II Vísperas – Domingo IV de Pascua

II VÍSPERAS

DOMINGO IV DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

Gallos vigilantes
que la noche alertan.
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llando
lo que el miedo niega.

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las ciaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Aleluya.

SALMO 111: FELICIDAD DEL JUSTO

Ant. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo. Aleluya.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios. Aleluya.

LECTURA: Hb 10, 12-14

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha d eDiso y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean peustos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

RESPONSORIO BREVE

R/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

R/ Y se ha aparecido a Simón.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo, el Señor, las conozco a ellas. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo, el Señor, las conozco a ellas. Aleluya.

PRECES

Oremos a Dios Padre, que resucitó a su Hijo Jesucristo y lo exaltó a su derecha, y digámosle:

Guarda, Señor, a tu pueblo, por la gloria de Cristo.

  • Padre justo, que por la victoria de la cruz elevaste a Cristo sobre la tierra,
    — atrae hacia él a todos los hombres.
  • Por tu Hijo glorificado, envía, Señor, sobre tu Iglesia el Espíritu Santo,
    — a fin de que tu pueblo sea, en medio del mundo, signo de la unidad de los hombres.
  • A la nueva prole renacida del agua y del Espíritu Santo consérvala en la fe de su bautismo,
    — para que alcance la vida eterna.
  • Por tu Hijo glorificado, ayuda, Señor, a los que sufren, da libertad a los presos, salud a los enfermos
    — y la abundancia de tus bienes a todos los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • A nuestros heramnos difuntos, a quienes mientras vivían en este mundo diste el cuerpo y la sangre de Cristo glorioso,
    — concédeles la gloria de la resurrección en el último día.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo, concédenos también la alegría eterna del reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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¿Cada uno en su casa y Dios en la de todos?

1.- Vista la cosa con una cierta objetividad histórica bien podríamos decir que la historia del cristianismo es una historia de una permanente desunión. Hoy mismo la idea del “único Pastor de un único rebaño” parece que casi utópica. Ya desde los primeros momentos de la Iglesia, allá en Jerusalén surgieron los primeros problemas. No se daba franca entrada a los gentiles si no aceptaban los condicionantes de la religión judía. Pablo bajó a Jerusalén para ver a “las columnas de la Iglesia” y los Apóstoles le dieron la mano y su aprobación. Los gentiles no tenían que circuncidarse, símbolo y costumbre fundamental en los ritos de iniciación de la religión judía… Pero Pablo tuvo que sufrir la persecución implacable de los judaizantes durante muchos años.

2.- Luego la historia de los cismas es pan de cada día: desde la separación de la Iglesia latina y las orientales en el final del primer milenio e inicio del segundo hasta las rupturas del siglo XVI que dividieron el núcleo principal de lo que había sido la Iglesia católica durante muchos siglos, aquellos territorios que quisieron igualarse con el Sacro Imperio. Europa rompió su unidad religiosa por, tal vez, las muchas exigencias del Papado y por la ambición de muchos príncipes, aunque, por supuesto, también se establecieron diferencias doctrinales de calado.

3.- No os puedo negar que me preocupa el actual momento de división en la propia Iglesia católica y, asimismo, la búsqueda a ultranza de unanimidades jerárquicas que aseguren la unidad por encima de cualquier cosa. También parece que hay un frenazo generalizado –no sólo desde el lado católico— del ecumenismo, el cual se está convirtiendo en un modo de constituir relaciones correctas, de llevarse bien, pero sin avanzar hacia cualquier identidad o unidad. Por supuesto que no se trata de pelearse, pero tampoco de tender puentes. No sé si para definir la desunión es adecuado el refrán de “cada uno en su casa y Dios en la de todos”. Es decir, delimitar los límites de la casa de cada iglesia cristiana, no negando que Dios puede estar con todos, pero sin hacer nada por buscar caminos de unidad.

4.- Siempre se ha dicho que la desunión de los cristianos se produce por el pecado. Parece claro. Y debe ser el pecado de soberbia lo que impide que ni siquiera se acepten caminos de acercamiento fraterno, obviado para conseguir la cercanía cuestiones de origen y legitimidad. Porque si muchos días, y mucha gente, rezara mucho en unión, aunque fueran de iglesias distintas, la unidad vendría por puro roce y porque el Espíritu no niega su presencia a quienes le invocan con sinceridad.

5.- Son muchos los que dicen y repiten que Jesús es el Único Pastor de un único rebaño, pero, probablemente, lo dicen con la boca pequeña, considerando que existen pastores encumbrados o clérigos de mucho poder que, verdaderamente, ejercen de pastores omnímodos aunque proclamen en voz en grito que Jesús es nuestro único pastor. Y como, en muchas ocasiones, somos los católicos los únicos que nos “flagelamos” por nuestras culpas, hay que decir que los otros cristianos mantienen una posición inamovible en cuanto a perder algo para ganar en unidad. Cada vez, y perdón por reiterarlo parece que el refrán de “cada uno en su casa y Dios en la de todos” tiene una enorme vigencia. Y no se olvide que este refrán en su significado más habitual es tremendamente anticristiano, pues viene a decir que la frontera entre una casa y otra es inviolable, que lo que hay en cada casa es de uno y la idea de que Dios esté en la de todos es para quedar bien. ¿Cómo el Dios fraterno, amoroso y misericordioso que conocemos va a aceptar ese mundo de pequeños lugares cerrados y aislados, de tantas capillitas?

6.- Hemos escuchado un fragmento del Evangelio de Juan sobre el que caben pocas dudas. Son unas cuantas frases, unos pocos renglones. Nos dan una concreción total que admite pocos argumentos para desunión. Porque la unidad de los cristianos depende de Jesús, no de nosotros. Y eso es lo que deberíamos tener en cuenta. En fin, que es tan breve el texto evangélico que merecerá la pena que lo repitamos leyéndolo despacio. Y si no fuera suficiente pues está claro que habría que volverlo a leer en casa hasta, casi, aprenderlo de memoria. Es breve y dice: “En aquel tiempo, dijo Jesús: ‘Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno’”. Las ovejas de Jesús escuchan su voz y por eso le siguen. Son un don del Padre, y el Padre y Él son uno. No podemos romper esa unidad aunque queramos. Sólo escuchar estas palabras con un mínimo de entrega… trae el romper a llorar ante tanta división y tanta soberbia institucionalizada. Ni cada uno en su casa, ni ya veremos si nos ponemos de acuerdo. No es posible si escuchamos y reconocemos la voz de Jesús. Pero como lo dice Jesús de Nazaret habrá que admitir que, en algún lugar, estarán esas ovejas entregadas al Padre que nadie puede arrebatar de la mano de Jesús. ¿Somos nosotros? ¿Quiénes son?

7.- La jornada del Cuarto Domingo de Pascua se dedica a dos campañas importantes. Una es para orar por las vocaciones en general. La otra, que se solapa perfectamente, con la primera es para rogar por el clero nativo. Y, sin duda, tiene mucho que ver con el único rebaño y el único pastor. Tenemos que rezar a Dios Padre para que nos lleguen hombres y mujeres que anuncien su nombre sin pensar nada más que en Él y en la felicidad que recibirán los hermanos que no lo conocen al saber que hay un rebaño que vive en el amor y la concordia que viene de Dios. Dios no quiere vocaciones que fomenten la desunión, ni personas que se crean el centro del universo. El Espíritu sopla donde quiere y a quien quiere. Eso está claro. Y será la influencia del Espíritu la que nos ayude a cumplir y entender mejor las palabras que acaba de decirnos nuestro único pastor.

Ángel Gómez Escorial

La ternura de Jesús

1.- Nadie las arrebatará de mi mano. No olvidemos que este cuarto domingo de Pascua es el domingo del Buen Pastor. Jesús nos dice que estamos en las manos de Dios y que nadie puede cuidarnos con más ternura y solicitud que Él. Esta es una verdad consoladora para todos los que creemos en la bondad de un Padre misericordioso y atento a nuestros desvelos y necesidades. En algunos momentos, la vida puede llegar a ser muy dura para cualquiera de nosotros: las enfermedades, los problemas familiares y sociales, el paro, la violencia y el terrorismo, la inmigración masiva y descontrolada, etc., pueden envolvernos y zarandearnos con violencia y desconcierto en más de una ocasión. Parece que se nos hunde el suelo y que vamos a caer al vacío. La certeza de que a nuestro lado, llevándonos de la mano, está un Padre –Buen Pastor que nos protegerá y nos librará de todos los peligros, es una certeza evidentemente consoladora. No nos va a librar de las dificultades, pero nos va a dar fuerza para vencerlas. La vida va a seguir siendo dura, pero nosotros vamos a estar sostenidos y animados por un Espíritu que nos da fortaleza y sostiene nuestro esfuerzo. Es el Espíritu de Jesús de Nazaret que nos sostiene con las manos del Padre y no va a permitir que nada ni nadie nos arrebate de su mano. Estamos en buenas manos y podemos descansar vigilantes y tranquilos.

2.- Sabed que nos dedicamos a los gentiles. Ni Pablo, ni ningún predicador cristiano desprecia nunca a nadie. Si Pablo y Bernabé abandonan ahora la predicación a los judíos no es por su gusto, sino a su pesar. Es porque ellos, los judíos, rechazan libre y resueltamente, la palabra de Dios. Dios nos invita a creer en Él, pero no nos fuerza, ni obliga. Es verdad que la gracia de Dios es, como su nombre indica, gratuita, pero no es menos verdad que esta gracia de Dios sólo será eficaz en nosotros, si libre y responsablemente la aceptamos y nos dejamos empujar y guiar por ella. Ellos sacudieron el polvo de los pies, pero no porque ellos hubieran decidido huir, para evitar riesgos o dificultades, sino porque fueron expulsados del territorio. No olvidemos que este fue un momento no sólo importante, sino trascendental para la primitiva Iglesia cristiana. En este momento, la primitiva Iglesia de Jesús comienza a ser católica, es decir, universal. Juan y Santiago, el hermano del Señor, se quedan en Jerusalén, en el mundo judío, mientras que Pablo y Bernabé se dedicarán a predicar la palabra de Dios a los gentiles. Ya no habrá distinción de raza, ni de lengua, ni clase social entre los verdaderos seguidores del Maestro. Cristo quiere ser el único Pastor del único rebaño, que es el mundo entero.

3.- El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ellos son los que vienen de la gran tribulación, los que han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Es la vida y la sangre de Cristo la que nos salva, la vida de Cristo ha sido una vida redentora, por eso ahora puede acampar entre nosotros, para librarnos del hambre y de la sed, del sol abrasador y del bochorno. También nosotros hemos sido atribulados por múltiples dificultades y sinsabores en nuestra vida, porque la vida humana es, muchas veces, una gran tribulación, pero la presencia entre nosotros del Cordero de Dios nos da fuerza y consuelo en medio de todas las adversidades. Precisamente porque Él acampa entre nosotros, como Buen Pastor, y enjuga las lágrimas de nuestros ojos, podemos sentirnos espiritualmente seguros y tranquilos. Las palabras que Pablo pronunció, en momentos en los que se vio acosado por la incomprensión y la persecución, pueden sentirnos ahora de aliento a nosotros: Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá vencernos? Ni la persecución, ni el hambre, ni la misma muerte podrán nunca separarnos del amor de Cristo. No porque nosotros seamos, por nosotros mismos, fuertes e invencibles, sino porque el que ha vencido a la muerte acampa entre nosotros.

4.- Somos su pueblo y ovejas de su rebaño. No somos nosotros los que primero le hemos elegido a Dios, ha sido Dios el que primero nos ha elegido a nosotros, no somos nosotros los que primero le hemos amado a Él, sino que ha sido Él el que primero nos ha amado a nosotros. Por eso, somos su pueblo y ovejas de su rebaño. El saber que somos de la familia de Dios, sus hijos, es, evidentemente, un gran honor para nosotros, pero no olvidemos que es también una gran responsabilidad. Si queremos ser de verdad y parecer de hecho de la familia de Dios, deberemos portarnos y comportarnos como verdaderos hijos de Dios, hermanos de Jesús de Nazaret, siempre mansos y humildes de corazón con todos nuestros hermanos. Él no vivió, ni murió para sí, sino para darnos vida y librarnos de la muerte a nosotros. También nosotros deberemos vivir para los demás, sobre todo para los más débiles y necesitados, dándoles vida y rompiendo las cadenas injustas que les esclavizan y les atan a la muerte social o sicológica. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las naciones nos dice el salmo. Vamos a intentar nosotros ser buenos hijos de tan buen Señor.

Gabriel González del Estal

Comentario del 12 de mayo

El libro de los Hechos nos presenta un relato amplio y pormenorizado de la ‘actividad misionera’ de los apóstoles de la primitiva Iglesia. Porque su actividad fue esencialmente misionera. Y la misión comenzaba con el anuncio o kerigma: Jesús, el desechado (y condenado) por las autoridades judías y paganas, era realmente el Mesías, el Cristo, pues había sido nombrado Juez de vivos y muertos por el mismo Dios que lo había rescatado de la muerte, resucitándolo. Este anuncio se dirigió en primer lugar a los judíos. Ellos eran los primeros destinatarios de las antiguas profecías. Por eso, el lugar elegido por los apóstoles para esta misión eran sobre todo las sinagogas. Allí se proclamaban las Escrituras sagradas y se leían las profecías referidas al Mesías. Así lo confirman los ‘hechos’ de Pablo y Bernabé, que forman parte de esta magnífica epopeya que constituye el relato de los Hechos de los Apóstoles; pues Pablo y Bernabé, sin ser del grupo de los Doce, eran sin embargo también apóstoles, es decir, enviados para la misión por parte de la Iglesia.

La escena narrada en este pasaje de los Hechos sitúa a Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia (al suroeste de la actual Turquía) procedentes de Antioquía de Siria, que era la iglesia madre de la que habían partido para la misión. Se trata del primer viaje misionero del Apóstol. Y allí, en la sinagoga, centro que reunía a la comunidad judía de la ciudad, Pablo anuncia el evangelio. Evidentemente los primeros destinatarios de su mensaje eran los judíos. Pablo les recuerda su historia de salvación, deteniéndose en un punto que él considera culminante: el representado por Jesús de Nazaret, que ha resultado ser el Cristo, Aquel en el que encuentran cumplimiento todas las profecías del AT, el que había muerto en el patíbulo de la cruz, pero a quien Dios había resucitado de entre los muertos, haciéndoselo ver a testigos escogidos, entre los cuales se encuentra él mismo como el último de los agraciados. Nada había escapado a los designios de Dios. La gente que le escucha con interés le pide que les siga hablando el próximo sábado. Y llegado el Sábado, casi toda la ciudad acude a oír la palabra de Dios de labios de Pablo.

Los dirigentes judíos (y entre ellos probablemente el rabino jefe de la sinagoga) se asombran de tan gran convocatoria, sienten envidia y se proponen boicotear la reunión, respondiendo con insultos a las palabras del apóstol judeo-cristiano. Esta confrontación con los judíos impulsó a los apóstoles a orientar su campaña misionera a otros espacios más abiertos como el de los gentiles: como rechazáis la palabra de Dios –les dicen- y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que a partir de ahora nos dedicaremos a los gentiles. Es el momento en que la misión, «potencialmente» universal –puesto que Cristo ha venido como salvador del mundo-, se hace universal «en acto». El «hecho» refleja a la perfección el drama que se vivió en su momento: la ruptura entre el judaísmo (ya tradicional) y el cristianismo naciente, que no es aceptado en el seno de la comunidad judía, puesto que ésta les expulsa como cismáticos. Son miembros de la comunidad judía que ya no tienen cabida en ella porque pretenden hacer de ella otra cosa: una comunidad cristiana, introduciendo en su seno los criterios «reformistas» del así proclamado Cristo, que se presenta como luz del mundo y por ello también de la tradición judaica.

Pero el hecho, siendo dramático, no afecta demasiado a los apóstoles. Pablo y Bernabé ven en este rechazopor parte de los judíos la transparencia de un designio divino. Dios les está señalando a la humanidad entera como destinataria de la misión; porque la misión cristiana es universal: Id al mundo entero, les había dicho el mismo Jesús. Las fronteras de la misión no son otras que las de la tierra habitada por el hombre, las fronteras de la humanidad, puesto que el que ha venido como luz del mundo hace de su apóstol luz de los gentiles, de modo que pueda ser salvación hasta el extremo de la tierra, es decir, para todos los que quieran acogerla entre los habitantes de la tierra.

Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron mucho, y los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron. Así comenzó a difundirse la palabra del Señor por toda la región, y con ella la fe en Jesús, el Cristo, y el cristianismo; porque la fe vinculaba a una comunidad creyente donde se vivía y se celebraba el acontecer de la Palabra. Y todo esto en medio de persecuciones y destierros. Ya Pablo y Bernabé tuvieron sobrada experiencia de estas tribulaciones. Nada más iniciar su «cruzada» fueron expulsados del territorio por las señoras distinguidas y principales de la ciudad. Es como si la persecución formara parte de la misión. Ellos se limitaron a sacudirse el polvo de los pies en señal de protesta para marcharse de inmediato a otra ciudad. Pero Antioquía ya había sido sembrada de cristianismo: allí quedó una comunidad ferviente de discípulos que rebosaban de alegría y de Espíritu Santo. Las persecuciones sufridas por los apóstoles se convertían así en un factor de movilidad que contribuía al incremento de la fe cristiana. Muchas de ellas producirán mártires como presagia el libro del Apocalipsis. Son esa inmensa muchedumbre que acompaña al Cordero, ya entronizado, vestidos con vestiduras blancas y palmas en sus manos; son los llegados de la gran tribulación en la que lavaron y blanquearon sus mantos con la sangre del Cordero, es decir, mezclando su sangre con la misma sangre derramada por Cristo.

Nosotros, si creemos y porque creemos, podemos decir que pertenecemos al número de los destinados a la vida eterna, que es la vida que da el Buen Pastor a los que son sus ovejas. Y «sus ovejas» son aquellos que escuchan su voz y le siguen. «Oír su voz» hoy es escuchar su palabra antes que cualquier otra palabra, otorgándole mayor crédito que a cualquier otra palabra; es habituarse –algo que implica hábito de escucha y de lectura- a ella, familiarizarse con ella, meditarla, interiorizarla, dejar que resuene en nuestro oración como la voz que nos llega de Dios. El buen Pastor sólo puede cumplir su tarea si su voz es reconocible por sus ovejas, de modo que sea luz y guíapara ellas; y ellas sólo podrán aprovecharse de esta luz y esta guía si le escuchan y se dejan guiar por los intrincados y tantas veces entenebrecidos caminos de la vida.

Pero la voz del Pastor no nos llega hoy directamente, sino a través de otros conductos humanos, a través de la Iglesia apostólica que la guardó para nosotros en las Escrituras y la transmitió por otras vías y a través de la Iglesia de nuestro tiempo que la sigue proclamando, y estudiando, y meditando, y explicando, que la sigue predicando por boca de obispos, sacerdotes, catequistas, profetas. Mantenernos en el ‘redil’ de su Iglesia es siempre una garantía de verdad y de vida, que nos permite confiar en las palabras de Jesús: nadie las arrebatará de mi mano; pues es el Padre el que me las ha dado y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre, si el Padre no quiere que se las arrebaten. Son palabras que inspiran confianza. Pero suponen una condición: que nos mantengamos ovejas de su rebaño, a la escucha de su voz de buen Pastor. Y ¿dónde encontrar su rebaño y su voz si no es en su Iglesia? Hoy, jornada mundial de oración por las vocaciones, pidamos para que siga habiendo vocacionados a hacer resonar la voz de Cristo en medio de nuestro mundo, un mundo situado en la encrucijada, sin saber qué camino tomar. Cristo, el que se autoproclamó Camino, Verdad y Vida, sigue siendo la gran oferta de la Iglesia misionera para los hombres de hoy. Si queremos alcanzar la vida (en plenitud) hemos de hacer este camino que trazó él mismo con sus propias pisadas.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

II

En esta acción de la Iglesia respecto a la cultura tuvieron particular importancia y siguen teniéndola las Universidades Católicas, las cuales por su naturaleza tienden a esto: que «se haga, por decirlo así, pública, estable y universal la presencia del pensamiento cristiano en todo esfuerzo encaminado a promover la cultura superior»[91].

Efectivamente, en la Iglesia —como bien recuerda mi predecesor Pío XI, de feliz memoria, en el proemio de la Constitución Apostólica Deus scientiarum Dominus[92]— aparecieron ya en sus primeros tiempos los didascaleia, con el fin de enseñar la sabiduría cristiana destinada a imbuir la vida y las costumbres humanas. En estos centros de sabiduría cristiana bebieron su ciencia los más ilustres Padres y Doctores de la Iglesia, los maestros y los escritores eclesiásticos.

Con el correr de los tiempos, gracias al solícito empeño de los obispos y de los monjes, se fundaron cerca de las iglesias catedrales y de los monasterios las escuelas, que promovían tanto la doctrina eclesiástica como la cultura profana, como un todo único. De tales escuelas surgieron las Universidades, gloriosa institución de la Edad Media que desde su origen tuvo a la Iglesia como madre y protectora generosísima.

Cuando más adelante las autoridades civiles, solícitas del bien común, comenzaron a crear y promover universidades propias, la Iglesia, según exigencias de su misma naturaleza, no cesó de crear y fomentar estos centros de sabiduría cristiana e institutos de enseñanza, como lo demuestran no pocas Universidades Católicas erigidas, incluso en época reciente, en casi todas las partes del mundo. En efecto la Iglesia, consciente de su misión salvífica en el mundo, desea tener particularmente vinculados a sí estos centros de instrucción superior y quiere que sean florecientes y eficaces por doquier para que hagan presente y hagan también progresar el auténtico mensaje de Cristo en el campo de la cultura humana.

Con el fin de que las Universidades Católicas consiguieran mejor esta finalidad, mi predecesor Pío XII, trató de estimular su común colaboración cuando, con el Breve Apostólico del 27 de julio de 1949, constituyó formalmente la Federación de las Universidades Católicas, la cual «pueda abarcar todos los ateneos que o bien la misma Santa Sede erigió o erigirá canónicamente en el mundo o bien haya reconocido explícitamente como orientados según los principios de la educación católica y del todo conformes con ella»[93].

De ahí que el Concilio Vaticano II no haya dudado en afirmar que «la Iglesia católica sigue con mucha atención estas escuelas de grado superior», recomendando vivamente «que se promuevan Universidades Católicas convenientemente distribuidas en todas las partes de la tierra» para que en ellas «los alumnos puedan formarse como hombres de auténtico prestigio por su doctrina, preparados para desempeñar las funciones más importantes en la sociedad y atestiguar en el mundo su propia fe»[94]. En efecto, la Iglesia sabe muy bien que la «suerte de la sociedad y de la misma Iglesia está íntimamente unida con el aprovechamiento de los jóvenes dedicados a los estudios superiores»[95].


[91] Cf. Conc. Vat. II, Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, n. 10: AAS 58 (1966), pág. 737.

[92] Cf. AAS 23 (1931), pág. 241.

[93] Cf. AAS 42 (1950), pág. 387.

[94] Cf. Declaración sobre la Educación cristiana Gravissimum educationis, 10: AAS (1966), pág. 737.

[95] Cf. Declaración sobre la Educación cristiana Gravissimum educationis, 10: AAS (1966), pág. 737.

Lectio Divina – 12 de mayo

Jesús es el Pastor:
sus ovejas le conocen
Juan 10,27-30

1. LECTIO

a) Oración inicial:

Ven, Espíritu Santo, a nuestros corazones y enciende en ellos el fuego de tu amor, danos la gracia de leer y reflexionar esta página del Evangelio para hacerlo memoria activa, amante y operante en nuestra vida. Deseamos acercarnos al misterio de la persona de Jesús contenido en esta imagen del pastor. Por esto te pedimos, humildemente, que abras los ojos de nuestra mente y de nuestro corazón, para que podamos conocer la fuerza de su resurrección. Ilumina, ¡oh Espíritu de luz!, nuestra mente para que podamos comprender las palabras de Jesús, Buen Pastor; inflama nuestro corazón para que nos demos cuenta que no están lejos de nosotros, sino que son la clave de nuestra experiencia actual. Ven, ¡oh Espíritu Santo!, porque sin ti el Evangelio aparece como letra muerta; contigo el Evangelio es Espíritu de vida. Danos, Padre, el Santo Espíritu; te lo pedimos junto con María, la madre de Jesús y madre  nuestra, y con Elías, tu profeta, en el nombre de tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor. ¡Amén!

Juan 10,27-30

b) Lectura del texto:

27 Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. 28 Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. 29 El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. 30 Yo y el Padre somos uno.»

c) Momento de silencio orante:

El silencio conserva el fuego de la palabra que ha entrado en  nosotros con la escucha de la Palabra. Ayuda a conservar el fuego interior de Dios. Permanece algunos momentos en el silencio de la escucha para poder participar del poder creador y recreador de la Palabra divina.

2. MEDITATIO

a) Una clave de lectura:

El pasaje de la liturgia de este domingo está sacado del capítulo 10 de Juan, un discurso de Jesús durante la fiesta judía de la dedicación del Templo de Jerusalén que acaecía a finales de diciembre (durante la cual se conmemoraba la reconsagración del Templo violado por los sirios-helenistas por obra de Judas Macabeo en el 164 a.C). Las palabras de Jesús sobre la relación entre el Pastor (Cristo) y las ovejas (la Iglesia) pertenecen a un verdadero y propio debate entre Jesús y los judíos. Estos hacen a Jesús una pregunta clara y piden una respuesta también clara y pública: «Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente» (10,24). Juan presenta, otras veces, a los judíos que pretenden arrancar a Jesús una afirmación clara sobre su identidad (2,18; 5,16; 8,25). Una petición de este tipo, los Sinópticos la presentan durante el proceso ante el Sanedrín (Mt 26,63; Mc 14,61; Lc 22,67). La respuesta de Jesús se presenta en dos momentos (vv. 25-31 e 32-39). Consideramos brevemente el contexto donde se inserta la primera, que es la de nuestro texto litúrgico. Los judíos no comprendieron la parábola del buen pastor (Jn 10, 1-21) y piden ahora a Jesús una declaración más clara de su identidad. El motivo de su incredulidad no es por sí mismo un motivo de búsqueda, sino que en su cerrazón mental rechazan pertenecer a sus ovejas. Puede ser iluminadora una expresión análoga de Jesús en Mc 4,11: «A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas». Las palabras de Jesús solamente son luz para el que vive dentro de la comunidad, para aquél que decide quedarse fuera solamente es un enigma que desconcierta. A la incredulidad de los judíos, Jesús contrapone el comportamiento de aquellos que le pertenecen y que el Padre les ha dado; también su relación con ellos.

El lenguaje de Jesús no es para nosotros de evidencia inmediata; más aún, compara a los creyentes con un rebaño, y nos deja perplejos. Somos, en gran mayoría, extraños a la vida agrícola y pastoril, y no es fácil comprender lo que significa el rebaño para un pueblo de pastores. Los oyentes, a los que Jesús dirige su palabra, era un pueblo de pastores. Es evidente que la parábola es entendida desde el punto de vista de un hombre que comparte casi todo con su rebaño. Él lo conoce: ve cada una de sus cualidades y de sus defectos; también las ovejas conocen a su guía: responden a su voz y a sus indicaciones.

i) Las ovejas de Jesús escuchan su voz: no se trata sólo de una escucha externa (3,5; 5,37) sino de una escucha atenta (5,28; 10,3), hasta la escucha obediente (10,16.27; 18,37; 5,25). En el discurso del buen pastor esta escucha expresa la confianza y la unión de las ovejas al pastor (10,4). El adjetivo «mías» no indica solamente la simple posesión de las ovejas, sino que pone en evidencia que las ovejas le pertenecen, y le pertenecen en cuanto que Él es el propietario (10,12).

ii) He aquí, pues, que se establece una relación íntima entre Jesús y las ovejas:«y yo las conozco» no se trata de un conocimiento intelectual; en el sentido bíblico “conocer a alguien” significa, sobre todo, tener una relación personal con él, vivir en cierto sentido en comunión con él. Un conocimiento que no excluye los trazos humanos de la simpatía, amor, comunión de naturaleza.

iii) En virtud de este conocimiento de amor, el Pastor invita a los suyos a seguirlo. La escucha de la palabra comporta un discernimiento, para que entre todas las voces posibles, elijan la que corresponde a una persona concreta (Jesús). Como consecuencia de este discernimiento, la respuesta se hace activa, personal y se convierte en obediencia. Esta proviene de la escucha. Por lo tanto, entre la escucha y la secuela del Pastor está conocer a Jesús.

El conocimiento de Jesús hacia sus ovejas abre un itinerario que conduce al amor: «Yo les doy la vida eterna». Para el evangelista la vida es el don de la comunión con Dios. Mientras en los sinópticos la ‘vida’ o ‘vida eterna’ está unida al futuro; en el evangelio de Juan está unida a una posesión actual. Éste aspecto se repite con frecuencia en la narración de Juan: « El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (3,36); «En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna» (5,24; 6,47).

La relación de amor de Jesús se concretiza por la experiencia de protección que el hombre experimenta: se dice que las ovejas « no perecerán jamás». Quizás una alusión a la perdición eterna. Y se añade que «nadie las arrebatará». Tal expresión sugiere el papel de la mano de Dios y de Cristo que impiden a los corazones de las personas ser arrebatadas por otras fuerzas negativas. En la Biblia, la mano, en algunos contextos, es una metáfora que indica la fuerza de Dios que protege (Dt 33,3; Sal 31,6). Por otra parte, el verbo «arrebatar» (harpázō) sugiere la idea que la comunidad de discípulos no estará exenta de los ataques del mal y de las tentaciones. Pero la expresión «nadie las arrebatará» indica la presencia de Cristo que asegura a la comunidad la certeza de una estabilidad granítica que le permite superar toda tentación de miedo.

b) Algunas preguntas:

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

i) La primera actitud que la palabra de Jesús ha puesto en evidencia es que el hombre debe “escuchar”. Este verbo en el lenguaje bíblico está lleno de resonancias: implica la adhesión alegre al contenido de lo que se escucha, la obediencia a la persona que habla, la elección de vida de Aquél que se dirige a nosotros. ¿Eres un hombre inmerso en la escucha de Dios? ¿Hay espacios en tu vida diaria que dedicas, de modo particular, a la escucha de la Palabra de Dios?

ii) El diálogo o comunicación íntima entre Cristo y tú se define en el evangelio de la liturgia de hoy con un gran verbo bíblico, «conocer». Éste implica a todo el ser del hombre: la mente, el corazón, la voluntad. Tu conocimiento de Cristo ¿se limita a un conocimiento teórico-abstracto o te dejas transformar y guiar por su voz en el camino de tu vida?

iii) El hombre que ha escuchado y conocido a Dios «sigue» a Cristo come único guía de su vida. Tu seguimiento diario ¿es continuo? ¿Aún cuando en el horizonte aparece la pesadilla de otras voces e ideologías que tratan de separarte de la comunión con Dios?

iv) En la meditación del evangelio de hoy aparecen otros dos verbos: nosotros no «pereceremos» y nadie nos podrá «arrebatar» de la presencia de Cristo que protege nuestra vida. Es esto lo que fundamenta y motiva nuestra seguridad cotidiana. Tal idea se expresa de modo luminoso en Pablo: «Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro » (Rom 8,38-39). Cuando entre los creyentes y la persona de Jesús se establece una relación hecha de llamada y de escucha, entonces se procede en la vida con seguridad de llegar a la madurez espiritual y al éxito. El verdadero fundamento de esta seguridad está en descubrir cada día la identidad divina de este pastor que es la seguridad de nuestra vida. ¿Experimentas esta seguridad cuando te sientes amenazado por el mal?

v) Las palabras de Jesús «Yo les doy vida eterna» te aseguran que la meta de tu camino, como creyente, no es oscura ni incierta. Para ti, ¿la vida eterna hace referencia a la cantidad de años que puedes vivir o, por el contrario, es un reclamo a la comunión de vida con el mismo Dios? ¿Es motivo de alegría para ti experimentar la compañía de Dios en tu vida?

3. ORATIO

a) Salmo 100, 2; 3; 5

¡Aclama a Yahvé, tierra entera,
servid a Yahvé con alegría,
llegaos a él con júbilo!
Sabed que Yahvé es Dios,
él nos ha hecho y suyos somos,
su pueblo y el rebaño de sus pastos.
Pues bueno es Yahvé y eterno su amor,
su lealtad perdura de edad en edad.

b) Oración final:

Te pedimos, Señor, que te manifiestes a cada uno como Buen Pastor que en la fuerza de la Pascua restableces, animas en los tuyos, con la delicadeza de tu presencia, con la fuerza de tu Espíritu. Te rogamos que abras nuestros ojos, para que podamos conocer cómo nos guías y sostienes nuestras voluntad de seguirte adonde quiera que nos conduzcas. Concédenos la gracia de no ser arrebatados de tus manos de Buen Pastor y de nos estar a merced del mal que nos amenaza y de las divisiones que anidan en el interior de nuestro corazón. Tú, ¡oh Cristo!, eres el Pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. ¡Amén!

4. CONTEMPLATIO

Contempla la Palabra del Buen Pastor en tu vida. Las etapas precedentes de la lectio divina, importantes en sí mismas, cobran funcionalidad, si están orientadas a la vida. El camino de la “lectio” no se puede decir que está acabado, si no llega a hacer de la Palabra una escuela de vida para ti. Tal meta se alcanza cuando experimentas en ti los frutos del Espíritu. Estos son: la paz interior que florece en la alegría y en el gusto por la Palabra; la capacidad para discernir entre lo que es esencial y obra de Dios y lo que es fútil y obra del mal; la valentía de la elección y de la acción concreta son una consecuencia de la página bíblica que has leído y meditado.

¡Bravo por los buenos pastores!

1.- En plena Pascua, la fiesta del Buen Pastor nos invita a dar gracias a Dios por aquellos pastores que se dedican en cuerpo y alma a su Ministerio Sacerdotal. Demos gracias al Señor porque, el Buen Pastor, sigue siendo en la inmensa mayoría de los consagrados, un modelo de referencia y de coherencia. Porque, el Buen Pastor, sigue siendo lo más importante y esencial en el corazón de cientos de miles de hombres que saben que, en la fidelidad, en el amor o en el silencio, en el trabajo de cada día o en el evangelio, es donde encuentran su apoyo y estímulo para seguir adelante.

2.- Nada ni nadie puede desdibujar o desfigurar aquella imagen (no idílica y sí real) que tenemos de los pastores que intentan (intentamos) buscar el reino de Dios, el bien de las personas y desvivirnos hasta más no poder por nuestras comunidades. ¿Qué no todo lo hacemos bien? ¿Qué no llegamos donde debiéramos? ¿Qué, una gota de tinta tiñe una gran jarra de agua cristalina? Es verdad. Pero, el Buen Pastor, siempre nos exige permanecer, perseverar, intentarlo.

Buen pastor, no es desde luego, aquel que viendo las orejas al lobo, huye despavorido. Buen pastor no es aquel que vive plácidamente su vida y exige honradez a los demás. Buen pastor no lo es, por supuesto, aquel que predica una iglesia a su medida o construye una comunidad a su imagen y olvida que la Iglesia es universal o que, la Iglesia no es personalista o una institución a la carta.

3.- Pidamos al Señor que, en este día del Buen Pastor, los sacerdotes seamos capaces de conducir (con ilusión y renovada esperanza) a todas las comunidades que tienen derecho a disfrutar de esos valles, de esos pastos, de esa comida que son –ni más ni menos- el semblante o el rostro del Dios vivo.

Sí; amigos. ¡Bravo por los buenos pastores! Por aquellos que, aún con algunas flaquezas y defectos, llevan adelante con tesón y con entusiasmo, la obra encomendada por Jesús.

–¡Bravo por los buenos pastores! Por aquellos que no se amilanan ante las dificultades, acoso o derribo.

–¡Bravo por los buenos pastores! Por aquellos que, como Cristo, son conscientes que el Reino de Dios conlleva contradicción, persecución, incomprensión y cruz.

–¡Bravo por los buenos pastores! Por aquellos que, en una atmósfera de desasosiego y muerte, proclaman a los cuatro vientos la alegría de la Pascua: ¡JESUS HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!

5.- ¡SI… BUEN PASTOR!

Que a tus hombros recoges
Lo bueno y lo mezquino de mi vida
Que cargas sobre ti
La grandeza que te prometí
Y la pobreza en la que me hundí.
Pastor…Pastor bueno y prudente
Que en los mil caminos de mi vida
Me hiciste esquivar
Aquellos que me conducían al abismo
Y me enseñaste los otros
Que ponían delante de mis ojos
La alegría y la vida,
El encanto y el ensueño
La fe y la esperanza

¡SÍ…BUEN PASTOR!
Y nosotros ovejas de tu rebaño
Siguiéndote a horas y por momentos
Y perdiéndonos cuando Tú más empeñado estabas
En seguir sosteniéndonos con tu mano
¡Pastor Bueno!

¡SÍ… BUEN PASTOR!
En las cañadas donde hoy nos canta y reverdece la primavera
Seguimos teniéndote como el compañero que nunca falla
Como el Dios que siempre espera
Como el Señor que nos tiene preparado al final de nuestra existencia
Prados donde nunca se hace invierno
Fuentes que sacian para siempre al sediento
Pan vivo para nunca bajar del cielo…

SÍ. PASTOR BUENO…
Que conoces una a una, con nombre y apellidos,
Las almas de los que en ti creemos.
Amén.

Javier Leoz

El poder de la voz

Algunos animales reconocen la voz de sus dueños, pero también a nosotros nos ocurre. Una persona se encontraba hospitalizada e inconsciente por estar totalmente sedada. Su cónyuge estaba a su lado y en un momento dado, un médico le dijo: “Háblele, que eso ayuda a estimular el cerebro”. Le dirigió unas palabras y al momento el ritmo cardíaco disminuyó; a pesar de la sedación, esa persona reconoció la voz de su cónyuge aun estando inconsciente, y eso le sirvió para sentirse acompañada y más tranquila. La voz humana tiene poder: recordemos cómo respondíamos a la voz de nuestros padres, o cómo nos alegramos al escuchar la voz de la persona amada, o cómo echamos en falta escuchar la voz de quienes ya no están con nosotros.

El domingo IV de Pascua es conocido como el domingo del Buen Pastor porque todos los años, en el Evangelio, escuchamos diferentes fragmentos del capítulo 10 del Evangelio según san Juan, en el que Jesús se refiere a sí mismo con ese título: Yo soy el buen Pastor.

Y hoy Jesús, de acuerdo con esa imagen, hace referencia al poder que la voz del pastor tiene sobre sus ovejas: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen. Y nos tenemos que preguntar:

¿Creo que “hoy” se sigue escuchando la voz del Buen Pastor, o que es algo del pasado? La Palabra de Dios, ¿es para mí algo actual, que me ayuda en mi caminar diario?

¿Dónde puedo escuchar hoy la voz del Buen Pastor? Nos llega a través de la Sagrada Escritura, que es Palabra de Dios consignada por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo; y la voz del Buen Pastor nos llega a través de la Sagrada Tradición, que también por el Espíritu Santo es Palabra de Dios que se ha transmitido fielmente por la Iglesia desde los Apóstoles; la voz del Señor nos llega también a través de la formación cristiana, cuya base es la Palabra de Dios. Y la voz del Buen Pastor nos llega también por medio de la comunidad parroquial, de los Equipos de Vida, porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20).

¿Sabemos reconocer la voz del Buen Pastor? En el caso de la Sagrada Escritura tenemos claro que es “Palabra de Dios”, pero ¿tengo claro el concepto de Sagrada Tradición? Porque no es simplemente “lo que siempre se ha hecho” por costumbre, sino “lo que nos ha sido entregado y que debemos transmitir”. ¿Me fío de que en esa Tradición está realmente la voz del Buen Pastor?
¿Y sé reconocer su voz cuando me llega por medio de otros creyentes, o no hago caso?

Y también debemos pensar si de verdad nos ponemos a la escucha de la voz del Buen Pastor, o nos limitamos a “oír”. Porque “oír” es percibir con el oído los sonidos, pero “escuchar” es prestar atención a lo que se oye. ¿Presto atención a la Palabra de Dios, me llegue del modo que me llegue?

Jesús también decía que Él conoce a sus ovejas: ¿Me dejo conocer por Él? ¿Su voz me hace cuestionarme mis pensamientos, acciones, valores, criterios… toda mi vida?

Jesús concluye diciendo: Y ellas me siguen: No es suficiente con “escuchar” aunque sea con atención: ser cristiano es seguir a Jesús, el Buen Pastor, y el seguimiento implica encarnar la Voz del Señor en lo concreto de nuestra vida. ¿Cómo influye en mí la voz del Señor? ¿Me hace reaccionar, como decíamos en el Ver? ¿Me siento acompañado por Él, aunque no siempre sea consciente de ello? ¿Su voz, su Palabra, es para mí una palabra amorosa que ilumina y guía mi caminar diario?

Durante los tres primeros domingos de Pascua hemos escuchado el relato de las apariciones del Señor Resucitado. Y este domingo nos invita a reconocer la voz del Resucitado. Jesús utiliza los verbos en presente de indicativo (escuchan, conozco, siguen, doy…) para expresar que, hoy como entonces, el Buen Pastor continúa llamando a sus ovejas, a nosotros, para darnos la vida eterna.

Aprovechemos los medios que la comunidad parroquial nos ofrece para escuchar la voz de nuestro Buen Pastor, prestemos atención y reaccionemos a su Palabra porque es poderosa, con el poder del Amor; dejémonos conocer y cuestionar por Él para seguirle con fidelidad, para que en nuestro caminar diario, aunque a veces atravesemos “cañadas oscuras”, no temamos porque sabemos que Él viene con nosotros (cfr. Sal 22) y nada ni nadie nos podrá arrebatar de su mano.

Escuchar su voz y seguir sus pasos

La escena es tensa y conflictiva. Jesús está paseando dentro del recinto del templo. De pronto, un grupo de judíos lo rodea acosándolo con aire amenazador. Jesús no se intimida, sino que les reprocha abiertamente su falta de fe: «Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías». El evangelista dice que, al terminar de hablar, los judíos tomaron piedras para apedrearlo.

Para probar que no son ovejas suyas, Jesús se atreve a explicarles qué significa ser de los suyos. Sólo subraya dos rasgos, los más esenciales e imprescindibles: «Mis ovejas escuchan mi voz… y me siguen». Después de veinte siglos, los cristianos necesitamos recordar de nuevo que lo esencial para ser la Iglesia de Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.

Lo primero es despertar la capacidad de escuchar a Jesús. Desarrollar mucho más en nuestras comunidades esa sensibilidad, que está viva en muchos cristianos sencillos que saben captar la Palabra que viene de Jesús en toda su frescura y sintonizar con su Buena Noticia de Dios. Juan XXIII dijo en una ocasión que «la Iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo ha de correr siempre agua fresca». En esta Iglesia vieja de veinte siglos hemos de hacer correr el agua fresca de Jesús.

Si no queremos que nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente en formas decadentes de religiosidad superficial, en medio de una sociedad que invade nuestras conciencias con mensajes, consignas, imágenes, comunicados y reclamos de todo género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras comunidades la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús, nuestro único Señor.

Pero no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús. Ha llegado el momento de decidirnos entre contentarnos con una «religión burguesa» que tranquiliza las conciencias pero ahoga nuestra alegría, o aprender a vivir la fe cristiana como una aventura apasionante de seguir a Jesús.

La aventura consiste en creer lo que él creyó, dar importancia a lo que él dio, defender la causa del ser humano como él la defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como él se acercó, ser libres para hacer el bien como él, confiar en el Padre como él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con que él se enfrentó.

Si quienes viven perdidos, solos o desorientados, pueden encontrar en la comunidad cristiana un lugar donde se aprende a vivir juntos de manera más digna, solidaria y liberada siguiendo a Jesús, la Iglesia estará ofreciendo a la sociedad uno de sus mejores servicios.

José Antonio Pagola

Comentario del evangelio – 12 de mayo

El Padre nos conoce a todos 

      El principal instrumento para construir la comunidad cristiana es la predicación de la Palabra. Así lo podemos ver en la lectura de los Hechos de los Apóstoles donde se nos relata parte del primer viaje apostólico de Pablo. Cuando llegan a una ciudad, comienzan predicando en la sinagoga y luego predican a toda la ciudad. El fruto de esa predicación es la creación de una comunidad. Aunque, según la lectura, Pablo y Bernabé son expulsados de la ciudad, los discípulos quedan llenos de alegría y de Espíritu Santo. 

      Consecuencia de esa predicación es la gran muchedumbre que compone la Iglesia. La visión del Apocalipsis en la segunda lectura nos hace contemplar esa reunión magnífica de todos los creyentes a lo largo de todos los tiempos. Están juntos ante el trono del Cordero. Son los que han pasado por la gran tribulación. Ahora, vestidos de blanco, alaban a Dios. Ya no pasan hambre ni sed porque están, por fin, en la casa del Padre. Como dice la lectura usando una expresión llena de ternura: “Dios enjugará las lágrimas de sus ojos”.

      Pero el Evangelio nos habla de una realidad que es más importante que la predicación. Si la comunidad cristiana nace de la predicación de la Palabra, esa predicación no es más que el instrumento que nos abre los ojos a otra realidad más profunda. La verdad, la más importante verdad de nuestras vidas, es que somos familia de Dios. Para usar la comparación que nos ofrece Jesús, somos ovejas del rebaño del Padre. Hay una relación especial de conocimiento, de ternura, de amor, entre el Padre y Jesús y cada una de las ovejas. Tanto que, según dice Jesús, nadie puede arrebatar las ovejas de la mano del Padre. 

      Así es como las lecturas de hoy nos sitúan frente al auténtico fundamento de la comunidad cristiana. Lo que nos hace cristianos no es la predicación. No somos cristianos porque oímos predicar al padre X y nos gustó cómo hablaba. Somos cristianos porque, oyendo al padre X, nos dimos cuenta de que hay una relación especial entre Dios Padre y cada uno de nosotros. Que el amor de Dios está con nosotros. Que formamos parte de la familia de Dios y que éste nunca nos va a dejar de su mano. La predicación, del padre X o del catequista Z, no es más que un instrumento del que Dios se sirve para hacernos ver la realidad más importante de nuestras vidas: que él nos sostiene en su mano y nos cuida con inmenso amor. Y que nadie nos podrá quitar de ese lugar. Ahí, en esa relación personal, es donde tiene su más auténtico fundamento la comunidad cristiana. 

Para la reflexión

      ¿Depende mi participación en la comunidad de la presencia de un determinado sacerdote o de determinadas personas? ¿Soy consciente del amor personal con que Dios me ama? ¿Me doy cuenta de que Dios ama a los otros de la comunidad con el mismo amor? ¿Me relaciono con los demás sabiendo que todos, sin excepción, formamos parte de la familia de Dios?

Fernando Torres, cmf