Comentario al evangelio – 21 de junio

Después de reivindicar su aparente valía humana atribuyéndose todos los honores posibles –pueblo, linaje, fe, martirio, caridad–, Pablo desbarata su propio discurso con una frase genuinamente cristiana: «Si hay que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad» (2Cor 11,30). La tendencia humana más común consiste en mostrar y asegurar las propias fortalezas para no sucumbir en la batalla. Pero el Apóstol dice presumir de su debilidad; o mejor, de lo que su debilidad muestra. Hay aquí, cuanto menos, una nueva forma de comprender su propia humanidad.

¿Por qué la debilidad –la cruz– es la gran querencia de los santos? ¿Qué revela tal debilidad para resultar tan apreciada por gente tan cabal? ¿Elogiar la debilidad no es acaso una forma de rendirse ante las adversidades del camino o de responder con pusilanimidad a las grandes cuestiones de la existencia? Las preguntas podrían multiplicarse en muchas direcciones. Pero la respuesta más alta y más fecunda la dieron los propios santos con la entrega de su vida. Allí donde experimentaron su mayor debilidad, hallaron la única firmeza verdaderamente tal. Porque lo que la fragilidad del creyente muestra no es su escasa consistencia humana sino la misericordia del Dios que le sostiene en ella.

Andar pertrechándose de títulos y grandezas es tanto como acumular hoy lo que la carcoma se llevará mañana. Descubrir en este mundo la gloria de la debilidad es tanto como echar desde la tierra raíces en el cielo. Si la única luz que nos hace fuertes es la nuestra propia, que está oscura, «¡cuánta será la oscuridad!» (Mt 6,23). 

Adrián de Prado Postigo cmf