II Vísperas – Domingo XV de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XV de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Gallos vigilantes
que la noche alertan,
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 1P 1, 3-5

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza vida, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cuida de tu prójimo y, cuando yo vuelva, te pagaré lo que hayas gastado en él.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuida de tu prójimo y, cuando yo vuelva, te pagaré lo que hayas gastado en él.

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó al mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle con alegría:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

Te damos gracias, Señor, porque, a través del mundo, nos has revelado tu poder y tu gloria;
— haz que sepamos ver tu providencia en los avatares del mundo.

Tú que, por la victoria de tu Hijo en la cruz, anunciaste la paz al mundo,
— líbranos de toda desesperación y de todo temor.

A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
— concédeles que cooperen, con sinceridad y concordia, en la edificación de un mundo mejor.

Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos, fortalece a los débiles,
— para que en todo se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú, que al tercer día, resucitaste gloriosamente a tu Hijo del sepulcro,
— haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Sin prójimo no hay Dios que valga

Hoy la primera lectura nos da la clave para entender el evangelio. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es una exigencia de nuestro ser. Dios no crea al ser humano y luego le impone unas obligaciones. Dios no tiene “voluntad”, porque no tiene partes ni cualidades ni potencias. Es un “ser” simplicísimo. Lo que Dios espera es que despleguemos esas posibilidades (exigencias) que nacen de nuestro ser más profundo. ¡Cuanto fundamentalismo se evitaría si tuviéramos en cuenta esta simple verdad!

El jurista sabía la respuesta, luego no pregunta para aprender, sino para examinar. Jesús se lo hace ver, haciendo que él mismo responda. Lo que no estaba tan claro era quién era Dios y quién era el prójimo. Aquí sí que había y sigue habiendo mucho que aclarar… Jesús habla de superar la Ley como venida de un Dios que desde fuera y desde arriba nos exige normas de conducta que van en contra de nuestros intereses. Como la primera lectura de hoy, Jesús habla de una ley no escrita que llevamos todos dentro y que hay que descubrir.

Solo Lc narra esta maravillosa parábola del “buen samaritano”. Como todas, no necesita explicación. Lo único que exige es implicación. El oyente tiene que tomar partido después de oírla. Si no lo hace, la narración carece de sentido. Se nos invita a descubrir una manera nueva de ser humanos. No basta ser religioso y tener muy buenas relaciones con el Dios del templo, aunque sea sacerdote o levita, hay que hacerse prójimo. La parábola nos propone dejar de considerarse a sí mismo el ombligo del mundo y poner en el centro al otro.

Cuando pregunto, ¿quién es mi prójimo?, presupongo que puede haber alguien que no lo es y tendría que amar solo al que lo es. En algunos casos, en el AT, el prójimo tenía este sentido. La religión judía nació como un medio de aglutinar un pueblo en torno a un Dios, con unas obligaciones que le permitían asegurar una cohesión interna capaz de superar el egoísmo destructor. Para nada pensaban en un amor universal, sino en un amor a los pertenecientes al pueblo, con la finalidad de defenderse de los que no pertenecían a él.

La pregunta presupone que el ser o no ser prójimo depende del otro, o de las circunstancias. Este es el fundamento de la mentalidad legalista que excluye toda aproximación. La ayuda al miserable desde el estricto cumplimiento de la Ley no excluye el sentimiento de superioridad o desprecio. Cumplo lo mandado pero no me involucro en la situación del otro. Simplemente lo hago “por amor a dios”. Esta es la trampa donde hemos caído. Lo que hizo el Samaritano está a años luz de esta actitud. Se aproxima, lo cura, lo venda, lo lleva a la posada, etc.

El relato es típico de la literatura oriental, pero los personajes implicados en él, lo convierten en provocador. Los oficiales de la religión están demasiado preocupados por la legalidad y la pureza para preocuparse de los demás. Para el sacerdote y el levita, lo primero era la Ley. Para el samaritano, lo primero era el hombre. El hereje, el idólatra, el impuro, odiado precisamente por no ser religioso, no está sujeto a normas externas, lleva la ley en el corazón. La palabra empleada en griego para indicar que se conmueve, nos indica que el Samaritano se dejó llevar por su verdadero ser desde el interior y acabó imitando a Dios.

La parábola, no deja lugar a duda sobre lo que Jesús entendía por próximo. Prójimo es todo aquel con quien me encuentro en mi camino. Prójimo es aquel que me necesita. Estamos equivocados al pensar que el prójimo lo puedo determinar yo. Jesús nos dice que el prójimo se me impone, aunque yo puedo tomar la decisión de escamotear esa presencia e ignorarlo. Cuando me niego a verlo, estoy fallando, buscando excusas para escapar a esa imposición que me saca de mi programación, de mis planes, a veces tan religiosos ellos.

Estamos equivocados cuando pensamos que si me acerco a otra persona para ayudarla, estoy haciendo una cosa buena, pero que si no la ayudo, no pasa nada, porque yo soy libre de ayudarla o de no ayudarla. No vemos como una necesidad el ayudarla, sino como una posibilidad que se me ofrece y que yo puedo aprovechar. No, debemos sentir esa ayuda como una urgencia. Soy capaz de programar un prójimo para una hora determinada, pero rechazo instinti­vamente al que se me impone sin mi consentimiento.

Tanto en el AT como en el evangelio, se entiende a Dios como cosa, es decir como alguien que existe al margen de la creación. Hoy sabemos que Dios está en las cosas, no al margen de ellas, ni por encima de ellas. Si pudiéramos ver la creación desde Dios veríamos que no se diferencia en nada de ella. La creación es la manifestación de Dios. Vista desde la criatura, sí hay diferencia, pero no por lo que la creación es, sino por lo que no es; por sus limitaciones. Dios es infinito, la criatura no, ni por separado ni en conjunto. Si en todas las cosas está Dios, es claro que en cualquier ser humano se está manifestando su presencia.

Aclaremos esta idea con el ejemplo de la luz. La luz no se puede ver. Los espacios intersiderales son inmensos vacíos en absoluta oscuridad, aunque la luz los traviesa. Solo cuando los fotones encuentran a su paso algo material, puedo descubrir los reflejos de la luz en ese objeto. Esto pasa con Dios, no se le puede ver más que reflejado. Para cada uno de nosotros no hay más Dios que el que podemos ver en la creación. La conclusión es clara: No puedo pensar en un Dios al margen de la creación, porque sería un ídolo. Por lo tanto, no puede haber dos mandamientos. Amo a Dios solo en la medida que amo a sus criaturas.

Hay una frase, que empleamos siempre para justificar nuestro egoísmo, pero que es verdadera: «el amor bien entendido empieza por uno mismo». Efectivamente, descubriendo la luz que se refleja en mi propio ser, estaré capacitado para verla en los demás. El Dios que descubro en mí es el mismo que debo descubrir en los demás. Si me doy cuenta de lo que soy en el Todo, veré al otro insertado en el Todo. Si creo que soy una mónada aislada, veré al otro algo distinto de mí, que me estorba, y no encontraré motivos para amarlo.

Cuando tenga claro esto, solucionaré el problema de mi egoísmo. Es falsa la creencia de que yo soy una individualidad aislada, que tengo existencia y consistencia propia. Yo, separado del creador y de las demás criaturas, no soy nada. Lo que constituye mi ser y lo que constituye el ser de los demás, es la misma Realidad: Dios que está fundamentando mi propio ser y el de los demás. Por tanto, no puedo ir en contra de los demás sin ir en contra mía. El día que descubra lo que no soy, habré dado un paso hacia el verdadero amor.

El prójimo está siempre ahí, a tu vera. Descubrirlo y aceptarlo depende solo de ti. Siempre que te aproximas a otro para ayudarle de cualquier forma, lo estás convirtiendo en próximo. Cada vez que haces a uno prójimo, te estás acercando a ti mismo y te estas acercando a Dios. Cada vez que superas tu egoísmo y pones al otro en el centro, te acercas a la plenitud de humanidad. Siempre que das un rodeo para pasar de largo ante el dolor ajeno, te estás alejando de ti mismo y de Dios. Una religiosidad que me permite vivir sin verme afectado por los problemas de los demás será siempre una religiosidad falsa.

Meditación

Prójimo es todo aquel que me necesita
si estoy dispuesto a ayudarlo, a ser más humano.
No debo pensar solamente en las necesidades materiales.
Si creo que puedo amar a Dios desentendiéndome de otro,
es que no he entendido nada del mensaje de Jesús.
Si no descubro a la persona que me necesita,
es que no me preocupo de lo que pasa en mi interior.

Fray Marcos

Carola Rackete, la buena samaritana

La figura de esta joven capitana del Sea Watch 3, ordenada detener por Matteo Salvini, Ministro del Interior italiano, por recoger a emigrantes ilegales en el Mediterráneo (ya ha sido puesta en libertad) ha provocado reacciones opuestas. La mayoría la defiende y aplaude. Otros, incluso sintonizando con la tragedia humana de esas personas, piensan que la ley debe cumplirse. Algunos, que si es alemana, se los lleve a Alemania. Este caso viene como anillo al dedo para entender la parábola del buen samaritano. Cuando la leemos, nos parece perfecta, con un mensaje precioso. Cuando conocemos las circunstancias, advertimos la mala idea que tiene y las opiniones enfrentadas que pudo desatar.

1ª lectura. ¿Es muy difícil saber cómo salvarse?

La respuesta del Deuteronomio es clara: no hay que subir al Himalaya ni atravesar el Atlántico para saber lo que Dios quiere de nosotros. Lo que Dios quiere del israelita está escrito “en el código de esta ley”, que se limita a los capítulos 12-26 del Deuteronomio. No se trata de estudiar mucho sino de convertirse con todo el corazón y toda el alma, y de poner en práctica lo que allí se dice.

Pero al Deuteronomio le ocurrió un problema. Aunque el texto era intocable, y nadie estaba autorizado a quitar ni añadir nada, la interpretación de sus normas fue creciendo de forma incontrolada. En tiempos de Jesús, el judaísmo contaba 613 mandamientos (365 prohibiciones y 248 preceptos) capaces de volver loco a cualquier persona.

Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, o de saber qué era lo más importante. A propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivie­ron pocos años antes de Jesús, se cuenta la siguiente anécdota. Una vez llegó un pagano a Shammay, famoso por su intolerancia, y le dijo: “Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mien­tras aguanto a pata coja”. Él lo echó, amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. Entonces fue a Hillel, famoso por su tolerancia, que le dijo: “Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpreta­ción”. También del Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) se recuerda un esfuer­zo parecido de sintetizar toda la Ley en una sola frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran princi­pio general en la Torá”.

En los evangelios hay diversos intentos de simplificar la cuestión con una respuesta breve y drástica. El más famoso es la Regla de oro, con la que cierra el evangelio de Mateo el Sermón del Monte: “Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros. En esto consiste la ley y los profetas” (Mt 7,12). El tema reaparece en el episodio de hoy, cuando le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento principal. El relato de Lucas introduce cambios muy significativos en el de Marcos.

El escriba bueno de Marcos

Los escribas, equivalentes a los doctores de teología actuales, pero con mucho más poder, autoridad y prestigio, no quedan bien en los evangelios. Generalmente aparecen junto a los fariseos, como adversarios de Jesús. Menos en este caso de Marcos, donde un escriba pregunta a Jesús cuál es el mandamiento principal, y él le responde: amar a Dios y amar al prójimo. La reacción del escriba es alabar a Jesús, que le devuelve la alabanza.

El escriba malintencionado de Lucas

El protagonista del relato de Lucas no viene con buena intención, pretende poner en un aprieto a Jesús; y no plantea una cuestión teórica (“¿cuál es el mandamiento principal?”) sino muy personal: “¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

Jesús no cae en la trampa. En vez de responder, pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Y el legista se ve obligado a reconocer que sabe perfectamente lo que debe hacer: amar a Dios y al prójimo. Jesús, con cierta ironía, le indica que su problema no consiste en saber lo que tiene que hacer, sino en hacerlo.

Aquí podría haber terminado todo. Pero el legista, que tiene la sensación de haber quedado en ridículo, para justificarse plantea una cuestión filosófico-teológica: “¿Y quién es mi prójimo?” Afortunadamente, Jesús no era alemán. No le da una conferencia de Antropología ni le escribe un Manual de quinientas páginas intentando aclarar esa intrincada cuestión. Se limita a contar la parábola del buen samaritano, que ofrece dos modelos de conducta: la del sacerdote y el levita, que ante el pobre hombre asaltado y malherido por los bandidos dan un rodeo y pasan de largo, y la del samaritano que siente lástima, se acerca, echa aceite y vino en las heridas, las venda, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a una posada, lo cuida y paga su estancia. Son siete acciones, basadas todas ellas en el sentimiento inicial de lástima.

Al legista podría resultarle ofensivo que le cuenten un cuento. Pero Jesús no le da tiempo a protestar, pasa directamente al ataque, obligándole a reconocer que lo importante es comportarse como prójimo. Para terminar diciéndole: “Anda, haz tú lo mismo”. Lo importante no es discutir sino actuar.

La mala idea de la parábola

A muchos les gustaría limitar la parábola al ejemplo del samaritano y dejarnos con buen sabor de boca. Pero Lucas, del que siempre alabamos su bondad, resulta en este caso muy hiriente. No le basta un protagonista, necesita tres. Y los elige con toda la intención: un sacerdote, un levita, un samaritano.

El sacerdote y el levita, los personajes especialmente consagrados a Dios, hacen exactamente lo mismo: dan un rodeo y siguen su camino. ¿Por qué actúan de este modo? ¿Porque son malos y egoístas? No. Porque si el herido no está herido, sino muerto, basta tocarlo para quedar impuro.

La ley es tajante: “El sacerdote no se contaminará con el cadáver de un pariente, a no ser de pariente próximo: madre, padre, hijo, hija, hermano o de su propia hermana soltera, no dada en matrimonio. Queda profanado” (Levítico 21,2-4). Si no pueden contaminarse con un pariente, mucho menos con un desconocido al borde de la carretera.

Y lo que se deduce es trágico: es la ley de Dios la que impide practicar la misericordia y comportarse como prójimo del herido.

Lucas podría haber buscado como tercer protagonista a un cura progre o a un diácono permanente sin obsesión por la ley. Elige al menos indicado: un samaritano. El personaje más odioso y despreciable para un judío, miembro de un pueblo que, según el libro de los Reyes, “no veneran al Señor ni proceden según sus mandatos y preceptos”. Irónicamente, un representante de este pueblo que no venera al Señor ni procede según sus mandatos y preceptos es quien actúa con misericordia y se comporta como prójimo.

Dejo al lector decidir si esta parábola le recuerda la historia de Carola Rackete, Y, más importante todavía, recordar las palabras finales de Jesús: «Ve, y haz tú lo mismo».

José Luis Sicre

Comentario del 14 de julio

El evangelio de hoy nos presenta el modelo del comportamiento cristiano mediante una parábola, que es respuesta a una pregunta: ¿Y quién es mi prójimo?: una pregunta que nace de la respuesta dada a otra pregunta: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? La respuesta de Jesús a modo de conclusión es ésta: lo mismo que hizo el samaritano (de la parábola) con el apaleado del caminolo mismo, en una situación similar.

Conviene reparar en el verbo hacer; se trata de hacer y no simplemente de pensar hacer, de hablar de hacer, de proyectar hacer o de sentir deseos de hacer algo en favor del necesitado. Y hacer es acercarse al caídocurar sus heridas con los medios de que se dispone, montarle en su propia cabalgadurallevarle a una posada, pagarle al posadero por los cuidados que se le solicitan o los servicios prestados al malherido. El samaritano socorrista continuará su camino, porque la posada no es su meta y no puede detenerse; pero, a diferencia de los que habían pasado de largo, habrá dispuesto de tiempo y de ánimo para socorrer a ese hombre en situación de emergencia, habrá dispuesto de tiempo para la práctica de la misericordia.

Conviene advertir, sin embargo, la habilidad de Jesús para transformar un concepto que, en la formulación de la Ley y en la comprensión del letrado, es pasivo, en activo. ¿Qué decía la Ley? Si quieres heredar la vida eterna, cumple los mandamientos, es decir, ama al Señor, tu Dios con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu sery al prójimo como a ti mismo. Aquí, el prójimo se presenta como sujeto paciente, como objeto de amor: aquel a quien hay que amar, como a uno mismo. Decir: ¿Y quién es mi prójimo?, es lo mismo que decir: ¿A quién debo amar como a mí mismo para cumplir la Ley?

La pregunta es del letrado, y con ella –según el evangelio- pretende aparecer como justo. Luego parece esperar que Jesús le enumere a una serie de personas, próximas a él por razones de parentesco o de sintonía religiosa o política, a quienes ya suele amar: familiares, amigos, correligionarios, compañeros de profesión, judíos, incluso desamparados como huérfanos o viudas. La pregunta lleva implícita una exigencia de limitación: definir al prójimo es distinguirlo del no-prójimo y, por tanto, verse eximido de la obligación de amar a éste, puesto que no es mi prójimo. Pero Jesús transforma el concepto, pasando de la voz pasiva a la activa. Y lo hace con una parábola que se cierra con esta pregunta: ¿Cuál de estos tres personajes de la parábola (el samaritano, el sacerdote y el levita) te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?

En su respuesta, el letrado, arrastrado probablemente por el mismo relato del narrador de la parábola, no parece advertir la incongruencia de la pregunta. ¿No se trataba de saber quién era el prójimo a quién debemos convertir en objeto de nuestro amor? ¿Cómo dice ahora: ¿quién se portó como prójimo del caído?, haciendo «prójimo» no al salvado, sino al salvador, no al socorrido, sino al socorrista? Pero el letrado, sin la más mínima vacilación, responde: El que practicó la misericordia con él.

La respuesta es tan precisa que ya no cabe sino invitar a la imitación: Anda, haz tú lo mismo: sé prójimo del caído, aproximándote a él. No esperes siquiera a que él se aproxime a ti para pedirte la limosna de tu misericordia. Hay personas que no están siquiera en condiciones de dar ese paso. Hazte su prójimo, acercándote a socorrerle, y de esta manera lo convertirás en el prójimo a quien amas como a ti mismo; pues esto mismo es lo que desearías que hicieran contigo de estar en su lugar. Luego la pregunta: ¿Y quién es mi prójimo? acaba siendo sustituida por esta otra: ¿De quién debo yo ser prójimo? De todo aquel que esté necesitado de misericordia y se deje ver en mi camino. De antemano no puedo excluir, por tanto, a nadie de mi acción misericordiosa, aunque, dada mi limitación, no pueda llegar a todos los que están en situación de necesidad. Pero lo que no podemos es cerrar los ojos a los muchos indigentes con los que nos tropezamos a diario y que Dios, seguramente, pone en nuestro camino para que aportemos algún remedio.

Así debemos obrar si queremos heredar la vida eterna. Es evidente que toda obra de socorro tiene sus riesgos. También el samaritano podía haber caído en manos de bandidos mientras asistía al malherido; podía tratarse de un trampa urdida por malhechores, que se servían de un herido ficticio para cazar a incautos transeúntes. En tierra de atracadores, bandidos y estafadores, todo es posible. Pero el que escucha la voz imperiosa de la misericordia no repara en riesgos; más aún, los asume; porque ¿dónde no los hay? Y para asumir riesgos hay que dejar a un lado el exceso de prudencia que, por ser exceso, merece otros nombres como falta de valentía o arrojo. Y para hacer el bien, sobre todo en ciertas circunstancias, también se requiere coraje.

Aquel sacerdote y levita pudieron tener muchas razones para no hacer lo que hizo el samaritano, es decir, para no ser prójimos del apaleado: razones de tiempo (llegarían tarde al compromiso cultual), de prudencia (no era prudente detenerse en una cuneta para atender a un hombre abandonado a su penuria), de miedo (miedo a sufrir ellos mismos un nuevo ataque), de dignidad (un sacerdote no debía ocuparse en trabajos que no le correspondían), de pureza legal (estaban obligados a evitar los contactos que les hiciera incurrir en impureza). Pero ni siquiera estar razones justificativas consiguieron acallar el sentimiento de culpa que arrastraban consigo; porque al verlo, dieron un rodeo y pasaron de largo.

Ese rodeo es, sin duda, muy significativo. Seguramente no hubieran podido soportar la mirada lastimera y sufriente del herido. Quizá no quisieron comprobar la verdad de sus heridas, porque desmontaría el frágil y engañoso armazón de sus argumentos y pondría de manifiesto la falsedad de sus razones. Por eso, dieron un rodeo, que es lo que hacemos todos cuando no queremos enfrentar la realidad que nos sale al paso. Pero si nos atenemos al juicio de Jesús, no podemos sino descalificar la conducta de estos prohombres, para tener como modélica la del buen samaritano a quien su promotor presenta como ejemplar y modelo de conducta cristiana, invitando a su imitación: Anda, haz tú lo mismo, porque eso es lo que hay que hacer.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Lectio Divina – 14 de julio

La parábola del Buen Samaritano
¿Quién es mi prójimo?

Lucas 10,25-37

1. LECTIO

a) Oración inicial:

Oración del Beato Jorge Preca en El Sagrario del espíritu de Cristo.

Señor Dios, tú estás presente y yo estoy en ti:
Dame la sabiduría para conocer tu espíritu.
Señor Dios, tú estás presente y yo estoy en ti:
Concédeme el don del espíritu de mi Maestro Cristo Jesús.

Señor Dios, tú estás presente y yo estoy en ti:
Guíame en todos mis caminos con tu luz.
Señor Dios, tú estás presente y yo estoy en ti:
enséñame a hacer siempre tu voluntad.
Señor Dios, tú estás presente y yo estoy en ti:
no permitas que me aleje de tu Espíritu de amor.
Señor Dios, tú estás presente y yo estoy en ti:
No me dejes cuando me abandonen mis fuerzas.

b) Lectura del Evangelio:

Lucas 10,25-3725 Se levantó un legista y dijo, para ponerle a prueba: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» 26 Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» 27 Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tualma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» 28Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.»
29 Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» 30 Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándole medio muerto.31 Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. 32 De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. 33 Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión. 34 Acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y le montó luego sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. 35 Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: `Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.’ 36¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» 37 Él dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.»

c) Momentos de silencio orante:

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestras vidas. 

2. MEDITATIO

a) Clave de lectura:

Nos encontramos en el capítulo 10 del evangelio según lo cuenta Lucas. Estamos en la sección central del relato lucano, que toma forma de viaje de Jesús hacia Jerusalén: “Mientras se estaban cumpliendo los días en los que sería arrebatado del mundo, se dirigió decididamente hacia Jerusalén” (Lc 9,51). Sabemos que para Lucas, Jerusalén es la ciudad donde se realiza la salvación y el viaje de Jesús hacia Jerusalén es un tema central. El relato de Lucas comienza en la ciudad santa (Lc 1,5) y termina en la misma ciudad (Lc 24,52). En esta sección central, Lucas repetirá con insistencia el hecho de que Jesús se dirige a Jerusalén (por ejemplo en Lc 13,22; 17,11). En este texto que narra la parábola del Buen Samaritano en el contexto de la discusión con un doctor de la ley sobre el gran mandamiento, encontramos de nuevo el tema de un viaje, esta vez de Jerusalén hacia Jericó (Lc 10,30). La parábola forma parte de esta sección central del evangelio, que comienza con Jesús peregrino hacia Jerusalén con sus discípulos. Mandándoles delante de Él para preparar alojamiento en una aldea de Samaria, encuentran solamente hostilidad precisamente porque se dirigían hacia Jerusalén (Lc 9, 51-53). Los Samaritanos impedían a los peregrinos que se dirigiesen a Jerusalén y mostraban hostilidad para con ellos. Después de este hecho envía setenta y dos discípulos “ a cada ciudad y lugar donde Él debía de venir” (Lc 10,1). Setenta y dos es el número tradicional de las naciones paganas.

Los Padres de la Iglesia (Ambrosio, Agustín, Jerónimo y otros) teniendo en cuenta todo el simbolismo de Jerusalén, la ciudad santa de la salvación, interpretan de modo particular esta parábola. En el hombre que desciende de Jerusalén a Jericó ven la figura de Adán que representa a toda la humanidad expulsada del Edén, el paraíso, la Jerusalén Celestial, por causa del pecado. En los ladrones, los Padres de la Iglesia ven al tentador que se despoja de la amistad con Dios y hiere con sus asechanzas y tiene en la esclavitud a la humanidad herida por el pecado. En la figura del sacerdote y del levita ven la insuficiencia de la ley antigua para nuestra salvación que será llevada a cumplimiento por el buen samaritano, Jesucristo nuestro Señor y Salvador, que saliendo también Él de la Jerusalén celeste viene al encuentro de nuestra condición de pecadores y nos cura con el aceite de la gracia y el vino del Espíritu. En la posada los Padres ven la imagen de la Iglesia y en la figura del posadero, entrevén a los pastores en manos de los cuales Jesús confía el cuidado de su pueblo. La partida del samaritano de la posada, los Padres la interpretan como la resurrección y ascensión de Jesús a la derecha del Padre, pero que promete volver para dar a cada uno su merecido. A la Iglesia deja para nuestra salvación los dos denarios de la Sagrada Escritura y de los Sacramentos que nos ayudan en el camino hacia la santidad.

Esta interpretación alegórica y mística del texto nos ayuda a centrarnos bien en el mensaje de esta parábola. El texto de la parábola se abre con un diálogo entre un doctor de la ley que se levanta para poner a prueba al Señor diciendo: “Maestro, ¿ qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús no responde, sino que le hace otra pregunta: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? (Lc 10, 26). Debemos considerar este diálogo como una confrontación entre dos maestros, muy común en aquella época, como sistema para clarificar y profundizar algunos puntos de la ley. Aunque aquí, prevalece el tono de polémica, no como encontramos en el texto traído por Marcos, donde la pregunta viene dada por un escriba que “los había visto discutir (Jesús y los saduceos), y visto como (Jesús) les había bien respondido” (Mc 12,28), se acerca para preguntar. Este escriba se muestra bien dispuesto para escuchar a Jesús, de modo que el Señor termina el diálogo: “No estás lejos del reino de Dios” (Mc 12,34). Sin embargo Mateo coloca esta pregunta en el contexto de una discusión entre Jesús y los saduceos en la que estaban presentes algunos fariseos, que “ habiendo oído que Él había cerrado la boca a los saduceos, se reunieron juntos y un doctor de la ley, lo interrogó para ponerle a prueba…” (Mt 22,34-35). Jesús responde enseguida citando el mandamiento del amor, que se encuentra en los libros del Deuteronomio y del Levítico Sólo en el texto de Lucas la pregunta no se hace sobre cuál sea el mandamiento más grande, sino cómo heredar la vida eterna, una pregunta que los sinópticos la ponen de nuevo en la boca de un joven rico (Mt 19,16; Mc 10,17; Lc 18,18). Como en Marcos, también aquí Jesús alaba al doctor de la ley : “Has respondido bien; haz esto y vivirás” (Lc 10,28). Pero el doctor no está todavía contento con la respuesta de Jesús y “queriendo justificarse” (Lc 10, 29) por haber hecho la pregunta, le pide quién es el prójimo. Esta segunda pregunta hace de introducción y enlaza la siguiente parábola con el diálogo entre Jesús y el doctor de la ley. Podemos ver una inclusión entre el versículo 28 que cierra la disputa y nos prepara a la narración de la parábola y el versículo 37 que cierra definitivamente el diálogo y la parábola En este versículo, Jesús repite al doctor de la ley que había definido al prójimo como aquel “que ha tenido compasión”: “Ve y haz tú lo mismo”. Esta frase de Jesús nos recuerda las palabras pronunciadas en la última cena, como nos la cuenta Juan, cuando, después de lavar los pies Jesús invita a los discípulos a obrar según su ejemplo. (Jn 13,12-15).

En esta última cena Jesús deja a los suyos el mandamiento del amor, entendido como la disponibilidad a “dar la vida” para amarnos mutuamente como el Señor nos ha amado (Jn 15,12-14).

Este mandamiento va más allá de la observancia de la ley. El sacerdote y el levita han observado la ley, no acercándose al pobrete herido y dejado medio muerto, para no volverse impuros (Lev 21,1) Jesús va más allá de la ley y quiere que sus discípulos obren como Él. “Por esto sabrán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,35). Para el discípulo de Jesús, la mera filantropía no es suficiente, el cristiano está llamado a algo más que le hace semejante a su maestro, como dice el apóstol Pablo: “Ahora, nosotros tenemos el pensamiento de Cristo” (1 Cor 2,16) “Porque el amor de Cristo nos urge, persuadidos como estamos de que uno murió por todos” (2 Cor 5,14).

b) Preguntas para orientar la meditación y la actualización:

* ¿Qué te ha golpeado más en la parábola?
* ¿Con quién te identificas en el relato?
* ¿Has pensado alguna vez en Jesús como el Buen Samaritano?
* En tu vida ¿sientes la necesidad de la salvación?
* ¿Puedes decir con el apóstol Pablo que tienes el pensamiento de Cristo?
* ¿Qué cosa te constriñe al ofrecer amor al prójimo? ¿La necesidad de amar y ser amado o la compasión y el amor de Cristo?
* ¿Quién es tu prójimo? 

3. ORATIO

Cántico – 1Pt 2, 21-24

Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas. El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados.Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas. 

4. CONTEMPLATIO

La contemplación es el saber unir nuestro corazón y nuestra mente al Señor que con su Palabra nos transforma en nuevas personas que cumplen siempre su voluntad. “Sabiendo estas cosas, seréis dichosos si la ponéis en práctica” (Jn 13,17).

Practicante no creyente

Lee, o escucha uno con frecuencia, que alguien a quien se le pregunta por su religión responda: soy cristiano, no practicante. La primera y la tercera lectura de la misa de este domingo, se sitúa en este terreno espiritual.

1.- Moisés se dirige al pueblo escogido, advirtiéndole sobre las reglas que deberán regir sus vidas. No son normas extrañas, ni extraordinarias, les dice y nos diría a nosotros de manera idéntica. No se trata de preceptos que uno deba aprender en otro continente, o escuchando a algún gurú o chaman iluminado. Son preceptos establecidos a la medida del hombre, es más, están muy cerca, en el corazón de la persona. ¿por qué, pues, deben definirse? Pues, porque a la interioridad de la persona a veces le invaden las tinieblas que confunden las verdades, desorientándola.

2.- La Ley del Sinaí no fue una originalidad muy diferente a las leyes que regían a otros pueblos que por aquel entonces existían. Probablemente oiréis, mis queridos jóvenes lectores, que alguien dice: los diez mandamientos son una copia del Código de Hammurabi y no es cierto. La verdad es su semejanza y hasta, en detalles, su paralelismo. Ahora bien, la Ley de Moisés tiene el marchamo divino, es revelada. Si visitáis el Museo de Louvre y os movéis por las antigüedades mesopotámicas, podréis ver un soberbio ejemplar del código de Hammurabi, de piedra basáltica, donde está escrita esta enseñanza, os advierto que este pedrusco finamente pulido, está admirablemente conservado. Según creo se conservan otros más. Del código del Sinaí, las diez palabras, como se conoce en lenguaje hebreo, no encontraréis ninguno, pese a que se grabó en piedra, en este caso fueron dos lápidas. Más que roca maciza, importa que se conserve en el corazón del hombre y en el meollo de una cultura. En la judía, a Dios gracias, permanece.

3.- Habían pasado muchos siglos y el intelectual que le preguntó al Señor qué era preciso para heredar la vida eterna, no escuchó otra cosa que el recuerdo de lo promulgado en el Sinaí y ya sabréis que a cualquier judío consciente de serlo, si solicitáis que os recite la Shema, lo hará de buena gana y el texto que escuchéis, será semejante al que oyó el Señor.

Estaban el Maestro y el letrado de acuerdo, pero ¿era suficiente? ¿podía mejorarse? Claro que sí y por eso el Señor le atiende, poniendo el acento en el amor al prójimo. El docto interlocutor sabía algo de esto. El pueblo hebreo había ido madurando en este aspecto. Los profetas habían ido instruyendo y recordando la exigencia del amor al otro, pero muchos se quedaban en atender las necesidades de aquel que perteneciera a su mundo y en cambio la perspectiva de Jesús ampliaba el horizonte hasta todos sus inmensos límites.

Más que promulgar un nuevo código, le pone un ejemplo. Acude al lenguaje de las parábolas que le era tan preciado y que listos, listillos y gente vulgar del pueblo, entendían.

4.- El camino de Jerusalén a Jericó era de todos conocido. Yo mismo, mis queridos jóvenes lectores, en mis primeros viajes a Tierra Santa, seguía idéntico trazado, aunque evidentemente, en coche. Hoy en día es cómoda autovía, que ha suprimido curvas y mejorado el firme. Pero si uno se espabila y se lo propone, todavía es posible salirse y caminar un rato por entre algunos wadis, ver por ambos lados las mismas crestas que vería un caminante cualquiera. También el Señor y el buen intelectual. Era, es, común vía de unión hacia tierras del norte. Que por él pasara un samaritano no era lo corriente. Para ir a su tierra no era el camino más corto y su presencia podía suscitar la antipatía de los viandantes judíos. Pero no era imposible.

5.- Universitarios, banqueros, potentados propietarios de terrenos, promotores de grandes empresas inmobiliarias, cualquiera de estos pueden substituir a la figura del sacerdote del Templo, o la del levita. O ¿por qué no? cualquiera de nosotros mismos, que sabemos leer, tenemos libros, PC o tableta. Móvil, celular, vehículo, MP3 o cualquiera de estos cacharritos que creemos nos son imprescindibles. El samaritano puede estar representado por un emigrante, tal vez en situación clandestina. Pensadlo bien y examinaos.

6.- Por mi parte os digo que en algún momento que me he parado y pedido ayuda o información, he necesitado servicio o cooperación, generalmente, he sido mejor atendido por un desplazado, o por un sencillo anónimo hijo de vecino, que por un ciudadano que se cree hombre de bien y viaja en lujoso deportivo. Se necesita ayuda y todo el mundo te dice que no tiene tiempo. ¿sois uno de estos, mis queridos jóvenes lectores? Prefiero un practicante, no creyente, a un creyente que no practique la caridad, la justicia, la solidaridad.

Pedrojosé Ynaraja

¿Ya me lo sé?

En la formación que llevamos a cabo en Acción Católica General siempre decimos que hay que acercarse a los textos bíblicos como si fuera la primera vez que los leemos o escuchamos, porque (sobre todo con los pasajes más conocidos) corremos el peligro de pensar: “Ya me lo sé”, y no profundizar en ese texto, quedándonos normalmente con la interpretación más directa o habitual, la que primero nos sale, “la de siempre”, sin extraer nuevos contenidos y significados de la Palabra.

Algo así puede ocurrirnos con el Evangelio de este domingo: acabamos de escuchar la parábola del buen samaritano, muy conocida, y podríamos detenernos en lo habitual: La pregunta del letrado: ¿Quién es mi prójimo?; o si hacemos como el sacerdote o el levita y pasamos de largo ante los necesitados; o bien las palabras de Jesús: Anda, haz tú lo mismo… Y también seguramente sentiríamos el cargo de conciencia por las veces que no somos buenos samaritanos, el remordimiento por no ver en el otro a “mi prójimo”, y la gran dificultad en llevar a la práctica ese mandato de Jesús, casi inalcanzable. Y seguramente al salir estaríamos casi igual que antes de entrar.

Pero si prestamos atención a toda la Palabra de Dios que la liturgia nos propone para este domingo, descubrimos que antes de fijarnos en esos aspectos, la 1ª lectura nos invita a fijarnos en lo que puede ser el punto de apoyo para todo lo demás: el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable… está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.

Y aquí sí que surgen las preguntas que debemos hacernos:

Sinceramente, ¿pienso que el precepto del Señor es algo que me excede, que el listón está muy alto para que una persona normal pueda hacerlo suyo? ¿Siento que ser cristiano es algo excesivamente difícil, sólo al alcance de unos pocos escogidos?

De ahí la siguiente pregunta: ¿El precepto del Señor lo siento cercano a mí, a mi vida, a mis circunstancias personales, familiares, económicas… o es algo que me resulta ajeno a las mismas? ¿Pienso que una cosa es mi fe, y otra cosa es mi vida ordinaria, como compartimentos estancos?

Y como consecuencia viene la tercera pregunta: ¿Dónde “llevo” el precepto del Señor?

Porque lo podemos llevar en la mente, como un conocimiento más entre tantos que tenemos.

O lo podemos llevar sólo en la boca. Ahí es donde lo tenía el letrado del Evangelio, que era capaz de repetir perfectamente lo que está escrito en la Ley, pero sólo “de labios hacia fuera”.

O lo podemos llevar en el corazón, que designa el centro de la persona, lo más íntimo, su donde radican los sentimientos y emociones, y entonces el precepto del Señor no es algo ajeno a nosotros, ni algo impuesto, sino que forma parte de nuestro ser y por tanto está a nuestro alcance, es posible cumplirlo porque “nos sale del corazón”, como al samaritano de la parábola.

Aun así, podemos encontrarnos con que no sabemos cómo hacer que el precepto del Señor esté en nuestro corazón. Pero la 2ª lectura nos recordaba: Cristo Jesús es imagen de Dios invisible… Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia. Cristo es el verdadero Buen Samaritano, y nosotros somos miembros del cuerpo de Cristo, y necesitamos estar unidos a Él, nuestra cabeza, para poder seguirle incluso en lo que nos parece inalcanzable. Una unión que está a nuestro alcance, con la oración, la Eucaristía, la Reconciliación, la formación en los Equipos de Vida… junto con los demás miembros de la Iglesia, su cuerpo; y entonces su precepto comenzará a asentarse en nuestro corazón.

¿Cuándo escucho o leo algún pasaje bíblico conocido pienso “ya me lo sé”? ¿Presto atención a toda la Palabra de Dios que la liturgia nos propone el domingo? ¿Qué respondo a las preguntas anteriores? ¿Me siento miembro del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, y que Él es mi Cabeza?

Es verdad que seguir de verdad a Cristo no es fácil, pero Él viene en nuestra ayuda. Unámonos a Él como Cabeza nuestra y recordemos las palabras del Papa Francisco en “Gaudete et exsultate” 11: “no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros. Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí”.

Servir a los hermanos, siempre

1.- El Evangelio de San Lucas que escuchamos este domingo es todo un camino de conducta para los seguidores de Cristo. El culto a Dios, ya bien trazado en la Ley, se confirma. También el amor al prójimo. Y junto a eso, la descripción de quien ayuda al necesitado y de quien no. Los que no se acercan al viajero malherido son, precisamente, los más altos representantes de la religión oficial judía. Y el pecado de omisión tiene varias lecturas, porque tanto el levita como el sacerdote no se acercaron al hombre que yacía porque, tal vez, podría estar muerto y la cercanía a un cadáver volvía impuros –según la Ley— a los sacerdotes judíos y no podían actuar. Pero, obviamente, ese era el pretexto. La cuestión básica fue no prestar ayuda. No sentir compasión por el semejante herido y abandonado.

2.- Muchos de nosotros, satisfechos con nuestro creciente cumplimiento religioso y bien al tanto de todas las devociones, podemos llegar a ignorar a nuestros hermanos o incluirlos es el lejano apartado de una limosna sugerida. La ayuda directa no la contemplamos ni de lejos e, incluso, nos asusta grandemente. Pero ocurre que muchos de nuestros semejantes van a necesitar en un momento dado una ayuda inmediata, de cercanía física y, probablemente, nosotros se la negaremos. Tal vez sean mejores que nosotros los escribas y los sacerdotes fariseos porque tenían un pretexto legal. Nosotros, ni eso.

3.- Comparar a un sacerdote, a un levita, a un letrado, con un samaritano era fuertemente peyorativo. Estaban considerados como herejes y alejados del culto ortodoxo a Dios que se centraba en Jerusalén. Sin duda, el interlocutor que inició el dialogo con Jesús tuvo que sentirse menospreciado por la comparación. Pero al mismo tiempo, el letrado en cuestión quería distinguirse con malos modos cuando preguntó por la naturaleza de su prójimo. La respuesta del Señor fue muy adecuada.

4.- Otro lado –muy actual— de la moneda es olvidar a Dios para dedicarse solo y presuntamente al prójimo. Es posible, claro está, que en la adoración a Dios necesitemos poco tiempo y que nuestro «gran tiempo» debe estar dedicado al prójimo que nos necesite. Pero no se puede cambiar el orden de prioridades porque Dios debe estar por encima de todo. No es pues una cuestión de tiempo, si no de reconocimiento de la prioritaria entrega a Dios. El amor a Dios inunda de paz el amor a nuestros hermanos. El cansancio que llevemos al templo tras haber servido a los hermanos nos abrirá el Corazón de Dios y sitúa al nuestro en la intimidad con el Señor.

Ángel Gómez Escorial

Comentario al evangelio – 14 de julio

El buen samaritano

      Ha pasado ya al acervo de nuestro idioma. No sabemos siquiera si existió el “samaritano” de la parábola. Pero hoy se llama “buen samaritano” a cualquier persona de buen corazón que ayuda a sus hermanos sin pedir nada a cambio. No hay mejor cosa que encontrarse un buen samaritano cuando uno anda por los caminos de la vida perdido, sin rumbo y quizá herido y vapuleado. Hasta es posible que nos sorprenda su generosidad sin límite, el cariño gratuito que recibimos, tan acostumbrados como estamos a pagar por todo lo que recibimos. 

      Pero la parábola de Jesús va más allá. Porque el samaritano no es sólo uno que se paró a atender a aquel hombre abandonado y herido a la vera del camino. En su parábola, Jesús pone en relación al samaritano con otros personajes bien conocidos del pueblo judío: un sacerdote y un levita. Los dos son representantes de la religión oficial judía. Los dos ofician en el templo y son mediadores entre Dios y los hombres. Sacerdotes y levitas se supone que tienen un acceso a Dios del que carecen el resto de los creyentes –lo mismo que hoy muchos cristianos piensan todavía de sacerdotes y religiosos–. El samaritano, desde la perspectiva judía, pertenecía prácticamente al extremo opuesto de la escala religiosa. Era un pueblo que había mezclado la religión judía con otras creencias extrañas. Era traidor a la fe auténtica, un pueblo impuro. Los judíos trataban de evitar todo contacto con los samaritanos. El contacto con un samaritano hacía que el judío se volviese impuro. 

      Por eso, tiene mucho más peso el hecho de que Jesús contraponga en la parábola a los representantes oficiales de la religión, un sacerdote y un levita, con un samaritano, pecador e impuro. Y, lo que es peor, que sea precisamente el samaritano el que sale bien parado, el que se comporta como Dios quiere, el que es capaz de acercarse al prójimo desamparado y abandonado. Dicho de otra manera, el que se hace prójimo-próximo-cercano de su hermano necesitado. 

      En realidad, Jesús está replanteando nuestra relación con Dios. Mucho más importante que el culto oficial y litúrgico del templo, es la cercanía al hermano necesitado. Mucho más valioso que ofrecer sacrificios y oraciones, es adorar a Dios en el hermano o hermana que sufren por la razón que sea. Jesús no es sacerdote sino profeta. Jesús se aleja del templo y nos invita a vivir nuestra relación con Dios en el encuentro diario, habitual, a pie de calle, con nuestros hermanos y hermanas. Ahí es donde se juega nuestra relación con Dios. Sólo si somos capaces de amar así, podremos decir que amamos a Dios. Porque, como dice Juan, el que dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso. Ni más ni menos. 

 

Para la reflexión      El mandamiento de Dios está tan a nuestro alcance como lo están nuestros hermanos y hermanas. ¿Me acerco a ellos y me intereso de verdad por ellos? ¿Les acompaño en sus necesidades? ¿Soy capaz de escuchar? ¿Soy un “buen samaritano”?

Fernando Torres, cmf