Vísperas – Lunes I Pascua

VÍSPERAS

LUNES DENTRO DE LA OCTAVA DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

LECTURA: Hb 8, 1b-3a

Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios.

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús salió al encuentro de las mujeres y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron y le abrazaron los pies. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús salió al encuentro de las mujeres y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron y le abrazaron los pies. Aleluya.

PRECES

Con espíritu gozoso, invoquemos a Cristo a cuya humanidad dio vida el Espíritu Santo, haciéndolo fuente de vida para los hombres, y digámosle:

Renueva y da vida a todas las cosas, Señor.

  • Cristo, salvador del mundo y rey de la nueva creación, haz que ya desde ahora, con el espíritu, vivamos en tu reino,
    — donde estás sentado a la derecha del Padre.
  • Señor, tú que vives en tu Iglesia hasta el fin de los tiempos
    — condúcela por el Espíritu Santo al conocimiento de la verdad plena.
  • Que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren luz en tu victoria,
    — y que tu gloriosa resurrección los consuele y los conforte.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Al terminar este día, te ofrecemos nuestro homenaje, oh Cristo, luz imperecedera,
    — y te pedimos que con la gloria de tu resurrección ilumines a los que han muerto.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 22 de abril

Tiempo de Pascua 

1) Oración inicial

Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Mateo 28,8-15
Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Salve!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.» Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: `Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos.’ Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones.» Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy. 

3) Reflexión

• ¡Pascua! El evangelio de hoy describe la experiencia de resurrección de las discípulas de Jesús. Al comienzo de su evangelio, al presentar a Jesús, Mateo había dicho que Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1,23). Ahora, al final, él comunica y amplía la misma certeza de fe, pues proclama que Jesús resucitó (Mt 28,6) y que estará siempre con nosotros, ¡hasta el final de los tiempos! (Mt 28,20). En las contradicciones de la vida, esta verdad es muchas veces contestada. No faltan las oposiciones. Los enemigos, los jefes de los judíos, se defienden contra la Buena Nueva de la resurrección y mandan decir que el cuerpo fue robado por los discípulos (Mt 28,11-13). Todo esto acontece hoy. Por un lado, el esfuerzo de tanta buena gente para vivir y testimoniar la resurrección. Por otro, tanta gente mala, que combate la resurrección y la vida.
• En el evangelio de Mateo, la verdad de la resurrección de Jesús se cuenta a través de un lenguaje simbólico, que revela el sentido escondido de los acontecimientos. Mateo habla de un temblor de tierra, de relámpagos y ángeles que anuncian la victoria de Jesús sobre la muerte (Mt 28,2-4). Es el lenguaje apocalíptico, ¡muy común en aquella época, para anunciar que, finalmente, el mundo fue transformado por el poder de Dios! Se realizó la esperanza de los pobres que reafirmaron su fe: “¡El está vivo, en medio de nosotros!”
• Mateo 28,8: La alegría de la Resurrección vence el miedo. En la madrugada del domingo, el primer día de la semana, dos mujeres fueron al sepulcro, María Magdalena y María de Santiago, llamada la otra María. De repente, la tierra tembló y un ángel apareció como un relámpago. Los guardas que estaban vigilando el túmulo se desmayaron. Las mujeres se quedaron con miedo, pero el ángel las reanimó, anunciando la victoria de Jesús sobre la muerte y enviándolas a que reunieran a los discípulos de Jesús en Galilea. Y en Galilea ellas podrán verle de nuevo. Allí, donde todo empezó, acontecerá la gran revelación del Resucitado. La alegría de la resurrección comienza a vencer el miedo. Se inicia el anuncio de la vida y de la resurrección.
• Mateo 28,9-10: La aparición de Jesús a las mujeres. Las mujeres salen corriendo. Se sienten habitadas por una mezcla de miedo y de alegría. Sentimientos propios de quien hace una profunda experiencia del Misterio de Dios. De repente, Jesús mismo va a su encuentro y dice: “¡Alégrense!”. Ellas se postran y adoran. Es la postura de quien cree y acoge la presencia de Dios, aunque sorprende y supera la capacidad humana de comprensión. Ahora Jesús mismo da la orden de reunir a los hermanos en Galilea: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.”
• Mateo 28,11-15: La astucia de los enemigos de la Buena Nueva. La misma oposición que Jesús encontró en vida, aparece ahora después de su resurrección. Los jefes de los sacerdotes se reunieron y dieron dinero a los guardias. Tienen que apoyar la mentira de que los discípulos robaron el cuerpo de Jesús y se inventan algo sobre la resurrección. Los jefes rechazan y luchan contra la Buena Nueva de la Resurrección. Prefieren creer que todo fue una invención de los discípulos y discípulas de Jesús.
El significado del testimonio de las mujeres. La presencia de las mujeres en la muerte, en el entierro y en la resurrección de Jesús es significativa. Testimoniaron la muerte de Jesús. (Mt 27,54-56). En el momento del entierro, se quedaron sentadas ante el sepulcro y por tanto pudieron decir cuál era el lugar donde fue colocado el cuerpo de Jesús (Mt 27,61). Ahora, el domingo de madrugada, están de nuevo allí. Saben que aquel sepulcro vacío ¡es realmente el sepulcro de Jesús! La profunda experiencia de la muerte y de la resurrección que hicieron les transforma la vida. Ellas mismas resucitarán y se volverán testigos cualificados en las comunidades cristianas. Por esto, reciben la orden de anunciar: «¡Jesús está vivo!» ¡Resucitó!» 

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuál es la experiencia de resurrección en mi vida? ¿Existe en mí alguna fuerza que trata de combatir la experiencia de resurrección? ¿Cómo reacciono?
• ¿Cuál es hoy la misión de nuestra comunidad como discípulos y discípulas de Jesús? ¿De dónde podemos sacar fuerza y valor para cumplir nuestra misión? 

5) Oración final

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. (Sal 15)

Ya estamos hartos de engaños religiosos

Estamos viviendo un hecho patente: los países tradicionalmente más cristianos, a medida que se van desarrollando y son cada día países más industrializados y más ricos, son también cada día países menos religiosos. Por eso se puede (y se suele) decir que la religión cristiana ha entrado en crisis. Una crisis incontenible y creciente. ¿Qué podemos pensar y hacer en esta situación? 

Lo digo claro y sin rodeos: lo que tenemos que hacer los cristianos es vivir de acuerdo con el Evangelio de Jesús. Teniendo en cuenta que, si hacemos eso, nos va a ocurrir lo que le ocurrió a Jesús. A saber: nuestra relación con Dios no se realizará mediante el templo, los sacerdotes y sus ceremonias, sino viviendo (en la medida de lo posible) como vivió Jesús: con su misma espiritualidad y llevando una vida que contagia honradez, bondad y generosidad. Para estar con los que sufren, los que menos pintan en la vida (mujeres, niños, extranjeros…), los publicanos y los pecadores. Haciendo todo eso, con demasiada frecuencia, como lo hizo Jesús: precisamente cuando y como lo prohibía la religión. De ahí, el conflicto y los constantes enfrentamientos, que terminaron por llevar a Jesús al juicio, a la condena y a la muerte cruel de un subversivo. Que eso fue la cruz.

De ahí, la pregunta capital que nos hacemos hoy: ¿es el cristianismo una religión? Como religión se ha vivido durante siglos. Pero, ¿fue así en su origen?

Mucha gente no se imagina que la palabra “religión” (thrêskeia), que designa el servicio sagrado, es decir, la religión y su ejercicio (L. Schmidt: ThWNT III, 155-159), aparece solo cuatro veces en el Nuevo Testamento. Y referida a los creyentes en Jesús, únicamente dos veces, en la carta de Santiago (1,26-27), que se aplica a la “religión de los cristianos”. Para decirnos que “religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre, es ésta: visitar (para dar consuelo y alivio) a huérfanos y viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo” (cf. Max Zerwick). 

Y es que, como bien explican quienes han analizado a fondo este asunto, el uso poco frecuente de la palabra “religión”, en el Nuevo Testamento, está en consonancia con el uso, también poco frecuente, de otros conceptos, relacionados con el culto sagrado, tales como therapeia (“servicio cultual”), latreia (“culto religioso”), épimeleia (“solicitud” religiosa), leitourgía (“servicio o culto divino”), ierourgía (“servicio sacerdotal”) (cf. L. Schmidt, o. c., 158). Esta escasez o ausencia de vocabulario “religioso-sagrado” no puede ser casual o por descuido, en un tema tan central para cualquier religión.

En el cristianismo naciente se evitó el vocabulario que caracteriza a los “hombres de la religión” porque, como bien se ha dicho, “la causa y la consecuencia de este hecho (la ausencia de vocabulario sagrado o religioso) son idénticas: el cristianismo, fundamentalmente, no exige un comportamiento cultual especial” (W. Radl, Dic. Exget. N.T., vol. I, 1898). Por eso, cuando Pablo se dirige al romano Agripa, pero incluyendo al judío Festo, le dice: “He vivido con arreglo a la tendencia más rigurosa de nuestra religión” (Hech 26, 5). Pablo obviamente se refería a la religión judía en la que había sido “fariseo”, como asegura el mismo Pablo (l. c.).

No nos angustiemos si la religión se debilita y se hunde. No nos preocupemos por la escasez de vocaciones, la falta de sacerdotes, el vacío de los templos y el abandono de sacramentos como la penitencia o el matrimonio. No pasa nada. Porque, si nos enteramos, de veras, de lo que es el cristianismo, empezaremos a tomar en serio – y con todas sus consecuencias – que el centro de nuestra fe y el camino de los cristianos, para buscar a Dios, es el Evangelio, el proyecto de vida que, con su forma de vivir, nos enseñó y nos marcó Jesús.

Lo que ocurre, según creo, es que esto nos asusta. Porque la religión nos ofrece muchas seguridades: tranquiliza conciencias (que tienen motivos para sentirse inquietas), da prestigio, refuerza intereses políticos, tiene sus ventajas económicas, legitima el sistema dominante, fomenta el turismo y hasta sirve para lucirse en festejos lustrosos. Y es verdad que la religión ha hecho santos. Sí, los ha hecho. Pero no olvidemos que los santos de verdad vivieron de acuerdo con el Evangelio. Como tampoco debemos olvidar que “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar, porque (como te descuides) nos remite a la falsa religión” (Thomas Ruster). Y, la verdad, ya estamos hartos de engaños religiosos.

José María Castillo

Comentario del 22 de abril

Los relatos postpascuales nos ponen al tanto de las reacciones provocadas –no sólo entre sus seguidores, sino también entre sus enemigos- por ese extraordinario suceso de la resurrección de Jesús, que aparece siempre asociada a la desaparición de su cuerpo crucificado, muerto y sepultado, es decir, al hallazgo del sepulcro vacío de su cadáver. Las primeras testigos de este hallazgo fueron mujeres. Así lo atestiguan todos los relatos evangélicos sin excepción. Pero encontrarse el sepulcro vacío del cadáver –no de las vendas, ni del sudario- no obligaba a creer en el mensaje de la resurrección. Esta situación permitía también otras explicaciones: robo por parte de los apóstoles, o de otros; terremoto, grieta en la tierra y desaparición; traslado a otro lugar, o cualquier otra conjetura posible de imaginar: incineración, profanación.

San Mateo nos habla de mujeres impresionadas y llenas de alegría: impresionadas no por lo encontrado en el sepulcro abierto –aquello más bien les produjo temor-, sino por lo anunciado por esos «hombres de vestidos refulgentes»: no busquéis entre los muertos al que vive; no está aquí; ha resucitado. Si el cuerpo de Jesús hubiese permanecido entre los muertos, estando ‘allí’, esto es, en el sepulcro, en estado cadavérico, no podría anunciarse que ha resucitado, hecho que equivalía a decir que estaba vivo. Si el cuerpo cadavérico se asocia a la muerte, en que están los muertos, la resurrección se asocia a la vida en la que vive el resucitado. No se concibe, pues, una resurrección en presencia del cadáver o teniendo el cadáver como testigo.

Las mujeres, por tanto, quedan impresionadas por el anuncio de vida que se les hace en el lugar mismo de la desaparición del cadáver. La noticia alusiva a la vida de un ser querido al que se creía muerto es siempre un motivo de alegría. Quizá estas mujeres nos puedan parecer demasiado crédulas. Podían buscar otras explicaciones «más creíbles» al hecho de la desaparición del cadáver de Jesús. Pero acogen la primera explicación que se les ofrece. Llenas de alegría corrieron de inmediato a contárselo a los discípulos. Y, mientras iban de camino, Jesús les salió al encuentro. La temprana aparición de Jesús les ratifica en la veracidad de la explicación que les había sido dada. Ellas, al parecer, lo reconocieron en seguida, cosa que no sucede con otros testigos de las apariciones del resucitado como los de Emaus o como María. En este caso, las ‘crédulas’ mujeres se le acercan, se postran ante él y le abrazan los pies. Evidentemente lo han reconocido como al ‘escapado’ de las fauces de la muerte. Él las tranquiliza con palabras amables: No tengáis miedo; y las envía como transmisoras de un mensaje: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.

Pero el «hecho» no sólo puso en movimiento a las mujeres, generando en ellas sentimientos diversos: primero, asombro o desconcierto; después, alegría; luego, deseos imperiosos de comunicar la noticia; también provocó reacciones en los que se suponen enemigos del condenado. Según todos los indicios, el sepulcro había quedado no sólo sellado con una gran piedra, que cerraba el acceso al interior, sino también custodiado por una guardia pretoriana. Algún evangelio nos informa de que estaban alertados por extrañas profecías de resurrección y se temían un posible fraude perpetrado por sus amigos. Ello explica la guardia colocada a la entrada del sepulcro.

Pues bien, también ellos –como las mujeres- fueron testigos de los efectos provocados por ese extraño suceso que dejó el sepulcro desguarnecido y vacío del cadáver de Jesús. No describen ni explican «lo ocurrido», pero sí hablan de que «algo» ha ocurrido, y eso es esencialmente que el cuerpo (=cadáver) del sepultado y custodiado en el sepulcro ha desaparecido. Y no se explican cómo ni por qué. Pero ése es el hecho y así se lo cuentan a los sumos sacerdotes. Aquello tuvo que provocar gran alarma entre los máximos responsables de la muerte de aquel ajusticiado que, por otro lado, ya les había asombrado en vida con acciones de difícil explicación y que había predicho en diferentes modos su vuelta a la vida. Y, puestos a deliberar, encuentran una posible salida a esta complicada situación. Les dan una fuerte suma de dinero y acuerdan con ellos la difusión de una noticia: Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais.

Pero aquella confesión de negligencia o de descuido por parte de un soldado que debía mantenerse despierto durante la guardia encomendada le hacía objeto de duras sanciones por parte del código militar. Estaba catalogada como una falta muy grave. Por eso las autoridades judías les tienen que tranquilizar: Si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros. Y así quedó la cosa. Ellos tomaron el dinero, que era lo que les interesaba, y obraron conforme a las instrucciones recibidas. Y la historia ‘inventada’ y ‘difundida’ para tapar el suceso de la resurrección –así lo interpreta el evangelista- se ha convertido al menos en un testimonio a favor de veracidad de lo contado por las mujeres que habían acudido de madrugada al sepulcro con aromas para el cuerpo de Jesús: que este cuerpo no estaba ya en el sepulcro, que había desaparecido.

Pero la explicación que ofrecían al mundo era muy poco creíble: ¿un robo, con profanación, del cadáver por parte de unos seguidores atemorizados, huidos? ¿en un sepulcro custodiado por soldados? Si dormían, sólo podían sospechar –nunca testificar, a no ser que hubiesen dejado huellas delatantes- que los ladrones del cadáver habían sido realmente sus discípulos. ¿Y con qué fin habrían hecho esto? ¿Con el fin de venerarle? ¿No le había sido concedido ya a José de Arimatea, un amigo? ¿Con el fin de lanzar a bombo y platillo el mensaje de su resurrección al mundo entero? ¿Estaban los apóstoles, que tantas resistencias mostraron a creer que estaba vivo, en disposición de hacer eso? ¿Es posible suponer este fraude en hombres que mostraron una convicción y una fe inquebrantables, capaces de afrontar todo tipo de sufrimientos y penalidades, y hasta la misma muerte? La hipótesis del robo haría insostenibles todos los relatos evangélicos relativos a los encuentros del Resucitado con sus discípulos. Nada quedaría en pie de estos testimonios. Y en ningún caso podría explicar el ardor misionero que demostraron aquellos testigos de la primera hora.

La resurrección de Jesús se convirtió desde el principio en el núcleo del kerigma evangélico. Sin esta piedra kerigmática, el anuncio misionero de los apóstoles se quedaría sin apoyo. No habría nada que comunicar al mundo: ni al judío, ni al pagano. Si los apóstoles se lanzaron al mundo a hablar, fue para anunciar que Cristo había resucitado. No tenían otra cosa que comunicar que ésta. Después vendrían las consecuencias y derivaciones de esta noticia. Pero su noticia no era en principio otra que ésta: el Padre había resucitado a su Hijo de entre los muertos. Y ésta tendría que ser también nuestra primera y principal noticia al mundo como cristianos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Artículo 76. § 1. La Facultad de Teología tiene la misión particular de cuidar la científica formación teológica de aquellos que se preparan al presbiterado y de aquellos que se preparan para desempeñar cargos eclesiásticos especiales. Por ello es necesario que exista un congruo número de profesores presbíteros.

§ 2. Con este fin, deben darse también disciplinas adaptadas a los seminaristas: es más, puede instituirse oportunamente por la misma Facultad el «Año de pastoral», que se exige, después de haber terminado el quinquenio institucional, para el presbiterado, y puede concluirse con la concesión de un diploma especial.

Homilía – Domingo II de Pascua

JESÚS RESUCITADO, CENTRO DE LA COMUNIDAD

UNIDOS Y REUNIDOS EN NOMBRE DE JESÚS

Pablo VI, en su luminosa encíclica Ecclesiam suam, afirma: «La Iglesia se renovará de verdad cuando vuelva de verdad su mirada a Cristo». Entonces, y sólo entonces, se rejuvenecerá. En realidad, los cristianos y los grupos rutinarios se convierten, cambian radicalmente, pasan de un cristianismo cumplimentero a un cristianismo entusiasmado cuando se encuentran personalmente con Jesucristo resucitado.

En este sentido resulta conmovedor el testimonio del gran teólogo Yves Congar: «He tardado bastante en dar a Jesucristo el lugar central que ocupa hoy en mi pensamiento y en mi vida. Para mí Jesucristo lo es todo; es él quien me da el calor y la luz. Su Espíritu es el que me da movimiento, vitalidad. Cada día me interpela, me impide detenerme; el evangelio y su ejemplo me arrancan de la tendencia instintiva que me ata a mí mismo, a mis hábitos, a mi egoísmo».

Los testimonios de personas dé toda clase y condición son interminables. Milagro palpable y palpitante de la presencia dinamizadora de Jesús son muchas comunidades cristianas surgidas como hogueras en la noche del mundo. «Nos parece un milagro cuando miramos siete años atrás y vemos cómo de personas egoístas, acurrucadas en nuestras madrigueras, hemos podido llegar a formar esta gran familia, en la que nos amamos, nos ayudamos y procuramos juntarnos para hacer bien a nuestros vecinos; la verdad es que hemos cambiado todos un montón», comentan los miembros de una comunidad cristiana de Vigo formada por 45 miembros. Y yo les acoto: «No ‘parece’ un milagro; es un milagro del Señor resucitado y presente entre nosotros». Aunque con distintas circunstancias y apariencias externas, se trata del mismo milagro verificado en aquel puñado de seguidores de Jesús que formarían la comunidad modélica de Jerusalén. ¿Cómo resucita el grupo de los amigos de Jesús? ¿Qué hizo posible que, después del «fracaso rotundo» del Maestro, resurgieran con increíble vigor?

 

BUSCAR JUNTOS

Aunque acoquinados y dispersos en un primer momento («heriré al pastor y se dispersarán las ovejas» -Mt 26,31-), impulsados por el Espíritu de Jesús, vuelven a reencontrarse para convivir, para dialogar, para compartir el «fracaso» de la muerte del Maestro, para seguir su amistad. Buscan juntos. Por eso, como estaban reunidos en el nombre del Señor, él se hace presente en medio de ellos (Mt 18,20), y le reconocen con la mirada de fe. Tomás se ha ausentado de la comunidad; por eso no ha podido gozar del encuentro con el Señor; sólo cuando se reintegra a la comunidad puede vivir la experiencia. Los de Emaús, a pesar de que se alejan desencantados, caminan compartiendo su tristeza y su desencanto; por eso el Señor les sale al encuentro.

La situación de incontables «cristianos», aunque parezca que no tiene nada que ver con la situación de los discípulos de Jesús después del viernes santo, sin embargo tiene mucho en común. Son numerosísimos los que viven su religiosidad muy rutinariamente, están desencantados, dispersos, desilusionados, porque creen que la Iglesia no responde a sus inquietudes ni a las esperanzas del mundo. El cristianismo no les llena; sin embargo, están inquietos, buscan. Su fe, como la de los discípulos, corre peligro.

El camino de encuentro con el Señor comienza por reunirse para buscar juntos, compartir dudas, críticas, poner en común experiencias e intentar nuevas formas de vivir la fe. No hacerlo es poner en peligro la fe, como advierten reiteradamente los obispos vascos en diversas pastorales conjuntas: «Estamos persuadidos de que sólo unas comunidades fuertes, de vida intensa e incluso exigente, podrán ser para la gran mayoría de los creyentes hogar que los alimente para la ardua tarea de vivir diariamente la fe en condiciones difíciles. Sólo una participación activa en estas comunidades sostendrá una adhesión eclesial sometida al riesgo de la erosión continua. Sólo un alimento místico compartido podrá afirmar a Dios como Dios en una época propicia a las idolatrías, a Jesús como a Señor en una sociedad poblada de tantos ‘señores’. Sólo un impulso misionero refrescado en comunidad mantendrá en los creyentes la viva conciencia de haber recibido una ‘buena noticia’ y la encendida pasión por testificarla sin orgullo y sin complejos. Construir esas comunidades vivas de fe ha de ser un objetivo irrenunciable en estos tiempos de increencia».

Ésta es la razón por la que muchos «cristianos» solitarios (una rotunda contradicción) nos confiesan: «Estoy perdiendo la fe», «ya no sé si creo o no creo». Lo extraño no es esto, lo extraño sería lo contrario. Si fuera del ámbito comunitario, todos echan agua al fuego de tu fe y nadie echa leña, terminará, obviamente, por apagarse. Repiten el error de Tomás. Naturalmente que si Tomás no hubiera retornado al grupo de condiscípulos, hubiera perdido definitivamente la fe. Pretender ser cristiano por libre es poner en riesgo la propia fe. Y reunirse, como hicieron los discípulos, en torno a Jesús para evocar su memoria, para profundizar su mensaje y comprender el significado de su persona y su relación con nosotros es condición de vida. Pero, para reconocerle, se precisan los ojos de la fe como les sucedía a aquellos primeros discípulos en sus encuentros con el Maestro.

Quienes participamos reiteradamente en la vida de grupos y comunidades comprobamos asombrados su verificación desbordante. Comprobamos cómo se enciende la fe medio apagada de quienes se reúnen; desaparecen las dudas ante la experiencia de encuentro con el Señor, como ocurrió con los de Emaús (Lc 24,13-35). Llenos de entusiasmo, testimonian: «Este cristianismo sí que merece la pena», «ahora sí que me he encontrado con Jesucristo», «a partir de mi incorporación a la comunidad o al grupo, he empezado una vida nueva». Este encuentro con el Señor en medio de la comunidad llena a sus miembros de alegría, convierte los encuentros en una verdadera fiesta y genera en los cristianos un tono de paz: «¡Paz a vosotros!».

Afirma monseñor Casaldáliga: «¡Feliz el que sabe que seguir a Jesucristo es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos! No te engañes: quien se aleja de la comunidad, en busca de ventajas personales, se aleja de Dios; quien busca la comunidad se encuentra con Dios».

EL DÍA PRIMERO DE LA SEMANA

Juan afirma que esto sucedió «el primer día de la semana»; con ello hace referencia a la semana de la creación. A partir de la resurrección de Jesús empieza la nueva creación; el grupo de discípulos a los que se manifiesta Jesús es la «nueva humanidad», el nuevo y definitivo pueblo de Dios. «El que está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ha pasado y ha aparecido lo nuevo» (2Co 5,17). Donde hay una comunidad viva hay una «humanidad nueva». Éste es el milagro que Jesús nos invita a hacer para que seamos sacramento de salvación para los mismos que la formamos, para la Iglesia y para el mundo. ¿Contribuyo a realizar este milagro? ¿Participo en la vida de algún grupo o comunidad cristiana? ¿Debería, tal vez, hacerlo con más entrega? ¿Me esfuerzo por avivar la mirada de fe para reconocer en mi grupo o comunidad la presencia del Señor resucitado? ¿Qué me pide el Espíritu?

«Estando los discípulos reunidos en una casa… entró Jesús y se puso en medio de ellos»… Jesús ha prometido categóricamente: «Siempre que nos reunimos en su nombre, aunque no seamos más que dos, allí estoy en medio de vosotros» (Mt 18,20). Está, pero no como un espectador pasivo, sino como estuvo en la manifestación de la que nos ha hablado Juan: para darnos paz, entusiasmo y los dones de su Espíritu. Lo que hace falta es que lo reconozcamos con los ojos de la fe. El relato evangélico patentiza lo que afirma monseñor Casaldáliga y lo que hemos experimentado cuantos participamos en la vida de la comunidad: «Quien busca la comunidad, encuentra al Señor» porque ella es el lugar de encuentro en que nos cita (Mt 18,20).

Atilano Alaiz

Jn 20, 19-31 (Evangelio Domingo II de Pascua)

Continuamos en la segunda parte del Cuarto Evangelio, donde se nos presenta la comunidad de la Nueva Alianza. La indicación de que estamos en “el primer día de la semana” hace, otra vez, referencia al tiempo nuevo, a ese tiempo que sigue a la muerte/resurrección de Jesús, al tiempo de la nueva creación.

La comunidad, creada a partir de la acción creadora y vivificadora de Jesús, está reunida en el cenáculo, en Jerusalén. Se encuentra desamparada e insegura, cercada por un ambiente hostil. El miedo procede del hecho de no haber realizado todavía la experiencia de Cristo resucitado.

Juan presenta, aquí, una catequesis sobre la presencia de Jesús, vivo y resucitado, en medio de los discípulos que caminan por la historia. No le interesa tanto hacer una descripción periodística de las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos; le interesa, sobre todo, mostrar a los cristianos de todas las épocas que Cristo continúa vivo y presente, acompañando a su Iglesia.

Por último, cada creyente puede hacer la experiencia del encuentro con el “Señor” resucitado, siempre que celebra la fe con su comunidad.

El texto que se nos propone, se divide en dos partes bien distintas.

En la primera parte (vv. 19-23), se describe una “aparición” de Jesús a los discípulos. Después de sugerir la situación de inseguridad y de fragilidad en la que se encontraba la comunidad (al “anochecer”, las “puertas cerradas”, el “miedo”), el autor de este texto presenta a Jesús “en el centro” de la comunidad (v. 19b).

Al aparecer “en medio de ellos” Jesús se sitúa como punto de referencia, factor de unidad, vid alrededor de la cual se insertan los racimos. La comunidad está reunida alrededor de él, pues él es la fuente a la que todos van a beber esa vida que les permite vencer el “miedo” y la hostilidad del mundo.

A esta comunidad encerrada, miedosa, sumergida en las tinieblas de un mundo hostil, Jesús transmite por dos veces la paz (v. 19 y 21: es el “shalom” hebreo, con un sentido de armonía, serenidad, tranquilidad, confianza, vida plena). Se asegura, así, a los discípulos que Jesús venció a aquello que los asustaba (la muerte, la opresión, la hostilidad del mundo) y que, de aquí en adelante, los discípulos no tienen ninguna razón para tener miedo.

Después (v. 20a) Jesús revela su “identidad”: en las manos y en el costado traspasado, están los signos de su amor y de su entrega. Es en esos signos de amor y de donación donde la comunidad reconoce a Jesús vivo y presente en su ambiente. La permanencia de esos “signos” indica la permanencia del amor de Jesús: él será siempre el Mesías que ama y del cual brotarán el agua y la sangre que constituyen y alimentan a la comunidad.

Enseguida (v. 22) Jesús “exhaló su aliento” sobre los discípulos. El verbo aquí utilizado es el mismo del texto griego de Gn 2,7 (cuando se dice que Dios sopló sobre el hombre de arcilla, infundiéndole su vida). Con el “soplo” de Gn 2,7, el hombre se convirtió en un ser viviente; con este “soplo”, Jesús transmite a los discípulos la vida nueva que hará de ellos hombres nuevos. Ahora, los discípulos poseen el Espíritu, la vida de Dios, para poder, como Jesús, darse generosamente a los otros. Este Espíritu es el que construye y anima la comunidad de Jesús.

En la segunda parte (vv. 24-29), se presenta una catequesis sobre la fe. ¿Cómo se llega a la fe en Cristo resucitado?

Juan responde: podemos hacer la experiencia de fe en Cristo vivo y resucitado en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde se manifiesta e irradia el amor de Jesús.

Tomás representa a aquellos que viven cerrados en sí mismos (está fuera) y que no hacen caso del testimonio de la comunidad, ni perciben los signos de vida nueva que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener (solamente para sí mismos) una demostración particular de Dios.

Tomás acaba, sin embargo, por hacer la experiencia de Cristo vivo en el interior de la comunidad. ¿Por qué? Porque en el “día del Señor” vuelve a estar con su comunidad. Es una alusión clara al Domingo, al día en que la comunidad es convocada para celebrar la Eucaristía: es en el encuentro con el amor fraterno, con el perdón de los hermanos, con la Palabra proclamada, con el pan de Jesús compartido, como se descubre a Jesús resucitado.

La experiencia de Tomás no es exclusiva de los primeros testigos, sino que todos los cristianos de todos los tiempos pueden hacer esta misma experiencia.

Tened en cuenta los siguientes elementos:

La comunidad cristiana gira en torno a Jesús, es construida alrededor de Jesús y es de Jesús de quien recibe vida, amor y paz.
Sin Jesús, estaremos secos y estériles, incapaces de encontrar la vida en plenitud; sin él, seremos un rebaño de gente asustada, incapaz de enfrentarse al mundo y de tener una actitud constructiva y transformadora; sin él, estaremos divididos, en conflicto, y no seremos una comunidad de hermanos.

En nuestra comunidad, ¿Cristo es verdaderamente el centro?, ¿todo tiende hacia él y todo parte de él?

La comunidad tiene que ser un lugar donde hacemos, verdaderamente, la experiencia de encuentro con el Jesús resucitado.
Es en los gestos de amor, de compartir, de servicio, de encuentro, de fraternidad (en el “costado traspasado” y en las llagas de Jesús, expresiones de su amor), donde encontramos a Jesús vivo, transformando y renovando el mundo. ¿Es eso lo que nuestra comunidad testimonia?

Quien busca a Cristo resucitado, ¿lo encuentra en nosotros?
El amor de Jesús, amor total, universal y sin medida, ¿se transparenta en nuestros gestos?

No es en experiencias personales, íntimas, cerradas, egoístas, donde encontramos a Jesús resucitado, sino que lo encontramos en el diálogo comunitario, en la Palabra compartida, en el pan partido, en el amor que une a los hermanos en comunidad de vida.

¿Qué significa, para mí, la Eucaristía?

Ap 1, 9-11-13. 17-19 (2ª Lectura Domingo II de Pascua)

Estamos al final del mandato de Domiciano (alrededor del año 95); los cristianos eran perseguidos de forma violenta y organizada y parecía que todos los poderes del mundo se volvían contra los seguidores de Cristo. Muchos cristianos, llenos de miedo, abandonaban el Evangelio y se ponían del lado del imperio. En la comunidad decían: “Jesús es el Señor”; pero fuera, quien mandaba como señor todopoderoso era el Emperador de Roma.

En este contexto de persecución, de miedo y de martirio se escribió el Apocalipsis. El objetivo del autor es presentar a los creyentes una invitación a la conversión (primera parte, Ap 1-3) y una lectura profética de la historia que les ayude a afrontar la tempestad con esperanza y a creer en la victoria final de Dios y de los creyentes (segunda parte, Ap 2-22).

El texto de la segunda lectura de hoy pertenece a la primera parte del libro. En él, se presenta, recurriendo al lenguaje simbólico (es a través de los símbolos como mejor se expresa la realidad del misterio) al “Hijo del Hombre: él es el Señor de la historia y aquel a través del cual Dios revela a los hombres su proyecto salvador.

Ese “Hijo del Hombre” es Cristo resucitado. Para describirlo, el autor (un tal Juan, exiliado en la isla de Patmos a causa del Evangelio), va a utilizar los símbolos heredados del mundo vétero-testamentario que subrayan, sobre todo, la divinidad de Jesús.

El texto que hoy nos propone la liturgia no presenta la descripción original completa (faltan los versículos 14-16). En los versículos que se nos proponen, este “Hijo del Hombre” es presentado como el Señor que preside su Iglesia (en el v. 12, los siete candelabros representan a la totalidad de la Iglesia de Jesús; recordad que el siete es el número que indica plenitud, totalidad) y que camina en medio de ella y con ella (v. 13a); él está revestido de dignidad sacerdotal (la larga túnica, distintivo de dignidad sacerdotal revela que él es, ahora, el verdadero intermediario entre Dios y los hombres, v. 13b) y posee la dignidad real (el cinto de oro, porque en él reside la realeza y la autoridad sobre la historia, el mundo y la Iglesia, v. 13c).

Sobre todo, él es el Cristo del misterio pascual; estaba muerto, volvió a la vida y es, ahora, el Señor de la vida que derrotó a la muerte (v. 18). La historia comienza y acaba en él (v. 17b). Por eso, los cristianos no deberán temer nada.

A Juan, Cristo resucitado le confía la misión profética de ser testigo. El hecho de que Juan caiga por tierra como muerto y el hecho de que el Señor lo reanime con un gesto (v. 17), nos hacen pensar en varios relatos de vocación profética del Antiguo Testamento.

El “profeta” Juan es, pues, enviado a las iglesias; su misión es la de anunciar un mensaje de esperanza que permita enfrentarse al miedo y a la persecución.

Sobre todo, es llamado a anunciar a todos los cristianos que Jesús resucitado está vivo, que camina en medio de su Iglesia y que, con él, ningún mal les sucederá pues él es el que preside la historia.

Reflexionad a partir de las siguientes coordenadas:

Hay muchas cosas e intereses que hoy son erigidos como dioses, que reciben nuestra adoración, que nos desvían de lo esencial y que acaban por destruirnos y esclavizarnos.
¿Qué cosas e intereses son esos? ¿Es Jesús, vivo y resucitado, quien está en el centro de nuestras vidas y de nuestras comunidades?

El miedo aliena, esclaviza, nos impide actuar de forma positiva. ¿Somos conscientes de que nada tenemos que temer porque Cristo, el Señor de la historia, camina con nosotros?

Los hombres de hoy, a pesar de todos los descubrimientos y conquistas, tienen, muchas veces, una perspectiva pesimista que les envenena el corazón y la existencia. Si la esperanza está en crisis, nosotros, testigos del resucitado, tenemos una propuesta de novedad y de salvación que ofrecer al mundo.

¿Nos sentimos profetas, enviados, como Juan, a anunciar un mensaje de esperanza, a dar testimonio de Jesús resucitado y a decir que ese mundo nuevo ya está haciéndose?

Hch 5, 12-16 (1ª lectura Domingo II de Pascua)

El libro de los Hechos de los Apóstoles presenta el “camino” que la Iglesia de Jesús recorrió, desde Jerusalén hasta Roma, el corazón del imperio. Sin embargo, fue en Jerusalén, el lugar donde irrumpió la salvación, esto es, donde Jesús sufrió, murió, resucitó y subió al cielo, donde todo empezó. Fue allí donde nació la primera comunidad cristiana y donde esa comunidad, por primera vez, se manifestó como testigo de Jesús ante el mundo.

El texto que se nos propone es uno de los tres sumarios que aparecen en la primera parte de los “Hechos”; en esos sumarios se presentan temas comunes y afinidades de estructura que nos invitan a considerarlos conjuntamente. En su conjunto, esos sumarios pretenden presentar las distintas facetas del testimonio dado por la Iglesia de Jerusalén.

El primero aparece en 2,42-47 y está dedicado al tema de la unidad y al impacto que el estilo cristiano de vida causó en el pueblo;

el segundo aparece en 4,32-37 y está dedicado al tema del compartir los bienes; el tercero (la primera lectura de hoy) presenta el testimonio de la Iglesia a través de la actividad milagrosa de los apóstoles.

La primera frase de esta lectura presenta el tema: “Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”.

La descripción de la acción de los apóstoles y de la reacción del pueblo es, en este contexto, muy parecida a ciertos relatos de curación y a ciertos resúmenes de la actividad taumatúrgica de Jesús que encontramos en los evangelios sinópticos.

Esto nos muestra, desde luego, dos cosas: que no se trata de un reportaje fotográfico de unos acontecimientos, sino más bien de un resumen teológico; y que Lucas ve continuidad entre la misión de Jesús y la misión de la comunidad cristiana (la misma actividad salvadora y liberadora de Jesús en favor de los pobres y de los oprimidos es continuada ahora en el mundo por su Iglesia).

Un asunto especialmente interesante es el de la atribución a la “sombra” de Pedro de virtudes curativas (cf. Hch 5,15b). Eso nunca se dijo acerca de Cristo. ¿Significa que Pedro tenía más poder que el mismo Cristo? No. Significa, probablemente, que nada es imposible para aquél que se pone del lado de Cristo y recibe de él la fuerza para ser su testigo.

Debemos tener presente, para entender el mensaje, el escenario de fondo de este texto: los apóstoles son los testigos de Jesús resucitado y de su proyecto liberador para el mundo; los gestos realizados sirven para dar testimonio de la resurrección, esto es, de esa vida nueva que en Cristo comenzó y que, a través de los seguidores de Cristo resucitado, debe llegar a todos los hombres.

Para la reflexión y actualización, considerad los siguientes aspectos:

La comunidad cristiana tiene que ser, fundamentalmente, una comunidad que testimonia a Cristo resucitado.
Si formamos una familia de hermanos “unidos por los mismos sentimientos”, solidarios los unos de los otros, capaces de compartir, estaremos anunciando ese mundo nuevo que Jesús nos ofrece e interpelando a nuestros coetáneos.

¿Es eso lo que habitualmente sucede con el testimonio de nuestras comunidades?
¿Qué es lo que nos falta para ser, como la comunidad primitiva, una comunidad que da testimonio de Jesús resucitado?

Los milagros nos son, fundamentalmente, acontecimientos asombrosos que se saltan las leyes de la naturaleza, sino que son signos que muestran la presencia liberadora y salvadora de Dios y que anuncian esa vida plena que Dios quiere dar a todos los hombres.

No son, por tanto, cosas reservadas a ciertos hechiceros o superhéroes, sino que son gestos que yo puedo hacer todos los días: siempre que ellos hablen de amor, de compartir, de reconciliación, yo estoy realizando un “milagro” que lleva a los hermanos la vida nueva de Dios, estoy anunciando y realizando la resurrección.

¿Soy consciente de esto e intento, con gestos concretos, anunciar que Jesús resucitó y continúa salvando a los hombres?
¿Mis gestos son “signos” de Dios?

Comentario al evangelio – 22 de abril

El acontecimiento de la resurrección de Jesús crucificado es inagotable. Constituye la gran buena noticia de nuestra historia. El descubrimiento del sepulcro vacío de Jesús  pone en  movimiento a los personajes protagonistas. Suscita la búsqueda; hace preguntarse por la presencia de crucificado. Se da a conocer en contra de las dudas y el escepticismo. Y Jesús mismo les sale al encuentro y les saluda: alegraos. Jesús les dice también: no tengáis miedo. El resucitado Mesías se hace encontradizo con las mujeres que han ido a visitar el sepulcro. El  resucitado sigue presente y se hace visible; se da a conocer con una invitación a la alegría. Ha vencido a la muerte y está plenamente vivo.

El anuncio de la  resurrección se hace mediante la contraposición entre la acción de los líderes judíos por manos de los paganos y la acción de Dios mismo. “Vosotros lo entregasteis, por manos de los paganos, lo matasteis en la cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio” (Hech 2, 23-24). Este texto constituye el corazón del discurso que resume el kérigma primitivo trasmitido por Lucas. La resurrección de Jesús es obra de Dios mismo. Obra significativa y decisiva; está en continuidad con la historia de la salvación de Dios.

La resurrección de crucificado es la gran noticia. Hay que celebrarla. Hay que hacer fiesta larga. Una octava para paladear y disfrutar la gran noticia: está vivo, resucitó…!Amén! ¡Aleluya! Y una cuarentena pascual para hacerse cargo del significado del acontecimiento.

Y nosotros hoy, ¿tenemos ganas de resurrección? ¿En qué situación personal me llega la gran noticia de la resurrección de Jesús de entre los muertos por obra de Dios? ¿Estoy envuelto en la suspicacia con respecto al después de la muerte.

Bonifacio Fernández, cmf