Vísperas – Lunes XX de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES XX TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Y dijo el Señor Dios en el principio:
«¡Que sea la luz!» Y fue la luz primera.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que exista el firmamento!»
Y el cielo abrió su bóveda perfecta.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que existan los océanos,
y emerjan los cimientos de la tierra!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Qué brote hierba verde,
y el campo dé semillas y cosechas!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que el cielo ilumine,
y nazca el sol, la luna y las estrellas.»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que bulla el mar de peces;
de pájaros, el aire del planeta!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Hagamos hoy al hombre,
a semejanza nuestra, a imagen nuestra!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y descansó el Señor el día séptimo.
y el hombre continúa su tarea.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

SALMO 135: HIMNO PASCUAL

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

SALMO 135

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación, se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 3, 12-13

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Llenos de confianza en Jesús, que no abandona nunca a los que se acogen a él, invoquémoslo, diciendo:

Escúchanos, Dios nuestro.

Señor Jesucristo, tú que eres nuestra luz, ilumina a tu Iglesia,
— para que predique a los paganos el gran misterio que veneramos, manifestado en la carne.

Guarda a los sacerdotes y ministros de la Iglesia,
— y haz que, después de predicar a los otros, sean hallados fieles, ellos también, en tu servicio.

Tú que, por tu sangre, diste la paz al mundo.
— aparta de nosotros el pecado de discordia y el azote de la guerra.

Ayuda, Señor, a los que uniste con la gracia del matrimonio,
— para que su unión sea efectivamente signo del misterio de la Iglesia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concede, por tu misericordia, a todos los difuntos el perdón de sus faltas,
— para que sean contados entre tus santos.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque atardece; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza; así, nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en las Escrituras y en la fracción del pan. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 19 de agosto

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que has preparado bienes inefables para los que te aman; infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 19,16-22
En esto se le acercó uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?» Él le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.» «¿Cuáles?» -le dice él. Y Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?» Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego sígueme.» Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos narra la historia del joven que pregunta por el camino de la vida eterna. Jesús le indica el camino de la pobreza. El joven no acepta la propuesta de Jesús, pues era muy rico. Una persona rica está protegida por la seguridad que la riqueza le da. Tiene dificultad en abrir la mano de su seguridad. Agarrada a las ventajas de sus bienes, vive preocupada en defender sus propios intereses. Una persona pobre no tiene esta preocupación. Pero hay pobres con mentalidad de ricos. Muchas veces, el deseo de riqueza crea en ellos una enorme dependencia y hace que el pobre sea esclavo del consumismo, pues queda teniendo deudas por todos los lados. Y no tiene más tiempo para dedicarse al servicio del prójimo.
• Mateo 19,16-19: Los mandamientos y la vida eterna. Alguien llega cerca de Jesús y le pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para poseer la vida eterna?» Algunos manuscritos informan que se trataba de un joven. Jesús responde bruscamente: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno.” Enseguida responde a la pregunta y dice: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». El joven reacciona y pregunta: “¿Cuáles mandamientos?” Jesús tiene la bondad de enumerar los mandamientos que el joven tenía que conocer: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Es muy significativa la respuesta de Jesús. El joven había preguntado por la vida eterna. ¡Quería la vida junto a Dios! Pero Jesús sólo recordó los mandamientos que hablan respecto de la vida junto al prójimo! ¡No menciona los tres primeros mandamientos que definen nuestra relación con Dios! Para Jesús, sólo conseguiremos estar bien con Dios, si sabremos estar bien con el prójimo. De nada adelanta engañar. La puerta para llegar hasta Dios es el prójimo.
En Marcos, la pregunta del joven es diferente: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» Jesús responde: «¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios, es bueno y nadie más” (Mc 10,17-18). Jesús desvía la atención de si mismo hacia Dios, pues lo que importa es hacer la voluntad de Dios, revelar el Proyecto del Padre.
• Mateo 19,20: Observar los mandamientos, ¿para qué sirve? El joven respondió: «Todo eso lo he guardado. ¿Qué más me falta?» Lo que sigue, es algo curioso. El joven quería conocer el camino que le llevara a la vida eterna. Ahora, el camino de la vida eterna era y sigue siendo: hacer la voluntad de Dios, expresada en los mandamientos. Con otras palabras, el joven observaba sin saber ¡para qué servían! Si lo hubiera sabido, no hubiera hecho la pregunta. Le sucede como a muchos católicos que no sabenel porqué lo son. ”Nací católico, ¡por esto soy católico!” ¡Cosa de costumbre!
• Mateo 19,21-22: La propuesta de Jesús y la respuesta del joven. Jesús responde: ««Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego sígueme.» Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes”. Era muy rico. La observancia de los mandamientos es apenas el primer grado de una escala que va mucho más lejos y más alto. ¡Jesús pide más! La observancia de los mandamientos prepara a la persona para que pueda llegar a la entrega total de sí a favor del prójimo. Marcos dice que Jesús miró al joven con amor (Mc 10,21). Jesús pide mucho, pero lo pide con mucho amor. El joven no acepta la propuesta de Jesús y se fue, “porque tenía muchos bienes”.
• Jesús y la opción por los pobres. Un doble cautiverio marcaba la situación de la gente en la época de Jesús: el cautiverio de la política de Herodes, apoyada por el Imperio Romano y mantenida por todo un sistema bien organizado de exploración y de represión, y el cautiverio de la religión oficial, mantenida por las autoridades religiosas de la época. Por causa de esto, el clan, la familia, la comunidad, estaban siendo desintegrados y una gran parte del pueblo vivía excluida, marginada, sin lugar, ni en la religión, ni en la sociedad. Por esto, había diversos movimientos que, al igual que Jesús, procuraban rehacer la vida en la comunidad: esenios, fariseos y, más tarde, los celotes. Dentro de la comunidad de Jesús, sin embargo, había algo nuevo que la diferenciaba de los demás grupos. Era la actitud ante los pobres y excluidos. Las comunidades de los fariseos vivían separadas. La palabra “fariseo” querría decir “separado”. Vivían separadas del pueblo impuro. Algunos fariseos consideraban al pueblo como ignorante y maldito (Jn 7,49), lleno de pecado (Jn 9,34). No aprendían nada de la gente (Jn 9,34). Jesús y su comunidad, por el contrario, vivían con las personas excluidas, consideradas impuras: publicanos, pecadores, prostitutas, leprosos (Mc 2,16; 1,41; Lc 7,37). Jesús re­conoce la riqueza y el valor que los pobres poseen (Mt 11,25-26; Lc 21,1-4). Los proclama ‘bienaventurados’ porque de ellos es el Reino de los cielos, de los pobres (Lc 6,20; Mt 5,3). Define su propia misión como “anunciar la Buena Nueva a los pobres” (Lc 4, 18). El mismo vive como pobre. No posee nada para sí, ni siquiera una piedra donde reclinar la cabeza (Lc 9,58). Y a quien quiere seguirle para vivir con él, manda escoger: ¡o Dios, o el dinero! (Mt 6,24). ¡Manda hacer la opción por los pobres, como propuso al joven rico! (Mc 10,21) Esta manera diferente de acoger a los pobres y de convivir con ellos era una prueba del Reino de los Cielos.

4) Para la reflexión personal

• Una persona que vive preocupada con su riqueza o con la adquisición de los bienes que la propaganda del consumismo le ofrece, ¿puede liberarse de todo esto para seguir a Jesús y vivir en paz en una comunidad cristiana? ¿Es posible? ¿Qué piensas?
• ¿Qué significa para nosotros hoy: “Va, vende todo y dalo a los pobres”? ¿Es posible tomarse esto al pie de la letra? ¿Conoces a alguien que consigue dejarlo todo por causa del Reino?

5) Oración final

Yahvé es mi pastor, nada me falta.
En verdes pastos me hace reposar.
Me conduce a fuentes tranquilas,
allí reparo mis fuerzas. (Sal 23,1-3)

Recursos – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

1. La liturgia meditada a lo largo de la semana.

A lo largo de los días de la semana procurad meditar la Palabra de Dios de este domingo. Meditadla personalmente, una lectura cada día, por ejemplo. Elegid un día de la semana para la meditación comunitaria de la Palabra: en un grupo parroquial, en un grupo de padres, en un grupo eclesial, en una comunidad religiosa.

2. Fieles de todas partes

Las iglesias situadas en lugares turísticos acogen, en este mes de Agosto, fieles llegados de todas partes. Al comenzar la celebración, se puede invitar a los miembros de la asamblea a decir de qué país o de qué región vienen y subrayar que esta diversidad prefigura el Reino.

3. Oración en la lectio divina.

En la meditación de la Palabra de Dios (lectio divina), se puede prolongar el momento de la acogida de las lecturas con una oración.

Al terminar la primera lectura: Dios, Padre de todos los hombres y de todas las naciones, te damos gracias por la preferencia universal que manifestaste desde el tiempo de los profetas. Tú invitas a todos los pueblos de la tierra a conocerte. Te pedimos por nuestras organizaciones sociales y políticas. Aparta de nuestros espíritus cualquier pensamiento de segregación y que nuestros actos estén conformes con la enseñanza de tu Hijo.

Después de la segunda lectura: Dios nuestro Padre, te damos gracias porque nos enviaste a tu Hijo Jesús, para dirigir nuestros caminos hacia la resurrección. Te confiamos a todos nuestros hermanos que se encuentran sufriendo por diversas pruebas. Que sepamos convencerlos de que las tristezas y las pruebas no son castigos que procedan de ti.

Al finalizar el Evangelio: Dios y Padre nuestro, te damos gracias por la puerta de tu casa, que abres invitándonos al festín en tu Reino, con los pueblos de toda la tierra. Te pedimos por todos nuestros contemporáneos que se encaminan por malos caminos y buscan otras puertas para alcanzar la felicidad.

4. Plegaria Eucarística.

Se puede utilizar la Plegaria Eucarística I para a Reconciliación.

5. Palabra para el camino.

Es necesario tomar el Evangelio en serio…
Carrera hacia el poder, hacia situaciones de privilegio, hacia relaciones de prestigio, hacia los primeros puestos… Estamos muy ocupados por nuestros negocios de aquí de la tierra.
He aquí una página del Evangelio que viene a alterarlo todo. Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros. Fuerte invitación a tomar el Evangelio en serio y conformar nuestras vidas con él… antes de que la puerta del Reino se cierre.

Comentario del 19 de agosto

En cierta ocasión, nos dice el evangelista, se acercó a Jesús uno y le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna? La formulación de la pregunta denota estima y respeto. Su palabra es, para él, tan digna de aprecio que la espera como una enseñanza aplicable de inmediato a la propia vida, pues se sitúa en el nivel del hacer: ¿Qué tengo que hacer para alcanzar esa meta u obtener esa herencia? Lo que aquel interlocutor espera es una directriz práctica, una doctrina moral. Jesús así lo entiende también, pues le responde: Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. El interlocutor solicita una mayor concreción: ¿Cuáles? Y Jesús se la ofrece: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo.

El Maestro le indica, por tanto, el camino de esos mandamientos que integran la Ley de Dios. Los que aquí se enuncian hacen referencia al prójimo, al respeto que debe merecernos la vida, los bienes, la mujer, la fama del prójimo, incluyendo al padre y a la madre y la honra que se les debe. Tales mandamientos son voluntad de Dios, y el que los cumple, cumple la voluntad de Dios y se hace merecedor de la herencia eterna.

Aquel muchacho le respondió: Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta? Si era realmente así, no había más que añadir: se había hecho merecedor de la herencia prometida a los cumplidores. Pero Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego vente conmigo.

Le muestra, por tanto, un camino complementario, un camino que aspira a llegar hasta el final, que mira a la perfección. Cumplir los mandamientos no lo es todo. Hay una conducta superior al hecho de no matar, no robar o no adulterar; y es entregar lo que uno tiene en bien de los demás, vender las propias posesiones y con el dinero obtenido socorrer a los pobres; al tiempo que les hacemos un bien a ellos, nos liberamos nosotros y nos hacemos más aptos para el seguimiento de Jesús. Pero la acción de desprenderse no es fácil cuando uno está atado o apegado a esos bienes en los que pone su «siempre insegura» seguridad. Y, al parecer, ésta era la situación anímica de aquel joven rico, porque, a las palabras de Jesús, el muchacho frunció el ceño y se marchó pesaroso. Y es que era muy rico, y además no estaba dispuesto a renunciar a sus riquezas, es decir, a su bienestar y a sus seguridades.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Christus Vivit – Francisco I

Poner fin a todo tipo de abusos

95. En los últimos tiempos se nos ha reclamado con fuerza que escuchemos el grito de las víctimas de los distintos tipos de abuso que han llevado a cabo algunos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Estos pecados provocan en sus víctimas «sufrimientos que pueden llegar a durar toda la vida y a los que ningún arrepentimiento puede poner remedio. Este fenómeno está muy difundido en la sociedad y afecta también a la Iglesia y representa un serio obstáculo para su misión»[49].


[49] Ibíd., 29.

Homilía – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

LA PUERTA ESTRECHA DE LA CONVERSIÓN

 

«DIOS QUIERE QUE TODOS LOS HOMBRES SE SALVEN»

«A mí me duelen todos los hijos, me preocupan todos por igual», decís los padres. Eso es lo que le sucede a Dios: «Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4).

Dios es como el padre propietario de una empresa familiar que, como cuenta san Antonio María Claret del suyo, envía a uno de sus hijos a Barcelona, a especializarse en dibujo textil para modernizar la empresa familiar, para ayudar a sus hermanos a fin de que todos tuvieran trabajo. El padre favorece a uno de los hijos, pero no para su bien particular, sino para el de todos los hermanos. Nosotros somos de esos hijos de Dios especialmente agraciados por la fe, por la pertenencia a la comunidad cristiana, por la participación en los sacramentos; pero hemos sido agraciados no sólo en bien exclusivo nuestro, sino para que redunde en bien de nuestros hermanos. La Iglesia no es primordialmente la comunidad de los que se salvan, sino la comunidad de los que salvan.

La fe y la pertenencia a la Iglesia, más que un privilegio, es una responsabilidad ante los que nos rodean y una gracia para los demás; es un camino de humanización para nosotros y para los demás, pero no un salvoconducto mágico.

Ésta es la falsa seguridad que condena Jesús en muchos judíos de su tiempo. Creían que por la mera pertenencia genética al pueblo elegido y por la práctica formalística de los ritos religiosos ya tenían asegurada su salvación. Él recuerda que es imprescindible la conversión personal para poder experimentar la nueva vida.

Estremece pensar que se puede estar sociológicamente en la Iglesia sin Iglesia, sin ser pueblo de Dios. Es lo que viene a decir Juan Pablo II cuando habla con tanta insistencia de la nueva evangelización de los cristianos. ¡Qué contradicción evangelizar a los cristianos! Si ya somos cristianos, ¿por qué se nos ha de evangelizar? Y si no somos cristianos, ¿por qué nos lo llamamos con tanta facilidad? Recuerdo que un amigo, cuando le preguntaban si era cristiano, al entender que su vida estaba lejos del Evangelio, siempre respondía: «Intento serlo».

En nuestra parroquia hemos tenido una hermosa experiencia. Algunos cristianos nos contaron el proceso de su conversión. Se trata de cristianos que fueron toda su vida cumplidores, de misa dominical. Estaban tranquilos con su cristianismo de «cumplimiento». Se apuntaron a un proceso catecumenal. Nos contaban con emoción cómo se encontraron con el Señor, con una nueva vida. Nos contaban cómo le parecía aquel cristianismo de entonces algo enteramente vacío. Era una gozada escucharles y ver el entusiasmo de su fe y la generosidad de su vida entregada al servicio de los demás. A mí me producían verdadera envidia.

 

«NO TODO EL QUE DICE: ¡SEÑOR, SEÑOR!…»

Jesús nos previene contra el engaño sutil de poner nuestra confianza en la sola praxis religiosa. Él es taxativo y afirma que se puede ser practicante sin pertenecer realmente al pueblo de Dios, sin gozar de las riquezas de la salvación o nutriéndose sólo con las migajas del banquete. Nos previene para que entendamos que la práctica religiosa no es más que un medio, no un fin.

Jesús advierte a los judíos practicantes: «Cuando llaméis a la puerta diciendo: ‘Señor, ábrenos’, y os replique: ‘No sé quiénes sois’, entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñando en nuestras plazas’. Pero replicaré: ‘No os conozco; alejaos'»… Los que encuentran la puerta cerrada, los que llaman tarde y se autoexcluyen son, precisamente ellos, los invitados en primer lugar. Como afirma el mismo Jesús, muchos paganos les han tomado la delantera. En otro pasaje Jesús afirma: «No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, es decir, no todo el que reza, tiene sus devociones y cumple religiosamente ha entrado en el Reino de Dios y goza de sus riquezas, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre» (Mt 7,21).

Por obra y gracia del Espíritu Santo se está verificando sin duda una cierta purificación entre los «cristianos», pero todavía existen muchos que confunden la Iglesia con una agencia de viajes al Paraíso y que los clientes pueden adquirir pases seguros con el cumplimiento dominical, con la devoción a un santo o a una virgen, haciendo alguna novena infalible, entrando en determinada institución, haciéndose socio de determinada obra de la Iglesia. Lo importante es «salvar el alma», la de uno, se entiende. Para ello, hay que cumplir con lo estrictamente necesario, no dejar de lado ningún requisito de los llamados esenciales (comulgar alguna vez al año, misa dominical, etc.) y asegurar sobre todo el momento de la muerte para que no falte la asistencia del sacerdote. Se trata de una salvación mecanicista, muy en consonancia con el sentir del que le hizo la pregunta a Jesús.

 

LA SEÑAL DEL CRISTIANO

La verdadera señal de que somos discípulos de Jesús es la vivencia del amor: «Amaos unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos» (Jn 13,34-35). El Maestro garantiza con su palabra divina que, a los que den de comer al hambriento, de beber al sediento, cobijo al que está a la intemperie, los que estén al lado de su hermano en actitud de servicio, ésos sí podrán escuchar en el día del discernimiento final: «Venid, benditos de mi Padre, a poseer el Reino» (Mt 25,40). Sólo el que vive para los demás, vive el Evangelio y sabe lo que es la nueva vida traída por Jesús.

«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha», recomienda encarecidamente Jesús. A todos nos asalta tercamente la tentación de acomodar el Evangelio a nosotros. Pero Jesús viene a decir: «No acomodéis el Evangelio a vosotros, sino acomodaos vosotros al Evangelio», «entrad por la puerta estrecha», que da a una vida esplendorosamente nueva. La puerta del amor es, ciertamente, una puerta estrecha. Por eso, san Juan da como único síntoma verdadero, como única señal verdadera de vida, el amor: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos» (Un 3,14).

«Esforzaos», dice Jesús. ¿En qué me he de esforzar?, ha de preguntarse cada uno: ¿En una vivencia más comunitaria de la fe? ¿En profundizar en el Evangelio? ¿En un compromiso mayor con la sociedad? ¿En hacer de la familia una «Iglesia doméstica», una verdadera comunidad de amistad, de fe y de servicio? ¿En qué he de esforzarme más?

Atilano Aláiz

Lc 13, 22-30 (Evangelio Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

El episodio que el Evangelio de hoy nos presenta nos recuerda que continuamos, con Jesús y con los discípulos, recorriendo el “camino de Jerusalén”. El interés central de este “viaje” continúa siendo el describir los rasgos del auténtico creyente y señalar el camino del “Reino” a la comunidad cristiana, heredera del proyecto de Jesús.

El texto de Lc 13,22-30 está constituido por materiales de distintas procedencias, aquí agrupados por razones de interés temático.

Inicialmente, eran “dichos” de Jesús (pronunciados en contextos diversos) sobre la

entrada en el “Reino” (Mateo presenta los mismos “dichos” bajo formas y en contextos diferentes, cf. Lc 13,23-24 y Mt 7,13-14; Lc 13,25 y Mt 25,10-12; Lc 13,26-27 y Mt 7,22-23; Lc 13,28-29 y Mt 8,12; Lc 13,30 y Mt 19,30). Lucas los aprovecha para mostrar las diferencias entre la teología de los judíos y la de Jesús, a propósito de la salvación.

En la perspectiva de la catequesis que, hoy, Lucas nos presenta, las palabras de Jesús son una reflexión sobre la cuestión de la salvación.

La catequesis viene provocada por una cuestión puesta en boca de alguien no identificado: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

La cuestión de la salvación era, en realidad, una cuestión muy debatida en los ambientes rabínicos. Para los fariseos de la época de Jesús, la “salvación” era una realidad reservada al Pueblo elegido y sólo a él; pero, en los círculos apocalípticos, dominaba una visión más pesimista y sostenía que muy pocos estaban destinados a la felicidad eterna. Jesús, sin embargo, hablaba de Dios como un Padre lleno de misericordia, cuya bondad abarcaba a todos, especialmente a los pobres y a los débiles. Tenía, por tanto, sentido saber lo que pensaba Jesús acerca de la cuestión.

Jesús no responde directamente a la pregunta. Para Él, más que hablar de números concretos a propósito de la “salvación”, lo importante es definir las condiciones para pertenecer al “Reino” y estimular a los discípulos a optar por el “Reino”.

Ahora, en la óptica de Jesús, entrar en el “Reino” es, en primer lugar, esforzarse por “entrar por la puerta estrecha” (v. 24). La imagen de la “puerta estrecha” es sugerente para significar la renuncia a una serie de fardos que “aplastan” al hombre y que le impiden vivir en la lógica del “Reino”. ¿Qué fardos son esos? A título de ejemplo, podríamos citar el egoísmo, el orgullo, la riqueza, la ambición, el deseo de poder y de dominio… Todo aquello que impide al hombre embarcarse en una lógica de servicio, de entrega, de amor, de solidaridad, de entrega de la vida, que le impide el acceso al “Reino”.

Para explicitar mejor la enseñanza acerca de la entrada en el “Reino”, Lucas pone en boca de Jesús una parábola. En ella, el “Reino” es descrito, en la línea de la tradición judía, como un banquete en el que los elegidos estarán al lado de los patriarcas y de los profetas (vv. 25-29).

¿Quién se sentará en la mesa del “Reino”? Todos aquellos que acojan la invitación de Jesús a la salvación, se adhieran a su proyecto y acepten vivir, en el seguimiento de Jesús, en una vida de donación, de amor y de servicio.

No habrá ningún criterio basado en la raza, en la geografía, en los lazos étnicos, que impida a nadie la entrada en el banquete del “Reino”: lo único verdaderamente decisivo es la adhesión a Jesús.

En cuanto a aquellos que no acojan la propuesta de Jesús: quedarán, lógicamente, fuera del banquete del “Reino”, aunque se consideren muy santos y pertenezcan, institucionalmente, al Pueblo elegido. Es evidente que Jesús está hablando a los judíos y sugiriendo que no es por el hecho de pertenecer a Israel como tienen asegurada la entrada en el “Reino”; pero la parábola se aplica igualmente a los “discípulos” que, en la vida real, no quisieran desprenderse del orgullo, del egoísmo, de la ambición, para recorrer, con Jesús, el camino del amor y de la donación de la vida.

Al reflexionar y al compartir, tened en cuenta los siguientes datos:

En primer lugar, es necesario tomar conciencia de que el “Reino” no está condicionado a ninguna lógica de sangre, de etnia, de clase, de ideología política, de estatuto económico: es una realidad que Dios ofrece gratuitamente a todos; basta que se acoja esa oferta de salvación, se adhiera a Jesús y se acepte entrar por la “puerta estrecha”.

¿Tengo conciencia de que la comunidad de Jesús es la comunidad donde todos caben y donde nadie es excluido y marginado?

“Entrar por la puerta estrecha” significa, en la lógica de Jesús, hacerse pequeño, sencillo, humilde, servidor, capaz de amar a los otros hasta el extremo y hacer de la vida don, entrega.
En otras palabras: significa seguir a Jesús en su ejemplo de amor y de entrega. Cuando Santiago y Juan pretendieron reivindicar lugares privilegiados en el “Reino”, Jesús se apresuró a decirles que era necesario primero compartir el destino de Jesús y hacer de la vida un don (“beber el cáliz”) y un servicio (“el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida”).

Jesús es, por tanto, el modelo de todos los que quieren “entrar por la puerta estrecha”.
Es su ejemplo el que es propuesto a todos sus discípulos.

Todos constatamos que esta “puerta estrecha” no es, hoy, muy popular. A este propósito, los hombres de hoy tienen perspectivas muy distintas de las de Jesús.
La felicidad, la vida plena se encuentran, para muchos de nuestros contemporáneos, en el poder, en el éxito, en el escaparate social, en el dinero (el nuevo dios que mueve el mundo, que manipula las conciencias y que define quien tiene o no éxito, quién es o no es feliz).

¿Cómo nos situamos ante esto?

¿Nuestras opciones van más bien en la línea de la “puerta ancha” del mundo, o en la de la “puerta estrecha” de Jesús?

Es necesario ser conscientes de que el acceso al “Reino” no es, nunca, una conquista definitiva, sino algo que Dios nos ofrece cada día y que, cada día, aceptamos o rechazamos.
Nadie tiene automáticamente garantizado, por decreto, el acceso al “Reino”, de forma que pueda, a partir de un cierto momento, tener comportamientos no conformes con los valores del “Reino”.

El acceso a la salvación es algo a lo que se responde, positiva o negativamente, todos los días y que nunca es un dato totalmente seguro y adquirido.

¿Para nosotros, que somos cristianos, donde está la salvación?
Jesús decía que, en el banquete del “Reino”, muchos aparecerán y dirán: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”; pero recibirán como respuesta: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”.
Este aviso toca de forma especial a aquellos que conocieron bien a Jesús, que se sentaron con él a la mesa (de la eucaristía), que escucharon sus palabras, que formaron parte del consejo pastoral de la parroquia, que fueron fieles guardianes de las llaves de la iglesia o de los cheques de la cuenta bancaria de la parroquia, hasta que se sentaron en tronos episcopales o papales; pero que nunca se preocuparon por entrar por la “puerta estrecha” del servicio, de la sencillez, del amor, de la entrega de la vida. Esos, Jesús es muy claro, no tendrán un lugar en el “Reino”.

Hb 12, 5-7. 11-13 (2ª Lectura Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

Volvemos a la Carta a los Hebreos. El texto que hoy se nos propone es la continuación del que leímos el pasado domingo.

Estamos en la segunda sección de la cuarta parte de la carta (cf. Heb 12,1-13), donde el autor hace una vehemente llamada a la constancia y a la perseverancia en la fe.

Recordemos que esta carta está destinada a una comunidad (o grupo de comunidades) que ya perdió el entusiasmo inicial y que se arrastra con una fe instalada, cómoda y sin grandes exigencias; recordemos también que esta comunidad comienza a conocer las tribulaciones y las persecuciones y corre riesgo de apostasía. Es en este contexto en el que tenemos que situar la llamada que el texto nos presenta.

Después de apelar a los creyentes para que se esfuercen, como atletas, para conseguir la victoria, a ejemplo de Cristo (cf. Heb 12,1-4), el autor invita a los cristianos a aceptar las correcciones y reprensiones que Dios les hace, como actos pedagógicos de un Padre preocupado por la fidelidad de sus hijos.

La cuestión fundamental gira en torno al sentido del sufrimiento y de las pruebas que los creyentes tienen que soportar (sobre todo, las persecuciones e incomprensiones que los cristianos sufren).

Una cierta mentalidad religiosa popular consideraba el sufrimiento como un castigo de Dios por el pecado del hombre (cf. Jn 9,1-3); pero, para el autor de la Carta a los Hebreos, el sufrimiento no es un castigo, sino una medicina, una pedagogía, que Dios utiliza para hacernos madurar y enseñarnos a vivir.

Dios se sirve de esos medios para mostrarnos el sin sentido de ciertos comportamientos; de esa forma, demuestra su solicitud paternal. Como signos del amor que Dios nos tiene, los sufrimientos son una prueba de nuestra condición de “hijos de Dios”.

Además de mostrarnos el amor de Dios, las pruebas nos perfeccionan, transformándonos, llevándonos a cambiar de vida. Por esa transformación, nos vamos haciendo interiormente capaces de la santidad de Dios, aptos para recibirla. Por eso, cuando llegan, deben ser consideradas como parte del proyecto salvador de Dios para con nosotros, portadoras de paz y de salvación. Y deben conducirnos al agradecimiento.

La conclusión se presenta en forma de exhortación. Citando a Is 35,3, el autor de la Carta a los Hebreos nos invita a los creyentes a confiar y a vencer el temor que desalienta y paraliza.

Para la reflexión, tened en cuenta los siguientes elementos:

Con frecuencia, encontramos personas que ponen en juicio a Dios mismo, a partir de la cuestión del sufrimiento y de su sentido:
¿si Dios existe, por qué deja que el sufrimiento ataque al hombre, incluso la vida de los justos e inocentes?

¿Por qué Dios prueba al justo?
El pueblo de Dios formuló de varias formas estas cuestiones y no encontró respuestas plenamente satisfactorias; una de las respuestas pasa por la constatación de que “Dios escribe derecho con renglones torcidos” y que se sirve de los acontecimientos más dramáticos para ayudarnos a redescubrir el sentido de la vida y de nuestras opciones.
El sufrimiento no es bueno, en sí, pero nos ayuda a percibir el sin sentido de ciertos caminos que seguimos y a corregir el rumbo de nuestra vida.

En el fondo, los sufrimientos y las pruebas a las que tenemos que enfrentarnos no ponen en cuestión esta certeza fundamental: Dios nos ama y quiere salvarnos; el sufrimiento y las pruebas nos permiten, muchas veces, descubrir esa realidad.

A pesar de las crisis, el cristiano nunca debe olvidar el amor de Dios y dejar de ser agradecido por ello. Ante los sufrimientos, nos queda agradecer la preocupación de ese Dios que, sirviéndose de los dramas que la vida nos presenta, nos manifiesta su amor y nos salva.

Is 66, 18-21 (1ª Lectura Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

Los capítulos 56-66 del libro de Isaías (conocidos genéricamente como “Trito- Isaías”) son atribuidos por la mayor parte de los estudiosos actuales a diversos autores, vinculados espiritualmente al Deutero-Isaías.

Sobre estos autores no sabemos rigurosamente nada, a no ser que presentaron su mensaje en los últimos años del siglo VI y principios del siglo V antes de Cristo (las temáticas abordadas, nos sitúan, claramente, en un contexto de post-exilio).

Dentro de las fronteras del antiguo reino de Judá tenemos, en esta época, una comunidad heterodoxa, que agrupa a judíos venidos del Exilio, judíos que quedaron en el país después de la catástrofe del 586 antes de Cristo, extranjeros que se establecieron en Jerusalén durante el Exilio y otros que, después del regreso de los exiliados, vinieron a ofrecerse como mano de obra.

En relación con los extranjeros, el problema se sitúa en lo siguiente: ¿en qué medida esos extranjeros, cada vez más numerosos, pueden formar parte del Pueblo de Dios? La cuestión no es fácil, pues la comunidad que regresa del Exilio, amenazada por enemigos internos (las gentes que quedaron en el país y que no entienden el celo religioso de los que retornan) y por enemigos externos (sobre todo los samaritanos), tienen tendencia a cerrarse. Esdras y Neemías, los grandes líderes de esta época, favorecerán, además, una política xenófoba, prohibiendo los matrimonios mixtos (cf. Esd 9-10; Ne 13,23-27).

Los textos del Trito-Isaías (de autores y predicadores diversos) abordan el problema de los extranjeros y manifiestan, a este respecto, una vasta gama de actitudes, que van desde la llamada al aniquilamiento de las naciones que se obstinan en el mal (cf. Is 63,3-6;64,1;66,15-16), hasta la admisión de los extranjeros en el seno del Pueblo de Dios. En general, domina la perspectiva universalista.

Es, pues, en esa perspectiva abierta y tolerante para con los otros pueblos donde se sitúa el texto que leemos.

El autor de este texto considera que todas las naciones han sido llamadas a formar parte del Pueblo de Dios. Esa perspectiva es la que él propone en la visión de carácter escatológico que nuestro texto nos presenta: en el mundo nuevo que va a llegar, todos están convocados por Dios para formar parte de su Pueblo.

El esquema presenta varias etapas: primero, Dios vendrá a dar inicio al proceso de reunificación de las naciones (v. 18); después, mostrará un signo y enviará misioneros (elegidos de entre los pueblos extranjeros), a fin de que anuncien la gloria del Señor, incluso de las naciones más alejadas (v. 19); enseguida, las naciones responderán al signo del Señor y se dirigirán al monte santo de Jerusalén (Jerusalén es, en la teología judía, el “centro” del mundo, el lugar donde Dios reside en medio de su Pueblo y donde irrumpirá la salvación definitiva), trayendo como ofrenda al Señor a los israelitas dispersos en medio de las naciones (v. 20); finalmente, el Señor elegirá de entre los que llegan(de los judíos vueltos de la Diáspora y a de los paganos que escuchen la invitación del Señor para formar la comunidad de la salvación) sacerdotes y levitas para servirle (v. 21).

Estamos en un contexto político en el que no era fácil tener una visión tolerante hacia las otras naciones. Decir que todos los pueblos son convocados por Dios y que Dios ofrece a todos la salvación, era algo escandaloso para los judíos de la época; por eso, es algo inaudito decir que Yahvé escogería de entre ellos misioneros, para enviarlos al encuentro de las naciones; y es absolutamente inconcebible decir que Dios va a elegir de entre los paganos, sacerdotes y levitas que entren en el espacio sagrado y reservado del Templo (donde, recuérdese, cualquier pagano que entrase era reo de muerte)para el servicio del Señor.

Considerad las siguientes líneas, para la reflexión:

No es ninguna novedad decir que “al nuevo Pueblo de Dios, están llamados todos los hombres” (LG 13). En el Pueblo de Dios no es decisivo ni la raza, ni el sexo, ni la posición social, ni la preparación intelectual, pero sí la adhesión a Jesús y el compromiso con el proyecto de salvación que el Padre ofrece, en Jesús. ¿Nuestras comunidades son, no sólo en la teoría sino también en la práctica, espacios de igualdad y de fraternidad?

¿Hay algún tipo de discriminación en mi comunidad cristiana, sobre todo en relación con personas que se entiende llevan vidas desarregladas y moralmente equivocadas? Si sucede esto, ¿qué sentido tiene?

¿Qué sentido tienen, en este contexto, ciertas afirmaciones y actitudes de cristianos comprometidos que ejercen, en la practica, un acendrado racismo? ¿La xenofobia es consecuente con la vida de un creyente?
¿Decir que “España es de los españoles; los demás que se vayan a su tierra” es colaborar en la construcción de esa comunidad universal, que es el proyecto de Dios?

Comentario al evangelio – 19 de agosto

Comenzamos la semana con el gozo de sabernos singularmente acompañados por los santos, por hombres y mujeres que han compartido nuestro camino de fe y participan ya de la gloria y el destino del Señor Resucitado. Reciente aún la fiesta de la Asunción de María, celebraremos su memoria como María Reina, y recordaremos a una serie de creyentes de muy diversos siglos, que  dejaron que la Palabra del Señor (la que nosotros deseamos escuchar y acoger) fuera el gran criterio orientador y organizador de sus vidas. Son, como acontece a menudo, bautizados de muy diverso siglo, continente y vocación cristiana específica: desde Bartolomé, miembro del primer colegio apostólico, a Rosa de Lima, Pío X o Bernardo de Claraval. Junto a ellos, evocados con otro rango litúrgico, podremos hacer memoria de Juan Eudes, Ezequiel Moreno y cientos de cristianos de todos los tiempos. Al repasar el Martirologio de esta semana llama la atención el número de beatos que entregaron su vida confesando la fe en campos de concentración, testigos valientes del Evangelio en medio de las recientes atrocidades del siglo XX. (¡Que el Señor nos ayude a descubrir y combatir las del XXI!).

Las dos lecturas que se proclaman en la eucaristía de hoy evocan personajes que se ven en la obligación de elegir: se puede vivir acogiendo la voluntad del Señor o dándole la espalda. Se puede rendir culto a muchos dioses. Conviene tener cuidado. Alguna de las fórmulas que la Iglesia ha compuesto para ayudarnos a confesar la fe nos lo advierte: “¿renunciáis a la tentación de creer que ya estáis convertidos del todo?”. En sí el texto va mucho más a la raíz: “¿renunciáis a quedaros en vuestros métodos, instituciones, reglamentos y no ir a Dios?” Hemos de estar vigilantes: somos capaces de disfrazar de evangélico lo más sagrado. Y con frecuencia, como el joven del evangelio, nos vamos tristes porque somos muy ricos.