nuestra era, en un momento en el que la Iglesia ya se encuentra organizada y estructurada, pero en la que comenzaron a surgir “maestros” poco ortodoxos, con propuestas doctrinales extrañas y, a veces, poco cristianas. En este ambiente, las comunidades cristianas comienzan a necesitar criterios claros que les permita distinguir la verdadera doctrina de Jesús de las falsas doctrinas de los falsos maestros.

Lucas presenta entonces la Palabra de Jesús, transmitida por los apóstoles bajo el impulso del Espíritu Santo: es esa Palabra que contiene la propuesta liberadora que Dios quiere presentar a los hombres.

En los Hechos, en especial, Lucas muestra cómo la Iglesia nace de la Palabra de Jesús, fielmente anunciada por los apóstoles; será esta Iglesia, animada por el Espíritu, fiel a la doctrina transmitida por los apóstoles, la que tendrá en cuenta el plan salvador del Padre y lo hará llegar a todos los hombres.

En este texto Lucas nos propone el testimonio y la catequesis de Pedro en Cesarea, en casa del centurión romano Cornelio.

Llamado por el Espíritu (cf. Hch. 10,19-20), Pedro entra en casa de Cornelio, le expone lo esencia de la fe y lo bautiza, así como a toda su familia (cf. Hch. 10,23B-49). El episodio es importante porque Cornelio es el primer pagano al cien por cien en ser admitido en el cristianismo por uno de los Doce (el etíope de quien se habla en Hch. 8,26-40 ya era “prosélito”, esto es, simpatizante del judaísmo). Significa que la vida nueva que nace de Jesús es para todos los hombres.

Nuestro texto es una composición lucana donde resuena el “kerigma” primitivo. Pedro comienza anunciando a Jesús como “el ungido”, que tiene el poder de Dios (v. 38a); después describe la actividad de Jesús, que “pasó haciendo el bien y curando a todos los que eran oprimidos” (v. 38b); enseguida da testimonio acerca de la muerte de Jesús en la cruz (v. 39) y de su resurrección (v. 40); finalmente, Pedro saca las conclusiones acerca de la dimensión salvífica de todo esto (v. 43b): “que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”). Esta catequesis cuenta también, con alguna insistencia, el testimonio de los discípulos que acompañaban el caminar histórico de Jesús (vv. 39a.41.42).

Téngase en cuenta cómo la resurrección no se presenta como un hecho aislado, sino como el culmen de una vida vivida en obediencia al Padre y en donación a los hombres. Después de que Jesús hubiera pasado por el mundo “haciendo el bien y liberando a todos los que estaban oprimidos”, después de haber muerto en la cruz como consecuencia de ese “camino”, Dios lo resucitó. La vida nueva y plena que la resurrección significa es el punto de llegada de una existencia puesta al servicio del proyecto salvador y liberador de Dios. Por otro lado, esta vida vivida en entrega y donación es una propuesta transformadora que, una vez acogida, libera de la esclavitud del egoísmo y del pecado (v. 43).

¿Y los discípulos? Son aquellos que se unirán a Jesús y que acogerán su propuesta liberadora. Si la vida de los discípulos se identifica con la de Jesús, ellos van a“resucitar” (esto es, a renacer a una vida nueva y plena). Además de eso, son sus testigos: es absolutamente necesario que esta propuesta de resurrección, de vida plena, de vida transfigurada, llegue a todos los hombres. Se trata de una propuesta de salvación universal que, a través de los discípulos, debe llegar a todos los pueblos de la tierra sin distinción. Los acontecimientos del día de Pentecostés ya habían anunciado la universalidad de la propuesta de salvación, presentada por Jesús y testimoniada por los apóstoles.

La reflexión puede partir de las siguientes coordenadas:

La resurrección de Jesús es la consecuencia de una vida gastada en “hacer el bien y en liberar a los oprimidos”. Eso significa que siempre que alguien, a ejemplo de Jesús, se esfuerza por vencer el egoísmo, la mentira, la injusticia y por hacer triunfar el amor, está resucitado; significa que, siempre que alguien, a ejemplo de Jesús, se da a los demás y manifiesta, en gestos concretos, su entrega a los hermanos, está construyendo una vida nueva y plena.

¿Yo estoy resucitado (porque camino por el mundo haciendo el bien y liberando a los oprimidos) o mi vida es un volver a andar los viejos esquemas del egoísmo, del orgullo, de la comodidad?

La resurrección de Jesús significa, también, que el miedo, la muerte, el sufrimiento, la injusticia, dejarán de tener poder sobre el hombre que ama, que se da, que comparte la vida. Tiene asegurada la vida plena, esa vida que los poderes del mundo no pueden destruir, controlar o restringir. Puede así enfrentarse al mundo con la serenidad que le viene de la fe.

¿Soy consciente de esto, o me dejo dominar por el miedo, siempre que tengo que actuar para combatir aquello que roba la vida y la dignidad, a mi y a cada uno de mis hermanos?

A los discípulos se les pide que sean testigos de la resurrección. Nosotros no vimos el sepulcro vacío; pero hacemos, todos los días, la experiencia del Señor resucitado, que está vivo y que camina a nuestro lado por los caminos de la historia. Nuestra misión es testimoniar esa realidad; sin embargo nuestro testimonio será hueco y vacío si no lo corroboramos con el amor y la donación (las señales de la vida nueva de Jesús).

Comentario al evangelio – 15 de abril

Esta semana es muy especial. Por algo la Iglesia la llama la semana «santa». Toda ella aboca al triduo sacro en el que conmemoramos el centro de la fe cristiana. Nosotros confesamos que Jesucristo murió (viernes santo), fue sepultado (sábado santo) y resucitó al tercer día (domingo de resurrección). No es que conmemoremos estos hechos como quien desempolva un álbum de recuerdos familiares, sino que en la liturgia, por la fuerza del Espíritu, experimentamos su realidad y su energía salvadora. ¡Por eso es tan importante prepararnos para esta celebración! Si fuese un simple recuerdo, bastaría con poner en marcha los ritos de todos los años, pero no: ¡Es una experiencia que acontece hoy, que afecta a nuestra vida, al presente de la iglesia y del mundo!

En el tramo final que nos conduce al triduo sacro, comenzamos purificando nuestros sentidos. Hoy, lunes santo, le toca el turno al olfato. La casa en la que habita Jesús, que es la casa de sus amigos de Betania, se llena de la fragancia del perfume. No se trata de una colonia barata comprada en un «todo a cien», sino de «un perfume de nardo, auténtico y costoso». Sólo el amor puede producir este derroche de belleza, porque sólo el amor sabe ir a lo esencial, a ese centro en el que la verdad, la bondad y la belleza se manifiestan unidas. Judas es un periférico, anda por los márgenes. Cree que da el do de pecho porque exhibe una actitud calculadora y un aparente interés por los pobres. Hace el ridículo. Está en otra onda. Sólo María de Betania, la que había escogido la mejor parte, sabe «lo que toca hacer» en este momento, es una experta en ir al centro del misterio. Por eso encuentra el símbolo adecuado en los días previos a la muerte de Jesús. María le dice que lo quiere, antes de que sea tarde y sólo quede tiempo para las lamentaciones. Ella no es una embalsamadora de muertos sino una perfumadora de vivos. Está perfumando al Jesús que, en su corazón, ya ha resucitado antes de morir. Por eso, la casa se llena de la fragancia de la vida.

¿Cómo huele la fe que hoy vivimos? ¿Huele a recinto cerrado, húmedo, miserable? ¿O huele al nardo de la libertad, de la alegría, de la entrega? En el primer caso, nuestro santo patrón es Judas. En el segundo, formamos familia con María de Betania. Perfumar al Jesús que vive hoy es una de las dimensiones más refrescantes de nuestra fe.Queridos amigos y amigas:

El evangelio de este Lunes Santo nos presenta una cena, que es como un anticipo de la última cena. En ella se dan cita los amigos (Marta, María, Lázaro) y los traidores (Judas Iscariote). Es una cena en la que se ponen de relieve las dos actitudes básicas ante Jesús que van a estar presentes en el drama de su proceso y de su muerte: la cercanía del amor y la distancia del resentimiento.

Marta (la camarera), Lázaro (el resucitado) y María (la perfumista) representan el polo del amor. Sirven, escuchan y ungen a Jesús. Y lo hacen todo desde la gratuidad propia de toda amistad.

Judas Iscariote (el discípulo que lo va a entregar) representa el polo del resentimiento. Critica el “derroche”de María mediante una racionalización que podría pasar a cualquier manual de psicología: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?

¿Cómo responde Jesús a cada una de estas dos actitudes? Necesitamos escrutar cada detalle porque, en el fondo, su respuesta tiene que ver con cada uno de nosotros.

En el caso de Marta, María y Lázaro, Jesús se deja hacer. A lo que es gratuito se responde con la gratuidad: Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura. Acepta ser querido, encuentra consuelo en el hogar de Betania. Disfruta con sus amigos.

En el caso de Judas, Jesús desenmascara la racionalización: A los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis. No se deja engatusar por las trampas de los que parecen amigos y no son más que funcionarios.

Estas dos actitudes son un espejo en el que nos miramos nosotros al comienzo de una nueva Semana Santa. ¿Hacia dónde nos inclinamos?: ¿Hacia la entrega incondicional a Jesús o hacia nuevas racionalizaciones que encubren nuestra mediocridad?

En la cena, además de los alimentos, hay perfume de nardo, que es un anticipo simbólico del perfume con el que las mujeres ungirán el cuerpo de Jesús después de su muerte. Es una perfume costoso (porque el amor no es tacaño) y es también un perfume expansivo (porque el amor no es cerrado): La casa se llenó de la fragancia del perfume.

Tenemos esbozado el guión del drama que vamos a revivir durante los próximos días.

Jesús Losada