II Vísperas – Domingo XX de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XX de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Cuando la muerte sea vencida
y estemos libres en el reino,
cuando la nueva tierra nazca
en la gloria del nuevo cielo,
cuando tengamos la alegría
con un seguro entendimiento
y el aire sea como un luz
para las almas y los cuerpos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando veamos cara a cara
lo que hemos visto en un espejo
y sepamos que la bondad
y la belleza están de acuerdo,
cuando, al mirar lo que quisimos,
lo vamos claro y perfecto
y sepamos que ha de durar,
sin pasión sin aburrimiento,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando vivamos en la plena
satisfacción de los deseos,
cuando el Rey nos ame y nos mire,
para que nosotros le amemos,
y podamos hablar con él
sin palabras, cuando gocemos
de la compañía feliz
de los que aquí tuvimos lejos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando un suspiro de alegría
nos llene, sin cesar, el pecho,
entonces —siempre, siempre—, entonces
seremos bien lo que seremos.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo, que es su Verbo,
gloria al Espíritu divino,
gloria en la tierra y en el cielo. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

SALMO 111: FELICIDAD DEL JUSTO

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: Hb 12, 22-24

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

PRECES

Alegrándonos en el Señor, de quien viene todo don, digámosle:

Escucha, Señor, nuestra oración.

Padre y Señor de todos, que enviaste a tu Hijo al mundo para que tu nombre fuese glorificado, desde donde sale el sol hasta el ocaso,
— fortalece el testimonio de tu Iglesia entre los pueblos.

Haznos dóciles a la predicación de los apóstoles,
— y sumisos a la verdad de nuestra fe.

Tú que amas a los justos,
— haz justicia a los oprimidos.

Liberta a los cautivos, abre los ojos a los ciegos,
— endereza a los que ya se doblan, guarda a los peregrinos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los que duermen ya el sueño de la paz
— lleguen, por tu Hijo, a la santa resurrección.

Unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros, dirijamos al Padre nuestra súplica confiada:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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No se puede seguir a Jesús impunemente

¿SE CONTRADICE JESÚS?

¿No se contradice Jesús en el pasaje evangélico que acabamos de escuchar con respecto a otras afirmaciones suyas? ¿No se le denomina muchas veces «Príncipe de la paz»? ¿No pone el mismo evangelista en labios de los ángeles en Belén, como misión que trae el Mesías recién nacido: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres»? ¿No dijo a sus amigos: «Mi paz os dejo, mi paz os doy»? ¿No les saludaba después de la resurrección: «Paz a vosotros»? ¿Cómo afirma entonces en el pasaje que acabamos de escuchar: No he venido a traer la paz, sino la división, la guerra?

La contradicción entre estos textos es sólo aparente. Lo que ocurre es que Jesús vino a traer la paz verdadera, que nace de la justicia y del respeto a los derechos humanos, la fraternidad, la paz honda del corazón, no lo que con frecuencia la sociedad llama paz.

Este texto de Lucas es la respuesta a una situación dramática vivida por muchos cristianos de su tiempo, debido a los conflictos que suscitaba en su propia familia la adhesión a Jesús de Nazaret; eran repudiados por los familiares que permanecían fieles a la antigua Alianza. Con lágrimas en los ojos, hace algunos años, en Uruguay, me vino a contar su drama un hijo único de judíos, a quien sus padres habían expulsado de casa porque se había ennoviado con una cristiana, hija de unos amigos míos. «Me están llorando como a un muerto», me dijo sumamente preocupado. Lucas advierte a los cristianos con este pasaje que la persecución, de una clase u otra, hay que considerarla normal en el seguidor de Jesús.

Me decía una esposa cristiana delante de su propio esposo: «Nosotros vivíamos en paz… No había conflictos. Pero nadie podía respirar en casa sin permiso de mi marido… Empezamos a participar en unas reuniones de matrimonios. A partir de ahí nos fuimos mentalizando. A pesar de todo, llegado el momento de decidir, tuve que envalentonarme muchas veces. Me hice oír; reclamé mis derechos. Hubo tiranteces y conflictos; fue la guerra que dijo Jesús que había venido a traer. Ahora vivimos en la paz verdadera, decidimos de común acuerdo y después de haber oído a los hijos».

 

«HE VENIDO A TRAER FUEGO A LA TIERRA»

Afirma Jesús: «He venido a prender fuego en el mundo». El fuego al que se refiere Jesús no es el ardor que a veces sentimos en el corazón cuando decimos que amamos a alguien; no es el fuego del entusiasmo. El fuego mesiánico de Cristo no es otro que el mismo Reino de Dios que conlleva en sí un elemento destructor, no de la obra del hombre, sino del pecado. No puede surgir una nueva estructura de vida si, previa o simultáneamente, no se destruye la estructura que oprime al hombre por dentro y por fuera. Hay que echar el vino nuevo en odres nuevos, lo cual supone desechar los viejos, y esto implica provocar un conflicto con los antiguos.

Cuando el cristianismo o sus comunidades no viven la novedad del Evangelio sino que se han convertido en un agregado más de la sociedad, con quien conviven pacíficamente, en buen entendimiento, sin oponerse a las estructuras que crean en la sociedad un estado de injusticia, de hambre, de violación de los derechos humanos, de violencia sobre los débiles, de cercamiento a las libertades, de adoración a los líderes… no tienen problemas. Recordemos las palabras de J. B. Metz: «Los cristianos en Europa nos enfrentamos al desafío más grave: Decidirnos entre una ‘religión burguesa’ o un ‘cristianismo de seguimiento'». Optar por este último es apuntarse al conflicto doloroso. Porque seguir a Jesús no significa huir hacia un pasado ya muerto, sino tratar de vivir hoy con el espíritu que le animó a él. Esto entraña inexorablemente complicaciones en la vida.

El seguimiento de Jesús implica casi siempre caminar «contra corriente» en actitud de rebeldía y ruptura frente a costumbres, modas, corrientes de opinión, que no concuerdan con el espíritu del evangelio. Y eso exige no solamente resistirse a dejarse domesticar por una sociedad superficial y consumista, sino saber contradecir a los propios amigos y familiares cuando nos invitan a seguir caminos contrarios al evangelio. Esto constituye al cristiano en hereje social. Por eso, seguir a Jesús implica también estar dispuesto a la conflictividad y a la cruz, a compartir su suerte, aceptar libremente el riesgo de una vida crucificada como la suya sabiendo que nos espera la resurrección. Escribe Bernanos: «Cristo nos pidió que fuéramos sal de la tierra, no azúcar, y menos sacarina. Y no digáis que la sal escuece. Lo sé. El día que no escozamos al mundo y empecemos a caerle simpáticos será porque hemos empezado a dejar de ser cristianos».

El mismo Jesús fue, como dice el anciano Simeón, «signo de contradicción» por ser fiel al Padre, a los hermanos, a la propia conciencia, a su misión. Él practicó y predicó con palabras y gestos la fraternidad, la igualdad, la dignidad humana, la religiosidad verdadera. Los aprovechados, los amos de la situación, no le perdonaron que pusiera en peligro sus privilegios y su prestigio. Por eso, inmediatamente estalla una guerra implacable y la división entre los partidarios y los enemigos del profeta revolucionario de Nazaret. Ya sabemos cómo terminó el conflicto, remachándole en la cruz como a un vulgar delincuente. No se puede ser discípulo de Jesús impunemente. Ya lo preanunció él: «Os perseguirán» (Mt 10,24).

NO SE PUEDE SER PROFETA IMPUNEMENTE

Seguramente habéis experimentado los latigazos en vuestras propias carnes por ser fieles al Señor, a la propia conciencia. No se puede «molestar» a los demás impunemente. Y se les molesta cuando se procede con criterios evangélicos, con criterios humanitarios. «El mundo os odiará porque no sois del mundo» (Jn 17,14), advierte Jesús. En un entorno en el que domina la mentira y la hipocresía, proceder con la sinceridad que recomienda Cristo provoca conflictos. Recuerdo las tensiones que tuvo que sufrir un amigo que ocupaba un puesto de responsabilidad en una empresa y que era, al mismo tiempo, miembro de una comunidad cristiana. Austero, fiel, cumplidor, era el primero en entrar al trabajo y el último en abandonarlo. Era exigente con los trabajadores que le rodeaban. Con su conducta rectilínea sembró la división de la que hoy nos habla Jesús. Unos no veían el día en que se jubilara; otros sufrían pensando en lo que pasaría cuando lo hiciera. Su conducta rectilínea sembró la división en la misma familia que sabía de las tensiones existentes en el trabajo: «¿Por qué has de ser distinto de los demás?, le reprochaban. ¿Por qué te empeñas en cambiar lo inmutable?». «Ya me pueden hacer añicos, que no me apartarán de mi camino», le oímos protestar en el grupo cristiano, al mismo tiempo que decía que se sentía feliz, que gozaba de una profunda paz interior, a pesar de todos los conflictos y acosos que sufría.

Un esposo cristiano-practicante reprochaba a su mujer muy sensibilizada y generosa con la causa de los pobres: «¿Quieres solucionar tú sola el problema de la pobreza, o qué?». Ella le replicó: «¿Cuánto gastas tú en los bares y en tabaco? Eso mismo tengo derecho yo a gastar. Pero prefiero gastarlo dándoselo a los pobres. ¿Es que no tengo derecho?». Le dejó sin palabra para siempre.

Sabemos que seguir a Jesús negándose al tráfico de influencias, a los enchufes, es crearse problemas con los familiares y amigos, tanto si te niegas a beneficiarte, como si te niegas a beneficiar. Por experiencia sabéis que en un ambiente de adulación e hipocresía no se pueden llamar impunemente las cosas por su nombre sin sufrir las represalias. Nadie puede negarse impunemente a la especulación, a los juegos sucios de su ambiente, de su empresa. Le reprochaban los hermanos a un cristiano practicante que quería proceder con honradez en la venta de unos terrenos: «Ya estás entorpeciéndonos con tus escrúpulos de conciencia». Una abogada me confiesa: «Me ha dicho tajantemente el presidente de una sociedad de abogados: ‘O te dejas de escrúpulos o sobras en nuestra sociedad'».

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29), responde Pedro al Sanedrín que le quiere amordazar.

Hay que obedecer a Dios antes que al miedo, antes que a los criterios mundanos, antes que a las presiones de los familiares y amigos interesados y cómodos. Naturalmente que la vida es compleja y que hay que discernir la opción que se ha de tomar en cada caso, pero la consigna de Jesús es intangible.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Jesús nos da la paz o la guerra? Las dos cosas al mismo tiempo. Seguirle fielmente supone provocar la guerra y perder de alguna forma la paz con el propio entorno pagano y egoísta. Supone perder una falsa paz, una paz superficial; pero supone ganar otra paz, la de Jesús. Él ha dicho: «Mi paz os dejo, mi paz os doy; pero no como la da el mundo».

Atilano Aláiz

¿Qué fuego nos consume? ¿Qué paz buscamos?

A primera vista este evangelio puede dejarnos un sabor amargo, da la sensación de que Jesús ha venido a traer fuego (un incendio provocado) y división. Lo que sería incoherente con el resto de su vida y su mensaje. Una cosa es el lenguaje y otra el mensaje que tenemos que entender relacionando las imágenes que nos ofrece (fuego, bautismo y paz) con otros textos del evangelio.

También nosotros ahora utilizamos expresiones que no reflejan la realidad, sino que expresan lo que sentimos en ese momento; por ejemplo: “Le haría un monumento” para expresar la gratitud o admiración hacia alguien. O, “Le partiría la cara”  para expresar el odio.

Vayamos al evangelio del domingo anterior para comprender el de hoy, porque no podemos abordar por separado el de este domingo, uno es continuación de otro.  Jesús dijo: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” En consecuencia, nos decía el evangelio, vended vuestros bienes, dad limosna, estad en vela y sed buenos administradores. “Al que mucho se le dio mucho se le exigirá”

Si hemos comprendido que se nos ha dado el Reino, en consecuencia ¿qué se nos exige?

  1. Ser fuego, reavivar el fuego interior, alumbrar, dar calor…
    Jesús no vino a provocar un incendio destructor. Nos habla de la imagen del fuego como elemento que limpia y purifica, usado tanto por el campesino “limpiará completamente su era; y recogerá su trigo en el granero, pero quemará la paja en fuego inextinguible” (Mt 3, 12), como por el que busca purificar el oro, “que es probado a fuego” (I Pe 1,7) En cualquier caso la imagen del fuego es elocuente para los primeros cristianos, también probados en el fuego de la persecución, que deja al descubierto la pureza y solidez de su fe.  
    Juan Bautista habla de Jesús como el que “bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,11). Y esta promesa se cumple en Pentecostés: “Aparecieron lenguas como de fuego… Todos quedaron llenos de Espíritu Santo” (Hc 2, 3).
    Santa Teresa de Jesús lo entendió bien cuando habla del alma como una mariposilla que se acerca al Fuego, hasta quedar transformada ella misma en fuego.

  1. ¡Pobre bautismo! Qué lejos estamos de lo que suponía para las primeras comunidades. Tras años de preparación podían ser admitidos o no. Una vez bautizados se jugaban la vida, como ocurre hoy en algunos lugares del mundo…
    El bautismo era una toma de postura, una opción totalizante que podía llevar a la división familiar y a la expulsión de los miembros que se bautizaban. Incluso en el santoral, tenemos ejemplos de personas que fueron mandadas ajusticiar por su propia familia pagana o por sus amigos.

  1. Evidentemente las palabras y la vida de Jesús nos muestran que fue portador de Pero no una paz sin conflicto. Muchas veces recuerda que trabajar por el Reino es un proceso transformador que exige pasar por la puerta estrecha, dejarnos rehacer hasta nacer de nuevo… en este caso la paz no es comodidad, no es dejar las cosas como están, sino vivir un proceso de transformación hondo, que suele incluir despojo y sufrimiento.

Ser seguidor de Jesús, nos recuerda el evangelio, es optar, decidir por Jesús y su evangelio, sin trapicheos… y esta opción implica toda nuestra vida, que ya no será más como antes. Y, a veces, compromete incluso la vida y la unidad de nuestra familia. Hasta ahí llega la radicalidad del mensaje de Jesús, hasta ahí lo vivió Él, que terminó despreciado, traicionado y crucificado por los suyos, por su pueblo. 

No olvidemos por qué ser fuego, vivir el bautismo y experimentar la paz que trajo Jesús merece la pena: Se nos ha dado el Reino y se nos envía cada día a proclamarlo, compartirlo, sembrarlo y ¡gozarlo!

Mª Guadalupe Labrador Encinas fmmdp

Comentario del 18 de agosto

Hoy encontramos en el evangelio, en boca de Jesús, expresiones que, de escucharlas por primera vez, nos asustarían, y que después de haberlas escuchado más de una vez acompañadas de la interpretación más benigna, siguen provocando en nosotros cierto desasosiego: He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!… ¿Pensáis que he venido a traer el mundo paz? No, sino división. Y lo dice el que más tarde dirá: La paz os dejo, mi paz os doy, y el que proclamará dichosos a los que trabajan por la paz.

Semejante división (la que dice haber venido a traer) se instalará donde menos cabría esperar: en el seno mismo de la familia, allí donde la unión es más natural, más duradera, entre el padre y el hijo, entre la hija y la madre. El autor de la carta a los Hebreos también aporta otra frase impactante: Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Fuego, división, sangre son signos de realidades alarmantes, en las que se hacen presentes con toda su virulencia el sufrimiento y el horror humanos. Porque Jesús no parece referirse al fuego controlado, familiar y reconfortante del hogar, fuego doméstico y domesticado, ni al fuego oceánico, pero lejano, del astro solar, sino a un fuego arrebatador como el que se propaga por un bosque o inflama una casa y se hace imparable; un fuego que prende en el mundo y se extiende sin que nadie lo pueda detener.

Este fuego no puede ser sino el del evangelio, un mensaje realmente incendiario, que muy pronto se fue adueñando de las conciencias y propagando de casa en casa de una manera contagiosa, como si se tratase de una epidemia (en estos términos se expresaron algunos autores paganos para hablar del incipiente cristianismo: enfermedad contagiosa que se estaba extendiendo por todo el imperio sin que sus custodios pudiesen impedirlo). Pero no era una enfermedad lo que se estaba propagando, sino la salud.

El fuego que Cristo ha venido a traer no puede ser otro que el que anuncia Juan el Bautista cuando habla del bautismo del Mesías: un bautismo en Espíritu y fuego. Por tanto, un fuego que viene a destruir el pecado que se ha adueñado del mundo, el pecado con el que todos nacemos y que es semilla de nuevos pecados, el pecado que es como un dragón con múltiples cabezas –la de la soberbia, la de la ira, la de la lujuria, la de la gula, la de la pereza, la de la envidia, la de la avaricia- con el que hay que pelear hasta la sangre, como hizo Cristo. Su lucha fue una guerra sin cuartel contra el mal y contra el malo hasta la muerte. Pero es una guerra que debemos continuar sus seguidores.

Y porque desea contemplar al mundo libre de pecado, ansía verle ardiendo, sometido a ese proceso de conversión que lleva a cabo su Espíritu (simbolizado también por el fuego) en nosotros, similar a la conversión que provoca el fuego en el leño haciendo de él un ascua encendida, según la imagen de San Juan de la Cruz.

Este mismo fuego que brota de la entraña del cristianismo será causa de división en un mundo aparentemente en paz, llegando a incidir en el mismo núcleo familiar: unos se dejarán incendiar por el mensaje; otros se mantendrán al margen, fríos e indiferentes. Y allí se instaurará un germen de división. De hecho, esto fue lo que sucedió en aquella sociedad de los tres primeros siglos en la que prendió el mensaje cristiano que a casi nadie dejó indiferente, que a unos les hizo mártires y a otros perseguidores.

Y ello en el seno de la misma familia: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre. Allí hubo reproches de fanatismo, invocaciones al afecto paterno y a la piedad filial, intentos de soborno, llamadas a la sensatez, etc. Pero nada de esto evitó el martirio de muchos conversos y el rechazo de los familiares más próximos que no comprendían semejante actitud. Esta división, provocada por la fe, nada tiene que ver con las guerras de religión, donde lo que se busca es imponer por la fuerza la propia fe (o más bien, la propia idea), no persuadir a ella mediante el testimonio de la propia vida.

Hoy puede que los motivos religiosos no sean causa de división familiar, pero quizá a un coste demasiado caro, al coste de silenciar nuestra fe para evitar tensiones y rupturas. ¿No será que se ha enfriado en nosotros el fuego que abrasaba el corazón de aquellos primeros cristianos? ¿No será que para evitarnos molestias y tensiones hemos decidido vivir en una paz aparente, pero a costa de una despreocupación cada vez mayor por aspectos tan importantes en la vida de una persona como aquellos en los que incide la fe y las convicciones más profundas? ¿No habremos llegado, por una mal entendida tolerancia y un respeto desmedido a la conciencia de los demás, a la indolencia y a la indiferencia, como si la cuestión de la salvación fuera una cosa totalmente secundaria? ¿No será de nuevo hora de recoger la antorcha de la fe para enarbolarla?

Porque corremos el riesgo de que nuestro fuego se vaya apagando y no queden más que cenizas, y finalmente la frialdad eterna del desamor. Y éste sí que sería un abismo insalvable de división. Despojémonos, pues, del pecado que nos ata, para correr en la carrera que nos toca, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe… y que prendió su fuego en nuestra entraña y hoy y aquí quiere acrecentarlo: Cristo Jesús, nuestro Señor.

 

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

94. «Gracias a la diversa proveniencia de los Padres [sinodales], respecto al tema de los migrantes el Sínodo ha vivido el encuentro de muchas perspectivas, en particular entre países de origen y países de llegada. Además, ha resonado el grito de alarma de aquellas Iglesias cuyos miembros se ven obligados a escapar de la guerra y de la persecución, y que ven en estas migraciones forzadas una amenaza para su propia existencia. Precisamente el hecho de incluir en su seno todas estas perspectivas pone a la Iglesia en condiciones de desempeñar en medio de la sociedad un papel profético sobre el tema de las migraciones»[48]. Pido especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como seres peligrosos y como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano.


[48] Ibíd., 28.

Lectio Divina – 18 de agosto

Atención a los acontecimientos.
Jesús enseña a leer los signos de los tiempos
Lucas 12,49-59

Oración inicial

Shadai, Dios de la montaña,
que haces de nuestra frágil vida
la roca de tu morada,
conduce nuestra mente
a golpear la roca del desierto,
para que brote el agua para nuestra sed.
La pobreza de nuestro sentir
nos cubra como un manto en la obscuridad de la noche
y abra el corazón, para acoger el eco del Silencio
y así el alba,
envolviéndonos en la nueva luz matutina,
nos lleve con las cenizas consumadas por el fuego de los pastores del Absoluto,
que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro,
al sabor de la santa memoria. 

Lucas 12,49-59

1. LECTIO 

a) El texto:

49 «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido! 50 Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!
51 «¿Creéis que estoy aquí para poner paz en la tierra? No, os lo aseguro, sino división. 52 Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; 53 estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
54 Decía también a la gente: «Cuando veis que una nube se levanta por occidente, al momento decís: `Va a llover’, y así sucede. 55 Y cuando sopla el sur, decís: `Viene bochorno’, y así sucede. 56 ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?
57 «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? 58 Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. 59 Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.»

b ) Momento de silencio:

Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros. 

2. MEDITATIO 

a) algunas preguntas: 

– He venido a arrojar un fuego sobre la tierra: el fuego supone una vehemencia del sentimiento y un centro de vida porque donde hay luz, calor, fuerza, movimiento, hay vida. Y no vida que se acaba, sino vida que alimenta continuamente. ¿Arde en mí el fuego de la vida de Dios?

– ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? La invitación a discernir personalmente es urgente más que nunca en un mundo en el que las opiniones se contrarrestan y forman “una masa”… ¿En qué modo me dejo condicionar por los juicios y criterios de los demás?

 procura en el camino arreglarte con él… Te diriges a un tribunal porque crees que estás en lo justo, más el adversario nutre la misma certeza. ¿Cómo me siento frente al que es hostil? ¿Me siento seguro de mí mismo, hasta el punto de acabar en un tribunal, o más bien trato de ponerme de acuerdo con él mientras voy de camino?

b) Análisis detallado del texto:

v. 49. He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido! El fuego que no se apaga viene del cielo, es el fuego del Espíritu, que hace de todo lo que existe la expresión luminosa y ardiente de la presencia divina entre nosotros. El bautismo del amor. Nace la luz, nace el pan, nace el agua, ¡nace Dios! La cruz, un nuevo Belén, casa del pan consumido, un nuevo Emaús, casa del Pan partido, una nueva Betania, casa del Pan perfumado ofrecido a los hombres para siempre.

v. 50. Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! La angustia, síntoma de aquellos miedos que nos aferran desde dentro, nos descomponen y nos dejan sin aliento, la experimentó también Jesús. ¿Qué se puede hacer frente a la angustia? No se puede hacer nada, sino esperar que se cumpla lo que es bueno y que los temores sean inmersos en el mismo acontecimiento. La angustia nos aferra y puede demoler toda posibilidad de movimiento interior. La angustia de quien tiene confianza y acoge la vida, incluso aferrándose a la persona con un mordisco terrible, que no tira por tierra, sino que fortifica y destruye en la espera todas las ilusiones y las esperanzas fáciles.

v. 51. ¿Creéis que estoy aquí para poner paz en la tierra? No, os lo aseguro, sino división. El hombre busca la paz, pero ¿qué paz? La paz del que “no me molestes”, la paz de “no crearnos problemas”, la paz de “todo va bien”, una paz superficial. Esta es la paz terrena. Jesús ha venido a traernos la paz verdadera, la plenitud de los dones de Dios. Esta paz no se llama ya paz, sino que en cuanto que va contra la paz aparente, se llama a los ojos del mundo “división”. Se puede decir mejor que la paz de Cristo elige y en cuanto que elige, discrimina, como un imán que un campo magnético atrae a sí los elementos de la misma “naturaleza”, pero que no realiza ninguna atracción en los que no son de la misma naturaleza.

vv. 52-53. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.» Todo lo que divide no viene de Dios, porque en Dios se realiza la unidad. Pero en su nombre es posible ir más allá del mandamiento natural. Honra al padre y a la madre, dice la ley antigua. Y la ley nueva que es aquella del amor sin límites llega a decir: Quien ama al padre y a la madre más que a mí, no es digno de mí. En tal caso, la división se puede entender como prioridad de amor, jerarquía de valores. A Dios, fuente de la vida, corresponde el primer lugar. Al padre y a la madre que han acogido la vida, el segundo lugar… un orden tal está en la naturaleza lógica de la creación. No es honrar al padre y a la madre desobedecer a Dios, o amar menos a Cristo. Porque el amor del padre y de la madre es un amor de respuesta, el amor de Dios es generador.

vv. 54-55. Decía también a la gente: «Cuando veis que una nube se levanta por occidente, al momento decís: `Va a llover’, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: `Viene bochorno’, y así sucede. Antes de reprender a la gente, Jesús aprecia lo que de bueno pueden hacer. Si una nube llega desde poniente, llega la lluvia. Y esta certeza nace en el hombre al observar los fenómenos naturales hasta llegar a formular leyes. Si el viento es bochornoso, viene el calor. Constatada tal cosa y reflexionando sobre ella, se hacen, como consecuencia, las leyes.

v. 56. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no usar los mismos criterios para los acontecimientos del momento presente? La historia habla. ¿Por qué no valorarla sobre la base de la experiencia? La lógica que une premisas y consecuencias, es la misma para los acontecimientos humanos y sobrenaturales. El mundo de las relaciones, el mundo de las convicciones religiosas, el mundo de las expectativas humanas… subyace todo bajo la misma ley. Entonces, si se espera de Cristo desde hace siglos el cumplimiento de las promesas de Dios, y si este Jesús realiza las obras de la fe por el dedo de Dios, ¿por qué dudar que ha llegado el Reino de Dios? Esto es una hipocresía. Es no querer admitir la fidelidad de Dios y emperrarse en esperar el cumplimiento de los propios puntos de vista.

v. 57. ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Lo que es justo es siempre, es siempre opinable. No hace falta esperar los juicios de los demás. Y, sin embargo, estamos ligados al criterio y a las palabras de los demás, a lo que ocurre y a lo que se proyecta, a las perspectivas de éxito y a otras mil realizaciones. ¡Fiarse del propio juicio recto es sabio!

v. 58. Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. La sabiduría y el juicio de Jesús están orientados a algo útil. No espera recibir justicia, porque nadie es tan justo que pueda evitar la condena a la cárcel. ¡Todos somos pecadores! Y, entonces, en vez de apelar a una justicia falsa, aquella por la que uno se siente digno de absolución, se apela a la concordia. Se busca un acuerdo que no nos lleve ante un juez. Juzga tú mismo los hechos y sacas la conclusión, que es siempre mejor que no sentirse amordazado por la culpas. Lo dice san Pablo: Ni siquiera me juzgo a mí mismo… mi juez es el Señor. Él sí…

v. 59. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo. ¿Quién no tiene deudas? ¿Por qué queremos vivir nuestra vida ante un tribunal para determinar constantemente quién es culpable y quién inocente? ¿No será mejor vivir sencillamente, de acuerdo y en armonía con todos, desde el momento en que en todos se busca el bien y se considera en todos, como monedas de cambio, la fragilidad y la debilidad?

c) Reflexión:

¡Ojala pudiésemos también nosotros llevar el fuego a la tierra de nuestro corazón! Un fuego capaz de extenderse sin causar incendios, sino creando lazos de intercambios vivos… El que juega con el fuego se encuentra, ciertamente, con las manos quemadas, pero ¡cuánto beneficio para todos! El fuego divide, crea círculos de encuentros y barreras de tránsito inaccesibles. Como en todas la cosas divinas, también encontramos una alternativa: con Cristo o contra Él. Sí, porque hace falta no olvidar nunca que es un signo de contradicción para cada época, piedra de escándalo para todos los que miran hacia lo alto esperando milagros y prodigios, y piedra angular para el que mira sus manos cansadas y agarra las manos de un carpintero tratando de construir la casa de la esperanza, la Iglesia. Un tiempo de gracia: ¿cómo no reconocerlo? Si pasas al lado de un fuego encendido, sientes el calor. ¡Y Cristo es un fuego encendido! Si atraviesas un torrente caudaloso en un día de verano, sientes la frescura y te sientes atraído por aquel movimiento que se acerca a ti para quitarte la sed y darte momentos de descanso. ¡Y Cristo es el agua que salta hasta la vida eterna! Si escuchas durante la noche el silencio, te sientes tembloroso en la espera de la luz del nuevo día que vendrá. ¡Y Cristo es el sol que surge! Es Palabra que en la noche es silencio y nos orienta hacia sílabas de un nuevo diálogo. ¿Por qué no te das cuenta que es necesario hacer caer cualquier hostilidad y caminar con cualquiera, reconociéndolo como hermano? Si lo ves como enemigo, tratas de buscar justicia… Si lo ves como hermano, te viene a la mente el ayudarlo y hacer juntos un trozo de camino, de compartir con él tus angustias y tus ansias, de escuchar sus preocupaciones. ¿Por qué quieres hacer pagar a toda costa hasta el último céntimo?

3. ORATIO

Salmo 32

¡Dichoso al que perdonan su culpa
y queda cubierto su pecado!
Dichoso el hombre a quien Yahvé
no le imputa delito,
y no hay fraude en su interior.

Guardabasilencio y se consumía mi cuerpo,
cansado de gemir todo el día,
pues descargabas día y noche
tu mano sobre mí;
mi corazón cambiaba como un campo
que sufre los ardores del estío..

Reconocí mi pecado
y no te oculté mi culpa;
me dije: «Confesaré
a Yahvé mis rebeldías».
Y tú absolviste mi culpa,
perdonaste mi pecado..

Por eso, quien te ama te suplica
llegada la hora de la angustia.
Y aunque aguas caudalosas se desborden
jamás le alcanzarán.

Tú eres mi cobijo,
me guardas de la angustia,
me rodeas para salvarme.
«Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir;
sin quitarte los ojos de encima, seré tu consejero».

No seas lo mismo que caballo o mulo sin sentido,
rienda y freno hacen falta para domar su brío.

Copiosas son las penas del malvado,
mas a quien confía en Yahvé lo protege su amor.
¡Alegraos en Yahvé, justos, exultad,
gritad de gozo los de recto corazón!

4. CONTEMPLATIO

Señor, tú que escudriñas mi corazón y conviertes mis temores en senderos de una nueva creación, como un don, entra en mis angustias. Allí donde desaparece mi esperanza y me devora el temblor, allí donde cada chispa de gracia remueve mis seguridades y hace de mí un cúmulo de cenizas, enciende allí de nuevo el fuego del amor. ¡Dame una mirada capaz de penetrar la realidad y de aferrar tu mirada que me espera más allá del velo de las apariencias! No permitas que se aparte de mí el deseo de comunión. E, incluso, allí donde a causa de tu nombre encontrara oposición, resistencia, aversión, ¡haz que yo pueda entrar en la angustia de la división para mantener viva la llama del encuentro contigo!

No puede haber verdadera vida sin lucha evolutiva

Como colofón a la larga instrucción sobre la confianza y la vigilancia, Jesús habla brevemente de sí mismo de una manera enigmática. ¿Qué clase de fuego trae al mundo? ¿Qué significa ese bautismo? ¿De qué paz está hablando? Son frases que no es fácil colocar en un contexto que las hagan significativas para nosotros.

No se trata de un fuego destructor, como el que provocó Elías o como el que anunciaba el Bautista. Se trata del fuego que purifica y da vida. Jesús viene a traer fuego, pero nosotros nos defendemos con uñas y dientes contra todo lo que pueda socavar nuestro yo. El bautismo era signo de pruebas terribles, las aguas caudalosas del AT que destruyen todo lo que encuentran a su paso. Está haciendo clara alusión a su muerte, la gran prueba que demostrará la autenticidad de su ser.

¿Cómo podremos armonizar estas palabras: “no he venido ha traer paz, sino división”, con aquellas otras: «La paz os doy, mi paz os dejo?» La primera lectura nos habla de la guerra que le hicieron a Jeremías por ser auténtico. Pablo nos habla de la guerra que debemos hacernos a nosotros mismos. Todo lo que hay de terreno y caduco en nosotros debe ser consumido para que surja lo eterno. Solo de esa manera podemos alcanzar la verdadera consumación a la que estamos llamados.

1.- Tenemos en primer lugar la paz romana, que se consigue con violencia. Los romanos, cuando conquistaban un país, ponían allí sus tropas, y nadie se movía. Es una paz que nace de la injusticia, nunca puede ser auténtica ni duradera. Es una paz injusta. Es una paz que se sigue dando también hoy, a escala internacional y a escala doméstica. Por ejemplo, la paz que existe en muchos matrimonios, porque uno de los miembros está anulado y ya no tiene posibilidad de rechistar.

2.- Existe otra clase de paz que podíamos llamar la paz justa: Es la que se da entre personas o países que dialogan, que defienden posturas distintas, pero que saben atender y respetar los derechos de los demás. Sería un equilibrio de intereses. Es una paz positiva, aunque no se trata de la verdadera paz, porque no es suficiente.

3.- La paz que equivaldría a la ausencia de problemas. ¡Que me dejen en paz! ¡Mucho cuidado! Es una trampa. Es la paz de los cementerios. Es una paz que anula la vida, porque la vida es, por naturaleza lucha, superación de obstáculos. Si llegáramos a conseguir esa paz y en la medida que la consigamos, dejamos de vivir, estamos ya muertos. Incluso la vida biológica es constante lucha.

4.- La paz de Jesús propone es el equilibrio que un ser humano alcanza cuando es lo que tiene que ser. Esta es la autentica paz. Esta es la paz (Shalom) que los judíos se deseaban al saludarse y al despedirse. Esta es la base de la paz verdadera. Esa armonía con uno mismo lleva a estar en armonía con los demás y con Dios. Esta paz es la consecuencia de un descubrimiento de lo trascendente en nuestro ser.

Tenemos paralelamente cuatro clases de guerra que debemos analizar:

1.- La guerra que se hace para someter al otro, para subyugarlos y utilizarlo, para ponerlo a nuestro servicio y anularlo como persona libre. Es la ley de la selva. Es el fruto del egoísmo más refinado. Surge siempre que utilizamos la superioridad biológica, mental o psicológica para machacar al otro. Es la guerra más frecuente y dañina.

2.- La guerra que hace el que está sometido, para salir de su situación. A primera vista, parece lo más natural del mundo, pero hay que tener mucho cuidado de no caer en la misma violencia contra la que se lucha. La Iglesia ha bendecido a través de la historia cañones y bombardas. Y sin embargo, todo el evangelio es un canto a la no-violencia, que supera la opresión sin entrar en su misma dinámica.

3.- La guerra que se hace a otro por ser auténtico. Esta guerra no hay que temerla. Esto no es fácil, porque, la mayoría de las veces, actuamos pensando más en el que dirán que en nuestras convicciones y lo que determina que obremos de una o de otra manera es la respuesta que vamos a obtener de los demás. Si tratamos de no molestar a los demás, antes o después, dejaremos de ser auténticos.

4.- La guerra de la que habla Pablo, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Dentro del ser humanos existen fuerzas que le mantienen en tensión. Tenemos que pelear contra aquellas partes de nosotros mismos que nos impiden alcanzar mayor humanidad. Caemos en la trampa de creer que los instintos son malos. Para nada. Solo el ser humano es capaz de tergiversar los instintos y hacerlos malos.

Con todos estos datos, cada uno podrá descubrir qué paz hay que buscar y qué paz hay que evitar; qué guerra debemos evitar a toda costa, y qué “guerra” debemos aceptar como la cosa más natural del mundo. Pero debemos estar muy atentos, porque la diferencia es a veces muy sutil. El falso yo, que creemos ser, puede hacernos creer que estamos luchando por nuestro bien y solo estamos potenciando ese falso ser. Si no tomamos conciencia de la diferencia la guerra está perdida.

Jesús se presenta como la misma causa del conflicto. La actitud de Jesús no es la causa de la división. Jesús no viene a garantizar una paz exterior como esperaban lo judíos de su mesías. La paz o la guerra exterior no afectarán para nada a la interioridad de los que le sigan. Mi paz os doy, pero yo no la doy como la da el mundo, dijo Jesús con toda claridad. La paz de Jesús es otra cosa.

En resumen podíamos decir que en estos versículos se presenta la figura de Jesús como el modelo de ser humano. Debemos afrontar toda nuestra vida como un bautismo, como una inmersión en aguas abismales que en la tradición judía son el signo de lucha y sufrimiento. Pero ese fuego y ese bautismo son deseados porque de ellos surgirá la verdadera paz. Las tensiones e incluso rupturas violentas no las origina Jesús, sino los que deciden rechazarle.

 

Meditación

Jesús nos da unas orientaciones valiosísimas.
Solo cuando dentro haya conseguido la paz,
estaré preparado para ganar otras batallas.
Tu verdadero ser es paz, es armonía y es felicidad.
Vete más allá de tu falso ser.

Fray Marcos

Pirómanos

En pleno verano, lamentablemente, solemos sufrir el azote de los incendios forestales. La mayoría de las veces estos incendios no se deben a causas naturales, sino a la acción humana, unas veces por inconsciencia o descuido, y otras por la acción de pirómanos, esas personas que sufren un trastorno que les lleva a provocar incendios. Lógicamente, solemos atribuir un sentido destructivo a todo lo que tiene que ver con incendios, pero el fuego ha tenido a lo largo de la historia también un sentido purificador, como en el caso de los rituales de la noche de San Juan o las Fallas de Valencia, como un modo seguro de eliminar lo negativo, lo malo, lo viejo, lo inservible… para dar paso a algo nuevo y mejor.

En el Evangelio, Jesús se nos ha mostrado como un auténtico “pirómano”: He venido a prender fuego a la tierra, ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Sus palabras escandalizarían entonces lo mismo que si hoy escuchásemos a alguien afirmar que desea pegar fuego a un bosque o a un edificio.

No hay que rebajar la fuerza de estas palabras de Jesús. Son unas palabras duras, que parecen contradecir la imagen que tenemos de Él, y también su mensaje. Jesús es un verdadero “pirómano”, pero en el sentido purificador de ese fuego que Él desea que ya esté ardiendo.

Con la predicación del Evangelio, Jesús desea “prender fuego” a este mundo, para purificarlo de todo lo malo, lo negativo, lo que estorba para que el ser humano pueda vivir conforme a su dignidad de hijo de Dios. Y esto, inevitablemente, será causa de enfrentamientos y divisiones.

Pero no sólo eso: hoy Jesús también quiere “prendernos fuego” a nosotros, para purificarnos. Porque, sobre todo en los países que primero recibieron la predicación del Evangelio y forman parte del mundo desarrollado, los cristianos hemos acomodado el Evangelio a nuestros intereses. Nos hemos fabricado un estilo de vida en el que ser cristianos “no molesta”, ni a nosotros ni a los demás. Tomamos del Evangelio lo que nos resulta más agradable, y apartamos lo que nos obligaría a tomar posturas más comprometidas, o a ir contra corriente en nuestros ambientes de familia, trabajo, relaciones… Para evitarnos conflictos y divisiones, ocultamos nuestra fe y lo que implica.

Sin embargo, si de verdad queremos seguir a Jesús, hemos de ser “pirómanos”, como Él. Hemos de tener la actitud del profeta Jeremías, que por su fidelidad a Dios tuvo que predicar al pueblo un mensaje que no fue bien recibido y que le provocó enfrentamientos, sufrimientos y un rechazo brutal, como hemos escuchado en la 1ª lectura: Muera ese Jeremías… y lo arrojaron en el aljibe.
Ser “pirómanos” no es fácil: supera nuestras fuerzas, pero no estamos solos: Una nube ingente de testigos nos rodea, como hemos escuchado en la 2ª lectura: Son muchos los que, con una vida similar a la nuestra, han sido “pirómanos” al estilo de Jesús, verdaderos testigos de fe que nos alientan.

Y hay muchos tipos de testigos. Ser “pirómanos” no nos exigirá siempre que seamos mártires, pero sí que seamos fuertes y coherentes con el Evangelio. Y esa coherencia la tendremos que demostrar sobre todo en nuestro día a día, en las cosas sencillas, en el trato con los que nos rodean. Y a veces nos enfrentaremos con las personas más cercanas a nosotros, más queridas incluso, pero ahí deberemos demostrar, con todo el cariño pero con toda firmeza, nuestra fidelidad al Señor.

¿Vivo la fe de un modo acomodado, o comprometido? ¿Ser cristiano me ha acarreado algún enfrentamiento o división con personas cercanas? ¿Qué necesito purificar, a qué debo “prender fuego” en mí, a qué actitudes, creencias, hábitos…? ¿Y en mis ambientes? ¿Qué debería arder más?

Jesús hoy nos invita a ser “pirómanos”, no fundamentalistas sino como Él lo fue, con el fuego de su amor entregado hasta el extremo. Ser cristianos no es “el opio del pueblo”, no es un modo de tranquilizar la conciencia: es un compromiso sincero por un mundo mejor, cada uno en la medida de sus posibilidades, pero sin dejar de trabajar y luchar, “prendiendo fuego” a lo que nos estorba y el pecado que nos ata. Tengamos los ojos fijos en Jesús, y pidámosle que el fuego de su amor, que no quiere destruir sino purificar, prenda también en nosotros y nos convirtamos en parte de esa nube ingente testigos, en verdaderos “pirómanos” que hagan arder el mundo con el fuego del Evangelio.

Este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia

El título está tomado de la primera lectura. Es lo que dicen de Jeremías las autoridades de Jerusalén. Estamos en el año 587 a.C. La ciudad lleva un año asediada por el ejército de Babilonia, la gente muere de hambre y el profeta anima a rendirse. En opinión de los patriotas nacionalistas, está desanimando al pueblo, busca su desgracia.

Eso mismo pensarían muchos escuchando lo que dice Jesús en el evangelio. Después de las enseñanzas de los domingos anteriores sobre la oración, la riqueza, la vigilancia, centradas en lo que nosotros debemos hacer, en el evangelio del próximo domingo Jesús habla de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas palabras.

Para entender este evangelio es preciso tener en cuenta la mentalidad apocalíptica, de la que Jesús participa en cierto modo. Según ella, el mundo malo presente tiene que desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro: el Reinado de Dios.

Lucas introduce algunos cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases pronunciadas por Jesús en diversos momentos: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división); la segunda, de su destino (pasar por un bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es típica de los autores bíblicos.

La misión: prender fuego

He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

Lo primero que viene a la mente es un bosque ardiendo, o el fenómeno frecuente en la guerra del incendio de campos, frutales, casas, ciudades… Esta idea encaja bien en la mentalidad apocalíptica: hay que poner fin al mundo presente para que surja el Reino de Dios. Esta interpretación me parece más correcta que relacionar el fuego con el Espíritu Santo.

El destino: la muerte

Tengo que pasar por un bautismo.

También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan Bautista (y otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al pecado: en el bautismo, cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva. El bautismo equivale a morir para nacer a una nueva vida. Así aparece en el evangelio de Marcos, cuando Jesús dice a Juan y Santiago: ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.

La misión: dividir

¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.

Estas palabras se podrían interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza y sus obras provocan división entre la gente, como ya había anunciado Simeón a María: este niño “será una bandera discutida”.

Pero Jesús habla de una división muy concreta, dentro de la familia, y eso favorece otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo (simbolizado por el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este mundo y dar paso al mundo nuevo. Parece una interpretación absurda, pero conviene recordar lo que dice el final del libro de Malaquías: “Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra” (Mal 3,23-24). De acuerdo con estas palabras, Dios ha pensado exterminar la tierra en un día grande y terrible. Para no tener que hacerlo, decide enviar al profeta Elías, que restablecerá las buenas relaciones en la familia (padres con hijos, hijos con padres), como símbolo de las buenas relaciones en la sociedad: la situación mejora y Dios no se ve obligado a exterminar la tierra.

Jesús dice lo contrario: hace falta acabar con este mundo, y por ello él ha venido a traer división en el seno de la familia.

La unión de las tres frases

¿Qué quiere decirnos Lucas uniendo estas tres frases? Que Jesús anhela y provoca la desaparición de este mundo presente para dar paso al Reinado de Dios, pero que ese cambio está estrechamente relacionado con su muerte.

La comunidad de Lucas, cuando escuchara estas palabras, vería también reflejada en ellas su propia situación. La conversión de algunos de sus miembros había supuesto división en la familia, enfrentamiento de hijos y padres, de hijas y madres. Los miembros no cristianos podrían decir de Jesús lo que se había dicho de Jeremías: «Este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».

¿Tiene sentido todo esto para nosotros?

Este mensaje apocalíptico resulta lejano al hombre de hoy. De hecho, Lucas lo matiza y modifica en el libro de los Hechos de los Apóstoles: los cristianos no debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días que “venga a nosotros tu reino”; nuestra misión ahora es extender el evangelio por todo el mundo, como hicieron los apóstoles. Y la idea de la segunda venida de Jesús cede el puesto a una distinta: el triunfo de Jesús, glorificado a la derecha de Dios.

Sin embargo, incluso en una sociedad que presume de tolerante, como la nuestra, Jesús puede seguir siendo causa de división. El ejemplo de las primeras comunidades cristianas, que creyeron en él a pesar de todas las dificultades, debe seguir animándonos.

* * *

Por una feliz casualidad, la segunda lectura ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.

Jesús, como cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina triunfando.

Ahora nos toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo.

José Luis Sicre

Comentario al evangelio – 18 de agosto

Ser cristiano no siempre es fácil pero vale la pena

      Parece que las personas tenemos una tendencia irreprimible a la comodidad, a buscar lo fácil. Y muchas veces es así como nos enfrentamos al Evangelio. Lo mismo que vamos a un supermercado y escogemos allí las cosas que más nos gustan, también acudimos a la Iglesia con el mismo espíritu: tratando de escoger y consumir lo que nos gusta.

      Por eso, muchas veces buscamos una Iglesia donde la celebración de la Eucaristía dominical sea bonita porque hay un buen coro, porque la Iglesia está bien adornada o porque el sacerdote es ameno y breve. Mucho mejor si además nos regala continuamente los oídos con palabras que hablan de un Dios misericordioso, padre bueno, que lo perdona todo y que, casi podríamos decir, le da lo mismo que hagamos el bien o el mal porque nos ama de todas maneras y nos dará el premio de cualquier forma. Nos terminamos haciendo una religión a la carta, como cuando vamos a uno de esos restaurantes buenos en los que, al principio, el camarero nos presenta la carta de los platos y escogemos lo que más nos gusta. 

      Pero el Evangelio no es así. En el Evangelio nos encontramos con Jesús y él nos habla con claridad. Si queremos salvarnos, si queremos alcanzar la verdadera felicidad, nos invita a seguirle, nos invita a vivir de una determinada manera. No nos promete que siempre va a ser fácil estar con él. Si al maestro lo clavaron en la cruz, no podemos pensar que a sus seguidores les va a ir mucho mejor. Es lo que nos dice Jesús en el Evangelio de hoy: “He venido a prender fuego en el mundo”. No dice que haya venido a poner paños calientes para que nos sintamos bien. No. Jesús pretende cambiar este mundo, revolucionarlo, ponerlo patas arriba. Eso no es fácil. A veces es causa de dolor y división. La paz llegará después. El Reino es algo que llega pero primero hay que conquistarlo, hay que esforzarse. Para conseguir la justicia es preciso luchar contra la injusticia. 

      Por eso, lo más importante de la vida del cristiano no es participar en la misa del domingo. Ese es el lugar de encuentro con la comunidad. Pero donde un cristiano se juega su ser cristiano, es en su vida diaria, en la relación con su familia, sus compañeros de trabajo, sus amistades. Ahí es donde hay que vivir en cristiano. Aunque eso signifique ir en contra de la opinión de los demás o perder su amistad. Porque ser cristiano no es responder siempre con una sonrisa a todo lo que nos dicen, sino saber poner por delante, con cariño pero también con fuerza, la verdad del Evangelio. Pero no nos asustemos. Recordemos los muchos que han dado y dan su sangre en defensa de la fe. Su testimonio nos debe animar a vivir con más radicalidad nuestra vida cristiana. 

Para la reflexión

¿Hemos hecho de nuestra fe cristiana una religión a la carta? ¿Qué cosas hemos dejado de lado, que no nos gustan porque son demasiado exigentes? ¿Nos callamos ante nuestros amigos o familiares en cosas de la Iglesia que sabemos que deberíamos defender?

Fernando Torres, cmf