Qué pocos quedan

En una comunidad de vecinos pusieron un cartel recordando la normativa contra la contaminación acústica, debido a las molestias causadas por unos vecinos. Se están multiplicando las quejas respecto a bicicletas y patinetes eléctricos circulando por las aceras, a pesar de lo indicado en las ordenanzas de circulación y movilidad. En el transporte público, también es muy común que los asientos reservados para personas mayores, mujeres embarazadas, etc., estén ocupados por quienes no tienen ninguna dificultad, y no los cedan. En general, se percibe que lo que hasta hace unos años se conocía como “urbanidad y buenos modales” ha desaparecido y la gente “va a la suya y hace lo que quiere”, sin tener en cuenta a los demás, hasta el punto que, cuando alguien se comporta con educación, llama la atención y pensamos: “Qué pocos quedan así…”.

Esta situación la hemos visto reflejada en la 1ª lectura. Abrahán lleva a cabo una especie de regateo con Dios, buscando los inocentes que pueda haber en Sodoma. Él empieza hablando de cincuenta, pero va reduciendo el número hasta llegar a diez. Pero si seguimos leyendo el relato, ni siquiera se pueden encontrar diez inocentes, y los pocos que quedan que son fieles a Dios son Lot y sus hijas.

El que las personas “vayan a la suya” sin tener en cuenta a los demás acarrea consecuencias negativas y, a veces muy graves, en lo social, político, económico, afectivo… tanto para los demás como para uno mismo. Quizá en un primer momento no se vean, pero las consecuencias llegarán.

Ante esta situación, algunos optan por caer en el fatalismo y en la queja: “Qué mal está todo”, y acaban cayendo en lo mismo que critican: van también a la suya y se desentienden de los demás.
Como cristianos, también sufrimos esta situación, pero aunque creamos que quedamos pocos, a nosotros se nos pide adoptar otra postura: no podemos desentendernos de la realidad aunque ésta no nos guste; tampoco debemos replegarnos y vivir nuestra fe de un modo privado, o relacionándonos sólo con quienes también son creyentes; ni podemos situarnos en una permanente condena como si nosotros fuéramos “los buenos” y los demás “los malos”.

A nosotros el Señor nos pide que hagamos como Abrahán: que oremos intercediendo por los demás, por la realidad que nos rodea, por los sufrimientos que provoca: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Una intercesión persistente, aunque parezca que la realidad no cambia, como Abrahán, que aunque veía que no se encontraban inocentes, él no cejaba en su intercesión.

Y por eso mismo, una intercesión confiada, porque si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden? La oración de intercesión nos implica también a nosotros: no le decimos a Dios lo que tiene que hacer: le pedimos que su Espíritu nos indique a nosotros qué debemos hacer y cómo llevarlo a cabo, porque “a los hombres y mujeres de hoy en día les atrae la autenticidad. Les atraen las personas que viven como dicen que viven. Si una comunidad de creyentes vive como dice Jesús y, evitando el exhibicionismo o el acomplejamiento, es capaz de mostrar a los demás su forma de vida, no cabe duda que generaremos una atracción sobre un buen número de personas. Nosotros debemos tener una respuesta a ese sufrimiento, debemos tender una mano, ser cristianos entre los que más nos necesitan. Nuestra tarea es proponerles la fe cristiana, porque no podemos ocultarles lo mejor que tenemos para ellos, que es la fe en Cristo” (Ser y misión de la ACG).

¿Soy de los que piensan: “Qué pocos quedan” que piensen en los demás? ¿Cómo reacciono: me desentiendo y también voy a la mía? ¿Me quejo pero sin hacer nada? ¿Intercedo con mi oración? ¿Es una intercesión persistente y confiada? ¿Esa oración de intercesión me mueve a la acción, pido al Espíritu que me indique cómo ser testigo en los ambientes en que se desarrolla mi vida?

Numéricamente es cierto que quedan pocos que realmente piensen en los demás, pero ahí tenemos el reto como discípulos y apóstoles que intentan vivir en santidad: la oración de intercesión que nos lleva a la acción, y este reto concierne sobre todo a los laicos, como dijo el Papa San Pablo VI: “El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo de la política, de lo social, de
la economía, de la cultura, de los medios de comunicación, el amor, la familia, la educación, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc. Cuantos más seglares haya, impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos en ellas, tanto más estas realidades estarán al servicio de la edificación del reino de Dios” (EN 70).

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