Hb 12, 5-7. 11-13 (2ª Lectura Domingo XXI de Tiempo Ordinario)

Volvemos a la Carta a los Hebreos. El texto que hoy se nos propone es la continuación del que leímos el pasado domingo.

Estamos en la segunda sección de la cuarta parte de la carta (cf. Heb 12,1-13), donde el autor hace una vehemente llamada a la constancia y a la perseverancia en la fe.

Recordemos que esta carta está destinada a una comunidad (o grupo de comunidades) que ya perdió el entusiasmo inicial y que se arrastra con una fe instalada, cómoda y sin grandes exigencias; recordemos también que esta comunidad comienza a conocer las tribulaciones y las persecuciones y corre riesgo de apostasía. Es en este contexto en el que tenemos que situar la llamada que el texto nos presenta.

Después de apelar a los creyentes para que se esfuercen, como atletas, para conseguir la victoria, a ejemplo de Cristo (cf. Heb 12,1-4), el autor invita a los cristianos a aceptar las correcciones y reprensiones que Dios les hace, como actos pedagógicos de un Padre preocupado por la fidelidad de sus hijos.

La cuestión fundamental gira en torno al sentido del sufrimiento y de las pruebas que los creyentes tienen que soportar (sobre todo, las persecuciones e incomprensiones que los cristianos sufren).

Una cierta mentalidad religiosa popular consideraba el sufrimiento como un castigo de Dios por el pecado del hombre (cf. Jn 9,1-3); pero, para el autor de la Carta a los Hebreos, el sufrimiento no es un castigo, sino una medicina, una pedagogía, que Dios utiliza para hacernos madurar y enseñarnos a vivir.

Dios se sirve de esos medios para mostrarnos el sin sentido de ciertos comportamientos; de esa forma, demuestra su solicitud paternal. Como signos del amor que Dios nos tiene, los sufrimientos son una prueba de nuestra condición de “hijos de Dios”.

Además de mostrarnos el amor de Dios, las pruebas nos perfeccionan, transformándonos, llevándonos a cambiar de vida. Por esa transformación, nos vamos haciendo interiormente capaces de la santidad de Dios, aptos para recibirla. Por eso, cuando llegan, deben ser consideradas como parte del proyecto salvador de Dios para con nosotros, portadoras de paz y de salvación. Y deben conducirnos al agradecimiento.

La conclusión se presenta en forma de exhortación. Citando a Is 35,3, el autor de la Carta a los Hebreos nos invita a los creyentes a confiar y a vencer el temor que desalienta y paraliza.

Para la reflexión, tened en cuenta los siguientes elementos:

Con frecuencia, encontramos personas que ponen en juicio a Dios mismo, a partir de la cuestión del sufrimiento y de su sentido:
¿si Dios existe, por qué deja que el sufrimiento ataque al hombre, incluso la vida de los justos e inocentes?

¿Por qué Dios prueba al justo?
El pueblo de Dios formuló de varias formas estas cuestiones y no encontró respuestas plenamente satisfactorias; una de las respuestas pasa por la constatación de que “Dios escribe derecho con renglones torcidos” y que se sirve de los acontecimientos más dramáticos para ayudarnos a redescubrir el sentido de la vida y de nuestras opciones.
El sufrimiento no es bueno, en sí, pero nos ayuda a percibir el sin sentido de ciertos caminos que seguimos y a corregir el rumbo de nuestra vida.

En el fondo, los sufrimientos y las pruebas a las que tenemos que enfrentarnos no ponen en cuestión esta certeza fundamental: Dios nos ama y quiere salvarnos; el sufrimiento y las pruebas nos permiten, muchas veces, descubrir esa realidad.

A pesar de las crisis, el cristiano nunca debe olvidar el amor de Dios y dejar de ser agradecido por ello. Ante los sufrimientos, nos queda agradecer la preocupación de ese Dios que, sirviéndose de los dramas que la vida nos presenta, nos manifiesta su amor y nos salva.

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