El libro de los Hechos de los Apóstoles presenta el “camino” que la Iglesia de Jesús recorrió, desde Jerusalén hasta Roma, el corazón del imperio. Sin embargo, fue en Jerusalén, el lugar donde irrumpió la salvación, esto es, donde Jesús sufrió, murió, resucitó y subió al cielo, donde todo empezó. Fue allí donde nació la primera comunidad cristiana y donde esa comunidad, por primera vez, se manifestó como testigo de Jesús ante el mundo.
El texto que se nos propone es uno de los tres sumarios que aparecen en la primera parte de los “Hechos”; en esos sumarios se presentan temas comunes y afinidades de estructura que nos invitan a considerarlos conjuntamente. En su conjunto, esos sumarios pretenden presentar las distintas facetas del testimonio dado por la Iglesia de Jerusalén.
El primero aparece en 2,42-47 y está dedicado al tema de la unidad y al impacto que el estilo cristiano de vida causó en el pueblo;
el segundo aparece en 4,32-37 y está dedicado al tema del compartir los bienes; el tercero (la primera lectura de hoy) presenta el testimonio de la Iglesia a través de la actividad milagrosa de los apóstoles.
La primera frase de esta lectura presenta el tema: “Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”.
La descripción de la acción de los apóstoles y de la reacción del pueblo es, en este contexto, muy parecida a ciertos relatos de curación y a ciertos resúmenes de la actividad taumatúrgica de Jesús que encontramos en los evangelios sinópticos.
Esto nos muestra, desde luego, dos cosas: que no se trata de un reportaje fotográfico de unos acontecimientos, sino más bien de un resumen teológico; y que Lucas ve continuidad entre la misión de Jesús y la misión de la comunidad cristiana (la misma actividad salvadora y liberadora de Jesús en favor de los pobres y de los oprimidos es continuada ahora en el mundo por su Iglesia).
Un asunto especialmente interesante es el de la atribución a la “sombra” de Pedro de virtudes curativas (cf. Hch 5,15b). Eso nunca se dijo acerca de Cristo. ¿Significa que Pedro tenía más poder que el mismo Cristo? No. Significa, probablemente, que nada es imposible para aquél que se pone del lado de Cristo y recibe de él la fuerza para ser su testigo.
Debemos tener presente, para entender el mensaje, el escenario de fondo de este texto: los apóstoles son los testigos de Jesús resucitado y de su proyecto liberador para el mundo; los gestos realizados sirven para dar testimonio de la resurrección, esto es, de esa vida nueva que en Cristo comenzó y que, a través de los seguidores de Cristo resucitado, debe llegar a todos los hombres.
Para la reflexión y actualización, considerad los siguientes aspectos:
La comunidad cristiana tiene que ser, fundamentalmente, una comunidad que testimonia a Cristo resucitado.
Si formamos una familia de hermanos “unidos por los mismos sentimientos”, solidarios los unos de los otros, capaces de compartir, estaremos anunciando ese mundo nuevo que Jesús nos ofrece e interpelando a nuestros coetáneos.
¿Es eso lo que habitualmente sucede con el testimonio de nuestras comunidades?
¿Qué es lo que nos falta para ser, como la comunidad primitiva, una comunidad que da testimonio de Jesús resucitado?
Los milagros nos son, fundamentalmente, acontecimientos asombrosos que se saltan las leyes de la naturaleza, sino que son signos que muestran la presencia liberadora y salvadora de Dios y que anuncian esa vida plena que Dios quiere dar a todos los hombres.
No son, por tanto, cosas reservadas a ciertos hechiceros o superhéroes, sino que son gestos que yo puedo hacer todos los días: siempre que ellos hablen de amor, de compartir, de reconciliación, yo estoy realizando un “milagro” que lleva a los hermanos la vida nueva de Dios, estoy anunciando y realizando la resurrección.
¿Soy consciente de esto e intento, con gestos concretos, anunciar que Jesús resucitó y continúa salvando a los hombres?
¿Mis gestos son “signos” de Dios?