Vísperas – Lunes XIX de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES XIX TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

<

p style=»text-align:justify;»>Muchas veces, Señor, a la hora décima
—sobremesa en sosiego—,

recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés
les saliste al encuentro.

Ansiosos caminaron tras de ti…

«¿Qué buscáis…?» Les miraste. Hubo silencio.

<

p style=»text-align:justify;»>El cielo de las cuatro de la tarde

halló en las aguas del Jordán su espejo,

y el río se hizo más azul de pronto,

¡el río se hizo cielo!

«Rabí —hablaron los dos», ¿en dónde moras?»
«Venid, y lo veréis.» Fueron, y vieron…

<

p style=»text-align:justify;»>«Señor, ¿en dónde vives?»

«Ven, y verás.» Y yo te sigo y siento
que estás… ¡en todas partes!,

¡y que es tan fácil ser tu compañero!

<

p style=»text-align:justify;»>Al sol de la hora décima, lo mismo

que a Juan y a Andrés —es Juan quien da fe de ello—,
lo mismo, cada vez que yo te busque,

Señor, ¡sal a mi encuentro!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Amén.

SALMO 122: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

SALMO 123: NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: St 4, 11-12

Dejad de denigraros unos a otros, hermanos. Quien denigra a su hermano o juzga a su hermano denigra a la ley y juzga a la ley; y, si juzgas a la ley, ya no la estás cumpliendo, eres su juez. Uno solo es legislador y juez: el que puede salvar y destruir. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?

RESPONSORIO BREVE

R/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

R/ Yo dijo: Señor, ten misericordia.
V/ Porque he pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Ya que Cristo quiere que todos los hombres se salven, pidamos confiadamente por toda la humanidad, diciendo:

Atrae a todos hacia ti, Señor.

<

p style=»text-align:justify;»>Te bendecimos, Señor, a ti que, por tu sangre preciosa, nos has redimido de la esclavitud;

—haz que participemos en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

<

p style=»text-align:justify;»>Ayuda con tu gracia a nuestro obispo (…) y a todos los obispos de la Iglesia,

—para que, con gozo y fervor, administren tus misterios.

<

p style=»text-align:justify;»>Que todos los que consagran su vida a la investigación de la verdad la hallen

—y, hallándola, se esfuercen en buscarla con mayor plenitud.

<

p style=»text-align:justify;»>Atiende, Señor, a los huérfanos, a las viudas, a los que viven abandonados,

—para que te sientan cercano y se entreguen más a ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

<

p style=»text-align:justify;»>Acoge a nuestros hermanos difuntos en la ciudad santa de la Jerusalén celestial,

—donde tú, con el Padre y el Espíritu Santo, lo serás todo para todos.

Adoctrinados por el mismo Señor, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, rey de cielos y tierra, dirige y santifica en este día nuestros cuerpos y nuestros corazones, nuestros sentidos, palabras y acciones, según tu ley y tus mandatos; para que, con tu auxilio, alcancemos la salvación ahora y por siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – 12 de agosto

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre; aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 17,22-27
Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará.» Y se entristecieron mucho.
Cuando entraron en Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban las didracmas y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro las didracmas?» Dice él: «Sí.» Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?» Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti.»

3) Reflexión

• Los cinco versículos del evangelio de hoy hablan de dos asuntos bien diferentes el uno del otro: (a) Traen el segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mt 17,22-23): (b) Informan sobre la conversación de Jesús con Pedro sobre el pago de los impuestos y de las tasas al templo (Mt 17,24-27).
• Mateo 17,22-23: El anuncio de la muerte y resurrección de Jesús. El primer anuncio (Mt 16,21) había provocado una fuerte reacción de parte de Pedro que no quiso saber nada del sufrimiento de la cruz. Jesús había respondido con la misma fuerza: “¡Lejos de mí, satanás!” (Mt 16,23) Aquí, en el segundo anuncio, la reacción de los discípulos es más blanda, menos agresiva. El anuncio provoca tristeza. Parece que empiezan a comprender que la cruz forma parte del camino. La proximidad de la muerte y del sufrimiento pesa en ellos, generando desánimo. Aunque Jesús procurara ayudarlos, la resistencia de siglos contra la idea de un mesías crucificado era mayor.
• Mateo 17,24-25a: La pregunta a Pedro, de los recaudadores de impuestos. Cuando llegan a Cafarnaún, los recaudadores del impuesto del Templo preguntan a Pedro: «¿No paga vuestro maestro las didracmas?» Pedro responde: “¡Sí!” Desde los tiempos de Nehemías, (Sig V aC), los judíos que habían vuelto de la esclavitud de Babilonia, se comprometieron solemnemente en la asamblea a pagar diversos impuestos y tasas para que el culto en el Templo pudiera seguir funcionando y para cuidar la manutención tanto del servicio sacerdotal como del edificio del Templo (Ne 10,33-40). Por lo que se ve en la respuesta de Pedro, Jesús pagaba este impuesto como lo hacían todos los demás judíos.
• Mateo 17,25b-26: La pregunta de Jesús a Pedro sobre el impuesto. Es curiosa la conversación entre Jesús y Pedro. Cuando llegan a casa, Jesús pregunta: «Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?» Pedro respondió: «¡De los extraños!» Entonces Jesús dice: «¡Por tanto, libres están los hijos!” Probablemente, aquí se refleja una discusión entre los judíos cristianos antes de la destrucción del Templo en el año 70. Ellos se preguntaban si debían o no seguir pagando el impuesto del Templo, como hacían antes. Por la respuesta de Jesús, descubren que no hay obligación de pagar ese impuesto: “Libres están los hijos”. Los hijos son los cristianos. Pero aún sin tener obligación, la recomendación de Jesús es pagar para no provocar escándalo.
• Mateo 17,27: La conclusión de la conversación sobre el pago del impuesto. Más curiosa que la conversación es la solución que Jesús da a la cuestión. Dice a Pedro: “
Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti «. ¡Milagro curioso! Tan curioso como aquel de los 2000 puercos que se precipitaron en la mar (Mc 5,13). Cualquiera que sea la interpretación de este hecho milagroso, esta manera de solucionar el problema sugiere que se trata de un asunto que no tiene mucha importancia para Jesús.

4) Para la reflexión personal

• El sufrimiento y la cruz desaniman y entristecen a los discípulos. ¿Ha ocurrido también en tu vida?
• ¿Cómo entiendes el episodio de la moneda encontrada en la boca del pez?

5) Oración final

¡Alabad a Yahvé desde el cielo, alabadlo en las alturas,
alabadlo, todos sus ángeles, todas sus huestes, alabadlo! (Sal 148,1-2)

La Vida de Jesús – Fco. Fernández-Carvajal

2.- GOZO Y ALEGRÍA

Lc 1, 13-24

El mensaje de Gabriel contenía tres anuncios: a pesar de su vejez y de la esterilidad de Isabel, Zacarías tendrá un hijo; estará dotado de cualidades muy excepcionales y su misión será preparar al pueblo de Israel para la llegada del Mesías. Él mismo habrá de ponerle el nombre, Juan, que significa Dios se inclinao, mejor, Dios se compadece. Dar nombre a una persona en el mundo semita era señalar su quehacer futuro, lo que va a ser.

El ángel le comunicó además que el hijo sería, para él y para muchos, motivo de gozo y alegría. No bebería vino ni licor, como los antiguos profetas, estaría lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre y convertiría a un gran número de los hijos de Israel. Muchos personajes del Antiguo Testamento escogidos para importantes misiones se abstuvieron de tomar vino y licores.Jeremías también fue llamado por Dios antes de ser formado en el vientre de su madre.

Para un judío instruido, el mensaje resultaba especialmente grandioso y sobrecogedor. Así pues, el hijo anunciado estaba claramente relacionado con los grandes personajes que habían cambiado la suerte del pueblo judío. Marchará delante del Mesíascon el espíritu y el poder de Elías —uno de los grandes profetas, un hombre vestido de pieles y con un ceñidor de cuero a la cintura[1]—, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto.

Zacarías e Isabel vivían en Aín Karim, una pequeña ciudad a unos siete kilómetros al oeste de Jerusalén, en la zona montañosa de la región.

Con todo, parece que a Zacarías le asombró aún más la promesa de tener un hijo en sus circunstancias. Por eso, incrédulo y falto de confianza, pidió un signo, y Gabriel se lo dio: se quedaría mudo hasta el nacimiento de Juan.

Mientras Zacarías ofrecía el incienso, el pueblo piadoso participaba en la ceremonia desde el atrio exterior y esperaba a que terminara la acción litúrgica para recibir su bendición.

La ceremonia de la incensación requería poco tiempo, y estaba recomendado que el sacerdote no se detuviera en el santuario. Sin embargo, Zacarías se quedó más tiempo en oración, tratando de asimilar aquel suceso. El pueblo que le esperaba fuera estaba extrañado de que se demorase en el Templo. Sorprendidos por la tardanza del sacerdote, los asistentes dirigían sus miradas hacia la entrada del recinto donde tenía lugar la ofrenda del incienso. Apareció por fin Zacarías y se aproximó a la escalinata que conducía al atrio de los sacerdotes. Desde allí debía dar la bendición, extendiendo los brazos y pronunciando la fórmula usada desde los tiempos de Aarón[2].Él intentaba explicarse por señas, y permaneció mudo, escribe san Lucas.

Zacarías volvió a su ciudad, en las montañas de Judá. Comunicaría a su esposa lo sucedido en cuanto entró en la casa. Poco tiempo después Isabel comprendió que no tardaría en ser madre. Muchos matrimonios, a los que Dios no ha concedido aún hijos, han visto en Zacarías e Isabel buenos intercesores en el Cielo ante Dios para que les conceda ese don.

Palestina tiene forma de un trapecio limitado al este por el Jordán, al oeste por el mar Mediterráneo, al norte por el contrafuerte del monte Hermón (2 814 m) y al sur por el desierto del Negueb(una zona costera de 40 km de ancha en el sur y 5 km en dirección norte). Tenía algo menos de 25 000 km cuadrados: algo mayor que la mitad de la extensión aproximada de Extremadura y algo menor que una tercera parte de Portugal. Las distancias no eran largas, pero habían de hacerse normalmente a pie y las montañas dificultaban mucho los viajes.
Sin contar las regiones vecinas de la Decápolis e Idumea, Palestina solo alcanzaba los 500 000 habitantes, los mismos aproximadamente que la ciudad de Antioquía, en Siria. Alejandría, en Egipto, llegaba a los 600 000. Jerusalén, incluidas las aldeas de alrededor, no llegaba a los 40 000 vecinos.

[1]2R 1, 8

[2]Num 6, 24-26

Comentario del 12 de agosto

También Jesús se vio involucrado en asuntos tan terrenales como el pago de los impuestos, al que estaba obligado como súbdito del imperio romano y de esa aristocracia sacerdotal que regía los destinos del pueblo judío. Estando en Cafarnaúm, nos dice el evangelista, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto de las dos dracmas y le preguntaron, probablemente ejerciendo presión sobre él: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Pedro respondió de inmediato que , aunque sin dar más explicaciones. Llegados a casa Jesús pidió a su discípulo opinión sobre este asunto: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran los impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños? Pedro le contestó: A los extraños. Y Jesús sacó las consecuencias: Entonces los hijos están exentosSin embargo, para no darles mal ejemplo, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.

Al parecer, el impuesto de las dos dracmas era un impuesto destinado a la conservación del Templo y de su culto; por tanto, un impuesto de carácter religioso que debía pagar todo judío practicante de su religión. No pagar el impuesto podía considerarse un menosprecio de ese culto que el dinero recolectado para ese fin quería amparar y, por consiguiente, una desvinculación de la religiosidad oficial o incluso una transgresión de esa ley que regía la práctica cultual judaica.

Quizá fuese este contexto de obligatoriedad legal lo que le llevase a Pedro a afirmar con rotundidad ante los cobradores del impuesto que su Maestro pagaba religiosamente lo debido; pero el pago no se había efectuado aún, como se indica a continuación. Porque será poco después cuando Jesús dé orden a Pedro de que pague por los dos con esa moneda de plata que encontrará en la boca del primer pez del lago que pique el anzuelo, aun entendiendo que, en cuanto hijo de Israel, no tendría que estar obligado a pagar el impuesto exigido, dado que los impuestos, según lo acostumbrado entre los reyes del mundo, no se cargan a los hijos, sino más bien a los extraños o extranjeros; y extraños son ellos (los judíos) respecto del Imperio romano –Palestina es una provincia romana-, pero no respecto del pueblo judío. Aquí se trataba de un impuesto legal que recaía sobre los hijos, no sobre los extraños. Pues bien, a pesar de que Jesús, en cuanto hijo, se considera exento de este pago, decide efectuarlo para no dar mal ejemplo.

El detalle es significativo. El mismo Jesús, que parece no tener ningún reparo en contravenir ciertos preceptos de la Ley relativos a la pureza ritual o a la observancia del Sábado, en este caso y circunstancia (el pago de un impuesto) evita dar mal ejemplo, como no queriendo «escandalizar». Si en otras ocasiones, como en ciertos enfrentamientos con los fariseos, parece buscar expresamente el «escándalo» de estas mentalidades tan aferradas a la observancia de la ley, aquí prefiere evitar el escándalo que pudiera derivarse de su negativa a pagar el impuesto, algo que constituiría un mal ejemplo para otros judíos, empezando por sus discípulos.

Si el impuesto estaba destinado al sostenimiento del Templo, parece justo y razonable que los creyentes judíos lo sostuvieran con sus aportaciones voluntarias o reclamadas; pero muy pronto Jesús se postulará como el verdadero Templo y la verdadera ofrenda que vienen a reemplazar a los antiguos: Destruid este Templo y en tres días lo levantaré; hablaba del templo de su cuerpo. Pues bien, a pesar de este reemplazo o superación previstos, Jesús pagará el impuesto reclamado por la ley para no darles mal ejemplo.

Este criterio de conducta debería estar muy presente en nuestras vidas. Hay cosas que no debemos hacer para no dar mal ejemplo; otras, en cambio, las debemos hacer por la misma razón, para no dar mal ejemplo. De lo que se trata, por tanto, es de no dar mal ejemplo, que es la manera negativa de formular que siempre debemos dar buen ejemplo. De esta manera estaremos sin duda contribuyendo al mejoramiento de la sociedad en que vivimos. Si el mundo estuviera lleno de buenos ejemplos, ejemplos de civismo, de responsabilidad, de cumplimiento de nuestras obligaciones, incluidas las tributarias, de respeto, de honestidad, de prudencia, de generosidad, etc., las cosas funcionarían mucho mejor.

Cuando la Iglesia canoniza a un santo lo presenta ante la comunidad eclesial y ante el mundo como una vida ejemplar, esto es, digna de ser imitada. Ahí tenemos, por tanto, a un hombre (o mujer) que merece ser imitado por su ejemplaridad. Esto es, en fin, lo que se espera de cada uno de nosotros, a imitación de aquel que pasó por este mundo haciendo el bien, Cristo Jesús.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

88. Pero para comprender este fenómeno en su totalidad hay que reconocer que, como toda realidad humana, está atravesado por límites y carencias. No es sano confundir la comunicación con el mero contacto virtual. De hecho, «el ambiente digital también es un territorio de soledad, manipulación, explotación y violencia, hasta llegar al caso extremo del dark web. Los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas. Nuevas formas de violencia se difunden mediante los social media, por ejemplo el ciberacoso; la web también es un canal de difusión de la pornografía y de explotación de las personas para fines sexuales o mediante el juego de azar»[41].


[41] Ibíd., 23.

Homilía – Domingo XX de Tiempo Ordinario

FE/FORTALEZA
Lucas sigue describiendo el camino del cristiano, que es el de Cristo. El domingo pasado era la vigilancia su característica. Hoy es la fortaleza, la opción clara que exige, la decisión firme de seguir o no a Cristo. Ser cristianos en medio del mundo en que vivimos no es fácil.

LA VIDA COMO LUCHA Y COMO CARRERA ATLÉTICA. En la primera lectura se nos presenta brevemente la figura de un profeta, Jeremías, al que no le resultó nada fácil cumplir su misión. El, que por temperamento hubiera predicado con gusto palabras de dulzura y felicidad, recibió de Dios el encargo de anunciar un futuro sombrío para su pueblo, y aconsejarle decisiones que no eran nada del agrado de las autoridades, sobre todo militares. Por eso intentaron eliminarle, hacer callar su voz. Jeremías hundido en el fango del pozo: todo un símbolo.

También la carta a los Hebreos nos presenta la vida cristiana en su lado dinámico y batallador. Como una carrera, ante un estadio lleno de gente: nos contemplan miles de personas, nuestros antepasados en la fe y los contemporáneos: ¿cómo corremos? ¿cómo recibimos y traspasamos el «testigo» de nuestra fe en esta carrera de relevos que es la vida de la comunidad cristiana? No resulta nada espontáneo ni cómodo ser cristianos. Muchas veces nos asalta el cansancio y el miedo. El autor de la carta propone la fuente de la fortaleza: «fijos los ojos en Jesús, pionero de la fe». También a El, a Cristo, le resultó difícil cumplir su carrera, pero nos dio el ejemplo mejor de fe en Dios, y ella le dio la fuerza para seguir hasta el final, hasta la muerte. A nosotros nos invita a seguir el mismo camino: «corramos en la carrera que nos toca sin retirarnos… no os canséis, no perdáis el ánimo… no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado».

NO HE VENIDO A TRAER «PAZ». Seguir a Cristo requiere una opción personal consciente. En el evangelio de hoy nos lo dice el mismo Cristo con imágenes muy expresivas. No ha venido a traer paz, sino guerra. El mismo que luego diría: «mi paz os dejo, mi paz os doy», nos asegura que esa paz suya debe ser distinta de la que ofrece el mundo. Nos asegura que ha venido a prender fuego en el mundo: quiere transformar, cambiar, remover. Y nos avisa que esto va a dividir a la humanidad: unos le van a seguir, y otros, no. Y eso dentro de una misma familia. Cristo -ya lo anunció el anciano Simeón a María- se convierte en signo de contradicción.

Si sólo buscamos en el evangelio, y en el seguimiento de Cristo, un consuelo y un bálsamo para nuestros males, o la garantía de obtener unas gracias de Dios, no hemos entendido su intención más profunda. El evangelio, la fe, es algo revolucionario, dinámico, hasta inquietante.

SER CRISTIANOS EN EL MUNDO DE HOY. El ser fieles al evangelio de Jesús muchas veces también a nosotros nos produce conflictos. Estamos en medio de un mundo que tiene otra longitud de onda, que aprecia otros valores, que razona con una mentalidad que no es necesariamente la de Cristo. Y muchas veces reacciona con indiferencia, hostilidad, burla o incluso con una persecución más o menos solapada ante nuestra fe. Tener fe hoy, y vivir de acuerdo con ella, es una opción seria.

No se puede compaginar alegremente el mensaje de Cristo con el de este mundo. No se puede «servir a dos señores» (/Mt/06/24./Lc/16/13). Siempre resulta incómodo luchar contra el sentir ambiental, sobre todo si es más atrayente, al menos superficialmente, y menos exigente en sus demandas. La visión del mundo que Jesús nos va ofreciendo en las páginas de su evangelio tiene muchas veces puntos contradictorios con la visión humana de las cosas. Ser cristiano es optar por la mentalidad de Cristo. No se puede seguir adelante con medias tintas y con compromisos. En la moral, por ejemplo, el evangelio es mucho más exigente que las leyes civiles.

El evangelio es un programa de vida para fuertes y valientes. No nos exigirá siempre heroísmo -aunque sigue habiendo mártires también en nuestro tiempo-, pero sí nos exigirá siempre coherencia en la vida de cada día, tanto en el terreno personal como en el familiar o sociopolítico.

Sería una falsa paz el que lográramos demasiado fácilmente conjugar nuestra fe con las opciones de este mundo, a base de camuflar las exigencias entre ambas. La paz de Cristo, la verdadera, está hecha de fuego y de lucha. Claro que es más «pacífico» que el Papa, en sus viajes, o los obispos en sus orientaciones pastorales, no digan nada más que palabras de consuelo y halago: pero tienen que decir lo que ellos creen que es la verdad conforme al Evangelio, y eso, muchas veces, suscita reacciones violentas de oposición. En su encíclica, (de mayo de 1986) «Señor y dador de Vida», Juan Pablo II nos invita a una clara opción por la mentalidad de Cristo cara al año 2000, fiados en la fuerza de su Espíritu, en lucha contra el ateísmo y el materialismo sistemático que amenazan con invadir nuestra mentalidad. Cada vez que celebramos la Eucaristía, ciertamente nos dejamos envolver en la paz y el consuelo de Dios. Pero a la vez esta celebración nos compromete a una vida según Cristo, y a una lucha por defender nuestra fe. Escuchamos una Palabra que interpela nuestra conducta y nos señala caminos.

J. Aldazabal

Lc 12, 49-53 (Evangelio – Domingo XX de Tiempo Ordinario)

En estos versículos, los dos primeros propios de Lc, hay distintas sentencias de Jesús agrupadas aquí en función de la idea central de que la venida de Jesús inaugura un tiempo crítico, que fuerza a los hombres a optar a favor o en contra de él. El cuarto evangelio lo señala dramáticamente, puesto que después de cada discurso o de cada milagro de Jesús se producen reacciones contradictorias entre los oyentes o espectadores: unos se encaminan hacia la fe, otros se irritan y no sólo rechazan, sino que odian a Jesús, con una aversión creciente, que los llevará hasta el homicidio. En este punto, como en tantos otros, Lc aparece muy de acuerdo con Jn.

Los vv. 49-50 son originariamente independientes. El «fuego» (v.49) que Jesús asegura va a prender en la tierra no debe entenderse como un recurso a la violencia para la implantación del Reino de Dios, sino como una alusión al Espíritu Santo o bien a la purificación de los corazones, según un simbolismo muy utilizado en el lenguaje bíblico. El «bautismo» (v.50) que Jesús tiene que recibir no es, evidentemente, ningún rito o sacramento. Debe entenderse la palabra en su sentido originario de «inmersión»: Jesús debe sumergirse en unas aguas profundas, y ya sabemos que esas aguas son imagen de grandes sufrimientos. Es, pues, un anuncio de la Pasión. Tanto el «fuego» como el «bautismo» son objeto de un deseo vehemente de Jesús. Anhela purificar el corazón de todos los hombres con su Espíritu, y camina valerosamente hacia su pasión, que es su camino obligado. Estos dos versículos expresan por tanto, originariamente, la voluntad decidida de Jesús de realizar el plan que el Padre le ha propuesto.

Pero colocados aquí por Lc deben entenderse principalmente en función de los vv. 51-53 que siguen, en los que Jesús aparece como «signo de contradicción». Hay una referencia a Mi 7,6, que como una muestra de la corrupción general hablaba de las divisiones familiares. Naturalmente, Jesús no se propone obtener este lamentable resultado, pero de hecho el seguimiento fiel de Jesús originará tensiones e incluso rupturas. Cuando los apóstoles predicaban el evangelio entre los paganos del mundo greco-romano, la conversión al cristianismo implicaba un cambio de vida tan radical que podía dificultar seriamente la convivencia con los parientes aún paganos. En algunos países de misiones, en los que la vida social y familiar esté impregnada de actos religioso o supersticiosos, podemos ver aún en nuestros días situaciones de desgarro o ruptura familiar semejantes a los que se debían dar a menudo en los inicios de la Iglesia. En una sociedad secularizada, o en un cristianismo debilitado, el conflicto se presentará más raramente.

Es frecuente ver en esta perícopa un intento para explicar el tiempo -la presencia- de Jesús como el tiempo de la decisión. Su venida y su historia se presentan como una situación de conflicto para él y para los que optan por él.

No es fácil precisar el concepto de «fuego». Jesús ha deseado algo que no ha llegado todavía. El cumplimiento de este deseo, en otros textos, significa la venida del Espíritu Santo (Lucas 3,16). Se podría pensar en el Espíritu Santo, pero aquí esta palabra-metáfora está asociada al concepto de juicio, un juicio que abrasará la tierra.

Se puede establecer un paralelo entre el fuego y el bautismo como un paso desde el dolor y la tribulación a la magnificencia de Dios. Se incluye entonces el sentido de purificación. Desde el versículo 50, parece que hay que entender el fuego como purificación de los corazones. La revelación de Dios nos trae el juicio y la purificación.

El Mesías será entendido y esperado como portador de salvación, pero el salvador hay que verlo en estrecha relación con la paz.

Paz anunciada en su nacimiento (Lc 2,14) y en la expresión: vete en paz (Lc 8,48). Es la paz mesiánica que no coincide con la paz romana o pacificación en sentido político.

La actuación de Jesús no puede ser la pacificación exterior. Su venida conlleva para los hombres decidirse frente a él y su mensaje. La posibilidad de libertad de elección trae la escisión y la división. La figura de Jesús es el centro. La actitud de cada cual es la que divide. Se ejemplifica esta división desde la comunidad familiar. La actitud frente a Jesús crea nuevos lazos y relaciones que relativizan los lazos de la sangre. Era una experiencia vivida en muchas familias. Dentro de la misma familia unos se convertían y seguían a Cristo y otros se oponían y perseguían a los seguidores.

Heb 12, 1-4 (2ª Lectura Domingo XX de Tiempo Ordinario)

La carta a los hebreos se dirige a una comunidad cansada y vacilante en la fe. Los peligros a que se refiere son los de la segunda generación. Ha desaparecido el primer entusiasmo, la novedad del mensaje se ha convertido en costumbre, se dejan sentir las dificultades internas y externas y el camino de la cruz y de la resurrección se presenta como una carga pesada. La comunidad es muy distinta de lo que cabía esperar.

La fe de los antepasados debe servir de estímulo para la comunidad en orden a perseverar en la fe. La amplia enumeración de creyentes que ha presentado en el capítulo once, les hace ver que no son creyentes aislados.

El verdadero modelo, al que deben mirar e imitar, es Cristo. La total solidaridad con él significa, para la comunidad, que su destino está ligado al de Cristo y que no será ni mejor ni peor: persecución y desprecio, sufrimiento y muerte fueron el destino del Señor.

Pero porque la comunidad experimenta en sí misma el destino de Cristo ha de tener fija la mirada en él. Ante este modelo -Cristo- la comunidad no puede decir que está sujeta a un esfuerzo excesivo y que haya ya llegado al límite de sus fuerzas.

El ejemplo de los Padres y el de Cristo ha de estimular la fe de la comunidad. Es una exhortación apta para nuestros días. Hoy son muchos los cristianos y las comunidades inseguros en su fe. Son cristianos comprometidos, quieren instruirse, se plantean los problemas actuales, pero no saben qué camino tomar. Es el momento de aceptar la sabiduría de la cruz. Estar bajo la ley de la cruz significa, para la comunidad, soportar las tensiones y contradicciones en el interior de la comunidad, de la Iglesia, y perseverar a la espera del que da razón de nuestra fe: Cristo Jesús.

El autor trae a la memoria de sus destinatarios, los judeo-cristianos alejados de Jerusalén a causa de la persecución y que anhelan volver a ella, el ejemplo del pueblo peregrino que fue el de sus antepasados (Heb 11). En ese momento aplica al pueblo cristiano este tema, haciéndole ver que siempre será nómada en este mundo.

La imagen del nomadismo encuentra aquí su doble en la de las carreras de fondo en atletismo (como en 1 Co 9, 24-30, 5). Los cristianos son los corredores del estadio y los graderíos están ocupados por sus antepasados (v. 1) que animan ardorosamente la fortaleza de sus descendientes. La distancia a recorrer es larga y es conveniente perder algunos kilos («arrojar todo el peso»; v. 1) para aguantar la prueba hasta el final.

Pero todos los espectadores no son necesariamente «animadores» («hinchas»); hay también un clan de adversarios, los «pecadores» (v. 3), que han hecho sufrir muchas afrentas a Cristo y todavía tienen otras muchas reservadas a los cristianos.

Pero la imagen del pueblo peregrino aparece en primer término y se manifiesta sobre todo en la invitación hecha a los cristianos (v. 2) de fijar su mirada constantemente en el guía que los conduce: Jesucristo sustituye a la columna de luz que guiaba al pueblo en el desierto. Esta conducía al pueblo hacia una felicidad material; Jesucristo, en cambio, encamina a su pueblo a la «perfección» y le conduce consigo al trono de la gloria. Esta «perfección» designa el estado de la humanidad fiel al término de su peregrinación actual. Cristo es el «perfeccionador», para emplear un neologismo que traduce mejor el texto griego, es decir, el que da por terminado el peregrinaje terreno de su pueblo en el santuario de su gloria.

Para el autor de la carta a los Hebreos el objetivo es que la contemplación de Jesucristo y de su camino hacia Dios nos conduzca a una íntima e inalienable experiencia personal, es decir, a la fe viva. El camino de la plena entrega interior a Dios, hasta dar la vida, es el único acceso a la verdadera vida en Dios.

Con la mirada puesta en la firme constancia de Jesús, el autor exhorta: «Sacudámonos todo el lastre y el pecado que se nos pega; corramos con constancia» (12,1); esta exhortación es la aplicación del binomio clásico «muertos al pecado, vivamos una vida nueva» (Rom 6,1-14) a la segunda generación.

Por un lado se considera el pecado «como un lastre que se nos pega», experiencia típica de personas y comunidades ya viejas; es la mediocridad, la cerrazón, la poca generosidad, la dimisión ante los auténticos objetivos de la vida, el miedo, el desánimo, el cansancio (12,3).

Por otro lado, la fe de la segunda generación es la «constancia», la conversión renovada, la recuperación diaria de la ilusión y la seguridad inicial (3,12-14), el retorno fiel a la contemplación de Jesús (3,1) y al sentido siempre nuevo de la victoria de su muerte (9,11-12), es el esfuerzo diario por una vida libre, valiente, pobre, alegre, caritativa (c. 11).

La alusión al carácter difícil de la constancia lleva al autor a un último destello de genialidad: «Sufrís para corrección vuestra» (12,7). El esfuerzo diario y constante por vivir de acuerdo con los valores y las actitudes del evangelio es la verdadera corrección del hombre en manos de Dios; por nuestra constancia nos va haciendo hijos Dios (12,7-9). Este esfuerzo es difícil y a veces parece inútil; pero quienes lo practican con perseverancia aprenden a participar de la santidad de Dios (10), así consigue Dios en ellos vidas justas, pacíficas, llenas de fruto, maduras, acabadas (11).

Jer 38, 4-6. 8-10 (1ª Lectura Domingo XX de Tiempo Ordinario)

La vida de Jeremías es toda una tragedia: ama apasionadamente a su pueblo y desea para todos lo mejor, pero tiene que anunciarles lo peor. Sin embargo, Jeremías cumple su misión y anuncia a todos la amarga verdad que le ha sido revelada. Esto le acarrea la persecución de sus paisanos.

Abortada la rebelión de Jeconías, rey de Israel, contra Nabucodonosor, rey de Babilonia, se produce en el 597 a.C. la primera deportación a Babilonia. Sedecías, hombre bueno pero débil, sube al trono y se deja llevar por sus dignatarios a la aventura de la guerra. La voz del profeta se alza para proclamar lo absurdo de cualquier alianza con Egipto en contra de Babilonia. Sin embargo, los representantes del mundo oficial deciden a su antojo en lugar del pueblo hambriento y desmoralizado: un nacionalismo y una resistencia militar que hace caso omiso de la palabra del profeta. La voz del profeta es molesta cuando interpreta el sentimiento popular. Los poderosos intentarán suprimirlo. Muchos años más tarde se producirá una situación semejante con Jesús (cf. Jn 11, 50).

En el griego de los LXX esta proposición del vers. 5 es una reflexión que se hace el narrador: «porque el rey no podía nada contra ellos».
El rey se da cuenta de que su debilidad le ha llevado a dejar el poder en mano de sus ministros. El profeta se encuentra desasistido, ya que el rey está mucho más atado que el mismo profeta. El hacer profético se realiza en gran desnudez. Sólo quien lo ha experimentado puede llegar a calibrar tal estado de cosas.

La cisterna viene a ser un símbolo del abandono y de la muerte (Gn 37, 22. 28). La oración sálmica que numerosas veces hiciera Jeremías de «ser contado con los que bajan a la fosa» se hacía realidad en la vida del profeta (cf. Sal 7, 16; 27, 1; 87, 5; 142, 7). Así la acción profética quedaba concluida, ya que su vida misma apoyaba sus palabras. Cuando el que profetiza une su vida a su palabra, lo que de ahí puede salir es algo de una fuerza imprevisible y definitiva.

En el momento de la prueba solamente un extranjero se apiada del profeta y se salva gracias a la simpatía de un cortesano etíope. El profeta está empeñado en una empresa ardua, casi imposible: hacer recapacitar al pueblo para que tome conciencia de pueblo elegido. Es difícil oír la voz de un profeta que clama por la confianza en Dios, cuando el hombre solamente confía en sí mismo. Destino doloroso, destino de profetas.

El profeta padece en silencio, sin rechistar. Pero con su fidelidad hasta la muerte a la palabra de Dios y la aceptación de su destino da una lección a todo el pueblo. Israel debería someterse a la voluntad de Dios y aceptar la rendición y hasta el exilio para evitar males mayores. Pero no es eso lo que hace, sino que busca aliados a cualquier precio para alzarse contra Babilonia. Jeremías propone una política que juzga más realista en aquellas circunstancias: confiar en Dios y no en los aliados, aceptar lo inevitable y mantener viva la esperanza hasta que vengan tiempos mejores.

Dios se sirve de Ebedmelek para rescatar a su profeta y sacarlo del pozo donde lo habían arrojado. También Israel será sacado en su día de la cautividad de Babilonia por el mismo Dios que ahora permite que sea deportado. Y será como un segundo éxodo.

El auténtico mensajero de Dios debe siempre anunciar la verdad aunque le cueste la cárcel y la muerte. La «verdad» siempre es algo duro de pelar, acarrea más momentos de tristeza que de gozo y de alegría: «…forzado por tu mano me senté solitario, porque me llenaste de tu ira» (15,17). Jeremías es odiado por los ministros del rey e incluso por el mismo pueblo por quien tanto trabajó durante cuarenta años para obtener su conversión. No es raro que entrara en una grave crisis.

Todos los profetas de ayer y de hoy aprenden en su propia carne que la verdad hiere. Cuando la multitud o la autoridad ha encontrado un pretexto -sin vinculación con su mensaje- para liquidarlos, no dudan por mucho tiempo en inscribir una nueva pasión en la ya larga lista en medio de la cual está plantada la cruz de Cristo.

Jeremías tenía un alma particularmente sensible: en su temperamento todo conducía a la indulgencia; hubiera sido por naturaleza un excelente profeta de la felicidad, y de hecho es el profeta de la desventura para recordar que Dios no está en la continuidad absoluta de los valores y de las opciones humanas y que su encuentro supone un retorno decisivo de esas opciones.

Alma delicada y depresiva, Jeremías hubiera sido feliz en medio de la tranquilidad y la paz, y he aquí que, en contra de todo lo que era, se ve abocado a enfrentarse con la persecución y a buscar, en recursos por encima de los suyos propios, la fe y el abandono requeridos para ser el testigo de Dios.

Jeremías ha sido pora la tradición bíblica y eclesial el precedente genuino de Cristo. El personaje histórico en quien se inspiró el segundo Isaías para pintarnos al Siervo Paciente. El Profeta de la interioridad, de la Nueva Alianza. El hombre que se confesó públicamente hombre, para que nunca más hombre alguno pretendiera disimularlo bajo capa de santidad.

Comentario al evangelio – 12 de agosto

La parte más larga de este texto que meditamos hoy versa sobre un impuesto al Templo que debian pagar todos los varones. En este episodio, que sólo se encuentra en Mateo, destaca el protagonismo de Pedro y la invitación del evangelista a los miembros de su comunidad para que solucionen pacíficamente cualquier diferencia que pudiera existir entre ellos, a causa de la distinta manera de entender el mensaje cristiano. Por otra parte, la respuesta de Jesús, esta basada en una comparación profunda: el Señor del templo era Dios. Jesús es su Hijo. Los que creen en Jesús participan de esta filiación. Su libertad nace  de ahí.

Pero, junto a esta libertad, quiere expresar también Jesús una actitud de respeto frente a la posible obligación legal y frente al templo, en cuanto que es la casa de Dios. Y paga el impuesto. Jesús hizo muchas cosas a las que, por su calidad de Hijo, no estaba obligado; sin embargo, para que su libertad no ofendiera el sentir común, en este caso como en otros, paga el impuesto.

Ante ciertos deberes sociales o políticos, el ejemplo de Jesús nos enseña que obedecer con libertad y no por miedo o servilismo, es pagar un justo impuesto a la convivencia humana. Nos enseña a saber cumplir los deberes sociales y políticos de las sociedades en Las que nos desenvolvemos.