Vísperas – Jueves Santo

VÍSPERAS

JUEVES SANTO

Los que participan en la misa vespertina de la Cena del Señor no rezan hoy las Vísperas.

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¡Memorial de la muerte del Señor,
pan vivo que a los hombres das la vida!
Da a mi alma vivir sólo de ti,
y tu dulce sabor gustarlo siempre.

Pelícano piadoso, Jesucristo,
lava mis manchas con tu sangre pura;
pues una sola gota es suficiente
para salvar al mundo del pecado.

¡Jesús, a quien ahora veo oculto!
Te pido que se cumpla lo que ansío:
que, mirándote al rostro cara a cara,
sea dichoso viéndote en tu gloria. Amén.

SALMO 71: PODER REAL DEL MESÍAS

Ant. El primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra, nos ha convertido en un reino para Dios, su Padre.

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrate al explotador.

Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sore el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran río al confín de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le pagen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra, nos ha convertido en un reino para Dios, su Padre.

SALMO 71

Ant. El Señor librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector. +

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
+ él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

Que viva y que le traigan el oro de Saba;
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.

Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Lïbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: EL JUICIO DE DIOS

Ant. Los santos vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Los santos vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron.

LECTURA: Hb 13, 12-15

Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Salgamos, pues, a encontrarlo fuera del campamento, cargados con su oprobio; que aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura. Por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Durante la Cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Durante la Cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos.

PRECES

Adoremos a nuestro Slavador, que en la última Cena, la noche misma en que iba a ser entregado, confió a su Iglesia la celebración perenne del memorial de su muerte y resurrección; oremos diciendo:

Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

  • Redentor nuestro, concédenos que por la penitencia nos unamos más plenamente a tu pasión,
    — para que consigamos la gloria de la resurrección.
  • Concédenos la protección de tu Madre, consuelo de los afligidos,
    — para poder nosotros consolar a los que están atribulados, mediante el consuelo con que tú nos confortas.
  • Haz que tus fieles participen en tu pasión mediante los sufrimientos de su vida,
    — para que se manifiesten a los hombres los frutos de tu salvación.
  • Tú que te humillaste, haciéndote obediente hasta la muerte y una muerte de cruz,
    — enseña a tus fieles a ser obedientes y a tener paciencia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Haz que los difuntos sean transformados a semejanza de tu cuerpo glorioso,
    — y a nosotros danos un día parte en su felicidad.

Ya que por Jesucristo hemos llegado a ser hijos de Dios, acudamos confiadamente a nuestro Padre:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios todopoderoso, que para gloria tuya y salvación de los hombres constituiste a Cristo sumo y eterno sacerdote, concede al pueblo cristiano, adquirido para ti por la sangre preciosa de tu Hijo, recibir en la eucaristía, memorial del Señor, el fruto de la pasión y resurrección de Cristo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

Lectio Divina – 18 de abril

Juan 13,1-15 
 Lavatorio de los pies

1. LECTIO  

a) Oración inicial: 

“Cuando tu hablas, Señor, la nada palpita de vida: los huesos secos se convierten en personas vivientes, el desierto florece… Cuando me dispongo a hablarte, me siento árido, no sé qué decir. No estoy, evidentemente, sintonizado con tu voluntad, mis labios no están de acuerdo con mi corazón y mi corazón no hace un esfuerzo por entonarse con el tuyo. Renueva mi corazón, purifica mis labios, para que hable contigo como tú quieres, para que hable con los demás como tú quieres, para que hable conmigo mismo, con mi mundo interior, como tú quieres (L. Renna). 

b) Lectura del evangelio: 

1 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, 3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» 7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.» 8 Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» 9 Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» 10 Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» 11 Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos.»
12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis `el Maestro’ y `el Señor’, y decís bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros.15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. 

c) Momentos de silencio orante: 

En una escucha amorosa la palabra no es necesaria, porque también el silencio habla y comunica amor. 

2. MEDITATIO 

a) Preámbulo a la Pascua de Jesús: 

El pasaje del evangelio de este día está inserto en un conjunto literario que comprende los capítulos 13-17. El comienzo está constituido por la narración de la última cena que Jesús comparte con sus discípulos, durante la cuál realiza el gesto del lavatorio de los pies (13,1-10). Después, Jesús pronuncia un largo discurso de despedida con sus discípulos (13, 31-14,31), los capítulos 15 -17 tienen la función de profundizar algo más el precedente discurso del Maestro. Inmediatamente sigue, el hecho del prendimiento de Jesús (18, 1-11). De todos modos, los sucesos narrados en 13-17,26 están conectados desde el 13,1 con la Pascua de Jesús. Es interesante anotar este punto: desde el 12,1 la Pascua no se llama ya la pascua de los judíos, sino la Pascua de Jesús. Es Él, de ahora en adelante, el Cordero de Dios que librará al hombre de su pecado. La Pascua de Jesús es una Pascua que mira a la liberación del hombre: un nuevo éxodo que permite pasar de las tinieblas a la luz (8,12) y que llevará vida y fiesta a la humanidad (7,37).

Jesús es consciente de que está por terminarse su camino hacia el Padre, y por tanto dispuesto a llevar a término su éxodo personal y definitivo. Tal pasaje al Padre se realiza mediante la Cruz, momento nuclear en el que Jesús entregará su vida en provecho del hombre.

Llama la atención del lector el constatar cómo el evangelista Juan sepa representar muy bien la figura de Jesús siendo consciente de los últimos acontecimientos de su vida y, por tanto, de su misión. Y a probar que Jesús no es arrastrado por los acontecimientos que amenazan su existencia, sino que está preparado para dar su vida. Precedentemente el evangelista había anotado que todavía no había llegado su hora; pero ahora en la narración del lavatorio de los pies dice, que Jesús es consciente de que se aproxima su hora. Tal conciencia está a la base de la expresión juanista: “después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (v.1) El amor “por los suyos”, aquéllos que forman la nueva comunidad, ha sido evidente mientras ha estado con ellos, pero resplandecerá de modo eminente en su muerte. Tal amor viene mostrado por Jesús en el gesto del lavatorio de pies que , en su valor simbólico, muestra el amor continuo que se expresa en el servicio. 

b) Lavatorio de los pies: 

Jesús se encuentra en una cena ordinaria con los suyos. Tiene plena conciencia de la misión que el Padre le ha confiado: de Él depende la salvación de la humanidad. Con tal conocimiento quiere mostrar a “los suyos”, mediante el lavatorio de los pies, cómo se lleva a cumplimiento la obra salvífica del Padre e indicar con tal gesto la entrega de su vida para la salvación del hombre. Es voluntad de Jesús que el hombre se salve y un consumidor deseo lo guía a dar su vida y entregarse. Es consciente de que “el Padre había puesto todo en sus manos” (v. 3a); tal expresión deja entrever que el Padre deja a Jesús la completa libertad de acción.

Jesús, además, sabe que su origen y la meta de su itinerario es Dios; sabe que su muerte en la cruz, expresión máxima de su amor, es el último momento de su camino salvador. Su muerte es un “éxodo”: el ápice de su victoria sobre la muerte; en el dar su vida, Jesús nos revela la presencia de Dios como vida plena y ausente de muerte.

Con esta plena conciencia de su identidad y de su completa libertad Jesús se dispone a cumplir el grande y humilde gesto del lavatorio. Tal gesto de amor se describe con un cúmulo de verbos (ocho) que convierten la escena complicada y henchida de significado. El evangelista presentando la última acción de Jesús sobre los suyos, usa esta figura retórica de acumulación de verbos sin repetirse para que tal gesto permanezca impreso en el corazón y en la mente de sus discípulos y de cualquier lector y para que se retenga un mandamiento que no debe olvidarse. El gesto cumplido por Jesús intenta mostrar que el verdadero amor se traduce en acción tangible de servicio. Jesús se despoja de sus vestidos se ciñe un delantal símbolo de servicio. El despojarse de sus vestidos es una expresión que tiene la función de expresar el significado del don de la vida. ¿Qué enseñanza quiere Jesús transmitir a sus discípulos con este gesto? Les muestra que el amor se expresa en el servicio, en dar la vida por los demás como Él lo ha hecho.

En tiempos de Jesús el lavado de los pies era un gesto que expresaba hospitalidad y acogida con los huéspedes. De ordinario era hecho por un esclavo con los huéspedes o por una mujer o hijas a su padre. Además era costumbre que el rito del lavado de pies fuese siempre antes de sentarse a la mesa y no durante la comida. Esta forma de obrar de Jesús intenta subrayar la singularidad de su gesto.

Y así Jesús se pone a lavar los pies a sus discípulos. El reiterado uso del delantal con el que Jesús se ha ceñido subraya que la actitud de servicio es un atributo permanente de la persona de Jesús. De hecho, cuando acaba el lavatorio, Jesús no se quita el paño que hace de delantal. Este particular intenta subrayar que el servicio-amor no termina con la muerte. La minuciosidad de tantos detalles muestra la intención del evangelista de querer poner de relieve la importancia y singularidad del gesto de Jesús. Lavando los pies de sus discípulos Jesús intenta mostrarles su amor, que es un todo con el del Padre (10,30.38). Es realmente impresionante esta imagen que Jesús nos revela de Dios: no es un soberano que reside sólo en el cielo, sino que se presenta como siervo de la humanidad. De este servicio divino brota para la comunidad de los creyentes aquella libertad que nace del amor y que vuelve a todos su miembros “señores” (libres) en tanto que servidores. Es como decir que sólo la libertad crea el verdadero amor. De ahora en adelante el servicio que los creyentes darán al hombre tendrá como finalidad el de instaurar relaciones entre los hombres en el que la igualdad y la libertad sean una consecuencia de la práctica del servicio recíproco. Jesús con su gesto intenta demostrar que cualquier asomo de dominio o prepotencia sobre el hombre no está de acuerdo con el modo de obrar de Dios, quien, por el contrario, sirve al hombre para atraerlo hacia Sí. Además no tienen sentido las pretensiones de superioridad de un hombre sobre otro, porque la comunidad fundada por Jesús no tiene forma piramidal sino horizontal, en la que cada uno está al servicio del otro, siguiendo el ejemplo de Dios y de Jesús.

En síntesis, el gesto que Jesús cumple expresa los siguientes valores: el amor hacia los hermanos exige un cambio en acogida fraterna, hospitalidad, o sea, servicio permanente. 

c) Resistencia de Pedro: 

La reacción de Pedro al gesto de Jesús es de estupor y protesta. También hay cambio en el modo de dirigirse a Jesús: Pedro lo llama “Señor” (13,6). Tal título reconoce en Jesús un nivel de superioridad que choca con el “lavar” los pies, una acción que compete, en verdad, a un sujeto inferior. La protesta es enérgicamente expresada por las palabras: “¿Tú lavarme a mí los pies?” A los ojos de Pedro este humillante gesto del lavatorio de los pies parece una inversión de valores que regulan las relaciones entre Jesús y los hombres: el primero es el Mesías, Pedro es un súbdito. Pedro no aprueba la igualdad que Jesús quiere establecer entre los hombres.

A tal incomprensión Jesús responde a Pedro invitándolo a acoger el sentido de lavar los pies como un testimonio de su afecto hacia él. Más precisamente: le quiere ofrecer una prueba concreta de cómo Él y el Padre lo aman.

Pero la reacción de Pedro no cesa: rechaza categóricamente que Jesús se ponga a sus pies. Para Pedro cada uno debe cumplir su papel, no es posible una comunidad o una sociedad basada en la igualdad. No es aceptable que Jesús abandone su posición de superioridad para hacerse igual a sus discípulos. Tal idea del Maestro desorienta a Pedro y lo lleva a protestar. No aceptando el servicio de amor de su Maestro, no acepta ni siquiera que muera en la cruz por él (12,34;13,37). Es como decir, que Pedro está lejos de comprender qué cosa es el verdadero amor y tal obstáculo sirve de impedimento para que Jesús se lo muestre con la acción.

Mientras que Pedro no esté dispuesto a compartir la dinámica del amor que se manifiesta en el servicio recíproco no puede compartir la amistad con Jesús, y se arriesga, realmente, a autoexcluirse.

A continuación de la advertencia de Jesús: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” (v.8), Pedro consiente a las amenazantes palabras del Maestro, pero sin aceptar el sentido profundo de la acción de Jesús. Se muestra abierto, dispuesto a dejarse lavar, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Parece que Pedro admite mejor el gesto de Jesús como una acción de purificación o ablución, más que como servicio. Pero Jesús responde que los discípulos están purificados (“limpios”) desde el momento en que han aceptado dejarse guiar por la Palabra del Maestro, rechazando la del mundo. Pedro y los discípulos no tienen necesidad del rito judaico de la purificación, sino de dejarse lavar los pies por Jesús; o mejor, de dejarse amar por él , que les da dignidad y libertad. 

d) El memorial del amor: 

Al término del lavatorio de los pies, Jesús intenta dar a su acción una validez permanente para su comunidad y al mismo tiempo dejar en ella un memorial o mandamiento que deberá regular para siempre las relaciones fraternas.

Jesús es el Señor, no en la línea de dominio, sino en cuanto comunica el amor del Padre (su Espíritu) que nos hace hijos de Dios y aptos para imitar a Jesús, que libremente da su amor a los suyos. Esta actitud interior de Jesús lo ha querido comunicar a los suyos, un amor que no excluye a ninguno, ni siquiera a Judas que lo va a traicionar. Por tanto si los discípulos lo llaman Señor, deben imitarlo; si lo consideran Maestro deben escucharlo. 

3. Algunas preguntas para meditar: 

– se levantó de la mesa: ¿cómo vives la Eucaristía? ¿De modo sedentario o te dejas llevar por la acción de fuego del amor que recibes? ¿Corres el peligro de que la Eucaristía de la que participas se pierda en el narcisismo contemplativo, sin llevarte al compromiso de solidaridad y deseos de compartir? Tu compromiso por la justicia, por los pobres, ¿viene de la costumbre de encontrarte con Jesús en la Eucaristía, de la familiaridad con Él?
– se quitó los vestidos: Cuando de la Eucaristía pasas a la vida ¿sabes dejar los vestidos del contracambio, del interés personal, para dejarte guiar por un amor auténtico hacia los demás? ¿O después de la Eucaristía no eres capaz de dejar los vestidos del dominio y de la arrogancia para vestir el de de la sencillez, el de la pobreza?
– se puso un delantal: es la imagen de la “iglesia del delantal”. En la vida de tu familia, de tu comunidad eclesial ¿vas por la vía del servicio? ¿Estás comprometido directamente con el servicio a los pobres y marginados? ¿Sabes percibir el rostro de Cristo cuando pide ser servido, amado en los pobres? 

4. ORATIO 

a) Salmo 116 (114-115), 12-13;15-16;17-18 

El salmista que se encuentra en el templo y en presencia de la asamblea litúrgica escoge su sacrificio de acción de gracias. Voltaire, que nutría una particular predilección por el v.12, así se expresaba: “¿Qué cosa puedo ofrecer al Señor por los dones que me ha dado?”

¿Cómo pagar a Yahvé
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de salvación
e invocaré el nombre de Yahvé.

Mucho le cuesta a Yahvé
la muerte de los que lo aman.
¡Ah, Yahvé, yo soy tu siervo,
tu siervo, hijo de tu esclava,
tú has soltado mis cadenas!

Te ofreceré sacrificio de acción de gracias
e invocaré el nombre de Yahvé.
Cumpliré mis votos a Yahvé
en presencia de todo el pueblo,

b) Oración final: 

Fascinado por el modo con que Jesús expresa su amor a los suyos, Orígenes reza así: 

Jesús, ven, tengo los pies sucios,
Por mí te has hecho siervo,
versa el agua en la jofaina;
Ven, lávame los pies..
Lo sé, es temerario lo que te digo,
pero temo la amenaza de tus palabras:
“Si no te lavo los pies,
no tendrás parte conmigo”
Lávame por tanto los pies,
para que tenga parte contigo.
(Homilía 5ª sobre Isaías) 

Y San Ambrosio, preso de un deseo ardiente de corresponder al amor de Jesús, así se expresa: 

¡Oh, mi Señor Jesús!
Déjame lavar tus sagrados pies;
te los has ensuciado desde que caminas por mi alma…Jueves Santo 

Lavatorio de los pies

Introducción al Catecismo de la Iglesia Católica

Nº 83: La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.

Es preciso distinguir de ella las «tradiciones» teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos ”

 

Con el punto 83 damos por concluido el apartado que se titula la relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura. Este punto tiene como título Tradición apostólica y tradiciones eclesiales. Es una distinción interesante como vamos a ver. La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que estos aprendieron…

Dice que hay que distinguir entre Tradición, con mayúscula, y tradiciones, con minúscula. Hay que distinguir ambas cosas. Es frecuente que confundamos las dos cosas. La Tradición es el deposito de la fe, que Cristo encomendó a sus apóstoles y que por la sucesión apostólica se ha ido transmitiendo esa encomienda de la custodiar la fe que se nos transmitió.

Las tradiciones son las formas concretas, circunstanciales que en un sitio o en otro distinto se han ido expresando según la cultura popular, de cómo se vive la Tradición, de qué manera se expresan en las devociones populares, en la disciplina de la Iglesia…

Las tradiciones son importantes porque la Tradición, el depósito de la fe, si no tiene expresiones concretas, es demasiado etéreo. La Tradición se expresa en tradiciones concretas. En los cantos y en determinadas tradiciones, es cómo vivimos el mes de mayo, el mes del rosario… Mucha tradiciones que guardan, expresan la gran Tradición, que es la transmisión del depósito de la fe. Lo que aquí también se dice es que las tradiciones son importantes, tenemos que amarlas, pero no apegarnos a ellas. A lo que tenemos que estar apegados es a la Tradición y a la Sagrada Escritura. Pero no tenemos que estar apegados a las tradiciones. Porque aunque son hermosas pueden cambiar. Las tradiciones incluso van cambiando. A alguno le sorprende mucho que el papa ha podido cambiar el rosario, si antes había misterios gozosos, dolorosos u gloriosos, ¿cómo se le ha ocurrido al papa Juan Pablo II incluir los misterios luminosos? Porque el rosario no forma parte de la Tradición. El rosario ha surgido hace unos siglos, pero la Iglesia tiene 2000 años. Puede ir teniendo una evolución para adaptarse, para tener una expresión más completa del evangelio. O por ejemplo ¿cómo al papa se le ocurrió hacer un viacrucis nuevo? Estamos acostumbrados a las estaciones de siempre. Se le ocurrió a Juan Pablo II que se podría hacer una división de las estaciones más rica bíblicamente, que incluyese este episodio u otro… Que las 14 estaciones del viacrucis están elegidas hace poco tiempo, no forman parte de la Tradición sin que es tradición. Por eso las tradiciones hay que amarlas pero no hay que apegarse a ellas. A veces suele ocurrir que en nuestras comunidades cristianas suelen ocurrir conflictos gordos por motivo de conservar tradiciones, porque al obispo le ha parecido prudente cambiarlo o al párroco no se qué…, por ejemplo siempre se ha hecho la procesión el mes de mayo con el rezo del rosario y unido a la novena y ahora han cambiado la novena y la. Han puesto a la tarde y la han convertido…montones de cositas de esta. Algunos se ponen demasiado nerviosos y dicen nos han cambiado la tradición, nos están haciendo perder la fe… Vamos a ir más despacio porque no es lo mismo la Tradición que las tradiciones. No quiere decir que halla que despreciar las tradiciones, porque desde luego se necesitan. La fe, crea cultura, la fe crea también formas concretas de expresión y cuando somos demasiado iconoclastas, en el sentido de que fuera imágenes y fuera tradiciones y fuera procesiones y fuera todo, mal asunto. Pero tampoco caigamos en el extremo contrario de apegarnos a todo y, no hay que confundir ser amante de la Tradición con ser conservador. Alguna vez que me han preguntado si era conservador. Alguna vez que me han preguntado si era conservador, he respondido que no, que soy tradicionalista más que conservador. Que es un poco distinto. Ya sé que todas las palabras se pueden interpretar y se les pueden dar sentidos inversos. Me identifico mucho más con la palabra tradición, tradicionalista que con la Palabra conservador. Porque realmente entre cuando uno es conservador, lo que suele conservar son las costumbres de los últimos años y dice alguno: es que esto se hace desde siempre, si desde siempre que tú te acuerdas. Pero es que el cristianismo tiene 2000 años. Los conservadores tienden a conservar lo que ellos han conocido en los últimos años, en los años anteriores. Pero el amante de la Tradición, el que es tradicionalista, tiene la capacidad de volver a los orígenes De la Iglesia y ver cuál ha sido lo sustancial, la fe firme, el depósito de la fe que ha permanecido a lo largo de 2000 años, ha teñido expresiones distintas, pero la Tradición es la misma. Pero esto no forma parte del catecismo, es una especie de intuición personal que comparto.

Más que conservador o progresista debemos ser amantes de la Tradición. Amando también las tradiciones, pero sin apegarnos a ellas. Porque curiosamente de nuestras comunidades ocurre que cuando absolutizamos lo relativo, solemos relativizar lo absoluto. No es un juego de palabras. Cuando uno monta un lío excesivo por una cuestión de tradiciones pequeñas, estamos haciendo un mundo, y la Tradición es la que, debe marcar. Al mismo tiempo que estoy creando una discusión por un simple paño por ejemplo, igual estoy diciendo tonterías porque en una charla se ha dicho que la Virgen no es virgen y no entro yo a defender eso con fuerza o resulta que no le estoy dando importancia al vivir en gracia de Dios, y me voy a vivir con mi novia… También la experiencia nos va diciendo un dogmatizamos lo relativo y relativizamos lo dogmático.

Comentario del 18 de abril

La oración colecta de este día nos recuerda aquello para lo que somos convocados: «para celebrar aquella misma memorable cena en la que Jesús, ante de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna». Por tanto, somos convocamos para una cena que merece ser recordada porque nos dejó unas palabras y unos gestos que tienen valor testamentario; así los acogieron al menos los discípulos de Jesús reunidos con él en aquella cena, como herederos de unos bienes que deben conservarse. Y es que en esa cena Jesús nos dejó una ofrenda –el nuevo sacrificio– que sus seguidores hemos asumido como nuestra. Se trata de la ofrenda de la eucaristía: el Cuerpo entregado y la sangre derramada del Señor. La ofrenda incluye, pues, su presencia inmolada; porque no estamos ante el cuerpo y la sangre de un cadáver, a pesar de ser un cuerpo entregado (=sacrificado) y una sangre derramada, sino ante el cuerpo y la sangre de un Resucitado. En ellos vemos la presencia amada de Aquel a quien reconocemos como Señor y Maestro.

Aquella cena tenía carácter de comida de despedida. Ello explica esas palabras y gestos con valor de testamento. Pero al mismo tiempo era una cena pascual: cena celebrativa, con su ritual y su conmemoración, que recordaba –y actualizaba en gran medida- un hecho histórico importante en la vida del pueblo de Israel: un hecho que les había proporcionado la libertad y la independencia como pueblo y en el que ellos veían la mano providente y protectora de Dios. Gracias a Él y a sus admirables intervenciones en Egipto habían logrado la liberación. A esta intervención divina en la historia la llamaron Pascua, paso del Señor. Y esto es lo que celebraban en aquella comida: la acción de Dios en su favor. Era, por tanto, una fiesta popular, familiar (se celebraba en las casas, no en el Templo), nacional (política) y ‘religiosa’, pues estaba inmediatamente referida a Dios. Esto es también lo que Jesús, como buen judío, se dispone a celebrar con sus discípulos, que eran en ese momento su familia.

Pero sus intenciones iban más lejos. Jesús, al reunir a sus discípulos para la cena de Pascua, pensaba más en el futuro que en el pasado; pensaba más en inaugurar algo nuevo, una nueva tradición (la que san Pablo recibió y a su vez transmitió), que en sumarse a una tradición ya existente, la tradición de la Pascua judía. No obstante, Jesús respetó el ‘ritual tradicional’, pues en aquella cena hubo también «cordero» (el cordero que había proporcionado la sangre de la alianza liberadora), «hiervas amargas» (que actualizaban el amargor de la esclavitud sufrida por los antepasados), «vino», «pan sin fermentar» (para revivir la celeridad de la salida de Egipto) y «salmos», que enmarcaban debidamente la cena en un contexto oracional.

Pero Jesús, como nos recuerda san Pablo, no se ciñó del todo al ritual. A los gestos habituales –partir el pan y repartirlo- incorporó palabras nuevas, más aún, inesperadas y desconcertantes, al menos tan asombrosas como las que había pronunciado tiempo atrás: Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Aquellas palabras alejaron a algunos de sus seguidores, pero no a los que ahora se encontraban con él a la mesa, que superaron la prueba y vieron en ellas palabras portadoras de «vida eterna». Ahora oyen, quizá un poco perplejos o desconcertados: Esto (el pan que les muestra y les da a comer) es mi cuerpo que se entrega por vosotros… Y aquellos comensales conservaron estas palabras y gestos en su memoria –de ahí lo de memorial– e hicieron de ellos un ‘ritual’ para ser actualizado y perpetuado, una ‘tradición’ para ser transmitida a las generaciones futuras. Así respondían al mandato del Señor: Haced esto en memoria mía. Y así nació la eucaristía que hoy celebramos: el ‘sacramento’ –el «esto» del memorial- y ‘quienes’ lo confeccionan, que son los que reciben el mandato y los que obtienen la potestad de hacerlo.

Al decir: esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros, Jesús estaba aludiendo al cuerpo del sacrificio, a la ofrenda o víctima de ese sacrificio cruento que se consumará en el Calvario, a su propio sacrificio en la Cruz: una ofrenda para la redención del mundo, para el perdón de los pecados. Esta es la nueva Pascua, el sacrificio de la Alianza eterna. Por eso aquella cena miraba más al futuro que al pasado, miraba a la cruz y al ‘paso del Señor’ en los acontecimiento salvadores del Redentor. Ya no era la Pascua judía lo que conmemoraba, sino otra Pascua, la cristiana: la intervención del Señor en la vida y acción de su Cristo, de Jesús. Pero esta Pascua más que conmemorada era anticipada. La cena del Señor quedaba, pues, referida a su sacrificio. Era un banquete, porque había comida; pero lo que allí se ofrecía como comida era la ofrenda de un sacrificio, el cuerpo y la sangre de Cristo: una ofrenda de amor. Ese mismo amor es el que Jesús pide a sus discípulos y compañeros de mesa.

San Juan, en lugar de transmitirnos el memorial de la eucaristía, nos habla de otro memorial: otro gesto (solemnizado) acompañado de un mandato similar: Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Jesús es consciente de que ha llegado su hora y su Pascua, pues es la hora de pasar de este mundo al Padre. También sabe que el diablo ha iniciado el proceso de su enjuiciamiento y muerte agudizando el enfrentamiento con las autoridades judías y metiendo en la cabeza de Judas Iscariote, como si de una obsesión irrefrenable se tratara, la idea planificada de la entrega desleal. Consciente, asimismo, de que el Padre había puesto todo en sus manos (porque podía emprender el camino de la huida o quedarse para afrontar la situación), que venía de Dios y a Dios volvía (pues el Padre era su origen y su meta), se levantó de la mesa, se quitó el manto y, tomando una toalla y una jofaina con agua, se puso a lavarles los pies a sus discípulos.

El ‘gesto’, tan desconcertante como el de la fracción y repartición del pan -basta retener la reacción de Pedro para advertirlo-, reclamaba una explicación: un maestro arrodillado ante sus discípulos para cumplir un oficio propio de esclavos o de siervos no era una imagen habitual. Había que explicar semejante acción. Era un servicio de amor que no repara en la posible humillación, porque el amor no entiende de humillaciones, se actualiza aunque sea o pueda verse como un acto humillante. En realidad al que ama no le supone ninguna humillación, como no le resulta humillante a una madre arrodillarse ante su hijo pequeño para levantarle del suelo. Y Jesús acabará demostrando su amor hasta el extremo de dar la vida. Su entrega hasta la muerte determinaría ya ese ‘extremo’; pero si esa muerte se presenta además recubierta por la capa de la ignominia y la humillación que le confiere la cruz, entonces su entrega adquiere unos contornos más dramáticos y extremos.

Pues bien, el que se encuentra en semejante disposición no puede tener ahora ningún reparo en arrodillarse ante sus discípulos para cumplir un oficio de esclavos. Pero lo que él pretende con este gesto de alcance simbólico es adoctrinar, dejándoles un ejemplo de conducta válido para todos los órdenes de la vida: Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor». Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los piesOs he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Su acción pasará a ser desde entonces un permanente recordatorio para sus discípulos, un auténtico memorial digno de reproducirse en la vida de sus seguidores.

Ambos memoriales nos hacen ver que eucaristía (sacrificio) y lavatorio de los pies (servicio de amor) son inseparables. Porque ¿qué sacrificio sería ése que no ofreciera nada de sí mismo? ¿No sería un sacrificio «vacío», como el culto del que hablan los profetas? Si el sacrificio de la misa estuviera lleno de la ofrenda de Cristo, pero vacío de nuestra ofrenda, ¿qué tendría de nuestro, qué tendría de personal? ¿Y qué servicio es ése que se hace sin amor, o que nunca supone humillación, o que siempre reporta alabanzas y premios? ¿Qué servicio sería ése que no nos obligase a salir de nuestra comodidad y egoísmo?

Hacer «lo que él hizo» (en la cena y en el lavatorio) en su memoria no es sólo repetir sus gestos y palabras; es identificarnos con sus actitudes y sentimientos. Jesús hizo lo que hizo por algo y para algo: por amor a los suyos y por obediencia al Padre y para lograrnos la salvación. En realidad, sólo dando la vida (en todas las formas posibles) hacemos lo que él hizo, obramos en su memoria.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 72. § 1. Las cuestiones ecuménicas deben ser tratadas cuidadosamente según las normas emanadas de la competente autoridad eclesiástica[87].

§ 2. Las relaciones con las religiones no cristianas hay que considerarlas con atención.

§ 3. Serán examinados con escrupulosa diligencia los problemas que nacen del ateísmo y de otras corrientes de la cultura contemporánea.


[87] Cf. Directorio sobre el Ecumenismo, parte segunda: AAS 62 (1970), págs. 705-724; Directorio para la Aplicación de los principios y las normas del Ecumenismo: AAS 85 [1993] págs. 1039 ss.

Los cristianos debemos vivir como personas resucitadas

1.- La fe en la Resurrección de Jesucristo es un dogma cristiano, un dogma fundamental porque es el dogma en el que se fundamentan, según pensaban san Pablo, San Agustín y todos los teólogos cristianos, todas las enseñanzas cristianas. Ninguno de los discípulos y seguidores de Jesús fue testigo directo del momento de la resurrección. Las dos razones principales que aducían los apóstoles para fundamentar su fe en la Resurrección de Jesús eran la comprobación del sepulcro vacío y las apariciones del Resucitado a algunas de las personas que más le amaron mientras el Resucitado vivió aquí en la tierra. Ninguna de estas dos razones puede demostrar científicamente nuestra fe en la Resurrección, de acuerdo con las exigencias de la historia y de la ciencia empírica actual. Por eso, nuestra fe en la Resurrección es un dogma de fe, una verdad revelada, no una verdad empírica y científicamente demostrable.

2.- Pero lo más importante para nosotros no es el cómo de la Resurrección de Jesucristo, y de nuestra propia resurrección; lo realmente importante es que nosotros hagamos de nuestra fe en la resurrección una experiencia vital que nos impulse a vivir como personas resucitadas, en comunión espiritual con el Resucitado. La fe en la resurrección ha sido, de hecho, para muchas personas, una fuerza interior profunda que les ayudó a soportar grandes dificultades y hasta el propio martirio. San Ignacio de Antioquia, a principios del siglo II, les escribía a sus fieles cristianos, cuando iba camino del martirio, que deseaba ser triturado por los dientes de las fieras, para poder así ofrecerse a Cristo, como pan triturado e inmolado, y unirse definitivamente con el Resucitado. Este mismo sentimiento experimentaron, sin duda, algunos de los apóstoles y discípulos de Cristo, cuando caminaban hacia el martirio. La fe en la resurrección fue para ellos, y debe ser para todos nosotros, una fuerza mayor que el miedo a la muerte. Fue su fe en la resurrección la que les convirtió en testigos valientes y en mártires cristianos.

3.- Muchas de las realidades de este mundo nos parecerían inexplicables, si suprimimos nuestra fe en la resurrección. Vivimos en un mundo en el que la injusticia y la mentira triunfan y campan por doquier. Los justos no tienen, en este mundo, mejor suerte que los injustos. Es, de una manera especial, nuestra fe en la resurrección la que nos dice que merece la pena seguir intentando ser justos, aunque por esto tengamos que sufrir, en este mundo, penas y hasta el mismo martirio. Dios nos resucitará, como resucitó a Jesús, en nuestro último día, y nos juzgará según nuestras obras y su infinita misericordia. Nuestra fe y nuestra esperanza en la resurrección pueden y deben iluminar nuestro difícil caminar aquí en la tierra.

4.- El genial músico Mozart decía, en una carta a su padre, que su fe en la resurrección le había quitado el miedo a la muerte: “Por eso, hace años que he entablado una amistad tan profunda con esa verdadera y excelente amiga, que es la muerte… Todo lo contrario: me es reconfortante y consoladora”. Y nuestro recordado y querido José Luís Martín Descalzo escribió en su libro “Testamento del pájaro solitario”: Morir sólo es morir. Morir se acaba… Morir… es encontrar lo que tanto se buscaba.

Gabriel González del Estal 

¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

«El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la losa, entraron y no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de aquello, cuando se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes; despavoridas miraban al suelo, y ellos les dijeron:

– ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: “Este Hombre tiene que ser entregado en manos de gente pecadora y ser crucificado, pero al tercer día resucitará”.

Recordaron entonces sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. Eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago; también las demás que habían ido con ellas les decían lo mismo a los apóstoles, pero ellos lo tomaron por un delirio y se negaban a creerlas. Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio sólo las vendas por el suelo, y se volvió a su casa extrañándose de lo ocurrido.»

Lucas 21, 1-12

Comentario del Evangelio

Es Sábado Santo. Ayer Jesús fue crucificado y murió por nosotros. Y hoy, Sábado Santo, es un día triste, porque nos hemos dado cuenta de lo dura que ha sido la muerte de Jesús. Y es un día de preparación para el día de mañana, cuando Jesús vence a la muerte y resucita por todos nosotros.

Jesús nos enseña que todo es posible, que se puede vencer a la muerte, que nuestra fe no es una fe donde lo más importante no es lo que nace, sino lo que vive, lo que supera a la muerte. Preparémonos hoy para el día mañana, el domingo de Resurrección.

Para hacer vida el Evangelio

• ¿Has participado en alguna Vigilia en tu parroquia? Escribe tu experiencia.

• ¿Cómo debemos los cristianos prepararnos para la Resurrección de Jesús?

• Escribe un compromiso para prepararte en tu parroquia para la Resurrección de Jesús.

Oración

Porque Dios está por encima de la muerte,
porque Él nos saca de la mediocridad,
porque ha venido para que tengamos Vida en abundancia,

porque es el médico
que necesitamos los enfermos,
porque trae la paz
a todo corazón endurecido,
porque resucita todo lo que en nosotros anda dormido,
porque espabila nuestros desamores,
porque despierta nuestra capacidad
de perdón,
porque nos saca de la vida gris y rutinaria,
porque nos invita a construir fraternidad
y porque nos hace obreros de su Reino.
Canten los cielos y la tierra la maravilla del Señor,
le alaben todos los seres humanos
de la tierra,
le bendigan todas las criaturas vivientes,
le reconozcan como el Dios de los dioses,
le sigan como el único salvador,
le acepten como el mejor maestro de vida
y se abandonen en Él como el Padre
de toda confianza.

Que canten todos al Resucitado

Porque Dios está por encima de la muerte,
porque Él nos saca de la mediocridad,
porque ha venido para que tengamos Vida en abundancia,
porque es el médico
que necesitamos los enfermos,
porque trae la paz

a todo corazón endurecido,
porque resucita todo lo que en nosotros anda dormido,

porque espabila nuestros desamores,
porque despierta nuestra capacidad de perdón,

porque nos saca de la vida gris y rutinaria,
porque nos invita a construir fraternidad
y porque nos hace obreros de su Reino.

Canten los cielos y la tierra la maravilla del Señor,
le alaben todos los seres humanos de la tierra,
le bendigan todas las criaturas vivientes,
le reconozcan como el Dios de los dioses,
le sigan como el único salvador,

le acepten como el mejor maestro de vida
y se abandonen en Él como el Padre de toda confianza.

Reaviven su entusiasmo los tristes,
alégrense los cenizos y rutinarios,
renuévense los ritos aburridos,
reenamórense todas las parejas,
comuníquese el cariño en las familias,
demuéstrese compañerismo en el trabajo,
vívase fraternidad en los transportes,
renazca compasión en todos los corazones,
llénese el mundo del Amor de Dios

y todas las almas fortalézcanse
con su Espíritu.

Mari Patxi Ayerra

Notas para fijarnos en el evangelio Domingo de Resurrección

• “El primer día de la semana” (1) es el que más adelante recibirá el nombre de“domingo” o “día del Señor”. Y, según la manera judía de contar los días, es el tercer día desde el viernes, día de la muerte de Jesús.

•  “Primer día” (1) sugiere nueva creación, comienzo. El domingo, para los cristianos, es símbolo de esto: Dios nos recrea, Dios, por su amor, nos permite volver a empezar.

• Las “mujeres” (1) ya habían sido testigos de la muerte de Jesús y del traslado de su cuerpo al sepulcro. Son las que habían acompañado a Jesús desde Galilea (Lc 23,55).

• Estas mujeres, después de haber dado sepultura a Jesús, a la vuelta prepararon aromas y ungüentos, y el sábado guardaron el precepto del descanso (Lc 23,56). Por ellono van al sepulcro hasta la madrugada del domingo, terminado ya el sábado.

* La unción ritual con aceite se practicóen Israel desde tiempos antiguos en el momento de designar algunas personas para determinados cargos o funciones; con el tiempo se convirtió en el signo de la presencia de la fuerza y del Espíritu de Dios en la persona ungida. Inicialmente se reservaba al rey (1 Sa 10,1; 1Re 9,16),pero más tarde pasó también a formar parte del rito de consagración de los sa- cerdotes (Ex 29,7.21). Simbólicamente, también los profetas se consideraban “ungidos” por el Espíritu de Dios (ls 61,1-3). La palabra “ungido” (“mesías”) designaba a las personas que habían recibido la unción santa, particularmente el rey y el sumo sacerdote.

* En el Nuevo Testamento, la unción con aceite perfumado podía formar parte de la recepción de los huéspedes (Lc 7, 46). La carta de Santiago recomienda que los enfermos sean ungidos y se ore por ellos(Sant 5, 14). También se usaba la unción en el rito de sepultura (Mc 16, 1; Lc 23, 56;Jn 12, 3.7).

• El que el sepulcro esté vacío (3) no es ninguna prueba de la resurrección de Jesús. Pero abre la pregunta por lo que ha pasado y la necesidad de responder a la misma.

• Los “dos hombres con vestidos refulgentes” (4), Lucas los vuelve a presentar después de la Ascensión: dos hombres vestidos de blanco (Hch 1, 10). Hablar de vestidos refulgentes o blancos es una manera de relacionarlos con Dios. Las mujeres dicen, más adelante, que se trataba de unos ángeles (Lc 24, 23). En todo caso, se trata de unos mensajeros que traen una interpelación y un anuncio de parte de Dios: “¿qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado” (6).

• Las palabras de estos “hombres” (7) son el núcleo del evangelio, de la fe cristiana: Jesús, muerto en la cruz y sepultado, ha resucitado y vive para siempre.

• Todo eso había sido anunciado: Lc 9, 22; 9,43-44; 17, 25; 18, 32-33. En estos textos, las expresiones de obligación (es necesario…, tiene que…) indican que todo lo que Jesús anuncia forma parte de la voluntad de Dios.

• A partir de lo que han experimentado en el sepulcro, las mujeres, citadas por su nombre (10) y recordadas, por tanto, como las que habían seguido a Jesús (Lc 8, 1-3), son las primeras anunciadoras (9) de la resurrección de Jesús a pesar de que, probablemente, no entendían nada.

• “No las creyeron” (11): es una reacción normal si tenemos en cuenta que en el mundo judío la palabra de las mujeres no tenía valor de testimonio. Los evangelistas, los cuatro, recogen este hecho vivido por las mujeres precisamente por esto: si el testimonio de las mujeres no hubiese provocado ninguna novedad, no hablarían del mismo porque en el mundo judío no les serviría — sería un descrédito— para anunciar el Evangelio. Pero el testimonio de las mujeres provoca que Pedro “vaya corriendo al sepulcro”,que “se asome”, que “vea”, que “se vuelva admirándose” (12). Es decir, el anuncio de las mujeres provoca acción y tiene unas consecuencias que han llegado hasta nosotros.

Comentario al evangelio – 18 de abril

En la tarde de este jueves santo se remueven muchas fibras. Cuando la iglesia entera, esparcida por el mundo, entra en el cenáculo, se descubre a sí misma, hace un cursillo acelerado para aprender el arte de lavar los pies y se pregunta de nuevo qué significan el pan y el vino que come cada día. Hoy no quiero extenderme en explicaciones acerca de la Pascua judía o de la importancia teológica que tiene el relato que Pablo hace en la carta a los Corintios. Quisiera evocar con todos vosotros el sacramento de la eucaristía, vinculándolo -como hace la liturgia- al amor fraterno y al ministerio eclesial.

Una mole de hormigón y ladrillo cubre los cenáculos donde se asientan hoy los comensales. Los de ayer soñaban que el Nazareno les pusiera en marcha un país soberano. Lo soñaron hasta en la cena de despedida que conmemoramos en esta tarde. Los de hoy, alineados en bancos paralelos, nos conformamos con que nos mantenga el tono vital en medio de un ritmo acelerado. En ambos casos, el anfitrión no se contenta con cubrir el expediente: se da a fondo perdido. No sólo nos invita a comer, que ya es signo de amor, sino que se nos entrega como comida: «O sacrum convivium in quo Christus sumitur».

En medio de la ausencia -¿dónde puedo encontrar hoy a Cristo?- he aquí un destello en que el pasado, el presente y el futuro se funden en un memorial de intensiva presencia. Hace falta estar muy ciego para no percibir la hermosura de su rostro y la huella de su pie resucitado. En esta tarde del jueves santo aprendemos a «caer en la cuenta» de muchas presencias suyas casi desapercibidas.

Helo ahí en la asamblea congregada para recibir su dosis de pan y de palabra. Helo ahí, cargado de arrugas y recuerdos o con las hormonas bailando el ritmo adolescente. Helo ahí en medio de esa humanidad que huele a conformismo y a búsqueda sincera a partes iguales. Helo ahí porque Él lo ha dicho: donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Helo ahí en el que preside, débil de los pies a la cabeza, vestido de blanco y aprendiz de servidor, mano trémula y visible de un Amigo misterioso. Helo ahí en el ministro cuyo encargo primordial es lavar los pies y repartir el pan.

Helo ahí en la palabra que se extrae del cofre arcano y vivo de las Escrituras, de esa Palabra que permanece para siempre. Helo ahí hablando por la boca de Moisés y de Pablo de Tarso, con el estilo llano del evangelio de Marcos y con la elegancia de la carta a los Hebreos. Helo ahí porque Él lo ha dicho: quien acoge mi palabra a mí me acoge.

Helo ahí en la encarnación diminutiva del pan y del vino, frutos de la tierra y de la artesanía, hechos trampolín simbólico de un alimento sin fecha de caducidad. Helo ahí porque Él lo ha dicho: quien come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna.

Helo ahí, ignoto y estadísticamente inmenso, en esa turba de necesitados que lo mismo pasan hambre, que son encarcelados o que se entierran vivos en una depresión. Helo ahí porque Él lo ha dicho: lo que hicisteis con uno de estos pequeños conmigo lo hicisteis.

Helo ahí cruzando de parte a parte esta realidad del mundo que ha sido inyectada de resurrección. Helo ahí hablando la lengua de los signos de los tiempos, que hoy suena lucha por la paz y la justicia y mañana diálogo interreligioso o liberación de la mujer.

Helo ahí, invisible y terapéutico, en ese concentrado de presencias que es la eucaristía, cumbre y fuente de toda vida cristiana. Donde hay eucaristía hay asamblea, ministro presidente, Palabra, pan y vino, hombres y mujeres necesitados, signos de los tiempos. Helo ahí, pues, hecho vitamina del mundo en el gesto millonariamente repetido de tomar el pan, pronunciar la acción de gracias, partirlo y entregarlo.

¿Quién puede ser de los suyos al margen de este milagro cotidiano? ¿Quién va a partirse el tipo desenganchado del Único que se lo ha partido hasta el final?

Jesús Losada