II Vísperas – Domingo VI de Pascua

II VÍSPERAS

DOMINGO VI DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

Gallos vigilantes
que la noche alertan.
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llando
lo que el miedo niega.

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las ciaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y lo sentó a su derecha en el cielo. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y lo sentó a su derecha en el cielo. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Abandonasteis los ídolos y os volvisteis al Dios vivo. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nostoros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hobmres.

Los muertos ya no alaban al SEñor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Abandonasteis los ídolos y os volvisteis al Dios vivo. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos.

Ant. Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios. Aleluya.

LECTURA: Hb 10, 12-14

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha d eDiso y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean peustos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

RESPONSORIO BREVE

R/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

R/ Y se ha aparecido a Simón.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. La paz os dejo, mi paz os doy. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La paz os dejo, mi paz os doy. Aleluya.

PRECES

Oremos a Dios Padre, que resucitó a su Hijo Jesucristo y lo exaltó a su derecha, y digámosle:

Guarda, Señor, a tu pueblo, por la gloria de Cristo.

  • Padre justo, que por la victoria de la cruz elevaste a Cristo sobre la tierra,
    — atrae hacia él a todos los hombres.
  • Por tu Hijo glorificado, envía, Señor, sobre tu Iglesia el Espíritu Santo,
    — a fin de que tu pueblo sea, en medio del mundo, signo de la unidad de los hombres.
  • A la nueva prole renacida del agua y del Espíritu Santo consérvala en la fe de su bautismo,
    — para que alcance la vida eterna.
  • Por tu Hijo glorificado, ayuda, Señor, a los que sufren, da libertad a los presos, salud a los enfermos
    — y la abundancia de tus bienes a todos los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • A nuestros heramnos difuntos, a quienes mientras vivían en este mundo diste el cuerpo y la sangre de Cristo glorioso,
    — concédeles la gloria de la resurrección en el último día.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, y que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Dios no es mi huésped, sino la esencia de mi ser

Seguimos en el discurso de despedida. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega a los demás. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mí mismo, que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia íntima. La Realidad que soy es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado, que está en alguna parte de la estratosfera, sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del universo.

Este discurso de despedida, que Juan pone en boca de Jesús, nos habla de cómo entendía y practicaba aquella comunidad el seguimiento de Jesús. No se trataba de seguir a un líder que desde fuera les marcaba el camino, sino de descubrir la experiencia más profunda de Jesús, y repetirla en cada uno de los cristianos.

En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encontraron para expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra que dice exactamente lo contrario. Es la prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra. Necesitan interpretación porque los conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna.

En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado yo, permaneced en mi amor. Aquí dice: “si alguno me ama le amará mi Padre…” ¿Quién ama primero?

Jesús había dicho que iba a prepararles sitio en el hogar del Padre, para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él mismo vendrán al interior de cada uno.

Les había advertido: “como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros (Jn 16,2). Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”.

Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo.

No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y en esta ocasión nos dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar.

Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual.

Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe «alguna parte» donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descu­brirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad.

El hecho de que no llegue a mí desde fuera, ni a través de los sentidos, hace imposible toda mediación. Todo intermediario, sea persona o institución, me alejan de Él más que acercarme. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en la tienda del encuentro o el templo. La “total presencia” debía ser una característica de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar; pero también descubrirlo dentro de cada uno de los demás. La presencia es interna, pero se manifiesta.

El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica: “os irá enseñando todo”. Por cinco veces, en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (ruaj). “Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo (opresión), no podremos comprender el amor.

«Os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros.» Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la experiencia de Dios, que les ayudaría a descubrir al mismo Jesús. Mientras estaba con ellos, estaban apegados a su físico, a sus palabras, a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapare­ció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.

El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente.

“Paz” era el saludo ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Jn hace hincapié en un “plus” de significado sobre el ya rico significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas en todas direcciones. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor.

Deben alegrarse de que se vaya, porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema de amor, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte. El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla la 2ª persona de la Trinidad; sería una herejía. Para el evangelista, Jesús es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos…” Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve en Jesús.

Dios se revela y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada, Dios es siempre un Dios escondido. «Toda religión que no afirme que Dios está oculto no es verdadera» (Pascal). El sufí lo dejó bien claro: Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz sonora de mi alma / que es el alma de otra alma / eterna y universal. / ¿Dónde tu rostro reposa / alma que a mi alma das vida? / Nacen sin cesar las cosas, / mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida.

En la Biblia existe una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver a Dios sin morir. No puede ser represen­tado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de «Mesías», «Siervo», «Hijo de hombre», «Palabra», «Espíri­tu», «Sabiduría», incluso «Padre», son todos ejemplos de ese intento.

Meditación

Jesús descubrió la presencia absoluta de Dios.
Todo lo que vivió y enseñó fue consecuencia de esa experiencia.
Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud.
Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera humanidad.
Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti,
nunca estarás dispuesto a prescindir de todo lo demás.

Fray Marcos

¿Somos un hotel de cinco estrellas?

Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio (Juan) de nuestra situación presente.

1ª lectura: la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)

Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos fue el de no obligarles a circuncidarse. Esta conducta provocó la indignación de los judíos y también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a oponerse a la voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo para salvarse.

Como ese grupo de Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al enterarse de lo que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de que, si no se circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta afirmación es una blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue un estúpido al morir por nosotros.

En el fondo, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte? Cuando uno piensa en tantos grupos eclesiales de hoy que insisten en la observancia de la ley, se comprende que entonces, como ahora, saltasen chispas en la discusión. Hasta que se decide acudir a los apóstoles de Jerusalén.

Tiene entonces lugar lo que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).

En la versión que ofrece Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé, no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo contenta mandando a los paganos que observen cuatro normal fundamentales para los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre, de animales estrangulados y de la fornicación.

Esta versión del libro de los Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su carta a los Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos a circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales.

El tema es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar.

2ª lectura: la iglesia futura   (Apocalipsis 21,10-14. 22-23)

En la misma tónica de la semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos, habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia.

El autor se inspira en textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C. Jerusalén fue incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en una situación miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas llenas de brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un futuro maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice:

11 ¡Oh afligida, venteada, desconsolada!
Mira, yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros
12 te pongo almenas de rubí, y puertas de esmeralda,
y muralla de piedras preciosas.

El libro de Zacarías contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los cuadros de Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el perímetro de Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le ordena que no lo haga, porque Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).

Podríamos citar otros textos parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del Apocalipsis. La novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura, aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel (las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles). Pero hay una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la gloria de Dios.

3ª lectura: la comunidad presente (Juan 14, 23-29)

El evangelio de hoy trata tres temas:

a) El cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias.

Se contraponen dos actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis palabras no son mías, sino del Padre.

La primera parte es muy interesante cuando se compara con el libro del Deuteronomio, que insiste en el amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”) y pone ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y mandatos. En el evangelio, Jesús parte del mismo supuesto: “el que me ama guardará mi palabra”. Pero añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

Este último tema, Dios habitando en nosotros, se trata con poca frecuencia porque lo hemos relegado al mundo de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero el evangelio nos recuerda que se trata de una realidad que no debemos pasar por alto. Generalmente no pensamos en el influjo enorme que siguen ejerciendo en nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos, educadores, que siguen “vivos dentro de nosotros”. Una reflexión parecida deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de nosotros e influye de manera decisiva en nuestra vida. Y todo eso lo deberíamos ver como una prueba del amor de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

Por otra parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone una novedad capital con respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas posturas sobre el tema. 1) Dios no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán. 2) Dios se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo tenga acceso al monte. 3) Dios acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el arca de la alianza, tan sagrada que, quien la toca sin tener derecho a ello, muere. 4) Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del Señor, aunque reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”. 5) Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?” (Isaías 66,1).

Cuando Jesús promete que él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un cambio radical: Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco estrellas o un hostal?

b) El don del Espíritu Santo

Dentro de poco celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa de que el Padre enviará el Espíritu. 

Pero hay algo más: el Espíritu no solo recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como añade Jesús en otro pasaje de este mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.” Parece casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena. Pero así lo dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la acción del Espíritu.

c) La vuelta de Jesús junto al Padre

Estas palabras anticipan la próxima fiesta de la Ascensión. Cuando se comparan con la famosa Oda de Fray Luis de León (“Y dejas, pastor santo…”) se advierte la gran diferencia. Las palabras de Jesús pretenden que no nos sintamos tristes y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por su triunfo.

José Luis Sicre

Comentario del 26 de mayo

Jesús, en el evangelio de hoy anuncia una ida, la suya propia, y una venida, la del Espíritu Santo. Con su ausencia corpórea y visible se inicia la etapa de la presencia del Espíritu Santo, que tendrá como misión recordarlo dicho por Cristo, más aún, actualizar la enseñanza de Jesús, no sólo para que no la olvidemos, sino para que la entendamos y apliquemos mejor. También el Espíritu Santo es enviado del Padre; y su envío supone la vuelta del Hijo. Para que uno venga, el otro tiene que marcharse. Hay una cierta incompatibilidad entre la presencia corporal y sensible de Cristo en el mundo y la presencia espiritual del Espíritu Santo en nosotros. Pero, en realidad, el Espíritu Santo nos hace espiritualmente presente a Cristo de una manera nueva, más profunda y más efectiva, es decir, más dominante.

Cristo se hace mucho más presente en nuestras vidas que si viviera, como uno de nosotros, en nuestro barrio, en nuestra ciudad o en nuestra parroquia. Es la presencia que crea el Espíritu Santo haciéndonos guardar su palabra, como si fuera un tesoro, y haciéndole morar en nosotros en unión con su Padre, porque el Hijo es inseparable del Padre: y vendremos a él y haremos morada en él. Por tanto, su ida al Padre, que es donde le corresponde estar en cuanto Hijo, no es ausencia en relación con nosotros, sino nuevo modo de presencia; es presencia íntima, como de alguien que nos habita interiormente. De este sentirse habitados saben mucho los enamorados y las madres y en general todos aquellos que no pueden quitarse a alguien del pensamiento, porque la presencia de ese alguien es recurrente, obsesiva, persistente. Pues bien, la presencia de Cristo en nosotros, que opera el Espíritu Santo, es similar a esta experiencia de inhabitación, por la que Cristo pasa a ser más íntimo a nosotros que nosotros mismos.

Tales presencias, la de Cristo en nosotros, la del Espíritu, que viene a ocupar el espacio dejado por el Jesús de la historia, aunque sin estar en el mismo modo que él en la historia, puesto que está como Espíritu y no como hombre, la del Padre que, con el Hijo, mora en nosotros, pues no son separables, nos dicen que no estamos solos ante el enigma de la realidad y las complicaciones de la vida. Esta fue la conciencia de los primeros evangelizadores y misioneros. Apóstoles como Pablo, Bernabé, Judas, Silas nunca se sintieron solos cuando tuvieron que afrontar dificultades superiores a sus fuerzas; por eso fueron capaces de asumir una tarea de tan grandes proporciones como la evangelización del mundo habitado; y es que se sentían acompañados, guiados, impulsados por el Paráclito, su defensor y consolador. El libro de los Hechos da buena cuenta de ello.

La primera gran crisis de la Iglesia primitiva fue la originada por la entrada en escena de los judaizantes. Eran cristianos venidos del judaísmo que querían imponer a la comunidad cristiana normas estrictamente judías como la circuncisión, hasta el punto de afirmar que sin circuncisión no es posible salvarse. Eso significaba que, como manda la ley de Moisés, había que circuncidar a todos los cristianos que, por proceder del paganismo, no estaban circuncidados. Tal actitud dio origen a violentas discusiones con los que no eran partidarios de semejante sometimiento a la ley judía. Entre estos se encontraban Pablo –que, no obstante, había hecho circuncidar a su discípulo Timoteo por evitar conflictos- y Bernabé. Aquella situación amenazaba con un cisma que acabaría fracturando el tronco de la Iglesia naciente. Sólo el recurso a la autoridad de los considerados columnas de la Iglesia permitió superar el conflicto.

Se tomó la decisión –una decisión consensuada- de subir a Jerusalén a consultar el asunto con los apóstoles y presbíteros. Jerusalén era la Iglesia-madre y allí estaban los máximos dirigentes de la misma: Pedro, Santiago, Juan…, los Doce. Tras ser consultados, deciden «colegialmente» no imponer más cargas que las indispensables: no contaminarse con la idolatría, no comer carne de animales estrangulados y abstenerse de la fornicación. Por tanto, nada de circuncisión. La circuncisión no es necesaria para salvarse. En aquel primer concilio se impusieron, pues, las tesis de Pablo y Bernabé y no la de esos (judaizantes) que habían creado alarma e inquietud con sus palabras, los partidarios de la circuncisión.

Pero esta decisión colegial (=conciliar), que marca el rumbo de la Iglesia futura, no fue sólo colegiada; fue también espiritual: Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, dicen aquellos primeros padres conciliares. También el Espíritu ha decidido con ellos, aunque no en el mismo plano de igualdad, no como uno de ellos, ni siquiera como el principal de ellos, sino como alguien distinto de ellos. Aquí la «y» no es meramente copulativa. El Espíritu Santo también decide, pero en otro nivel; decide haciendo que aquellos apóstoles tomen esa decisión, decide iluminando, recordando lo que Cristo les había dicho, haciéndoles ver lo que era más conforme a la voluntad de Dios, como inspirador de la Verdad.

Los apóstoles, al tomar esta decisión de tanta responsabilidad, no se sienten solos. Cabía la posibilidad de que atribuyeran a Dios lo que no procedía de él; pero ellos no piensan siquiera en esta posibilidad, porque el Espíritu Santo que está con ellos no permitiría que tomaran una decisión equivocada y cayeran en el error. Esta es su convicción: que el Espíritu Santo está con ellos como su Paráclito y que les guía por el buen camino. Y les guía recordándoles lo que Jesús había dicho, haciéndoles caer en la cuenta de las pretensiones de su Maestro y Salvador, que no eran simplemente la de hacer judíos reformados, sino la de hacer cristianos e hijos de Dios, al modo del Hijo hecho hombre.

Pero recordar no es sólo traer a la memoria unas palabras y unos hechos, sino actualizar, hacer presente tales palabras y hechos, que constituyen el mensaje de Jesús, en el hoy de nuestra historia y de nuestro mundo con todos sus problemas, inquietudes y perplejidades, con toda su carga cultural y científica, con todos sus agobios y proyectos. Pero actualizar no es deformar, ni mundanizar el evangelio, no es vaciarlo de contenido, sino hacerlo más efectivo, más presente en el hombre al que va destinado, en el hombre concreto al que hoy se dirige. Y ahí interviene la autoridad de la Iglesia con decisiones colegiales, como la que se tuvo en Jerusalén, pero no sin la guía del Espíritu que hoy sigue acompañándola y haciéndole tomar decisiones, que pueden resultar antipáticas a algunos o poco adecuadas para otros, pero al fin y al cabo decisiones del Espíritu Santo y la Iglesia con sus representantes más genuinos, los sucesores de aquellos apóstoles.

Confiemos, pues, en la presencia y acción eficaz del Espíritu Santo en la Iglesia y dejémonos llevar por su impulso sin miedos ni temores. Él sabrá cómo conducirnos a la meta. No estamos solos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

10. Salomón, cuando tuvo que suceder a su padre, se sintió perdido y dijo a Dios: «Soy un joven muchacho y no sé por dónde empezar y terminar» (1 R 3,7). Sin embargo, la audacia de la juventud lo movió a pedir a Dios la sabiduría y se entregó a su misión. Algo semejante le ocurrió al profeta Jeremías, llamado a despertar a su pueblo siendo muy joven. En su temor dijo: «¡Ay Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven» (Jr 1,6). Pero el Señor le pidió que no dijera eso (cf. Jr 1,7), y agregó: «No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,8). La entrega del profeta Jeremías a su misión muestra lo que es posible si se unen la frescura de la juventud y la fuerza de Dios.

Lectio Divina – 26 de mayo

El Espíritu Santo nos ayudará
a comprender las palabras de Jesús
Juan 14, 23-29

1. Oración inicial

Shadai, Dios de la montaña, que haces de nuestra frágil vida la roca de tu morada, conduce nuestra mente a golpear la roca del desierto, para que brote el agua para nuestra sed. La pobreza de nuestro sentir nos cubra como un manto en la obscuridad de la noche y abra el corazón, para acoger el eco del Silencio y así el alba, envolviéndonos en la nueva luz matutina, nos lleve con las cenizas consumadas por el fuego de los pastores del Absoluto, que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro, al sabor de la santa memoria. 

2. LECTIO 

a) El texto:

23 Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. 26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. 27 Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. 28 Habéis oído que os he dicho: Me voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo. 29 Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. 

b ) Momento de silencio:

Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros. 

Juan 14, 23-29

3. MEDITATIO 

a) algunas preguntas: 

– “Y vendremos a él, y haremos morada en él”: Si miramos hacia nuestros campamentos internos, ¿encontramos la tienda de la shekinah (presencia) de Dios?
– “El que no me ama no guarda mis palabras”: ¿son palabras vacías, por nuestra falta de amor, las palabras de Cristo a nosotros? o ¿más bien podemos decir que las observamos como guía de nuestro camino?
– “El Espíritu Santo os recordará todo lo que yo os he dicho”: Jesús vuelve al Padre, pero todo lo que dijo e hizo permanece entre nosotros. ¿Cuándo seremos capaces de recordar lo que la gracia divina ha realizado en nosotros? ¿Acogemos la voz del Espíritu Santo que nos sugiere en lo más íntimo el significado de todo lo que ha sucedido?
– “Mi paz os doy: La paz de Cristo es su resurrección”: ¿hasta cuándo la inquietud y las manías por hacer, que nos alejan de la fuente del ser, abandonarán el domicilio de nuestra existencia? Dios de la paz, ¿cuándo viviremos únicamente de ti, paz de nuestra espera?
– “Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis”: Antes que suceda… A Jesús le agrada explicarnos lo que sucederá con anticipación, para que los acontecimientos no nos sorprendan desprevenidos. Pero, ¿somos capaces de leer los signos de nuestros acontecimientos con las palabras que hemos oído de Él? 

b) Clave de lectura: 

Venir a morar. El cielo no tiene lugar mejor que un corazón humano enamorado. Porque en un corazón dilatado los confines se amplían y toda barrera de espacio y tiempo se anulan. Vivir en el amor equivale a vivir en el cielo, a vivir en Aquel que es el amor, y amor eterno. 

v. 23. Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” . En los orígenes de toda experiencia espiritual hay siempre un movimiento hacia delante. Partiendo de un pequeño paso, todo se mueve después con armonía. Y el paso a realizar es solamente uno: Si uno ama. ¿Se puede amar verdaderamente a Jesús? ¿Cómo es que su rostro no se refleja en la gente? Amar: ¿qué significa realmente? Amar, en general, significa para nosotros quererse, estar juntos, tomar decisiones para construir el futuro, darse… pero amar a Jesús no es la misma cosa. Amarlo significa hacer como ha hecho Él, no retraerse frente al dolor, a la muerte; amar como Él significa ponerse a los pies de los hermanos, para responder a sus necesidades vitales; amar como Él nos puede llevar lejos…es así como la palabra se convierte en pan cotidiano del cual alimentarse y la vida se convierte en cielo por la presencia del Padre. 

v. 24-25.El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre

que me ha enviado… Si no hay amor, las consecuencias son desastrosas. Las palabras de Jesús se pueden observar, si solamente hay amor en el corazón, de otro modo parecen propuestas absurdas. Aquellas palabras no son de un hombre, nacen del corazón del Padre que propone a todos ser como Él. No se trata de hacer cosas en la vida, por buenas que sean. Es necesario ser hombres, ser imágen semejantes a Quien no cesa jamás de donarse a Sí mismo.

vv. 25-26. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Recordar es obra del Espíritu Santo: cuando durante nuestras jornadas el pasado se desliza como algo irremediablemente perdido y el futuro se presenta amenazador para quitarnos la alegría de hoy, solamente el soplo divino puede hacernos recordar. Hacer memoria de lo que se dijo, de cada palabra salida de la boca de Dios para ti, y olvidada por el hecho de que ha pasado el tiempo.

v. 27. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. La paz de Cristo para nosotros no es ausencia de problemas, serenidad en la vida, salud…sino plenitud de todo bien, ausencia de temor frente a lo que puede venir. El Señor no nos asegura el bienestar, sino la plenitud de la filiación en una adhesión amorosa a sus proyectos de bien por nosotros. La paz la poseeremos cuando hayamos aprendido a fiarnos de lo que el Padre elige para nosotros.

v. 28. Habéis oído que os he dicho: Me voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Vuelve al discurso del amor. Si me amarais, os alegraríais. Pero ¿qué sentido tiene esta expresión en los labios del Maestro? Podríamos completar la frase y decir: Si me amaseis, os alegraríais que me vaya al Padre…pero como solamente pensáis en vosotros, estáis tristes porque me voy. El amor de los discípulos es amor egoísta. No aman a Jesús porque no piensan en Él, piensan en ellos. Entonces, el amor que Jesús nos pide es éste. Un amor capaz de alegrase porque el otro es feliz. Un amor capaz de no pensar en sí mismo como el centro del universo, sino como un lugar en el que oír se hace apertura a dar y poder recibir: no un intercambio, sino como “efecto” del don entregado.

v. 29.Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Jesús instruye a los suyos porque sabe que quedarán confusos y serán lentos para comprender. Sus palabras no se disipan, quedan presentes en el mundo, como tesoros de comprensión para la fe. Un encuentro con el Absoluto que está desde siempre y para siempre en favor del hombre.

c) Reflexión:

Amor. Palabra mágica y antigua como el mundo, palabra familiar que nace en el horizonte de cada hombre en el momento en el que es llamado a la existencia. Palabra escrita en las fibras humanas como origen y como fin, como instrumento y paz, como pan y don, como uno mismo, como los otros, como Dios. Palabra confiada a la historia a través de nuestra historia diaria. Amor, un pacto que siempre tiene una sola denominación: hombre. Sí, porque el amor coincide con el hombre: amor es el aire que se respira, amor es el alimento que se nos da, el descanso de quien confía, amor es el vínculo que hace que la tierra sea un lugar de encuentro. El amor con el cual Dios contempló la creación y dijo: “Es una cosa muy buena”. Y no se ha vuelto atrás del compromiso, cuando el hombre hizo de sí mismo un rechazo, más que un don, un desprecio, más que una caricia, una piedra lanzada, más que una lagrima enjugada. Amó más con los ojos y el corazón del Hijo, hasta el final. Este hombre que se hizo llama ardiente del pecado, el Padre lo redimió, única y exclusivamente por amor, en el fuego del Espíritu. 

4. ORATIO

Salmo 37,23-31

Yahvé da firmeza a los pasos del hombre,
se complace en su camino;
aunque caiga, no queda tirado,
pues Yahvé lo sostiene por la mano.
Fui joven, ya soy viejo,
nunca vi a un justo abandonado,
ni a sus hijos pidiendo pan.
A diario es compasivo y presta,
a sus hijos les aguarda la bendición.
Apártate del mal y obra el bien,
y siempre tendrás una morada;
porque Yahvé ama la justicia
y no abandona a sus amigos.
Los criminales son exterminados,
la descendencia del malvado cercenada;
los honrados poseerán la tierra,
habitarán en ella para siempre.
La boca del honrado susurra sabiduría,
su lengua habla con rectitud;
la ley de su Dios está en su corazón,
sus pasos nunca vacilan. 

5. CONTEMPLATIO 

Te veo, Señor, estar presente en medio de mis días a través de tu palabra que acompaña mis momentos más fuertes, cuando mi amor por ti se hace audaz y no me echo atrás frente a lo que siento que no me pertenece. Este Espíritu que es como el viento: sopla donde quiere y se oye su voz, el Espíritu que se ha hecho un espacio en mí, y ahora puedo decirte que es como un amigo querido con el cual poder hacer memoria. Ir hacia las palabras dichas, a los acontecimientos vividos, a la presencia percibida, recorriendo el camino, hace mucho bien al corazón. Me siento habitado más profundamente cada vez que en el silencio viene a la mente una frase tuya, una invitación tuya, una palabra de compasión, un silencio tuyo. Las noches de tu oración me permiten orar al Padre y encontrar paz. Señor, ternura celada en los repliegues de mis gestos, concédeme hacer acopio de todo lo que eres: un rollo desplegado en el cual se puede entender el sentido de mi vida. Que mis palabras sean morada de tus palabras, que mi hambre sea morada de ti, pan de vida, que mi dolor sea una tumba vacía y un sudario doblado, para que todo lo que quieras se cumpla, hasta mi último suspiro. Te amo, Señor, mi roca.

Rencillas

1.- Cuanto mayores en edad os hagáis y cuanto más conocedores queráis ser de la realidad que os envuelve, mis queridos jóvenes lectores, más os daréis cuenta de que nada puro existe. Se me ocurre ahora poneros un ejemplo tan reciente, que ha sucedido esta misma semana. Perdonadme si lo consideráis estúpido. Los que recordamos que de pequeños aprendimos lo que era y significó para la ciencia y la técnica el sistema métrico decimal, creímos que la definición del metro, la derivada de unos cálculos geográficos que todavía nos los recuerdan monumentos a los cartógrafos que en ciertos lugares se situaron y que vemos cuando yendo de excursión y estamos situados en la línea imaginaria que va de Dunkerque a Barcelona. La definición que aprendimos, y no quiero aburriros repitiéndoosla, creíamos era un patrón exacto.

2.- A medida que continuamos los estudios, hemos ido conociendo sus imperfecciones y las sucesivas precisiones que se aceptaban y cuya definición debíamos de nuevo aprender. Creía yo que todo estaba definitivamente precisado, cuando leo que uno de estos días que el cilindro de platino iridiado que se conservaba hermético, evidente y segura muestra científica del kilógramo, cada vez que se destapaba su envoltorio, perdía algún átomo y por tanto variaba su masa. Uno de estos días, pues, se ha aceptado una nueva definición. Ya veremos, o más bien verán a la larga, que imprecisiones comporta.

3.- ¡Qué churrada nos explicas! Seguramente pensaréis así, pues, perdonádmela. Ya os he dicho en otras ocasiones, que el teólogo Karl Barth decía que el cristiano debía leer cada día la Biblia para conocer la voluntad de Dios y el periódico para enterarse de las verdades y necesidades de los hombres. Os aseguro que soy fiel a estos criterios. De aquí mis comentarios. Nada hay perfecto, pues, ni siquiera las vivencias de la comunidad eclesial, que no lo olvidéis, corresponden a la que es Esposa Amada del Señor.

4.- El texto de la primera lectura de la misa del presente domingo nos relata una de estas situaciones enojosas. A la Fe en Cristo, se le añaden costumbres y convencimientos heredados y en consecuencia, en vez de sumar y enriquecer, crean problemas y divisiones. Por si no lo sabéis, os digo ahora esquemáticamente, que los focos de la intelectualidad y también del cultivo de la teología, se situaban por aquellos tiempos en Jerusalén, por méritos de veteranía, por la misma razón en Alejandría de Egipto y en Antioquía y alrededores, en la Turquía actual. Estos núcleos, a la Fe añadían antiguas convicciones, cada uno a su manera, eran venerables sí, pero incómodas, inciertas o erróneas en algunos casos.

5.- A la Fe en Cristo querían añadirle necesariamente, por ejemplo, la circuncisión heredada de Abraham. Esto y otras hierbas incomodaban y dificultaban la evangelización. En vez de quedarse cada uno con la suya y sin duda distanciarse, deciden consultarse, cooperar, compartir. Nace así el primer Concilio Ecuménico, convocado y celebrado en Jerusalén. Pese a ser auténtico, ha quedado excluido de la numeración histórica de estos acontecimientos. Poco importa. Del encuentro, consecuencia de compartir empapados de la Gracia, sin excluir opiniones, nace la asombrosa conclusión: hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…

6.- Importa poco ahora desentrañar el significado de las decisiones, lo que hay que subrayar es que el resultado surge de íntima comunión en la Iglesia y animados por el Espírito. El Defensor, el Animador, el Dador de vida. Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros… ¡que atrevida decisión! ¡qué audaz lenguaje! Se acerca Pentecostés, estad preparados, iniciaros en la preparación, sentíos ya esperanzados.

7.- El autor del Apocalipsis había sido sin duda espectador de la ciudad de Jerusalén desde el monte Olivete. Sus murallas, que no son las actuales, algún fragmento sí, y sus puertas, que tampoco coinciden exactamente con las que vemos hoy en día, le sugieren a su mente inspirada, una preciosa descripción de la Nueva Jerusalén, la esposa del Cordero, nuestra Madre. Con seguridad también, había contemplado al atardecer las murallas desde su entorno. El rosado luminoso de sus sillares le adelantan el mensaje que nos trasmite. En la nueva Jerusalén no habrá faroles, ni focos que iluminen sus avenidas y plazas, ella misma será resplandeciente, ya que el Cordero será su ilustre ciudadano, por méritos propios.

8.- El texto evangélico es una profunda reflexión sobre la realidad divina. Una y Trina. Empapados como estamos de filosofía clásica griega, nos resulta muy difícil aceptar sus enseñanzas. Quienes dentro de un tiempo se sientan calados de física cuántica, las entenderán un poco más. Poco importa, hay nociones fundamentales que no necesitan cimientos filosóficos. La Paz que nos otorga Cristo, es consecuencia de la Caridad y esta a su vez, resultado de la Gracia. No sabremos qué es en realidad, pero experimentaremos la felicidad que nos aportan.

Pedrojosé Ynaraja

Por amor

Recientemente, una persona que debía declarar en un juicio dijo que quería dejar constancia de que lo hacía “por imperativo legal”. También algunos políticos, para tomar posesión de su cargo tienen que decir una fórmula establecida, a la que ellos añaden “por imperativo legal”. Con estas palabras están expresando que lo que van a hacer lo hacen forzados, ya que por su voluntad no lo harían. Y esto ocurre también en la vida cristiana: se actúa “por imperativo legal”. Por ejemplo, algunos mandamientos se procuran cumplir sobre todo porque de no hacerlo se teme un castigo, no por convencimiento. Y en determinadas fiestas se sigue preguntando “si hoy es día de precepto o no”: si es precepto, esa persona acude a la Eucaristía; pero si no lo es, no acude, con lo cual está manifestando que va porque “la obligan”, no por su propia voluntad.

Esto ha ocurrido desde los comienzos de la Iglesia: en la 1ª lectura hemos escuchado que unos que bajaban de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían salvarse. Según éstos, la salvación era consecuencia de cumplir “el imperativo legal”, no de la fe en Cristo Resucitado, lo que provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé.

El domingo pasado el Señor nos dijo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. Porque la señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros. Este Mandamiento lo podemos querer cumplir “por imperativo legal”, pero a menudo forzados, ya que no es fácil amar al otro, sobre todo a algunos de esos “otros”. En este sentido el Papa Benedicto XVI, en su encíclica “Dios es amor”, indicó: “El amor no se puede mandar; a fin de cuentas es un sentimiento que puede tenerse o no, pero que no puede ser creado por la voluntad” (16).

Por eso Jesús nos indica que la clave para cumplir su Mandamiento no es el imperativo legal: El que me ama guardará mi palabra. El Mandamiento nuevo, que encierra en sí todos los demás, ha de cumplirse “porque amamos a Jesús”, y ésta ha de ser la razón última, y a menudo será la única, que tengamos, porque como también indicó Benedicto XVI: “Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este «antes» de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta” (17).

Si en vez de “por imperativo legal” procuramos guardar las palabras del Señor por amor a Él, descubriremos que «no se trata ya de un «mandamiento» externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros” (18).

Pero hay que tener en cuenta que “el amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor (…) implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento” (17). De ahí la necesidad de discernir en cada ocasión cómo llevar a la práctica el amor que tenemos al Señor. Es lo que hicieron los Apóstoles y presbíteros de Jerusalén ante la controversia surgida: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que no os contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados y que os abstengáis de la fornicación. El “imperativo legal” obliga a todos por igual, no hace distinciones, pero el amor al Señor tiene en cuenta a la persona y su situación. Por eso, los hermanos convertidos del paganismo, aunque no se circunciden, guardarán bien el Evangelio absteniéndose de esas prácticas.  

¿Qué me mueve más en mi vida de fe: el imperativo legal, el precepto, o responder al amor del Señor? ¿Sé discernir en cada ocasión cómo guardar el Mandato del Señor por amor a Él?

Ser cristianos es vivir una historia de amor con Dios, y eso es lo que nos capacita para guardar sus palabras y cumplir su Mandamiento nuevo, porque “en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación «correcta», pero sin amor“, y no estaremos guardando la Palabra del Señor.

Seguir a Cristo produce frutos de objetividad

1. – Somos a veces tan tacaños y cicateros en amor que a veces no somos capaces de aceptar que la Escritura está llena de amor. No es una leyenda, ni una exageración. Lo dice Jesús: «El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.» La Eucaristía cumple esa condición. Recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo y Él está con nosotros. La Trinidad Santísima también –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— está en la Eucaristía. Pero hay más. Aún más. El amor por Jesús trae el mejor conocimiento de la Palabra y ese mayor conocimiento produce una proximidad, consciente y objetiva, a Dios. Una de las bienaventuranzas dice: «Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios». Las bienaventuranzas marcan situaciones de la vida presente. Producida la purificación del corazón se puede ahondar aún más en el conocimiento presente de Dios. Los místicos están con Dios, ven a Dios.

2. – Hay que decir estas cosas con objetividad y humildad. En la actividad religiosa siempre existe la posibilidad de «no ver» o de «ver demasiado». Los mismos Apóstoles no fueron capaces de contemplar la divinidad de Jesús hasta después de la Resurrección. Todo parecía confuso. A nosotros –gente de hoy– nos ocurre lo mismo. A veces tenemos dificultades para diferenciar profundamente a las personas de la Trinidad. Tampoco somos capaces de aceptar la idea de Dios Padre que nos enseñó Cristo. Poco a poco, sin embargo, iremos creciendo en nuestra capacidad cognoscitiva. Siempre será con ayuda de Dios y con un permanente ejercicio de humildad. Están, también, los que «ven demasiado». Los que «iluminan» sus fantasías con prodigios inexistentes. La superstición puede cebarse en ellos y casi siempre estas irregularidades llegan porque los «protagonistas» suelen haber pasado la raya del pecado.

3. – El seguimiento de Cristo nos produce frutos de objetividad. Y ocurre porque, constantemente, tenemos que discernir sobre lo idóneo de nuestro comportamiento. Y a la hora de examinar nuestras conciencias –y hacerlo bien–, sabemos lo que es verdad y lo que es mentira, lo que no ocurrió y lo que es fruto de nuestra imaginación. No puede aceptarse la tendencia hacia el autoengaño porque eso lleva a la demencia. Pero será, por otra parte, esa objetividad probada día a día la que nos aproxime a las «primicias del Espíritu» y nos haga entender y sentir que Dios está con nosotros.

4.- Celebramos hoy el Día del Enfermo. En el relato evangélico siempre llama la atención sanadora de Jesús de Nazaret. Y en la consecución de la beatificación o canonización de un santo el tribunal que juzga la trayectoria de la persona a ser elevada a los altares hace falta un milagro. Probar que por la intercesión de ese hermano que se busca glorificar se ha producido un hecho extraordinario. La mayoría de esos milagros son curaciones… En el Libro de os Hechos de los Apóstoles –maravillosa crónica de los primeros momentos de la Iglesia— nos narran muchas acciones de sanar. La Iglesia era medicina espiritual y corporal durante muchos siglos. Y si los que van camino de los altares su intercesión poderosa sirve para curar, habrá que decir que la Iglesia sigue curando…Pero hoy, tal vez, el sentido común y el prodigioso avance de la medicina hace que la Iglesia lo intente menos. La imposición de manos y el óleo son parte de un rito. Nada más…

5.- La Iglesia, no obstante, hace, con creces, lo que puede. Acompaña al enfermo y le facilita un sacramento. Ya es interesante. Dicen muchos enfermos que reciben la Unción de los Enfermos sienten claro alivio físico y espiritual. Pero quien sabe si sería útil echar más fe al asunto y rezar fuerte e insistentemente para que Dios haga más medicina de un rito. Pero está bien que organice una jornada de amor y acompañamiento de los enfermos. Y en esos momentos de la imposición de la Unción de los Enfermos la asamblea –la parroquia entera— debe estar presente para que la oración y la fuerza de todos consiga el beneplácito del Dios Bueno y se apiade de los enfermos.

Ángel Gómez Escorial

Comentario al evangelio – 26 de mayo

Entre la Iglesia y el Reino

      La Iglesia es la comunidad de los que creen en Jesús. Por eso, porque creemos en Jesús estamos convencidos de que al final de los tiempos la humanidad se convertirá en esa ciudad de que nos habla la segunda lectura. Es una hermosa visión: la humanidad habitando en una ciudad llena de luz, rodeada de una muralla que está abierta todos los caminos, a todos los pueblos. En esa ciudad no hay templo, sencillamente porque no es necesario. Su Templo es Dios mismo que habita en medio de ella. Tampoco es necesaria ninguna luz, ni sol ni luna, porque la gloria del Señor es la luz que ilumina todos los que viven en la ciudad. Es un hermoso sueño. 

      Pero ese sueño no es todavía realidad. La realidad de nuestra comunidad cristiana es otra. No tenemos toda esa luz. Andamos a tientas. A veces hay conflictos. No sabemos bien cómo ni hacia dónde dirigirnos. No tenemos las ideas claras. Surgen discusiones. Brotan las divisiones. Nos hacemos daño unos a otros.  Necesitamos reconciliarnos. Hasta necesitamos templos para sentir más viva la presencia de Dios. 

      Así ha sido siempre en la historia de la Iglesia. Porque estamos en camino. Podríamos decir que estamos en el proceso de construir aquella ciudad hermosísima de que nos hablaba la segunda lectura. Todavía estamos poniendo los cimientos. Así podemos describir la historia de la Iglesia. Desde el principio, los creyentes se han esforzado por construir aquí y ahora esa ciudad hermosísima en la que todos estamos llamados a vivir algún día. Esa construcción no se hace sin conflictos. Es normal. Lo que tenemos que saber los cristianos es que los conflictos solamente se resuelven a base de diálogo, comprensión, amor y reconciliación. La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos habla de uno de los primeros conflictos que surgieron en la Iglesia, ya en tiempos de Pedro y Pablo (para que no pensemos que nuestra comunidad es muy mala porque hay conflictos y problemas). Pero también nos muestra como, desde el principio, la Iglesia resolvió esos problemas a través del diálogo. 

      Pero para poder dialogar, es necesario ahondar cada vez más en nuestra fe y en nuestro amor a Jesús. Manteniendo esa relación profunda con Jesús tendremos en nuestro corazón su paz. Esa paz nos permitirá pasar a través de todos los conflictos buscando siempre no nuestro interés egoísta sino el bien de la comunidad, de nuestra familia o de nuestra sociedad. Esa paz, la paz de Jesús, nos permitirá dialogar con los hermanos y hermanas buscando la verdad. Afianzados en el amor de Jesús, con su paz dentro del corazón, construiremos juntos la ciudad de Dios, allá donde todos nos podamos sentir en casa, en torno a nuestro Padre.

Para la reflexión

      ¿Qué hacemos cuanto sentimos que se produce un conflicto en nuestra familia o en nuestra comunidad? ¿Hacemos lo posible para que todos los interesados en el asunto sin excepción puedan participar en el diálogo o preferimos formas impositivas? ¿Dialogamos desde la paz de Jesús o desde nuestro egoísmo?

Fernando Torres, cmf