Hoy es 5 de junio, miércoles de la VII semana de Pascua.
Me hago consciente, una vez más, de que estás de nuevo con nosotros. De que estás aquí conmigo, resucitado y dando vida a lo que me rodea. Me dispongo de nuevo, a considerar tu palabra en mi historia y en la historia de toda la humanidad. Tu palabra es siempre palabra de amor y alegría. El canto ubi caritas, es un recordatorio de esa presencia tuya. Donde hay caridad y amor, ahí está Dios.
Ubi caritas et amor, Deus ibi est.
Congregavit nos in unum Christi amor.
Exultemos et in ipso iucundemur, timeamus et amemus.
Deum vivum, et ex corde diligamus nos sincero.
Ubi caritas et Amor, Debus ibi est.
Ubi Caritas de Maurice Duruflé interpretado por Winchester Cathedral Choir – David Hill, «Best Sacred 100»
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 17, 11-19):
Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: “Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.
Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad”.
Tu gesto, Jesús, nos eleva y nos trasciende. Levantar la vista al cielo, sacarnos de nuestro amor propio, de nuestros cuestionamientos, de nuestros intereses y de nuestra manera de mirar la vida. Despojarnos en un momento de lo que nos ata de este mundo. De lo que nos sofoca y angustia, para poder nuestro corazón en el corazón de Dios. Me hago consciente de este momento de encuentro.
Tu gesto nos invita al amor, a la protección y al cuidado de los hermanos. Como tú, Jesús, hiciste un día. Tu oración es directa y clara con tu Padre. Y ese amor de Padre nos sostiene a todos y nos comprende como hermanos. Somos guardianes de los que nos rodean, amigos y enemigos, de los que sufren. Somos custodios de la realidad en tu nombre. Me hago consciente ahora, de esta misión.
Tu gesto nos consagra. Hemos sido mirados por Dios y eso nos ha marcado. Señor, sé que he de responder a tu mirada porque he sido sellado por tu amor. Somos llamados a vivir una alegría aún más grande. La de saber que se cumple la voluntad de Dios en el ser humano. Y ese encuentro, esa misión y esa consagración solo tienen un sentido: conocer que tú eres el camino, la verdad y la vida.
Leo de nuevo las palabras de Jesús y considero sus gestos y sus miradas. Como si presente me hallase, contemplo su rostro mientras le escucho y dejo que contemple el mío.
Llamada
¡No me mandes callar!
No puedo obedecerte.
Tu perdón me ha quemado como un fuego
y lo tengo que hablar
siempre y a todos,
aunque me lo prohíbas,
o aunque no me lo crean.
Si, por eso, me echan de esta tierra,
saldré hablando de Ti.
Diré que eres de todos,
siempre el mismo,
que tu amor no depende de nosotros,
que nos amas igual, aunque no amemos;
nuestro título ante Ti es la pobreza
de no amar.
Que eres voz que llama siempre
a cada puerta,
con nombre exacto, inconfundible;
que no pides nada,
das y esperas
el tiempo que haga falta;
que no fuerzas los ritmos de los hombres,
que no cansas,
no te cansas,
y que tu amor es nuevo cada día;
que te dolemos todos,
cuando no te buscamos.
Diré muchas más cosas:
que basta con mirarte en cualquier sitio,
porque todos son tuyos,
para ser otra cosa;
simplemente
para ser persona.
¡Señor, que, chispa a chispa,
no me canse
de prender este fuego!
(Ignacio Iglesias, sj)
De la misma manera que Jesús levantó los ojos al cielo y oró, ahora soy yo quien se vuelve a Dios. También yo, con mis palabras, le hablo de lo que siento, lo que intuyo que es mi misión, lo que pido. Con Jesús, también levanto los ojos al cielo y oro diciendo:
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.