Vísperas – Lunes X de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES X TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V.Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ahora que la noche es tan pura,
y que no hay nadie más que tú,
dime quién eres.

Dime quién eres y por qué me visitas,
por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas sin decirme tu nombre.

Dime quién eres tú que andas sobre la nieve;
tú que, al tocar las estrellas, las haces palidecer de hermosura;
tú que mueves el mundo tan suavemente,
que parece que se me va a derramar el corazón.

Dime quién eres; ilumina quién eres;
dime quién soy también, y por qué la tristeza de ser hombre;
dímelo ahora que alzo hacia ti mi corazón,
tú que andas sobre la nieve.

Dímelo ahora que tiembla todo mi ser en libertad,
ahora que brota mi vida y te llamo como nunca.
Sosténme entre tus manos, sosténme en mi tristeza,
tú que andas sobre la nieve. Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

SALMO 44:

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 2, 13

No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, que ama a la Iglesia y le da alimento y calor, y digámosle suplicantes:

Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo.

  • Señor Jesús, haz que todos los hombres se salven
    — y lleguen al conocimiento de la verdad.
  • Guarda con tu protección al papa y a nuestro obispo,
    — ayúdalos con el poder de tu brazo.
  • Ten compasión de los que buscan trabajo,
    — y haz que consigan un empleo digno y estable.
  • Sé, Señor, refugio del oprimido
    — y su ayuda en los momentos de peligro.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Te pedimos por el eterno descanso de los que durante su vida ejercieron el ministerio para bien de tu Iglesia:
    — que también te celebren eternamente en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has querido asistirnos en el trabajo que nosotros, tus pobres siervos, hemos realizado hoy, al llegar al término de este día, acoge nuestra ofrenda de la tarde, en la que te damos gracias por todos los beneficios que de ti hemos recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V.El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R.Amén.

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Lectio Divina – 10 de junio

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, fuente de todo bien, escucha sin cesar nuestras súplicas; y concédenos, inspirados por ti, pensar lo que es recto y cumplirlo con tu ayuda. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del santo Evangelio según Mateo 5,1-12
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y, tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

3) Reflexión

• A partir de hoy, inicio de la 10ª Semana del Tiempo Ordinario, hasta final de la 21ª Semana del Tiempo Ordinario, los evangelios estarán sacados del evangelio de Mateo. A partir del inicio de la 22ª Semana del Tiempo Ordinario, hasta fin del año litúrgico, estarán sacados del evangelio de Lucas.

• En el Evangelio de Mateo, escrito para las comunidades de judíos convertidos de Galilea y Siria, Jesús es presentado como el nuevo Moisés, el nuevo legislador. En el AT la Ley de Moisés fue codificada en cinco libros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Imitando el modelo antiguo, Mateo presenta la Nueva Ley en cinco grandes Sermones dispersos en el evangelio: a) el Sermón del Monte (Mt 5,1 a 7,29); b) el Sermón de la Misión (Mt 10,1-42); c) El Sermón de las Parábolas (Mt 13,1-52); d) el Sermón de la Comunidad (Mt 18,1-35); e) El Sermón del Futuro del Reino (Mt 24,1 a 25,46). Las partes narrativas, intercaladas entre los cinco Sermones, describen la práctica de Jesús y muestran como él observaba la nueva Ley y la encarnaba en su vida.

• Mateo 5,1-2: El solemne anuncio de la Nueva Ley. De acuerdo con el contexto del evangelio de Mateo, en el momento en que Jesús pronunció el Sermón del Monte, había apenas cuatro discípulos con él (cf. Mt 4,18-22). Poca gente. Pero una multitud inmensa le seguía (Mt 4,25). En el AT, Moisés subió al Monte Sinaí para recibir la Ley de Dios. Al igual que Moisés, Jesús sube al Monte y, mirando a la multitud, proclama la Nueva Ley. Es significativo : Es significativa la manera solemne como Mateo introduce la proclamación de la Nueva Ley: “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y, tomando la palabra, les enseñaba diciendo:«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” Las ocho Bienaventuranzas forman una solemne apertura del “Sermón de la Montaña”. En ellas Jesús define quien puede ser considerado bienaventurado, quien puede entrar en el Reino. Son ochos categorías de personas, ocho puertas para entrar en el Reino, para la Comunidad. ¡No hay otras entradas! Quien quiere entrar en el Reino tendrá que identificarse por lo menos con una de estas categorías.

• Mateo 5,3: Bienaventurados los pobres de espíritu. Jesús reconoce la riqueza y el valor de los pobres (Mt 11,25-26). Define su propia misión como la de “anunciar la Buena Nueva a los pobres” (Lc 4,18). El mismo, vive como pobre. No posee nada para sí, ni siquiera una piedra donde reclinar la cabeza (Mt 8,20). Y a quien quiere seguirle manda escoger:¡o Dios, o el dinero! (Mt 6,24). En el evangelio de Lucas se dice: “¡Bienaventurados los pobres!” (Lc 6,20). Entonces, ¿quién es “pobre de espíritu”? Es el pobre que tiene el mismo espíritu que animó a Jesús. No es el rico. Ni es el pobre como mentalidad de rico. Es el pobre que, como Jesús, piensa en los pobres y reconoce su valor. Es el pobre que dice: “Pienso que el mundo será mejor cuando el menor que padece piensa en el menor”.

1. Bienaventurados los pobres de espíritu  => de ellos es el Reino de los Cielos
2. Bienaventurados los mansos => heredarán la tierra
3. Bienaventurados los que lloran => serán consolados
4. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia => serán saciados
5. Bienaventurados los misericordiosos => obtendrán misericordia
6. Bienaventurados los limpios de corazón => verán a Dios
7. Bienaventurados los que trabajan por la paz => serán hijos de Dios
8. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia => de ellos es el Reino de los Cielos

• Mateo 5,4-9: El nuevo proyecto de vida. Cada vez que en la Biblia se intenta renovar la Alianza, se empieza estableciendo el derecho de los pobres y de los excluidos. Sin esto, ¡la Alianza no se rehace! Así hacían los profetas, así hace Jesús. En las bienaventuranzas, anuncia al pueblo el nuevo proyecto de Dios que acoge a los pobres y a los excluidos. Denuncia el sistema que ha excluido a los pobres y que persigue a los que luchan por la justicia. La primera categoría de los “pobres en espíritu” y la última categoría de los “perseguidos por causa de la justicia” reciben la misma promesa del Reino de los Cielos. Y la reciben desde ahora, en el presente, pues Jesús dice “¡de ellos es el Reino!” El Reino ya está presente en su vida. Entre la primera y la última categoría, hay tres otras categorías de personas que reciben la promesa del Reino. En estos tres dúos transpare el nuevo proyecto de vida que quiere reconstruirla en su totalidad a través de un nuevo tipo de relaciones: con los bienes materiales (1er dúo); con las personas entre sí (2º dúo); con Dios (3er dúo). La comunidad cristiana debe ser una muestra de este Reino, un lugar donde el Reino empieza a tomar forma desde ahora.

• Los tres: Primera dúo: los mansos y los que lloran: Los mansos son los pobres de los que habla el salmo 37. Se les quitó su tierra y la van a heredar de nuevo (Sal 37,11; cf Sal 37.22.29.34). Los afligidos son los que lloran ante la injusticia en el mundo y entre la gente (cf. Sl 119,136; Ez 9,4; Tob 13,16; 2Pd 2,7). Estas dos bienaventuranzas quieren reconstruir la relación con los bienes materiales: la posesión de la tierra y el mundo reconciliado.

Segundo dúo: los que tienen hambre y sed de justicia y los misericordiosos. Lo que tienen hambre y sed de justicia son los que desean renovar la convivencia humana, para que esté de nuevo de acuerdo con las exigencias de la justicia. Los misericordiosos son los que tienen el corazón en la miseria de los otros porque quieren eliminar las desigualdades entre los hermanos y las hermanas. Estas dos bienaventuranzas quieren reconstruir la relación entre las personas mediante la práctica de la justicia y de la solidaridad.

Tercer dúo: los puros de corazón y los pacíficos: Los puros de corazón son los que tienen una mirada contemplativa que les permite percibir la presencia de Dios en todo. Los que promueven la paz serán llamados hijos de Dios, porque se esfuerzan para que la nueva experiencia de Dios pueda penetrar en todo y realice la integración de todo . Estas dos bienaventuranzas quieren reconstruir la relación con Dios: ver la presencia actuante de Dios en todo y ser llamado hijo e hija de Dios.

• Mateo 5,10-12: Los perseguidos por causa de la justicia y del evangelio. Las bienaventuranzas dicen exactamente lo contrario de lo que dice la sociedad en la que vivimos. En ésta, el perseguido por la justicia es considerado como un infeliz. El pobre es un infeliz. Feliz es el que tiene dinero y puede ir al supermercado y gastar según su voluntad. Los infelices son los pobres, los que lloran. En la televisión, las novelas divulgan este mito de la persona feliz y realizada. Y sin darnos cuenta, las telenovelas se vuelven el patrón de vida para muchos de nosotros. ¿Quizás si en nuestra sociedad todavía hay lugar para estas palabras de Jesús: “¡Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia y del evangelio! ¡Felices los pobres! ¡Felices los que lloran!”? Y para mí que soy cristiano y cristiana, de hecho ¿quién es feliz?

4) Para la reflexión personal

• Todos queremos ser felices. ¡Todos y todas! Pero ¿somos realmente felices? Por qué sí? ¿Por qué no? ¿Cómo entender que una persona puede ser pobre y feliz al mismo tiempo?
• ¿Cuáles son los momentos en tu vida en que te has sentidor realmente feliz? ¿Era una felicidad como la que fue proclamada por Jesús en las bienaventuranzas, o era de otro tipo?

5) Oración final

Alzo mis ojos a los montes,
¿de dónde vendrá mi auxilio?
Mi auxilio viene de Yahvé,
que hizo el cielo y la tierra. (Sal 121,1-2)

Recursos – Domingo XI de Tiempo Ordinario

1. La liturgia meditada a lo largo de la semana.

A lo largo de los días de la semana, procurad meditar la Palabra de Dios de este domingo. Meditadla personalmente, una lectura cada día, por ejemplo. Elegid un día de la semana para la meditación comunitaria de la Palabra: en un grupo parroquial, en un grupo de padres, en un grupo eclesial, en una comunidad religiosa.

2. Vivid las actitudes del Corazón de Jesús.

Estamos en el mes del Corazón de Jesús, cuya Solemnidad celebramos el viernes pasado.
Podemos acoger la Palabra de este domingo bajo esa luz, intentando descubrir las actitudes presentes en el Corazón de Jesús.

En primer lugar, meditad la afirmación: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. ¿Tenemos conciencia de que lo que eso implica, de modo concreto, para nuestra existencia?

En segundo lugar, pensad en las actitudes que percibimos en el Corazón de Jesús, tan presentes en la liturgia de la Palabra de este domingo: Amor, Misericordia, Bondad… (cada uno puede continuar la lista).

En tercer lugar, orad esas actitudes en un ambiente de adoración y vividlas siempre con empeño, en particular a lo largo de este mes.

Sólo así estaremos construyendo el Reino del Corazón de Jesús en las personas y en la sociedad, como propugna el Padre Juan León Dehon. Un Reino bien distinto de tantos reinos que nos quieren imponer en este mundo.
¡Manos a la obra! ¡Buena semana del Corazón de Jesús!

Comentario del 10 de junio

En el mensaje de las Bienaventuranzas se concentra lo más genuino de la enseñanza de Jesús. Así lo han visto muchos exegetas y comentaristas del evangelio. Porque se trata de una enseñanza de carácter moral ligada a una promesa de felicidad, como reconoce el mismo evangelista cuando dice: y él se puso a hablar, enseñándoles: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Si las bienaventuranzas recogen el pensamiento de Jesús sobre la actitud que hay que tener en la vida para ser felices, la primera sintetiza el mensaje de todas las demás; pues «pobres» son también los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los perseguidos por causa de la justicia, los insultados y calumniados, etc. Pues bien, Jesús declara ‘dichosos’ a los pobres.

La declaración, en su simplicidad, resulta paradójica. Nosotros no solemos poner la dicha en la pobreza, si por pobreza entendemos ‘carencia’ de bienes o de medios; más bien la ponemos en la ‘posesión’ de salud, de bienestar, de conocimientos, de afectos. Pero si leemos con detenimiento y en su integridad la formulación de la primera bienaventuranza, tampoco Jesús pone la dicha en la pobreza como simple carencia de bienes materiales o espirituales. Por eso Mateo, queriendo interpretar debidamente el pensamiento del Maestro, añade: «en el espíritu»: pobres en el espíritu o de espíritu, como dicen otras traducciones. Y la pobreza de espíritu no es un simple factum o un simple status social: una situación en la que uno ha nacido o en la que uno está porque las circunstancias de la vida le han llevado a ella, sino un estado anímico, una actitud de desprendimiento que le puede llevar a la pobreza efectiva en razón de la renuncia aplicada a sus bienes o del desprendimiento de los mismos a favor de los pobres.

Esta actitud es la que hizo de Francisco de Asís el poverello di Asisi o de Antonio el abad Antonio. Luego para merecer la bienaventuranza de Jesús no basta con ser o haber nacido simplemente ‘pobre’. Uno podría ser pobre en este sentido y al mismo tiempo vivir ambicionando las riquezas y el lujo de los ricos o, de no conseguirlo, en el resentimiento y la envidia hacia los que tienen aquello de lo que él no puede disponer. Este pobre sería más bien un ‘rico de espíritu’, pues su corazón estaría tan apegado a las riquezas que desea como el corazón de los ricos a las riquezas que poseen. Pero la bienaventuranza no se queda siquiera ahí, en los pobres de espíritu, pues no proclama dichosos a los pobres de espíritu porque son ‘de espíritu pobre’, sino porque de ellos es el Reino de los cielos.

Y aquí no se habla ya de carencia, sino de posesión. El Reino de los cielos es una posesión de incalculable valor en el pensamiento de Jesús: lo más valioso que se pueda tener en este mundo. La dicha de los pobres en el espíritu está en esta posesión, en que de ellos es el Reino de los cielos; y lo es ya, aunque no lo sea del todo o en su totalidad; pues del Reino de los cielos sólo se puede entrar en plena posesión traspasada la frontera de la muerte. Con la muerte en el horizonte de nuestra vida no se puede poseer plenamente el Reino de los cielos. Aun así, los que toman posesión de esta realidad, serán dichosos –no sin sufrimiento ni incertidumbres- en el presente. Pero se declara dichosos a los pobres, porque entre la pobreza de espíritu y la posesión del Reino hay una estrecha correlación. En realidad, sólo los pobres de espíritu, es decir, los desprendidos de este mundo y sus ofertas, están en disposición de acoger la oferta traída por Jesús.

Es verdad que la llamada pobreza de espíritu puede convertirse en una estratagema para encubrir un apego efectivo a los propios bienes o para soslayar la llamada a la solidaridad y al desprendimiento efectivo en bien de los miserables de este mundo. También lo es que hay muchos pobres en situación de miseria que no tienen opción para desprenderse de nada, porque no tienen nada. Bueno, esto nunca es del todo cierto. También entre los miserables de este mundo hay verdaderos actos de desprendimiento y de renuncia por el bien de otros que son aún más pobres o que están en situación de huéspedes o de peregrinos, actos que no se ven en el mundo de la abundancia. Aquí hay pobres que además son pobres de espíritu. Quizá su situación de pobreza material les hace más disponibles para adquirir la pobreza de espíritu.

Entre los ricos, en cambio, la pobreza de espíritu exige un mayor acto de desprendimiento: algo que puede conseguirse o por el camino del hastío provocado por el disfrute de los bienes materiales, o por la llamada imperiosa de la caridad en su contacto con las extremas necesidades de algunos de nuestros convecinos o contemporáneos que viven en la miseria y la marginación social. Puesto que lo que hace realmente dichosos es vivir en este Reino de paz, de justicia y de amor que anticipa el ‘cielo’ en la tierra, y dado que para acceder a él tenemos que vivir no sólo en la justicia, sino en el amor y la paz, habrá que adquirir esta actitud que nos permite compartir unos bienes que nos han sido dados para disfrute común y que hace posible esa vida de amor y paz de la que queremos gozar. Sin ella, ni pobres ni ricos podrán entrar en posesión del Reino; pues la ‘pobreza de espíritu’ es un requisito imprescindible para vivir en semejante situación de bienaventuranza; porque sin la pobreza de espíritu no hay libertad para compartir ni para amar; sin la pobreza de espíritu tampoco hay espacio para la paz en el sentido más profundo del término.

La dicha de los sufridos, y los que lloran, y los que tienen hambre y sed de la justicia, y de los misericordiosos, y de los limpios de corazón, y de los que trabajan por la paz, y de los perseguidos, insultados y calumniados, también radica en lo que obtendrán con su paciencia, su misericordia y su limpieza de corazón: la tierra, el consuelo, la saciedad, la misericordia, la filiación divina, la visión de Dios; en suma, el Reino de los cielos. Ésta es siempre la recompensa, una recompensa que no se completará hasta el final, pero de la que ya se puede disfrutar en esta vida; porque en esta vida ya hay consuelo para los que lloran, saciedad para los hambrientos y misericordia para los misericordiosos. También hay ‘visión’ o experiencia de Dios en forma de perdón, de protección o de consuelo. Es verdad que la saciedad nunca será completa en este mundo, ni la misericordia debidamente correspondida; y para ver a Dios cara a cara necesitamos un cuerpo con otra capacidad de visión, el cuerpo transformado de los resucitados. Pero, mientras tanto, ya podemos gozar de esta dicha que es realidad y promesa, presente y futuro, temporal y eterna.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

25. Este bautismo no era como el nuestro, que nos introduce en la vida de la gracia, sino que fue una consagración antes de comenzar la gran misión de su vida. El Evangelio dice que su bautismo fue motivo de la alegría y del beneplácito del Padre: «Tú eres mi Hijo amado» (Lc 3,22). En seguida Jesús apareció lleno del Espíritu Santo y fue conducido por el Espíritu al desierto. Así estaba preparado para salir a predicar y a hacer prodigios, para liberar y sanar (cf. Lc 4,1-14). Cada joven, cuando se sienta llamado a cumplir una misión en esta tierra, está invitado a reconocer en su interior esas mismas palabras que le dice el Padre Dios: «Tú eres mi hijo amado».

Homilía – Domingo XI de Tiempo Ordinario

DEJARSE QUERER POR DIOS

RELATO TEOLÓGICO

Con la acogida a la pecadora y con la parábola que narra a este propósito, Jesús ofrece un grávido mensaje teológico. Para Lucas y para las comunidades cristianas a las que dirige su evangelio lo importante no es el hecho narrado en sí, sino la visión del Dios misericordioso anunciado y encarnado en Jesús de Nazaret. Es la misma lección que se nos brinda en la parábola del fariseo y el publicano y en la del hijo pródigo. Se trata de una teología «escandalosa» para escribas y fariseos que todo lo miran desde la justicia legal y desde el mérito. El

relato se centra en tres personajes: Simón el fariseo, la prostituta y Jesús. Simón encarna la espiritualidad de los escribas y fariseos, autosuficiente, confiada en los propios méritos; los ejecutores serviles de la ley creen que con sus observancias convierten al mismísimo Dios en acreedor. Le confunden con un empresario. Esa frialdad funcionaria se manifiesta en la falta de atenciones de Simón con el huésped Jesús, para con el cual no ha tenido ni las muestras comunes de hospitalidad, como el mismo Jesús le echa en cara.

Por otra parte, está la prostituta, un desastre de mujer, que se ha metido en todos los fangos. Pero ha entendido bien el talante de Jesús. Le ha visto, sin duda, en algunas de las aglomeraciones; ha quedado cautivada por sus ojos limpios y el tono cálido de su voz. Se ha dicho: «Él comprende y acoge a personas como yo; no nos desprecia como los santos del pueblo». Por eso ha decidido venir a verse personalmente con él.

No le importa el qué dirán; irrumpe en la escena en medio de aquella gente tan puritana, provocando la impureza legal, pero no le importa; necesita una palabra de acogida y de perdón del profeta Jesús. Ella quiere regenerar su vida. Ni a Jesús le importa tampoco caer en impureza legal por dejarse tocar por una mujer impura.

LAS DOS TEOLOGÍAS

El fariseo Simón cree que Jesús acepta el homenaje, un ritual propio del oficio, porque no se ha percatado de la condición de aquella mujer y, por lo tanto, bien poco tiene de profeta. Pero, por el contrario, Jesús consiente porque sabe que es pecadora, y «él no ha venido a salvar justos sino pecadores» (Mt 9,13). La defensa plena de respeto, y por eso liberadora, que Jesús hace de la mujer pecadora y arrepentida ante el fariseo Simón, nos dice tal vez más sobre la identidad de Jesús y el perdón de Dios que todas las hermosas parábolas sobre la misericordia que encontramos en el mismo Lucas.

Aquí se enfrenta la comprensión teológica de Jesús con la comprensión farisea. Según esta última, para que Dios acoja a los pecadores, éstos tienen que cambiar. Dios les ama porque se han convertido. El encuentro con Dios se verifica gracias al acercamiento y al cambio de vida del pecador. Dios sería como el padre que exige, para otorgar su perdón y acoger al hijo, que éste le pida perdón, repare el daño y se rehabilite. Es decir que Dios ama a sus hijos «porque son buenos».

Según Jesús, el movimiento de acercamiento parte de Dios, que sale al encuentro del pecador para pedirle el retorno y testimoniarle que, se arrepienta o no, él sigue amándole entrañablemente. Así es como aman los padres al hijo que se fue de casa, que les ha hecho una mala jugada, que se ha comportado bellacamente con ellos y con sus otros hijos. Es precisamente en el perdón donde se revela todo el amor de unos padres. Amar a un hijo adorable, intachable, cariñoso, agradecido, no supone demasiada grandeza de corazón. Ésta se manifiesta, ante todo, en el amor al hijo mezquino, desgraciado. Simón el fariseo es llevado por Jesús a pronunciar un juicio aparentemente impersonal: amará más «aquél a quien (se) le perdonó más» (v. 43). Con esta premisa Jesús ya puede explicarle que ante Dios las situaciones humanas de justos y pecadores quedan profundamente alteradas.

Varias cosas deja claras la respuesta de Jesús. El perdón viene de Dios gratuitamente, de su amor misericordioso, que se adelanta y es motivo de arrepentimiento humano. El amor mostrado por la mujer expresa la acogida del perdón.

Es el amor gratuito de Jesús, ese amarle «porque sí», lo que trastorna a Zaqueo. Que el rabí de Nazaret, sin que él haya hecho nada para ganar su amistad, siendo un «perdido», un usurero, le ofrezca la amistad, le honre con hospedarse en su casa, a pesar de jugarse su reputación, esto es lo que le deshila totalmente el corazón y le convierte apasionadamente a Jesús.

Dios perdona a todos sus hijos pródigos antes de que ellos se arrepientan. Lo que ocurre es que no son capaces de recibir el perdón si no se arrepienten. Dios no nos ama «porque» somos buenos; Dios nos ama «para que» seamos buenos.

Contrapuesto a la mujer pecadora, está Simón, que no siente demasiado entusiasmo ni por Dios ni por Jesús. Y ello porque cree que Dios, propiamente, no tiene nada que perdonarle y, en todo caso, sí agradecerle. Tiene el virus del orgullo de la clase farisea. Es un hombre correcto; cumple minuciosamente con las prescripciones de la Ley. ¿Qué más le puede pedir Dios? Simón, intachable, pero autosuficiente y frío, es el símbolo de la persona correcta, cumplidora, pero apagada, del cristiano que ama poco porque se le ha perdonado poco (cree que se le ha perdonado poco). Afirman los obispos vascos: «La fidelidad a la ley, cuando se vive con autosuficiencia y sin amor, se convierte en una coraza que impide la conversión».

He ahí el riesgo de los cristianos cumplidores y de vida socialmente honrada y ordenada. También nosotros tenemos el expediente limpio. No hemos tenido grandes tropezones en la vida; no hemos cometido pecados ruidosos; llevamos una vida ordenada. ¡Ojalá ascendiéramos desde la inocencia a la santidad, como tantos santos; pero si para nosotros no hubiera otro camino que el del escarmiento, el del pecado, habría que decir como san Agustín, a propósito del pecado original: «\Feliz pecado, que nosha proporcionado tanta salvación!».

Son incontables los cristianos, los santos, que han descubierto el rostro paterno de Dios precisamente en su perdón incondicional y en su mano tendida. Creo que muchos decentes, pero mediocres, necesitarían un tropezón, caer de bruces en un charco del camino, para que conocieran de una vez para siempre su fragilidad, para que comprendieran a los demás y para saber todo el amor que hay en el perdón total de Dios. Conocí a un cristiano muy puritano que se cebaba en la crítica a los demás, sobre todo en lo referente a las fragilidades sexuales; cayó estruendosamente, cuando era ya mayor… Aquello le curó para siempre de su dureza para con los demás.

 

EL GRAN PECADO DEL DESAMOR

Si fuéramos inocentes e inmaculados como María, tendríamos que estar doblemente agradecidos al Señor, porque le deberíamos un don mayor que el perdón, que es la inocencia. María estuvo inmensamente agradecida a Dios porque su misericordia la preservó del pecado.

Pero, por lo demás, no es necesario que caigamos de bruces en el lodazar ni en estruendosos pecados para necesitar el perdón, «para amar más porque se nos ha perdonado mucho». A veces, a las quejas de desamor de uno de los esposos, contesta el otro, el acusado: «Pero, ¿de qué te quejas?, ¿te falta algo?, ¿te he sido infiel?, ¿no cumplo puntualmente con mis obligaciones? El acusador, naturalmente, contesta: «No, pero te noto indiferente. No es que tenga nada concreto contra ti; pero es que noto que no me quieres».

Algo de esto puede ocurrimos con respecto al Señor y a los hermanos. No hemos armado ningún escándalo, no hemos cometido nada grave contra Dios ni contra los demás, pero, con todo, hemos cometido un pecado muy grave: «el pecado de no amar», el pecado de la frialdad, de la indiferencia, de la tibieza. Esto es lo que le echa en cara Jesús a su anfitrión: No ha tenido ninguna delicadeza con él; le ha hecho un recibimiento cortés, pero frío, en contraposición al homenaje cálido de la mujer pecadora. Guy de Larígaudie describía magistralmente esta situación: «Muchos viven casi sin pecado. Pero su existencia parece vulgar, fría, sin luz, les falta amor de Dios. Son como fogones bien construidos, pero sin fuego. De poco sirve mucha corrección si hay poco amor.

Atilano Alaiz

Lc 7, 36-8, 3 (Evangelio Domingo XI de Tiempo Ordinario)

El texto nos sitúa en la primera parte del Evangelio según Lucas. Conviene recordar que esta primera parte se desarrolla en Galilea, sobre todo alrededor del Lago de Tiberíades. Durante esa fase, Jesús aparece realizando su programa: llevar a los hombres, sobre todo a los pobres y marginados, la libertad y la salvación de Dios. Toda esta primera parte está, además, dominada por el anuncio programático de la sinagoga de Nazaret, en donde Jesús define su misión como “anunciar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos y liberar a los oprimidos” (cf. Lc 4,16- 30). Este episodio pone en evidencia un tema querido para Lucas: la misericordia de Jesús frente a aquellos que necesitan de liberación. El episodio anterior terminó con una descripción de Jesús como amigo de los pecadores (cf. Lc 7,34); ahora, este principio va a ser iluminado con un hecho real.

El episodio nos sitúa en el ambiente de un banquete, en casa de un fariseo llamado Simón (el “banquete” es, en este contexto, el espacio de la familiaridad, de la hermandad, donde los lazos entre las personas se establecen y se consolidan). Lucas es el único evangelista que muestra a los fariseos tan cercanos a Jesús que hasta aceptan sentarse a la mesa con él (cf. Lc 11,37; 14,1) y prevenirlo en relación a la amenaza de Herodes (cf. Lc 13,31). Lucas está, en lo que dice respecto a esta cuestión, más cerca de la realidad histórica que Marcos y, sobre todo, que Mateo (que, influenciado por las polémicas de la Iglesia primitiva con los fariseos, presenta sistemáticamente a los fariseos como adversarios de Jesús).

La perspectiva fundamental de este episodio tiene que ver con la definición de la actitud de Jesús (y, por tanto, de Dios) para con los pecadores.

El personaje central es la mujer a quien Lucas presenta como “una mujer de la ciudad que era pecadora”. No hay ninguna indicación acerca de anteriores contactos entre Jesús y esta mujer, aunque podamos suponer que la mujer ya se había encontrado con Jesús y había percibido en él una actitud diferente de la de los maestros de la época, siempre preocupados en no “mancharse” con los pecadores públicos y en condenarlos.

La acción de la mujer (el lloro, las lagrimas derramadas sobre los pies de Jesús, el enjugar los pies con sus cabellos, el besar los pies y ungirlos con perfume) es descrita como una respuesta de gratitud, como consecuencia del perdón recibido (v. 47). La parábola que Jesús cuenta, a este propósito (vv. 41-42), parece significar, no que el perdón es fruto del mucho amor manifestado por la mujer, sino que el mucho amor de la mujer es el resultado del corazón agradecido de alguien que no se ha sentido excluido ni marginado, además, que por los gestos de Jesús tomó conciencia de la bondad y de la misericordia de Dios.

La otra figura central de este episodio es Simón, el fariseo. Él representa a aquellos celosos defensores de la Ley que evitaban todo contacto con los pecadores y que suponían que el mismo Dios no podía acoger ni dejarse tocar por los transgresores públicos de la Ley y de la moral. Jesús intenta hacerle comprender que sólo la lógica de Dios, una lógica de amor y de misericordia, puede generar amor y, por tanto, la conversión y la vida nueva. Jesús se empeña en mostrar a Simón que no es marginando y segregando como se puede obtener una nueva actitud del pecador, sino que es amando y acogiendo como se puede transformar los corazones y despertar en ellos el amor: esa es la perspectiva de Dios. El perdón no se da a cambio del amor, se da, sencillamente, sin esperar nada a cambio. Esta reacción de Jesús no es un caso aislado, es fruto de la misión de la que él se siente investido por Dios, actitud que él procurará manifestar en tantas situaciones semejantes a esta: decid a los proscritos, a los moralmente fracasados, que Dios no le condena ni margina, sino que viene a su encuentro para liberarlos, para darles dignidad, para convocarlos al banquete escatológico del Reino. Esta es la actitud de Dios, la que genera amor y la voluntad de comenzar una vida nueva, inserta en la lógica del Reino.

El texto que se nos propone termina con una referencia al grupo que acompaña a Jesús: los Doce y algunas mujeres. El hecho de que el “maestro” se haga acompañar por mujeres (Lucas es el único evangelista que refiere la incorporación de mujeres al grupo itinerante de los discípulos) era algo insólito, en una sociedad en la que la mujer desempeñaba un papel social y religioso marginal. Con ello, manifiesta la lógica de Dios que no excluye a nadie, sino que integra a todos, sin excepción, en la comunidad del Reino. Las mujeres, grupo con un estatuto subalterno, cuyos derechos sociales y religiosos eran limitados por la organización social de la época, también son integradas en esa comunidad de hermanos que es la comunidad del Reino: Dios no excluye ni margina a nadie, sino que llama a todos a formar parte de su familia.

Considerad, en la reflexión, las siguientes cuestiones:

En primer lugar, nuestro texto pone de relieve la actitud de Dios, que ama siempre (incluso antes de la conversión y del arrepentimiento) y que no se siente mancillado por ser tocado por los pecadores y por los marginados. Es el Dios de la bondad y de la misericordia, que ama a todos como hijos y que a todos invita a formar parte de su familia. Ese es el Dios que tenemos que proponer a nuestros hermanos y que, de forma especial, tenemos que presentar a quienes la sociedad trata como marginales.

La figura de Simón, el fariseo, presenta a aquellos que, instalados en sus certezas y en una práctica religiosa hecha de ritos y obligaciones bien definidos y rigurosamente cumplidos, se hayan en regla con Dios y con los otros. Se consideran con el derecho de exigir de Dios la salvación y desprecian a aquellos que no cumplen escrupulosamente las reglas y que no tienen comportamientos social y religiosamente correctos.

Es posible que ninguno de nosotros nos identifiquemos totalmente con esta figura; pero, ¿no tenemos, de cuando en cuando, actitudes de orgullo y de autosuficiencia que nos llevan a considerarnos más o menos “perfectos” y a despreciar a aquellos que nos parecen pecadores, imperfectos, marginales?

La exclusión y la marginación no generan vida nueva; sólo el amor y la misericordia interpelan el corazón y provocan una respuesta de amor. Frecuentemente se habla entre nosotros, del agravamiento de las penas previstas para quien infringe las reglas sociales, como si estuviese ahí la solución mágica para el cambio de comportamientos. La lógica de Dios nos garantiza que sólo el amor y la misericordia conducen a la vida nueva.

En la línea de lo que la Palabra de Dios nos propone hoy, ¿cómo debemos tratar a esos excluidos, que todos los días llaman a la puerta de la “fortaleza europea” buscando unas condiciones mínimas para vivir con dignidad?
¿Y, los moralmente fracasados, qué testimonio de amor y de misericordia encuentran en nuestras comunidades?

Últimamente se habla mucho del papel y del estatuto de las mujeres en la comunidad cristiana. Este texto nos dice que, al contrario de lo que era costumbre en la época, las mujeres formaban parte del grupo de Jesús.
¿Qué significa esto: que deben tener acceso a los ministerios en la comunidad cristiana? Sea cual sea la respuesta, lo que es importante es que no hagamos de esto una lucha por el poder, o una reivindicación de derechos, sino una cuestión de amor y de servicio.

Gal 2, 16. 19-21 (2ª lectura Domingo XI de Tiempo Ordinario)

Las comunidades cristianas de Galacia (centro de Asia Menor) conocerán, por los años 56/57, un ambiente de alguna inestabilidad. La culpa era de ciertos predicadores cristianos de origen judío que, llegados a la zona, querían imponer a los gálatas la práctica de la Ley de Moisés (cf. Gal 3,2;4,21;5,4) y, en particular, la circuncisión (cf. Gal 2,3-4;5,2;6,12). Son, otra vez, esos “judaizantes” que, en las primeras décadas del cristianismo, tanta confusión llevaron a las comunidades cristianas de origen pagano.

Pablo no está dispuesto a pactar con estas exigencias. Para él, esta cuestión no es secundaria, sino algo que toca en lo esencial de la fe: si las obras de la Ley son fundamentales, es porque Cristo, por sí solo, no puede salvar. ¿Esto será verdad? En cuanto a esta cuestión, Pablo tiene ideas claras: Cristo basta; la Ley de Moisés no es importante para la salvación.

Es en este ambiente en el que Pablo escribe a los gálatas. Les dice que los ritos judaizantes únicamente les atarán a una esclavitud de la cual Cristo ya les había librado. El tono general de la carta es firme y vehemente: era lo esencial de la fe lo que estaba en juego.

Después de analizar la situación (cf. Gal 1,6-10), de decir que tiene un mandato de Cristo para anunciar el evangelio a los paganos (cf. Gal 1,11-24) y de defenderse de la acusación de predicar un evangelio propio, diferente del predicado por los otros apóstoles (cf. Gal 2,1-10), Pablo va a anunciar “su” evangelio (que es el evangelio de la Iglesia, el mismo que es anunciado por los otros apóstoles): no es la Ley y las obras las que salvan, sino la fe.

En este texto que se nos propone, Pablo presenta una especie de síntesis de aquello que él considera el auténtico Evangelio.

En la primera parte (v. 16), Pablo sostiene que la salvación viene, única y exclusivamente, por Cristo. Es por Cristo por quien somos “justificados” y no por las obras de la Ley. “Justificación” es, aquí, sinónimo de “salvación”. Significa que la “justicia de Dios” (que no es la estricta aplicación de las leyes, como en el tribunal, sino que es la fidelidad de Dios a los compromisos que él asumió para con su Pueblo, en el sentido de salvarlo) derrama gratuitamente sobre el hombre el amor y la misericordia, también cuando el hombre pecador no la merece. Ahora, Dios “salva” al hombre pecador, no por cumplir la Ley de Moisés, sino por creer en Jesús (“creer” significa adherirse a él, seguirle).

En la segunda parte (vv. 19-21), la reflexión de Pablo gira en torno a la acción de Cristo y a la acción de la Ley, en el sentido de “salvar” al hombre. ¿La Ley salva? No. Al crucificar a Jesús, la Ley demostró que no genera vida, sino muerte; se descalificó, así, y demostró su fracaso par conducir a la vida plena al hombre que estaba bajo su jurisdicción. Después de ser responsable de la muerte de Cristo, la Ley no tendrá ya ninguna legitimidad para imponerse y ya no será vista por nadie como generadora de vida.

Cristo, por su parte, con su vida y, sobre todo, con su muerte (provocada por la Ley), mostró a todos la insolvencia de la Ley y liberó a los hombres de un régimen que únicamente generaba esclavitud y muerte.

En cuanto a él, Pablo se identifica plenamente con Cristo. Siendo uno con Cristo, Pablo también fue crucificado por la Ley y descubrió, con Cristo, que la Ley no generaba vida, sino muerte. Así, él aprendió que sólo Cristo da vida y que sólo Cristo libera. Es en la identificación con ese Cristo del amor y de la entrega total (“que me amo y se entregó por mi”) y no en la Ley, donde Paulo descubre la vida plena, la vida del Hombre Nuevo.

Conclusión: la Ley genera muerte; sólo Cristo salva. Esta es la convicción profunda que Pablo intenta traspasar a los gálatas.

La reflexión puede hacerse teniendo en cuenta los siguientes elementos:

El texto pone de relieve, en primer lugar, la actitud de Dios para con el hombre. Nuestro Dios no es el Dios que aplica rigurosamente las leyes (en ese caso el hombre pecador no tendría acceso a la salvación), sino que es el Dios que de forma gratuita “justifica” al hombre. El acceso a la vida en plenitud no es una conquista humana, sino un don gratuito, que brota de la bondad de Dios. De Dios no podemos exigir nada, aunque nos hayamos “portado bien” y cumplido las reglas: de Dios, podemos únicamente esperar la gracia de la salvación como don gratuito e incondicional. Esto nos quita cualquier legitimidad para asumir actitudes de arrogancia y autosuficiencia, ya sea en la relación con Dios, ya en la relación con nuestros hermanos.

Es preciso tener conciencia de que “Cristo basta”. Muchas veces nuestro proceso religioso se basa en aspectos folclóricos, que son absolutizados y considerados esenciales. Inventamos comportamientos “religiosamente correctos” e intentamos imponerlos, discutimos leyes, afligimos a las personas por causa de preceptos legal, marginamos y catalogamos por causa de los principios de un código legal y olvidamos que Cristo es lo único esencial. Entonces, la comunidad cristiana deja de ser verdaderamente la comunidad de los que se adhieren a Cristo. ¿Qué sentido tiene hacer esto, a la luz de la catequesis de Pablo?

Pablo llama, también, la atención sobre nuestra identificación con Cristo. El cristiano es aquel que se identifica con Cristo en su amor y en su entrega y que, en ese camino, encuentra la verdadera vida, la vida en plenitud. ¿Es ese el camino que intento seguir? ¿Mi vida se desarrolla de tal forma que puedo decir, con Pablo, “ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi”? ¿La vida de Cristo circula por mis venas y aparece, a los ojos de mis hermanos, en mis gestos, en mis palabras, en mi amor?

2Sam 12, 7-10.13 (1ª lectura Domingo XI de Tiempo Ordinario)

El “Libro de Samuel” (dividido en dos partes) es un libro que nos presenta los orígenes de la monarquía, en Israel. No es, con todo, un libro escrito por políticos, por historiadores o por sociólogos; es un libro escrito por teólogos, empeñados en catequizar y en leer la historia pasada a la luz de la fe. No les interesa demasiado que su perspectiva sea una lectura rígidamente objetiva de los acontecimientos, les interesa, sobre todo, que su lectura ayude a los creyentes a sacar conclusiones acerca de Dios y de la forma que tiene de actuar.

El texto que hoy se nos propone forma parte de un conjunto de tradiciones

sobre el reinado de David (cf. 2 Sm 7-20). Después de describir el pecado de David (que cometió adulterio con Betsabé y mandó que su marido, Urías, soldado de su ejército, fuese colocado en un lugar arriesgado, en combate contra los amonitas, para que muriese, cf. 2 Sm 11,1-27), el autor deuteronomista presenta, por medio del profeta Natán, la reacción de Dios ante el pecado del rey.

Estamos en Jerusalén, en este momento, la capital del Israel unificado, en los primeros años del siglo X antes de Cristo.

¿Dios podrá pactar con esta actitud egoísta, prepotente y asesina del rey? De ninguna forma. Por boca del profeta Natán, el autor deuteronomista anuncia que Dios no permanece indiferente ante la injusticia cometida y que pide cuentas al agresor. De ahí los castigos anunciados contra David y su casa.

El autor deuteronomista escribe muchos años después de los acontecimientos. Conocía una serie de desgracias que, durante ese período de tiempo, habían abatido a la familia de David (muerte violenta de tres de sus hijos: Amón, cf. 2 Sm 13,23-39; Absalón, cf. 2 Sm 18,9-15, y Adonais, cf. 1 Re 2,24-25).

Naturalmente, no fueron castigos de Dios, sino acontecimientos históricos normales, típicos de una época violenta, en la que la lucha por el poder terminaba, muchas veces, en tragedias personales y familiares; pero esos acontecimientos fueron leídos por el teólogo como signos claros de que Yahvé no estaba dispuesto a pactar con las injusticias y arbitrariedades cometidas por el rey. El mensaje de nuestro “catequista” es evidente: Dios no deja pasar por alto la actitud de aquellos que se aprovechan del poder con fines egoístas y deshacen la vida de los hermanos.

La última palabra del texto es, sin embargo, de esperanza. Confrontado con su crimen, David reconoce, con humildad su comportamiento errado y pide perdón; y Dios acaba perdonando su falta. De esta forma, el deuteronomista resume la lógica de Dios, que condena el pecado, pero que no abandona al pecador. Así, nuestro catequista está enviando un mensaje a los hombres de su tiempo: a pesar de nuestras faltas, la misericordia de Dios no nos abandona y nos da, siempre, la posibilidad de comenzar de nuevo.

Considerad, en la reflexión, los siguientes aspectos:

La reflexión fundamental que este texto nos presenta es de nuevo el de la “lógica” de Dios: no pacta con el pecado, pero manifiesta una misericordia infinita para con el pecador.
¿Es esta nuestra forma de actuar cuando alguien nos maltrata u ofende?

El ejercicio del poder es, muchas veces, una forma de “llevar el agua a su molino”. Nuestro tiempo es fértil en figuras que, para proteger sus intereses personales o sus intereses de partido e ideología, arrastran a muchos por caminos de muerte y de sufrimiento.

¿Qué sentido tiene esto?
¿Nosotros cristianos, hijos de un Dios que no soporta el egoísmo y la injusticia, podemos “tragarnos” estas situaciones?
¿Podemos, tranquilamente, votar a aquellos que cometen injusticias escandalosas?

La actitud de David al reconocer humildemente su falta es una actitud que nos hace pensar en su sinceridad, honestidad y coherencia. Su ejemplo nos invita a asumir, con coherencia, nuestras responsabilidades y a tener la voluntad de cambiar nuestras acciones erradas; nos invita, también, al arrepentimiento y a la conversión, condiciones esenciales para que el “pecado” desaparezca de nuestras vidas.

Comentario al evangelio – 10 de junio

Recorrido ya el camino pascual y tras la recién celebrada fiesta del Espíritu (Pentecostés), retomamos el tiempo ordinario con lecturas que ponen a prueba nuestra madurez en la fe. Con términos como «tribulación», «sufrimiento» y «consuelo» San Pablo en su segunda carta a los Corintios nos recuerda que el medidor del testimonio cristiano lo encontramos en la cruz de Cristo. Si diariamente y en comunidad, a impulso del Espíritu, nos solidarizamos con el que sufre cualquier tribulación, no sólo seremos signos de la providencia amorosa de Dios, sino que recibiremos el consuelo y fortaleza que brota de ese mismo amor manifestado. Compartir con los crucificados nos permitirá palpar la vida resucitada de Jesús que nos invita a crecer en el amor y en la humanización de nuestras relaciones interpersonales.

La misión encomendada a cada creyente comporta sacrificios y renuncias, capaces de generar vida, y nada tienen que ver con sumisión, resignación o conformismo. En nuestro corazón ha de permanecer grabada la imagen de la semilla que cae en tierra para multiplicarse y dar vida (Jn 12,24). Así mismo, la vida de los «bienaventurados» del evangelio que Mateo nos presenta: los empobrecidos, afligidos, desposeídos que esperan de la comunidad de creyentes no sólo caridad y lastima sino compromiso solidario, a ejemplo de los limpios de corazón, los misericordiosos y los que luchan por la paz y la justicia. Todos juntos estamos llamados a buscar que el Reino de Dios anunciado por Jesús se haga presente en nuestro mundo. Recordemos que el Reino no es otra cosa que este mundo pensado según Dios sin ambiciones y codicias, sin fronteras o discriminación, sin fanatismos ni fundamentalismo. Un mundo donde la siembra del amor sincero y desinteresado nos de una cosecha abundante de «vida» donde sea respetada, no solo la dignidad humana sino toda la creación.   

A Jesús y sus seguidores los caracterizaba una «compasión entrañable» capaz de transformar vidas y realidades. Pidamos al Espíritu Santo en nuestra oración nos conceda a nosotros y a nuestras comunidades el don inapreciable de la «compasión» que nos mueva a actuar.

Fredy Cabrera, cmf