Oremos solemnemente con acción de gracias, al despuntar el nuevo día, al salir de casa, antes de comer y después de haber comido, a la hora de ofrecer incienso, al entregaros al descanso. Y aun en la misma cama quiero que alternes los salmos con la oración dominical (…), para que el sueño te coja libre de pensamientos mundanos y ocupado en los divinos (San Ambrosio, Sobre las vírgenes, 3, 18-19).
¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón , pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras, «Gracias a Dios»? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad (San Agustín, Epist., 72).
Él nos da, por un poco de fe, la tierra inmensa, para cultivarla; agua para beber y agua para navegar; el aire para respirar, el fuego para trabajar, el mundo para habitar… Si los bienes de los amigos son comunes y si el hombre es amigo de Dios, todo se hace propiedad del hombre, pues todo pertenece a Dios (Clemente de Alejandría, Protréptico, 12).
Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. – Porque te da esto y lo otro. – Porque te han despreciado. – Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes. – Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. – Porque creó el Sol y la Luna, y aquel animal y aquella otra planta. – Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso… Dale gracias por todo, porque todo es bueno. (J. Mª Escrivá de Balaguer, Camino, 36ª ed. Castell. Madrid, 1979, 268)
No dejemos transcurrir ni un solo día sin agradecerle tantas gracias como durante nuestra vida nos ha concedido (Santo Cura de Drs, Sermón sobre el primer precepto del decálogo).
(Recibimos) beneficios que superan en número a las arenas del mar (San Juan Crisóstomo; Homilías sobre san Mateo, 25, 4).
Mal procede quien se llena de soberbia a causa de su riqueza y no reconoce haber recibido de Dios todo lo que tiene, pues todos nuestros bienes, espirituales o temporales, de Dios son (Santo Tomás, Sobre el Padrenuestro, en Escritos de catequesis, Madrid, 1976, p. 151).
El pecado es lo único que no has recibido de Él. Fuera del pecado, todo lo demás que tienes lo has recibido de Dios. (San Agustín, Sermón 21).
¡Nos parece demasiado dedicarle algunos minutos para agradecer las gracias que en todo momento nos concede! Quieres dedicarle a tu tarea, dices. Pero, amigo mío, te engañas miserablemente, ya que tu tarea no es otra que agradar a Dios y salvar tu alma; todo lo demás no es tu tarea: si tú no la haces, otros la harán; mas si pierdes el alma, ¿quién la salvará? (Santo Cura de Ars, Sermón sobre la oración).
Da gloria a Dios por el feliz éxito de los asuntos que teman sido encomendados, y no te atribuyas a ti mismo más que los fallos que haya habido; sólo éstos te pertenecen, todo lo bueno es de Dios y a Él se debe la gloria y gratitud (J. Pecci – León XIII – Práctica de la humildad, 45).
Al conocer lo que Dios nos ha dado, encontraremos muchísimas cosas por las que dar gracias continuamente (San Bernardo, In Dom, VI pos. pent., 25, 4).
(Dios) nos hace muchos regalos, y la mayor parte los desconocemos (San Juan Crisóstomo, Hom. sobre San Mateo, 25, 4).
No dejes nunca de dar gracias a Dios con todo tu corazón y darle gracias, sobre todo, por los cuidados de que te rodea, y pídele en todo momento que no te falte la ayuda que sólo Él te puede dar (J. Pecci – León XIII – Práctica de la humildad, 43).
Cuando el alma recuerda los beneficios que antaño recibió de Dios y considera aquellas gracias de que la colma en el presente, o cuando endereza su mirada hacia el porvenir sobre la infinita recompensa que prepara el Señor a quienes le aman, le da gracias en medio de indecibles transportes de alegría (Casiano, Colaciones, 9).
El cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos hablan de la bondad y omnipotencia del que los ha creado, y la admirable belleza de los elementos puestos a nuestro servicio exige de la criatura racional el justo tributo de la acción de gracias (San León Magno, Sermón 6 sobre Cuaresma; 1).
Conviene mucho que el favorecido tenga agradecimiento y dé las gracias, aunque el bienhechor no tenga necesidad de ello (Teófilo, en Catena Aurea, vol. IV, p. 47).
Desde el primer Adán hasta el de hoy, fatiga y sudor, cardos y espinas. ¿Acaso ha caído sobre nosotros el diluvio? ¿O aquellos tiempos difíciles de hambre y de guerras, de los cuales se escribió precisamente para que no murmuremos del tiempo presente contra Dios? ¡Cuáles fueron aquellos tiempos! ¿No es verdad que todos, al leer sobre ellos; nos horrorizamos? Por esto, más que murmurar de nuestro tiempo, lo que debemos hacer es dar gracias por él (San Agustín, Sermón, 2).
Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo: «Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél sino lo que tú quieres que haga»: Este es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande, le doy gracias también (San Juan Crisóstomo, Hom. antes del exilio, 1-3).
Y habiendo tomado el pan dio gracias. Y nos dio ejemplo para que diésemos gracias por todo beneficio, tanto al principio como al fin, porque siempre se deben dar gracias a Dios (San Beda, en Catena Aurea, vol. IV, p. 436).
¿Has presenciado el agradecimiento de los niños? Imítalos diciendo, como ellos, a Jesús, ante lo favorable y ante lo adverso: «¡Qué bueno eres! ¡Qué bueno!…»
Esta frase, bien sentida, es camino de infancia, que te llevará a la paz, con peso y medida de risas y llantos, y sin peso y medida de Amor. (J. Mª Escrivá de Balaguer, Camino, 894).