Marcos 9, 28-29
<
p style=»text-align:justify;»>28Y, tras entrar él en una casa, sus discípulos le preguntaron en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. 29Y les dijo: “Esa clase no puede ser expulsada sino con oración”.
<
p style=»text-align:justify;»>9,28-29: Diálogo conclusivo con los discípulos. Mas ¿por qué los discípulos, que parecían antes compartir el poder de Jesús de expulsar los demonios (3,15; 6,7.13), fueron incapaces de exorcizar este espíritu particular? Esta es la pregunta formulada por ellos a Jesús después de que se hubieron retirado con él, en privado, a una casa (9,28), un artificio marcano para suscitar cuestiones que son de interés para su propia comunidad (cf. 7,17-23 y 4,10-20.33-34; 13,3-37). La respuesta de Jesús es que «esta clase» de demonios solo puede ser desalojada por la oración (9,29). La réplica de Jesús suscita tantas preguntas como respuestas ya que Jesús mismo, a pesar de haber prescrito la oración como antídoto para el espíritu epiléptico, no aparece rezando antes de expulsar al demonio. Puede ser que haya que sobrentender su rezo, o que Marcos haya ya caracterizado suficientemente a Jesús como un hombre de oración de modo que no necesite hacerlo aquí (cf. 1,35; 6,46; 14,32-42). Es asombroso, de todos modos, que en 9,29 Jesús formule una regla para el exorcismo que él mismo no pone en práctica. Y ¿por qué el relato del exorcismo identifica la fe como factor crucial en la realización del milagro cuando Jesús, en la instrucción privada a los discípulos, destaca la oración? Estos son los tipos de dificultades del relato, que se relaciona con los dos niveles de la naturaleza de los relatos evangélicos: en un nivel el evangelista está contando una historia sobre lo que pasó en otro tiempo, en los momentos de Jesús; pero en otro nivel narra una historia sobre lo que está pasando en ese momento en su propia comunidad cristiana, y la combinación de estos dos planos del relato contribuye a la generación de incongruencias literarias. Así, en el período postpascual, el contacto físico con Jesús no es ya posible, pero la oración sí lo es; de ahí la respuesta de Jesús a los discípulos en 9,29. Además, Jesús es de algún modo en nuestro pasaje el objeto y no el sujeto de la plegaria.
Pero hay un personaje en la historia que sí reza y es el padre del muchacho. Como se ha mostrado anteriormente, las palabras que dirige a Jesús evocan una súplica litúrgica, y Marcos presenta su postura de «creer y no creer a la vez» como una imagen del modo como el cristiano está ante Dios y ante Jesús en la oración. Así pues, hay un puente que une los dos niveles del relato marcano, a saber, considerar la plegaria de la iglesia como una expresión de fe y, a la vez, ver la súplica del padre ante Jesús, que cree al mismo tiempo que confiesa incredulidad, como una especie de plegaria.
Lo que ocurre «en la casa» es un reflejo a menudo de lo que pasa en las iglesias domésticas que componen el grupo marcano y otras comunidades cristianas; igualmente, la queja de los discípulos, «¿Por qué nosotros no fuimos capaces de expulsarlo?», repite probablemente algo que la gente decía dentro de la comunidad cristiana de Marcos. Si el maestro de los cristianos es, como ellos afirman, un ser omnipotente a quien Dios ha vindicado por la resurrección, ¿por qué no conservan sus seguidores la fuerza operadora de milagros que él poseyó durante su vida? Esta cuestión en particular ocasionaría tensión en una comunidad marcana situada temporalmente cerca de la guerra judía, en la que otros pretendientes mesiánicos realizaban signos y prodigios que suscitaban la fe en su estatus sobrenatural y constituían así una poderosa tentación para los cristianos marcanos (cf. 13,21-22).
La respuesta de Marcos a esta tentación es doble. Por un lado, el evangelista da a entender que el poder de operar milagros está todavía disponible para los cristianos por la gracia de Jesús y de Dios; aún se puede desarraigar montañas y echarlas al mar (11,23). La frecuencia de historias de sanación y de exorcismos dentro del evangelio, así como las narraciones de los éxitos de los apóstoles en las curaciones, sugieren que tales acontecimientos extraordinarios eran todavía reconocibles en tiempo de Marcos. Por otro, el evangelio muestra también, sobre todo en su segunda mitad, que de vez en cuando el poder divino de Jesús parece eclipsarse. Aunque Dios omnipotente pueda inspirar todavía plegarias eficaces para activar el poder que opera milagros, puede elegir también inspirar oraciones como la de Jesús en Getsemaní: «No lo que yo quiero, sino lo que tú quieres» (14,36). En el caso de Jesús, esa oración suya, de una fidelidad suprema, conducirá finalmente a una eclosión final e incomparable de poder divino en el mundo; pero como muestra el siguiente pasaje, tal eclosión solo puede ocurrir cuando el que pronuncia la oración es entregado a la voluntad hostil de una generación incrédula, «que hará con él lo que quiera» (9,13).