I Vísperas – Domingo XIX de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XIX de TIEMPO ORDINARIO

 

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

 

HIMNO

Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos.
Él es nuestra salvación,
nuestra gloria para siempre.

Si con él morimos, viviremos con él;
si con él sufrimos, reinaremos con él.

En él nuestras penas, en él nuestro gozo;
en él la esperanza, en él nuestro amor.

En él toda gracia, en él nuestra paz;
en él nuestra gloria, en él la salvación. Amén.

 

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

 

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

 

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

 

LECTURA: Hb 13, 20-21

Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

 

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Estad en vela, como los que aguardan a que su Señor vuelva de la boda.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Estad en vela, como los que aguardan a que su Señor vuelva de la boda.

 

PRECES
Recordando la bondad de Cristo, que se compadeció del pueblo hambriento y obró en favor suyo los prodigios de su amor, digámosle con fe:

Muéstranos, Señor, tu amor.

Reconocemos, Señor, que todos los beneficios que hoy hemos recibido proceden de tu bondad;
— haz que no tornen a ti vacíos, sino que den fruto, con un corazón noble de nuestra parte.

Oh Cristo, luz y salvación de todos los pueblos, protege a los que dan testimonio de ti en el mundo
— y enciende en ellos el fuego de tu Espíritu.

Haz, Señor, que todos los hombres respeten la dignidad de sus hermanos,
— y que todos juntos edifiquemos un mundo cada vez más humano.

A ti, que eres el médico de las lamas y de los cuerpos,
— te pedimos que alivies a los enfermos y des la paz a los agonizantes, visitándolos con tu bondad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos,
— cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

 

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

 

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

 

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 10 de agosto

Tiempo Ordinario 

1) Oración inicial 

Ven, Señor, en ayuda de tus hijos; derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva y protege la obra de tus manos en favor de los que te alaban como creador y como guía. Por nuestro Señor. 

2) Lectura 

Del santo Evangelio según Mateo 17,14-20
Cuando llegaron donde la gente, se acercó a él un hombre que, arrodillándose ante él, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, porque es lunático y sufre mucho; pues muchas veces cae en el fuego y muchas en el agua. Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido curarle.» Jesús respondió: «¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo acá!» Jesús le increpó y el demonio salió de él; y quedó sano el niño desde aquel momento.
Entonces los discípulos se acercaron a Jesús, en privado, y le dijeron: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» Díceles: «Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: `Desplázate de aquí allá’, y se desplazará, y nada os será imposible.» 

3) Reflexión

• Contexto. Nuestro pasaje presenta a Jesús en su actividad de curar. Después de su permanencia con los discípulos en la región de Cesaréa de Felipe (16,13-28), Jesús sube a una montaña alta y se transfigura ante tres de sus discípulos (17,1-10); después alcanza a la gente (17,14.21) y de nuevo se acerca a Galilea para recuperarla (17,22) ¿Qué pensar de estos desplazamientos geográficos de Jesús? No se puede excluir que hayan sido de contenido geográfico, pero Mateo quiere expresar su función en un itinerario espiritual. En su camino de fe, la comunidad está siempre llamada a recorrer el itinerario espiritual que ha trazado la vida de Jesús: partiendo de la Galilea de su actividad pública y desde ésta hasta su resurrección, atravesando el camino de la cruz. Un itinerario espiritual en el que la fuerza de la fe juega un papel esencial.
• La fuerza de la fe. Después de su transfiguración, Jesús y la pequeña comunidad de sus discípulos vuelven con la gente antes de regresar a Galilea (v.22) y alcanzan Cafarnaúm (v.24). Mientras Jesús se encuentra entre la gente, se acerca a él un hombre y le ruega con insistencia que intervenga ante el mal que tiene aprisionado a su hijo. La descripción que precede a la intervención de Jesús es verdaderamente precisa: se trata de un caso de epilepsia con todas sus consecuencias patológicas a nivel psíquico. En tiempo de Jesús, este tipo de enfermedad se atribuía a fuerzas malignas, y precisamente a la acción de Satanás, enemigo de Dios y del hombre y, por tanto, origen del mal y de todos los males. Ante este caso en el que emergen persistentemente las fuerzas malignas superiores a la capacidad humana, los discípulos se sienten impotentes para curar al joven (vv.16-19) por razón de su poca fe (v.20). Para el evangelista, este joven epiléptico es símbolo de los que desprecian el poder de la fe (v.20), los que no están atentos a la presencia de Dios en medio de ellos (v.17). La presencia de Dios en Jesús, que es el Emmanuel, no es reconocida; es más, no basta entender alguna cosa sobre Jesús, es necesaria la verdadera fe. Jesús, después de haber reprender a la gente, manda traer al joven: “Traédmelo acá” (v.17); lo cura y lo libera en el momento en el que el demonio grita. No basta el milagro de la curación de una sola persona, es también necesario curar la fe incierta y débil de los discípulos. Jesús se acerca a ellos que están confundidos a aturdidos por su impotencia: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?” (v.20). La respuesta de Jesús es clara: “Por vuestra poca fe”. Jesús pide una fe capaz de trasladar las montañas del propio corazón para poder identificarse con su persona, con su misión, con su fuerza divina. Es verdad que los discípulos lo han abandonado todo para seguir a Jesús, pero no han podido curar al joven epiléptico debido a su “poca fe”. No se trata de falta de fe, sino de fe débil, vacilante a causa de las dudas, del predominio de la desconfianza y de la duda. Es una fe que no arraiga totalmente en la relación con Cristo. Jesús se excede en el lenguaje cuando dice: “si tenéis fe como un grano de mostaza” podréis trasladar las montañas; es una exhortación a dejase conducir, en el obrar, por la fuerza de la fe que se hace fuerte sobre todo en los momentos de prueba y de sufrimiento y que alcanza la madurez cuando no se escandaliza ante el escándalo de la cruz. La fe lo puede todo y, con tal que se renuncie a fiarse de las propias capacidades humanas, puede trasladar las montañas. Los discípulos y la primitiva comunidad han experimentado que la incredulidad no se vence sólo con la oración y el ayuno, sino que es necesario unirse a la muerte y a la resurrección de Jesús. 

4) Para la reflexión personal 

• En la meditación de este pasaje hemos observado cómo se sitúan los discípulos ante el epiléptico y ante Jesús mismo. ¿Descubres tu camino de relación con Jesús y con los demás recurriendo a la fuerza de la fe?
• Jesús, desde la cruz, da testimonio del Padre y lo revela totalmente. La palabra de Jesús que has meditado te pide una adhesión total: ¿Te sientes comprometido cada día en trasladar las montañas de tu corazón que se interponen entre tu egoísmo y la voluntad de Dios? 

5) Oración final

¡Sea Yahvé baluarte del oprimido,
baluarte en tiempos de angustia!
Confíen en ti los que conocen tu nombre,
pues no abandonas a los que te buscan, Yahvé. (Sal 9,10-11)

Confianza y fe

1.- La primera y la tercera lectura de este domingo, mis queridos jóvenes lectores, el fragmento de la Sabiduría y el evangelio de San Lucas, nos traen un mensaje de serenidad. Tratan de alejarnos de la precipitación, de la angustia, de la depresión. (ojo, que no me refiero a la depresión clínica, que es cosa de médicos).

Debéis traducir el lenguaje de serenidad, que con imágenes antiguas nos ofrece un sabio de edad madura y listo. Ni se trata de que tengáis encendidos los candiles, ni siquiera vuestras linternas. Hay que saber elevarse a conceptos superiores. Tened prudencia y serenidad, que todos los santos seamos solidarios en los peligros y en los bienes y así podremos entonar himnos y ser felices.

2.- El fragmento evangélico empieza con esta expresión: no temáis, pequeño rebaño…No temáis, si sois fieles a lo que nos propone, si nos fiamos de Dios, más que de nosotros mismos. Debemos ser fundamentalmente atentos servidores, sentirnos, porque lo somos, amigos colaboradores, fieles que confían en sus proyectos.

3.- La Carta a los Hebreos que se nos ofrece hoy, es un canto a la Fe. No una Fe dogmática ni teórica, que es pura erudición. Se nos ofrece una lista de personajes antiguos que se distinguieron por ser fieles conductores del proyecto salvador de Dios.

Podríais esquematizarlos, escribirlos como frases lapidarias, en un poster que se pusiera a la entrada de la iglesia y que todos los que acuden a misa lo leyeran: por la Fe, este y aquel otro y el de más allá, hicieron todas estas cosas.

4.- Os lo he sugerido para que lo ofrezcáis a los demás y ahora os propongo, mis queridos jóvenes lectores, que lo hagáis para vosotros mismos, para dejarlos anotados en vuestro cuaderno de notas, o en un archivo que destaque en el escritorio del PC.

Si lo habéis hecho en papel, os propongo que situéis al final un espejo, en el que con un rotulador indeleble se lea ¿y yo que he hecho? ¿Trasmito, colaboro, evangelizo?

Pedrojosé Ynaraja

Comentario del 10 de agosto

Os aseguro –les decía Jesús a sus discípulos- que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. La observación era muy pertinente, pues podía aplicarse al tránsito por la muerte de cualquier vida llamada a perpetuarse o multiplicarse. La muerte del grano enterrado (=sembrado) no es una muerte aniquiladora, que reduzca al grano a la condición de materia inerte; es más bien una muerte transformante, que implica una cierta destrucción, pero que no le arrebata al grano su capacidad germinadora, porque pasando por ese proceso mortal renace con una pujanza de vida mayor; es la vida del grano multiplicada en la espiga. El grano «muerto» no ha quedado infecundo; se ha multiplicado en la espiga, que concentra una vida más abundante.

La metáfora permite pensar en la fecundidad de las vidas entregadas hasta el extremo de la muerte (vidas martiriales), y en la resurrección o metamorfosis de esas vidas que, pasando por la muerte, alcanzan una vitalidad infinitamente superior a la que tenían antes de ser enterradas: la vitalidad de lo imperecedero o eterno. Jesús mismo interpretó su vida mortal a la luz de esta metáfora: la vida de un grano de trigo que tiene que caer en tierra y morir para dar fruto; de lo contrario, quedaría infecundo. Su encarnación ya fue un «caer en la tierra» y una «tierra mortal»; pero, además, su singular estilo de vida le llevó más rápidamente a ese momento, al momento del enterramiento y de la fecundidad, una fecundidad que brota de la muerte.

Lo que hace fecunda la muerte de Cristo es que es la muerte de una vida entregada que es, a su vez, vida del Redentor. Esta vida hace de su muerte una muerte redentora, es decir, con la fecundidad propia de la redención, una fecundidad que no se reduce a la vida del Resucitado, sino que alcanza a la vida de cuantos resucitan con él, esto es, de esos otros cristos (=cristianos) que han renacido con el Hijo en el bautismo. Tales son los que se ven reflejados en los múltiples granos que penden de la espiga renacida. La fecundidad de este grano enterrado que es el Crucificado y sepultado se hace realidad histórica en esa Iglesia (de la que nosotros formamos parte) nacida de su costado a impulsos del Espíritu del Resucitado de entre los muertos. La muerte de Cristo es, por tanto, tan fecunda como la de ese grano de trigo caído en tierra. Por analogía, cualquier vida entregada por amor hasta la muerte debe ser una vida fecunda, como lo ha sido la de tantos hombres y mujeres que han dado su vida por una causa justa o benéfica para la humanidad.

La frase que sigue nos permite interpretar la muerte fecunda del grano de trigo como un acto de desapropiaciónEl que se ama a sí mismo –precisaba Jesús- se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. Si el grano de trigo no se dejase sembrar por conservar su integridad, quedaría infecundo, no daría fruto. La fructificación implica, pues, un «morir a sí mismo», una renuncia, sin la cual no se produciría. He aquí el acto de desapropiación o entrega voluntaria. Es lo que Jesús llama aborrecerse a sí mismo en este mundo: un morir para vivir. En este paradójico movimiento consiste la vida del cristiano: un morir a nosotros mismos (abnegación) para que Cristo viva en nosotros y se potencie nuestra capacidad de fructificar. Morir a nosotros mismos es mortificar gustos, deseos, proyectos, voluntad para acoger la voluntad de Dios; es guardarnos para Dios y para la vida con la que Él quiere recompensarnos.

Jesús agrega a modo de colofón: El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor, a quien me sirva, el Padre lo premiará. El servicio de Cristo es siempre voluntario. Le sirve el que quiere. Pero el que quiera realmente servirle tiene que seguirle y estar donde esté él: a su lado y de su parte. Ello implica no sólo estar con él, sino estar con todo lo que él representa en la actualidad: cosas y personas.

Por eso, estar dónde está él hoy es estar con su Iglesia, y ello a pesar de los muchos pecados de los que formamos parte de ella, a pesar de los escándalos, las cobardías y los extravíos que han tenido y tienen por protagonistas a muchos de sus dirigentes. Servirle hoy es sobre todo servirle en sus hermanos más necesitados, en esos pequeños, hambrientos, enfermos, encarcelados, marginados, pecadores, faltos de fe, en los que él se hace especialmente presente. Este servicio no quedará sin recompensa. Él mismo nos lo asegura: a quien me sirva, mi Padre lo premiará. No hay mejor pagador que Dios, pues nadie sabe corresponder como Él.

 

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

El ambiente digital

86. «El ambiente digital caracteriza el mundo contemporáneo. Amplias franjas de la humanidad están inmersas en él de manera ordinaria y continua. Ya no se trata solamente de “usar” instrumentos de comunicación, sino de vivir en una cultura ampliamente digitalizada, que afecta de modo muy profundo la noción de tiempo y de espacio, la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de comunicar, de aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás. Una manera de acercarse a la realidad que suele privilegiar la imagen respecto a la escucha y a la lectura incide en el modo de aprender y en el desarrollo del sentido crítico»[39].


[39] Ibíd., 21.

Esperando a la vuelta de Jesús

1.- En algunos de los escritos de San Pablo se nota que esperaba la vuelta del Señor Jesús antes de morir. Al final se convence de que no va a ser así. Es conmovedor. Todos vivimos con la esperanza de la Segunda Venida de Jesús y es obvio que a alguien le tocará asistir a ella con vida. No necesitará de escuchar la trompeta que toque el ángel. Y a la espera de su llegada hemos de estar despiertos y atentos. Su llegada, o nuestra salida de este mundo, pueden acontecer en cualquier momento y hemos de estar preparados. No es fácil estarlo y las lecturas de este domingo y, sobre todo, el muy denso trozo del Evangelio de San Lucas que se lee en la misa de hoy nos marca el conocimiento del camino y la dirección de la ruta más apropiada.

2.- La vida del cristiano es un camino de perfección con tintes divinos. Es obvio que importa menos la perfección en el camino estrictamente humano, pero no es así en nuestro comportamiento respecto a la cercanía del Señor. Aunque vayamos abandonando viejos –y más graves—procederes, la sola irrupción de lo que se llama un pecado venial -recomendamos en este punto la lectura atenta de nuestro editorial de primera página- nos va a llenar de tristeza por lo que significa lejanía de Dios. Y aunque humanamente se vaya avanzando, parece que espiritualmente la distancia se agudiza cada vez más, respecto a la bondad de Dios. No significa esto desesperanza. La comprobación de nuestra pequeñez se hace mediante la mejor comprensión de lo que es Dios y que «sin su ayuda nadie puede salvarse».

3.- El estar preparados para el momento de la despedida humana y del encuentro por Dios podría cuestionar la misericordia divina. Es decir, si Dios es infinitamente misericordioso no nos abandonará. Esto es cierto y las oportunidades de reconciliación con Él son constantes. Pero ahí mismo aparece también su justicia infinita y en ella está el proceder de todos los demás y su valoración justísima respecto al resto de los humanos. Es necesario tener ceñida la cintura y encendida las lámparas, porque el Señor está ofreciendo a los que le aman posiciones significativas en su Iglesia. Y esas no son promesas humanas. De este fragmento del Evangelio de San Lucas se sacan los rezos litúrgicos de las misas de los santos: «¿Quién es el administrador fiel y solicito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?» Y también: «No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes, y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla».

4.- Y es que junto a la petición de vigilia espiritual está la promesa de fidelidad sacerdotal. La liturgia de este domingo es un canto al servicio que supone el sacerdocio. Y por eso se ofrece un fragmento muy interesante de la Carta de los Hebreos que narra la fuerza de la fe los amigos de Dios. La Carta a los Hebreos es un canto al sacerdocio eterno de Cristo, pero también una reflexión para el sacerdocio de todos los demás cristianos como «pueblo elegido de príncipes u sacerdotes.

5.- No se pude negar la densidad de los textos de esta semana y la existencia de dificultad a la hora de su comentario, pero no vamos a dejar de citar el principio la primera fase del texto del Libro de la Sabiduría: «La noche de la liberación se les anuncio de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban». La noche de la liberación la esperamos todos, porque estamos prisioneros de nuestros errores y nuestras pasiones, porque, en definitiva, sin la ayuda precisa y permanente de Dios a ningún buen sitio podemos llegar.

Ángel Gómez Escorial

Ser fieles por encima de todo, al mensaje de Cristo

1- ÁNIMO. «Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer la promesa de que se fiaban» (Sb 18, 6). Tener ánimo, vivir con ganas todas las peripecias que la vida trae consigo. Conservar la serenidad, el afán de conquistar nuevos horizontes, el empeño de una continua superación, Optimista ante cualquier dificultad que se presente. Mirando la vida con calma, siempre con buen humor. Cuando uno está seguro de la victoria final, esa actitud animosa es posible. Sí, porque se está convencido de que pase lo que pase, no pasa nada. Por supuesto que se surgirán las dificultades, se sentirá su peso sobre los hombros como cualquiera lo pueda sentir. Incluso es posible que no se puedan evitar las lágrimas que brotan ante el dolor, o ante la ingratitud. Pero en el fondo del espíritu siempre habrá paz, serenidad, una formidable calma.

Y todo porque se conoce la promesa de Dios, se confía en él. «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos», dijo el Señor a los suyos. Y también, a través de san Pablo como vimos, ha dicho que todo concurre para el bien de los que aman a Dios. Todo, absolutamente todo. Y nada, absolutamente nada, podrá arrancarnos del amor divino… Cuando se cree firmemente en esas palabras, cuando uno se fía totalmente de Dios, entonces no hay dificultad que acobarde, no hay pena que ahogue, ni hay dolor que aniquile. Ante los mayores peligros, ante el más grande riesgo, el creyente podrá decir con san Pablo: «Sé de quién me he fiado».

«Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables» (Sb 18, 7). Cuánto culpable queda impune, cuánto crimen sin castigo. Siempre vemos esas películas en las que al final el criminal nunca gana. Pero no es cierto. Por nuestras calles y plazas hay mucho delincuente impune y suelto. Generalmente los que van a la cárcel son los rateros de poca monta, los contrabandistas de medio pelo. Esos otros, los grandes ladrones, los que se hinchan a ojos vistas, ésos andan libremente, respetados incluso como personas honorables.

Por el contrario, hay inocentes que sufren. Hombres buenos que viven sentados en una silla de ruedas, niños que se retuercen grotescamente al caminar. Y los que sufren, sin posibilidad de escape la sentencia inapelable de un castigo injusto. Los que mueren en las líneas avanzadas, mientras que los altos mandos planean sobre una gran mesa el modo de ganar la guerra.      Es el primer acto, el preludio de la gran sinfonía, la obertura del gran drama sinfónico. Hay que esperar a que se levante de nuevo el telón. Sólo entonces podremos ver el verdadero final de la historia y comprender el porqué del silencio de Dios ante el triunfo del culpable y el oprobio del inocente.

2.- DIOS ES SIEMPRE MAYORÍA. «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino» (Lc 12, 32). Muchas veces vemos cómo el Señor anima a los suyos, asustados y confusos a veces ante el sesgo que tomaban los acontecimientos. Debía preocuparles que los letrados y los fariseos, lo mismo que los saduceos y los sumos sacerdotes, miraran con recelo a Jesús, que no aceptaran sus palabras ni reconocieran las obras prodigiosas que su Maestro realizaba, que dijeran que Jesús actuaba de aquel modo apoyado con la fuerza del Demonio. Sobre todo debería preocuparle que aquel recelo de los poderosos se iba convirtiendo en odio a muerte, en intentos fallidos por el momento de lapidar al Señor.

Jesús que leía en sus corazones contemplaba con pena aquellos temores, aquel miedo que se iba adentrando en el corazón de los suyos. No temas, mi pequeño rebaño, les dice con ternura, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino… La amistad y el cariño de Cristo les animaba a seguir a su lado. Ellos creían que lo que el Señor hacía no podía venir del demonio, ya que era el mismo demonio el que era derrotado y expulsado de los posesos. De todos modos, es posible que alguna duda se cruzara de vez en cuando por la mente de aquellos hombres sencillos.

También hoy nos puede asediar la misma duda y el mismo temor. Ante la situación de los hombres de nuestro tiempo podemos pensar que somos una notoria minoría. Es cierto que somos muchos los que hemos sido bautizados, y que los católicos ocupan el primer puesto respecto de todas las confesiones cristianas. Incluso es posible que la religión católica esté a la cabeza de todas las religiones del mundo. No obstante, podemos pensar que somos pocos, que no influimos casi nada en la marcha del mundo, que no conseguimos preservar a nuestra sociedad de la corrupción moral y doctrina. El ver como la maldad y el error ocupan grandes extensiones de la tierra, pudiera ser para algunos, motivo de desaliento. Sin embargo, no podemos dejarnos vencer por esas circunstancias. Hemos de pensar que el influjo de la doctrina de Jesucristo es más del que aparentemente se ve. Su mensaje de justicia y de amor está presente en muchas ideologías que quizás se proclamen ateas. El Señor ha enseñado a los hombres a quererse y a respetarse; y esa lección nunca será del todo olvidada.

Por otra parte Dios puede siempre más y la última batalla, la decisiva, la que marcará para siempre la suerte del hombre, esa batalla está ganada de antemano por Dios. A nosotros lo único que nos corresponde es ser fieles por encima de todo, al mensaje de Cristo, mantenernos leales al compromiso que contrajimos al recibir el bautismo, estar siempre a la espera del Señor, viviendo cada momento con la misma intensidad con que viviríamos el último. Portarnos bien de forma habitual, considerando que cada instante puede ser el definitivo, el que hace posible la dicha sin fin junto a Dios.

Antonio García-Moreno

El principal tesoro de un cristiano es su fe en Dios

1.- Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Parece evidente que durante siglos la fe en Dios ha sido el principal tesoro que ha dirigido el corazón de muchos cristianos. No me refiero, en este momento, a los líderes o protagonistas principales de la historia, sino a los millones de personas anónimas para quienes la fe en Dios fue su principal sostén y alimento. “Vela ahí, Dios lo ha querido”; “estaría de Dios”; “que sea lo que Dios quiera”; “gracias a Dios”; “que Dios nos coja confesaos”; “cuando Dios nos lo manda, por algo será”. Estas expresiones y otras muchas parecidas que decían tan frecuentemente nuestros abuelos y abuelas eran fruto y consecuencia de una actitud de resignación y consuelo que sólo encontraban explicación y razón de ser en su fe en Dios. Sin la fe en Dios muchas de esas personas se hubieran derrumbado y desesperado. Todavía hoy día, aunque en número muchísimo menor, se encuentran personas profundamente creyentes que, ante una grave enfermedad, o ante una gran desgracia, encuentran fuerza y ánimo para luchar gracias a su fe en Dios. Es cierto que la fe en Dios tiene hoy, para la mayor parte de las personas, una importancia menor, pero sigue siendo verdad que, en general, la fe en Dios es, para los que la tienen, fuente de fortaleza y de ánimo. Encauzar rectamente la fuerza que nos debe proporcionar nuestra fe en Dios es una tarea psicológica y espiritual que no debemos abandonar nunca.

2.- Los hijos piadosos… se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes. Los “hijos piadosos” a los que se refiere el libro de la Sabiduría son los judíos del tiempo del éxodo que vieron y sintieron a Dios como la causa primera de su liberación. El sentirse hijos del mismo Dios los animaba a comportarse como hermanos, ayudándose mutuamente en los peligros y compartiendo los bienes. Para estos judíos piadosos era evidente que su fe en Dios debía ser siempre su principal fuerza para vencer al mal y hacer el bien. Nosotros, los cristianos, creemos que nuestra fe en Dios nos obliga a ser solidarios no sólo con “los santos”, o con los de nuestra misma religión, sino con todas las personas, porque todos somos hijos del mismo Dios, de un Dios liberador.

3.. La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. La esperanza es la fuerza que alimenta la fe. Sin esperanza la fe se desinfla y se pierde. El patriarca Abrahán fue capaz de esperar que la promesa de Dios se cumpliría, aun cuando, humanamente hablando, todo hacía prever que no se iba a cumplir. Nuestra esperanza debe ser siempre una esperanza activa, que nos impulse y nos dé fuerza para seguir caminando con fortaleza y ánimo. Una persona que vive animado por una esperanza activa suele ser una persona más eficaz y más alegre que las personas desesperanzadas. El patriarca Abrahán debe ser nuestro modelo de fe y nuestro modelo de esperanza.

4.- Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva. La esperanza activa exige vigilancia activa. Cuando esperamos a alguna persona querida o importante nos preparamos para recibirle lo mejor que sepamos y podamos. Así, nuestra vida debe ser una continua espera vigilante. La vigilancia nos exige una continua preparación y una continua atención. Somos viajeros y caminantes que esperamos encontrarnos, al final de nuestro camino, con nuestra anhelada tierra prometida. Si nuestra fe es firme, también nuestra esperanza y nuestra actitud vigilante serán firmes y continuadas. No es fácil tener fe y esperar en lo que no se puede ver con los ojos del cuerpo, pero así es nuestra fe religiosa. Creemos en Dios y esperamos en Dios, porque nos fiamos de Dios. La fe activa del patriarca Abrahán estuvo siempre sostenida por su confianza en Dios.

Gabriel González del Estal

Vivir en minoría

Lucas ha recopilado en su evangelio unas palabras, llenas de afecto y cariño, dirigidas por Jesús a sus seguidores y seguidoras. Con frecuencia, suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, leídas hoy con atención desde nuestras parroquias y comunidades cristianas, cobran una sorprendente actualidad. Es lo que necesitamos escuchar de Jesús en estos tiempos no fáciles para la fe.

«Mi pequeño rebaño». Jesús mira con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de «levadura» oculto en la masa, una pequeña «luz» en medio de la oscuridad, un puñado de «sal» para poner sabor a la vida.

Después de siglos de «imperialismo cristiano», los discípulos de Jesús hemos de aprender a vivir en minoría. Es un error añorar una Iglesia poderosa y fuerte. Es un engaño buscar poder mundano o pretender dominar la sociedad. El evangelio no se impone por la fuerza. Lo contagian quienes viven al estilo de Jesús haciendo la vida más humana.

«No tengáis miedo». Es la gran preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de preocuparse. También hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el Pastor que nos guía y nos defiende. Él nos puede hacer vivir estos tiempos con paz.

«Vuestro Padre ha querido daros el reino». Jesús se lo recuerda una vez más. No han de sentirse huérfanos. Tienen a Dios como Padre. Él les ha confiado su proyecto del reino. Es su gran regalo. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su salvación definitiva.

«Vended vuestros bienes y dad limosna». Los seguidores de Jesús son un pequeño rebaño, pero nunca han de ser una secta encerrada en sus propios intereses. No vivirán de espaldas a las necesidades de nadie. Serán comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir, «misericordia». Este es el significado del término griego.

Los cristianos necesitaremos todavía algún tiempo para aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada; transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico. El papa Francisco nos está señalando el camino con sus gestos y su estilo de vida.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 10 de agosto

Hoy celebramos la fiesta de San Lorenzo, que es un mártir muy popular. A pesar de ser lejano en el tiempo (murió en el año 258), su memoria está viva en el pueblo cristiano. De hecho, en este día se celebran las fiestas patronales de muchos pueblos de España. Su nombre está también unido al monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

En esta fiesta se nos propone un evangelio luminoso. Jesús nos recuerda que «el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante».

Estas palabras retratan a la perfección al diácono Lorenzo. Él supo entregar la vida y por eso es fuente de vida. Pero caigamos en la cuenta de que las palabras de Jesús no son pronunciadas en el vacío. Son la respuesta a Felipe, a Andrés y a unos griegos que habían mostrado mucho interés en conocerlo. Jesús no aprovecha su tirón popular para presentar un mensaje acomodaticio, al gusto de sus admiradores. No lo hace porque no quiere engañarlos. Los ama tanto que les revela dónde está el secreto de la verdadera vida. Se lo dice con la parábola del trigo y se lo dice también abiertamente, para que no se sientan frustrados en su griega racionalidad: «Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna». ¿Se puede decir más claro?