Dichosos los que crean sin haber visto

1.- LA SOMBRA DE PEDRO. – Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. Eso les había prometido el Señor. Por unos momentos, en tres días, habían pensado que todo había sido un sueño, la ilusión de un hombre maravilloso que había terminado sus días en una cruz. Pero aquella pesadilla se acabó y al tercer día Jesús había vuelto de la región tenebrosa de la muerte. Cristo había resucitado. Su promesa se había cumplido.

Por eso caminan seguros por todos los caminos de la tierra, por los intrincados vericuetos de todos los tiempos. Van decididos, hablando con libertad y audacia, con parresía (“la franqueza intrépida de la fe”). Refrendando sus palabras con prodigios, hechos contundentes, indiscutibles. Su mensaje es insólito, una doctrina jamás oída, unas exigencias insospechadas, unas promesas inéditas, unos horizontes infinitos.

La pequeña semilla del grano de mostaza agarró muy bien en la tierra, nació la planta, creció y se hizo árbol frondoso, refugio de miles, millones de almas sedientas de amor y de verdad… Hoy también, a pesar de los pesares, los apóstoles marchan decididos, generosos, intrépidos y audaces. Rematando sus palabras con una vida íntegra. Sí, Cristo sigue vivo, fuerte, influyendo, arrastrando, quemando con el fuego de su amor a este nuestro frío mundo. Y nosotros hemos de estar también encendidos, incandescentes. Ser brasas vivas que siguen expandiendo la contagiosa locura de la fe.

Pedro fue el primero, el cabeza, el vicario de Cristo. Pedro, el pescador de Galilea, el hombre de mar, el del corazón abierto, el de la espontaneidad desbordante. Pedro, la piedra base, el fundamento de la Iglesia. Cristo se había fijado en él, había rogado por él, para que estuviera finalmente firme en la fe, para ser apoyo sólido de los demás.

Pedro asume esa misión con toda la generosidad de su grande y sencillo corazón. Dios está cerca, Dios le acompaña, cumple su palabra, aquella que les había dicho afirmando que harían prodigios, más grandes aunque los que él mismo hiciera. Efectivamente, sólo la sombra de Pedro era suficiente para aliviar a los enfermos.

Pedro, piedra viva que sigue firme e inconmovible. El vicario de Cristo continúa hablando con audacia, proclamando a todos los vientos el mensaje extraordinario, divino, que Cristo trajo a los hombres… Jesús, Señor, vencedor de la muerte, mi Dios vivo, prosigue junto a Pedro, el pobre Pedro que forcejea a brazo partido contra viento y marea, intentando con denuedo llevar la barca, tu Iglesia, a buen puerto.

2.- DICHOSOS LOS QUE CREEN. – Era al anochecer, en esos momentos en los que es más fácil el ataque de los enemigos, cuando la luz comienza a huir y las tinieblas avanzan medrosas, propicias a la emboscada. Los discípulos seguían asustados, reunidos todos en aquella casa, con las puertas cerradas, atentos al menor ruido que pudiera anunciar la proximidad de los que habían crucificado al Maestro. La aventura se había terminado, las locas ilusiones de un reino mesiánico, en el que ellos ocuparan los primeros puestos se habían desvanecido en poco tiempo. Ahora sólo quedaba esperar el momento propicio para iniciar la dispersión, huyendo cada uno por su lado, sin llamar la atención; marcharse como si nunca hubieran tenido nada que ver con aquel Rabí que se llamó Jesús de Nazaret.

Y de pronto el silencio temeroso queda roto. Allí, junto a ellos, estaba el Maestro, radiante, vivo, más fascinante aún que antes. Se quedaron atónitos, sin dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo, pensando en el fondo de sus corazones, sin decir nada, que eran presa de una alucinación. Pero la voz de Jesús resuena con la misma entrañable cordialidad de siempre, les saluda deseándoles la paz. Sin embargo, no acaban de reaccionar, de salir de su asombro. El Señor les enseña la huella de sus heridas, sus manos traspasadas, su costado abierto. Entonces comenzaron a comprender que era verdad, Jesús había vuelto de las regiones tenebrosas del sepulcro, y la gozosa aventura del Reino de Dios no había terminado, todo comenzaba de nuevo con perspectivas inusitadas y gloriosas.

Paz a vosotros –repite el Maestro-. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Sí, era él, eran sus palabras. Les hablaba del Padre y de una misión excelsa, la de marchar por todos los caminos del mundo proclamando las maravillas de un Dios que es Padre de todos los hombres, que ama hasta el perdón sin límites, hasta entregar por amor al Hijo Unigénito. También les habla, como tantas otras veces, del Espíritu Santo, esa fuerza divina que sopla donde quiere y quema y purifica y transforma y eleva y hace renacer de nuevo al hombre con una vida distinta, divina.

Ya es de noche y, sin embargo, en aquellos corazones luce la más esplendente luminosidad. Cuando llega Tomás, todos le cuentan, atropellándose, que el Señor ha resucitado, que está vivo, que lo han visto y oído, que les ha vuelto a decir cosas magníficas e inefables. Pero Tomás no les cree, piensa que están medio locos, poseídos por el deseo de lo imposible. Sólo luego, cuando Jesús vuelve y le toma de la mano, sólo entonces, se rendirá el apóstol incrédulo. Pero gracias a él, Jesús pensó en nosotros y exclamó: Dichosos los que crean sin haber visto.

Antonio García-Moreno

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I Vísperas – Domingo II de Pascua

I VÍSPERAS

DOMINGO II DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Venid a ver el sitio donde yacía el Señor. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me veréis.» Aleluya.

LECTURA: 1P 2, 9-10

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a traer en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

En lugar del responsorio breve, se dice:

Antífona. Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. A los ocho días, estando cerradas las puertas, llegó el Señor y les dijo: «Paz a vosotros». Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. A los ocho días, estando cerradas las puertas, llegó el Señor y les dijo: «Paz a vosotros». Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo que, resucitado de entre los muertos, destruyó la muerte y nos dio nueva vida, y digámosle:

Tú que vives eternamente, escúchanos, Señor.

  • Tú que eres la piedra rechazada por los arquitectos, pero convertida en piedra angular,
    — conviértenos a nosostros en piedras vivas de tu Iglesia.
  • Tú que eres el testigo fiel y veraz, el primogénito de entre los muertos,
    — haz que tu Iglesia dé siempre testimonio de ti ante el mundo.
  • Tú que eres el único esposo de la Iglesia, nacida de tu costado,
    — haz que todos nosotros seamos testigos de este misterio nupcial.
  • Tú que eres el primero y el último, que estabas muerto y ahora vives por los siglos de los siglos,
    — concede a todos los bautizados, perseverar fieles hasta la muerte, a fin de recibir la corona de la victoria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Tú que eres la lámpara que ilumina la ciudad santa de Dios,
    — alumbra con tu claridad a nuestros hermanos difuntos.

Con la misma confianza que tienen los hijos con sus padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han renacido por el bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

Lectio Divina – 27 de abril

Tiempo de Pascua 

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos; mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que quienes han renacido por el bautismo obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor. 

2) Lectura

Del Evangelio según Marcos 16,9-15
Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. 

3) Reflexión

• El evangelio de hoy forma parte de una unidad literaria más amplia (Mc 16,9-20) que trae una lista o un resumen de diversas apariciones de Jesús: (a) Jesús aparece a María Magdalena, pero los discípulos no aceptan su testimonio (Mc 16,9-11); (b) Jesús aparece a los dos discípulos, pero los demás no creen en el testimonio de ellos (Mc 16,12-13); (c) Jesús aparece a los Once, critica la falta de fe y les ordena que anuncien la Buena Nueva a todos (Mc 16,14-18); (d) Jesús sube al cielo y sigue cooperando con los discípulos (Mc 16,19-20).
• Además de esta lista de apariciones del evangelio de Marcos, hay otras listas que no siempre coinciden entre sí. Por ejemplo, la lista conservada por Pablo en la carta a los Corintios es bien diferente (1 Cor 15,3-8). Esta variedad muestra que, inicialmente, los cristianos no se preocupaban de probar la resurrección por medio de apariciones. Para ellos la fe en la resurrección era tan evidente y tan vivida que no había necesidad de pruebas. Una persona que se toma el sol no se preocupa de probar que el sol existe. Ella misma, bronceada, es la prueba misma de que el sol existe. Las comunidades, ellas mismas, al existir en medio de aquel imperio inmenso, eran una prueba viva de la resurrección. Las listas de las apariciones empiezan a aparecer más tarde, en la segunda generación, para rebatir las críticas de los adversarios.
• Marcos 16,9-11: Jesús aparece a María de Mágdala, pero los otros discípulos no creen en ella. Jesús aparece primero a María Magdalena. Ella fue a anunciarlo a los demás. Para venir al mundo, Dios quiere depender del seno de una joven de 15 o 16 años, llamada María, la de Nazaret (Lc 1,38). Para ser reconocido como vivo en medio de nosotros, quiso depender del anuncio de una chica que había sido liberada de siete demonios, ella también llamada María, la de Mágdala! (Por esto, era llamada María Magdalena). Pero los demás no le creen. Marcos dice que Jesús aparece primero a Magdalena. En la lista de las apariciones, transmitida en la carta a los Corintios (1 Cor 15,3-8), no constan las apariciones de Jesús a las mujeres. Los primeros cristianos tuvieron dificultad en creer en el testimonio de las mujeres. ¡Es una lástima!
• Marcos 16,12-13: Jesús aparece a los discípulos, pero los demás no creen en ellos. Sin muchos detalles, Marcos se refiere a una aparición de Jesús a dos discípulos, “que iban de camino por los campos”. Se trata, probablemente, de un resumen de la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús, narrada por Lucas (Lc 24,13-35). Marcos insiste en decir que “tampoco creyeron en éstos”.
• Marcos 16,14-15: Jesús critica la incredulidad y manda anunciar la Buena Nueva a todas las criaturas. Por fin, Jesús aparece a los once discípulos y los reprende por no haber creído en las personas que lo habían visto resucitado. De nuevo, Marcos se refiere a la resistencia de los discípulos en creer en el testimonio de quienes han experimentado la resurrección de Jesús. ¿Por qué será? Probablemente, para enseñar tres cosas. Primero, que la fe en Jesús pasa por la fe en las personas que dan testimonio de él. Segundo, que nadie debe desanimarse, cuando la duda y la incredulidad nacen en el corazón. Tercero, para rebatir las críticas de los que decían que el cristiano es ingenuo y acepta sin crítica cualquier noticia, ya que los discípulos tuvieran mucha dificultad en aceptar la verdad de la resurrección.
• El evangelio de hoy termina con el envío: “Id por el mundo entero y proclamad a Buena Nueva a toda criatura.” Jesús les confiere la misión de anunciar la Buena Nueva a toda criatura. 

4) Para la reflexión personal

• María Magdalena, los dos discípulos de Emaús y los once discípulos: ¿quién tuvo mayor dificultad en creer en la resurrección? ¿Por qué? ¿Con quién de ellos me identifico?
• ¿Cuáles son los signos que más convencen a las personas de la presencia de Jesús en medio de nosotros? 

5) Oración final

El Señor tenga piedad nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. (Sal 66)

Día de misericordia y de paz

1.- La comunidad, lugar de encuentro con el Señor. La fe en Jesús vivo y resucitado consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Tomás representa la figura de aquél que no hace caso del testimonio de la comunidad ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una demostración particular. No quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la señal tangible de ello es la comunidad transformada en la que ahora se encuentra. La comunidad transformada es ahora lo importante: ella es el medio que las generaciones posteriores tendrán para saber que Jesús vive realmente. Es muy difícil encontrarse con Jesús fuera de la comunidad. Tomás volvió a la comunidad y es allí donde tuvo su experiencia pascual. El error de muchas personas es retirarse a sus soledades como hizo Tomás al principio. Sólo en la comunidad podemos compartir, celebrar, madurar y testimoniar nuestra fe. Valoremos más que nunca lo privilegiados que somos por haber visto a Jesús y por tener una comunidad en la que compartimos nuestra fe. Sólo si permanecemos unidos haremos signos y prodigios, ayudaremos a los que sufren y seremos capaces de dar un sentido auténtico a nuestro mundo perdido y desorientado.

2.- Celebramos el Día del Señor resucitado. Cristo es percibido como presente entre sus discípulos reunidos en la tarde del primer día de la semana. Nosotros desde entonces nos reunimos el domingo, el día del Señor resucitado. Obligación de amor, que no de ley. La misión de los discípulos se deriva del suceso de Pascua, pero Juan lo encuadra en el conjunto de la misión de Jesús. La Iglesia, si cree de verdad en la resurrección, tiene que acercarse a los extremos de la miseria humana; allí está su campo de misión, su labor de hacer ver que el mensaje pascual es coherente y válido.

3. Vivir la misericordia. Después de la resurrección es posible creer en el perdón porque el poder de las tinieblas ya no volverá a reinar en el mundo. Hoy es el domingo de la Divina Misericordia. Las llagas de Jesucristo nos han perdonado los pecados y nos han salvado. Creer en esto y trabajar en consecuencia es ser cristiano. Los frutos de la resurrección son la alegría, la paz y el testimonio de vida. ¿La alegría se nota en nuestra vida y en nuestras celebraciones? Hay muchos niños y jóvenes que no se sienten atraídos por nuestra forma de celebrar rutinaria y triste. Sin embargo, hay muchas comunidades que saben vivir el gozo de la experiencia pascual, que celebraron con entusiasmo la Vigilia Pascual sin mirar al reloj. Ahí se nota que hay algo más que un mero cumplimiento del precepto dominical. ¿Y la paz? La que Jesús nos regala es lo más grande del mundo, es la plenitud de todos los dones del Espíritu. Si la paz reina en nuestro corazón seremos capaces de transmitirla a los demás y de construirla a nuestro alrededor. ¿Cómo dar testimonio de nuestra fe en el mundo de hoy? No bastan las palabras, es nuestra propia vida el mejor testimonio. La diferencia entre alguien «que practica» y alguien «que vive» es que el primero lleva en su mano una antorcha para señalar el camino y el segundo es él mismo la antorcha. Se notará en tu cara, en tus comentarios, en tus gestos, en tu forma de ser, si has experimentado la alegría del encuentro con el resucitado. Si eres feliz, transmitirás felicidad. Y quien te vea dirá: «merece la pena seguir a Jesús de Nazaret».

José María Martín OSA

Comentario del 27 de abril

El evangelista san Marcos, mucho más sobrio que los demás, nos ofrece en este pasaje un recuento de las apariciones del Resucitado, poniendo de relieve lo que se puede apreciar también en los demás relatos evangélicos: la resistencia a creer en el testimonio de los que dicen haber visto a Jesús vivo, tras su muerte y sepultura, y el envío que se desprende del hecho de la resurrección. También Marcos presenta a María Magdalena como primera testigo de las apariciones. Ella fue inmediatamente a anunciárselo a sus compañeros que, como era de esperar, estaban tristes y llorando; pero éstos, al oírla decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Tampoco creyeron a los dos de Emaus cuando anunciaron a los demás que habían estado con Jesús, que se les había aparecido en figura de otro. Aunque en figura de otro, estaban convencidos de que era Jesús. Por último, nos dice el evangelista, se apareció a los Once cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón.

Esta incredulidad consistía en no creer a los que decían haberle visto resucitado; por tanto, en no creer en el testimonio de sus compañeros de camino. Pero ahora, resuelto ya el impedimento de la incredulidad, se les pide que vayan por el mundo entero predicando el evangelio, es decir, anunciando que Cristo ha resucitado. Este anuncio, que es al mismo tiempo un testimonio, reclamará un acto de fe en los destinatarios del mismo. Los que antes se habían resistido a creer tendrán que exigir ahora un acto de fe a aquellos a quienes dirigían su anuncio. La fe parece responder a una cadena testimonial que se hace depender de los primeros testigos del Resucitado; pero, en último término, se apoya en el Dios que nos trasciende y nos sobrepasa; por tanto, en la autoridad y el poder del mismo Dios; porque los testimonios históricos estarán siempre sujetos a interpretaciones diversas y posibles falsificaciones.

No obstante, aquí nos encontramos con testigos que dan la vida; por consiguiente, testigos plenamente convencidos de la verdad de su testimonio. Esto es precisamente lo que nos hace ver el relato de los Hechos de los Apóstoles. Los testigos de la resurrección de Jesús sufrieron todo tipo de restricciones y prohibiciones; pero nada podía detenerles. Había que obedecer a Dios antes que a los hombres, por muy grande que fuera la autoridad de éstos. Además, no podían sino contar lo que habían visto y oído. Ellos creen en la verdad de sus percepciones sensibles y entienden que Dios ha dejado patencia de su voluntad y poder. Ante esta manifestación no caben resistencias ni indolencias. Tampoco caben los miedos ni las cobardías. Semejante arrojo sólo cabe en hombres convencidos y empujados por una fuerza de índole sobrehumana que pudiera confundirse con delirios y fanatismos cargados de irracionalidad. Pero la fe del que renuncia a la propia vida por vivir la vida del Resucitado tiene también su racionalidad; aunque no puede negarse que la fe nos sitúa en un nivel suprarracional, que percibe el fondo o la razón última de las cosas. Porque, si es verdad lo que creemos, existimos para la vida eterna, no únicamente para esta vida temporal. Ese norte tiene que orientar necesariamente los pasos de los creyentes en su andadura por este mundo. Que el Señor nos mantenga abiertos a este horizonte de vida.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

Título III

La Facultad de Filosofía

Artículo 81. § 1. La Facultad eclesiástica de Filosofía tiene como finalidad investigar con método científico los problemas filosóficos y, basándose en el patrimonio filosófico perennemente válido, buscar su solución a la luz natural de la razón, y demostrar su coherencia con la visión cristiana del mundo, del hombre y de Dios, poniendo de relieve las relaciones de la filosofía con la teología.

§ 2. Se propone asimismo instruir a los alumnos en orden a hacerlos idóneos para la enseñanza y para desarrollar convenientemente otras actividades intelectuales, así como para promover la cultura cristiana y entablar un fructuoso diálogo con los hombres de nuestro tiempo.

Paz a vosotros

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dice: “La paz sea con vosotros”. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. De nuevo les dijo: “La paz sea con vosotros. Como me envió el Padre, así os envío Yo”. Dicho esto sopló sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos”.

Tomás, uno de los doce —el apodado Dídimo—, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Le dijeron los otros discípulos: “Hemos visto al Señor”. Pero él les respondió: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Pasados ocho días estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando cerradas las puertas, se presentó Jesús en medio y dijo: “La paz sea con vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo y mira mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel”. Respondió Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dice: “¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que sin ver, creyeron”.

Muchos otros signos realizó Jesús en presencia de sus discípulos, que no han sido escritos en este libro. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.

Jn 20, 19-31

Realmente, cuando escuchamos este Evangelio y cuando lo escucho en mi interior en plena oración, siento cómo la Resurrección transforma la vida de cualquier persona que cree: transforma en alegría el miedo, transforma en paz la turbación, transforma en confianza la desconfianza. Y así lo vemos en el Evangelio de hoy. Un Evangelio, Jesús, precioso. Un acontecimiento que nos lo han dejado los evangelistas, pero que nos ayuda tanto…

Jesús, yo también pienso que tus discípulos estarían llenos de miedo, que estarían como desorientados. Te habían visto en el Calvario, te habían visto morir, estaban asustadizos, veían enemigos por todas partes… Tú los sientes y Tú sabes cómo están. Y es la primera aparición que haces a tus discípulos y quieres llenarles de alegría, quitarles todo eso que les asusta. Les dices y me dices también a mí: “La paz sea con vosotros”.

Y cuando pienso toda esta escena y me meto en ese Cenáculo donde están los discípulos y veo que han pasado ocho días y apareces Tú y que Tomás no está ahí… muchas veces pienso: ¿por qué no estaría Tomás? Pienso que para darnos una gran lección: la lección de la unidad, de la comunidad, de estar ahí con todos. Todos le habían visto, le habían oído, le habían palpado, pero estaba fuera del corazón de la unidad, fuera del amor, no podía entender Tomás.

[A mí] también me pasa esto muchas veces, Jesús, me siento fuera, en mi mundo, en mis pensamientos, en mis increencias, y no te veo: ni veo tus manos, ni veo tus clavos, ni veo tu costado. Pero me encanta este Evangelio, Jesús, me encanta esta escena. ¡Qué bueno eres! Tú no puedes verme así y apareces en mi vida y me dices: “¡Mira, mete tu mano, mira mis manos, trae tu mano, métela en mi costado y no seas incrédula sino fiel!”. ¡Qué escena tan bella, tan hermosa, tan transformante! Es una llamada a la fe, a que yo tenga fe, a que no piense que Tú estás muerto, que Tú no eres nadie; oigo que los demás dicen que vives, pero no creo…

Ayuda mi falta de fe, impulsa mis sentimientos para que pueda palpar, ver, creer. Y gracias, Jesús, por quitarme estas dudas. Te tendré que decir, como Tomás —este acto de fe y de oración, de entrega sin límites—: “¡Señor mío y Dios mío!”. Ante tantas evidencias, ante tanto: “¡Señor mío y Dios mío!”. Necesito palpar, ver, sentir… Y Tú me dices esa queja: “¿Porque me has visto has creído? Felices, bienaventurados los que sin haber visto, creen”. ¡Qué llamada a la fe hoy! ¡Qué llamada al amor! ¡Qué llamada al agradecimiento! ¡Qué llamada al testimonio! ¡Qué llamada a comunicarte, a confesarte, a llenarme de alegría! ¡Qué llamada tan grande!

Hoy tengo que preguntarme tantas veces ese “Señor mío y Dios mío”… ¡Y verte! ¡Sentirte! ¿Dónde? En tantos sitios… Tiene que ser como una expresión mía, interna:

Ante tus acontecimientos… ¡Señor mío y Dios mío!
Ante la Eucaristía… ¡Señor mío y Dios mío!
Ante el Sagrario… ¡Señor mío y Dios mío!
Ante la Santa Misa y la Consagración… ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús, actualiza mi fe, resucítame, lléname de alegría, dame el gozo de la alegría, de la fe. Que yo tenga una vida de apostolado, de alegría, de compromiso, de audacia, pero que esté profundamente enraizada en la fe.

Como tú, Madre mía, te lo pido de todo corazón. Tú que oíste esa exclamación de tu prima: “y porque has creído te llamarán bienaventurada”. Tú, que eres la Reina de la fe, ayúdame a creer… ¡ayúdame a creer! Sé tú mi guía, sé tú mi fuerza y no me dejes. Cuando tambalee, cuando no te sienta, ¡aumenta mi fe! Te tendré que decir: “¡Dios mío y Señor mío!”. Y oiré: “La paz contigo, la paz con todos vosotros”. Y que pueda decir donde vaya: “La paz esté con vosotros”, porque llevo a Dios, creo en Él, vivo de Él, en Él existo y en Él siento toda mi fuerza.

La paz esté con todos vosotros ¡Señor mío y Dios mío!

Y que siempre sea así. ¡Que así sea!

Francisca Sierra Gómez

Domingo II de Pascua

La primera de las lecturas (Hch. 5,12-16) recoge la constatación de los Apóstoles de que se va extendiendo el Evangelio entre el pueblo.

Esto era debido a dos circunstancias muy diferentes pero que confluían en una especie de resurgimiento de la esperanza en tiempos mejores.

El imperio romano, bajo el mandato del emperador Augusto, había alcanzado un gran nivel en todos los campos. En el terreno de lo material su desarrollo había sido importante por extensión del imperio y por el mejoramiento de la propia Roma. Él pudo decir que había recibido una Roma de ladrillo y la dejaba de mármol. En el terreno social también había sido notable la mejoría durante un periodo que se denominó precisamente por su relación con el buen hacer del emperador como la “Paz Octaviana”.

Sin embargo algunos de sus sucesores, principalmente Calígula (41) y Nerón (68) auténticos sanguinarios, desbarataron toda aquella grandeza. Roma decepcionaba al mundo entero y quebraba toda apertura hacia la esperanza de unos nuevos tiempos.

Especialmente sensible a este retroceso fue el pueblo judío que el año 70 vio destrozado su Templo de Jerusalén por los ejércitos del futuro emperador Tito.

En este contexto aparecen los Apóstoles hablando de alguien que sí promete unos tiempos mejores para todos, unos tiempos en los que deberá reinar la paz como fruto del amor entre todos los hombres del mundo. Sin duda que en la mente de los judíos se revivirían aquellas palabras del Bautista a orillas del Jordán en las que hablaba de uno que está entre vosotros, que venía detrás de Él y al que no era digno de atarle las sandalias que iba a Bautizar no solo con agua sino también con el Espíritu. Uno que anunciaba el Reino de Dios: el Mesías esperado.

La presentación de Jesús como el prototipo de hombres nuevos, como gustaba insistir a San Pablo, resultaba atractiva ante los desmanes de los emperadores, los sucesivos vaivenes en la orientación del imperio y el negro porvenir del pueblo judío sometido a esclavitud.

Esto explica las abundantes conversiones que se produjeron en los primeros tiempos del cristianismo.

La otra circunstancia que motivó la expansión del cristianismo es la incansable tarea de los Apóstoles por mostrar el hecho de la Resurrección de Jesús como garantía de que las promesas formuladas por Él estaban en pie y divinamente garantizadas con el milagro de su propia resurrección.

Trabajaban sin descanso porque eran seriamente conscientes de que tal progreso dependía especialmente de la fuerza con la que ellos fueran capaces de atestiguar la resurrección de aquel Jesús que había muerto crucificado.
Tenían que probar la resurrección de Jesús si querían que alguien los tomara en serio.

Evidentemente. Nadie creería en el Evangelio de uno que habiéndose proclamado hijo de Dios y anunciado el Reino de Dios hubiera sido derrotado por las fuerzas del mal encarnadas en todos aquellos que habían urdido su muerte.

Esto era tan evidente que ya San Pablo a los cristianos de Corinto (1ª Cor. 15,14) les dice que “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe”

Efectivamente. Sin la prueba de la Resurrección de Jesús “todo” lo de Él quedaría reducido a honorables discursos y vanas promesas, como ya recordamos el domingo pasado.

Por eso los Apóstoles se esfuerzan en mostrar en sus escritos de modo palpable ese hecho: Jesús sí ha resucitado. Una de esas descripciones, en un lenguaje propio lleno de imágenes y símbolos nos los exponía San Juan en el Apocalipsis (Segunda lectura, Ap. 1, 911, 12-13, 17-19)

Otros testimonios los tendremos presente el próximo domingo, Dios mediante. Hoy nos centraremos en el de Santo Tomás (3ª Lectura Jn. 20, 19-31)

Aunque Jesús le recriminó” su falta de fe se podría romper una lanza en favor del Apóstol porque en su resistencia a creer nos dio un magnífico ejemplo y lección de lo que debe ser nuestra fe. La fe, como motor de nuestros comportamientos, como algo de lo que vive el creyente, no puede ser algo confuso, etéreo, basado en cuatro cosillas superficiales y hasta poco digeridas intelectualmente, sino la resultante de un detenido análisis y estudio de las razones que nos mueven a creer.

No es infrecuente que creamos a medias y por eso actuemos también a medias. Mi “manera” de vivir el matrimonio, la familia, la profesión, la religión, el estudio, la política, la diversión son, muchas veces, solo medio cristianas o, si lo preferimos, medio paganas, precisamente por una falta de verdadera comprensión y aceptación del mensaje de Jesús resucitado.

Parte de la superficialidad de nuestra fe es debida a que nuestro conocimiento de la persona y obra de Jesús se reduce a lo que oímos de niños en la catequesis, a lo que se nos queda de los sermones domingueros y, lo que es bastante peor, a noticias generalmente muy distorsionadas que aparecen en los periódicos. Creer en Jesús con esta pobrísima fundamentación y serle fiel en las exigencias que nos supone su aceptación es un propósito totalmente desproporcionado.

La fe es creer lo que no se ve, pero debe estar sólidamente fundamentada. Tiene que ser una consecuencia de la perfecta visión de las razones que nos animan a creer. Es una razonable entrega de la mente, no una rendición sin condiciones.

Ante el ejemplo de Santo Tomás hagamos el firme propósito de profundizar en la fe mediante una lectura reposada del Nuevo Testamento, sobre todo de los cuatro Evangelios.

Hoy vivimos tiempos muy semejantes a los del imperio romano. Muchas promesas, mucha palabrería, mucho mensaje pero poco trigo a la hora de la verdad. Vivimos una época de profunda transformación pero no se sabe muy bien hacia qué nos transformamos. Más de uno habla de involución en el proceso cultural del animal humano. Esta perplejidad se refleja en que tampoco sabemos muy bien qué es lo que debemos hacer. Hay mucho desconcierto en el mundo. El relativismo moral es una de las taras de nuestra sociedad. Hay tal confusión que no es raro que se premie al vicio y se desprecie a la virtud. Todo vale si me es útil.

El trato con Jesús despertará en nosotros el firme deseo de seguirle, de no ser cristianos a medias, sino cristianos enteros, comprometidos, entusiasmados con unas promesas firmes en un resultado feliz, si ponemos en práctica lo que Él nos ha anunciado. Tengámosle en cuenta en nuestro diario vivir y todo cambiará, al menos, para cada uno de nosotros y para el pequeño mundo en el que nos desenvolvemos a diario. AMÉN.

Pedro Sáez

Si no meto la mano en el costado…

No sé a quién, ni cómo, pero quiero compartir mis sentimientos de impotencia y de pena por los atentados cometidos en Shri Lanka la semana pasada. Creo que se puede afirmar que el cristianismo es la religión más perseguida del mundo. Creo que se puede sostener después de conocer el brutal ataque en la capital de Shri Lanka, donde han muerto más de 300 personas y más de 500 han resultado heridas, como consecuencia de unos atentados producidos en cadena. No hallo explicación.

Pues, para empezar, es un mensaje- el cristiano- que predica con insistencia el perdón. Ninguna religión es tan exigente en este capítulo como el cristianismo. Una de los sacerdotes que trabaja (o trabajaba) en una de la parroquias reventada en Shri Lanka ha manifestado ante la amenaza de extenderse el estallido de la violencia: “nuestro Dios no exige venganza si no amor y perdón”. Hace falta tener valor para expresarse así, en un ambiente agresivo como el que se respira ahora en Colombo.

Jesús “pasó por el mundo haciendo el bien” y sin embargo fue condenado a muerte y crucificado. Hoy, los textos evangélicos nos presentan dos comunidades cristianas que se diferencian en su comportamiento y en sus reacciones. En una de ellas, los enfermos son curados, crece el número de creyentes. Enumera varias exigencias para creer: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos si no meto la mano en su costado, no lo creo”. Pienso que, cuando llegó el momento de cumplir su palabra, no se atrevió a dar el paso. Por el contrario caería derrotado, avergonzado.

Un dato de interés. Jesús se apareció a sus amigos, los apóstoles, el domingo a la mañana. También a los cristianos de hoy se nos aconseja que participemos de la Eucaristía, de la misa. Nosotros también necesitamos juntarnos con Jesús, que se sitúe en medio de nosotros y nos transmita paz, valentía, optimismo, ánimo, nos empuje a vencer el miedo. Sencillamente, cargar las baterías para seguir caminando con brío.

Tomás descubrió a Jesús a través de las cicatrices, a través de las heridas. Parece ser que este es el camino más auténtico: descubrir a Jesús a través de las cicatrices.

Josetxu Canibe

De la duda a la fe

El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.

Por eso, sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: «Hemos visto al Señor». Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: «Si no lo veo… no lo creo».

Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.

Tomás ha podido expresar sus dudas dentro del grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.

Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.

Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. Le muestra sus heridas.

No son «pruebas» de la resurrección, sino «signos» de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: «Señor mío y Dios mío».

Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, y estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios que constituye el núcleo de nuestra fe.

José Antonio Pagola