Vísperas – Lunes V de Pascua

VÍSPERAS

LUNES IV DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 135: HIMNO PASCUAL

Ant. El que es de Cristo es una criatura nueva. Aleluya.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El que es de Cristo es una criatura nueva. Aleluya.

SALMO 135

Ant. Amemos a Dios, porque él nos amó primero. Aleluya.

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación, se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Amemos a Dios, porque él nos amó primero. Aleluya.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Aleluya.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Aleluya.

LECTURA: Hb 8, 1b-3a

Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Aleluya.

PRECES

Llenos de gozo, oremos a Cristo, el Señor, que con su resurrección ha iluminado el mundo entero, y digámosle:

Cristo, vida nuestra, escúchanos.

  • Señor Jesús, que te hiciste compañero de camino de los discípulos que dudan de ti,
    — acompaña también a tu Iglesia peregrina entre las dificultades e incertidumbres de esta vida.
  • No permitas que tus fieles sean torpes y necios para creer,
    — aumenta su fe, para que te proclamen vencedor de la muerte.
  • Mira, Señor, con bondad a cuantos no te reconocieron en su camino,
    — y manifiéstate en ellos, para que te confiesen como a su salvador.
  • Tú que por la cruz reconciliaste a todos los hombres, uniéndolos en tu cuerpo,
    — concede la paz y la unidad a las naciones.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Tú que eres el juez de vivos y muertos,
    — otorga a los difuntos que creyeron en ti la remisión de todas sus culpas.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 13 de mayo

Tiempo de Pascua

1) Oración inicial 

Te pedimos, Señor todopoderoso, que la celebración de las fiestas de Cristo resucitado aumente en nosotros la alegría de sabernos salvados. Por Jesucristo nuestro Señor. 

2) Lectura 

Del santo Evangelio según Juan 10,1-10
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.
Entonces Jesús les dijo de nuevo:
«En verdad, en verdad os digo:
yo soy la puerta de las ovejas.
Todos los que han venido antes de mí
son ladrones y salteadores;
pero las ovejas no les escucharon.
Yo soy la puerta;
si uno entra por mí, estará a salvo;
entrará y saldrá
y encontrará pasto.
El ladrón no viene
más que a robar, matar y destruir.
Yo he venido
para que tengan vida
y la tengan en abundancia. 

3) Reflexión

• En Jesús tenemos el modelo del verdadero pastor; en él llega a su cumplimiento la espera del pastor bueno prometido por Dios: el “gran pastor”, más grande que Moisés (Hb 13, 20).
• Juan 10,1-6: La puerta del aprisco. En Jn 10,1-10 se dice que Jesús es la “puerta” por la que se accede hasta las ovejas y por la que éstas sean conducidas a los pastos (10,7.9-10).
El tema de las ovejas también se trata en Jn 2,15 y de manera particular en 5,2 donde se indica una puerta de las Ovejas con cinco pórticos a lo largo de los cuales se tendían los enfermos para ser curados. En este contexto, las ovejas vienen a indicar al pueblo oprimido por sus dirigentes. En Jn 10,1 Jesús conecta el tema de las ovejas con el atrio del templo, institución judía gestionada por hombres poderosos que conculcan el derecho y la justicia y explotan al pueblo. Estos tales son identificados por Jesús como “ladrones y bandidos”.
Jesús inicia su largo discurso de enfrentamiento con los Fariseos, obstinados en su incredulidad y autosuficiencia (9,40-41), con una afirmación genérica: el modo más seguro para entrar en contacto con las ovejas es acceder por la puerta del recinto en el que ellos se encuentran. El que accede de otro modo no lo hace movido por el amor a las ovejas, sino para explotarlas en beneficio propio. El pecado de los guías del pueblo era éste: apropiarse de lo que era propiedad de todos. Jesús califica esta conducta con el término “ladrón”. Esta fue la acusación que Jesús hizo a los dirigentes del pueblo en su primera visita al templo (2,13ss) Otro término con el que Jesús califica a los que quitan al pueblo lo que es suyo es “bandido”. Esta calificación señala a los que además usan la violencia. Por tanto, los dirigentes del templo obligan al pueblo a someterse a la violencia de su sistema (7,13; 9,22). El efecto que esto produce es un estado de muerte (5,3.21.25)
El pastor entra por la puerta para cuidarse de las ovejas, no para vejarlas. De hecho, las ovejas reconocen su autoridad (su voz) y lo siguen. Para ellas, la voz de Jesús contiene un mensaje de liberación, propio del mesías. Su voz, además, no se dirige a un grupo anónimo de personas, sino que las identifica personalmente. Para Jesús no existe una multitud anónima de gente, sino que cada uno tiene un rostro, un nombre, una dignidad.
El templo (recinto de las ovejas) ha pasado a ser un lugar de tinieblas, marcado sólo por intereses económicos; el dinero ha sustituido la atención exclusiva a Dios: el templo ha pasado a ser la casa del comercio (Jn 2,16). Jesús conduce al pueblo para sacarlo fuera de las tinieblas. No lo hace de manera ficticia sino real, porque esta es la tarea que el Padre le ha confiado. Los pasos fundamentales de esta misión son: entrar y llamar. Los que responden a la llamada a la libertad llegan a ser una nueva comunidad: “los suyos”.
• Juan 10,7-10: Jesús es la nueva puerta. Jesús usa de nuevo el simbolismo de la puerta en los VV. 7-8, aplicándolo a sí mismo. Él es la nueva puerta, no sólo en relación con el viejo recinto de Israel representado por los dirigentes del pueblo, sino también respecto a los que lo siguen. A los primeros les recuerda su legitimidad de ser él el único acceso a las ovejas, pues es el mesías dispuesto a dar la vida por las ovejas. Para mantener relación con el rebaño no se accede a través del dominio y de la prevaricación, sino adoptando la actitud del que da la vida. Sus palabras son una clara invitación a cambiar de modo de pensar y de relacionarse. Entrar a través de Jesús supone poner el bien del hombre como tarea prioritaria y usar todas las energías para conseguirlo. El que no entra en esta lógica nueva es un opresor. El lector, ciertamente, encontrará duras y fuertes las palabras que Jesús dirige a sus contemporáneos, en modo particular a los dirigentes del pueblo que han usado el dominio y la violencia para explotarlo. Jesús es la nueva puerta con relación a todo hombre. Pero ¿qué quiere decir para el hombre de hoy entrar por la puerta que es Jesús? Esto comporta “acercarse a él”, “fiarse de él” (Jn 6, 35), seguirlo y dejarse guiar por su mensaje (8,31.51); comporta, en definitiva, participar de la entrega de Jesús para que se realice la verdadera felicidad del hombre.

4) Para la reflexión personal

• Jesús es el buen pastor porque te conoce siempre, pero ¿lo reconoces tú a él? Es el pastor que viene a tu vida como puerta por donde salir y entrar: ¿te dejas conducir por él cuando te relacionas con los demás?
• ¿Eres tú también, en tu comunidad y en tu familia, una puerta, no para encerrarte, sino para permanecer abierto a la comunicación fraterna y dejar pasar el amor y la confianza?

5) Oración final

Envía tu luz y tu verdad,
ellas me guiarán,
me llevarán a tu monte santo,
hasta entrar en tu Morada. (Sal 43,3)

Recursos – Domingo V de Pascua

1. La liturgia meditada a lo largo de la semana.

A lo largo de los días de la semana anterior al Domingo de Pascua, procurad meditar la Palabra de Dios de este domingo. Meditadla personalmente, una lectura cada día, por ejemplo. Elegid un día de la semana para la meditación comunitaria de la Palabra: en un grupo parroquial, en un grupo de padres, en un grupo eclesial, en una comunidad religiosa.

2. La acogida fraterna.

En este domingo, en el que el Resucitado nos entrega el mandamiento nuevo, ¿no sería una buena ocasión para aquellos que preparan la liturgia, para ver si la comunidad está suficientemente atenta a la acogida fraterna de todos y de cada uno en el seno de la celebración? Las formas de hacer pueden ser diversas, pero la exigencia es la misma: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”

3. Oración en la lectio divina.

En la meditación de la Palabra de Dios (lectio divina), se puede prolongar el momento de la acogida de las lecturas con una oración.

Al final de la primera lectura: “Dios, Padre de tu Pueblo nuevo, te bendecimos por la obra que realizaste a través de Pablo y Bernabé. A través de ellos, abriste a las naciones paganas, de quienes descendemos, la puerta de la fe. Te pedimos por los pastores de tus Iglesias, para que lleguen a designar a “ancianos” como guías en todas tus comunidades.

Al final de la segunda lectura: “Dios que estás sentado en el trono y que haces nuevas todas las cosas, Padre de tu Pueblo, te alabamos por la nueva Jerusalén, tu morada en medio de los hombres, que se actualiza cada vez que nos dirigimos a ti. Te confiamos a nuestros hermanos que están siendo probados: que llegue el día en el que tú les enjugues las lágrimas de sus ojos disipando toda tristeza.

Al finalizar el Evangelio: “Guiados por tu Espíritu, te glorificamos, Padre, con tu Hijo Jesús. Te bendecimos por tu gloria, que es tu presencia vivificante, y en la cual te comunicas con nosotros por la Palabra y por el Pan. Te pedimos que tu Espíritu nos fortalezca, para que podamos vivir según el mandamiento nuevo que nos diste por la palabra y por la vida de tu Hijo Jesús.

4. Plegaria Eucarística.

Se puede elegir la Plegaria Eucarística III para la Misa de Niños.

5. Palabra para el camino.

“Como yo os amé”.
Durante esta semana, voy a encontrarme con hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, niños…
¿Cómo voy a amarlos?, ¿al estilo de Jesús?
Esto es, ¿sin fingimientos, gratuitamente, sinceramente, dándome a ellos con lo mejor de mí mismo?
Nuestra vida de bautizados debe ser signo en medio de la increencia y de la indiferencia del mundo.
¡Según el amor que tengamos los unos por los otros, todos verán que somos discípulos de Cristo!

Comentario del 13 de mayo

Jesús dirige la palabra a los fariseos. Y recurre a la alegoría del pastor y las ovejas para describir las relaciones que han de establecer sus seguidores con él. En este pasaje se refiere sobre todo a la ‘puerta’ por la que se entra en el aprisco: El que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a las ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.

Entre el ‘pastor de las ovejas’ y el ‘salteador o bandido’ hay mucha diferencia. En primer lugar, el pastor usa la puerta para entrar en el lugar donde se encuentran las ovejas; la puerta se le abre sin dificultad porque es reconocido como pastor. Y el pastor no entra en el aprisco ni para robar ni para matar, sino para conducir a sus ovejas hacia los pastos abundantes. Con este fin las va llamando por su nombre, porque las conoce una a una, en su singularidad; las ovejas atienden a su voz porque reconocen en ella la voz de su pastor, una voz que les inspira confianza; la voz de los extraños, en cambio, despierta en ellas recelo y desconfianza y provoca un movimiento de huida. La voz del salteador o del ladrón es siempre la de un extraño. Éste no busca el bien de las ovejas, sino el suyo propio; no repara en el daño causado, porque persigue únicamente su propio interés; no le importan ni la dispersión, ni la substracción, ni la muerte de las ovejas; no le importan las ovejas. Como el guarda no le abriría la puerta, salta por la empalizada y provoca el desconcierto y el temor entre las ovejas. Éstas le huyen porque su voz les resulta desconocida.

Hasta aquí el discurso fluye con normalidad. Hasta los fariseos podrían dar su asentimiento. El problema surge en el momento en que se pone ‘rostro’ a los personajes de la alegoría, especialmente al «salteador» (ladrón y bandido); porque Jesús, desentrañando el significado de la metáfora, sentencia: Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Cualquiera hubiera esperado que se identificara con el pastor y no con la puerta. De hecho también lo hace. Pero aquí se compara con la ‘puerta’, confiriendo a la imagen un significado más trascendente al que podría deducirse de su condición de ‘pastor’; porque la puerta es la que permite entrar al pastor y tener un contacto natural con sus ovejas. La puerta sólo se abre para el pastor y para las ovejas, no para el ladrón ni para los lobos.

Desde estos presupuestos, el razonamiento de Jesús resulta lógico: Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante. El «todos» no puede entenderse de un modo absoluto. ¿Es que no ha habido profetas, anteriores a él, que no han sido ladrones y bandidos, es decir, que no han buscado el bien de las ovejas? ¿Es que no ha tenido ‘precursores’ como Juan el Bautista que le han preparado el camino mesiánico? No parece que todos los venidos antes que él hayan sido malos pastores. Pero ¿han podido entrar por esta puerta, que es él mismo, para contactar con sus ovejas, siendo anteriores a él? En cierto modo sí. En la medida en que le preparan el camino, se convierten en sus precursores y usan la misma puerta de entrada que él. Podríamos pensar que han seguido un camino que desemboca en esa puerta que permite al pastor entrar en contacto con las ovejas y a las ovejas acceder a los pastos que dan la vida y otorgan la salvación; porque la puerta del aprisco es también la puerta de la salvación: quien entre por mí, se salvará; y la puerta que da acceso a los pastos que proporcionan la vida.

Ya hemos comentado a propósito del discurso del pan de vida que Jesús ofrece su carne como comida. Luego no es sólo la puerta que da acceso, sino el mismo pasto del que las ovejas se alimentan para tener vida. A juicio de san Juan, Jesús lo es todo en relación con las ovejas: su pastor, su puerta y su pasto. ¿Es concebible un pastor en la Iglesia de Cristo que no entre por él, es decir, que no haya sido hecho por él –por su imposición de manos o la de un sucesor suyo-, que no se haya imbuido de su doctrina o no refleje en su voz la voz del Buen Pastor, que no se haya configurado con él –con sus actitudes y estilo de vida-, que no comulgue con él y con sus criterios, que no comparta con él anhelos y esperanzas? Se trata de entrar por él para hacerle presente a él en nuestro mundo actual. Se trata también de que nuestro contacto con las ovejas se realiza a través de él, no persiguiendo otra cosa que el bien de las mismas. Y el bien a alcanzar por excelencia no es sino el de la salvación; pues es el único bien que nos substrae de todos los males. Ahí es donde nos encontraremos con la vida en todo su esplendor.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Veritatis gaudium – Francisco I

III

Sin embargo no es de extrañar que, entre las Universidades Católicas, la Iglesia haya promovido siempre con empeño particular las Facultades y las Universidades Eclesiásticas, es decir, aquellas que se ocupan especialmente de la Revelación cristiana y de las cuestiones relacionadas con la misma y que por tanto están más estrechamente unidas con la propia misión evangelizadora.

A estas Facultades ha confiado ante todo la importantísima misión de preparar con cuidado particular a sus propios alumnos para el ministerio sacerdotal, la enseñanza de las ciencias sagradas y las funciones más arduas del apostolado. Concierne asimismo a estas Facultades «el investigar más a fondo los distintos campos de las disciplinas sagradas, de forma que se logre una inteligencia cada día más profunda de la sagrada Revelación, se abra acceso más amplio al patrimonio de la sabiduría cristiana legado por nuestros mayores, se promueva el diálogo con los hermanos separados y con los no cristianos y se responda a los problemas suscitados por el progreso de las ciencias»[96].

En efecto, las nuevas ciencias y los nuevos inventos plantean nuevos problemas, que piden solución a las disciplinas sagradas. Consiguientemente es necesario que las personas dedicadas a las ciencias sagradas, al mismo tiempo que cumplen el deber fundamental de conseguir mediante la investigación teológica un conocimiento más profundo de la verdad revelada, fomenten el intercambio con los que cultivan otras disciplinas, creyentes o no creyentes, y traten de valorar e interpretar sus afirmaciones y juzgarlas a la luz de la verdad revelada[97].

Por este contacto asiduo con la misma realidad, también los teólogos son estimulados a buscar el método más adecuado para comunicar la doctrina a los hombres contemporáneos, empeñados en diversos campos culturales; en efecto, «una cosa es el depósito mismo de la fe, es decir, las verdades contenidas en nuestra venerable doctrina, y otra cosa es el modo como son formuladas, conservando no obstante el mismo sentido y el mismo significado»[98]. Todo esto será de gran ayuda para que en el pueblo de Dios el culto religioso y la rectitud moral vayan al paso con el progreso de la ciencia y de la técnica y para que en la acción pastoral los fieles sean conducidos gradualmente a una vida de fe más pura y más madura.

La posibilidad de conexión con la misión evangelizadora existe también en las Facultades de aquellas ciencias que, aunque no tengan un nexo particular con la Revelación cristiana, sin embargo pueden contribuir mucho a la labor de evangelización; las cuales, consideradas por la Iglesia precisamente bajo este aspecto, son erigidas como Facultades eclesiásticas y tienen por tanto una relación peculiar con la Jerarquía.

De ahí que la Sede Apostólica, para cumplir su misión, sienta claramente su derecho y su deber de crear y promover Facultades eclesiásticas, que dependan de ella, bien sea como entidades separadas, bien sea formando parte de alguna universidad, destinadas a los eclesiásticos y a los seglares; y desea vivamente que todo el Pueblo de Dios, bajo la guía de los Pastores, colabore a que estos centros de sabiduría contribuyan eficazmente al incremento de la fe y de la vida cristiana.


[96] Cf. Declaración sobre la Educación cristiana Gravissimum educationis, 10: AAS (1966), pág. 738.

[97] Cf. Const. past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 62: AAS 58 (1966), págs. 1082-1084.

[98] Cf. Juan XXIII, Alocución inaugural del Con. Ecum. Vaticano II: AAS 54 (1962), pág. 792; Const. past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 62: AAS 58 (1966), pág. 1083.

Homilía – Domingo V de Pascua

UN MANDAMIENTO NUEVO

AMOR CON AMOR SE PAGA

Jesús señala como modelo de referencia para el amor entre sus discípulos el amor que él ha tenido a todos y a cada uno. Ellos recuerdan, sin duda, el afecto cordial que les profesa, los continuos gestos de amistad que ha tenido con ellos; todavía tienen fresco en la memoria el gesto del lavatorio de los pies y las reacciones que ha suscitado en Pedro. Han comprobado en sí mismos que él «no ha venido a ser servido sino a servir» (Mt 20,28).

La raíz, el motivo de nuestro amor al prójimo está en que Jesús nos amó. El amor a los demás ha de partir de esta experiencia del amor del Señor, como respuesta a quien ahora, glorificado, no le podemos tender una mano. Para aprender a amar es imprescindible sentirse amado por el Señor. A partir de esta experiencia surge solo el impulso de amor a los hermanos. «Queridos míos, escribe Juan, si Dios nos ha amado de este modo, también nosotros hemos de amarnos unos a otros» (1Jn 4,11). Zaqueo se ha sentido amado gratuitamente por el rabí de Nazaret, a pesar de su condición de proscrito y de ladrón; la respuesta espontánea que siente no es sólo resarcir a los perjudicados sino beneficiarlos muy por encima del perjuicio que les ha causado (Lc 19,8), como respuesta al amor del rabí de Nazaret.

Pedro proclama ardorosamente su amor al Maestro, pero Jesús le señala la forma de realizarlo, de corresponder a su amor de amistad: «Cuida de mis hermanos, apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos» (Jn 21,15-18). No hay otra forma de amor verdadero a Dios que el amor a sus hijos, nuestros hermanos.

En Jesús encontramos, pues, el motivo de nuestro amor. Y encontramos también la medida. Él nos profesa «el amor más grande: dar la vida por los amigos» (Jn 15,13). «Si se desprendió de su vida por nosotros; también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» ( U n 3,16). Es imprescindible estar alertados, porque podemos caer en el autoengaño de despacharnos dando la calderilla de la vida, como hacían los escribas y fariseos, que daban lo que les sobraba; es preciso hacer como la pobre viuda que «echó de lo que le hacía falta, todo lo que tenía para vivir» (Lc 21,4).

No se trata simplemente de apartar y reservar en nuestro presupuesto unas cantidades de tiempo, de dinero, de haberes personales para repartirlos y quedarnos tranquilos; se trata de vivir según el talante de Jesús, de convertir la vida en un servicio continuo, de que el amor y la entrega sean el sentido de nuestra vida. No podemos olvidar nunca el «como yo os he amado», que no lo lograremos jamás, pero es preciso tenerlo como referencia necesaria.

Durante toda la vida hemos de estar dando gracias por este incomparable regalo divino del Maestro de maestros. Ahora sabemos lo que de verdad es importante en la vida, lo que durará para siempre, lo que constituye la plenitud del hombre, su felicidad, lo que constituirá nuestro cielo, que no será otra cosa que una gran fiesta de fraternidad. El cielo consistirá en amarnos. Ésa será nuestra única tarea.

Ya puedo estar cargado de títulos, de conocimientos, de experiencias, de logros humanos e incluso de buenas obras que, sin amor, no soy nadie, nada me vale. Con el amor lo soy todo; sin el amor no soy nada. Sólo lo que lleva el sello del amor vale (1Co 1,13ss). Nada trajimos al mundo y nada llevaremos al morir» (1Tm 6,7), excepto nuestra capacidad de amar (1 Co 13,8). Esto es lógico, porque nuestra capacidad de amar no es algo que tenemos, lo llevamos; no es algo «nuestro», sino que es nosotros mismos.

 

MANDAMIENTO NUEVO

El término que emplean las traducciones es mandamiento: «Os doy un mandamiento nuevo». El sentido que Jesús da a sus palabras no es de «mandamiento», sino de consigna, orientación para la vida. Jesús no pretende, ni mucho menos, que amemos por obligación, porque está mandado. Esto no sería «amor», sino «sometimiento psicológico».

Es conveniente que nos percatemos del amor al que se refiere el Maestro en esta consigna suya. Por supuesto que Jesús invita al amor de ayuda al malherido del camino, al pobre Lázaro que está tendido a nuestra puerta y al enemigo. Pero en eso coincidiremos, sin duda, con otras personas de buena voluntad. El amor que nos señala como distintivo es otro: «Que os améis unos a otros», que se produzca entre vosotros un amor recíproco. Lo explícita cuando dice: «como yo os he amado». Pero, ¿cómo amó a aquellos discípulos de entonces? ¿Cómo nos ama a los discípulos de ahora? «No os he llamado siervos -dice- sino amigos». «Amaos como yo os he amado». Es decir, amaos como amigos que se sirven, que se ayudan, que están dispuestos a dar la vida los unos por los otros. «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13).

No olvidemos que Jesús proclama su consigna al acabar de lavar los pies de sus amigos y poco antes de dar la vida. Así amó Jesús y así indica que hemos de amarnos unos a otros. Invita a realizar entre los hermanos más próximos el milagro de la comunidad de Jerusalén, el milagro de tener «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32), en lo que hacían consistir justamente los clásicos la amistad.

Señala Jesús que su consigna es nueva: «Os doy un mandamiento ‘nuevo'». ¿Por qué «nuevo» si ya se conocía en el Antiguo Testamento y hablan de él reiteradamente los profetas? Los libros sapienciales recomiendan la amistad y hablan del amigo como «un gran tesoro» (Eclo 6,5-17; 9,10). La consigna de Jesús es «nueva» porque tiene la gran novedad de la referencia a él, modelo único y pleno de amor; es nueva porque el misterio de Jesús ilumina el misterio del hombre, como señala insistentemente el Vaticano II. Jesús habla de mandamiento nuevo, porque nos brinda con su vida y su mensaje la oportunidad de vivir la comunión y la amistad con los hermanos desde una perspectiva nueva: como hijos del mismo Padre, hermanos en el mismo Hijo y templos del Espíritu, como «iconos» de la Trinidad.

«EN ESTO CONOCERÁN QUE SOIS MIS DISCÍPULOS»

Jesús pone tanto énfasis en su consigna, de tal forma la considera fundamental, que la propone como señal de identificación de sus discípulos: «En esto conocerán que sois mis discípulos». Nunca subrayaremos suficientemente los creyentes que el amor fraterno es el verdadero «test» para verificar la autenticidad de una comunidad que quiere ser la de Jesús. Lo que permite descubrir «la verdad» de una comunidad cristiana no es la formulación verbal de un determinado credo ni la práctica precisa de unos ritos cultuales ni la organización o disciplina eclesial. La señal por la que se deberá conocer también hoy a los verdaderos discípulos es el amor vivido prácticamente con el espíritu de Jesús.

En los albores del cristianismo la comunidad primera de Jerusalén era un testimonio de amor y de unión ante los de fuera. Los creyentes eran bien vistos de todo el pueblo y la gente se hacía lenguas de ellos porque en el grupo de los discípulos todos pensaban y sentían lo mismo, teniendo una sola alma. Ciento cincuenta años más tarde, según el escritor Tertuliano, ésa continuaba siendo la opinión de la calle. La gente reconocía pronto a los cristianos con solo verlos, y comentaba: ¡Mirad cómo se aman! El día en que ofrezcamos un hogar eclesial a los desamparados, acudirán en masa emigrantes de la tierra inhóspita de la increencia, del pasotismo, de la indiferencia, como vienen a Europa los ciudadanos de países de miseria buscando una vida mejor. Os lo aseguro.

Hay un pequeño gran hombre, el Abbé Pierre, un gran creyente, que ha vivido para los pordioseros y tirados, que a sus 87 años ha dejado también su «testamento»: el mismo de Jesús, pero con otras palabras. Lo ha dejado en un libro que se titula precisamente: Testamento. Sintetizando afirma: «La vida me ha enseñado que vivir es un poco de tiempo que se nos concede para aprender a amar y para prepararse para el encuentro del Amor Eterno y con los hermanos. Ésta es la certeza que quisiera poder ofrecer en herencia, porque es la clave de mi vida y de todo lo que he hecho». ¡Y cuánto ha hecho!

Atilano Alaiz

Jn 13, 31-33a. 34-35 (Evangelio Domingo V de Pascua)

Estamos en la fase final del caminar histórico del “Mesías”. Se aproxima la “Hora”, el momento en el que va a nacer, a partir del testimonio del amor total cumplido en la cruz, el Hombre Nuevo y la nueva comunidad.

El contexto en el que este texto nos sitúa es el de una cena, en la cual Jesús se despide de los discípulos y les deja las últimas recomendaciones.

Jesús acababa de lavar los pies a los discípulos (cf. Jn 13,1-20) y de anunciar, a la comunidad desconcertada, la traición de uno del grupo (cf. Jn 13,21-30); en esas escenas, está presente su amor (que se hace servicio sencillo y humilde en el episodio del lavatorio de los pies y que se hace amor que no juzga, que no condena, que no limita la libertad y que alcanza hasta al enemigo mortal, en referencia a Judas, el traidor).

Enseguida, Jesús, va a dirigir a los discípulos palabras de despedida; esas palabras suyas, resumen coherente de una vida hecha amor, son el testimonio final.

Se trata de un momento muy solemne; es el momento de tener una conversación confiada e íntima: se aproxima el final y es necesario recordar a los discípulos aquello que es fundamental en la propuesta cristiana.

El texto se divide en dos partes.

En la primera parte (vv. 31-32), Jesús explica la salida de Judas, que acaba de dejar la sala donde el grupo está reunido, para ir a entregar al “maestro” a sus enemigos. La muerte es, por tanto, una realidad muy próxima.

Jesús explica, en la secuencia, que su muerte en cruz será la manifestación de su gloria y de la gloria del Padre. El término griego “doxa” aquí utilizado traduce el hebreo “kabod” que puede entenderse como “riqueza”, “esplendor”. La “riqueza”, el “esplendor” del Padre y de Jesús se manifiesta, por tanto, en el amor que se da hasta el extremo, hasta la donación total. Y que la “gloria” del Padre y de Jesús no se manifiesta en el triunfo espectacular o en la violencia aniquiladora de los malos, sino que se manifiesta en la vida dada, en el amor ofrecido hasta el límite.

La entrega de Jesús en cruz va a manifestar a todos los hombres la lógica de Dios y va a mostrar cómo es Dios: amor radical, que se hace don hasta las últimas consecuencias.

En la segunda parte (vv. 33a.34-35) tenemos la presentación del “mandamiento nuevo”. Comienza con la expresión “hijos míos” (v. 33a), lo que nos sitúa en un cuadro de solemne emoción y nos traslada al “testamento” de un padre que, próximo a la muerte, transmite a sus hijos su sabiduría de vida y aquello que es lo verdaderamente fundamental.

¿Cuál es, por tanto, la última palabra de Jesús a los suyos, su enseñanza fundamental? “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros”. El verbo “agapao” (“amar”) aquí utilizado define, en Juan, el amor que se hace don de sí, el amor hasta las últimas consecuencias, el amor que no se guarda nada para sí sino que es entrega de forma total y absoluta.

El punto de referencia en el amor es el propio Jesús (“como yo os he amado”); las dos escenas precedentes (lavatorio de los pies y despedida de Judas) definen la calidad de ese amor que Jesús pide a los suyos: “amar” consiste en acoger, en ponerse al servicio de los otros, en darles dignidad y libertad por el amor (lavar los pies), y eso sin límites ni discriminación alguna, respetando absolutamente la libertad del otro (episodio de Judas).

Jesús se hace norma, no con palabras, sino con hechos; ahora traduce en palabras sus actos precedentes, para que los discípulos tengan una referencia.

El amor (igual al de Jesús) que los discípulos manifiesten entre sí será visible para todos los hombres (v. 35). Ese será el distintivo de la comunidad de Jesús. Los discípulos de Jesús no son los depositarios de una doctrina o de una ideología, o los observantes de unas leyes, o los fieles cumplidores de ritos; sino que son aquellos que, por el amor que comparten, son signo vivo del Dios que ama. Por el amor, serán en el mundo signo del Padre.

Considerad, en la reflexión de la Palabra, los siguientes aspectos:
La propuesta cristiana se resume en el amor. Es el amor lo que nos distingue, lo que nos identifica; quien no acepta el amor, no puede tener ninguna pretensión de formar parte de la comunidad de Jesús.
¿Qué es lo que está en el centro de nuestra experiencia cristiana? ¿Nuestra religión es la religión del amor, o es la religión de las leyes, de las exigencias, de los ritos externos? ¿Con qué fuerza nos imponemos en el mundo, a base de amor, o a base de autoridad prepotente y de privilegios?

Hablar de amor hoy puede ser equívoco. La palabra “amor” es, tantas veces, utilizada para definir comportamientos egoístas, interesados, que utilizan al otro, que hacen mal, que limitan horizontes, que roban la libertad… Pero el amor del que Jesús habla es el amor que acoge, que se hace servicio, que respeta la dignidad y la libertad del otro, que no discrimina ni margina, que se hace donación total (hasta la muerte) para que el otro tenga más vida.

¿Es este el amor que vivimos y que compartimos?

Por un lado, la comunidad de Jesús tiene que testimoniar, con gestos concretos, el amor de Dios; por otro, tiene que demostrar que la utopía es posible y que los hombres pueden ser hermanos.
¿Es ese nuestro testimonio de comunidad cristiana o religiosa?

¿En nuestros comportamientos y actitudes de unos para con los otros, los hombres descubren la presencia del amor de Dios en el mundo?
¿Amamos más que los otros y nos interesamos más que ellos por los pobres y por los que sufren?

Ap 21, 1-5a (2ª Lectura Domingo V de Pascua)

Después de describir la confrontación entre Dios y las fuerzas del mal y la victoria final de Dios, el autor del “Apocalipsis” presenta el punto de llegada de la historia humana: la “tierra nueva y el cielo nuevo”; ahí, los que se mantengan fieles al “cordero” (Jesús) encontrarán la vida en plenitud. Es el culminar del camino de la humanidad, la meta última de nuestra historia.

Ese mundo nuevo es, simbólicamente, presentando en dos cuadros (cf. Ap 21,1-8 y 21,9-22,5). La lectura que hoy se nos propone presenta el primero de esos cuadros (el otro quedará para el próximo domingo).

Es el cuadro del nuevo cielo y de la nueva tierra, un cuadro que presenta la última fase de la obra regeneradora de Dios y que aparece ya en Is 65,17 y en 66,22. También se encuentra esta imagen abundantemente presentada en la literatura apocalíptica (cf. Henoc 45,4-5; 91,16; 4 Esd 7,75), así como en algunos textos del Nuevo Testamento (cf. Mt 19,28; 2 Pe 3,13).

En este primer cuadro, el profeta Juan llama a esa nueva realidad, nacida de la victoria de Dios, la “Jerusalén que desciende del cielo”.

Jerusalén es, en el universo religioso y cultural del pueblo bíblico, la ciudad santa por excelencia, el lugar donde Dios reside, el espacio donde va a irrumpir y donde se manifestará de forma definitiva la salvación de Dios. Es la “nueva Jerusalén” y, por tanto, el lugar de la salvación definitiva, el lugar del encuentro definitivo entre Dios y su Pueblo.

En el contexto de la teología del Libro del Apocalipsis, esta ciudad nueva, donde encuentra resguardo el Pueblo victorioso de los “santos”, designa a la Iglesia, vista como comunidad escatológica, transformada y renovada por la acción salvadora y liberadora de Dios en la historia.

Decir que “desciende del cielo” significa decir que se trata de una realidad que viene de Dios, que tiene origen divino; es una creación absoluta de la gracia de Dios, don definitivo de Dios a su Pueblo.

Esta nueva realidad instaura, consecuentemente, un nuevo orden de cosas y exige que todo lo que es viejo sea transformado. El mar, símbolo y residuo del caos primitivo y de las potencias hostiles a Dios, desaparecerá; la vieja tierra, escenario de la conducta pecadora del hombre, va a ser transformada y recreada (v. 1). A partir de aquí, todo será nuevo, definitivo, acabado, perfecto.

Cuando esta realidad irrumpa, se celebrará el matrimonio definitivo entre Dios y la humanidad transformada (“arreglada como una novia que se adorna para su esposo”). En el lenguaje profético, el matrimonio es un símbolo privilegiado de la alianza. Se realiza, así, el ideal de la alianza (cf. Jer 31,33-38; Ez 37,27): Dios y su Pueblo consuman su historia de intimidad y de comunión; Dios pasará a residir de forma permanente y estable en medio de su Pueblo, como el novio que se une a su amada y con ella comparte vida y amor.

La larga historia de amor entre Dios y su Pueblo será una historia de amor con un final feliz. Serán definitivamente borrados del horizonte del hombre el dolor, las lágrimas, el sufrimiento y la muerte y restauradas la alegría, la armonía y la felicidad sin fin.

Para la reflexión de esta Palabra, considerad los siguientes datos:

El testimonio profético de Juan nos garantiza que no estamos abocados al fracaso, sino a la vida plena, al encuentro con Dios, a la felicidad sin fin. Esta esperanza tiene que iluminar nuestro camino y darnos el coraje de enfrentarnos a los dramas y las crisis que día a día se nos presentan.

La Iglesia de la que formamos parte tiene que intentar ser un anuncio de esa comunidad escatológica, una “novia” bella, que camina con amor al encuentro de Dios, el amado.
Esto significa que el egoísmo, las divisiones, los conflictos, las luchas por el poder, tienen que ser borrados de nuestra experiencia eclesial: son llagas que afean el rostro de la Iglesia y le impiden dar testimonio del mundo nuevo que nos espera.

Es verdad que la instauración plena del “nuevo cielo y de la nueva tierra” sólo sucederá cuando el mal sea vencido definitivamente, pero esa nueva realidad puede y debe comenzar desde ahora mismo: la resurrección de Cristo nos convoca a la renovación de nuestras vidas, de nuestras comunidades cristianas o religiosas, de la sociedad y de sus estructuras, del mundo en el que vivimos (y que gime en un violento esfuerzo de liberación).

Hch 14, 21b-27 (1ª Lectura Domingo V de Pascua)

Vimos, el pasado domingo, cómo el entusiasmo misionero de la comunidad cristiana de Antioquía de Siria envió a Pablo y a Bernabé a la misión y cómo la Buena Nueva de Jesús llegó, así, a la isla de Chipre y a las costas de Asia Menor.

La lectura de hoy nos presenta la conclusión del primer viaje misionero de Pablo y de Bernabé: después de llegar hasta Derbe, volvieron hacia atrás, visitaron a las comunidades ya fundadas (Listra, Iconio, Antioquía de Pisidia y Perge) y embarcaron de regreso a la ciudad de donde habían salido para la misión.

Estos sucesos se desarrollaron entre los años 46 y 49.

En el texto que se nos propone, se transparentan los trazos fundamentales que marcaron la vida y la experiencia de los primeros grupos cristianos: el entusiasmo de los primeros misioneros, que permite afrontar y superar los peligros y las incomodidades para llevar a todos los hombre la buena noticia de la liberación que Cristo vino a traer; las palabras de consuelo que fortalecen la fe y ayudan a enfrentarse a las persecuciones (v. 22a); el apoyo mutuo (v. 23b); la oración (v. 23b.c).

Sobre todo, este texto acentúa la idea de que la misión no es una obra puramente humana, sino que es obra de Dios.

En el inicio de la aventura misionera ya se había sugerido que el envío de Pablo y Bernabé no era únicamente una iniciativa de la Iglesia de Antioquía, sino una acción del Espíritu (cf. Hch 13,2-3); fue ese mismo Espíritu el que acompañó y guió a los misioneros en cada paso de su viaje.

Aquí se repite que el auténtico actor de la conversión de los paganos es Dios y no los hombres (cf. v. 27).

Verdadera novedad en el contexto de la misión es la institución de dirigentes o responsables (“ancianos”, en griego, “presbíteros”), que aparecen aquí por primera vez fuera de la Iglesia de Jerusalén. Corresponden, probablemente, a los “consejos de ancianos” que estaban al frente de las comunidades judías.

Los “Hechos” no explicitan las funciones exactas de estos dirigentes y animadores de las Iglesias; pero el discurso de despedida que Pablo dirige a los ancianos de Éfeso parece confiarles el cuidado de la administración, de la vigilancia y de la defensa de la comunidad frente a los peligros internos y externos (cf. Hch 20,28-31). En todo caso, conviene recordar que los ministerios eran algo subordinado dentro de la organización y la vida de la primitiva comunidad; no eran valores absolutos en sí mismos, sino sólo existían y sólo tenían sentido en función de la comunidad.

Para reflexionar, compartir y actualizar este texto, considerad los siguientes puntos:

¿Cómo viven nuestras comunidades cristianas?
¿Vemos en ellas el mismo empeño misionero de los inicios?
¿Hay distribución fraterna de bienes y preocupación por ir al encuentro de los más débiles, apoyándolos y ayudándoles a superar las crisis y angustias?
¿Son comunidades que se fortalecen con una auténtica vida de oración y de diálogo con Dios?

¿Tenemos conciencia de que por detrás de nuestro trabajo y de nuestro testimonio está Dios?
¿Tenemos conciencia de que el anuncio del Evangelio no es una obra nuestra, en la cual proponemos nuestras ideas y nuestra ideología, sino que es obra de Dios? ¿Tenemos conciencia de que no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Cristo libertador?

Para aquellos que tienen responsabilidades de dirección o de animación de las comunidades: la misión que les fue confiada no es un privilegio, sino un servicio que está subordinado a la construcción de la propia comunidad.
La comunidad no existe para servir a quien preside; quien preside es aquel que está al servicio de la comunidad y del servicio comunitario.

Comentario al evangelio – 13 de mayo

Después de los millones de páginas que la Historia ha escrito fijando en Él los ojos, Jesús permanece en su misterio, que es a la vez inefable y revelador. Ninguna palabra pronunciada por Él o sobre Él agota su persona, pero todas sus palabras dejan ver su corazón. El Hijo de Dios es el mejor exégeta de sí mismo y, por extensión, en Él hallamos el acceso más directo al Padre. Los evangelios de esta cuarta semana de Pascua insisten de muchos modos en esta verdad. Jesús se dice en todo lo que dice; en todo lo que habla, habla del Padre. Escuchar a Cristo es tanto como conocerlo; conocer a Cristo, el punto de partida para amar a Dios.

«Yo soy la Puerta», dice el Señor en el evangelio de Juan. La Puerta del aprisco. Una comparación osada y extraña, oscura incluso para quienes lo seguían más de cerca, que «no entendieron de qué les hablaba». Jesús habla de puertas y tapias, de ladrones y pastores, de entrar y salir en el aprisco, de «las suyas» y «los extraños», de «los que vinieron» y «los que vendrán». Habla del pueblo y de su historia pasada, del pueblo y de su historia futura. Y de Él mismo como eterno presente para todos los que quieren encontrarse con Dios o darlo a conocer. Antes de presentarse a sí mismo como «Buen Pastor», Jesús hace notar a su rebaño que el redil tiene una puerta y que solo quien es capaz de descubrirla y de pasar por ella tiene acceso a la Vida, ya como oveja, ya como pastor. Dicha Puerta es Él mismo ofrecido de una vez para siempre por sus hermanos. No se puede entrar a la casa del Padre si no es por el umbral del Hijo; no se puede salir a los pastos de Dios si no es por la divina humanidad de Cristo.

La imagen es a la vez hermosa y retadora. Seguramente lo ha sido siempre, pero en un mundo tan plural como el nuestro suena incluso escandalosa. Al fin y al cabo, apenas quedan ya apriscos en pie y los que hay se han llenado de puertas y ventanas: cada oveja, con más o menos acierto, campa por sus fueros. ¿Cabe sostener, hoy como ayer, que existe solo un camino, una verdad, una vida? ¿Qué significa para nuestra fe y nuestro anuncio que solo Cristo sea la Puerta de la Vida abundante?

Una cosa parece clara: nadie que haya conocido la Puerta puede obviar la invitación a atravesarla, nadie que haya escuchado al Pastor puede sustraerse a su palabra. Aun cuando nosotros caminemos a tientas, «como busca la cierva corrientes de agua», lo cierto es que Puerta de Dios ha quedado abierta para todos y para siempre. Por tanto, toda búsqueda será cabal si no prescindimos de quien nos ha buscado primero, aunque esto implique –como para Pedro en la lectura de Hechos- abrirse a una verdad que no siempre sabemos o queremos reconocer.

No hay por qué angustiarse: dicen que, de hecho, ningún redil de los que conoció Jesús tenía puerta. La puerta era el mismo pastor que, ya tumbado, ya de pie, guardaba al rebaño en su descanso o lo acompañaba en su itinerancia. ¡Entremos por la Puerta que es Pastor de todos! ¡Sigamos al Pastor que es Puerta de la Vida!

Adrián de Prado Postigo cmf