Hoy es 23 de abril, Martes de la 1ª semana de Pascua.
Haz silencio. El silencio propio de la víspera de algo importante. El silencio expectante de quien tiene muchas ganas de algo y espera con avidez. El silencio dispuesto a escuchar una palabra que lo cambia todo. Es en esta quietud en la que aparece la vida, la verdad y el camino. Es en esta calma donde se descubre al resucitado. En este tiempo de Pascua, disponte a dejar que el Señor te muestre donde buscarlo. Imagina por un momento a María Magdalena, triste, insegura, pasando desde el frío al calor, del dolor a la esperanza, del temor a la sensación de que no hay miedo.
Se ha roto mi vida,
me veo perdida y tú no estás.
Me siento vacía,
en lo que creía se ha ido alejando más.
Y es que desde que te has ido
he dejado de soñar.
De qué me sirven los sueños
en esta absurda realidad.
Hoy quiero creer
que todo puede cambiar,
que mi fe, aunque pequeña,
contigo crecerá.
No quiero pensar
que fuera de esto no hay nada más.
Me paro, me siento,
aquí no te encuentro, me cuesta continuar.
Y es que desde que te has ido…
Me esperan tropiezos, sonrisas, deseos,
andar en soledad.
Se abre una puerta,
me asomo ante ella
sin miedo a lo que vendrá.
Sin miedo a fracasar.
Sin miedo a despertar.
Sin miedo a luchar.
Sin miedo a amar.
Se abre una puerta interpretado por Almudena, «Agua»
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 20, 11-18):
María estaba llorando fuera, junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.» Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabia que era Jesús. Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.» Jesús le dice: «¡María!» Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!» Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: ‘Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro’.»
María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»
Mujer, ¿por qué lloras? Es una pregunta llena de sentido. También a mí, a veces me hace falta que alguien me pregunte, ¿por qué lloras? Que alguien se preocupe por mis problemas, por las heridas que me remueven, porque me estremece o me quita la paz. Dejo que sea el mismo Dios quien me pregunta hoy, ¿y tú, por qué lloras?
La respuesta de María muestra un amor profundo a Jesús. Ojalá también yo, a mi manera y en mi contesto de hoy en día, sepa amar a Dios. Convertirlo en mi inquietud, en presencia que cuando está, me llena. Y que si no lo siento, me falta. Ojalá su evangelio sea para mí urgencia, llamada y fortaleza.
Jesús resucitado sigue apareciendo en el espíritu y sigue pronunciando cada nombre con acentos únicos. También pronuncia mi nombre y al hacerlo me da una misión. También a mí me envía a contar a mis hermanos lo que he visto. Dejo que resuene mi nombre, como susurrado por Dios y que me diga que cuenta conmigo.
Imagino ahora los muchos sentimientos de María, cuando, tiempos después recuerda lo ocurrido ese día.
Memorias de un domingo
¿Sabes? Aún no lo entiendo del todo. No sé cómo no lo reconocí antes. Pero todo era diferente. Pasé del llanto a la alegría. De la soledad más absoluta al encuentro. De la desesperación al entusiasmo. Mi vida había perdido sentido, y de golpe me encontré llena de energía, y con una meta. Yo estaba llorando, gritando a unos y otros para que me dijeran dónde habían metido su cuerpo. Le creía muerto. No podía recordar sus promesas. Pero entonces dijo mi nombre: “María”. Como lo había dicho tantas veces, en los años anteriores, en los caminos. Y supe que era Él. Supe que era quien conocía mis heridas, y las curaba. Quien comprendía mis fracasos, pero seguía creyendo en mí. Quien sabía de mi historia, y esperaba tanto de ella. Quise aferrarme a él, pero me dijo: “Suéltame”. Y comprendí que desde ese momento estaría de un modo distinto. Él ya estaba, de otro modo, en Dios. Y yo, en este mundo, me sentí llena de vida, con una misión.
(Rezandovoy)
Termina la oración contando a Jesús lo que has sentido en este rato. Tal vez has estado o estás en alguno de los puntos del camino de María, la soledad, el miedo, la tristeza, la esperanza, la pregunta, la búsqueda o el encuentro y la alegría. Desde donde quiera que estés, recuerda que Jesús sigue pronunciando tu nombre y habla con él de lo que te brote.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.