II Vísperas – Solemnidad de Pentecostés

II VÍSPERAS

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. Confirma, oh Dios, lo que has realizado en nosotros, desde tu santo templo de Jerusalén. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Confirma, oh Dios, lo que has realizado en nosotros, desde tu santo templo de Jerusalén. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar. Aleluya.

LECTURA: Ef 4, 3-6

Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

RESPONSORIO BREVE

R/ El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya, aleluya.
V/ El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya, aleluya.

R/ Y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Hoy han llegado a su término los días de Pentecostés, aleluya; hoy el Espíritu Santo se apareció a los discípulos en forma de lenguas de fuego y los enriqueció con sus carismas, enviándolos a predicar a todo el mundo y a dar testimonio de que el que crea y se bautice se salvará. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Hoy han llegado a su término los días de Pentecostés, aleluya; hoy el Espíritu Santo se apareció a los discípulos en forma de lenguas de fuego y los enriqueció con sus carismas, enviándolos a predicar a todo el mundo y a dar testimonio de que el que crea y se bautice se salvará. Aleluya.

PRECES

Oremos a Dios Padre, que por medio de Cristo, ha congregado a la Iglesia, y digamos suplicantes:

Envía, Señor, a la Iglesia tu Espíritu Santo.

  • Tú que quieres que todos los que nos llamamos cristianos, unidos por un solo bautismo en el mismo Espíritu, formemos una única Iglesia,
    — haz que cuantos creen en ti sean un solo corazón y una sola alma.
  • Tú que con tu Espíritu llenaste la tierra,
    — haz que los hombres construyan un mundo nuevo de justicia y de paz.
  • Señor, Padre de todos los hombres, que quieres reunir en la confesión de la única fe a tus hijos dispersos,
    — ilumina a todos los hombres con la gracia del Espíritu Santo.
  • Tú que por tu Espíritu lo renuevas todo,
    — concede la salud a los enfermos, el consuelo a los que viven tristes y la salvación a todos los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Tú que por tu Espíritu resucitaste a tu Hijo de entre los muertos,
    — infunde nueva vida a los cuerpos de los que han muerto.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, concédenos conservar siempre en nuestra vida y en nuestras costumbres la alegría de estas fiestas de Pascua que nos disponemos a clausurar. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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No podemos pensar un Dios que no sea Espíritu

Jn 20,19-23

Rematamos el tiempo pascual con tres fiestas. Pentecostés, Trinidad y Corpus. Las tres hablan de Dios. Pero no desde el punto de vista filosófico o científico sino en cuanto se relaciona con cada uno de nosotros. De la realidad de Dios en sí mismo no sabemos nada; pero podemos experimentar su presencia como realidad que fundamenta y sostiene nuestra realidad, no desde fuera, sino desde lo hondo del ser. Pentecostés propone la relación con Dios que es Espíritu y hasta qué punto podemos descubrirlo y vivirlo.

Pentecostés, es una fiesta eminentemente pascual. Sin la presencia del Espíritu, la experiencia pascual no hubiera sido posible. La totalidad de nuestro ser está empapada de Dios ESPÍRITU. Es curioso que se presente la fiesta de Pentecostés, en los Hechos, como la otra cara del episodio de la torre de Babel. Allí el pecado dividió a los hombres, aquí el Espíritu los congrega y une. Siempre es el Espíritu el que nos lleva a la unidad y por lo tanto el que nos invita a superar la diversidad que es fruto de nuestro falso yo.

El relato de los Hechos, que hemos leído es demasiado conocido, pero no es tan fácil de interpretar. Pensar en un espectáculo de luz y sonido nos aleja del mensaje que quiere trasmitir. Lc nos está hablando de la experiencia de la primera comunidad; no está haciendo una crónica periodística. En el relato utiliza los símbolos que había utilizado ya el AT. Fuego, ruido, viento. Los efectos de esa presencia no quedan reducidos al círculo de los reunidos, sino que sale a las calles, donde estaban hombres de todos los países.

El Espíritu está viniendo siempre. Mejor dicho, no tiene que venir de ninguna parte. (Lc narra en los Hch, cinco venidas del Espíritu). Las lecturas que hemos leído nos dan suficientes pistas para no despistarnos. En la primera se habla de una venida espectacular (viento, ruido, fuego), haciendo referencia a la teofanía del Sinaí. Coloca el evento en la fiesta judía de Pentecostés, convertida en la fiesta de la renovación de la alianza. La Ley ha sido sustituida por el Espíritu. En Jn, Jesús les comunica el Espíritu el mismo día de Pascua.

No es fácil superar errores. No es un personaje distinto del Padre y del Hijo, que anda por ahí haciendo de las suyas. Se trata del Dios UNO más allá de toda imagen antropomórfica. No es un don que nos regala el Padre o el Hijo sino Dios como DON absoluto que hace posible todo lo que podemos llegar a ser. No es una realidad que tenemos que conseguir a fuerza de oraciones y ruegos, sino el fundamento de mi ser, del que surge todo lo que soy.

Es difícil interpretar la palabra “Espíritu” en la Biblia. Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma” griego, tienen una gama tan amplia de significados que es imposible precisar a qué se refieren en cada caso. El significado predominante es una fuerza invisible pero eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser humano para realizar tareas que sobrepasan sus posibilidades. El significado primero era el espacio entre el cielo y la tierra de donde los animales sorben la vida y nos abre una perspectiva muy interesante.

En los evangelios se deja muy claro que todo lo que es Jesús, se debe a la acción del Espíritu: «concebido por el Espíritu Santo.» «Nacido del Espíritu.» «Desciende sobre él el Espíritu.» «Ungido con la fuerza del Espíritu.» “Como era hombre lo mataron, como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida”. Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si no fuera por la acción del Espíritu. Pero no es menos cierto que no podríamos descubrir lo que es realmente el Espíritu si no fuera por lo que Jesús, desde su experiencia, nos ha revelado.

En esta fiesta se quiere resaltar que gracias al Espíritu, algo nuevo comienza. De la misma manera que al comienzo de la vida pública, Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo y con ello queda capacitado para llevar a cabo su misión, ahora la tarea encomendada a los discípulos será posible gracias a la presencia del mismo Espíritu. De esa fuerza, nace la comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para llevar a cabo la misma tarea. No se puede hablar del Espíritu sin hablar de unidad e integración y amor.

La experiencia inmediata, que nos llega a través de los sentidos, es que somos materia, por lo tanto, limitación, contingencia, inconsistencia, etc. Con esta perspectiva nos sentiremos siempre inseguros, temerosos, tristes. La Experiencia mística nos lleva a una manera distinta de ver la realidad. Descubrimos en nosotros algo absoluto, sólido, definitivo… que es más que nosotros, pero es también parte de nosotros mismos. Esa vivencia nos traería la verdadera seguridad, libertad, alegría, paz, ausencia de miedo.

No se trata de entrar en un mundo diferente, acotado para un reducido número de personas, a las que se premia con el don del Espíritu. Es una realidad que se ofrece a todos como la más alta posibilidad de ser, de alcanzar una plenitud humana que todos debíamos proponernos como meta. Cercenamos nuestras posibilidades de ser cuando reducimos nuestras expectativas a los logros puramente biológicos, psicológicos e incluso intelectuales. Si nuestro verdadero ser es espiritual, y nos quedamos en la exclusiva valoración de la materia, devaluamos nuestra trayectoria humana y reducimos el campo de posibilidades.     

La experiencia del Espíritu es de la persona concreta, pero empuja siempre a la construcción de la comunidad, porque, una vez descubierta en uno mismo, en todos se descubre esa presencia. El Espíritu se otorga siempre “para el bien común”. Fijaros que, en contra de lo que se cuenta, no se da el Espíritu a los apóstoles, sino a los discípulos, es decir a todos los seguidores de Jesús. La trampa de asignar la exclusividad del Espíritu a la jerarquía se ha utilizado para justificar privilegios y poder.

El Espíritu no produce personas uniformes como si fuesen fruto de una clonación. Es esta otra trampa para justificar toda clase de controles y sometimientos. El Espíritu es una fuerza vital y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes. La pretendida uniformidad no es más que la consecuencia de nuestro miedo, o del afán de confiar en el control de las personas y no en la fuerza del mismo Espíritu.

En la celebración de la eucaristía debíamos poner más atención a esa presencia del Espíritu. Un dato puede hacer comprender como hemos ido devaluando la presencia del Espíritu en la celebración de la eucaristía: Durante muchos siglos el momento más importante de la celebración fue la epíclesis, es decir, la invocación del Espíritu que el sacerdote hace sobre el pan y el vino. Solo mucho más tarde se confirió un poder especial, que ha llegado a ser mágico, a las palabras que hoy llamamos “consagración”.

La primera lectura de hoy nos obliga a una reflexión muy simple: ¿hablamos los cristianos, un lenguaje que puedan entender todos los hombres de hoy? Mucho me temo que seguimos hablando un lenguaje que nadie entiende, porque no nos dejamos llevar por el Espíritu, sino por nuestras programaciones ideológicas. Solo hay un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el lenguaje del amor.

Meditación

Toda vida espiritual es obra del Espíritu.
Que esa obra se lleve a cabo en mí, depende de mí mismo.
Yo necesito a Dios para ser.
Él me necesita para manifestarse.
No debo manipularlo, sino dejar que me cambie.
No soy yo el que amo, sino Dios que ama en mí.

Fray Marcos

Domingo de Pentecostés

Cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que Pablo encontró cierta vez en Éfeso un grupo de cristianos desconocidos. Algo debió de resultarle raro porque les preguntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando comenzasteis a creer?” La respuesta fue rotunda: “Ni siquiera hemos oído que hay un Espíritu Santo”. Si Pablo nos hiciera hoy la misma pregunta, muchos cristianos deberían responder: “Sé desde niño que existe el Espíritu Santo. Pero no sé para qué sirve, no influye nada en mi vida. A mí me basta con Dios y con Jesús”. Esta respuesta sería sincera, pero equivocada. Las palabras que acaba de pronunciar las ha dicho impulsado por el Espíritu Santo. Tiene más influjo en su vida de lo que él imagina. Y esto lo sabemos gracias a las discusiones y peleas entre los cristianos de Corinto.

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12,3b-7.12-13)

Los corintios eran especialistas en crear conflictos. Una suerte para nosotros, porque gracias a sus discusiones tenemos las dos cartas que Pablo les escribió. La que originó la lectura de hoy no queda clara, porque el texto, para no perder la costumbre, ha sido mutilado. Quien se toma la pequeña molestia de leer el capítulo 12 de la Primera carta a los Corintios, advierte cuál es el problema: algunos se consideran superiores a los demás y no valoran lo que hacen los otros. Con una imagen moderna, es como si un arquitecto despreciase, y considerase inútiles, al delineante que elabora los planos, al informático que trabaja en el ordenador, al capataz que dirige la obra y, sobre todo, a los obreros que se juegan a veces la vida en lo alto del andamio.

La sección suprimida en la lectura (versículos 8-11) describe la situación en Corinto. Unos se precian de hablar muy bien en las asambleas; otros, de saber todo lo importante; algunos destacan por su fe; otros consiguen realizar curaciones, y hay quien incluso hace milagros; los más conflictivos son los que presumen de hablar con Dios en lenguas extrañas, que nadie entiende, y los que se consideran capaces de interpretar lo que dicen.

Pablo comienza por la base. Hay algo que los une a todos ellos: la fe en Jesús, confesarlo como Señor, aunque el César romano reivindique para sí este título. Y eso lo hacen gracias al Espíritu Santo. Esta unidad no excluye diversidad de dones espirituales, actividades y funciones. Pero en la diversidad deben ver la acción del Espíritu, de Jesús y de Dios Padre. A continuación de esta fórmula casi trinitaria, insiste en que es el Espíritu quien se manifiesta en esos dones, actividades y funciones, que concede a cada uno con vistas al bien común.

Además, el Espíritu no solo entrega sus dones, también une a los cristianos. Gracias al él, en la comunidad no hay diferencias motivadas por el origen (judíos – griegos) ni por las clases sociales (esclavos – libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también elimina las diferencias basadas en el género (varones – mujeres). Hoy día somos especialmente sensibles a la diferencia de género. No podemos imaginar lo que suponía en el siglo I las diferencias entre un esclavo (por más cultura que tuviese) y un ciudadano libre, ni entre un cristiano de origen judío (algunos se consideraban lo mejor de lo mejor) y un cristiano de origen pagano, recién bautizado (para algunos, un advenedizo). [Solo hay un tema en el que ha fracasado el Espíritu: en unir a independentistas y nacionalistas].

En definitiva, todo lo que somos y tenemos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

¿Cómo comenzó la historia? Dos versiones muy distintas.

Si a un cristiano con mediana formación religiosa le preguntan cómo y cuándo vino por vez primera el Espíritu Santo, lo más probable es que haga referencia al día de Pentecostés. Y si tiene cierta cultura artística, recordará el cuadro de El Greco, aunque quizá no haya advertido que, junto a la Virgen, está María Magdalena, representando al resto de la comunidad cristiana (ciento veinte personas según Lucas).

Pero hay otra versión muy distinta: la del evangelio de Juan.

La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

Lucas es un entusiasta del Espíritu Santo. Ha estudiado la difusión del cristianismo desde Jerusalén hasta Roma, pasando por Siria, la actual Turquía y Grecia. Conoce los sacrificios y esfuerzos de los misioneros, que se han expuesto a bandidos, animales feroces, viajes interminables, naufragios, enemistades de los judíos y de los paganos, para propagar el evangelio. ¿De dónde han sacado fuerza y luz?  ¿Quién les ha enseñado a expresarse en lenguas tan diversas? Para Lucas, la respuesta es clara: todo eso es don del Espíritu.

Por eso, cuando escribe el libro de los Hechos, desea inculcar que su venida no es solo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Algo que se prepara con un largo período (¡cincuenta días!) de oración, y que acontecerá en un momento solemne, en la segunda de las tres grandes fiestas judías: Pentecostés. Lo curioso es que esta fiesta se celebra para dar gracias a Dios por la cosecha del trigo, inculcando al mismo tiempo la obligación de compartir los frutos de la tierra con los más débiles (esclavos, esclavas, levitas, emigrantes, huérfanos y viudas).

En este caso, quien empieza a compartir es Dios, que envía el mayor regalo posible: su Espíritu. El relato de Lucas contiene dos escenas (dentro y fuera de la casa), relacionadas por el ruido de una especie de viento impetuoso[1].

Dentro de la casa, el ruido va acompañado de la aparición de unas lenguas de fuego que se sitúan sobre cada uno de los presentes. Sigue la venida del Espíritu y el don de hablar en distintas lenguas. ¿Qué dicen? Lo sabremos al final.

Fuera de la casa, el ruido (o la voz de la comunidad) hace que se congregue una multitud de judíos de todas partes del mundo. Aunque Lucas no lo dice expresamente, se supone que la comunidad ha salido de la casa y todos los oyen hablar en su propia lengua. Desde un punto de vista histórico, la escena es irreal. ¿Cómo puede saber un elamita que un parto o un medo está escuchando cada uno su idioma? Pero la escena simboliza una realidad histórica: el evangelio se ha extendido por regiones tan distintas como Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia y Cirene, y sus habitantes han escuchado su proclamación en su propia lengua. Este “milagro” lo han repetido miles de misioneros a lo largo de siglos, también con la ayuda del Espíritu. Porque él no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios».

La versión de Juan 20, 19-23

Muy distinta es la versión que ofrece el cuarto evangelio. En este breve pasaje podemos distinguir cuatro momentos: el saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, el envío y el don del Espíritu.

El saludo es el habitual entre los judíos: “La paz esté con vosotros”. Pero en este caso no se trata de pura fórmula, porque los discípulos, muertos de miedo a los judíos, están muy necesitados de paz.

Esa paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible, porque las puertas están cerradas. Al mostrarles las manos y los pies, confirma que es realmente él. Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por los clavos, se convierten en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.

Todo podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo. Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión. Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles. [Dada la escasez actual de vocaciones sacerdotales y religiosas, no es mal momento para recordar otro pasaje de Juan, donde Jesús dice: “Rogad al Señor de la mies que  envíe operarios a su mies”].

El final lo constituye una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos. No dice el evangelistas si lo hace sobre todos en conjunto o lo hace uno a uno. Ese detalle carece de importancia. Lo importante es el simbolismo. En hebreo, la palabra ruaj puede significar “viento” y “espíritu”. Jesús, al soplar (que recuerda al viento) infunde el Espíritu Santo. Este don está estrechamente vinculado con la misión que acaban de encomendarles. A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas; entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir entre quiénes pueden aceptadas en la comunidad (perdonándoles los pecados) y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).

Resumen

Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla. Hoy es buen momento para pensar en lo que hemos recibido del Espíritu y lo que podemos pedirle que más necesitemos.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo fenómeno es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

José Luis Sicre

[1] Es lo que sugiere el texto litúrgico, que traduce ruido en los dos casos. El texto griego usa dos palabras distintas: “ruido” (h=coj) y “voz” (fwnh,). Cabe pensar que el ruido del viento se escucha solo en la casa, y lo que hace que la gente se reúna es la voz de la comunidad cristiana que alaba a Dios.

Comentario del 9 de junio

Todos nosotros, judíos y griegos, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Esto es lo que les decía san Pablo a los cristianos de Corinto; por tanto, a los que habían sido bautizados en nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Su bautismo había sido su Pentecostés, porque Pentecostés había sido un bautismo en el Espíritu, es decir, una inmersión en el Espíritu. La efusión del Espíritu –en estos términos se expresan Lucas y Juan para referirse a la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles- como un aliento, como la repartición de una llamarada de fuego, es inmersión en el Espíritu. Se recibe para llenarnos de él. Él entra en nosotros para hacernos entrar en él.

Pentecostés es, pues, donación del Espíritu de Cristo. Pero no hay propiamente donación sin acogida del don. Sólo con la acogida se hace real y efectiva la donación. Y para acogerlo hay que estar bien dispuestos, como los apóstoles, reunidos (en una casa), en oración, es decir, en actitud receptiva, a la espera del cumplimiento de la promesa. Porque Jesús les había dicho: Os enviaré mi Espíritu, el Espíritu de la verdad. Puesto que confían en la palabra-promesa de Jesús, están a la espera. Saben que Jesús no les engaña y que algo bueno tiene que aportar esta nueva presencia: al menos, el remedio para su orfandad.

San Lucas hace coincidir este envío con el día de Pentecostés, que conmemoraba la entrega de las Tablas de la Ley a Moisés en el monte Sinaí. Lo que ahora se le da a la Iglesia no es una ley, escrita en tablas de piedra, sino una persona especial (espiritual) que proporcionará a quienes la reciban clarividencia (sabiduría, entendimiento, consejo) y fuerza (temor de Dios, fortaleza, piedad): la clarividencia del que ve lo que otros no ven (la clarividencia que brota de la fe) y la fuerza que puede más que la fuerza de los poderosos o de los violentos: la fuerza del amor que atrae y que empuja más que ninguna otra fuerza, porque es un motor que arrastra a la voluntad.

Se trata de una fuerza que suscita testigos, que hace mártires, hombres y mujeres dispuestos al sacrificio de sus vidas por amor a Cristo, mártir de la verdad, que impulsa a acciones verdaderamente heroicas de renuncias al mundo, que hace vírgenes, que hace santos, que hace apóstoles. ¿Quién, si no, hizo a san Pablo, de perseguidor de los cristianos que era, apóstol de Jesucristo? El Espíritu que le mostró la verdad del cristianismo. A partir de entonces entendió que todo lo que hacía por el evangelio lo hacía movido por el Espíritu, pues era el Espíritu de Cristo resucitado el que encaminaba sus pasos hacia lugares donde podían esperarle incluso cárceles y persecuciones. Puesto que no eran sus ambiciones las que le movían, ni su afán de aventura, ni su deseo de notoriedad, puesto que lo que le movía era el amor a Jesucristo (de él se sentía mensajero y heraldo) y a todos aquellos a quienes quería hacer partícipes de la salvación traída por Cristo, había de ser el Espíritu de Cristo el impulsor de todos sus afanes y el que dirigía realmente sus pasos. Porque el amor de Cristo se confunde con su Espíritu, que no puede mover en la dirección contraria a sus mandamientos y consejos; pero sí puede mover en la dirección contraria a nuestras tendencias naturales y deseos desordenados.

El día de Pentecostés se puso en marcha la Iglesia con un acto misionero: les oyeron hablar de las maravillas de Dios en todos los idiomas. Y es que el Espíritu lanza a hablar de Dios en todos los idiomas posibles, con lenguaje verbal y gestual, a todas las gentes, con destino universal (sin detenerse en fronteras): Id al mundo entero y proclamad el evangelio. Porque el mundo necesita oír esta Buena Nueva de la salvación, traída por Cristo; porque este es el Dios del que hay que hablar: el Dios, Padre misericordioso que nos dio a conocer Jesús.

Todo esto nos muestra que el Espíritu no actúa solo. No es él quien predica, sino quien inspira y empuja al predicador; no es él quien cura o consuela, sino el que mueve a los consoladores, el que acompaña y sostiene a los enviados: el que les da sabiduría y fortaleza y entendimiento y temor y consejo, mientras actúan bajo su moción. El Espíritu es el que hace ungidos, cristianos, santos, hombres de Espíritu, espirituales, dejando en ellos, como efectos, la alegría, la paz, la servicialidad, la amabilidad, el dominio de sí, el amor. Tales son los frutos del Espíritu. Por eso, donde brotan estos frutos está actuando seguramente el Espíritu. Por sus frutos los conoceréis. Son los frutos que revelan la presencia de un hombre espiritual.

Pues bien, si fuimos bautizados en un mismo Espíritu es para que formemos un solo cuerpo. La unidad de la Iglesia, la unidad de los cristianos en ella, la unidad de los católicos, la unidad de las familias, la unidad de la persona…, la unidad es uno de los principales frutos del Espíritu y, por tanto, una señal muy clara de nuestra condición de cristianos. La unidad se confunde con el amor: el amor genera unidad y la unidad hace posible el amor. ¿Cómo amar a alguien con el que no tengo ningún vínculo de unidad? Pues bien, el Espíritu Santo nos hace uno en la medida en que acrecienta nuestro amor mutuo. El amor, que no es posible sin conocimiento, crea lazos de unidad y la unidad robustece los lazos del amor.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

24. El Evangelio no habla de la niñez de Jesús, pero sí nos narra algunos acontecimientos de su adolescencia y juventud. Mateo sitúa este período de la juventud del Señor entre dos acontecimientos: el regreso de su familia a Nazaret, después del tiempo de exilio, y su bautismo en el Jordán, donde comenzó su misión pública. Las últimas imágenes de Jesús niño son las de un pequeño refugiado en Egipto (cf. Mt 2,14-15) y posteriormente las de un repatriado en Nazaret (cf. Mt 2,19-23). Las primeras imágenes de Jesús, joven adulto, son las que nos lo presentan en el gentío junto al río Jordán, para hacerse bautizar por su primo Juan el Bautista, como uno más de su pueblo (cf. Mt 3,13-17).

Lectio Divina – 9 de junio

La promesa del Consolador. El Espíritu Santo,
maestro y memoria viva de la Palabra de Jesús
Juan 14, 15-16.23-26

1. Oración inicial

Señor, Padre misericordioso, en este día santísimo yo grito hasta ti desde mi cuarto con las puertas cerradas; a ti elevo mi oración desde el miedo y la inmovilidad de la muerte. Haz que venga Jesús y que se detenga en el centro de mi corazón, para arrojar toda miedo y toda oscuridad. Haz que venga tu paz, que es paz verdadera,

paz del corazón. Y haz que venga tu Espíritu Santo, que es fuego de amor, que inflama e ilumina, funde y purifica; que es agua viva, que salta hasta la vida eterna, que quita la sed y limpia, bautiza y renueva; que es viento impetuoso y suave al mismo tempo, soplo de tu voz y de tu respiro; que es paloma anunciadora de perdón, de un comienzo nuevo y duradero para toda la tierra.
Manda tu Espíritu sobre mí, en el encuentro con esta Palabra, en este encuentro con tu Palabra, en la escucha de ella y en la penetración de los misterios que ella conserva; que yo sea colmado y sumergido, que sea bautizado y hecho hombre nuevo, por el don de mi vida a ti y a los hermanos. Amén, aleluya.

2. Lectura

a) Para situar el pasaje en su contexto:

Estos pocos versículos, por otra parte no continuos, son como algunas gotas de agua extraídas del océano; de hecho, forman parte del largo y estupendo discurso del evangelio de San Juan que desde el cap. 13,31 abarca a todo el capítulo 17. Desde el comienzo hasta el final de esta unidad discursiva, profundísima e indecible, se trata solamente de un único tema: «ir a Jesús», que aparece incluso en 13, 33: “Todavía por un poco estoy con vosotros, donde yo voy, vosotros no podéis venir” y en 16, 28: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.» y aún en 17, 13: “Pero ahora voy a ti, Padre”. El ir de Jesús hacia el Padre incluye también el significado de nuestro caminar, de nuestro recorrido existencial y de fe en el mundo; aquí es donde aprendemos a seguir a Jesús, a escucharlo, a vivir como Él. Aquí se nos ofrece la revelación más completa sobre Jesús en el misterio de la Trinidad, como también la revelación sobre su vida cristiana, su poder, su misión, su alegría y su dolor, su esperanza y su lucha. Penetrando estas palabras, podemos encontrar la verdad del Señor Jesús y de nosotros ante Él, en Él.
Estos versículos hablan en particular de tres motivos de consolación muy fuertes para nosotros: la promesa de la venida del Consolador; la venida del Padre y del Hijo al alma del discípulo que cree; la presencia de un maestro, que es el Espíritu Santo, gracias al cual la enseñanza de Jesús no pasará jamás.

b) Para ayudar en la lectura del pasaje:

vv. 15-16: Jesús revela que la observancia de sus mandamientos no está hecha a base de constreñir, sino que es un fruto dulce, que nace del amor del discípulo hacia Él. A esta obediencia amorosa está unida la oración omnipotente de Jesús por nosotros. El Señor promete la venida de otro Consolador, enviado desde el Padre, que permanecerá siempre con nosotros para conjurar definitivamente nuestra soledad.
vv. 23-24: Jesús repite que el amor y la observancia de sus mandamientos son dos realidades vitales esencialmente unidas entre sí, que tienen el poder de introducir al discípulo en la vida mística, esto es, en la experiencia de la comunión inmediata y personal con Jesús y con el Padre.
v. 25: Jesús afirma una cosa muy importante: hay una diferencia substancial entre las cosas que Él ha dicho mientras estaba junto a los discípulos y las cosas que dirá después cuando, gracias al Espíritu, Él estará dentro de ellos. Antes, la comprensión era solo limitada, porque la relación con Él era externa: la Palabra venía de fuera y llegaba a los oídos, pero no eran pronunciadas dentro. Después, la comprensión será plena.
v. 26: Jesús anuncia al Espíritu Santo como maestro, que no enseñará ya desde fuera, sino viniendo desde dentro de nosotros. Él vivificará las Palabras de Jesús, que habían sido olvidadas y las recordará, hará que los discípulos puedan comprenderlas plenamente.

c) El texto:

Juan 14, 15-16.23-215 Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; 16 y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre.
23 «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. 26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

3. Momento de silencio orante

Dentro de la escuela del Maestro, el Espíritu Santo, me siento a sus pies y me abandono en su presencia; abro mi corazón, sin miedo, porque Él me instruye, me consuela, me amonesta, me hace crecer.

4. Algunas preguntas

a) Si me amáis”. Mi relación con el Señor, ¿es una relación de amor o no? ¿Hay espacio en mi corazón para Él? Miro dentro de mí y me pregunto: ¿“Dónde está el amor de mi vida, existe?” Y si me doy cuenta que dentro de mí no existe el amor, o hay poco, trato de preguntarme: “¿Qué es lo que me bloquea, lo que tiene mi corazón cerrado, prisionero, con tanta tristeza y soledad?”
b) “Observaréis mis mandamientos”. Me sale al encuentro el verbo observar, con toda la carga de sus muchos significados: mirar bien, proteger, prestar atención, conservar en vida, reservar y preservar, no arrojar, mantener con cuidado, con amor. ¿Vivo iluminado por estas actitudes mi relación de discípulo, de cristiano, con la Palabra y los mandamientos que Jesús nos ha dejado para nuestra felicidad?
c) “Él os dará otro Consolador”. ¿Cuántas veces me he puesto a la búsqueda de alguno que me consolara, se preocupara de mí, me mostrase afecto o prestara atención? ¿Me he convencido que la verdadera consolación viene del Señor? O, ¿me fío más de las consolaciones que yo encuentro, que mendigo aquí y allí, que recojo como migajas, sin poder quitar el hambre verdaderamente?
d) “Haremos morada en él”. El Señor está a la puerta, llama y espera; Él no fuerza, no constriñe. Él dice: “Si quieres…”. Me propone de convertirme en su casa, en el lugar de su reposo, de su intimidad; Jesús está pronto, es feliz de poder encontrarme, de unirse a mí en una amistad del todo especial. Pero ¿estoy yo pronto? ¿estoy esperando la visita, la venida, la entrada de Jesús en mi existencia más íntima y personal? ¿hay lugar para Él en mi casa?
e) “Os recordará todo lo que os dicho”. El verbo “recordar” conlleva otra realidad muy importante, esencial, diría. Soy provocado, escrutado por la Escritura. ¿Dónde aplico mi memoria? ¿Qué es lo que me esfuerzo en retener en la mente, hacer vivir en mi mundo interior? La Palabra del Señor es un tesoro muy precioso; es una semilla de vida que se ha sembrado en mi corazón; ¿presto atención a esta semilla? ¿Sé que me defenderá de los miles de enemigos y peligros que me asaltan: los pájaros, el calor, las piedras, las espinas, el maligno? ¿Llevo conmigo, cada mañana, una Palabra del Señor para recordarla durante el día y hacer de ella mi luz secreta, mi fuerza, mi alimento?

5. Una clave de lectura

En este momento me acerco a cada uno de los personajes presentes en estas líneas, me pongo a la escucha, en oración, en meditación – rumiando – en contemplación …

El rostro del Padre:

Jesús dice: “yo pediré al Padre (v. 16) y levanta un poco el velo del misterio de la oración: ella es el camino que conduce al Padre. Para llegar al Padre se nos ha dado el camino de la oración; como Jesús vive su relación con el Padre a través de la oración, así nosotros. Recorro las páginas del Evangelio y busco atentamente cualquier indicio respecto a este secreto de amor entre Jesús y su Padre, ya que entrando en aquella relación, también yo puedo conocer más a Dios, mi Padre.

“Y os dará otro Consolador”. El Padre es el que nos da al Consolador. Este don está precedido del acto de amor del Padre, que sabe que necesitamos de consolación: Él ha visto mi miseria en Egipto y ha oído mi grito, conoce, de hecho, mis sufrimientos y ve mi opresión, que me atormentan (cfr. Ex 3, 7-9); nada se escapa a su amor infinito por mí. Por todo esto, Él nos da el Consolador. El Padre es Dador: todo viene de Él y de nadie más.

“Mi Padre le amará” (v. 24). El Padre es el Amante, que ama con amor eterno, absoluto, inviolable, imborrable. Como lo dice Isaías, Jeremías y todos los profetas (cfr. Jr 31,3; Is 43,4; 54,8; Os 2,21; 11,1).

“Vendremos a él”. El Padre está unido a su Hijo Jesús, es una sola cosa con Él y con Él viene a cada hombre, está dentro de cada hombre. Se traslada, sale, se inclina y camina hacia nosotros. Impulsado por un amor delirante e inexplicable, Él se acerca a nosotros.

“Y haremos morada en él”. El Padre construye su casa en nosotros; hace de nosotros, de mi existencia, de todo mi ser, su morada. Él viene y no se va, sino que permanece fielmente.

El rostro del Hijo:

“Si me amáis…” (v. 15); “Si alguno me ama…” (v. 23). Jesús entra en relación conmigo de un modo único y personal, cara a cara, corazón a corazón, alma a alma; me propone un lazo intenso, único, irrepetible y me une a Sí a través del amor, si yo quiero. Siempre pone el “si” y dice, llamándome por mi nombre: “Si quieres…”. El único camino que Él recorre para llegar a mí, es la del amor; de hecho, percibo que los pronombres “vosotros” y “alguno” están relacionados al “me” del verbo “amar” y de ningún otro verbo.

“Yo pediré al Padre” (v. 16). Jesús es el orante, que vive de la oración y para la oración; toda su vida está llena de oración, era oración. Él es el sumo y eterno sacerdote que intercede por nosotros y ofrece oraciones y súplicas, acompañadas de lágrimas (cfr. Hb 5, 7), por nuestra salvación: “De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7, 25).

“Si alguno me ama guardará mi palabra” (v. 23); “El que no me ama no guarda mis palabras” (v. 24). Jesús me ofrece su Palabra, me la da como consigna, para que yo la cuide y la guarde, la ponga en el tesoro de mi corazón y allí me dé calor, la vele, la contemple, la escuche y, haciéndolo así, la haga fructificar. Su Palabra es una semilla; es la perla más preciosa de todas, por la cual vale la pena vender todas las riquezas; es el tesoro escondido en el campo, por el cual se excava en el mismo, sin temer al cansancio; es el fuego que nos hace arder el corazón en el pecho; es la lámpara que nos permite tener luz para nuestros pasos, aunque la noche sea oscura. El amor a la Palabra de Jesús se identifica con mi amor por el mismo Jesús, por toda su persona, ya que Él, en definitiva, es la Palabra, el Verbo. Y, por lo tanto, en estas palabras, Jesús me está gritando al corazón ¡que es a Él a quien debo guardar!

El rostro del Espíritu Santo:

“El Padre os dará otro Consolador” (v. 16). El Espíritu Santo nos es dado por el Padre; él es la “dádiva buena y el don perfecto que viene de lo alto” (St 1, 17). Él es “otro Consolador” con relación a Jesús, que se va y viene para no dejarnos solos, abandonados. Mientras que esté en el mundo, yo no estoy desconsolado, sino confortado por la presencia del Espíritu Santo, que no es solamente un consuelo, sino mucho más: es una persona viva junto a mí siempre. Esta presencia, esta compañía es capaz de darme la alegría, la verdadera alegría; de hecho dice San Pablo: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz …” (Gal 5, 22; cfr. también Rm 14, 17).

“Para que esté con vosotros para siempre”. El Espíritu está en medio de nosotros, está conmigo, como Jesús estaba con los discípulos. Su verdadera presencia se hace presencia física, personal; yo no lo veo, pero sé que está y que no me abandona. El Espíritu permanece para siempre y vive conmigo, en mí, sin una limitación de tiempo o de espacio; así Él es el Consolador.

“Os lo enseñará todo” (v. 26). El Espíritu Santo es el Maestro, el que abre la vía para el conocimiento, para la experiencia; nadie, fuera de Él, puede guiarme, plasmarme, darme una forma nueva. Su escuela no es para alcanzar una ciencia humana, que hincha y no libera; sus enseñanzas, sus sugerencias, sus indicaciones concretas vienen de Dios y a Dios vuelven. El Espíritu Santo enseña la sabiduría verdadera y el conocimiento (Sal 118, 66), enseña la voluntad del Padre (Sal 118, 26.64), sus senderos (Sal 24,4), sus mandamientos (Sal 118, 124.135), que hacen vivir. Él es el Maestro capaz de guiarme a la verdad plena (Jn 16, 13), que me hace libre en lo más profundo, hasta donde se divide el alma y el espíritu, donde solamente Él, que es Dios, puede llevar vida y resurrección. Es humilde, como Dios, y se abaja, desciende de su cátedra y viene dentro de mí (cfr. Hch 1, 8; 10, 44), se entrega a mí así, de modo pleno, absoluto; no es celoso de su don, de su luz, sino que la ofrece si medida.

6. Un momento de oración: Salmo 30

Canto de alabanza al Señor,
que nos ha enviado desde lo alto la vida nueva del Espíritu.

R. Tu me das la vida plena, Señor, aleluya!

Te ensalzo, Yahvé, porque me has levantado,
no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Yahvé, Dios mío, te pedí auxilio y me curaste.
Tú, Yahvé, sacaste mi vida del Seol,
me reanimaste cuando bajaba a la fosa. R.

Cantad para Yahvé los que lo amáis,
recordad su santidad con alabanzas.
Un instante dura su ira,
su favor toda una vida;
por la tarde visita de lágrimas,
por la mañana gritos de júbilo. R.

Al sentirme seguro me decía:
«Jamás vacilaré».
Tu favor, Yahvé, me afianzaba
más firme que sólidas montañas;
pero luego escondías tu rostro
y quedaba todo conturbado.
A ti alzo mi voz, Yahvé,
a mi Dios piedad imploro. R.

¡Escucha, Yahvé, ten piedad de mí!
¡Sé tú, Yahvé, mi auxilio!
Has cambiado en danza mi lamento:
me has quitado el sayal, me has vestido de fiesta.
Por eso mi corazón te cantará sin parar;
Yahvé, Dios mío, te alabaré por siempre. R.

7. Oración final

Espíritu Santo, deja que te hable todavía, una vez más; para mí es difícil separarme del encuentro de esta Palabra, porque en ella estás presente Tú, vives y actúas Tú. Te presento, a tu intimidad, a tu Amor, mi rostro de discípulo; me reflejo en Ti, Espíritu Santo. Te entrego, dedo de la derecha del Padre, mis proyectos, mis ojos, mis labios, mis orejas… realiza la obra de curación, de liberación y de salvación; que yo renazca hoy, como hombre nuevo del seno de tu fuego, de la respiración de tu viento. Espíritu Santo, sé que no he nacido para permanecer solo; por esto, te ruego: envíame a mis hermanos, para que pueda anunciarles la Vida que viene de Ti. Amén. ¡Aleluya!

Pentecostés: El Espíritu Santo

1.- El periodo pascual del calendario litúrgico que se inició la noche de Pascua concluye hoy. Han sido cincuenta días de Aleluya. Si se inició con la Resurrección del Señor, acaba con la efusión masiva del Espíritu Santo. Jesús inicialmente anunció su llegada, que no sería casual, ya que dijo desde el principio que nos lo enviaría Él. Este era su explícito propósito. Expresaba también de esta manera su íntima unión entre ambos. Más tarde advirtió a los Apóstoles que convenía que llegara, y empezó a predecir qué provecho traería.

2.- Recordad, mis queridos jóvenes lectores, que en más de un encuentro con los Apóstoles, ya resucitado, les dijo: recibid el Espíritu Santo. Por lo que nos dicen los evangelistas, ellos no fueron conscientes de que algo en su interior, cambiaba. ¿qué creían ellos que era el Espíritu Santo? Es difícil suponerlo. Desde los inicios de la Tora (Pentateuco) se hablaba de Él. Decía el texto “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”. (Gn 1,1ss)

3.- Lo de viento de Dios, en hebreo es ruah, en griego pneuma o sophia (sabiduría) shekina (presencia inmaterial de Dios). Estas palabras, en ambas lenguas, son de género femenino. Imaginad que ideas irían sembrándose en su interior y germinarían poco a poco, expresándose de esta manera, es decir haciendo referencia a alguien cuyo vocablo denominador era de género femenino. Situándonos ahora en otro campo, recordad que la mayoría de seres vivientes, numéricamente considerados, carecen de sexo. Pensad en tantos protozoos que nos invaden por todos los lugares. La división de los unicelulares, gemación o mitosis, no implica ninguna relación sexual. Si esto ocurre así, no nos debe extrañar que al Ser Superior, Creador, Salvador y Defensor, no se le atribuya ningún sexo.

(Que llegado Dios, la Persona del Hijo, a la historia humana, y en el planeta tierra, se expresara y fuera su corporeidad masculina, no significa que la Divinidad sea sexuada, vuelvo a repetir)

(De manera semejante, que en un cierto momento, la presencia del Espíritu se presentase en forma de paloma, no implica que la que llamamos Tercera Persona, que procede del Padre y del Hijo, se empalomase. Como tampoco que el día de Pentecostés, se incendiase e inflamase físicamente su entorno, o que el vendaval que percibieron los de la comunidad que estaban reunidos en Jerusalén, tampoco quiere decir que los meteorólogos, si es que los hubo en aquel tiempo, es un decir, anotasen que en la Capital habían sufrido un fenómeno atmosférico de gran categoría).

4.- En cierto lugar del libro de los Hechos de los Apóstoles, (1, 15) se dice que la comunidad de los creyentes en el Señor era de unos 120. El día de Pentecostés, centraba la atención Santa María, la Madre del Señor, a la que acompañaban los Apóstoles, las Santas Mujeres, que durante su vida histórica habían acompañado y numerosos Discípulos. No es necesario creer que en este momento estuvieran presentes todos. Pero sí que se trataba de un encuentro numeroso y solemne. Reconozco que en la representación de Pentecostés, los artistas, generalmente, reducen los protagonistas a los Doce con Santa María en medio. Me gustó mucho una vidriera referida a Pentecostés en la catedral de Colonia, donde el autor había incluido también a las santas mujeres y a algunos de los discípulos. Si esto es cierto, también es verdad que no recuerdo ningún otro ejemplo.

5.- El momento con las muestras que nos cuenta el texto, asombraría a todos. Ciertamente que a Santa María le evocaría el inolvidable momento de Nazaret, cuando se le dijo que la sombra del Espíritu la amparaba. Se sentiría feliz de que a los que la acompañaban en aquel momento, se le otorgase también un tal gran don. Los Apóstoles descubrirían en aquel momento la gran dimensión de lo que a ellos, en “petit comité”, ya se les había dado. Las mujeres saltarían de gozo al experimentar la Gracia y los favores que en aquel momento recibían y que les recordaban el extraordinario buen estado de ánimo que la compañía del Señor, siempre las embargaba, se alegrarían sin duda de estar acompañadas de tantos amigos.

6.- María, la de Mágdala, ¡como brillaría su rostro al cruzarse su mirada con la de la Madre y cuanto se alegraría de haberla acompañado en el Calvario! ¡cómo sonreiría al encontrarse con Pedro y Juan, a los que había comunicado primero la Resurrección de aquel que hoy no estaba ausente, pero que el protagonismo se lo había cedido al Paráclito, el que recogía el testigo y empujaba a comunicar la gran noticia a tantos conciudadanos, jerosolimitanos, galileos, griegos y extranjeros, a los que ahora ella, ellas, ellos y todos los del recinto estaban llamados a imitarla!

7.- La sorpresa de los innumerables discípulos sería inmensa. No se reservaron ni la noticia, ni la experiencia. Sin que nadie llamara, abrieron puertas y ventanas y alborotaron de tal manera al pueblo, que algunos, audaz es la ignorancia, les supusieron embriaguez.

8.- Mis queridos jóvenes lectores, Pentecostés se prolonga entre nosotros. El don de lenguas, el prodigio de que tanta gente escuchara y entendiera, se nos ha otorgado, de otra manera, a nosotros también. No os lo reservéis. Nadie os preguntará de donde habéis salido y qué ambicionáis. La realidad virtual, Internet, os permite actualizar, hacer vuestro Pentecostés. No desaprovechéis la ocasión. A todo el orbe puede llegar vuestra predicación. Que nadie os preguntará la edad, o si sois diáconos, presbíteros u obispos. Tampoco interesará si sois los autores o aprovecháis el texto, la predicación, de otro para ofrecerla como un don, un regalo, una confidencia. Pentecostés debe impregnar a todos.

9.- Me fijo ahora en otro aspecto. Os decía antes que la Persona Divina del Espíritu Santo se había expresado con un vocablo femenino. Os digo que la tradición plástica cristiana la había expresado, excepto en la cultura copta y abisinia, como una persona humana joven. Tengo siempre muy presente las imágenes que he contemplado en la cartuja de Miraflores de Burgos, en la ermita de Trinité, en el Pirineo francés. O las reproducciones de lo que pintó, de acuerdo con las indicaciones de Santa Crescencia de Kaubeuren, un artista, ya que ella, según dijo la muy devota mística, tuvo el don y gracia de que se le apareciese el Espíritu Santo. Diseñó de acuerdo con sus indicaciones. Pienso también en los frescos de la iglesia de Urschalling, en Baviera (Alemania).

10.- Yo soy viejo, ya lo sabéis, y en muchas circunstancias de mi larga y rica vida espiritual´, se me han otorgado muchísimos dones. Pero es verdad también que he pasado por el deseo de ser ayudado por Dios como mi madre lo hizo durante mi infancia y después también. Algo semejante recibí de mis hermanas. No olvido tampoco los favores de algunas amigas. No me quejo, ni de mi padre, ni de mi hermano, ni de mis amigos, pero el amor femenino, desde el ángulo que sea, es peculiar. Yo renuncié, y he sido fiel, al aspecto erótico-matrimonial, pero no a los demás, de manera que en algunos momentos deseamos ser amados y ayudados por amistad femenina que no quizá no esté próxima, no me desespero. Aprecio mucho invocar a la feminidad de Dios, sin que olvide las enseñanzas y ayudas de Jesús varón, ni los poderes de Dios-Padre. Chicos y chicas, cada uno según su idiosincrasia, puede invocar a Dios-Madre si considerándolo así os satisface más.

11.- Me he dirigido a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, en lengua castellana, podría hacerlo en alguna otra, catalán o francés un poco, pero no me aflijo. Hace pocos días abrí por puro entretenimiento el Google y encontré archivos a mi nombre en portugués, inglés o alemán. Tuve la satisfacción de que mediante Internet, se prolongaba en mí, el milagro de Pentecostés.

12.- Vosotros, si queréis, también podréis gozar satisfechos y sabréis que el Señor os ha puesto en este momento de la historia, para que seáis capaces de que propagar el Evangelio. Será redacción vuestra, y que alguien con facilidad, con simple clic, podrá traducir y recibirlo y entenderlo en su lengua, con bastante exactitud, cada vez mejor, que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, que diría aquel. No todos los habitantes de Jerusalén serían capaces de escuchar bien los discursos de Pedro y compañía. Tampoco olvidéis que Jesús dijo que el Enviado sería nuestro defensor, es nuestro abogado en los ámbitos celestiales, para que seamos admitidos y en los terráqueos, para que no caigamos en el error.

P.D. no tengo ninguna animadversión a las palomas. Por alrededor de mi casa encuentro torcaces y tórtolas y me alegro de verlas. Recuerdo que fueron ofrenda de Santa María en el Templo, pero, sinceramente, no me evocan nunca al Paráclito.

Pedrojosé Ynaraja

Somos misión

Hay personas que llaman la atención por el modo en que realizan sus actividades, tareas, aficiones… No es simplemente que cumplan correctamente con su deber o que hagan bien las cosas, es algo que va más allá: se nota que “les sale de dentro”, que aunque lo que hacen les suponga esfuerzo, preocupaciones… se sienten satisfechos porque “eso es su vida”.

Hoy estamos celebrando la solemnidad de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Y con motivo de esta festividad, la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar ha publicado unos materiales de reflexión con el lema “Somos misión”.

En la 1ª lectura hemos escuchado que todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente… vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo… “También hoy nos reunimos, junto con María, la Madre de Jesús y nuestra, porque necesitamos el empuje del Espíritu para “salir” de nuestras rutinas, miedos, espacios de confort y convertirnos en “discípulos misioneros” que den testimonio con valentía de la novedad del Evangelio. El Espíritu Santo que recibieron los apóstoles de la Iglesia naciente, es el mismo Espíritu que un día recibimos en nuestro bautismo, y el mismo que hoy Jesús Resucitado sigue derramando sobre cada uno de nosotros, para animar nuestro caminar creyente y renovar nuestro compromiso cristiano.

La solemnidad de Pentecostés es una de las más importantes, puesto que actualizamos el cumplimiento de la promesa de Cristo a los apóstoles de que el Padre enviaría al Espíritu Santo para guiarlos en la misión evangelizadora. En este contexto celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar subrayando que cada fiel laico, animado por la fuerza del Espíritu Santo, está llamado a descubrir, en medio del Pueblo de Dios, que es una misión”.

En la 2ª lectura hemos escuchado: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Siguiendo el ejemplo que poníamos al principio, los fieles laicos han de llamar la atención no tanto por sus capacidades, su corrección… sino porque se dejan llevar por el Espíritu de Dios a la hora de llevar adelante todo lo que conforma su vida cotidiana.

“Nuestra vida, por tanto, es nuestra misión. Nuestra misión es vivir la vida a la manera de Cristo. Nuestra misión es nuestra vida, vivida para la comunión. Ese es el sentido de nuestra vida. Si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Nuestra tarea consiste en acoger ese Amor liberador para construir nuestra propia vida y la de nuestro entorno desde el proyecto de Dios. Y eso es posible gracias a la acción del Espíritu en nosotros”.

La solemnidad de Pentecostés nos recuerda que, aunque no lo tengamos presente, el Espíritu Santo está con nosotros en nuestro caminar diario. En el Evangelio Jesús ha dicho: Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad… El Espíritu Santo… será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. Por esta presencia del Espíritu, “la misión no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar, no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo” (EG 273). :

Dice el papa Francisco: “no es que la vida tenga una misión, sino que es misión” (GE 27). Y hoy, Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, la llamada a “ser misión” va dirigida especialmente a los laicos porque “los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados. Y como laicos estáis llamados a ser discípulos misioneros de Cristo en la Iglesia y en el mundo, «bautizados y enviados». Es necesario que todos nos sintamos partícipes, corresponsables en la misión de la Iglesia. Que aprendamos a trabajar no por oficinas aisladas, sino por proyectos, que son los que nos ayudan a ir creciendo en búsqueda de objetivos y logros comunes. Los laicos, por vuestra condición personal, al estar más en contacto, inmersos en las realidades temporales, estáis llamados, de un modo particular, a ser Iglesia en medio del mundo. Estáis llamados a que vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas (niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos) y a todos los ambientes (familia, trabajo, educación, compromiso sociocaritativo, ocio y tiempo libre…)”.

La Solemnidad de Pentecostés es “un fuerte llamado de atención para todos nosotros”, para que “llamemos la atención” en nuestra sociedad. Y para eso “tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (GE 23), sabiendo que ese reflejo de Jesucristo es fruto del Espíritu Santo que habita en nosotros.

La llegada del Espíritu

1.-Jesús se ha marchado. Ha ido al cielo. Y en su lugar, envía al abogado, al Paráclito, al Espíritu. Este Espíritu de Dios va a cambiar profundamente a los Apóstoles y va a poner en marcha –a gran velocidad— a la naciente Iglesia. Y ese va a ser el gran milagro de la Redención, superior –si se nos permite— a los grandes signos que el Señor Jesús realizó sobre la faz de la Tierra. Unos cuantos jóvenes temerosos, que habían asistido –desperdigados— a la ejecución de Jesús, asisten, todavía, llenos de dudas al prodigio de la Resurrección y de la contemplación del Cuerpo Glorioso.

2.- Los Apóstoles van a preguntar a Jesús, todavía –lo leíamos el domingo pasado— va a restablecer el Reino de Israel». No se percatan de la grandeza de su misión, n i de lo que significa la Resurrección de Jesús. El Espíritu va a cambiarlos, profunda y radicalmente. Y así, de manera maravillosa, va a comenzar la Iglesia su andadura. Y cómo llama la atención el efecto del Espíritu Santo que inundó a los primeros discípulos y que narran los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de Pablo. Lucidez, entrega, valentía, amor, exhiben los Apóstoles en esos primeros momentos.

3.- Puede decirse que ya, en un momento de nuestra conversión, tenemos todos los conceptos básicos en nuestra mente. Y poco a poco esos conceptos se van haciendo más claros para situarse en la realidad de nuestros días, pero también en lo más profundo de nuestro espíritu. Hay percepciones muy interesantes y «explicaciones» internas a muchas dudas. Existe pues una ayuda exterior, clara e inequívoca que marca esa presencia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos renueva por dentro y por fuera. Está cerca de nosotros y lo único que tenemos que hacer es dejarle sitio en nuestra alma, en nuestro corazón.

4.- También, la promesa de la renovación de la faz de la tierra es importante. En estos tiempos en los que la mayoría del género humano ha aprendido a ser ecologista, sí que se le podía pedir al Espíritu que renovara la faz del planeta para terminar con toda contaminación y agresión. Contaminar es sucio –lo contrario a puro— y agredir es violencia, lo opuesto al sentido amoroso de la paz que nos comunica el mensaje de Cristo. El Día de Pentecostés es la jornada de la renovación, de la mejora, del entendimiento y tiene que significar un paso más en la calidad de nuestra conversión. El, el Espíritu nos ayuda. Y debemos oírle y sentirle, uno a uno; no solo en las celebraciones comunitarias en las misas de hoy, si no en nuestro interior.

5.- La Iglesia celebra una Vigilia de Pentecostés que es preciosa por sus contenidos litúrgicos. Aunque menos celebrada que la Vigilia de Pascua, pero no por eso menos interesante. Hay asimismo una gran similitud con las lecturas de la Misa del Domingo que es la que estamos comentando. Aparece la Secuencia del Espíritu, texto maravilloso, utilizado también como himno en la Liturgia de las Horas y que es, sin duda, una de las composiciones litúrgicas más bellas que se conocen. El relato de los Hechos de los Apóstoles es de una belleza y plasticidad singulares, el viento recio, las lenguas como de fuego, la capacidad para hacerse entender en diversas lenguas e, incluso, el comentario asombrado de quienes escuchan.

6.- Y es que el prodigio acaba de comenzar y este prodigio continúa vivo. El Espíritu Santo mantiene la actividad de la Iglesia y nuestro propio esfuerzo de santificación o de evangelización. La respuesta al salmo es también de una gran belleza y portadora de esperanza: «Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra». La faz de la tierra tiene que ser renovada en estos días malos. San Pablo va a definir de manera magistral que hay muchos dones, muchos servicios muchas funciones, pero un solo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. Es una gran definición Trinitaria enmarcada en la vida de la Iglesia. El Evangelio de San Juan nos completa el relato.

7.- Será Cristo resucitado quien abra a los Apóstoles el camino del Espíritu. Les dice: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Y se muestra, asimismo, la capacidad de la Iglesia para el perdón de los pecados. Cristo acaba de instituir el Sacramento de la Penitencia. El camino, pues, de la Iglesia queda abierto. La labor corredentora de los Apóstoles y de sus sucesores está en marcha.

Ángel Gómez Escorial

Comentario al evangelio – 9 de junio

Una historia animada por el Espíritu

      Al final de la Pascua, llega la fiesta de Pentecostés, la gran Pascua del Espíritu, la celebración de una historia en la que el Espíritu de Dios es el guía e inspirador. Hoy no hay que mirar sólo a aquel momento inicial que se nos relata en los Hechos de los Apóstoles, cuando los discípulos experimentaron con fuerza nunca sentida antes la presencia del Espíritu de Dios que les animaba a salir del cuarto cerrado en que se habían metido por miedo a los judíos y a predicar la buena nueva a todos los hombres y mujeres, en todas las lenguas y en todas las culturas. Porque el amor y la salvación de Dios son para todos. 

      Hoy tendríamos que saber contemplar la acción del Espíritu a lo largo de la historia de la Iglesia. Cuando miramos estos veinte siglos, tenemos la tentación de hacer la historia de las ideas o de los concilios o de los documentos o de los papas. Pero la historia de la Iglesia es mucho más que eso: es la historia de los hombres y mujeres –importantes o no, con cargo o sin él– que se dejaron llevar por la fuerza del Espíritu y que anunciaron a la buena nueva con su vida y con sus palabras y su forma de amar a todos los que se encontraron en el camino. 

      Hoy es importante repasar los nombres que conocemos, los de los santos, aquellos en los que el pueblo de Dios ha reconocido la presencia del Espíritu y la fidelidad humana. Gracias a ellos hoy seguimos reconociendo la presencia del Espíritu en la Iglesia. Desde los que escribieron los Evangelios y los que dieron el testimonio de primera hora, como fueron Pedro y Pablo, hasta los santos de los últimos siglos. Tampoco hay que olvidar el momento actual de la Iglesia. No podemos dejar de mirar a los que se sientan a nuestro lado durante la misa, a los miembros de nuestra comunidad cristiana. En ellos –en mí– también está presente el Espíritu, alentándolos –alentándome– a ser mejores, a amar más, a ser más generosos. 

      Las lenguas de fuego y el viento impetuoso de que se habla en la primera lectura no son más que un símbolo para expresar la fuerza del Espíritu de Dios que llega hasta el corazón de la persona humana y es capaz de transformarla. Cuando se abren las puertas del corazón al Espíritu, ya nada es igual. Todo se ve desde otra perspectiva, la del amor y la misericordia de Dios. Nuestra historia personal se transforma en el fuego del Espíritu. 

      Hoy es día para dar gracias a Dios por el don de su Espíritu, porque nos ha hecho participar en esta historia de hombres y mujeres santos y nos llama también a nosotros a la santidad. Abramos el corazón al Espíritu de Jesús y él nos enseñará, como dice el Evangelio, a vivir en cristiano, nos hará recordar en todo momento a Jesús y nos ayudará a guardar el mandamiento del amor. 

Para la reflexión

      ¿He sentido algunas veces la llamada a ser más generoso, a perdonar al que me había ofendido, a ayudar al necesitado? Ésa es la llamada del Espíritu. ¿He seguido su inspiración o la he rechazado? ¿Qué ha significado eso para mi vida?

Fernando Torres, cmf