¿Ya me lo sé?

En la formación que llevamos a cabo en Acción Católica General siempre decimos que hay que acercarse a los textos bíblicos como si fuera la primera vez que los leemos o escuchamos, porque (sobre todo con los pasajes más conocidos) corremos el peligro de pensar: “Ya me lo sé”, y no profundizar en ese texto, quedándonos normalmente con la interpretación más directa o habitual, la que primero nos sale, “la de siempre”, sin extraer nuevos contenidos y significados de la Palabra.

Algo así puede ocurrirnos con el Evangelio de este domingo: acabamos de escuchar la parábola del buen samaritano, muy conocida, y podríamos detenernos en lo habitual: La pregunta del letrado: ¿Quién es mi prójimo?; o si hacemos como el sacerdote o el levita y pasamos de largo ante los necesitados; o bien las palabras de Jesús: Anda, haz tú lo mismo… Y también seguramente sentiríamos el cargo de conciencia por las veces que no somos buenos samaritanos, el remordimiento por no ver en el otro a “mi prójimo”, y la gran dificultad en llevar a la práctica ese mandato de Jesús, casi inalcanzable. Y seguramente al salir estaríamos casi igual que antes de entrar.

Pero si prestamos atención a toda la Palabra de Dios que la liturgia nos propone para este domingo, descubrimos que antes de fijarnos en esos aspectos, la 1ª lectura nos invita a fijarnos en lo que puede ser el punto de apoyo para todo lo demás: el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable… está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.

Y aquí sí que surgen las preguntas que debemos hacernos:

Sinceramente, ¿pienso que el precepto del Señor es algo que me excede, que el listón está muy alto para que una persona normal pueda hacerlo suyo? ¿Siento que ser cristiano es algo excesivamente difícil, sólo al alcance de unos pocos escogidos?

De ahí la siguiente pregunta: ¿El precepto del Señor lo siento cercano a mí, a mi vida, a mis circunstancias personales, familiares, económicas… o es algo que me resulta ajeno a las mismas? ¿Pienso que una cosa es mi fe, y otra cosa es mi vida ordinaria, como compartimentos estancos?

Y como consecuencia viene la tercera pregunta: ¿Dónde “llevo” el precepto del Señor?

Porque lo podemos llevar en la mente, como un conocimiento más entre tantos que tenemos.

O lo podemos llevar sólo en la boca. Ahí es donde lo tenía el letrado del Evangelio, que era capaz de repetir perfectamente lo que está escrito en la Ley, pero sólo “de labios hacia fuera”.

O lo podemos llevar en el corazón, que designa el centro de la persona, lo más íntimo, su donde radican los sentimientos y emociones, y entonces el precepto del Señor no es algo ajeno a nosotros, ni algo impuesto, sino que forma parte de nuestro ser y por tanto está a nuestro alcance, es posible cumplirlo porque “nos sale del corazón”, como al samaritano de la parábola.

Aun así, podemos encontrarnos con que no sabemos cómo hacer que el precepto del Señor esté en nuestro corazón. Pero la 2ª lectura nos recordaba: Cristo Jesús es imagen de Dios invisible… Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia. Cristo es el verdadero Buen Samaritano, y nosotros somos miembros del cuerpo de Cristo, y necesitamos estar unidos a Él, nuestra cabeza, para poder seguirle incluso en lo que nos parece inalcanzable. Una unión que está a nuestro alcance, con la oración, la Eucaristía, la Reconciliación, la formación en los Equipos de Vida… junto con los demás miembros de la Iglesia, su cuerpo; y entonces su precepto comenzará a asentarse en nuestro corazón.

¿Cuándo escucho o leo algún pasaje bíblico conocido pienso “ya me lo sé”? ¿Presto atención a toda la Palabra de Dios que la liturgia nos propone el domingo? ¿Qué respondo a las preguntas anteriores? ¿Me siento miembro del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, y que Él es mi Cabeza?

Es verdad que seguir de verdad a Cristo no es fácil, pero Él viene en nuestra ayuda. Unámonos a Él como Cabeza nuestra y recordemos las palabras del Papa Francisco en “Gaudete et exsultate” 11: “no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros. Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí”.