Vísperas – Sábado Santo

VÍSPERAS

SÁBADO SANTO

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triundo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!»
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la palabra entrando por María
en el misetrio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Oh muerte, yo seré tu muerte; yo seré, oh abismo, tu aguijón.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagarél al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Oh muerte, yo seré tu muerte; yo seré, oh abismo, tu aguijón.

SALMO 142

Ant. Como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo, tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

Señor, escucha mi oración;
tú, que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú, que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
Mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.

Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.

Escúchame en seguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.

En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti.
Indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.

Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.

Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo, tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. «Destruid este templo —dice el Señor—, y en tres días lo levantaré.» Él hablaba del templo de su cuerpo.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. «Destruid este templo —dice el Señor—, y en tres días lo levantaré.» Él hablaba del templo de su cuerpo.

LECTURA: 1P 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el »Nombre-sobre-todo-nombre».

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él; y pronto lo glorificará.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él; y pronto lo glorificará.

PRECES

Adoremos a nuestro Redentor, que por nosotros y por todos los hombres quiso morir y ser sepultado para resucitar de entre los muertos, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de nosotros.

  • Señor Jesús, de tu corazón traspasado por la lanza salió sangre y agua, signo de cómo la Iglesia nacía de tu costado;
    — por tu muerte, por tu sepultura y por tu resurrección vivifica, pues, a tu Iglesia.
  • Tú que te acordaste incluso de los apóstoles que habían olvidado la promesa de tu resurrección,
    — no olvides tampoco a los que por no creer en tu triunfo viven sin esperanza.
  • Cordero de Dios, víctima pascual inmolada por todos los hombres,
    — atrae desde tu cruz a todos los pueblos de la tierra.
  • Dios del universo, que contienes en ti todas las cosas y aceptaste, sin embargo, ser contenido en un sepulcro,
    — libra a toda la humanidad de la muerte y concédele una inmortalidad gloriosa.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Cristo, Hijo de Dios vivo, que colgado en la cruz prometiste el paraíso al ladrón arrepentido,
    — mira con amor a los difuntos, semejantes a ti por la muerte y la sepultura, y hazlos también semejantes a ti por su resurrección.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor todopoderoso, cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro, te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 20 de abril

Lucas 23, 50-56
La luz del Esposo brilla en la noche

1. Oración

Señor, en este día sólo hay soledad y vacío, ausencia y silencio: una tumba, un cuerpo sin vida y la oscuridad de la noche. Ni siquiera  Tú eres ya visible: ni una Palabra, ni un respiro. Estás haciendo Shabbát, reposo absoluto. ¿Dónde te encontraré ahora que te he perdido?

Voy a seguir a las mujeres, me sentaré también junto a ellas, en silencio, para preparar los aromas del amor. De mi corazón, Señor, extraeré las fragancias  más dulces, las más preciosas, como hace la mujer, que rompe, por amor, el vaso de alabastro y esparce su perfume.

Y llamaré al Espíritu, con las palabras de la esposa repitiendo: “ ¡Despierta, viento del norte, ven, viento del sur! ¡Soplad sobre mi jardín ¡  ( Ct. 4,16)

2. Lectura

 Del evangelio según S. Lucas  (23, 50-56)

50 He aquí  un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo,
51 que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.
52 Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
53 Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
54 Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
55 Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado.
56 Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.

3. Meditación

 “He aquí”. Esta sencillísima expresión es, en realidad, una explosión de vida y de verdad, es un grito que rompe la indiferencia, que sacude de la parálisis, que atraviesa el velo. Es contraria a y libera de la inmensa posición de distancia que ha acompañado la experiencia de los discípulos de Jesús durante la pasión. Pedro lo seguía de lejos ( Lc 22,54); todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido lo observaban desde lejos ( Lc 23,49). José de Arimatea, sin embargo, se adelanta, se presenta ante Pilato y pide el cuerpo de Jesús. Él está ahí, no está entre los ausentes; está cercano, no guarda una distancia y ya no se va.

 “Ya comenzaba la luz del Sábado.” Este Evangelio nos coloca en ese momento tan particular que se da entre la noche, la oscuridad, y el nuevo día, con su luz. El verbo griego usado por Lucas parece describir de modo concreto el movimiento de este Sábado santo, que poco a poco emerge lentamente de la oscuridad y sale y crece por encima de la luz. Y en este movimiento de resurrección también participamos nosotros, que nos acercamos con fe a esta Escritura. Pero es necesario escoger: permanecer en la muerte, en la Parasceve, que sólo es “preparación” y no cumplimiento, o aceptar el entrar, ir hacia la luz. Como dice el mismo Señor: “¡Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz!” ( Ef 5,14), usando el mismo verbo.

 “que habían venido…siguieron”. Son muy hermosos estos verbos de movimiento, referidos a las mujeres, porque nos hacen comprender toda la intensidad de su participación en la historia de Jesús. Entre otras cosas, Lucas escoge cuidadosamente algunos matices, por ejemplo mediante la colocación de una partícula que refuerza e intensifica el verbo seguir, y también la preposición “con” para el verbo venir. Se mueven juntas, se mueven con decisión, impulsadas por la fuerza del amor. Su viaje, iniciado en Galilea, continúa ahora, también a través de la muerte, a través de la ausencia. Quizá sienten que no están solas y anuncian ya que Él está.

 “observaron el sepulcro”. ¡Es muy hermoso observar que en los ojos de estas mujeres hay una luz más fuerte que la noche! Son capaces de ver más allá, observan, advierten, miran con atención e interés; en una palabra: contemplan. Son los ojos del corazón los que se abren a la realidad que les rodea. Alcanzadas por la mirada de Jesús, llevan impresa dentro de sí la imagen de él, el Rostro de aquel Amor que ha visitado e iluminado toda su existencia. Ni siquiera el drama de la muerte y de la separación física pueden apagar aquel Sol, que nunca se oculta. Aunque sea de noche.

 “regresaron”. Conservan aún más la fuerza interior para tomar decisiones, para realizar movimientos, para ponerse de nuevo en camino. Dan la espalda a la muerte, a la ausencia y regresan como guerreras victoriosas. No llevan trofeos en las manos, pero llevan en el corazón la certeza, el coraje de un amor ardiente.

 “prepararon aromas y aceites perfumados”. Esta era una ocupación propia de los sacerdotes, como dice la Escritura ( 1 Cron 9,30); una tarea sagrada, una función casi litúrgica, como si fuese una oración. Las mujeres del Evangelio, en efecto, oran y son capaces de   transformar la noche de la muerte en lugar de bendición, de esperanza, de atención amorosa y atenta. Ninguna mirada, ningún movimiento o gesto es en vano  para ellas. Preparan, o mejor, como si intuyeran el significado hebreo correspondiente, elaboran los aromas perfumados mezclando con sabiduría los ingredientes necesarios, en la justa medida y proporción. Un arte del todo femenino, totalmente materno, que nace de dentro, desde el  vientre materno, lugar privilegiado del amor. El Sábado santo, es, por lo demás, como un vientre que sostiene la vida; abrazo que custodia y acuna a la nueva criatura que está para venir a la luz.

 “observaron el descanso”. Pero ¿de qué descanso se trata en realidad? ¿ Qué detenimiento, qué suspensión se está dando en la historia de la vida de estas mujeres, en lo profundo de su corazón? El verbo usado por Lucas recuerda claramente el “silencio”, que se convierte en el protagonista de este Shabbát, Sábado santo de la espera. No hay más palabras por decir, declaraciones o discusiones; toda la tierra está en silencio, mientras sopla el viento del Espíritu (cf. Job 38,27) y se esparcen los perfumes. Solamente vuelve un canto al corazón en la noche ( cf. Sal 76,7): es un canto de amor, repetido por las mujeres y, junto a ellas, por José y por aquellos que, como él, no quieren  las decisiones y acciones de los demás ( v. 51) en este mundo. Las palabras son las que repite la esposa del Cántico, las últimas, guardadas para  el Amado,cuando al final del Libro ella dice: “Apresúrate, amado mío, como un ciervo, sobre las montañas perfumadas” (Ct 8,14). Este es el grito de la resurrección, el canto de victoria sobre la muerte.

4. Alcune Domande Algunas Preguntas

*¿Dónde estoy yo hoy?¿ Me mantengo, quizá, aún lejos y no quiero acercarme a Jesús, no quiero ir a buscarlo, no quiero esperarle?
*¿Cuáles son mis movimientos interiores, cuáles son las actitudes de mi corazón? ¿Quiero seguir a las mujeres, entrar en la noche y en la muerte, en la ausencia, en el vacío?
*¿Se abren mis ojos para mirar atentos el lugar de la sepultura, a las piedras talladas, que ocultan al Señor Jesús? Quiero hacer una experiencia de contemplación, es decir, ver las cosas con un poco más de profundidad, más allá de la superficie? ¿Creo en la presencia del Señor, más fuerte que la de la tumba y de la piedra?
*¿Acepto regresar, también yo, junto con las mujeres? Es decir, ¿de hacer un camino de conversión, de cambio?
*¿Se da en mi un espacio para el silencio, para la atención del corazón, que sabe mezclar los aromas justos, los ingredientes mejores para la vida, para el don de mí mismo, para la apertura a Dios?
*¿Siento nacer dentro de mí el deseo de anunciar la resurrección, la vida nueva de Cristo alrededor de mí? ¿Estoy también yo, al menos un poco, como las mujeres del Evangelio, que repiten la invitación al Esposo: “¡Levántate!”?

Oración Final

 ¡Señor, para tí la noche es clara como el día!

Protégeme, Dios mío, que me refugio en tí.
Yo digo al Señor: “ Mi Señor eres tú, sólo tú eres mi bien”
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa:
en tus manos está mi vida.

Me ha tocado un lugar de delicias
mi heredad es estupenda
bendigo al Señor que me aconseja
hasta  de noche me instruye internamente
siempre me pongo ante el Señor
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se alegra mi corazón y se gozan mis entrañas
y todo mi ser descansa sereno
porque no me entregarás a la muerte

ni dejarás a tu fiel caer en la corrupción
Me enseñarás el sendero de la vida
me llenarás  de gozo en tu presencia
de alegría perpetua a tu derecha.
(del Salmo 15)

Invitados a vivir una nueva vida

1- ¡Feliz Pascua! Estamos ya en el esplendor del gran Día de la Resurrección de Cristo. ¡Ha resucitado Cristo, el Señor! A pesar de la situación de pecado y muerte que existen en el mundo, hoy la Iglesia unida a su Señor proclama dichosa el gran misterio de la vuelta de Jesús a la vida, pero ahora indestructible y absolutamente gozosa. Dejémonos inundar por la gracia de este hecho que nos llena de esperanza segura y eficaz con la fe cristiana que hemos recibido en nuestro bautismo. La Resurrección de Jesús es la celebración cumbre y central de todo el Año Litúrgico que se renueva cada domingo. Es la verdad nuclear de nuestro cristianismo, como fundamento, contenido y raíz de nuestra fe, esperanza y caridad. Es el momento cumbre de la vida de Jesucristo y del plan de Dios Padre para salvar a los hombres muertos por el pecado.

2.- Vida nueva. La Carta a los Colosenses nos anima a buscar los bienes de arriba, junto a Cristo. Recibimos la semilla y el comienzo de una vida totalmente nueva para todos los que creemos en Él, incorporados a la Iglesia que vive de esta luz vivificante de su Resurrección. Cristo resucitó de entre los muertos y es el primero de todos los que por la fe habremos de resucitar con Él. La Resurrección de Cristo es pues el misterio central de nuestra fe, aunque de ninguna manera puede ser constatado por las ciencias de manera directa, pues es un hecho totalmente inédito y trascendente que está más allá del espacio y del tiempo, camino abierto hacia la eternidad que únicamente se conquista por la fe y con la luz de la ciencia humana sujeta a esta fe trascendente y misteriosa.

3.- Testigos de la vida. Por el bautismo hemos quedado injertados en la muerte y resurrección de Cristo. La fuerza y gracia de este maravilloso acontecer en la existencia de los cristianos puede y debe traducirse de múltiples maneras en la vida cotidiana. Resucitar es tarea y meta de cada día. Nuestra peregrinación por el mundo es conquistar en cada momento el estado de “resucitados” cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios. Hacer oración constante es resucitar en la comunión con Dios. Las obras de misericordia que practiquemos con nuestros hermanos, especialmente los más débiles y desamparados… son formas de resucitar. Cuando pedimos perdón o lo otorgamos a quienes nos han ofendido…es resucitar. Ser diligentes y comprometidos en nuestras responsabilidades de estado y cada día, también son formas de resucitar. Cuando nos privamos de algún gusto, una comodidad, un tiempo libre que dedicamos a otros, estamos resucitando. Aceptar con paciencia, amor y generosa entrega nuestras enfermedades, pruebas y desamparos, son facetas de nuestra misteriosa resurrección. Demos testimonio de nuestra experiencia como lo hizo Magdalena con Pedro y Juan y como hicieron ellos con todos: vieron, creyeron y testimoniaron que Cristo estaba vivo.

José María Martín OSA

Comentario del 20 de abril

Nuestra celebración pascual es una firme profesión de fe en la vida: la vida que surge de la nada en los albores de la creación y la vida que resurge de la muerte en el momento de la resurrección, una vida que nos remite al que es su origen y fuente, al Dios creador y al Dios recreador. Porque la vida que nos es dado vivir no es autosuficiente, ni el fruto casual de unas conexiones moleculares y lumínicas o fotovoltaicas. La vida no es un hecho azaroso en un universo igualmente azaroso. En el principio de todo está la Razón creadora y planificadora, no el absurdo ni la casualidad. En el principio de todo no está la luz, sino el Creador de la luz. En el principio de la vida no está el agua, sino el Creador de las aguas. Sólo así, en cuanto creadas, la luz y el agua pueden producir vida.

Y, puesto que en el principio está el Dios de la vida, puede haber vida donde todavía no había nada o donde ya sólo queda muerte. Todo depende de la voluntad y el poder de este Dios que ha decidido crear seres capaces de conocerle y de amarle, seres capaces de reconocerle y de dejarse amar por él.

En esta noche luminosa en que se nos hace tan claro que dependemos enteramente de esta Razón creadora y recreadora que nos da a compartir su vida no sólo en este mundo, sino en el más allá de la muerte, todo nos invita a la alegría y al gozo. Es noche, pero noche de amaneceres, de condenas rotas, de losas descorridas, de ascensiones victoriosas, noche preñada de luz y de vida: una vida tan pujante que no hay barrotes ni sepulcro que la puedan contener o retener. Sabemos de dónde viene su potencia: de la palabra de Dios que dice: Hágase. Y se hizo la luz, y se hizo la vida encerrada en la muerte. Es la palabra poderosa que brota de la voluntad de esta Razón primigenia que da existencia y sentido a todo cuanto existe.

Una luz realmente dichosa para todos aquellos que se dejan iluminar por esta luz. Gocémonos con la tierra inundada de tanta claridad. Es la claridad de la Pascua, la claridad aportada por aquel que es realmente Luz del mundo, y como luz se ha hecho presente en nuestro mundo para iluminarnos y darnos vida. Él es nuestro Salvador: el que ha venido de parte de ese Dios para enseñarnos el camino que conduce a la vida, a esa vida que nos está reservada y que la muerte no nos permite alcanzar sino pasando por la resurrección. La luz no sólo ilumina para ver por dónde ir; también proporciona vida, aunque no sin otros elementos en los que actuar como la tierra y el agua. Tanto la luz como el agua están muy presentes en nuestra celebración. Ambos simbolizan la vida que germina en nuestra tierra, es decir, en nuestra carne: carne iluminada, carne bautizada, carne llamada a la resurrección y a la gloria. Porque ¿de qué nos serviría haber nacido para vivir una vida tan precaria como la que se nos concede vivir en este mundo? ¿No quedarían frustrados muchos de nuestros anhelos y proyectos? Nos resistimos a morir porque Dios ha puesto en nosotros un anhelo de vida eterna, un deseo incontenible de vida que parece tener reflejo incluso en nuestros genes ansiosos de inmortalizarse.

La resurrección de Jesús, mortal como nosotros, más aún, muerto y sepultado, permite creer en nuestra resurrección. Alguien de nuestro linaje ha recuperado la vida después de muerto, o mejor, ha alcanzado, tras la muerte, una vida desde la que le es posible dar muestras de que está vivo, puesto que puede compartir algunas operaciones con los todavía vivientes en este mundo. Es la vida de un resucitado y no simplemente de un revivido o reanimado. La vida de un reanimado sigue siendo mortal, la del resucitado, no, pues ha vencido a la muerte para siempre. Sólo esta vida merece ser objeto de nuestra aspiración. Sólo el logro de esta vida supone un verdadero triunfo. Los triunfos de la medicina venciendo ciertas enfermedades, retrasando unos años más la muerte, haciendo de ella un trance menos doloroso, son triunfos parciales, pero en último término insuficientes. No sacian nuestra sed de inmortalidad.

No busquéis entre los muertos al que vive, les dijeron aquellos hombres de vestidos refulgentes a las mujeres que acudieron al sepulcro atraídas por el cadáver de Jesús. No está aquí. Ha resucitado. Está vivo, aunque en otra dimensión. La muerte no ha sido capaz de retener su carne en el reino de lo inorgánico y de lo corruptible, porque su carne es la carne del Verbo y está transida por el Espíritu de Dios; y no hay nada que pueda oponer resistencia al Espíritu de Dios, ni siquiera la nada del principio, cuando no había siquiera luz fuera de Dios, mucho menos la noche transitoria de la muerte.

Confiemos en la palabra de Dios, confiemos en su poder, confiemos en la razón que Dios ha puesto en las cosas. Todo depende de esta voluntad creadora y salvífica. Y alegrémonos de no estar solos y desvalidos en el mundo; alegrémonos de tener Dios, y un Dios que nos ha hecho para él y para compartir vida con él. Dejemos que la luz recibida en nuestro bautismo (y que hace de nosotros «iluminados») siga generando vida en nosotros: la vida esplendorosa de la Resurrección.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 74. El plan de estudios de las Facultades de Teología comprende:

a) el primer ciclo, institucional, que dura un quinquenio o diez semestres, o también un trienio o seis semestres, si anteriormente se ha exigido un bienio de filosofía.

Los primeros dos años han de ser dedicados, en mayor manera, a una sólida formación filosófica, necesaria para afrontar adecuadamente el estudio de la teología. El Bachillerato obtenido en una Facultad eclesiástica de Filosofía sustituye a los cursos de filosofía del primer ciclo en las Facultades teológicas. El Bachillerato en Filosofía, obtenido en una Facultad no eclesiástica, no supone un motivo para dispensar completamente a un estudiante de los cursos filosóficos del primer ciclo en las Facultades teológicas.

Las disciplinas teológicas deben ser enseñadas de modo que se ofrezca una exposición orgánica de toda la doctrina católica junto con la introducción al método de la investigación científica.

El ciclo se concluye con el grado académico del Bachillerato o con otro grado similar tal como se precisará en los Estatutos de la Facultad.

b) el segundo ciclo, de especialización, dura un bienio o cuatro semestres.

En él se enseñan las disciplinas peculiares según la diversa índole de la especialización y se tienen seminarios y ejercitaciones para conseguir práctica en la investigación científica.

El ciclo se concluye con el grado académico de la Licenciatura especializada;

c) el tercer ciclo en el cual, durante un período de tiempo congruo, se perfecciona la formación científica, especialmente a través de la elaboración de la tesis doctoral.

El ciclo se concluye con el grado académico del Doctorado.

Cristo ha salido victorioso de la muerte

“Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Éste es el primer día de la semana, es el día de la nueva creación. Lo antiguo ha pasado, comienza una nueva vida. Cristo ha resucitado, ha salido victorioso de la muerte. Celebremos con gozo la fiesta de la Pascua.

1. La tumba vacía. Aquél primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro esperando ver un cadáver, el cuerpo sin vida de su Señor. También Pedro y Juan corrieron al sepulcro para ver aquello que contaban las mujeres. Donde esperaban ver un cuerpo sin vida han encontrado un sepulcro vacío. La vida ha vencido a la muerte. Cristo ya no está entre los muertos, ha resucitado y está vivo y presente en medio de nosotros. La tumba vacía es signo de la Resurrección. Pedro, es el primero en entrar en el sepulcro. Aunque Juan había llegado primero, sin embargo, deja la primacía a Pedro, el primero de los apóstoles. Pedro entra en el sepulcro y ve todo como lo habían dicho las mujeres: las vendas por el suelo y el sudario enrollado en un sitio aparte. Pero sólo se queda con el signo: el cuerpo de Jesús no está aquí. Después entra Juan, el discípulo amado, el que había recostado su cabeza sobre el pecho de Jesús en la Última Cena, el único de los apóstoles que había permanecido con las mujeres junto a la cruz de Jesús. Y éste, al entrar y ver el sepulcro vacío, creyó. Sólo el que ha vivido en la intimidad de Jesús, el amado, el que ha permanecido junto a la cruz de Jesús y ha contemplado el amor de Dios manifestado en el Crucificado, es el que es capaz de ver y creer. La resurrección es un hecho cierto, verdadero, pero que sólo se puede creer desde el amor.

2. Una vida nueva. La Resurrección nos trae una vida nueva. Ya no vivimos bajo la antigua ley, sino que Cristo nos ha dado una ley nueva, la ley del amor. La vida nueva que nace de la resurrección es la vida del amor verdadero. Nosotros participamos de esta vida nueva por medio del Bautismo. La fuente que anoche bendecíamos en la solemne Vigilia Pascual es el surtidor de un agua viva que renueva la tierra. Pues, si hemos renacido de nuevo por la resurrección de Cristo, vivamos entonces como hombres nuevos. Ya que hemos resucitado con Él, abandonemos nuestra vida mundana y busquemos los bienes de allá arriba, donde está Cristo. El mundo nuevo ha comenzado hoy con la Resurrección. Un reino de luz y de vida, como hemos rezado en la oración colecta de la misa de hoy.

3. Somos testigos de la Resurrección. Pero esta alegría pascual, esta vida nueva que nace de la Resurrección de Cristo, no es algo que nos podemos quedar para nosotros mismos. Hemos de compartir la luz de la Pascua con todos los hombres. El mundo necesita la luz de Cristo, necesita la alegría de la Resurrección, necesita una vida nueva. Sólo Cristo nos puede dar esta nueva vida de la que el mundo está sediento. Por ello, al celebrar hoy la fiesta de la Pascua, nos convertimos cada uno de nosotros en apóstoles, en testigos de la Resurrección de Cristo. Como Pedro, también nosotros hemos comido y bebido con Cristo. Cada día, en la Eucaristía, compartimos su cuerpo y su sangre, pan de vida y bebida de salvación. Como Pedro, también nosotros estamos llamados a salir sin miedo para anunciar al mundo entero la nueva gozosa de la Resurrección. Somos testigos de la vida, no sólo con palabras, sino también, y sobre todo, con nuestras obras. Las obras de los cristianos, nuestras obras, han de ser luz en medio de la oscuridad. Seamos valientes, pues tenemos la fuerza de la vida, el don del Bautismo. El mundo tiene derecho a alegrarse por la Resurrección y nosotros somos sus misioneros.

La Pascua, la fiesta más grande de los cristianos, no termina este día. La Iglesia seguirá durante ocho días, la octava de Pascua, celebrando esta fiesta como si de un mismo día se tratase. Y después continuaremos celebrando la Pascua durante la cincuentena pascual, hasta la solemnidad de Pentecostés. Que María, la Reina del Cielo como la aclamamos en el cántico pascual del Regina Coeli, nos acompañe en este camino de alegría pascual. Que ella, que vivió con los apóstoles la alegría de la Resurrección y esperó con ellos la venida del Espíritu Santo, renueve nuestras fuerzas y nos conceda la esperanza de la vida nueva que hoy ha comenzado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Francisco Javier Colomina Campos

Ganó la batalla

Nuestros ojos contemplan el Misterio más central donde se sustentan nuestras convicciones cristianas: la gloria del Señor Resucitado.

1.- Sólo, los que se asoman al sepulcro vacío, en esta mañana de Pascua, pueden –podemos- entender, el secreto de este Misterio: ¡El gran milagro de Dios! ¡La Resurrección de Cristo!

Estamos, todavía impresionados por la Vigilia Pascual; hemos querido prepararnos para el gran acontecimiento en el que está fundamentada nuestra fe: ¡Ha resucitado! ¡Aleluya!

En este Día del Señor, arranca nuestro propio día. Hoy, sustentado en el Día Eterno del Señor, se comienza a levantar nuestro propio ser eterno. Hoy, en el sepulcro abierto del Señor, comenzamos a buscar las llaves del sepulcro de cada uno de nosotros: ¡Ya no estarán cerrados para siempre! ¡Viviremos! ¡Resucitaremos!

Con la Resurrección de Jesús, comenzamos nuestro propio peregrinar hacia la Ciudad Santa. No podemos estar tristes. Los peregrinos tienen una meta y, nosotros, ya tenemos la nuestra: la gloria del Señor, la vida eterna. La alegría de las santas mujeres, en la mañana de la Pascua, la tenemos también nosotros en estas horas. Felicitamos al Señor en el momento de su gran prodigio: la resurrección. Felicitamos al Señor porque, su conquista sobre la muerte, es una batalla ganada para todo hombre, para todo bautizado, para todo aquel que, desde la fe y movido por el Espíritu Santo, quiera seguir los caminos del Señor que conducen a la eterna Pascua.

¿Entendemos ahora el fin de la Cuaresma? ¿Nos hemos preparado –como deportistas en la fe- a este momento culminante, a este gran final? ¿Vemos con los ojos de la fe? ¿Tenemos un corazón sensible y dispuesto para buscar las cosas de arriba sin quedarnos en el piso firme?

2.- Hoy es la alborada con la luz más radiante para toda humanidad. La Resurrección del Señor lo penetra todo. Lo invade todo. Lo explica todo. Por ella, por la Pascua, merece la pena cambiar y volver de caminos equivocados. Es el momento adecuado para morir, en aquello que tengamos que morir, si hemos de vivir con el que queremos vivir para siempre. La suerte de Cristo (¡qué gran suerte!) es la nuestra: ¡Viviremos con El!

Hoy, es la mañana de luz, donde germina la fe en el Resucitado. Una fe que se enriquece y se hace más fiable  cuando recordamos lo que, Jesús, camino de la Pascua nos ha sugerido: amor, conversión, oración, adoración a Dios. En definitiva, buscando y modelando con todas las consecuencias, una vida nueva.

Que tengamos la suerte de encontrarnos con el Señor. No tengamos miedo en asomarnos al sepulcro vacío. El vacío está lleno de una gran presencia: la mano de Dios. Un Dios que actúa para la salvación del hombre. Un Dios que sorprende, como siempre lo hace, a todo aquel que, amándole, no se deja llevar o vencer por otros dioses de tercera. ¡Ha resucitado! ¡Aleluya!

Vivamos, cantemos, gocemos son especial intensidad todos estos sentimientos. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

Javier Leoz

Ser testigos de la resurrección

Las lecturas nos hablan del testimonio de los primeros cristianos, aquellos discípulos del Señor que reconociéndose designados por Dios para una misión y, principalmente, sabiéndose amados por el Señor, se dejaron transformar por la acción del Espíritu para comunicar con parresía lo que habían visto y oído.

El sepulcro vacío

En los relatos sobre la resurrección del Señor, una de las tradiciones es la que se fundamenta en la experiencia de no encontrar a Jesús en el sepulcro donde lo habían enterrado, al amanecer del primer día de la semana. El texto evangélico de Juan 20, 1-9 narra cómo María Magdalena y, esa misma mañana, Pedro y el discípulo que Jesús amaba, constatan que el Señor no estaba en la tumba y, a partir de este momento, creen y corren a anunciar lo visto. La fuerza del relato como punto de partida de una experiencia de fe no se basa en la constatación de la ausencia del cuerpo, sino en ciertos signos que para ellos fueron contundentes para así entender que se había cumplido lo que Jesús les había anunciado: la losa quitada y la forma en que estaban los lienzos y el sudario con los que habían envuelto el cuerpo.

El Testimonio

En la lectura de los Hechos de los Apóstoles, Pedro toma la palabra y da testimonio de la resurrección del Señor. Pedro no se predica así mismo, el protagonista de su mensaje es Dios y su acción en favor de los seres humanos, algo que él experimentó en primera persona y que se siente testigo de todo lo ocurrido. El testimonio cristiano tiene como centro las palabras de Pedro: “me refiero a Jesús de Nazaret”. La experiencia con el Resucitado mueve al cristiano a comunicar a todos aquello que ha cambiado su vida, compartiendo así el motivo y la razón de su alegría. Muchas veces las palabras no son suficientes, la fuerza del obrar ha de sostener nuestro discurso y en otras ocasiones ser nuestras únicas palabras.

Ser testigos de la resurrección del Señor

¿Cómo ser testigos de un hecho que no hemos presenciado y que no ha acontecido en nuestra persona? Ciertamente la resurrección del Señor Jesús de entre los muertos es una verdad de fe central del cristianismo, y tan central que, como dice san Pablo, de no haber resucitado vana sería nuestra fe. Sin embargo, para poder ser testigos es menester tener experiencia de aquello que se nos pide testificar. Tanto María Magdalena como Pedro y el discípulo amado, al “ver”, “creyeron” y “entendieron”. Estos verbos son fundamentales en la experiencia cristiana de fe. Es verdad que la fue Jesús quien experimentó en su ser la resurrección y todavía no ha llegado nuestro momento, sin embargo, aquello que se nos pide experimentar no es la resurrección sino el encuentro con el Resucitado, con el Viviente, aquel que la muerte no pudo retener y que, como dice Pedro en su discurso, tiene la gracia de manifestarse. Esta experiencia de Dios, hecho fundante de la fe cristiana transmitida desde los apóstoles, sigue siendo necesaria para todos los que profesamos el nombre de cristianos, quienes tenemos el encargo de predicar a dando solemne testimonio.

Que la figura de María Magdalena, primera predicadora de la fe, sea un testimonio para nosotros; que así como Dios le dio la gracia de con solo ver la losa quitada del sepulcro corriera anunciar a los demás la necesidad de encontrar al Resucitado, nosotros también corramos a dar  testimonio de aquel que por nuestra salvación murió clavado en una cruz y vive. 

Fr. Octavio Sánchez O.P.

Encontrarnos con el resucitado

Según el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?

Es un error que busquemos «pruebas» para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado, hemos de hacer ante todo un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.

Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Pero cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?».

Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?

Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: «¡María!». Ella se vuelve rápida: «Rabbuní, Maestro».

María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos revela lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.

No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándolo solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto interior con su persona. Es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 20 de abril

Hoy es un «no-día», una noche que dura veinticuatro horas, una jornada no litúrgica. La Iglesia vela junto al cuerpo sepultado de Jesús. Es difícil entender esto porque hoy, precisamente hoy, es cuando muchos aprovechan la jornada para salir al campo, divertirse, descansar un poco después de la intensidad del jueves y del viernes. ¿En qué consiste, pues, ese velar junto al Cristo sepultado? ¿No estaremos viviendo un abismo insalvable entre la liturgia y la vida cotidiana?

Hoy Cristo está «missing», como dicen a veces los jóvenes. Está desaparecido. «No sabemos dónde lo han puesto». Hoy, día no litúrgico, celebramos la liturgia del Cristo desaparecido del mapa. Hoy es el día de todos aquellos que hace tiempo que no saben/no contestan cuando se preguntan por su fe en Jesús. Es el día de las culturas que han tenido a Cristo como centro y que hoy no saben dónde lo han escondido. Es el día de quienes a menudo nos lavamos las manos cuando tenemos que arriesgarnos por él. Es el día de los que ya no se preguntan por la fe sino que simplemente están asentados en la indiferencia.

¡Cuántas evocaciones en este sábado santo! ¡Cuántos deseos de que en esta noche, rotas las tinieblas, emerja esa luz matutina que es Cristo resucitado! Pero no precipitemos las cosas. Frente a los que vivirán el día de hoy en la total indiferencia, aprendamos a vivir en un silencio expectante.

Feliz Pascua de Resurrección.

 

Jesús Losada