Vísperas – Lunes V de Pascua

VÍSPERAS

LUNES V DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
cantan un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la luz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada, La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor. Amén.

SALMO 10: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL JUSTO

Ant. Tened valor: yo he vencido al mundo. Aleluya.

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tened valor: yo he vencido al mundo. Aleluya.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Se hospedará en tu tienda, habitará en tu monte santo. Aleluya.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Se hospedará en tu tienda, habitará en tu monte santo. Aleluya.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Aleluya.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Aleluya.

LECTURA: Hb 8, 1b-3a

Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará al Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará al Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. Aleluya.

PRECES

Con espíritu gozoso, invoquemos a Cristo a cuya humanidad dio vida el Espíritu Santo, haciéndolo fuente de vida para los hombres, y digámosle:

Renueva y da vida a todas las cosas, Señor.

  • Cristo, salvador del mundo y rey de la nueva creación, haz que ya desde ahora, con el espíritu, vivamos en tu reino,
    — donde estás sentado a la derecha del Padre.
  • Señor, tú que vives en tu Iglesia hasta el fin de los tiempos
    — condúcela por el Espíritu Santo al conocimiento de la verdad plena.
  • Que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren luz en tu victoria,
    — y que tu gloriosa resurrección los consuele y los conforte.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Al terminar este día, te ofrecemos nuestro homenaje, oh Cristo, luz imperecedera,
    — y te pedimos que con la gloria de tu resurrección ilumines a los que han muerto.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 20 de mayo

Tiempo de Pascua

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones están firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Juan 14,21-26

El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Le dice Judas -no el Iscariote-: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

3) Reflexión

• Como dijimos anteriormente, el capítulo 14 de Juan es un bonito ejemplo de cómo se practicaba la catequesis en las comunidades de Asia Menor al final del siglo primero. A través de las preguntas de los discípulos y de las respuestas de Jesús, los cristianos se iban formando la conciencia y encontraban una orientación para sus problemas. Así, en este capítulo 14, tenemos la pregunta de Tomás y la respuesta de Jesús (Jn 14,5-7), la pregunta de Felipe y la respuesta de Jesús (Jn 14,8-21), y la pregunta de Judas y la respuesta de Jesús (Jn 14,22-26). La última frase de la respuesta de Jesús a Felipe (Jn 14,21) constituye el primer versículo del evangelio de hoy.

• Juan 14,21: Yo le amaré y me manifestaré a él. Este versículo es el resumen de la respuesta de Jesús a Felipe. Felipe había dicho: “¡Muéstranos al Padre y esto nos basta!” (Jn 14,8). Moisés había preguntado a Dios: “¡Muéstranos tu gloria!” (Es 33,18). Dios respondió: “No podrás ver mi rostro, porque nadie podrá verme y seguir viviendo” (Es 33,20). El Padre no podrá ser mostrado. Dios habita una luz inaccesible (1Tim 6,16). “A Dios nadie le ha visto nunca” (1Jn 4,12). Pero la presencia del Padre podrá ser experimentada a través de la experiencia del amor. Dice la primera carta de San Juan: “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. Jesús dice a Felipe: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama, será amado de mi Padre. Y yo le amaré y me manifestaré a él”. Observando el mandamiento de Jesús, que es el mandamiento del amor al prójimo (Jn 15,17), la persona muestra su amor por Jesús. Y quien ama a Jesús, será amado por el Padre y puede tener la certeza de que el Padre se le manifestará. En la respuesta a Judas, Jesús dirá cómo acontece esta manifestación del Padre en nuestra vida.

• Juan 14,22: La pregunta de Judas, pregunta de todos. La pregunta de Judas: “¿Qué pasa que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” Esta pregunta de Judas refleja un problema que es real hasta hoy. A veces, aflora en nosotros los cristianos la idea de que somos mejores que los demás y que Dios nos ama más que a los otros. ¿Hace Dios distinción de personas?

• Juan 14,23-24: Respuesta de Jesús. La respuesta de Jesús es sencilla y profunda. El repite lo que acabó de decir a Felipe. El problema no es si los cristianos somos amados por Dios más que los otros, o si los otros son despreciados por Dios. No es éste el criterio de la preferencia del Padre. El criterio de la preferencia del Padre es siempre el mismo: el amor. «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. Quien no me ama, no guarda mis palabras”. Independientemente del hecho que la persona sea o no cristiana, el Padre se manifiesta a todos aquellos que observan el mandamiento de Jesús que es el amor por el prójimo (Jn 15,17). ¿En que consiste la manifestación del Padre? La respuesta a esta pregunta está impresa en el corazón de la humanidad, en la experiencia humana universal. Observa la vida de las personas que practican el amor y hacen de su vida una entrega a los demás. Examina tu propia experiencia. Independientemente de la religión, de la clase, de la raza o del color, la práctica del amor nos da una paz profunda y una alegría que consiguen convivir con el dolor y el sufrimiento. Esta experiencia es el reflejo de la manifestación del Padre en la vida de las personas. Y es la realización de la promesa: Yo y mi Padre vendremos a él y haremos morada en él.

• Juan 14,25-26: La promesa del Espíritu Santo. Jesús termina su respuesta a Judas diciendo: Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Jesús comunicó todo lo que oyó del Padre (Jn 15,15). Sus palabras son fuente de vida y deben ser meditadas, profundizadas y actualizadas constantemente a la luz de la realidad siempre nueva que nos envuelve. Para esta meditación constante de sus palabras Jesús nos promete la ayuda del Espíritu Santo: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

4) Para la reflexión personal

• Jesús dice: Yo y mi Padre vendremos a él y haremos morada en él. ¿Cómo experimento esta promesa?
• Tenemos la promesa del don del Espíritu para ayudarnos a entender la palabra de Jesús. ¿Invoco la luz del Espíritu cuando voy a leer y a meditar la Escritura?

5) Oración final

Todos los días te bendeciré,
alabaré tu nombre por siempre.
Grande es Yahvé, muy digno de alabanza,
su grandeza carece de límites. (Sal 145,2-3)

Recursos – Domingo VI de Pascua

1. La liturgia meditada a lo largo de la semana.

A lo largo de los días de la semana anterior al Domingo de Pascua, procurad meditar la Palabra de Dios de este domingo. Meditadla personalmente, una lectura cada día, por ejemplo. Elegid un día de la semana para la meditación comunitaria de la Palabra: en un grupo parroquial, en un grupo de padres, en un grupo eclesial, en una comunidad religiosa.

2. Necesidad de favorecer la acogida de la Buena Noticia.

En el momento de la proclamación, el presidente procurará leer el texto sin prisa, con un tono meditativo, haciendo algunas breves pausas.
En el momento del gesto de la paz, el sacerdote (o el diácono) puede recordar que es la paz del Señor la que es ofrecida: La paz os dejo, la paz os doy.

Después de la comunión, algunas frases del Evangelio podrían ayudar a la meditación.

3. Oración en la lectio divina.

En la meditación de la Palabra de Dios (lectio divina), se puede prolongar el momento de la acogida de las lecturas con una oración.

Al final de la primera lectura: Padre nuestro, te damos gracias por tu Espíritu Santo, que comunicaste generosamente a los Apóstoles y, por ellos, a todas las Iglesias, para orientar, guiar, sustentar y animar a tu pueblo en la fidelidad a tu voluntad. Te pedimos por las Iglesias que están de sínodo y por todos los equipos pastorales: con tu Espíritu, ilumínalas en la toma de decisiones.

Al final de la segunda lectura: Dios Padre, Tú estás presente en todas las asambleas que se reúnen en oración, por más pequeñas que sean, hasta en nuestras familias, para revelar ahí la Jerusalén celeste y la nueva tierra que deseas crear con nosotros. ¡Bendito seas! Te pedimos por las parroquias y por las comunidades que construyen, decoran o reparan sus iglesias y comunidades. Que tu Espíritu las oriente en sus decisiones.

Al finalizar el Evangelio: Padre de Jesucristo y Padre nuestro, te damos gracias por tu presencia fiel en medio de tu Pueblo; primero, por tu Hijo que habitó en medio de los discípulos, después, por tu Espíritu, el Defensor, que habita en nosotros. Te pedimos: mantennos fieles a tu Palabra, danos la paz, tu paz, aquella que el mundo tanto necesita, tu Espíritu de Paz.

4. Plegaria Eucarística.

Se puede elegir la Plegaria III para la Misa de Niños. Los textos propios del tiempo pascual son particularmente significativos.

5. Palabra para el camino.

Cada domingo se nos ofrece la Palabra. ¿Qué hacemos con ella?
¿Es el “hilo conductor” de nuestra semana? ¿Olvidamos fácilmente lo escuchado? Durante esta semana, procuremos recordar la Palabra evangélica y dejémonos transformar por ella.
El Espíritu Santo nos enseñará, nos hará comprender, nos dice Jesús. ¡Basta con que estemos abiertos a su acción!

Comentario del 20 de mayo

El evangelio de san Juan pone de relieve la estrecha relación existente entre el amor, los mandamientos y la revelación. El que acepta mis mandamientos y los guarda – decía Jesús-, ése me ama: y al que me ama, lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él. El amor no es sólo cuestión de palabras y de sentimientos, sino de voluntad y de cumplimientos. El amor se demuestra amando, y amar es un acto en el que se expresa la persona entera, con todo lo que es, con su inteligencia, su voluntad y sus sentimientos; pero la persona se expresa más y mejor en sus obras que en sus palabras, sobre todo si sus palabras van desconectadas de sus obras. El que me ama realmente –viene a decir Jesús- es el que me acepta tal como soy y el que acepta mi voluntad expresada por encima de todo en los mandamientos (aunque también se exprese en los consejos y en las permisiones).

Se trata de una aceptación que lleva consigo la guarda de tales mandamientos, porque de no ser así perdería credibilidad. En realidad, sólo se acepta una voluntad cuando se está dispuesto a cumplirla. Sin esta disposición no hay verdadera aceptación y, por consiguiente, verdadero amor: un amor llevado a la arena de la realidad. Sólo este amor se hace digno de crédito. Sólo el que ama de esta manera, merece ser amado y gozar de la comunicación que brota de la apertura del ser que ama. Lo amaré –decía Jesús- y me mostraré a él. El amor genera apertura. Es el florecer de los corazones que se abren en virtud del mismo amor. Amar es abrirse a la persona amada; y en esta apertura hay una revelación de la propia intimidad: una mostración de lo que permanecía oculto a la mirada del otro. La respuesta a la pregunta de Judas (¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo) es bien sencilla: «Ha sucedido el amor». Para que Jesús se muestre a ellos, es decir, a sus discípulos, amigos e íntimos, y no al mundo, extraño e indiferente a su presencia, ha sucedido el amor, pues sólo el amor provoca este efecto de apertura voluntaria o mostración de lo encerrado en el corazón: pensamientos, sentimientos, inquietudes, aspiraciones, proyectos.

El que me ama –añade Jesús-, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Para guardar sus mandamientos hay que guardar su palabra, dado que aquellos se expresan por medio de ésta. Amar a una persona es también tener en gran estima su palabra, porque la palabra es el lugar donde la persona se expresa con mayor precisión. Las mismas acciones suelen requerir muchas veces de la interpretación hecha con palabras, aunque haya gestos como un abrazo, un apretón de manos o una mirada compasiva que expresen mejor ciertos sentimientos que las palabras. No obstante, y exceptuando casos, la palabra es el mejor cauce de que disponemos para expresarnos o manifestar lo que está encerrado en nuestro interior.

Por eso, amar a una persona es también estar atento a su palabra, pues es su gran instrumento de comunicación. Y el amor reclama la comunicación interpersonal. Si además, como en el caso de Jesús, su palabra no es sólo suya, sino del Padre al que vive unido y por quien es enviado, la acogida de tal palabra no será sólo acogida de su persona, sino de la persona del Padre. En razón de esta identidad se puede decir que el que oye al Hijo oye al padre, como se dice que el que ve al Hijo ve también al Padre, puesto que el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo. La acogida de la palabra es ya acogida de la persona que se comunica en ella, mostrándonos su intimidad. Esta comunicación, al menos en el caso del Hijo encarnado y glorioso, acaba provocando un efecto añadido, que pone de manifiesto el mismo Jesús. Es el efecto de la in-habitación: Vendremos a él y haremos morada en él. La acogida de su persona por el cauce de la comunicación verbal acaba convirtiéndonos en morada del mismo, esto es, en «lugar» habitado por él. Pero si el Hijo es inseparable del Padre, dando acogida al Hijo acogemos también al Padre, convirtiéndonos en morada del Dios trino. Semejante habitación hace de nosotros lugar sagrado, con todo lo que eso implica.

Jesús, estando al lado de sus discípulos, ha venido realizando ya esta labor de comunicación por medio de la palabra; pero será otro el que complete esta tarea; y ese otro no es sino el Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en su nombre. Él les recordará lo dicho por Jesús y les enseñará lo que aún le faltaba por decirles o lo que les había dicho sólo en modo implícito o germinal. Es el desarrollo doctrinal en el que está implicada la Iglesia entera con la iluminación y el acompañamiento de este Paráclito, que también procede del Padre y que ha sido enviado para cumplir su misión.

Si Jesús se cuidó de enviarnos este Espíritu desde el Padre es porque lo necesitábamos, porque su Iglesia necesitaba de un Paráclito, esto es, de un defensor y un consolador capaz de conducirnos hasta la Verdad plena y hasta la Vida consumada. Pues confiemos en este Espíritu dotado de la capacidad de Dios, puesto que es también Dios junto con el Padre y el Hijo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

4. Me he dejado inspirar por la riqueza de las reflexiones y diálogos del Sínodo del año pasado. No podré recoger aquí todos los aportes que ustedes podrán leer en el Documento final, pero he tratado de asumir en la redacción de esta carta las propuestas que me parecieron más significativas. De ese modo, mi palabra estará cargada de miles de voces de creyentes de todo el mundo que hicieron llegar sus opiniones al Sínodo. Aun los jóvenes no creyentes, que quisieron participar con sus reflexiones, han propuesto cuestiones que me plantearon nuevas preguntas.

Homilía – Domingo VI de Pascua

EL SEÑOR ESTÁ CON NOSOTROS

EL HOMBRE, DOMICILIO DE DIOS

Las comunidades cristianas en las que vive el apóstol Juan están siendo vapuleadas por la persecución y por los conflictos internos. Se sienten zarandeadas como la barca de Pedro en la tormenta del mar de Tiberíades y tienen la impresión de que el Señor está ausente. Juan les viene a recordar que puede parecer que esté dormido pero, en realidad, está vigilante y que, si tienen fe y se acogen a él, calmará la tempestad. Les recuerda a aquellos cristianos desanimados que su promesa de permanecer entre los suyos no era sólo para los cristianos de la primera generación, sino para todos hasta el final de la historia.

Hay en logoterapia una sesión clásica que consiste en liberar el subconsciente partiendo de una palabra clave que sugiere ideas y relaciones. Si hiciéramos la experiencia con la expresión «morada de Dios», la respuesta obvia sería: templo, iglesia, santuario… Pero la respuesta del evangelio de hoy es diferente. La morada de Dios es el propio hombre, el discípulo de Cristo que lo ama guardando su palabra. Y su consigna, su mandamiento nuevo, es abrirse a los hermanos y amarlos como él nos amó, porque son el lugar de la presencia de Dios aquí y ahora, encarnación y prolongación de Cristo mismo. Él inauguró un nuevo estilo de religión en espíritu y verdad (Jn 4,23), sin mediaciones que anulen al hombre en su relación personal con Dios, con el mundo y con los demás.

Las religiones naturales inventaron las mediaciones sacras para salvar la distancia abismal entre la divinidad y los mortales. Incluso la religión revelada del Antiguo Testamento establece la mediación básica de la ley mosaica y del culto del templo de Jerusalén que concretaban la alianza de Dios con su pueblo. En cambio, la religión que funda Jesucristo no necesita sacralizar mediaciones externas, pues la presencia de Dios

es un contacto directo como el amor personal. Jesús, el Padre y el Espíritu moran en los que guardan su palabra. Esta medición personal, al tiempo que desacraliza y deroga toda mediación externa, «sacraliza» al hombre como lugar de la presencia de Dios. Por eso, en la nueva religión y culto en espíritu y verdad lo único «sacro» en este bajo mundo es el hombre mismo, objeto del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús: «Vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él» (Jn 12,24).

 

VIVENCIA MÍSTICA DE LA FE

Es imprescindible que tengamos en cuenta el mensaje de Jesús que acabamos de escuchar si es que queremos vivir un cristianismo exultante, animoso, místico. De otro modo quedaría reducido a un moralismo tedioso, abrumador y tristón.

Jesús reitera aquí y ahora: «No tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me voy y vuelvo a vuestro lado». Una vez más estamos ante el misterio. Jesús se queda tan cerca que no sólo se hace nuestro compañero de camino, sino también nuestro huésped. Está presente en el hondón de nuestro ser, en la familia, en medio de la comunidad y del grupo cristiano. Habita en el corazón del que le ama, del que ama a sus hermanos. No me preguntéis cómo. ¡Es un misterio, y qué misterio! No es necesario entenderlo; nos basta con creerlo. Él lo afirma rotunda y solemnemente.

Pero, por otra parte, es preciso tener en cuanta que la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu en la familia, en el grupo, en el interior de cada uno de nosotros no es una presencia pasiva, no están de meros espectadores. Jesús promete que su presencia y la del Padre y el Espíritu es para derramar sobre nosotros tres dones fundamentales: La sabiduría («el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo»), la fuerza («seréis revestidos con la fuerza de lo alto») y la paz («la paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo»).

Escuchemos cómo lo vivencia un místico como Helder Cámara: «En ocasiones, cuando uno recibe una pequeña gracia, puede sentir la tentación de atribuirse a sí mismo el mérito. Pero cuando la gracia es enorme, entonces ya no es tan fácil pensar que uno la ha merecido, es imposible sentir la tentación de la vanidad. Digo esto a propósito de la gracia que el Señor me concede de mostrárseme siempre tan presente en mí mismo, en nosotros, en los demás en general, pero especialmente en los que sufren. Tan presente que muchas veces cuando preveo que un determinado encuentro me inquietaría o me fatigaría o me pondría nervioso si yo me encontrara solo, o cuando debo aconsejar o animar a una persona, digo: Señor, sé realmente una sola cosa conmigo. Escucha con mis oídos, mira con mis ojos, habla con mis labios. Yo no sé lo que debo decir. ¡Habla tú! ¡Te presto mis labios! Que mi presencia, Señor, sea tu presencia… Cuando considero la enorme responsabilidad que significa el ver siempre a Cristo sin el impedimento de las nubes, no puedo pensar que se deba a mis méritos, a mi virtud».

 

JESÚS, NUESTRA FUERZA

El Dios que habita en nosotros es fuente de energía. Su presencia es dinámica. Creo que muchos cristianos tienen una falsa imagen del Señor. Creen que es un gran empresario que nos ha encargado una gran tarea: construir la ciudad futura, la nueva humanidad. Ha dejado unos planos un tanto confusos a la Iglesia y unas tareas concretas a cada uno, y se ha alejado. Vendrá al final de la vida de cada uno a examinar su trabajo, y al final de la historia a revisar la obra en su conjunto. El Señor, ciertamente, nos encomienda una tarea a todos y a cada uno. Eso es lo que nos dice la parábola de los talentos (Mt 25,14- 30), la de los obreros de la viña (Mt 20,1-16) y la del encargado de los cristianos (Mt 24,45-51). Nos encomienda una tarea y además nos previene sobre las dificultades, los sufrimientos, los problemas que inexorablemente conllevará: «Os perseguirán, no os comprenderán, tendréis que cargar con mi cruz» (Mt 10,16). Pero su mensaje no es simplemente una lista de deberes, sino, ante todo y sobre todo, una lista de promesas.

Juan afirma: «Por Moisés nos vino la Ley; Jesucristo nos ha traído la gracia y la verdad» (Jn 1,17). Por eso san Agustín oraba lleno de confianza: «Dame tu amor y gracia, y mándame lo que quieras». Desde su propia experiencia de teólogo, místico y mártir, escribía bellamente D. Bonhoeffer: «Dios es la fuerza de mi fuerza y la fuerza de mi debilidad».

Para que se haga realidad la inhabitación trinitaria dinámica es preciso que se cumpla la condición del Señor: «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». Donde hay caridad y amor, canta un himno litúrgico, allí está Dios. Y sólo allí.

Juan afirma rotundamente: Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (Un 4,16). Cuando abro la puerta al hombre, con él entra Dios. Y si niego la entrada al hombre, Dios se queda fuera. El Padre, el Hijo y el Espíritu establecen su morada en el corazón del que acoge al otro fraternalmente; establecen su morada en la familia, en el grupo o comunidad que ama. Un prisionero de los campos de concentración siberianos, gran creyente, confesaba: «Buscaba a mi Dios, y él desaparecía; buscaba mi alma, y no era posible encontrarla; busqué a mi hermano y encontré las tres cosas».

Esto resulta patente en los discípulos de Emaús. Si no hubieran invitado al misterioso compañero de viaje a cenar y pernoctar con ellos, se hubieran quedado sin reconocerle ya que se manifestó en el partir y compartir el pan. Sólo quien hospeda cordialmente al prójimo que encuentra en el camino de la vida, hospedará y reconocerá al Señor. Los cristianos orientales tienen un dicho espiritual que no deberíamos olvidar jamás: Mira al hombre… y verás a Dios.

Atilano Alaiz

Jn 14, 23-29 (Evangelio Domingo VI de Pascua)

Continuamos en el contexto de la “cena de despedida”. Jesús, que acaba de fundar su comunidad, dándole por estatuto el mandamiento del amor (cf. Jn 13,1-17;13,33- 35), va a explicar ahora cómo esa comunidad mantendrá, después de su partida, la relación con Él y con el Padre.

En los versículos anteriores al texto que se nos propone, Jesús se presentó como “el camino” (cf. Jn 14,6) e invitó a los discípulos a recorrer ese mismo “camino” (cf. Jn 14,4-5).

¿Qué significa esto? Jesús, mientras estuvo en el mundo, caminó sobre el “camino” de la entrega al hombre, del servicio, del amor total. Es en ese “camino” en el que el hombre, el Hombre Nuevo que Jesús vino a crear, se realizará. La comunidad de Jesús tiene, por tanto, que recorrer ese “camino”.

La metáfora del “camino” expresa el dinamismo de la vida como progresión; recorrerlo, es alcanzar la plena madurez, del hombre recreado para la vida definitiva. El destino de ese “camino” es el amor radical, la solidaridad total con el hombre.

En ese “camino”, se encuentra el Padre. Los discípulos, mientras, están inquietos y desconcertados. ¿Será posible recorrer ese “camino” si Jesús no camina a su lado? ¿Cómo mantendrán la comunión con Jesús y cómo recibirán de él la fuerza para entregar, día a día, la propia vida?

Para seguir ese “camino” es necesario amar a Jesús y guardar su Palabra (cf. Jn 14,23). Quien ama a Jesús le escucha, se identifica con él, esto es, vive como Él, en la entrega de la propia vida en favor del hombre. Ahora bien, vivir en esta dinámica es estar continuamente en comunión con Jesús y con el Padre. El Padre y Jesús, que son uno, establecerán su morada en el discípulo; vivirán juntos, en la intimidad de una nueva familia (vv. 23-24).

Para que los discípulos puedan continuar recorriendo ese “camino” en el tiempo de la Iglesia, el Padre enviará al “paráclito”, esto es, al Espíritu Santo (vv. 25-26). La palabra “paráclito” puede traducirse como “abogado”, “auxiliador”, “consolador”, “intercesor”. La función del “paráclito” es “enseñar” y “recordar” todo lo que Jesús enseñó. Se trata, por tanto, de una presencia dinámica, que auxiliará a los discípulos trayéndoles continuamente a la memoria las enseñanzas de Jesús y ayudándoles a interpretar las propuestas de Jesús a la luz de los nuevos retos que el mundo les pone delante. Así, los creyentes podrán continuar recorriendo, en la historia, el “camino” de Jesús, en fidelidad dinámica a sus propuestas.

El Espíritu garantiza, de esa forma, que el creyente pueda continuar recorriendo ese “camino” de amor y de entrega, unido a Jesús y al Padre. La comunidad cristiana y cada hombre se convierten en morada de Dios: en la acción de los creyentes se revela el Dios libertador, que reside en la comunidad y en el corazón de cada creyente y que tiene un proyecto de salvación para el hombre.

La última parte del texto que se nos propone contiene la promesa de la “paz” (v. 27). Desear la “paz” (“shalom”) era la salutación habitual al llegar y al salir. Sin embargo, en este contexto, la salutación no es un saludo trivial (“no os la doy como la da el mundo”), pues Jesús no va a estar ausente. Lo que Jesús pretende es tranquilizar a los discípulos y a asegurarles que los acontecimientos que se aproximan no pondrán fin a la relación entre Jesús y su comunidad. Las últimas palabras referidas por este texto (v. 28-29) subrayan que la ausencia de Jesús no es definitiva, ni siquiera prolongada. Por lo tanto, los discípulos deben alegrarse, pues la muerte no es una tragedia sin sentido, sino la manifestación suprema del amor de Jesús por el Padre y por los hombres.

La reflexión de este texto puede contemplar los siguientes aspectos:

Hablar del “camino” de Jesús es hablar de una vida gastada en favor de los hermanos, de una entrega total y radical, hasta la muerte. Los discípulos son invitados a recorrer, con Jesús, ese mismo “camino”. Paradójicamente, de esa entrega (de esa muerte) nace el Hombre Nuevo, el hombre en la plenitud de sus posibilidades, el hombre que desarrolla hasta el extremo todas sus potencialidades.

¿Es ese el “camino” que yo deseo recorrer? ¿Mi vida, la vivo en donación, entrega, amor hasta el extremo? ¿Intento desprenderme del egoísmo y del orgullo que impiden nacer al Hombre Nuevo?

La comunión del creyente con el Padre y con Jesús no procede de momentos mágicos en los cuales, a través de la recitación de ciertas fórmulas, la vida de Dios bombardea e inunda incondicionalmente el creyente; sino que la intimidad y la comunión con Jesús y con el Padre se establecen recorriendo el camino del amor y de la entrega, en una donación total a los hermanos. Quien quiera encontrarse con Jesús y con el Padre, tiene que abandonar el egoísmo y aprender a hacer de su vida un don para los hombres.

Es impresionante la pedagogía de un Dios, nuestro Dios, que nos deja ser los constructores de nuestra propia historia, pero no nos abandona. De forma discreta, respetando nuestra libertad, Él encuentra formulas para continuar con nosotros, para animarnos, para ayudarnos a responder a los desafíos, para recordarnos que sólo nos realizaremos plenamente siendo fieles al “camino” de Jesús.

El cristiano tiene que estar atento a la voz del Espíritu, sensible a las llamadas del Espíritu; tiene que procurar descubrir los nuevos caminos que el Espíritu propone; tiene que estar en disposición de dejarse cuestionar y de rehacer su vida, siempre que el Espíritu le dé a entender que está apartándose del “camino” de Jesús. ¿Estamos siempre atentos a los signos del Espíritu y disponibles para enfrentarnos a sus desafíos?

Ap 21, 10-14. 22-23 (2ª Lectura Domingo VI de Pascua)

Continuamos leyendo la parte final del libro del “Apocalipsis”. En ella, Juan nos presenta el resultado de la intervención definitiva de Dios en el mundo: después de la victoria de Dios sobre las fuerzas que oprimen al hombre y le privan de la vida plena, nacerá la comunidad nueva y santa, la creación definitiva de Dios, el nuevo cielo y la nueva tierra.

La liturgia del pasado domingo nos presentó un primer cuadro de esa nueva realidad; hoy, la misma realidad es descrita a través de un segundo cuadro, el de la “Jerusalén mesiánica”.

Otra vez, se nos ofrece la imagen de la “nueva Jerusalén que baja del cielo”. Ya vimos la pasada semana que hablar de Jerusalén es hablar del lugar donde irrumpirá definitivamente la salvación, el lugar del encuentro definitivo entre Dios y su Pueblo.

En la presentación de esta “nueva Jerusalén”, domina el número “doce”:
en la base de la muralla hay doce contrafuertes
y en ellos los doce nombres de los Apóstoles del “cordero”;
la ciudad tiene, igualmente, doce puertas (tres al oriente, tres al norte, tres al sur y tres al poniente), en las cuales están gravados los nombres de las doce tribus de Israel; hay, todavía, doce ángeles junto a las puertas.

El número “doce” indica la totalidad del Pueblo de Dios (12 tribus + doce Apóstoles): está fundada sobre los doce Apóstoles, testigos del “cordero”, pero integra a la totalidad del Pueblo de Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento, conducido hacia la vida plena por la acción salvadora y liberadora de Cristo.

Las puertas, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, indican que todos los pueblos (venidos del norte, del sur, del este y del oeste) pueden entrar y encontrar sitio en este lugar de felicidad plena.

En unos versículos de la lectura de hoy, que no aparecen aquí (vv. 15-17), se ofrecen las dimensiones de esa “ciudad”: 144 codos (12 veces doce), formando un cuadrado perfecto. Se trata de mostrar que la ciudad (perfecta, armoniosa) está trazada según el modelo bíblico del “santo de los santos” (cf. 1 Re 6,19-20): la ciudad entera aparece, así, como un Templo dedicado a Dios, en el que Dios reside de forma permanente en medio de su Pueblo.

Es por eso por lo que la última parte del texto (vv. 22-23) dice que la ciudad no tiene Templo: en ese lugar de vida plena, el hombre no tendrá necesidad de mediaciones, pues vivirá siempre en la presencia de Dios y se encontrará con Dios cara a cara.

Nos dice además que toda la ciudad estará bañada de luz: la luz indica la presencia divina (cf. Is 2,5; 24,23; 60,19): Dios y el “cordero” serán la luz que ilumina a esta comunidad de vida plena.

Tras la intervención de Dios en la historia surgirá, entonces, esa nueva “ciudad” construida sobre el testimonio de los Apóstoles; ciudad de puertas abiertas, acogerá a todos los hombres que se adhieran al “cordero”; en ella, encontrarán a Dios y vivirán en su presencia, recibiendo vida en plenitud.

Tened en cuenta las siguientes indicaciones para la reflexión:

Ya lo dijimos a propósito de la segunda lectura del pasado domingo: el profeta Juan nos asegura que las limitaciones impuestas por nuestra finitud, las persecuciones que tenemos que sufrir a causa de la verdad y de la justicia, los sufrimientos producto de nuestras limitaciones, no tienen la última palabra; nos espera, más allá de esta tierra, la vida plena, cara a cara con Dios.

Esta certeza tiene que dar un sentido nuevo a nuestro caminar y alimentar nuestra esperanza.

La Iglesia en marcha por la historia no es, todavía, esa comunidad mesiánica de vida plena de la que habla esta lectura; pero tiene que señalar en ese sentido y procurar ser, a pesar del pecado y de las limitaciones de los hombres, un anuncio y una prefiguración de esa comunidad escatológica de salvación, que da testimonio de la utopía y que lanza al mundo de la luz de Dios.

La humanidad necesita de ese testimonio.

Aunque esta realidad de vida plena, de felicidad total, solo suceda en la “nueva Jerusalén”, tiene que comenzar a ser construida desde ahora en esta tierra. Esa debe ser la tarea que nos motive, que nos comprometa: la construcción de un mundo de justicia, de amor y de paz, que sea cada vez más un reflejo del mundo futuro que nos espera.

Hch 15, 1-2. 22-29 (1ª Lectura Domingo VI de Pascua)

La entrada masiva de creyentes gentiles en la comunidad cristiana (sobre todo después del primer viaje apostólico de Pablo y Bernabé) va a sacar a la luz una cuestión esencial: ¿debe imponerse a los creyentes de origen pagano la práctica de la Ley de Moisés? No se trata aquí, de un problema accidental o secundario, de una medida disciplinar o de puras costumbres, sino de algo tan fundamental como saber si la salvación nos llega a través de la circuncisión y de la observancia de la “Torah” judía, o única y exclusivamente por medio de Cristo. Dicho de otra forma: ¿Jesucristo es el único Señor y salvador, o son necesarias otras cosas, además de Él, para llegar a Dios y para recibir de la gracia de la salvación?

La comunidad cristiana de Antioquía (donde el problema se manifiesta con especial agudeza) no tiene certeza sobre el camino a seguir. Pablo y Bernabé manifiestan que Cristo basta; pero los “judaizantes”, cristianos de origen judío, que conservan las prácticas tradicionales del judaísmo, defienden que los ritos prescritos por la “Torah” también son necesarios para la salvación. Se decide, entonces, enviar una delegación a Jerusalén, a fin de consultar a los Apóstoles y a los ancianos acerca de la cuestión. Estamos alrededor del año 49.

Este texto comienza planteando la cuestión y presentando los pasos dados para solucionarla: Pablo, Bernabé y algunos otros (también Tito, de acuerdo con Gal 2,1) son enviados a Jerusalén a consultar a los Apóstoles y a los ancianos. La cuestión es de tal magnitud que se convoca a la reunión a los dirigentes y animadores de las comunidades, conocida como “concilio apostólico” o “concilio de Jerusalén”. Esa asamblea va, pues, a discutir lo que es esencial en la propuesta cristiana (y que debía ser incluido en el núcleo fundamental de la predicación) y lo que es accesorio (y que podía ser dispensado, no constituyendo una verdad fundamental de la fe cristiana).

El texto que se nos propone hoy interrumpe aquí la descripción de los acontecimientos. Sin embargo, sabemos (por la descripción de “Hechos”) que en esa “asamblea eclesial” van a enfrentarse varias opiniones. Pedro reconoce la igualdad fundamental de todos, judíos y paganos, ante la propuesta de salvación, que la Ley es un yugo que no debe ser impuesto a los paganos y que es “por la gracia del Señor Jesús” como se llega a la salvación (cf. Hch 15,7-12); pero Santiago (representante del ala “judaizante”), sin oponerse a la perspectiva de Pedro, procura salvar en lo posible las tradiciones judías y propone que sean mantenidas algunas tradiciones particularmente queridas para los judíos (cf. Hch 15,13-21). En realidad, hay acuerdo en cuanto a lo esencial. Aunque el texto de Lucas no sea totalmente explicito, se intuye la decisión final: no se puede imponer a los gentiles la ley judía; sólo Cristo basta. Así se da luz verde a la misión entre los paganos. Es la decisión más importante de la Iglesia naciente: el cristianismo cortó el cordón umbilical con el judaísmo y podrá, a partir de ahora, ser una propuesta universal de salvación, abierta a todos los hombres, de todas las razas y culturas.

Nuestro texto retoma la cuestión en este punto. En los vv. 22-29 de la lectura de hoy se presenta el “comunicado final” de la “asamblea de Jerusalén”: la praxis judía no puede ser impuesta, pues no es esencial para la salvación… Sin embargo, se pide la abstención de algunas costumbres particularmente repugnantes para los judíos. Es de destacar, todavía, la referencia al Espíritu Santo del v. 28: la decisión es tomada por hombres, pero asistidos por el Espíritu. Se manifiesta, así, la conciencia de la presencia del Espíritu, que conduce y que asiste a la Iglesia en su caminar por la historia.

Considerad, para la reflexión, los siguientes aspectos:
La cuestión de cumplir o no los ritos de la Ley de Moisés es una cuestión superada, que hoy no preocupa a ningún cristiano; pero este episodio vale, sobre todo, por su valor ejemplar. Nos hace pensar, por ejemplo, en ritos superados, en prácticas de piedad vacías y estériles, en fórmulas obsoletas, que tenían sentido en un cierto contexto, pero que ya no expresan lo esencial de la propuesta cristiana. Nos hace pensar en la imposición de esquemas culturales, occidentales, por ejemplo, que muchas veces no tienen nada que ver con la forma de expresión de ciertas culturas. Lo esencial del cristianismo no puede ser vivido sin concretarse en formas determinadas, humanas y, por eso, condicionadas y finitas. Pero es necesario distinguir lo esencial de lo accesorio; lo esencial debe ser preservado y lo accesorio debe ser constantemente actualizado.

¿Cuáles son los ritos y las prácticas claramente obsoletas, que impiden al hombre de hoy descubrir el núcleo del mensaje cristiano? ¿Estaremos hoy impidiendo, como en otros tiempos, el nacimiento de Cristo para el mundo, manteniéndonos presos de esquemas y modos de pensar y de vivir que tienen poco que ver con la realidad del mundo que nos rodea?

Es necesario tener presente que lo esencial es Cristo y su propuesta de salvación. Esa es la propuesta revolucionaria que tenemos que presentar al mundo. En cuanto al resto (comunión o no en la boca, matrimonio o no de los sacerdotes, sacerdocio exclusivamente masculino o no… ) son cuestiones cuya importancia no nos debe distraer de lo esencial.

Debemos también tener conciencia de la presencia del Espíritu en la comunidad de la Iglesia de Jesús. Sin embargo, es necesario escucharle, estar atentos a las interpelaciones que él nos lanza, saber leer sus indicaciones en los signos de los tiempos y en los interrogantes que el mundo nos presenta.

¿Estamos verdaderamente atentos a las llamadas del Espíritu?

Es necesario aprender de la forma como los Apóstoles respondieron a los desafíos de su tiempo: con audacia, con imaginación, con libertad, con desprendimiento y, sobre todo, con la escucha del Espíritu. Es así como la Iglesia de Jesús debe afrontar hoy los retos del mundo.

Comentario al evangelio – 20 de mayo

¡Feliz lunes de la quinta semana de Pascua! Deseo que este tiempo os esté regalando experiencias pascuales para actualizar la fe y resucitar el amor y la esperanza.

Y, para tener más vida, ya está aquí y resuena la promesa del Espíritu Santo. Es hora de ponerse a al escucha del Paráclito. Él es quien actualiza la palabra de Jesús, su enseñanza, el sendero que lleva a acoger el amor del Padre. Él prepara la morada humana que recibe al Dios uno y trino. Él nos va haciendo conscientes del Evangelio entre líneas que escribió Jesús con su vida, muerte y resurrección.

Este es el Evangelio que predican Pablo y Bernabé. Aunque la predicación les juega malas pasadas. En este caso un modo de persecución no de las personas, sino del mensaje. Considerar a Bernabé y a Pablo “dioses en figura de hombres” destruye el mensaje que quieren transmitir los apóstoles. Es una tentación que se da no pocas veces. No sólo en quien predica, sino en cualquier cristiano que se preocupa sanamente por trasmitir su fe: “si me consideran ‘el mejor’, ‘el más comprometido’, ‘el más inteligente’, ‘el más brillante’, ‘el de más talento’ o ‘el más sencillo y humilde’ podré dar buen testimonio de Jesús y llegar a mucha gente”. Poned estas palabras u otras parecidas. Hay que reconocer que es una miel tentadora. Pero sería como quedarse en los hosannas de la entrada de Jesús en Jerusalén, sin leer el resto de los relatos de la pasión-resurrección. Y todos sabemos que los hosannas callan pronto –además provocan adicción- y que lo que permanece es la vida nueva en la resurrección, para lo cual hay que pasar por la cruz. No queramos ser más que nuestro Maestro, para que Dios se digne morar en nosotros y seamos asamblea de vida.

Luis A., cmf