II Vísperas – Natividad de San Juan Bautista

II VÍSPERAS

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

<

p style=»text-align:justify;»>Pastor que, sin ser pastor,

al buen Cordero nos muestras,
precursor que, sin ser luz,

nos dices por dónde llega,
enséñanos a enseñar
la fe desde la pobreza.

<

p style=»text-align:justify;»>Tú que traes un bautismo

que es poco más que apariencia
y al que el Cordero más puro
baja buscando pureza,
enséñame a difundir

amor desde mi tibieza.

<

p style=»text-align:justify;»>Tú que sientes como yo
que la ignorancia no llega
ni a conocer al Señor

ni a desatar sus correas,
enséñame a propagar
la fe desde mi torpeza.

<

p style=»text-align:justify;»>Tú que sabes que no fuiste

la Palabra verdadera

y que sólo eras la voz

que en el desierto vocea,
enséñame, Juan, a ser
profeta sin ser profeta. Amén.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Señor, ¿quién puede hospedarse en su tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

SALMO 111:

Ant. Este vino para dar testimonio de la verdad.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos,
su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor,
su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.

La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Este vino para dar testimonio de la verdad.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Juan era la lámpara que ardía y brillaba.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Juan era la lámpara que ardía y brillaba.

LECTURA: Hch 13, 23-25

Según lo prometido, Dios sacó de la descendencia de David un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: «Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias.»

RESPONSORIO BREVE

R/ Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.
V/ Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.

R/ Tras de mí viene un hombre que existía antes que yo.
V/ Allanad sus senderos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El niño que nos ha nacido es más que profeta; de él dice el Salvador: «No ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista».

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El niño que nos ha nacido es más que profeta; de él dice el Salvador: «No ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista».

PRECES

Invoquemos con alegría a Dios, que eligió a Juan Bautista para anunciar a los hombres la venida del reino de Cristo, y digámosle:

Guía, Señor, nuestros pasos por el camino de la paz.

Tú que llamaste a Juan desde el vientre de su madre para preparar los caminos de tu Hijo,
—ayúdanos a ir tras el Señor con la misma fidelidad con que Juan fue delante suyo.

<

p style=»text-align:justify;»>Así como concediste al Bautista poder reconocer al cordero de Dios, haz que tu Iglesia lo señale

—y que los hombres de nuestra época lo reconozcan.

Tu que dispusiste que tu profeta menguara y que Cristo creciera,
—enséñanos a ceder ante los otros para que tú te manifiestes.

Tú que, con el martirio de Juan, quisiste reivindicar la justicia,
—haz que demos, sin cansarnos, testimonio de tu verdad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acuérdate de todos los que han salido ya de este mundo;
—dales entrada en el lugar de la luz y de la paz.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, concede a tu familia caminar por la senda de la salvación, para que, siguiendo la voz de san Juan, el precursor, pueda llegar con alegría al Salvador que él anunciaba, nuestro Señor Jesucristo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 24 de junio

Nacimiento del Precursor del Señor
Lucas 1,57-66.80

1. Recojámonos en oración – Statio

Oración del Card. Mercier al Espíritu Santo

¡Oh Dios, que has instruido a tus fieles, iluminando sus corazones con la luz del Espíritu Santo, concédenos obtener por el mismo Espíritu el gustar del bien y gozar siempre de sus consuelos. Gloria, adoración, amor, bendición a Ti eterno divino Espíritu, que nos ha traído a la tierra al Salvador de nuestras almas. Y gloria y honor a su adorabilísimo Corazón que nos ama con infinito amor!

¡Oh Espíritu Santo, alma del alma mía, yo te adoro: ilumíname, guíame, fortifícame, consuélame, enséñame lo que debo hacer, dame tus órdenes!

Te prometo someterme a lo que permitas que me suceda: hazme sólo conocer tu voluntad.

2. Lectura orante de la Palabra – Lectio

Del Evangelio de Lucas (1,57-66.80)

57 Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. 58 Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella.

59 Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, 60 pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan.» 61 Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.» 62 Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. 63 Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados.64 Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. 65 Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; 66todos los que las oían las grababan en su corazón, diciéndose: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.

80 El niño crecía y su espíritu se fortalecía y vivió en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

3. Rumiar la Palabra – Meditatio

3.1 Clave de lectura

Este pasaje del evangelio forma parte de los así llamados relatos de la infancia de Jesús. De modo particular este texto sigue a la escena de la visita de María “a la casa de Zacarías” (Lc 1, 40) después de la anunciación del ángel mensajero de la nueva creación.

La anunciación de hecho inaugura gozosamente el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo (Lc 1, 26-38). El gozo de los tiempos nuevos, que ha llenado a María, inunda ahora el corazón de Isabel. Ella goza por el anuncio traído por María (Lc 1, 41). María por su parte “proclama las grandezas del Señor” (Lc 1, 46) porque el Poderoso ha hecho cosas grandes en ella, como también ha obrado grandes prodigios por su pueblo necesitado de salvación.

La expresión “ se cumplió el tiempo” nos recuerda que esta realidad no solamente sorprende a Isabel preñada , sino que revela también algo del proyecto de Dios. San Pablo, en efecto, dice que cuando se cumplió el tiempo, Dios mandó a su Unigénito “nacido de mujer, nacido bajo la ley para rescatar a aquéllos que estaban bajo la ley, para que recibiésemos, la adopción de hijos” de Dios (Gál 4,4)

En el evangelio Jesús habla del cumplimiento de los tiempos, especialmente en evangelio el de Juan. Dos de estos momentos son las bodas de Caná (Jn 2,1-12) y la agonía en la cruz, donde Jesús proclama que “todo está cumplido” (Jn 19,30). En el cumplimiento de los tiempos Jesús inaugura una era de salvación. El nacimiento de Juan Bautista estrena este tiempo de salvación. Él, de hecho a la llegada del Mesías, se alegra y salta de gozo en el vientre de Isabel su madre (Lc 1,44). Más tarde él se definirá a sí mismo como el amigo del esposo (Jesús), que se alegra y goza con la llegada de las bodas con su esposa, la Iglesia (Jn 3,29).

El hijo no se llamará como su padre Zacarías, sino Juan. Zacarías nos recuerda que Dios no olvida a su pueblo. Su nombre en efecto significa “Dios recuerda”. Su hijo, ahora no podrá ser llamado “Dios recuerda”, porque las promesas de Dios se están cumpliendo. La misión profética de Juan debe indicar la misericordia de Dios. Él, por tanto, se llamará Juan, o sea, “Dios es misericordia”. Esta misericordia se manifiesta en la visita al pueblo, exactamente “como lo había prometido por boca de sus santos profetas de un tiempo” (Lc 1,67-70). El nombre indica por esto la identidad y la misión del que ha de nacer. Zacarías escribirá el nombre de su hijo sobre una tablilla para que todos pudiesen verlo con asombro (Lc 1,63). Esta tablilla evocará otra inscripción, escrita por Pilatos para ser colgada en la cruz de Jesús. Esta inscripción revelaba la identidad y la misión del crucificado: “Jesús Nazareno rey de los Judíos” (Jn 19,19). También este escrito provocó el asombro de los que estaban en Jerusalén por la fiesta.

En todo, Juan es el precursor de Cristo. Ya desde su nacimiento e infancia él apunta a Cristo. “¿Quién será este niño?” Él es “la voz que grita en el desierto” (Jn 1, 23), animando a todos a preparar los caminos del Señor. No es él el Mesías (Jn 1, 20), pero lo indica con su predicación y sobre todo con su estilo de vida ascética en el desierto. Él entretanto “ crecía y se fortificaba en el espíritu. Vivió en regiones desérticas hasta el día de su manifestación a Israel” (Lc 1, 80).

3.1.1 Preguntas para orientar la meditación y la actualización

– ¿Qué es lo que más te ha llamado la atención en este pasaje y en la reflexión?

– Juan se identifica como el amigo del esposo. ¿Cuál es, a tu parecer, el significado que tiene esta imagen?

– La Iglesia ha visto siempre en Juan Bautista su tipo. Él es aquel que prepara el camino del Señor. ¿Tiene esto alguna importancia para nuestra vida cotidiana?

4. Oratio

Bendigamos al Señor con Zacarías (Lc 1, 68-69)
«Bendito el Señor Dios de Israel
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
y nos ha suscitado una fuerza salvadora
en la casa de David, su siervo,
como había prometido desde antiguo,
por boca de sus santos profetas,
que nos salvaría de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian
teniendo misericordia con nuestros padres
y recordando su santa alianza
el juramento que juró
a Abrahán nuestro padre,
de concedernos que, libres de manos enemigas,
podamos servirle sin temor
en santidad y justicia
en su presencia todos nuestros días.
Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo,
pues irás delante del Señor
para preparar sus caminos
y dar a su pueblo el conocimiento de la salvación
mediante el perdón de sus pecados,
por las entrañas de misericordia de nuestro Dios,
que harán que nos visite una Luz de lo alto,
a fin de iluminar a los que habitan
en tinieblas y sombras de muerte
y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.»

5. Contemplatio

Adoremos juntos la misericordia y la bondad de Dios repitiendo en silencio:
Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Recursos – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

1. La liturgia meditada a lo largo de la semana.

A lo largo de los días de la semana procurad meditar la Palabra de Dios de este domingo.

2. Dar importancia a las procesiones en la celebración.

El “Sígueme” que Cristo nos dirige en el Evangelio puede ser realzado particularmente en las procesiones de la Eucaristía:

Procesión de entrada: seguir a Cristo, salvador de los hombres;
Procesión del Evangelio en el momento de la aclamación del mismo: seguir a Cristo, Palabra de Vida;
Procesión del ofertorio: seguir a Cristo, sacerdote eterno en su oblación al Padre;
Procesión de comunión: es Cristo quien nos invita a comulgar su Cuerpo y su Sangre;
Procesión de salida: es Cristo quien nos envía al mundo.

3. El Salmo.

El Salmo de hoy es uno de los más bellos y más profundos del Salterio. Sería útil que toda la asamblea tuviese el texto fotocopiado, para orarlo juntos en el momento de su proclamación. Después de la comunión, puede ser retomado: en acción de gracias, toda la asamblea puede leer lentamente las cuatro estrofas.

4. Oración en la lectio divina.

En la meditación de la Palabra de Dios (lectio divina”, se puede prolongar el momento de la acogida de las lecturas con una oración.

Al terminar la primera lectura: “Dios de bondad, de luz, de vida y de alegría, como Elías y Eliseo, vale la pena unirnos a Ti sin mirar hacia atrás. Te damos gracias por tu llamada. Te pedimos por nuestros hermanos indecisos, que dudan y vacilan para dar un paso adelante, en las múltiples solicitudes de la existencia”.

Después de la segunda lectura: “Padre, te damos gracias por la liberación realizada por tu Hijo, que nos purifica de las fuerzas del mal, y por el don del Espíritu, que nos purifica del egoísmo. Escuchando a tu Hijo Jesús, nos ponemos bajo la acción del Espíritu Santo, para que nos penetre con su luz y nos muestre el camino”.

Al finalizar el Evangelio: “Dios fiel, bendigo seas por la paciencia con que tu Hijo Jesús nos enseña: no envías fuego del cielo sobre los indiferentes y los duros de corazón, porque no quieres la muerte del pecador, sino que viva. Te pedimos: líbranos del peso de nuestras culpas, purifícanos de los errores cometidos, para que podamos seguir a tu Hijo con un corazón puro”.

5. Oración Eucarística.

La Plegaria Eucarística I para la Reconciliación, como respuesta al Evangelio. Cristo, nuestra Pascua y nuestra paz definitiva. La entrega de la humanidad en la gracia de Dios.

6. Palabra para el camino.

Llamada e invitación a amar.
Llamada: una invitación presente en todas las lecturas de este domingo.
Llamada que recibe una acogida favorable, pero con resistencias en cuanto a la respuesta.
Si, pero…
Vamos a aceptar la llamada de Jesús a seguirle, vamos a renovar la invitación a seguirle en el amor. En cada momento, a lo largo de la semana siguiente…

Comentario del 24 de junio

           La biografía de Juan el Bautista es la de un elegidode Dios para desempeñar una función importante en la historia de la salvación. Antes que ser «bautista» y, en su condición de tal, precursormesiánico, fue llamado al desierto; pero antes aún que la llamada está la elección. Todos los datos de su biografía así lo indican. Es el hijo de unos padres ancianos y estériles, hasta que Dios quiebra su esterilidad o saca de ella fecundidad. Su nacimiento es anunciado con antelación a su padre, Zacarías, un hombre que, debido a la edad, ha perdido toda esperanza de paternidad. Y el anuncio se hizo realidad. Su mujer, Isabel, contra todo pronóstico, quedó embarazada y, habiéndosele cumplido el tiempo, dio a luz un hijo, el hijo llegado cuando ya nadie lo esperaba porque la naturaleza de aquel matrimonio de ancianos parecía desprovista de todo vigor. Aquel nacimiento en edad inusual significó para los parientes y vecinos un motivo de extrañeza y de gozo al mismo tiempo. Al darles el regalo inesperado de un hijo, Dios les había hecho una gran misericordia, pues les había liberado del baldón, casi un estigma, de la esterilidad. Había, por tanto, motivos para felicitarles.

           A los ocho días tocaba circuncidar al niño, tal como preveía la ley, y declarar su nombre. La circuncisión lo hacía miembro del pueblo elegido. Pero él ya era un elegido de Dios antes incluso de pasar a integrar la nómina de ese pueblo. Por eso tendrá el nombre que el Elector ha dispuesto para él, y no el que debía llevar el primogénito según los usos y costumbres más arraigados en el judaísmo, el nombre del padre. Tendrá que intervenir la madre para evitar que se le llame Zacarías, como a su padre, porque el niño ya tiene nombre, el que le ha puesto Aquel que le encomendará la misión a realizar en la vida. Juan es su nombre, replica Isabel, contraviniendo las costumbres usuales de su pueblo. Y como les resulta extraño este modo de proceder, le preguntan al padre, que permanece mudo tras la anunciación del ángel. Él escribió: Juan es su nombre, porque el mismo que había anunciado anticipadamente su concepción y nacimiento le había impuesto ya el nombre, es decir, le había asignado misión y oficio. En ese mismo instante Zacarías recupera el habla para bendecir a Dios, causando la admiración de los testigos.

           La acumulación de hechos extraños provocó la sensación de estar ante algo inusual y extraordinario: todos los vecinos quedaron sobrecogidos y la noticia corrió por toda la montaña de Judea. Era la manera de destacar lo singular de este nacimiento. Y ante lo extraño o extraordinario de los hechos era inevitable que la gente se hiciese preguntas: ¿Qué va a ser este niño?Sospechaban que estaba tocado por la mano de Dios. Pues bien, ese niño acabará siendo lo que quería de él el que lo había llamado a la existencia y a la misión profética, el Bautista, el mártir de la verdad, el Precursor del Mesías. Este último título le confiere una singularidad en la historia que no tiene parangón.

           También nosotros, en nuestra condición de bautizados, hemos sido elegidos por Dios para formar parte de su pueblo, desempeñando cada uno el papel que le corresponda al servicio del mismo, pues en cuanto bautizados participamos de la condición profética, sacerdotal y regia de Jesucristo. Pero para sentirnos tales tenemos que apreciar esos signos de elección que han conformado nuestra vida vocacional. Sólo así, como Juan, tendremos una conciencia viva de nuestra elección divina y de la necesidad de responder a la iniciativa de Dios con una vida entregada a la misión encomendada.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

Una Iglesia atenta a los signos de los tiempos

39. «Para muchos jóvenes Dios, la religión y la Iglesia son palabras vacías, en cambio son sensibles a la figura de Jesús, cuando viene presentada de modo atractivo y eficaz»[14]. Por eso es necesario que la Iglesia no esté demasiado pendiente de sí misma sino que refleje sobre todo a Jesucristo. Esto implica que reconozca con humildad que algunas cosas concretas deben cambiar, y para ello necesita también recoger la visión y aun las críticas de los jóvenes.


[14] Ibíd., 50.

Homilía – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

JUGARSE EL TODO POR EL TODO

CONTEXTO EVANGÉLICO

Lucas comienza el relato evangélico diciendo: «Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén». Jerusalén no es sólo una indicación geográfica; es el lugar donde el camino de Jesús encontrará su meta y cumplimiento: la pasión, resurrección y glorificación; es el lugar del combate final de Jesús al tener que encararse con las instituciones judías, en especial con la institución religiosa. Subir resueltamente a Jerusalén expresa la decisión libre de su entrega fiel a la voluntad del Padre. Jesús

toma la decisión contra el parecer de sus discípulos que, según Marcos, estaban sorprendidos y seguían detrás con miedo (Me 10,32). Pedro (interpretando, sin duda, el parecer de sus compañeros) le agarró y se puso a regañarle por su decisión. Los discípulos le quieren atajar enérgicamente. Pero Jesús no cede a la «tentación de Satanás» (Mt 16,22-23).

La parte central y más larga del evangelio de Lucas (9,51-19,44) trata de la subida de Jesús a Jerusalén. Es el paradigma bajo el que presenta el mensaje. Ser discípulo de Jesús es recorrer con él y como él el camino pascual: llegar a la vida por la muerte, morir como el grano de trigo para convertirse en espiga (Jn 12,24). El pasaje evangélico de hoy presenta las exigencias del seguimiento con ocasión de tres que son llamados y optan por su cuenta por el discipulado.

EL TESORO, LA PERLA Y SU PRECIO

El pasaje evangélico, entendido aisladamente, sin referencia al resto del Evangelio, podría parecer un tanto masoquista, fruto de una moral fundamentalista. El mensaje de Jesús no es un atentado contra la persona, sino una apuesta decidida por el hombre en su desarrollo integral.

Lo que esencialmente anuncia Jesús es la mejor Noticia, el gran Notición de la historia de todos los tiempos. Ofrece un gran tesoro, una perla preciosa (Mt 13,44), la participación en el gran banquete de la vida y de la convivencia humana (Mt 22,1-14). A los que se han dejado fascinar por Jesús y su Causa no les duele el desprendimiento ni la renuncia, aunque parezca heroica.

Conociendo con claridad el tesoro y la perla, la abundancia y la alegría del banquete del Reino, para gozar de ellos es preciso pagar el precio, como hizo el comprador del tesoro: se deshizo absolutamente de todo.

Reafirmando esto, decía con palabra encendida el gran filósofo cristiano Sóren Kierkegaard: «Que cada uno vea claramente lo que significa ser cristiano y elija con toda rectitud y sinceridad si quiere serlo o renuncia a ello. Que se advierta solemnemente al pueblo esto: Dios prefiere que confesemos honestamente que no somos ni queremos ser cristianos. Ésta es, quizá, la condición que nos permitirá llegar a serlo. Dios prefiere esta confesión a la náusea de un culto que es burla de él». ¿Quiere decir, entonces, que el cristiano ha de ser una persona impecable, que cualquier tropiezo es una apostasía de la fe? De ninguna manera. Dice bellamente M. Quoist: «No importa caer en el camino; lo que importa es caer subiendo». No importa caer; lo que importa es tener clara la meta a donde vamos. Lo malo sería que hiciéramos ediciones acomodadas, contemporizadoras, infantiles del Evangelio, o escribiéramos evangelios apócrifos para legitimar posturas, criterios, actitudes o comportamientos.

Uno de los mayores teólogos actuales, J. B. Metz, afirma que el gran desafío que tenemos los cristianos de Europa es decidirnos entre una religión burguesa o un cristianismo de seguimiento de Jesús. Como ha dicho alguien con ingenio, se trata de vivir hoy «con el aire de Jesús» y no «al aire que más sopla». Un cristianismo reducido a unos pocos ratos y a unos pocos ritos religiosos vale para muy poco o para nada. Como se ha dicho tantas veces, de un cristianismo reducido a media hora dominical no hay que esperar gran cosa. «¿Qué influencia puede tener en las personas una religión que no exige más que tres cuartos de hora los domingos?», razonaban unos muchachos en un debate juvenil.

 

CONDICIONES DEL SEGUIMIENTO

Las exigencias de Jesús para seguirle suenan muy duramente a los oídos y, mal entendidas, pueden producir la idea de un Jesús sin entrañas. Las expresiones tan duras de Jesús hay que entenderlas en sentido metafórico. Son expresiones orientales, intencionadamente exageradas para poner más de relieve el mensaje que quiere comunicar. Con ellas pretende señalar la radicalidad con que es preciso seguirle.

Jesús no fue inhumano; al contrario, fue el más humano de los humanos. Su vida fue un continuado gesto de ternura. No pudo contener las lágrimas ante la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,35). Como certeramente dice Hans Küng, «sólo un Ser divino podía ser tan humano». Jesús defiende el amor y el cuidado de los padres ancianos (Mt 7,9). Lo que quería y quiere decirnos es que nadie, pero menos sus discípulos, ha de dejarse atrapar por una familia posesiva, sino que cada miembro ha de hacer su opción libre, que la familia no puede condicionar su llamada a seguirle y a trabajar por el Reino.

Lucas no pone nombre a los que pretenden seguir al Señor, según el relato evangélico, precisamente para que entendamos que cada uno de nosotros encarna a los tres al mismo tiempo, y que el Señor nos indica a cada uno las condiciones que señala a los tres.

La primera condición que señala Jesús para su seguimiento es la paciencia y la misericordia, la liberación de todo fanatismo, encarnado en los «Hijos del Trueno», que quieren que caiga un fuego apocalíptico sobre las ciudades que le han rechazado por ir de camino al templo rival de Jerusalén.

En segundo lugar, Jesús reclama como condición la pobreza: seguir a un Maestro pobre, que elige la pobreza como camino de libertad. Le indica a quien pretende seguirle que no se llame a engaño, él predica la bienaventuranza de la pobreza, la renuncia al ídolo del dinero. Servir al dinero es sufrir una forma dura de esclavitud. Con la expresión «deja que los muertos entierren a los muertos», Jesús indica que no se puede perder el tiempo en enterrar a tantos muertos que nos ligan con el pasado. La frase «el que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno de mí», que dirige al que pide tiempo para despedir a su familia, tiene, por supuesto, un sentido metafórico. Jesús le invita a romper con el pasado y a seguirle a él, que es la vida, el futuro de esperanza y, por lo tanto, no debe dejarse atrapar por los «muertos», los que todavía viven en la muerte del pasado, pues no se puede colocar vino nuevo en odres viejos ni echar un remiendo nuevo en un vestido gastado.

Jesús replica al tercer candidato: «El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios»; con ello señala que el seguimiento implica una decisión radical, ruptura con el mundo, que no se puede «prender una vela a Dios (a él) y otra al diablo» (al vivir mundano). No se puede ser del Reino y del mundo (Jn 17,14). No se puede ser cristiano en el templo y pagano en la vida cotidiana. Como alguien decía acertadamente, «Cristo necesita cristianos de todos los días de la semana, no sólo de domingos».

«Jugarse el todo por el todo» es uno de los lemas más queridos por el Movimiento de Taizé. El Señor nos ofrece «el todo» de las riquezas del Reino, de su amor, de su amistad. Un poeta puso en labios de Dios estos versos: «Corazones partidos yo no los quiero, que cuando doy el mío, lo doy entero».

Jesús habla de intención de totalidad: «Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Mt 22,37-40). No se pueden separar unos tiempos, unas ocupaciones, unos ritos y unos ratos para Dios y, luego, vivir a impulsos del capricho. Todo y para siempre, como sucede con los grandes amores. He aquí un mensaje apremiante para muchos contemporáneos nuestros tan amigos de lo provisional.

Atilano Alaiz

Lc 9, 51-62 (Evangelio Domingo XIII de Tiempo Ordinario)

Aquí comienza, precisamente, la segunda parte del Evangelio según Lucas.

Hasta ahora, Lucas había situado a Jesús en Galilea (1a parte); pero, a partir de 9,51, Lucas coloca a Jesús caminando decididamente hacia Jerusalén.

El “camino” que Jesús inicia aquí con los discípulos es más teológico que geográfico: no se trata tanto de hacer un diario del viaje o de señalar la lista de los lugares por donde Jesús va a pasar hasta llegar a Jerusalén; se trata, sobre todo, de presentar un itinerario espiritual, a lo largo del cual Jesús va mostrando a los discípulos los valores del “Reino” y les va enfrentando con la plenitud de la revelación de Dios.

Este recorrido que aquí se inicia desemboca en la cruz: ella es la que va a ofrecer la revelación suprema que Jesús quiere presentar a los discípulos y, a través de ella, va a irrumpir la salvación definitiva.

Los discípulos son exhortados a seguir este “camino”, para identificarse plenamente con Jesús. Lucas propone aquí, a su comunidad, el itinerario que los auténticos creyentes deben recorrer.

Lucas comienza por presentar las “exigencias” del “camino”. Nuestro texto presenta, nítidamente, dos partes, dos desarrollos.

En la primera parte (vv. 51-56), el escenario de fondo nos sitúa en el contexto de las hostilidades entre judíos y samaritanos. Se trata de un dato histórico: la dificultad de convivencia entre los dos grupos era tradicional; los peregrinos que iban a Jerusalén para las grandes fiestas de Israel procuraban evitar pasar por Samaría, utilizando preferentemente el “camino del mar” (junto a la costa), o el camino que recorría el valle del río Jordán, a fin de evitar “malos encuentros”.

La primera lección de Jesús a lo largo de este “camino” tiene que ver con la actitud que los discípulos deben asumir frente al “odio” del mundo.

¿Qué hacer cuando el mundo tiene una actitud de rechazo frente a la propuesta de Jesús? Santiago y Juan ofrecen una solución agresiva, “violenta”, que devuelva con la misma moneda la hostilidad manifestada por los samaritanos (la referencia al “fuego del cielo” nos recuerda el castigo que Elías infringió a sus adversarios, cf. 2 Re 1,10-12); pero Jesús les recuerda que su “camino” no pasa ni pasará nunca por la imposición a la fuerza, por una

respuesta violenta, por la prepotencia (en su horizonte únicamente aparece la cruz y la entrega de la vida por amor: es en la donación de la vida y no en la prepotencia y ni en la muerte como se realizará su misión). Esto es algo que los discípulos nunca deben olvidar, si están interesados en recorrer el “camino” de Jesús.

En la segunda parte (vv. 57-62), Lucas presenta, a través del diálogo de Jesús y tres candidatos a discípulos, algunas de las condiciones para andar, con Jesús, ese “camino” que lleva a Jerusalén, esto es, que lleva a la realización plena de la salvación. ¿Qué condiciones son esas?.

El primer diálogo sugiere que el discípulo debe despojarse totalmente de las preocupaciones materiales: para el discípulo, el Reino tiene que ser infinitamente más importante que las comodidades y el bienestar material.

El segundo diálogo sugiere que el discípulo debe despegarse de esos deberes y obligaciones que, a pesar de su relativa importancia (el deber de enterrar a los padres era un deber fundamental del judaísmo), impiden una respuesta inmediata y radical al Reino.

El tercer diálogo sugiere que el discípulo debe despegarse de todo (hasta de la propia familia, si fuera necesario), para hacer del Reino su prioridad fundamental: nada, ni la propia familia, debe postergar y demorar el compromiso con el Reino.

No podemos ver estas exigencias como normativas: en otras circunstancias, él mandó cuidar de los padres (cf. Mt 15,3-9); y los discípulos, sobre todo Pedro, se hicieron acompañar por sus esposas durante sus viajes misioneros (cf. 1 Cor 9,5).

Lo que estas enseñanzas pretenden decir es que el discípulo está invitado a eliminar de su vida todo aquello que sea un obstáculo en su testimonio cotidiano del Reino.

En la reflexión, considerad los siguientes aspectos:

A nosotros, discípulos de Jesús, se nos propone que sigamos por el “camino” de Jerusalén, por ese “camino” que conduce a la salvación y a la vida plena. Se trata de un “camino” que implica la renuncia a nosotros mismos, a nuestros intereses, a nuestro orgullo, y un compromiso con la cruz, con la entrega de la vida, con el don de nosotros mismos, con el amor hasta las últimas consecuencias. ¿Aceptamos ser discípulos, esto es, enrolarnos con Jesús en el “camino hacia Jerusalén”?

Jesús rechaza, radicalmente, responder a la oposición y a la hostilidad del mundo con ninguna actitud de violencia, de agresividad, de venganza.
Sin embargo, la Iglesia de Jesús, en su caminar histórico, ha recorrido caminos de violencia, de fanatismo, de intolerancia (las cruzadas, las conversiones forzosas, los juicios de la “santa” Inquisición, las exigencias que crearon en tantas conciencias esclavitud y sufrimiento…) Ante esto, nos queda reconocer que, tristemente, no siempre hemos vivido en fidelidad a los caminos de Jesús y pedir disculpas a nuestros hermanos por nuestra falta de amor.

Es necesario, también, continuar anunciando el Evangelio con fidelidad, con firmeza y con coraje, aunque también con respeto absoluto a aquellos que quieran seguir otros caminos y tomar otras opciones.

El “camino del discípulo” es un camino exigente, que implica una entrega total por el “Reino”.
Quien quiera seguir a Jesús, no puede detenerse pensando en las ventajas o desventajas materiales que esto le va a traer, ni en los intereses que deja atrás, ni en las personas a quienes tiene que decir adiós.

¿Qué es lo que, en nuestra vida cotidiana, todavía nos impide realizar un compromiso total con el “Reino” y con ese camino de donación de la vida y del amor total?

Gál 5, 1. 13-18 (2ª Lectura Domingo XIII Tiempo Ordinario)

Continuamos leyendo la Carta a los Gálatas. Ya sabemos cuál es el problema fundamental en ella abordado: los Gálatas están siendo perturbados por los “judaizantes” para quienes los rituales de la Ley de Moisés también son necesarios para llegar a la vida en plenitud (“salvación”); y Pablo, para quien “Cristo basta” y para quien las obras de la Ley ya no dicen nada, procura hacer que los Gálatas no se dejen esclavizar ya más, en concreto por los ritos y por las leyes.

El texto que se nos propone aparece en la parte final de la Carta. Es el inicio de una reflexión sobre la verdadera libertad, que es fruto del Espíritu (cf. Gal 5,1-6,10).

Las palabras de Pablo son una invitación vehemente a la libertad. Después del inicio de este texto (v. 1), recuerda a los Gálatas que Cristo les ha liberado para vivir en libertad (la repetición, liberar para la libertad, es, sin duda, un hebraísmo destinado a dar al verbo “liberar” un sentido más intenso) y que no conviene volver a caer en el yugo de la esclavitud(más adelante, vv. 2-4, identifica esa esclavitud con la Ley y con la circuncisión).

Los versículos 13-18 explican en qué consiste la libertad para el cristiano. ¿Se trata de la facultad de elegir entre dos cosas distintas y opuestas? No. ¿Se trata de una especie de independencia ético-moral, en virtud de la cual uno puede hacer lo que le apetezca, sin barreras de ninguna especie? Tampoco.

Para Pablo, la verdadera libertad consiste en vivir en el amor (vv. 13-14). Lo que nos esclaviza, nos limita y nos impide alcanzar la vida en plenitud (“salvación”) es el egoísmo, el orgullo, la autosuficiencia; superar ese encerrarnos en nosotros mismos es hacer de nuestra vida un don de amor, hacernos verdaderamente libres. Sólo es auténticamente libre aquel que se ha liberado de sí mismo y vive para los demás.

¿Cómo nace en nosotros esta “libertad” (la capacidad de amar, de dar vida)? Nace de la vida que Cristo nos da: por la adhesión a Cristo, se genera en cada persona un dinamismo interior que le identifica con Cristo y le da una capacidad infinita para vivir en libertad. Es el Espíritu el que alimenta, día a día, esa vida de libertad (o de amor) que se ha generado en nosotros, a partir de nuestra adhesión a Cristo (vv. 16).

Vivir en la esclavitud es continuar viviendo una vida centrada en uno mismo (Pablo enumera, más adelante, las obras del que es esclavo, cf. Gal 5,19-21); vivir en libertad (“según el Espíritu”) es salir de uno mismo y hacer de su vida donación, compartir (Pablo nombra, más adelante, las obras de aquel que es libre y vive en el Espíritu, cf. Gal 5,22-23).

Considerad, en la reflexión, los siguientes elementos:

Los hombres de nuestro tiempo tienen un gran apego a ese valor llamado “libertad”; sin embargo tienen, frecuentemente, una perspectiva demasiado egoísta de ese valor fundamental. Cuando la “libertad” se define a partir del “yo”, identificándose con el “libertinaje”: es la capacidad de hacer “yo” lo que quiero; es la capacidad de poder escoger “yo”; es la capacidad de poder “yo” tomar mis decisiones sin que nadie me lo impida.

¿Esta libertad no genera, muchas veces, solamente egoísmo, soledad, orgullo, autosuficiencia y, por tanto, esclavitud?

Para Pablo, sólo se es verdaderamente libre cuando se ama. Ahí, yo no me ato a nada, dejo de vivir obsesionado conmigo mismo y con mis intereses y estoy siempre disponible, totalmente disponible, para compartir con mis hermanos. Esta es la experiencia de libertad que hacen hoy tantas personas que no guardan su vida para sí, sino que hacen de ella una ofrenda de amor para los hermanos más necesitados.

¿Cómo dar este testimonio y ofrecer este mensaje a los hombres de nuestro tiempo, ciegos ante la verdadera libertad?
¿Cómo explicar que sólo el amor nos hace totalmente libres?

Hablar de una comunidad (cristiana o religiosa) formada por personas libres en Cristo, implica hablar de una comunidad volcada hacia el amor, hacia el compartir, atenta a las necesidades y carencias de los hermanos que están a su alrededor.

¿Es eso lo que realmente sucede en nuestras comunidades?
¿Damos este testimonio de libertad en la donación de la vida a los hermanos que nos rodean?
¿Nuestras comunidades son comunidades de personas libres que viven en el amor y en la donación, o son comunidades de esclavos, presos de sus intereses personales y egoístas, que se hunden y ofenden por cosas sin importancia, dominados por intereses mezquinos y capaces de gestos sin sentido de orgullo y prepotencia?

1Re 19, 16b. 19-21 (1ª Lectura Domingo XIII de Tiempo Ordinario)

Este pasaje del primer Libro de los Reyes nos lleva hasta el siglo IX antes de Cristo. Estamos en la época de los reinos divididos.

Los profetas Elías y Eliseo, aquí mencionados, ejercerán su ministerio profético en el reino del norte (Israel), durante el reinado de Acab y Ocozías (Elías), Jorán y Jehú (Eliseo).

Es una época de gran desorientación, en términos religiosos: la fe yahvista es puesta en duda por la preponderancia que los dioses extranjeros adquieren en la cultura religiosa de Israel.

Una gran parte del ministerio de Elías se desarrolla durante el reinado de Acab (874-853). El rey, influenciado por Jezabel, su esposa fenicia, erige altares a Baal y Astarté y se postra delante de las estatuas de esos dioses. Nos encontramos ante una tentativa de abrir a Israel al intercambio con otras culturas; pero esas razones políticas no son entendidas ni aceptadas por los círculos religiosos de Israel. En esa época, Elías se convierte en el gran campeón de la fe yahvista (cf. 1 Re 18, episodio del “duelo” religioso entre Elías y los profetas de Baal, en el monte Carmelo), defendiendo la Ley en todas sus vertientes (incluso en la vertiente social, cf. 1 Re 21, con el célebre episodio de la viña de Nabot), contra una clase dirigente que adaptaba a sus deseos las leyes y los mandamientos de Yahvé.

La lucha de Elías para preservar los valores fundamentales de la fe yahvista es continuada en los reinados siguientes por uno de sus discípulos, Eliseo. La lectura que se nos propone nos presenta, precisamente, la llamada de Eliseo.

El texto nos ofrece una reflexión sobre la llamada de Dios y la respuesta del hombre.

La escena inicial de nuestra lectura nos sitúa en el Horeb, la montaña de la revelación de Dios a su Pueblo (cf. 1 Re 19,8). ¿Por qué en Horeb? Porque ahí, en el lugar donde comenzó la Alianza, Dios va a definir los instrumentos del restablecimiento de la Alianza: Elías es invitado a ungir a Eliseo como profeta; él será (juntamente con Jehú, futuro rey de Israel y de Hazael, futuro rey de Damasco) el instrumento de Dios en la aniquilación de Acab, el rey infiel a Israel y a la Alianza. Se trata de la única vez que en el Antiguo Testamento se relata la “unción” de un profeta.

Después de la presentación inicial, el autor deuteronomista describe el cuadro de la llamada de Eliseo. Él está en el campo, con los bueyes, labrando la tierra cuando Elías lo encuentra y le invita a ser profeta: el profeta no es alguien que, repentinamente, cae del cielo e invade de forma no natural el mundo de los hombres; tampoco es alguien que se hace profeta porque no sirve para otra cosa; sino que siempre es un hombre normal, con una vida normal, a quien Dios llama, yendo a su encuentro y hablándole en la normalidad del trabajo diario, para presentarle su reto.

Elías echa sobre Eliseo su “manto”. Este gesto tiene que ser entendido a la luz de la creencia de que las ropas o los objetos pertenecientes a una persona representaban a esa persona y contienen parte de su poder: de esa forma, Elías comunica a Eliseo su poder y su espíritu profético (cf. 2 Re 2,13-14; 4,29-31; Lc 8,44; Hch 19,12).

Tenemos, después, la respuesta de Eliseo al desafío que Dios le lanza a través del gesto de Elías: inmoló la yunta de bueyes, quemó el arado, asó la carne de los bueyes y dio de comer a su gente; después, siguió a Elías y quedó a su servicio.

El gesto de Eliseo significa, probablemente, el abandono de su vida antigua, la renuncia a la antigua profesión, la ruptura incluso con su familia y la entrega total a la misión profética. Expresa la radicalidad de su entrega al servicio de Dios.

Tened en cuenta, en la reflexión, los siguientes datos:

La historia de la salvación no es la historia de un Dios que interviene en el mundo y en la vida de los hombres de forma aparatosa, prepotente, dominante, sino que es la historia de un Dios que, discretamente, sin imponerse ni dar espectáculos, actúa en el mundo y realiza sus planes de salvación a través de hombres a los que él llama. Es como si nos dijese cómo hacer las cosas, pero respetase nuestro camino y se escondiese detrás de nosotros, Es necesario tener en cuenta que somos instrumentos de Dios para construir la historia, hasta que nuestro mundo llegue a ser “el mundo bueno” que Dios soñó. ¿Aceptaremos el reto?

El relato de la “vocación” de Elías no es el relato de una situación excepcional, que sólo sucede a algunos privilegiados, elegidos por Dios para una misión en el mundo, sino que es la historia de cada uno de nosotros y de las llamadas que Dios nos hace, en el sentido de que nos pongamos a su disposición para la misión que él nos quiere confiar. ¿Estoy atento a las llamadas de Dios? ¿Tengo disponibilidad, generosidad y entusiasmo para comprometerme en las tareas a las que él me convoca?

La llamada de Dios llega a Eliseo a través de la acción de Elías… Es necesario tener en cuenta que, muchas veces, el reto de Dios nos llega a través de la palabra o de la interpelación de un hermano; y que, muchas veces, es necesario contar con el apoyo de alguien para discernir el camino y ser capaz de afrontar los retos de la vocación.

Finalmente, somos llamados a contemplar la disponibilidad de Eliseo y la forma radical como él acoge la llamada de Dios. La referencia a la muerte de los bueyes, al desmantelamiento del arado (cuya madera sirve para asar la carne de los animales) y al banquete de despedida ofrecido a la familia significa que el profeta decidió “cortar todas las amarras”, pues quería entregarse, radicalmente, al proyecto de Dios. Es ese corte radical con el pasado y esa entrega definitiva a la misión los que nos interpelan hoy a nosotros.

Comentario al evangelio – 24 de junio

Juan Bautista, el precursor de Jesús, se encuentra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. A partir de la similitud de las narrativas de la infancia de Jesús y de Juan en el evangelio de Lucas la liturgia celebra el nacimiento de ambos: el de Jesús en el solsticio de invierno y el de Juan en el solsticio de verano.

La fiesta de la Natividad de Juan Bautista nos invita a valorar los pequeños acontecimientos de la vida, como el nacimiento de un niño. Con el nacimiento de Juan nos lleva a contemplar el Dios que, además de hacerse uno de nosotros en Jesús, nos prepara para recibirle como nuestro Salvador. Este es el modo de actuar de Dios en la historia: como un agricultor prepara la tierra para sembrar, Dios fue preparando la humanidad a lo largo de la historia hasta que se manifestó en su Hijo. De igual modo, también prepara nuestro corazón, a través de personas y acontecimientos, para que vayamos poco a poco descubriendo sus huellas en nuestra historia.
Juan Bautista prepara la venida inminente del Hijo de Dios. Aun en el vientre de su madre anuncia, con un salto de alegría, la presencia de Dios hecho niño. Juan intuyó que su quehacer en la vida era preparar la venida del que venía detrás de él. Y para ello vivió y por ello murió. Así fue toda su vida, en estrecha relación con Jesús, señalando a Cristo, diciendo a los hombres dónde, cómo y cuándo podrían encontrarse con el Mesías esperado.

Todos nosotros llevamos, por el bautismo, la misión de Juan: señalar a los demás donde encontrar a Jesús, no solo con palabras, sino con nuestro estilo de vida, con nuestras opciones, con la radicalidad de nuestra fe y la fidelidad al Evangelio. Que la festividad de hoy, celebrando la esperanza que nace con un niño, nos lleve a comprender que Dios elije lo más escondido, lo más frágil, lo más pequeño para preparar su llegada. 

Eguione Nogueira, cmf.