Envidia

1.- En primer lugar, mis queridos jóvenes lectores, quiero advertiros que las poblaciones que se mencionan en la primera lectura de la misa de este domingo estaban situadas en lo que hoy llamamos Turquía. La Antioquia de Pisidia está en el interior del territorio a diferencia de la Antioquia de Siria, que lo está a orillas del Mediterráneo y más al este. Pergé, desde donde venían, también era puerto de mar. Icono en cambio, estaba como la primera Antioquia hoy mencionada, en la entraña del continente.

Me gusta daros estos datos, para que sepáis desde el principio, que al proclamar la Palabra de Dios y mencionar poblaciones no son estas fruto de la imaginación del redactor inspirado, donde pudieran ocurrir aventuras irreales, por mucho que sus nombres no nos suenen a nosotros que vivimos muy lejos de estos parajes y ni siquiera pensemos visitarlas algún día.

2.- Os lo he dicho muchas veces, el pueblo judío sentía pánico por el mar, las mercancías que le debían llegar por él, las remolcaban naves de otras naciones o culturas. Pero Pablo, nacido en Tarso, también puerto, pronto se trasladó a Jerusalén a hacer un master, como diríamos hoy en día, bajo la tutela del mejor profesor de aquel tiempo, llamado Gamaliel. Pablo, pues, o Saulo que también así se llamaba, tenía una visión diferente del territorio y sus relaciones comerciales y políticas y partía de proyectos ambiciosos. No le tuvo miedo al agua y por lo que parece, ya que sufrió varios naufragios, sabría nadar, cosa infrecuente entre los judíos. Con estos antecedentes, no extrañará que para él, el Mediterráneo fuera autopista de evangelización.

3.- Basta ya de prolegómenos. Situémonos imaginativamente en donde han llegado, en Antioquía de Pisidia, con mayoría de ciudadanos gentiles, pero existiendo una colonia judía bien asentada. Observad que acuden a la sinagoga el sábado, se ganaron la simpatía de los inquietos, a los que no les fue suficiente escuchar la predicación de los enviados, en el seno del oficio religioso, sino que quisieron aprender más de ellos en un encuentro personal, sin esquemas preestablecidos. Son indicios de que eran buenos estudiantes, aunque pudieran ser malos alumnos del rabí de la población. (Aviso para la navegación pedagógica de cabotaje).

4.- Os advierto lo anterior para que os deis cuenta de que es preciso, además de asistir a la celebración de la misa dominical, tener otras fuentes de aprendizaje y crecimiento espiritual. Antiguamente, por las tierras donde he habitado y en las que habito ahora, las parroquias organizaban el Mes de María, con misas, devociones y procesiones especiales, el Novenario de Ánimas, al que asistía predicando, un sacerdote venido de fuera. O las misiones parroquiales, con existencia más distanciada, pero de intensa actividad. Hoy estas iniciativas han caído en desuso, y nadie creo lo lamente, pero el mejoramiento espiritual se busca y consigue comprometiéndose en organizaciones que con sus cursillos, círculos de estudio o conferencias, van siendo abono del riego de la Gracia, que llega en la Misa dominical. No lo dejéis, sea cual sea la institución que esté a vuestro alcance.

5.- Pablo y Bernabé sembraron, y la Fe viva germinó, su presencia tuvo éxito. Ahora bien, como oculta y silenciosa epidemia espiritual, se extendió por entre los entresijos de la comunidad judía, la envidia. Generalmente este vicio, pecado capital, de gran vitalidad y virulencia, creemos que es propio de la infancia, como cuando yo era pequeño se decía que el sarampión era enfermedad de niños, que había que cogerla y así inmunizarse, hoy se piensa y sabe de otra manera y se trata de impedir que aparezca. La envidia la puede sentir un niño cuando nace en la familia una hermanita. Es un mal que se cura por sí solo. Pero la envidia es propia de todos los estamentos, edades y personas. Es pandemia, que se extiende ocultamente, pero que siempre daña.

6.- Estos días que la liturgia nos trasporta al tiempo posterior a la Resurrección del Señor y nos recuerda sus enseñanzas y proyectos, nos debemos examinar. Debemos con sinceridad preguntarnos si programamos nuestra vida, si preparamos proyectos, si organizamos nuestras libres ocupaciones, de acuerdo con las sugerencias de Dios o con nuestras caprichosas ocurrencias. Debemos también examinarnos si observamos el buen proceder de los demás con admiración y aprecio, o si somos críticos incisivos, agudos jueces dispuestos a condenar lo que los otros hagan. Poco a poco debemos preparar Pentecostés con ilusión ¿qué regalo nos traerá el Espíritu Santo.

Acudieron los del lugar, la gente bien organizada, prudente, madura, de Antioquia de Pisidia, al prestigio de los poderosos, a las señoras más influencer de aquella comunidad ciudadana, se diría hoy. Consiguieron éxito de momento. Los apóstoles no tuvieron inconveniente en salir e irse a otros lugares.  ¿Quién de vosotros se siente inclinado a visitar durante las próximas vacaciones Antioquía de Pisidia? ¿a quién se le ha ocurrido mientras leía este mensaje que os envío, buscar siquiera en el mapa donde está situada?

7.- Envidia encontraréis entre los deportistas, los políticos, los profesores, los empresarios, los frailes y los clérigos, los simples soldados rasos de sacristía y los obispos de copete, entre los Papas también la hubo, acordaos o estudiad el cisma de occidente. También yo os tengo envidia a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, siquiera por las expectativas que se os abren, sin agradecer a Dios la madurez de mi vejez. (este género de envidia no avergüenza, pero tengo otros, no os lo niego)

Suplicad a Dios por mí para que aleje siempre esta enfermedad que también me acecha, como yo cada noche lo hago por vosotros.

Pedrojosé Ynaraja

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I Vísperas – Domingo IV de Pascua

I VÍSPERAS

DOMINGO IV DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Quédate con nosotros;
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Deténte con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Còmo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón. Aleluya.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón. Aleluya.

SALMO 129: DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Con tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a al voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Con tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Aleluya.

LECTURA: 1P 2, 9-10

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a traer en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Yo soy la puerta —dice el Señor—; quien entre por mí se salvará y encontrará pastos.» Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Yo soy la puerta —dice el Señor—; quien entre por mí se salvará y encontrará pastos.» Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo que, resucitado de entre los muertos, destruyó la muerte y nos dio nueva vida, y digámosle:

Tú que vives eternamente, escúchanos, Señor.

  • Tú que eres la piedra rechazada por los arquitectos, pero convertida en piedra angular,
    — conviértenos a nosostros en piedras vivas de tu Iglesia.
  • Tú que eres el testigo fiel y veraz, el primogénito de entre los muertos,
    — haz que tu Iglesia dé siempre testimonio de ti ante el mundo.
  • Tú que eres el único esposo de la Iglesia, nacida de tu costado,
    — haz que todos nosotros seamos testigos de este misterio nupcial.
  • Tú que eres el primero y el último, que estabas muerto y ahora vives por los siglos de los siglos,
    — concede a todos los bautizados, perseverar fieles hasta la muerte, a fin de recibir la corona de la victoria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Tú que eres la lámpara que ilumina la ciudad santa de Dios,
    — alumbra con tu claridad a nuestros hermanos difuntos.

Con la misma confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo, concédenos también la alegría eterna del reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

Lectio Divina – 11 de mayo

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que has renovado por las aguas del bautismo a los que creen en ti; concede tu ayuda a los que han renacido en Cristo, para que venzan las insidias del mal y permanezcan siempre fieles a los dones que de ti han recibido. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Juan 6,60-69

Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?…«El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy trae la parte final del Discurso del Pan de Vida. Se trata de la discusión de los discípulos entre sí y con Jesús (Jn 6,60-66) y de la conversación de Jesús con Simón Pedro (Jn 6,67-69). El objetivo es mostrar las exigencias de la fe y la necesidad de un compromiso firme con Jesús y con su propuesta. Hasta aquí todo se pasaba en la sinagoga de Cafarnaún. No se indica el lugar para esta parte final.

• Juan 6,60-63: Sin la luz del Espíritu no se entienden estas palabras. Muchos discípulos pensaban que Jesús se estaba yendo ¡demasiado lejos! Estaba acabando con la celebración de Pascua y se estaba colocando a sí mismo en el lugar más central de la Pascua. Por ello, mucha gente se desligó de la comunidad y no iba más con Jesús. Jesús reacciona diciendo: «Es el espíritu que da vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida». No deben tomarse al pie de la letra las cosas que él dice. Sólo con la ayuda del Espíritu Santo es posible entender todo el significado de lo que Jesús dijo (Jn 14,25-26; 16,12-13). Pablo dirá en la carta a los Corintios: “¡La letra mata, mientras el Espíritu da vida!” (2Cor 3,6).

• Juan 6,64-66: Algunos de vosotros no creen En su discurso Jesús se había presentado como el alimento que sacia el hambre y la sed de todos aquellos y aquellas que buscan a Dios. En el primer Éxodo, muchos dudaron de que Dios estuviera con ellos: “¿Está o no está Yahvé en medio de nosotros?” (Es 17,7) y murmuraban contra Moisés (Cf. Es 17,2-3; 16,7-8). Querían romper y volver a Egipto. En esta misma tentación caen los discípulos, dudando de la presencia de Jesús en el partir el pan. Ante las palabras de Jesús sobre “comer mi carne y beber mi sangre”, muchos murmuraban como el pueblo en el desierto (Jn 6,60) y tomaron la decisión de romper con Jesús y con la comunidad “se volvieron atrás y no fueron con él” (Jn 6,66).

• Juan 6,67-71: Confesión de Pedro. Al final quedan sólo los doce. Ante la crisis provocada por sus palabras y sus gestos, Jesús se vuelve hacia sus amigos más íntimos, aquí representados por los Doce, y les dice: “¿También vosotros queréis marcharos?» Jesús no hace cuestión de tener a mucha gente que le sigue. No cambia el discurso cuando el mensaje no agrada. El habla para revelar al Padre y no para agradar a quién sea. Prefiere permanecer solo, y no estar acompañado por personas que no se comprometen con el proyecto del Padre. La respuesta de Pedro es linda: “¿A quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de vida eterna y nosotros reconocemos que tú eres el Santo de Dios!” Aún sin entender todo, Pedro acepta a Jesús como Mesías y cree en él. Profesa en nombre del grupo su fe en el pan compartido y en la palabra. Jesús es palabra y el pan que sacia al nuevo pueblo de Dios (Dt 8,3). A pesar de todos sus límites, Pedro no es como Nicodemo que quería ver todo bien claro según sus propias ideas. Y aún así, entre los doce había quien no aceptaba la propuesta de Jesús. En este círculo más íntimo existía un adversario (diablo) (Jn 6,70-71) “quien mi pan compartía, me trata con desprecio” (Sal 41,10; Jn 13,18).

4) Para la reflexión personal

• Me pongo en el lugar de Pedro ante Jesús. ¿Qué respuesta doy a Jesús que me pregunta?: “¿También tú quieres irte?”
• Me pongo en el lugar de Jesús. Hoy. Mucha gente está dejando de ir con Jesús. ¿Es culpa de quién?

5) Oración final

¡Ah, Yahvé, yo soy tu siervo,
tu siervo, hijo de tu esclava,
tú has soltado mis cadenas!
Te ofreceré sacrificio de acción de gracias
e invocaré el nombre de Yahvé. (Sal 116,16-17)

Pastores con olor a oveja

1.- Pastores con olor a oveja y sonrisa de padre. Todos recordamos las palabras que dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa Crismal del Jueves Santo del año pasado. Dijo el Papa que él quería para su Iglesia curas con olor a oveja y sonrisa de padre, no pastores con cara de vinagre, ni pastores aburridos, ni pastores que huelen a perfume caro y te miran desde lejos y desde arriba. Es decir, que el Papa quiere que los curas seamos cercanos, sencillos y humildes, comprometidos con los problemas de la gente; no quiere curas que esperen, atrincherados en la sacristía o en el despacho, sino que salgan fuera y se impliquen y se compliquen directamente con los problemas del pueblo sencillo. El Papa Francisco no quiere esto por capricho, o por snob, sino porque sabe que así lo hizo Jesús, el Buen Pastor. Jesús no se refugió en el templo, o en la sinagoga, sino que recorrió los caminos de Galilea, predicando el reino de Dios, curando enfermos, acercándose con amor a las personas más marginadas y desprotegidas. Así lo indican sus parábolas sobre la oveja perdida, el hijo pródigo, su actitud ante la mujer pecadora, o, sin ir más lejos, las palabras que leemos hoy en este bello relato evangélico de san Juan, referido a Jesús como el Buen pastor. 

2.- Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Que Jesús quiere ser el Buen Pastor no sólo de los curas, sino de todos los fieles cristianos, lo dudamos ninguno de nosotros, los cristianos; ahora bien, que nosotros, los cristianos, queramos ser de verdad ovejas de su rebaño y escuchemos su voz no es tan seguro. Porque es evidente que para que Jesús pueda ser realmente nuestro buen pastor, nosotros tenemos que desear ser ovejas suyas, es decir, escuchar su voz y seguirle. Porque Jesús quiere que le sigamos y escuchemos su voz como personas libres y conscientes, no como animales aborregados. Pidamos, pues, al Buen Pastor que todos los cristianos sigamos caminando en pos de sus pasos y que él siga siendo nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.

3.- Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Pablo y Bernabé, como todos los demás discípulos y apóstoles del Maestro, quisieron cumplir el mandato de Jesús, de predicar el evangelio hasta el extremo de la tierra. Sufrieron muchas persecuciones y fatigas a causa de su predicación, pero nunca desistieron y fueron capaces de sufrir y hasta de dar su vida antes que renunciar al cumplimiento del mandato del Señor. Cuando nosotros tengamos algún problema o contradicción por causa de nuestro comportamiento y de nuestro proceder cristiano, acordémonos de los apóstoles y primeros discípulos de Jesús, porque sabemos que ser ovejas del Buen Pastor, Jesús, supone, por nuestra parte, decisión, entrega y sacrificio.

4.- Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero…Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.  Estas palabras del Apocalipsis van dirigidas a una comunidad que estaba sufriendo persecución y muerte a causa de su fe. Habla de los mártires que ya estaban en el cielo, después de haber lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero. Estamos en tiempo de Pascua de Resurrección y debemos creer firmemente que también nosotros resucitaremos en los brazos de Dios si somos fieles a nuestro Maestro y Buen Pastor. Actuar en tiempos difíciles movidos por la esperanza en la Resurrección no es fácil, porque las potencias de este mundo tiran de nuestro cuerpo y nos incitan a vivir cómodamente aquí en la tierra. Pero si queremos ser buenas ovejas del Buen Pastor debemos saber que nuestra patria definitiva es el cielo, porque allí está él y hasta allí queremos seguirle. Ante el sufrimiento y el dolor sepamos que Dios siempre enjugará las lágrimas de nuestros ojos, si seguimos al Maestro, a nuestro Buen Pastor, hasta el final. Allí, en el cielo, ya no pasaremos hambre ni sed, sufrimiento, ni dolor, porque el primer mundo ya habrá pasado. Este es el principal mensaje que nos da el libro del Apocalipsis.

Gabriel González del Estal

Comentario del 11 de mayo

La disputa que las palabras de Jesús habían originado entre los judíos alcanza también a sus discípulos, que las escuchan entre el desconcierto y la incredulidad. Decían: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? Calificar de «duro» su modo de hablar es destacar lo difícil de digerir que resultaba; tanto que se hacía ‘inaceptable’. Luego el discurso en el que Jesús se proponía como pan de vida y, por tanto, en el que se mostraba más dispuesto a la inmolación y al sacrificio, resultó ser el más escandaloso: esa piedra de tropiezo que apartó a muchos de sus hasta entonces seguidores de su lado. Y él, advirtiendo esto, les dice: ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? Y continua: El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.

Jesús parece asombrarse de esta falta de fe ante palabras tan cargadas de espíritu y vida. Y lo que realmente vale, según él, es el espíritu, porque sólo el espíritu tiene el carácter de lo perenne o de lo perdurable; la carne es demasiado frágil y perecedera como para darle tanto valor; pero ¡está tan ligada al espíritu en el hombre! Si esto es así, cuando Jesús habla de su «carne» como comida que da vida eterna no puede estar aludiendo a una carne corruptible, sino a una carne espiritual o carne portadora de ese Espíritu que da vida, al modo de esas palabras suyas que son espíritu y vida. Pero si ante palabras tan espirituales y vivificantes hay todavía quienes no creen es porque para creer se requiere además la atracción o la moción interna del Padre: Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede. Ya lo había dicho con anterioridad, y lo vuelve a repetir: es imposible adherirse a Cristo mediante la fe si el Padre no lo concede.

Aquí ofrece Jesús una misteriosa explicación a la existencia de la incredulidad humana. Dios, sin embargo, tendría que querer la fe de todos en su enviado; ¿por qué a algunos no les concede esta adhesión de fe?; ¿por qué no hace añicos esta resistencia? He aquí el misterio de la libertad humana braceando en el océano de la potencia divina. Bastaría una mínima atracción por parte de Dios para encaminar la voluntad de cualquiera en una dirección; y sin embargo en muchos casos no parece producirse esta moción. Y si se produce, ¿tiene el hombre en su poder capacidad para resistir esta fuerza; pues, por muy ligera que sea, no deja de ser divina? La resistencia, en cambio, es sólo humana; ¿y qué puede lo humano frente a lo divino?

El evangelista subraya la desbandada provocada por las palabras de Jesús entre sus discípulos: Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. El hecho es tan notorio que a Jesús no le queda prácticamente otra compañía que la de los Doce. A ellos se dirige con un cierto pesar: ¿También vosotros queréis marcharos? Los Doce son sus elegidos; de ellos espera la máxima lealtad, aunque conoce también sus debilidades. También ellos estaban desconcertados. También ellos consideraban que su lenguaje era «duro». También ellos palpaban, desasosegados, el desánimo reinante. También ellos sentían la tentación de dejarlo. Pero había algo que les retenía a su lado y que no se explican muy bien lo que es. Pedro lo pone al descubierto cuando responde a la pregunta de Jesús con estas palabras: Señor, ¿a quien vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

La realidad es que no encuentran a nadie mejor a quien acudir, a nadie que les merezca más confianza y crédito, a nadie que les haya mostrado mayor autoridad. Pedro reconoce a sus palabras la carga de espíritu y vida que los demás no ven. Por eso –y habla en plural, como en nombre de todos los que han permanecido a su lado- nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios. La fe incorpora un elemento de certeza tal que se convierte en un saber, verificado constante en la misma experiencia de fe. Nosotros creemos, y porque creemos sabemos, es decir, estamos ciertos de que él es el Santo de Dios. ¿En qué bando nos situamos nosotros? ¿En el de aquéllos que, por considerar que su lenguaje era duro, lo abandonaron y dejaron de ir con él, o en el de quienes entienden, como Pedro, que no hay persona más autorizada a quien acudir y que sólo él tiene palabras de vida eterna, aun contando con que tales palabras nos resulten duras e incomprensibles?

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

APÉNDICE I

PROEMIO DE LA CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA SAPIENTIA CHRISTIANA (1979)

La sabiduría cristiana, que por mandato divino enseña la Iglesia, estimula continuamente a los fieles para que se esfuercen por lograr una síntesis vital de los problemas y de las actividades humanas con los valores religiosos, bajo cuya ordenación todas las cosas están unidas entre sí para la gloria de Dios y para el desarrollo integral del hombre en cuanto a los bienes del cuerpo y del espíritu[88].

En efecto, la misión de evangelizar, que es propia de la Iglesia, exige no sólo que el Evangelio se predique en ámbitos geográficos cada vez más amplios y a grupos humanos cada vez más numerosos, sino también que sean informados por la fuerza del mismo Evangelio el sistema de pensar, los criterios de juicio y las normas de actuación; en una palabra, es necesario que toda la cultura humana sea henchida por el Evangelio[89].

Porque el medio cultural en el cual vive el hombre ejerce una gran presión sobre su modo de pensar y consecuentemente sobre su manera de obrar; por lo cual la división entre la fe y la cultura es un impedimento bastante grave para la evangelización, como, por el contrario, una cultura imbuida de verdadero espíritu cristiano es un instrumento que favorece la difusión del Evangelio.

Además, el Evangelio, en cuanto destinado a los pueblos de cualquier edad y región, no está vinculado exclusivamente con ninguna cultura particular, sino que es capaz de penetrar todas las culturas de tal forma que las ilumina con la luz de la divina Revelación, purifica las costumbres de los hombres y las restaura en Cristo.

Por eso la Iglesia de Cristo se esfuerza en llevar el Evangelio a todo el género humano, de tal forma que pueda aquél transformar la conciencia de cada uno y de todos los hombres en general, y bañar con su luz sus obras, sus proyectos, su vida entera y todo el contexto social en que se desenvuelven. De este modo, al promover también la cultura humana, cumple su propia misión evangelizadora[90].


[88] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 43 ss: AAS 58 (1966), págs. 1061 ss.

[89] Cf. Exhort. Apost. Evangelii nuntiandi, 19-20: AAS 68 (1976), págs. 18 s.

[90] Cf. Conc. Vat. II, Exhort. Apost. Evangelii nuntiandi, 18: AAS 68 (1976), págs. 17 s., y Const. past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, n. 58: AAS 58 (1966), pág. 1079.

El resucitado como el Buen Pastor

Todavía en la Pascua, en este cuarto domingo celebramos, como cada año, el domingo del Buen Pastor. La liturgia nos presenta a Cristo resucitado como el Buen pastor que conoce a sus ovejas y que les da la vida eterna. Esta imagen de Dios como pastor aparece en numerosas ocasiones a lo largo del Antiguo Testamento, nosotros, los cristianos, vemos en Cristo a ese Buen Pastor que es capaz de dar la vida por sus ovejas. Además, como es costumbre en la Iglesia, en este domingo celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones.

1. Cristo es el Buen Pastor que conoce a sus ovejas. Es propio del pastor bueno conocer a sus ovejas. Esta figura la utiliza el mismo Jesús en el Evangelio de hoy para referirse al amor que Dios nos tiene: el amor de un pastor que conoce de verdad a sus ovejas. Dios nos ama así: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”. Dios es un Buen Pastor que nos conoce en profundidad. No nos conoce superficialmente, sólo de nombre o de vista, de vernos algunas veces por la Iglesia y ya está. Dios nos conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Nos conoce incluso mejor que nosotros mismos. Por eso Él sabe mejor que nosotros mismos lo que necesitamos y lo que nos conviene. Y así, Él nos puede guiar hacia los buenos pastos que necesitamos. No somos para Dios simplemente uno más de un rebaño inmenso. Cada uno de nosotros somos sus ovejas preferidas. Nos ama con un amor personal. Nos conoce tanto que sabe incluso de nuestros pecados y de nuestras miserias, por más que queramos ocultarlas ante Él.

2. Cristo es el Buen Pastor que da la vida eterna. Pero nuestros pecados no nos apartan de ese amor de Dios, sino que es tan grande el amor que nos tiene que a pesar de nuestras faltas y miserias Él sigue amándonos cada día más. Tan grande es el amor de Dios para con nosotros que, además de ser pastor, es también para nosotros alimento y comida que nos libra de nuestros pecados. Así, Cristo es en verdad el Buen Pastor que da la vida por nosotros que somos sus ovejas, para rescatarnos y llevarnos a los buenos pastos del cielo. Él, al dar su vida en la cruz, nos ha dado a nosotros la vida eterna, la vida de la felicidad del cielo, donde no pasaremos ni hambre ni sed, ni nos hará daño el sol ni el bochorno, como dice la segunda lectura del libro del Apocalipsis. Esta lectura nos presenta a Cristo como el Cordero, en cuya sangre se lavan y blanquean las vestiduras de los cristianos. Un Cordero que es también pastor y que nos conduce hacia las fuentes de agua viva. No encontraremos mejor pastor que Aquél que da la vida por las ovejas, ofreciéndoles así la vida feliz del cielo.

3. Cristo es el Buen Pastor que nos llama. En este domingo del Buen Pastor celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Siempre pensamos que esto de la vocación es algo de curas y monjas, y nada de eso. La vocación es algo propio de todos y cada uno de nosotros. El mismo Jesús, en el Evangelio de hoy, nos ha dicho que nosotros somos sus ovejas que escuchamos su voz y que le seguimos. Dios cuenta con nosotros, nos llama, y espera que le sigamos. Como un pastor bueno, Cristo nos guía y nos conduce hasta los mejores pastos. Él quiere la felicidad para cada uno de nosotros. Por eso nos llama. Esa llamada, que es la vocación, es personal, para cada uno. Es hermoso caer en la cuenta de que Dios piensa en mí, y porque quiere que yo sea feliz, me llama. Así es nuestro Dios. Sólo tenemos que abrir bien nuestros oídos, ponernos a la escucha, y tener la valentía de seguir aquello que Dios quiere de nosotros. Seguro que Él llama a muchos para que le sigan de forma especial, siendo por ejemplo curas, monjas o frailes. Pero no sólo para eso llama el Señor. También llama al matrimonio, a la maternidad o paternidad, a una profesión, a un servicio a los demás. Esta es la vocación de cada uno de nosotros. Hoy oramos de forma especial por las vocaciones, pidiéndole a Dios que aquellos a quienes llama para la vida religiosa o sacerdotal escuchen con atención su llamada y sean valientes para responder. Pero también oramos para que cada uno de nosotros sepamos descubrir qué quiere Dios de nosotros. Sigamos al Buen Pastor. Merece la pena seguir a Aquél que ha dado su vida por nosotros y nos ofrece la verdadera felicidad.

Hoy, que todos buscamos seguir a alguien en nuestra vida, encontramos a Aquél a quien merece la pena seguir: Jesucristo, el único que puede prometernos y puede darnos una vida plena y dichosa, no sólo aquí en la tierra. Sigámosle a Él, que es el Buen Pastor, el que da la vida por sus ovejas. Él cuenta con nosotros, nos llama y nos da la felicidad.

Francisco Javier Colomina Campos

La emoción el apóstol Juan

1.- POR MEDIO DE LOS MONTES. – Una instantánea de los primeros tiempos. Una escena que se repetirá con frecuencia. Pablo y Bernabé son dos de los muchos que cruzaron tierras y mares para sembrar la semilla de Dios. Todo el mundo de entonces se iba iluminando con ese puñado de ideas sencillas que Cristo había sembrado a voleo en un rincón del Oriente Medio.

Aquellos primeros misioneros entran en la sinagoga y toman asiento entre la multitud. La sinagoga era el lugar donde se reunían los judíos y los paganos prosélitos del judaísmo para oír la palabra de Dios. Después de leer el texto sagrado, alguno de los asistentes se levantaba para comentar lo que acababa de leer. Pablo y Bernabé se levantarán muchas veces para hablar de Cristo. Partiendo de las Escrituras, ellos mostraron que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Salvador del mundo. La gente buena y sencilla escucha y acepta el mensaje. La fe brotaba, la luz de Cristo llenaba de claridad y de esperanza la vida de los hombres.

Hoy también van y vienen los apóstoles de Cristo, hoy también suena la voz de Dios, sembrando palabras llenas de luz, semillas portadoras de alegría y de paz. Sólo los corazones limpios, sólo las almas sencillas percibirán la fuerza y el resplandor de las palabras de Dios; sólo la gente buena y humilde se despertará al esplendor de la fe.

Aquellos judíos, los hijos de Israel, que habían recibido las promesas, los herederos de la fe de Abrahán, el pueblo elegido, mimado hasta la saciedad por Dios; ellos, los judíos precisamente van a poner las mayores trabas al crecimiento de la naciente Iglesia. Perseguían a los apóstoles de ciudad en ciudad, los calumniaban, soliviantaban a las autoridades y al pueblo contra ellos, contra los que predicaban a Cristo, los que hablaban de perdón y de paz.

La envidia les recomía. No podían soportar el triunfo de aquellos andariegos, no permitían que hablasen de una salvación universal, no sufrían aquel entusiasmo de los paganos por el mensaje cristiano. Y se revuelven como fieras, creyéndose en la obligación de apagar, sea como sea, el fuego de aquellas palabras encendidas. Líbranos, Señor, de la envidia, de la celotipia baja y absurda. Que no nos escueza el triunfo de los otros, que no pongamos la zancadilla a los que suben, que no frenemos con nuestras insidias el motor que tú has puesto en marcha.

Y gracias porque no hay vallas que puedan parar lo que tú impulsas; gracias porque, a pesar de tantas mentiras, de tantas intrigas, las aguas seguirán pasando a través de las montañas. Haz, Señor, que sigamos caminando por la senda que tú marcaste, y que tracemos rutas nuevas con el paso recio y alegre de nuestras pisadas.

2.- EL DISCÍPULO AMADO. – En el rescoldo de la Pascua vuelven a resonar las palabras que el Maestro pronunció antes de morir. Después de su resurrección todo aquello que dijo adquiere una profundidad nueva, una luminosidad distinta. Se descubre entonces todo el valor que su mensaje tiene. Por algo dijo el Señor que, después de su partida, el Espíritu les recordaría sus palabras y los conduciría a la Verdad. En un primer momento ellos no comprendieron perfectamente lo que el Maestro les enseñaba, pero luego penetrarían extasiados en las palabras que conducen a la vida eterna, que nos transmiten, como en gozoso adelanto y primicia, esa felicidad sin fin.

De todos los apóstoles, el que más tardó en poner por escrito sus recuerdos fue san Juan. Antes de redactar su evangelio, él lo predicó una y mil veces, y sobre todo lo meditó. Cuántas horas de oración intensa del Discípulo amado, cuántos momentos de intimidad con el Maestro en el silencio rumoroso de la contemplación. El espíritu de Juan se elevaría con frecuencia hasta las cimas de la más alta mística. A él, como sabemos, se le simboliza con el águila, esa ave gigante que alza el vuelo majestuoso sobre las más altas nubes, que penetra con su mirada las distancias más remotas, que mira al sol de hito en hito.

Por todo ello, cuando él escribe, sus palabras adquieren una luminosidad nueva y maravillosa. El mismo Espíritu que inspiró a los otros evangelistas estaba detrás de su pluma. Pero Dios, el Autor principal, aceptó siempre el modo de ser de cada uno de los autores secundarios, apoyó su propia idiosincrasia, respetó al máximo su libertad. Juan fue siempre un apasionado, un hombre que sabía querer con ternura y fortaleza a un tiempo, que intuía más que discurría. Quizá por todo eso Jesús le prefirió a los demás. Además era el más joven y tenía el corazón limpio y cálido de la virginidad.

Juan recordaba con emoción cómo Jesús hablaba de su rebaño, su pequeña grey por la que daría su vida derramando hasta la última gota de su sangre: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano…”. Juan había escuchado al Maestro como quien bebía sus palabras. Ahora nos invita a nosotros a escuchar de la misma forma, a que hagamos vida de nuestra vida la enseñanza divina de Jesucristo. Sólo así alcanzaremos la vida que nunca termina, seremos copartícipes de la victoria grandiosa de Jesucristo sobre la muerte, nos remontaremos hasta las cimas de la más alta gloria que ningún hombre puede alcanzar, la cumbre misma de Dios.

Antonio García-Moreno

Domingo IV de Pascua

Una constante en la predicación de los Apóstoles fue la de mostrar a Jesús como el gran triunfador de la muerte y del mal. La razón nos es ya muy conocida: la Resurrección, al garantizar su condición divina, mantenía en pie todo lo por Él afirmado y prometido.

La liturgia de este domingo nos ofrece tres textos con ese mismo contenido e intención.

En la narración de los Hechos de los Apóstoles (1ªLet. 13, 14, 43-52) aparece San Pablo en la Sinagoga de Antioquía advirtiendo a los judíos que la luz de la palabra de Dios, destinada a ellos en primer lugar, va a ser derramada sobre los gentiles para que también a ellos les llegue la salvación.

La constante terquedad de los judíos les impidió rectificar y resolvieron la situación echando a Pablo y Bernabé de la ciudad.

Ellos convencidos de la verdad de cuanto habían predicado se fueron llenos de gozo y del Espíritu Santo. Nada ni nadie podía hacerles renunciar a lo que ellos habían constatado.

En la segunda lectura (Ap. 7, 9, 14b-17) san Juan, con el típico lenguaje de esta obra, nos presenta la magnitud de la obra realizada por el Cordero. Una de sus notas es que afecta a “Una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua”.

Señala también la extraordinaria importancia del Cordero: “En su sangre es donde toda esa gente ha lavado y blanqueado sus vestiduras”. Finalmente explica el feliz resultado de ese lavado: “están cobijados bajo la tienda de Dios y allí ya no tendrán más hambre ni sed… Dios enjugará todas las lágrimas de sus ojos”

El mismo Evangelista, pero esta vez con lenguaje ordinario literal, (3ª let. 10, 27-30) expone las mismas ideas.
En primer lugar afirma claramente la divinidad de Jesús recogiendo unas palabras del mismo Jesús: “El Padre y Yo somos una misma cosa”

Señala la razón que le ha traído a este mundo: Ser pastor que cuida a sus ovejas

Contempla a la buena gente que le escucha y le sigue: “Mis ovejas escuchan mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen”

Indica claramente el triunfo de su pastoreo: “Yo les doy la vida eterna… un gozo que nadie podrá arrebatarles”

Además del mensaje explícito de la Resurrección de Jesús en estos textos subyacen dos ideas que merece la pena subrayar. Una es insistir en la universalidad del mensaje evangélico y otra ser conscientes de los peligros que acechan a sus seguidores.

Los judíos estaban convencidos, y parece ser que siguen en la misma idea, de que Dios es algo suyo, personal y que ellos son su único pueblo al que finalmente tendrán que integrarse todos.

Al comienzo de la expansión del cristianismo esa idea estuvo tan presente que se pretendía exigir a todo el que deseara ser cristiano pasar antes por los ritos judíos. De ahí la famosa controversia sobre la previa circuncisión. El asunto quedó zanjado en el primer Concilio de Jerusalén presidido por Pedro.

Una de las grandes transformaciones ideológicas de los Apóstoles tras los reencuentros con Jesús y su Ascensión, y que también hemos de experimentar nosotros los católicos, fue la de ampliar el horizonte de la predicación del Evangelio según el encargo del mismo Jesús de: “Id por todo el mundo… a todas las gentes”

La cerrazón de mente es muy negativa a la hora de estar abiertos a las nuevas iniciativas del Espíritu dentro de la misma Iglesia Católica. El Evangelio es una formidable oferta de Dios al género humano al que no hemos de señalarle rayas rojas que nos impidan ir desvelando a lo largo de la historia toda la riqueza contenida en él. Nosotros como cristianos y como personas hemos de esforzarnos por tener un espíritu amplio que, sin embargo, nada tenga que ver con el papanatismo ni el esnobismo sino con tener la mente discursiva abierta. Por cierto, la mente nos la ha dado Dios para pensar.

La otra idea, la segunda, sería no desconocer que los causantes de la muerte de Jesús fueron unos hombres concretos pero que representaban las grandes tentaciones que acosan al animal humano.

Precisamente por eso, por ser tentaciones constantes, esos mismos pecados siguen vivos en la sociedad en la que nos movemos. No seamos, pues, incautos infravalorándolos y tengamos los ojos muy abiertos ante los modernos ataques al cristianismo. Jesús, sigue siendo molesto para los dictadores representados entonces en Pilato y hoy por tantos caciques grandes y pequeños que pretenden ser los dueños de su grande o pequeño mundo. Hoy sigue vivo el hedonismo de Herodes en los actuales obsesos por el placer a cualquier precio y condición. La traición de Judas sigue viva en los que se venden por dinero, por placer, por poder, por salirse con la suya. Hay gente que goza haciendo sufrir a los demás, como los soldados que maltrataron a Jesús. No falta gente soberbia que desprecia y trata de mangonear con sus ideas a los demás como hicieron Caifás y Anás. Todos aquellos están muertos pero sus vicios siguen vivos y crean las mismas tensiones con Jesús que los denuncia y desenmascara. No olvidemos la lección a la hora de tomar postura ante determinadas críticas al cristianismo y, mucho menos, apoyarlas con nuestra ingenuidad. No es suspicacia, es una advertencia de Jesús: los hijos de las tinieblas son más sagaces que los de la luz. Los cristianos debemos ser sencillos de mente pero no simples ni incautos. Jesús sigue siendo un objetivo a eliminar por una sociedad todavía muy dominada por los instintos animales heredados de nuestros antepasados en la evolución y, en no pocas ocasiones, potenciados con la capacidad de razonar.

Tengamos muy presentes estas ideas para librarnos de caer nosotros en actitudes irracionales, para no propagar ingenuamente críticas malsanas al cristianismo y para que, como los apóstoles, sepamos ser en el siglo XXI testigos firmes de la Resurrección de Jesús. AMÉN

Pedro Sáez

Escuchar y seguir a Jesús

Era invierno, Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba protegido contra el viento por una muralla.

Pronto, un grupo de judíos hacen corro alrededor de Jesús. El diálogo es tenso. Los judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: «Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas». ¿Qué significa esta metáfora?

Jesús es muy claro: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna». Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirlo depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.

Nada hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como seguidor o seguidora de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.

Sin embargo, esa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia todo porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de la fe cristiana.

Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirlo cuando nos sentimos atraídos y llamados por Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.

Cuando falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.

Es fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes viven esforzándose por seguir a Jesús.

José Antonio Pagola