Vísperas – Domingo de Resurrección

VÍSPERAS

DOMINGO DE PASCUA
DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

LECTURA: Hb 10, 12-14

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha d eDiso y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean peustos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Al anochecer de aquel día, el primero de la seana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al anochecer de aquel día, el primero de la seana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, el Señor, que murió y resucitó por los hombres, y ahora intercede por nosotros, y digámosle:

Cristo, Rey victorioso, escucha nuestra oración.

  • Cristo, luz y salvación de todos los pueblos,
    — derrama el fuego del Espíritu Santo sobre los que has querido fueran testigos de tu resurrección en el mundo.
  • Que el pueblo de Israel te reconozca como el Mesías de su esperanza
    — y la tierra toda se llene del conocimiento de tu gloria.
  • Consérvanos, Señor, en la comunión de tu Iglesia
    — y haz que esta Iglesia progrese cada día hacia la plenitud que tú le preparas.
  • Tú que has vencido la muerte, nuestro enemigo, destruye en nosotros el poder del mal, tu enemigo,
    — para que vivamos siempre para ti, vencedor inmortal.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Cristo Salvador, tú que te sometiste incluso a la muerte y has sido levantado a la derecha del Padre,
    — recibe en tu reino glorioso a nuestros hermanos difuntos.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte, concede a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo, ser renovados por tu Espíritu, para resucitar en el reino de la luz y de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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¡Feliz Pascua!

Ya sé que socialmente no toca porque no cuadra con los criterios que la sociedad en que vivimos marca a la hora de establecer un tipo de comportamiento por lo que a nuestras relaciones personales respecta. No es, por ejemplo, tiempo de regalos o de reuniones familiares especiales, como es el caso de la Navidad, etc. Aunque a lo mejor, si lo apuramos un poco, podríamos aducir unas minivacaciones que, en algunos casos, han tenido como objetivo contemplar las procesiones de Semana Santa de algún lugar concreto del Estado.

Sea como fuere y dejando muy claro que no pretendo hacer ningún tipo de proselitismo, porque no va en absoluto conmigo, sí quiero, sin embargo, exteriorizar mis sentimientos, cargados de sabor a valores humanos y, por lo mismo, a Evangelio, para compartirlos con todas y todos vosotros con quienes me siento unido por vínculos muy diversos.

En primer lugar, feliz Pascua, a quienes pensáis que la vida es el valor más grande que tenemos las personas; a pesar de que tantas veces no la sepamos dar el valor que merece ni hacer algo o lo posible para que la de otras personas que viven dominadas por estructuras de muerte puedan saborear la dulzura que comporta vivir de una manera mínimamente digna. Una vida que en primavera tiene un sabor especial y diferente, porque cada año por este tiempo comienza un nuevo amanecer preñado de ese color e ilusión que nos brindan las flores del campo y el cantar de las aves.

Feliz Pascua, también, a quienes tenéis el pleno convencimiento de que solamente el amor es el valor que nos convierte de verdad en personas. Un amor que no admite distinciones de ningún tipo ni hace acepción de personas ni entre personas. Un amor que es capaz de dominar nuestros instintos más bajos consiguiendo que el odio y el rencor desaparezcan de nuestras relaciones humanas. A quienes pensáis que únicamente el amor y no la fe es lo que acerca al verdadero Dios, concretamente al Dios que Jesús muestra en el Evangelio.

Feliz Pascua, a cuantos/as pensáis que la amistad es un valor de precio incalculable, pero que exige cuidarla y cultivarla de manera constante; pues es tan frágil como la rosa de un jardín que puede marchitarse si no se la riega; pero a la vez tan necesaria para impregnar de buen olor nuestras relaciones humanas. A vosotras y vosotros que seríais incapaces de traicionar a esa persona que os ha abierto su corazón de par en par, y que está dispuesta a alargaros la mano siempre y a compartir vuestros mejores momentos, a pesar de que su vida no esté discurriendo precisamente por sendas placenteras.

Feliz Pascua, a todas y todos cuantos habéis decidido que hay que hacer los esfuerzos que hagan falta para mantener viva la esperanza. No solo cuando los triunfos llaman a vuestras puertas, sino cuando la adversidad se ceba en vuestras vidas o en las vidas de personas que queréis, que os quieren o con quienes mantenéis una relación especial de amistad o de amor. Feliz Pascua, a vosotros y vosotras, hombres y mujeres, que comprendéis que a otras personas puedan llegar a faltarles las fuerzas hasta el límite de la desesperación, haciendo algo por vuestra parte para intentar mitigar un poco semejante situación.

Feliz Pascua, a quienes tenéis cada día más fe. Pero no una fe religiosa, que muchas veces resulta bastante fácil y hasta cómoda. Sino una fe que se traduce en confianza plena en toda persona; sin tener en cuenta el ideario político, religioso o humano que pueda tener. En toda persona independientemente de su orientación sexual o afectiva, de su color o raza, de su estatus social y económico; procurando, eso sí, estar lo más cerca posible de aquellas y aquellos a quienes, por las razones que fueren, les está costando vivir con un mínimo de dignidad. Feliz Pascua a quienes seguís creyendo que la utopía continúa siendo más necesaria hoy que nunca porque no podemos dejar nuestras relaciones humanas y las relaciones entre pueblos en manos del poder y del dinero. A vosotras y vosotros que creéis que ser utópicos/as no es sinónimo, ni mucho menos, de ilusos i de bien pensantes sin más.

Feliz Pascua, a todas y todos a cuantos la sinceridad os comporta problemas por defender la verdad; no la vuestra, sino la que ayuda a levantar de la miseria, al menos un poco, a aquellas personas que viven enfangadas en lo más profundo de ella. A vosotras y vosotros que no habéis consentido nunca ni consentiréis que la injusticia se ponga por encima del derecho de nadie, de manera especial de las personas que son ignoradas totalmente por la ley. Feliz Pascua, a todas y todos cuantos gritáis ¡basta, ya! ante tanta corrupción que no hace sino que unos pocos acumulen grandes fortunas, mientras a una gran mayoría les falta lo esencial e imprescindible; tanto a nivel individual, como de pueblos y países.

Feliz Pascua, a quienes, a pesar de los reclamos insistentes a vivir pensando únicamente en vuestro confort y bienestar, habéis decidido comprometeros, desde vuestras capacidades, fuerzas y posibilidades, con todas aquellas causas que reclaman auxilio urgente por parte de los más desfavorecidos. Con las causas de quienes no cuentan para nadie; de quienes son ignorados por quienes rigen los destinos de los pueblos; de aquellas personas a quienes no se les da ninguna oportunidad o, en caso de dársela, se les niega una segunda. Con las causas de quienes carecen de los derechos más fundamentales y de quienes se ven obligados a huir de sus lugares de origen porque se les persigue de manera irracional e indiscriminada.

Feliz Pascua, a todas y a todos cuantos os implicáis de lleno para que la paz vaya haciéndose más realidad cada día. Una paz fundamentada en el diálogo y la palabra por encima de todo, detestando de manera absoluta la violencia y las armas. Una paz basada fundamentalmente en la justicia, donde cada persona sea respetada no por su fuerza y su poder, del tipo que fuere, sino por su condición humana sin más. Una paz fruto del respeto más absoluto de los derechos humanos fundamentales, como pueden ser entre otros, el trabajo, la vivienda, la sanidad, la cultura, el derecho a poder disfrutar de tiempos de esparcimiento y de ocio, y, por supuesto, el derecho a poder expresar su pensamiento, ideas y creencias con la libertad más absoluta.

Feliz Pascua, si perteneces al grupo de personas que se ha dado cuenta de que el perdón es propio únicamente de quienes están envueltos de una gran magnanimidad por los cuatro costados. De que la venganza es el arma de los cobardes, mientras que el amor es el instrumento más eficaz para hacer frente al odio. Feliz Pascua a ti, hombre y mujer, que has descubierto que no existe delito tan grande que sobrepase toda capacidad de perdón, y que tampoco se le puede negar nunca a nadie una segunda oportunidad.

Feliz Pascua, finalmente, si has tomado de verdad conciencia de que el universo es la gran casa común de todas y todos cuantos lo habitamos; comprometiéndote hasta la saciedad no solo por respetarlo, sino que además haces cuanto está en tus manos para cuidarlo, evitando el más mínimo gesto de depravación y de abuso, tanto desde los pequeños gestos individuales como desde el compromiso con las grandes causas comprometidas con su cuidado.

Estoy convencido de que vale la pena brindar por causas tan grandes, tan nobles y tan necesarias. Causas que vuelen a vida y a resurrección, a pesar de que parece que no toque socialmente. Por ello, creo que, a quienes aún tenéis la osadía y el coraje de apostar por ello, bien os merecéis una felicitación bien cordial y sincera:

¡FELIZ PASCUA!

Juan Zapatero

Tres protagonistas inesperados

Una elección extraña

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios Padre, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:

a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);

b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

José Luis Sicre

Comentario del 21 de abril

Celebrar la resurrección del Señor, después de hacerle acompañado en su camino hacia el Calvario, es celebrar su triunfo, en primer lugar sobre la muerte, en la que ha estado como un muerto entre los muertos, y después sobre los que le han condenado a la misma dictando un sentencia injusta y constituyéndose en jueces del que será nombrado por el mismo Dios Juez de vivos y muertos. Pero celebrar su triunfo sobre la muerte es celebrar al mismo tiempo su victoria sobre el pecado, plasmado en posturas y decisiones humanas, que es el que le ha llevado a la muerte. De este modo, triunfando sobre la muerte y el pecado (su causa) nos abre las puertas de la vida, de esa vida sin sombra de muerte y sin espacio para el pecado. Al resucitar, vence a la muerte; al morir entregándose a amigos y enemigos en un acto de amor extremo, vence al pecado con todo su poder.

Realmente, como confesamos en voz alta, hoy es el día en que actuó el Señor: el día hecho por el Señor con su actuación, el Domingo por excelencia. Dios, en cuanto creador del tiempo y del espacio ha hecho el día como sucesión de la noche; pero este día concreto lo ha hecho con una actuación especial: sacando a su Hijo de la noche de la muerte; por eso este día recibe el nombre de Domingo.

Él es quien lo ha hecho; nosotros nos limitamos a ser testigos de esta actuación y a alegrarnos con ella por las repercusiones que tiene en nuestra vida. Frente a aquellos que piensan en un Dios ocioso, ajeno al mundo y a su historia, o en la creación como algo acaecido en un pasado remoto y sin incidencia en la actual expansión del universo, nosotros proclamamos la actuación de un Dios providente, comprometido con la historia de los hombres, un Dios que sigue actuando en el tiempo y transformando la realidad mundana, un Dios tan comprometido con el hombre que ha decidido hacer del tiempo su dimensión y de la muerte su consumación temporal, sin otro objetivo que sembrar en el tiempo un germen de eternidad y en la muerte una levadura de vida.

Sólo en este contexto podemos hablar del día en que actuó el Señor. Y porque la actuación del Señor es victoria sobre la muerte en la humanidad de Jesús, no podemos por menos que exultar de alegría y cantar aleluyas. El día que celebramos lo merece, porque no es sólo su día, sino también el nuestro, en la medida en que nosotros participamos –como nos hace saber san Pablo- de su muerte y resurrección. Ésta sigue siendo hoy nuestra gran noticia para el mundo que la desconoce o que, conociéndola, no la recibe como noticia digna de crédito: que el Señor ha resucitado a Jesús de entre los muertos; que hay Dios; que ese Dios está con Jesús; que es fiel a sus promesas; que tiene poder sobre la muerte; que quiere devolvernos la vida como se la ha devuelto a Jesús, y una vida mejor.

Por el oído la realidad se nos da en forma de noticia. Y la noticia de la Resurrección de Jesús nos ha llegado de testigos fiables: verdaderos testigos de lo que Jesús hizo en Judea y Jerusalén y de lo que hicieron con él, colgándolo de un madero y enterrándolo en un sepulcro nuevo excavado en la roca. Esos mismos testigos lo fueron también de lo que Dios les hizo ver: el lugar en el que habían sepultado el cadáver de Jesús vacío del mismo, pero no del vendaje y el sudario con el que lo habían cubierto, y al mismo Jesús aparecido tras su muerte y sepultura. La vaciedad del sepulcro no era prueba suficiente para afirmar que Cristo había resucitado, porque podía ser el resultado de otras causas. De hecho, María Magdalena atribuye la desaparición del cadáver de Jesús a un robo o traslado del mismo, pues piensa que alguien se ha llevado del sepulcro a su Señor; y así se lo hace saber a Pedro y a Juan. La reacción de la Magdalena ante su inesperado hallazgo nos muestra claramente la nula predisposición que había entre los seguidores de Jesús a esperar un cambio de cosas. Al parecer, sólo aspiraban a vivir de recuerdos o de reliquias; y alguno ni siquiera a eso. Su única pretensión era olvidarse cuanto antes de este pasado reciente (lo acaecido en Jerusalén durante esos últimos días), que les resultaba muy doloroso y decepcionante.

Únicamente de Juan se dice que vio y creyó. Vio las vendas y el sudario, enrollado en un sitio aparte, sin cadáver, y creyó lo que el mismo Jesús había anunciado con antelación: que al tercer día resucitaría de entre los muertos. Pero parece que es el único apóstol que tiene memoria y fe. Juan viene a ser un caso extraordinario. Lo ordinario en aquellos primeros testigos de los hechos fue ver un signo tras otro y no creer. Necesitaron ver mucho más que Juan para creer que el Crucificado había vuelto a la vida. Necesitaron no solamente ver, sino también comer y beber con él; más aún, necesitaron tocar, palpar su carne. Realmente Dios les hizo ver lo que no estaban dispuestos a aceptar fácilmente. Y se entiende. La experiencia de la muerte es tan avasalladora, se nos presenta tan definitiva, que no es fácil concebir una salida de la misma y un estado de cosas posterior a ella. Aquellos seguidores de Jesús habían vivido acontecimientos demasiado duros y descorazonadores como para pensar en un cambio de perspectiva tan radicalmente distinto. ¿Hay mayor contraste que éste de pasar de la muerte a la vida? No, no les fue fácil creer en la vida del engullido por la muerte.

Pero Dios se lo hizo ver. Y esto fue lo que el Señor les encargó predicar: que Dios lo había nombrado juez de vivos y muertos; y para ser juez tenía que estar vivo. Nombraba juez universal precisamente al que acababa de ser juzgado y hallado digno de condena por los representantes de la Ley. Pero el Legislador está por encima de la Ley. Y el Legislador supremo había sentenciado a favor del condenado convirtiéndole en juez de sus mismos acusadores al resucitarlo de entre los muertos.

Y si Cristo ha resucitado, también nosotros podemos resucitar con él. Más aún, san Pablo se atreve a decir que ya hemos resucitado con él. ¿Cuándo? Cuando fuimos bautizados, porque el bautismo es sepultura y resurrección con Cristo: es sepultado nuestro hombre viejo y emerge el nuevo, el hecho a imagen y semejanza del Hombre nuevo, que no es otro que el Señor resucitado. Del bautismo ya surgió ese hombre nuevo que habrá de ser un día glorificado si se mantiene en esa novedad y persiste en ese camino de fe dejándose modelar por el Espíritu conforme al prototipo que tiene en Jesucristo.

Alegrémonos, hermanos, porque Cristo ha resucitado, y nosotros podemos gozar desde ahora de sus saludables consecuencias. Si nos alegramos de verdad con esta noticia que ya es realidad en nuestras vidas, no será necesario que nos esforcemos ni por comunicar esta noticia a otros, ni por extender nuestra alegría. La alegría, cuando existe, se contagia por sí misma, pues no hay nada más contagioso que lo deseable. También la tristeza es contagiosa, aunque no es deseable; pero por no serlo, tiene menos poder de contagio. Dejemos, pues, que la alegría de la resurrección se afiance en nuestros corazones.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 75. § 1. Para que uno pueda inscribirse válidamente en la Facultad de Teología es necesario que haya terminado los estudios precedentes, exigidos a norma del art. 32 de esta Constitución.

§ 2. Allí donde el primer ciclo de la Facultad es trienal, el alumno debe presentar el certificado del bienio filosófico, regularmente cursado en una Facultad filosófica o instituto aprobados.

Lectio Divina – 21 de abril

Ver en la noche y creer por el amor
Juan 20, 1-9

1. Pidamos el Espíritu Santo

¡Señor Jesucristo, hoy tu luz resplandece en nosotros, fuente de vida y de gozo! Danos tu Espíritu de amor y de verdad para que, como María Magdalena, Pedro y Juan, sepamos también nosotros descubrir e interpretar a la luz de la Palabra los signos de tu vida divina presente en nuestro mundo y acogerlos con fe para vivir siempre en el gozo de tu presencia junto a nosotros, aun cuando todo parezca rodeado de las tinieblas de la tristeza y del mal.

2. El Evangelio

a) Una clave de lectura:

Para el evangelista Juan, la resurrección de Jesús es el momento decisivo del proceso de su glorificación, con un nexo indisoluble con la primera fase de tal glorificación, a saber, con la pasión y muerte.
El acontecimiento de la resurrección no se describe con las formas espectaculares y apocalípticas de los evangelios sinópticos: para Juan la vida del Resucitado es una realidad que se impone sin ruido y se realiza en silencio, en la potencia discreta e irresistible del Espíritu.
El hecho de la fe de los discípulos se anuncia «cuando todavía estaba oscuro» y se inicia mediante la visión de los signos materiales que los remiten a la Palabra de Dios.
Jesús es el gran protagonista de la narración, pero no aparece ya como persona.

b) El texto:

1 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.
2 Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»
3 Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5 Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró.
6 Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el suelo, 7 y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte.
8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, 9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

c) Subdivisión del texto, para su mejor comprensión:

vers. 1: la introducción, un hecho previo que delinea la situación;
vers. 2: la reacción de María y el primer anuncio del hecho apenas descubierto;
vers. 3-5: la reacción inmediata de los discípulos y la relación que transcurre entre ellos;
vers. 6-7: constatación del hecho anunciado por María;
vers. 8-9: la fe del otro discípulo y su relación con la Sagrada Escritura.

3. Un espacio de silencio interno y externo

para abrir el corazón y dar lugar dentro de mí a la Palabra de Dios:
– Vuelvo a leer lentamente todo el pasaje;
– También estoy yo en el jardín: el sepulcro vacío está delante de mis ojos;
– Dejo que resuene en mi las palabras de María Magdalena;
– Corro yo también con ella, Pedro y el otro discípulo;
– Me dejo sumergir en el estupor gozoso de la fe en Jesús resucitado, aunque, como ellos, no lo veo con mis ojos de carne.

4. La Palabra que se nos da

El capítulo 20 de Juan: es un texto bastante fragmentado, en el que resulta evidente que el redactor ha intervenido muchas veces para poner de relieve algunos temas y para unir los varios textos recibidos de las fuentes precedentes, al menos tres relatos.

En el día después del sábado: es «el primer día de la semana» y hereda en el ámbito sagrado la gran sacralidad del sábado hebraico. Para los cristianos es el primer día de la nueva semana, el inicio de un tiempo nuevo, el día memorial de la resurrección, llamado «día del Señor» (dies Domini, dominica, domingo).
El evangelista adopta aquí y en el vers. 19, una expresión que ya es tradicional para los Cristianos (ejem: Mc 16, 2 y 9; Act. 20, 7) y es más antigua de la que aparece enseguida como característica de la primera evangelización: » el tercer día» (ejem. Lc 24, 7 y 46; Act 10, 40; 1Cor 15,4).

María Magdalena: es la misma mujer que estuvo presente a los pies de la cruz con otras (19, 25). Aquí parece que estuviera sola, pero la frase del vers. 2 («no sabemos«) revela que la narración original, sobre la que el evangelista ha trabajado, contaba con más mujeres, igual que los otros evangelios (cfr Mc 16, 1-3; Mt 28, 1; Lc 23, 55-24, 1).
De manera diversa con respecto a los sinópticos (cfr Mc 16,1; Lc 24,1), además, no se especifica el motivo de su visita al sepulcro, puesto que ha sido referido que las operaciones de la sepultura estaban ya completadas (19,40); quizás, la única cosa que falta es el lamento fúnebre (cfr Mc 5, 38). Sea como sea, el cuarto evangelista reduce al mínimo la narración del descubrimiento del sepulcro vacío, para enfocar la atención de sus lectores al resto.

De madrugada cuando estaba todavía oscuro: Marcos (16, 2) habla de modo diverso, pero de ambos se deduce que se trata de las primerísimas horas de la mañana, cuando la luz todavía es tenue y pálida. Quizás Juan subraya la falta de luz para poner de relieve el contraste simbólico entre tinieblas = falta de de fe y luz = acogida del evangelio de la resurrección.

Ve la piedra quitada del sepulcro: la palabra griega es genérica: la piedra estaba «quitada» o » removida» (diversamente: Mc 16, 3-4).
El verbo «quitar» nos remite a Jn 1,29: el Bautista señala a Jesús como el «Cordero que quita el pecado del mundo». ¿Quiere quizás el evangelista llamar la atención de que esta piedra «quitada», arrojada lejos del sepulcro, es el signo material de que la muerte y el pecado han sido «quitados» de la resurrección de Jesús?

Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo: La Magdalena corre a ellos que comparten con ella el amor por Jesús y el sufrimiento por su muerte atroz, aumentada ahora con este descubrimiento. Se llega a ellos, quizás porque eran los únicos que no habían huido con los otros y estaban en contacto entre ellos (cfr 19, 15 y 26-27). Quiere al menos compartir con ellos el último dolor por el ultraje hecho al cadáver.
Notamos como Pedro, el «discípulo amado» y la Magdalena se caracterizan por su amor especial que los une a Jesús: es precisamente el amor, especialmente si es renovado, el que los vuelve capaces de intuir la presencia de la persona amada.

El otro discípulo a quien Jesús quería: es un personaje que aparece sólo en este evangelio y sólo a partir del capítulo 13, cuando muestra una gran intimidad con Jesús y también un gran acuerdo con Pedro (13, 23-25). Aparece en todos los momentos decisivos de la pasión y de la resurrección de Jesús, pero permanece anónimo y sobre su identidad se han dado hipótesis bastantes diferentes. Probablemente se trata del discípulo anónimo del Bautista que sigue a Jesús junto con Andrés (1, 23-25). Puesto que el cuarto evangelio no habla nunca del apóstol Juan y considerando que este evangelio a menudo narra cosas particulares propias de un testigo ocular, el «discípulo» ha sido identificado con el apóstol Juan. El cuarto evangelio siempre se le ha atribuido a Juan, aunque él no lo haya compuesto materialmente, si bien es en el origen de la tradición particular al que se remonta este evangelio y otros escritos atribuidos a Juan. Esto explica también como él sea un personaje un tanto idealizado.
A quien Jesús quería: es evidentemente un añadido debido, no al apóstol, que no hubiera osado presumir de tanta confianza con el Señor, sino de sus discípulos, que han escrito materialmente el evangelio y han acuñado esta expresión reflexionando sobre el evidente amor privilegiado que concurre entre Jesús y este discípulo (cfr 13,25; 21, 4.7). Allí donde se usa la expresión más sencilla, «el otro discípulo» o «el discípulo», es que ha faltado, por tanto, el añadido de los redactores.

Se han llevado del sepulcro al Señor: estas palabras, que se repiten también a continuación: vers. 13 y 15, revelan que María teme uno de los robos de cadáveres que sucedían a menudo en la época, de tal manera que obligó al emperador romano a dictar severos decretos para acabar con el fenómeno. A esta posibilidad recurre, en Mateo (28, 11-15), los jefes de los sacerdotes para difundir el descrédito sobre el acontecimiento de la resurrección de Jesús y ocasionalmente, justificar la falta de intervención de los soldados puestos de guardias en el sepulcro.

El Señor: el título de «Señor» implica el reconocimiento de la divinidad y evoca la omnipotencia divina. Por esto, era utilizado por los Cristianos con referencia a Jesús Resucitado. El cuarto evangelista, de hecho, lo reserva sólo para sus relatos pascuales (también en 20-13).
No sabemos dónde lo han puesto: la frase recuerda cuanto sucedió a Moisés, cuyo lugar de sepultura era desconocido (Dt 34, 10). Otra probable referencia es a las mismas palabras de Jesús sobre la imposibilidad de conocer el lugar donde hubiera sido llevado.(7, 11.22; 8,14.28.42; 13, 33; 14, 1-5; 16,5).

*Corrían los dos juntos…pero el otro…llegó primero…pero no entró: La carrera revela el ansia que viven estos discípulos.
El pararse del «otro discípulo», es mucho más que un gesto de cortesía o de respeto hacia un anciano: es el reconocimiento tácito y pacífico, en su sencillez, de la preeminencia de Pedro dentro del grupo apostólico, aunque esta preeminencia no se subraye. Es, por tanto, un signo de comunión. Este gesto podría también ser un artificio literario para trasladar el acontecimiento de la fe en la resurrección al momento sucesivo y culminante de la narración.

Los lienzos en el suelo y el sudario…plegado en un lugar aparte: ya el otro discípulo, sin siquiera entrar, había visto algo. Pedro, pasando la entrada del sepulcro, descubre la prueba de que no había habido ningún robo del cadáver: ¡ningún ladrón hubiera perdido el tiempo en desvendar el cadáver, extender ordenadamente los lienzos y las fajas (por tierra pudiera haber sido traducido mejor por «extendidas» o «colocadas en el suelo») y plegar aparte el sudario! La operación se hubiera complicado por el hecho de que los óleos con los que había sido ungido aquel cuerpo (especialmente la mirra) operaban como un pegamento, haciendo que se adhiriera perfecta y seguramente el lienzo al cuerpo, casi como sucedía con las momias. El sudario, además está plegado; la palabra griega puede decir también «enrollado», o más bien indicar que aquel paño de tejido ligero había conservado en gran parte las formas del rostro sobre el cual había estado puesto, casi como una máscara mortuoria. Las vendas son las mismas citadas en Jn 19, 40.
En el sepulcro, todo resulta en orden, aunque falta el cuerpo de Jesús y Pedro consigue ver bien en el interior, porque el día está clareando.
A diferencia de Lázaro (11,44), por tanto, Cristo ha resucitado abandonando todo los arreos funerarios: los comentadores antiguos hacen notar que, de hecho, Lázaro guardaría sus vendas para la definitiva sepultura, mientras que Cristo no tenía ya más necesidad de ellas, no debiendo ya jamás morir (cfr Rm 6,9).

Pedro…vio…el otro discípulo…vio y creyó: también María, al comienzo de la narración, había «visto». Aunque la versión española traduzca todo con el mismo verbo, el texto original usa tres diversos (theorein para Pedro; blepein para el otro discípulo y la Magdalena; idein, aquí, para el otro discípulo), dejándonos entender un crecimiento de profundidad espiritual de este «ver» que , de hecho, culmina con la fe del otro discípulo.
El discípulo anónimo, ciertamente, no ha visto nada diverso de lo que ya había visto Pedro: quizás, él interpreta lo que ve de manera diversa de los otros, también por la especial sintonía de amor que había tenido con Jesús (la experiencia de Tomás es emblemática: 29, 24-29). Sin embargo, como se indica por el tiempo del verbo griego, su fe es todavía una fe inicial, tanto que él no encuentra el modo de compartirla con María o Pedro o cualquiera de los otros.
Para el cuarto evangelista, sin embargo, el binomio «ver y creer» es muy significativo y está referido exclusivamente a la fe en la resurrección del Señor (cfr 20, 29), porque era imposible creer verdaderamente antes que el Señor hubiese muerto y resucitado (cfr 14, 25-26; 16, 12-15). El binomio visión – fe, por tanto, caracteriza a todo este capítulo y » el discípulo amado» se presenta como un modelo de fe que consigue comprender la verdad de Dios a través de los acontecimientos materiales (cfr también 21, 7).

No habían comprendido todavía la Escritura: se refiere evidentemente a todos los otros discípulos. También para aquéllos que habían vivido junto a Jesús, por tanto, ha sido difícil creer en Él y para ellos, como para nosotros, la única puerta que nos permite pasar el dintel de la fe auténtica es el conocimiento de la Escritura (cfr. Lc 24, 26-27; 1Cor 15, 34; Act 2, 27-31) a la luz de los hechos de la resurrección.

5. Algunas preguntas para orientar la reflexión y la actuación

a) ¿Qué quiere decir concretamente, para nosotros, «creer en Jesús Resucitado»? ¿Qué dificultades encontramos? ¿La resurrección es sólo propia de Jesús o es verdaderamente el fundamento de nuestra fe?
b) La relación que vemos entre Pedro, el otro discípulo y María Magdalena es evidentemente de gran comunión en torno a Jesús. ¿En qué personas, realidades, instituciones encontramos hoy la misma alianza de amor y la misma «común unión» fundada en Jesús? ¿Dónde conseguimos leer los signos concretos del gran amor por el Señor y por los «suyos» que mueve a todos los discípulos?
c) Cuando observamos nuestra vida y la realidad que nos circunda de cerca o de lejos ¿tenemos la mirada de Pedro (ve los hechos, pero permanece firme en ellos: a la muerte y a la sepultura de Jesús), o más bien, la del otro discípulo (ve los hechos y descubre en ellos los signos de una vida nueva)?

6. Oremos invocando gracia y alabando a Dios

con un himno extraído de la carta de Pablo a los Efesios (paráfrasis 1, 17-23)

El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria,
os conceda espíritu de sabiduría y de revelación
para conocerle perfectamente;
iluminando los ojos de vuestro corazón
para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él;
cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos,
y cuál la soberana grandeza de su poder
para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa,
que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos
y sentándole a su diestra en los cielos,
por encima de todo principado, potestad,
virtud, dominación
y de todo cuanto tiene nombre
no sólo en este mundo sino también en el venidero.
Sometió todo bajo sus pies
y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia,
que es su cuerpo,
la plenitud del que lo llena todo en todo.

7. Oración final

El contexto litúrgico no es indiferente para orar este evangelio y el acontecimiento de la resurrección de Jesús, en torno al cual gira nuestra fe y vida cristiana. La secuencia que caracteriza la liturgia eucarística de este día y de la semana que sigue (la octava) nos guía en la alabanza al Padre y al Señor Jesús:

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza
Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es Vida,
triunfante se levanta.
¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
– A mi Señor glorioso
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa

Nuestra oración puede también concluirse con esta vibrante invocación de un poeta contemporáneo, Marco Guzzi:

¡Amor, Amor, Amor!
Quiero sentir, vivir y expresar todo este Amor
que es empeño gozoso en el mundo
y contacto feliz con los otros.
Sólo tú me libras, sólo tu me sueltas.
Y los hielos descienden para regar
el valle más verde de la creación.

La Pascua para infundir optimismo y esperanza permanente

1.- PEDRO, PIEDRA BASILAR.- Una vez más es Pedro quien toma la palabra, como portavoz de los demás. Ahora en unas circunstancias decisivas y solemnes. Se trataba de incorporar a la Iglesia, al nuevo Israel, a quienes siempre se les había considerado como «goyim», como gentiles, paganos, gentes impuras e idólatras. Es verdad que será Pablo el que evangelice de modo particular a las gentes, por lo que recibiría el título de Apóstol de los gentiles. Pero antes, en este pasaje que contemplamos, san Pedro movido, casi arrastrado, por el Espíritu Santo entra en casa de Cornelio, venciendo sus escrúpulos de buen judío, y anuncia la Buena Nueva a la familia de aquel centurión romano.

Vemos en estos hechos la voluntad peculiar del Señor, respecto de Pedro, en relación con la fundación de la Iglesia. En efecto, el Señor hizo piedra de fundamento a Simón, el hijo de Jonás, llamado desde ese momento Pedro, precisamente por el papel que Jesucristo le había asignado como piedra basilar de la Iglesia. Y porque no era un privilegio personal sino en provecho de la Iglesia de todos los tiempos, esa condición de piedra de fundamento y de jerarca supremo pasaría luego a sus sucesores en la Sede romana, que el Príncipe de los Apóstoles había glorificado con su martirio.

Se lee en el texto de la primera lectura que Jesús fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Podemos decir que también Pedro recibió de modo particular la fuerza de lo Alto, la especial asistencia del Espíritu Santo para poder desempeñar, a pesar de su debilidad, la tarea que el Señor le había encomendado. De hecho, Jesús en la última Cena le había prevenido diciéndole que el demonio estaba acechándolos para zarandearlos como se zarandea el grano, pero que él mismo había rogado por Pedro para que, una vez confirmado, confirmara él a los demás. Y así fue. El demonio lo derrotó en el atrio del sumo sacerdote ante una criada y unos siervos que le acusaban de ser discípulo de Jesús.

Pero la mirada profunda y entrañable del Maestro, el canto de un gallo rasgando el alba, fueron suficientes para hacerle llorar de dolor y de arrepentimiento. Después de aquella caída, Pedro repetirá una y otra vez, entre temeroso y confiado: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo». Y el Maestro le devolverá sus poderes, renovará su promesa y le encomendará que apaciente a sus ovejas. Esa misión que nuestro flamante Pontífice Francisco, continúa en nuestros días.

2.- EL AMOR, MÁS FUERTE QUE LA MUERTE.- Era todavía de noche y todo estaba a oscuras. Era muy de madrugada cuando María Magdalena, empujada por su amor a Jesús sale hacia el sepulcro, junto con las otras mujeres, que como ella estaban ansiosas de ultimar el sepelio del cuerpo del Señor, de rendirle el último servicio. La muerte no les arredra porque el amor es más fuerte. El cariño, en efecto, pervive aún después de la muerte del ser querido. El amor intuye que el ser amado sigue presente de alguna forma, cercano y entrañable como siempre, e incluso más aún.

El hombre, a pesar de su condición humana, que a menudo se niega a creer en el más allá, en la existencia de otra vida diversa de ésta, a pesar de su «si no lo veo no lo creo», tiene como un misterioso sentido que le hace intuir que no todo termina con la muerte, y que en un sepulcro, donde sólo hay restos mortales, existe algo de ese ser querido que merece todavía el cariño y el recuerdo que encierran unas flores, una oración o simplemente una lámpara encendida.

Por eso las mujeres caminaban presurosas al rayar el alba, deseosas de honrar después de la muerte a quien tanto habían amado cuando estaba vivo. Por otra parte reflejaban con su conducta ese culto a los difuntos tan arraigado en el judaísmo, y en las demás religiones. Es un fenómeno que indica la clara conciencia que tienen los hombres de una vida, la que sea, después de la muerte.

De hecho, la resurrección de Jesucristo es una confirmación de esa verdad sobre la vida eterna. Esto es un motivo de esperanza y de gozo para cuantos estamos destinados a morir, viendo cómo la muerte nos ronda, o nos roza incluso con su fría y terrible guadaña. También es, sin duda, un motivo de gran consuelo el saber que nuestros seres queridos, esos que atravesaron el muro de la tumba, siguen vivos en alguna parte, capaces de seguir queriéndonos y de protegernos, necesitados quizá de nuestra ayuda, esa que le podemos prestar con una oración, con la aplicación de una Misa, con la entrega de una limosna, o de cualquier otra buena acción.

Por eso para un cristiano no tiene sentido la tristeza ante la muerte, no se entiende el miedo y la angustia. Hoy, fiesta de la Pascua, cuando celebramos la Resurrección de Jesucristo, nuestro corazón debe llenarse de esperanza, de ánimo y de buenos deseos, de ganas de vivir de tal forma que no nos importe morir. Vivir con esa fe es dar contenido y valor a toda nuestra existencia, infundir optimismo y esperanza permanente.

Antonio García-Moreno

Domingo de Pascua

1.- La Pascua cae siempre el domingo siguiente a la luna llena de primavera, lo estableció la Santa Madre Iglesia en el Concilio de Nicea, el año 325. Que así se mandara no significa que no existiera la vela pascual, entre otras cosas, porque la jornada humana se componía de un periodo nocturno y otro diurno. Dicho de otra manera, empezaba al oscurecer continuaba durante toda la noche y se le añadía el periodo diurno, acabando al atardecer. Vocabulario y labores no eran como las nuestras de ahora.

2.- El sábado santo era día de silencio y ayuno total de tal manera, que cuando al amanecer del domingo el obispo proclamaba que Cristo había resucitado, no solo se alegraba el ánimo, el cuerpo también pues había estado 40 horas ayunando, gozando ahora al volver a alimentarse. Pero con el paso de los siglos se perdió tal proceder, se abandonó la noche, se celebró primero por la tarde y después se trasladó al amanecer del mismo Sábado Santo, al que se le llamó Sábado de Gloria. Así lo conocí yo de pequeño. Pero siendo ya joven, el Papa Pio XII, restableció, con ciertas restricciones y sin obligar a celebrarla, la Vigilia Pascual que hoy es norma general, sin excluir la celebración dominical.

3.- Fue un domingo, día del sol le llamaba la cultura latina. Muy de mañana, María, la de Mágdala acudió al sepulcro a concluir la labor de embalsamamiento del Cuerpo del Señor. La escena que cuenta Juan es asombrosa, los otros relatos también. María fue Apóstol de los Apóstoles, maravilloso título, magnifica deferencia de Jesús, una mujer fue la primera testigo.

4.- Después vendrían las demás. A las otras mujeres, a los Apóstoles que en torno a Pedro estarían temerosos refugiados, como en otra ocasión también hicieron, seguramente, en casa de la madre de Juan Marcos, que se escondía por entre uno de esos vericuetos por los que todavía nos movemos, cuando la buscamos por la ciudad vieja de Jerusalén. (Allí se celebra la liturgia todo el año, en una lengua muy semejante a la que utilizó Jesús y la primera comunidad).

5.- Fueron los de esa casa encuentros de compañeros, discípulos, ellos y ellas. Al atardecer finalmente, charló un buen rato con unos caminantes, compartiendo ellos dudas con Él, animándolos Él con sus explicaciones. Finalmente, llegados al domicilio familiar de uno de ellos, se alojó en la casa, santificando con su presencia el hogar familiar de Emaús.

6.- Los artistas se limitan, generalmente, a representar a los dos solos andarines, como si se tratara de dos solterones. La misma escena la pintan otros con sus esposas, hijos y hasta la abuela. Muy significativo es que la primera Eucaristía, el mismo día de la Resurrección fuera en un encuentro familiar.

(No es seguro que en Emaús, aquella fracción del pan, fuera una Fracción del Pan Sagrada, os lo comento, pero hasta hace poco el texto de una anáfora V lo afirmaba).

7.- Gozad, pues, mis queridos jóvenes lectores, si acudís a esta misa. Os recomiendo también que antes o después, leáis detenidamente la homilía antigua que la liturgia del oficio de lectura nos ofrece. Si lo hacéis ante el icono correspondiente, muy conocido, os será más sencillo adentraros en el misterio culmen de nuestra Fe. Y en lo más íntimo de vuestro interior y ante Dios, pedidle por nosotros, los que elaboramos betania.es, pedidle que gocemos de buena Pascua y vida. Os lo agradezco por adelantado y cualquier mensaje de aliento que nos podáis trasmitir también

Pedrojosé Ynaraja

Pascua: sentirnos convertidos de una vez

1.- Iniciamos esta mañana nuestra presencia en esta Eucaristía, con muchos recuerdos de los días anteriores. Desde el Domingo de Ramos con su excepcional relato de la Pasión gracias al texto de San Lucas, hasta la Vigilia de anoche. Pero, además, las celebraciones del Jueves y del Viernes Santo, llenas de contenido que, sin duda, nos abrieron el alma al sufrimiento de Jesús de Nazaret. También, la espera del Sábado Santo… En fin es especialmente lógico que, en esta mañana, se nos agolpen los recuerdos de anoche. La Vigilia es, siempre, una gran fiesta de luz y de oración. Hoy, sin embargo, esta “Misa del Día” nos ha podido comenzar a parecer la celebración más como las otras misas de otros días. Las lecturas son menos –muchas menos— que en la Vigilia, y aunque destaca poderosísimamente el bello texto de la Secuencia. Pero hemos de ser conscientes de que estamos ante otra gran novedad. La conmemoración de hoy tiene la importancia de abrir otro periodo prodigioso de nuestro quehacer de cristianos: el Tiempo Pascual. Este tiempo no refleja otra cosa—y no es poco— que aquel periodo de cincuenta días en los que Jesús dio sus últimas enseñanzas a los discípulos. Los preparaba para algo más definitivo que era la llegada del Espíritu Santo. Y desde luego para su marcha a los cielos.

2.- Para los discípulos, este Jesús que iba y venía, que aparecía y desaparecía, era el mismo. Era él. Pero no era igual. Su cuerpo glorificado, además de tener cualidades que desafiaban a nuestra “esclavitud” en el tiempo y el espacio, tenía otro aspecto. Sin duda, era el reflejo de la divinidad. Y al auspicio de ese brillo divino comenzaron a llamarle el Señor, el Señor Jesús. El término Señor sólo lo utilizaban los judíos para nombrar a Dios. Ya el prodigio de la Resurrección había quitado algunas –no todas— las escamas de los ojos de los discípulos. Se iba a operar, poco a poco, el milagro de su curación como ciegos de espíritu. Los ojos del corazón y de la mente se abrían a una nueva dimensión, impensable e increíble, pero que estaba ahí. Jesús había resucitado, pero ellos intuían que no era una vuelta a la vida con fecha de caducidad, como la nueva vida de Lázaro. Ese cuerpo glorioso que, aunque hasta cierto punto, les inquietaba, les añadía también una certeza de eternidad, jamás entrevista antes.

3.- El Evangelio de San Juan que hemos escuchado es una de las piezas más bellas del conjunto de los relatos evangélicos. Tiene mucho de lenguaje cinematográfico. El apóstol Juan, protagonista del relato de hoy, lo guardaba muy fresco en su memoria, no cabe la menor duda, ya que sería escrito muchos años, muchos años después, por él mismo, según la tradición. Pedro y Juan han escuchado a María Magdalena y salen corriendo hacia el sepulcro. Llega Juan antes. Corría más, era más joven. Pero no entra, tal vez por algún tipo de temor, o más probablemente por respeto a la jerarquía ya declarada y admitida de Pedro. Describe el evangelista la escena y la posición –vendas y sudario— de los elementos que había en la gruta. “Y vio y creyó”. Esa es la cuestión: la Resurrección como ingrediente total del afianzamiento de la fe en Cristo, como Hijo de Dios es lo que nos expresa Juan en su evangelio de hoy. Y es lo que, asimismo, nos debe quedar a nosotros, que hemos de contemplar la escena con los ojos del corazón, y abrirnos más de par en par a la fe en el Señor Jesús.

4.- El fragmento del capítulo 10 del Libro de los Hechos de los Apóstoles sitúa ya la escena mucho tiempo después. El Espíritu ya ha llegado y Pedro sale pujante a la predicación. Eso todavía no era posible en la mañana del primer día de la Semana, del Domingo en que resucitó el Señor, pero está bien que se nos ofrezca como primera lectura de hoy, pues marca el final importante de este Tiempo Pascual que iniciamos hoy. La muerte en Cruz de Jesús sirvió, por supuesto, para la redención de nuestras culpas, pero sin la Resurrección la fuerza de la Redención no se hubiera visto. Guardemos una alegre reverencia ante estos grandes misterios que se nos han presentado en estos días. Meditemos sobre ellos y esperemos: la gloria de Jesús un día llegará a nosotros mismos, a nuestros cuerpos el día de la Resurrección de todos. Este es otro de los grandes misterios de nuestra fe que no debemos, ni podemos, obviar.

5.- Iniciamos, como decía, el Tiempo Pascual, una cincuentena de días en el que el Resucitado terminó la formación de sus discípulos desde la fuerza del prodigio de su Resurrección. Poco a poco, se fueron dando cuenta que habían convivido con un ser excepcional, con un ser divino, con el mismísimo Dios. Y esos discípulos fueron cambiando. Es verdad que el Señor Jesús les prometió el Espíritu Santo, “que se lo enseñaría todo”. Pero ese tiempo que nosotros ahora llamamos de Pascua fue el camino definitivo de aprendizaje. Cuando, el día de Pentecostés llegaron las lenguas de fuego, el efecto, fue como la del instructor que da un empujoncito a sus alumnos paracaidistas. Toda la “teórica”, toda la técnica para dar el salto les había llegado a los apóstoles de Jesús resucitado. Por eso son especialmente importantes estos días que comenzamos a vivir hoy. Nos darán la fuerza precisa para sentirnos convertidos de una vez.

Ángel Gómez Escorial

Comentario al evangelio – 21 de abril

Dios es esperanza de vida

      Después de celebrar la Semana Santa, el domingo de Pascua llega como un rayo de esperanza. Hemos vivido de cerca la muerte de Jesús. Y en su muerte hemos hecho memoria de todas nuestras muertes. Las muertes que vivimos día a día en nuestras personas, en nuestras familias, en el trabajo, en la sociedad, en el mundo. La guerra y la injusticia son muerte. Pero también lo son las enfermedades y los egoísmos, los rencores y los odios, que nos comen por dentro y van minando nuestra vitalidad. Tantas son las muertes que nos rodean que a veces podemos llegar a pensar que no tenemos futuro, que no hay salida. Parece que el hombre está definitivamente metido en un laberinto que no tiene más salida que la desesperación o, lo que es lo mismo, la muerte. 

      Pero muy de mañana unas mujeres fueron al sepulcro donde habían enterrado a Jesús y vieron quitada la losa del sepulcro. Fueron corriendo a avisar a los apóstoles. Pedro llegó y vio que Jesús no estaba allí. Y lo que es más importante: vieron y creyeron. La fe les hizo ver más de lo que veían sus ojos. Donde otros no verían más que un sepulcro vacío, ellos descubrieron otra realidad mucho más profunda: Jesús había resucitado, el Padre le había devuelto a la vida. La promesa de la resurrección se hacía en Jesús realidad y esperanza para toda la humanidad. Con ese último acto de su historia, todo lo que habían vivido y aprendido con Jesús cobraba un significado nuevo. Ahora la liberación esperada era mucho más profunda que la simple liberación política del dominio de los romanos o la llegada de un reino judío que igualase o superase al de Salomón. Si Jesús ha resucitado, entonces es que Dios nos ha liberado de la esclavitud más profunda: la esclavitud de la muerte. 

      En Pascua y ante el sepulcro vacío, los que creemos en Jesús comprendemos que no cabe en nuestras vidas lugar para la desesperación. Somos en adelante hombres y mujeres de esperanza. Sabemos, desde la fe, que para Dios no hay ningún caso desesperado. Por más difíciles, por más irresolubles, por más amenazadores, que sean nuestros problemas, mantenemos firme la esperanza. Y aunque nos llegue la muerte, sabemos que ni siquiera ésta es definitiva. Porque Jesús ha resucitado. 

      La resurrección de Jesús nos compromete con la esperanza. Nos llama a trabajar por crear esperanza a nuestro alrededor. Por regalarla a los demás como se nos regala la luz del cirio pascual que ilumina nuestra celebración. Defendemos la vida para todos porque el Dios de Jesús es Dios de Vida para todos. Y con nuestra forma de comportarnos día a día vamos regalando vida y esperanza. Para que nadie, nunca, se sienta desesperado. 

Para la reflexión

      ¿Me he sentido alguna vez desesperado ante los problemas que me cercaban? ¿Es la resurrección de Jesús fuente de esperanza en mi vida? ¿Cómo comunico esa esperanza de forma concreta a los demás?

Fernando Torres, cmf