Comentario del 12 de agosto

También Jesús se vio involucrado en asuntos tan terrenales como el pago de los impuestos, al que estaba obligado como súbdito del imperio romano y de esa aristocracia sacerdotal que regía los destinos del pueblo judío. Estando en Cafarnaúm, nos dice el evangelista, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto de las dos dracmas y le preguntaron, probablemente ejerciendo presión sobre él: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Pedro respondió de inmediato que , aunque sin dar más explicaciones. Llegados a casa Jesús pidió a su discípulo opinión sobre este asunto: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran los impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños? Pedro le contestó: A los extraños. Y Jesús sacó las consecuencias: Entonces los hijos están exentosSin embargo, para no darles mal ejemplo, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.

Al parecer, el impuesto de las dos dracmas era un impuesto destinado a la conservación del Templo y de su culto; por tanto, un impuesto de carácter religioso que debía pagar todo judío practicante de su religión. No pagar el impuesto podía considerarse un menosprecio de ese culto que el dinero recolectado para ese fin quería amparar y, por consiguiente, una desvinculación de la religiosidad oficial o incluso una transgresión de esa ley que regía la práctica cultual judaica.

Quizá fuese este contexto de obligatoriedad legal lo que le llevase a Pedro a afirmar con rotundidad ante los cobradores del impuesto que su Maestro pagaba religiosamente lo debido; pero el pago no se había efectuado aún, como se indica a continuación. Porque será poco después cuando Jesús dé orden a Pedro de que pague por los dos con esa moneda de plata que encontrará en la boca del primer pez del lago que pique el anzuelo, aun entendiendo que, en cuanto hijo de Israel, no tendría que estar obligado a pagar el impuesto exigido, dado que los impuestos, según lo acostumbrado entre los reyes del mundo, no se cargan a los hijos, sino más bien a los extraños o extranjeros; y extraños son ellos (los judíos) respecto del Imperio romano –Palestina es una provincia romana-, pero no respecto del pueblo judío. Aquí se trataba de un impuesto legal que recaía sobre los hijos, no sobre los extraños. Pues bien, a pesar de que Jesús, en cuanto hijo, se considera exento de este pago, decide efectuarlo para no dar mal ejemplo.

El detalle es significativo. El mismo Jesús, que parece no tener ningún reparo en contravenir ciertos preceptos de la Ley relativos a la pureza ritual o a la observancia del Sábado, en este caso y circunstancia (el pago de un impuesto) evita dar mal ejemplo, como no queriendo «escandalizar». Si en otras ocasiones, como en ciertos enfrentamientos con los fariseos, parece buscar expresamente el «escándalo» de estas mentalidades tan aferradas a la observancia de la ley, aquí prefiere evitar el escándalo que pudiera derivarse de su negativa a pagar el impuesto, algo que constituiría un mal ejemplo para otros judíos, empezando por sus discípulos.

Si el impuesto estaba destinado al sostenimiento del Templo, parece justo y razonable que los creyentes judíos lo sostuvieran con sus aportaciones voluntarias o reclamadas; pero muy pronto Jesús se postulará como el verdadero Templo y la verdadera ofrenda que vienen a reemplazar a los antiguos: Destruid este Templo y en tres días lo levantaré; hablaba del templo de su cuerpo. Pues bien, a pesar de este reemplazo o superación previstos, Jesús pagará el impuesto reclamado por la ley para no darles mal ejemplo.

Este criterio de conducta debería estar muy presente en nuestras vidas. Hay cosas que no debemos hacer para no dar mal ejemplo; otras, en cambio, las debemos hacer por la misma razón, para no dar mal ejemplo. De lo que se trata, por tanto, es de no dar mal ejemplo, que es la manera negativa de formular que siempre debemos dar buen ejemplo. De esta manera estaremos sin duda contribuyendo al mejoramiento de la sociedad en que vivimos. Si el mundo estuviera lleno de buenos ejemplos, ejemplos de civismo, de responsabilidad, de cumplimiento de nuestras obligaciones, incluidas las tributarias, de respeto, de honestidad, de prudencia, de generosidad, etc., las cosas funcionarían mucho mejor.

Cuando la Iglesia canoniza a un santo lo presenta ante la comunidad eclesial y ante el mundo como una vida ejemplar, esto es, digna de ser imitada. Ahí tenemos, por tanto, a un hombre (o mujer) que merece ser imitado por su ejemplaridad. Esto es, en fin, lo que se espera de cada uno de nosotros, a imitación de aquel que pasó por este mundo haciendo el bien, Cristo Jesús.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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